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CATOLICISMO Y PROTESTANTISMO EN EUROPA
Introducción
La situación religiosa de Europa hoy es el fruto de los distintos procesos puestos en
marcha o acelerados en la segunda mitad del siglo XX. Por un lado, el postmodernismo
que ha representado una secularización sin precedentes, nunca antes en la historia de la
humanidad tanta gente había abandonado la práctica religiosa como en este final de
siglo XX. Es un fenómeno único en la historia conocida. Por otro lado se está dando lo
que Francisco Díez de Velasco, de la Universidad de La Laguna, llama la
multireligiosidad, que sería el paralelo a la multiculturalidad como resultado del
fenómeno de la globalización. Nuestras sociedades europeas no es que se hayan vuelto
multiculturales sino que además se han convertido en un mosaico religioso de infinitos
colores.
La legitimidad de la diversidad de opciones personales (al relegar progresivamente la religión al campo
de lo privado) y el marco general de libertad religiosa y desvinculación de los estados de opciones
confesionales oficiales (instaurado desde la modernidad como modelo dominante), propician que a nivel
global se esté multiplicando el fenómeno de la multirreligiosidad (correlato en lo relativo al mundo de
las religiones de lo que es multiculturalidad en el de las culturas); la conformación de sociedades en las
que cada vez existe una menor homogeneidad religiosa y en las que la diversidad se convierte en una
característica definitoria o cuando menos en tendencia acusada.
Díez de Velasco habla de tres factores que favorecen la multirreligiosidad:
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La tradición, que es un fenómeno más propio del centro de Europa que del Sur
donde las sociedades son más monolíticas.
La inmigración. La multirreligiosidad por inmigración es el fenómeno
mayoritario y el que mayor dinamismo presenta a nivel global. Característica de
nuestro mundo neomilenar es la multiplicación de los movimientos migratorios
en todas las direcciones, que son un factor básico de multiculturalidad; pero
además, los inmigrantes, al amparo de la libertad religiosa, si lo desean, no
tienen (o no debieran tener) que renunciar a su religión de origen en sus nuevas
patrias de adopción. El extraordinario crecimiento del Islam en Alemania (ronda
los 2 millones, mayoritariamente turcos) o Francia (supera los 3 millones,
mayoritariamente magrebíes, hay más musulmanes que ateos) es resultado de la
inmigración lo mismo que el mosaico religioso del Reino Unido, donde a algo
menos de un millón de musulmanes (mayoritariamente pakistaníes) se añaden
casi medio millón de hinduistas y un cuarto de millón de sijs punjabíes,
cumplida muestra de lo que fue su imperio en la India. En España los
musulmanes rondan el medio millón, una cifra en crecimiento que tiende a
aproximarse en porcentaje a lo que ocurre en el Reino Unido o Italia (donde hay
700.000 musulmanes).
La conversión. El fenómeno de conversión a nivel global quizá más notable por
el volumen de población implicada se presenta como una curiosa contrapartida a
la catolización de Estados Unidos: es el paso del catolicismo a diversos
cristianismos evangélicos (e independientes) que se lleva produciendo en Centro
y Sudamérica desde hace cuatro décadas, pero que se ha multiplicado en el
último decenio.
El problema de las estadísticas
Conocer la situación actual de la percepción de los europeos sobre su situación
espiritual es francamente difícil. ¿Como entender que en Eslovenia, en la mayoría de
estadísticas de atlas, enciclopedias, etc., nos muestran el hecho que el 71.8 por ciento es
cristiano, pero el 61% cree en Dios?¿O en España, con el 95-98% católico, solo la mitad
cree en el Dios cristiano? Las estadísticas en este terreno presentan varias dificultades.
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La naturaleza de las preguntas. Estamos hablando de algo que no tiene un
componente objetivo completo, como si han tachado la casilla en la declaración
de la renta, sino con quien se sienten identificados o en qué medida asisten a una
misa o un culto o en qué medida las decisiones o los criterios de los órganos de
autoridad de esa iglesia les comprometen.
Los sesgos internos que representa la cultura del país. Por ejemplo, en
España las encuestas del CSIC, un órgano en principio neutral, están hechas de
una forma en la que la adhesión a la iglesia católica da un porcentaje cercano al
90%, cuando la percepción es clara de que las cosas no son así. Eso refleja una
determinada concepción de lo que es la religión, se refiere a una iglesia nacional,
una iglesia a la que se pertenece por nacimiento, no a una iglesia por conversión.
La interpretación de las respuestas. Hay mucha interpretación interesada. Por
supuesto que la interpretación es distinta si el resultado es a cobrar o a pagar. La
función de las encuestas, en muchas ocasiones, es influir en los poderes
públicos, obtener prebendas, etc. y los números se usan como armas arrojadizas.
Esto es lo que hace que las estadísticas cambien tanto de un lugar a otro y la dificultad
de comparar unas con otras. En sus propias estadísticas la Iglesia católica refleja el
problema, si sabemos leer entre líneas. Hoy en día de los 1100 millones de católicos en
el mundo el 27 por ciento está en Europa, pero en los próximos diez años pasará al 16%.
Los diez países en los que la población católica decrecerá más son: Polonia, Italia,
Alemania, Hungría, Portugal, España, Ucrania, Eslovaquia, Rumanía y Croacia. Todos
ellos son europeos. Y ellos mismos afirman que esto sólo tiene en cuenta variantes
demográficas y no tiene en cuenta la corriente de secularización que recorre Europa.
Es normal la preocupación de la jerarquía católica por la evolución de la situación
religiosa. De los 1100 millones de católicos el 50% está en América y un 27% en
Europa. Más de 3 de cada 4 católicos están en lugares en donde el catolicismo
retrocede, en primer lugar por el crecimiento del evangelicalismo en Latinoamérica y en
segundo lugar por el secularismo en Europa y el Norte de América. Para añadir más a
esta preocupación el 52% de todos los sacerdotes en el mundo son europeos y 32%
americanos. Con la crisis de vocaciones que experimenta Europa la situación puede
ponerse muy difícil y ya se está notando en la actualidad. Sólo para ofrecer un detalle en
México de la crisis de vocaciones se puede decir que por cada 7200 católicos hay un
sacerdote, mientras que por cada 230 evangélicos hay un pastor. La edad media de los
sacerdotes es de 65 años y la de los pastores 32.
Incluso el mismo CIS ha variado la forma de medir la población católica en España,
tratando de traducir la secularización en sus estadísticas. En 1950 los católicos eran casi
el 100% de la población y se consideraba que el 60% era practicante. En el 2005 los
católicos serían el 46% de la población y sólo el 18,6% son practicantes.
El catolicismo romano en Europa
La primera observación es que es un fenómeno realmente complejo. Presenta toda clase
de variantes y de creencias en su interior. En lugar de ser un conjunto monolítico, como
se ha pretendido a lo largo de los siglos, frente a la división que era la característico de
las iglesias protestantes y evangélicas, la realidad actual del catolicismo es que cada
grupo y cada individuo tiene una fe particular que está a años luz de la ortodoxia
definida por la jerarquía católica vinculada a la Curia.
Más allá de la simpatía demostrada hacia el anterior papa en el largo y penoso proceso
de su enfermedad y muerte, hay que destacar que nunca la doctrina oficial de la ICR
había sido menos seguida por el conjunto de aquellos que se sitúan a sí mismos como
católicos. Es habitual que aquellos que se sitúan como católicos no crean en Dios, no
crean en la Biblia, no crean en una vida después de la muerte, no estén de acuerdo con
la política de control de natalidad, estén de acuerdo con el divorcio, el aborto, los
matrimonios homosexuales, crean en la reencarnación, etc.
Lo que se demuestra es que una cosa es la Iglesia Católico Romana (la Iglesia en
España, la única, la única por lo menos que merece este nombre), como institución y
otra cosa son los grupos católicos en cada diócesis y aún mucho más allá las creencias
de cada uno de aquellos que en las encuestas se denominan como católicos. Este es el
espíritu de la época que estamos viviendo, un supermercado de ideas, una verdad local,
particular, que no tiene porque ser una verdad objetivable.
En frase de Hans Kung, Karol Wojtyla no es el más grande, pero si es el más
contradictorio de los papas del siglo XX. Un papa con muchos dones y muchas
decisiones erróneas. Para hacer un resumen de su papado y reducirla a un común
denominador, su política exterior necesita conversión, reforma y diálogo con el resto del
mundo. Pero esto se contradice vivamente con su política interior, que está orientada a
la restauración del estatus anterior al concilio Vaticano II, obstruyendo las reformas,
denegando el diálogo en el interior de la Iglesia y dominando absolutamente desde
Roma.
Podemos resumir los 25 últimos años de la Iglesia Católica bajo estas perspectivas:
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Derechos humanos: Mientras que en el exterior de la Iglesia de Roma se
apoyan y enfatizan los derechos humanos, estos no existen en el interior de la
organización, en la que las voces de los obispos, teólogos y especialmente de las
mujeres han sido totalmente suprimidas. Por ejemplo, en el tema de la
separación de poderes que es un fundamento de los derechos humanos, el
Vaticano en sus disputas actúa como cámara legislativa, como acusador y como
juez. La consecuencia interior ha sido un episcopado servil que sabe que tiene
que callar para salir en la siguiente foto. Cualquiera que entre en disputa con la
institución sabe que no tiene ninguna expectativa de victoria.
El papel de la mujer: El que fue el papa más mariano del siglo XX, predicando
sobre la nobleza de ser mujer, fue el papa que ha cerrado más las puertas del
ministerio a la mujer y el que ha batallado más firmemente contra el control de
la natalidad. Eso ha creado un alejamiento aún más importante entre la jerarquía
y los católicos de calle. Ya no sólo se trata de ordenación de mujeres como
sacerdotes sino que una institución altamente jerarquizada, donde todas las
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posiciones son ocupadas por clérigos y donde hay muy poco papel para los
laicos, niega a las mujeres ninguna participación activa en la vida de la iglesia
aparte de ser monjas o del trabajo práctico en la obra social de la ICR.
La moral sexual: Mientras el papa predica contra la pobreza masiva y el
sufrimiento en el mundo, se hace parcialmente responsable de él con sus
actitudes hacia el control de la natalidad y el crecimiento explosivo de la
población. Juan Pablo II ha empleado grandes esfuerzos y mucho tiempo de sus
discursos en los viajes a oponerse al uso de la píldora y del preservativo. El
resultado es que el papa, más que ningún otro líder mundial, se ha hecho
responsable de la extensión del SIDA en África. Los católicos en el mundo
rechazan la moral sexual de la Iglesia y son muy pocos los que la practican.
El celibato obligatorio: Al mantener el celibato obligatorio entre los sacerdotes
el papa se hace responsable de la falta de sacerdotes para las parroquias
católicas, el abandono de muchos sacerdotes y de los muchos escándalos de
pedofilia que apenas ha sido capaz de cubrir. Y esto se hace en contra de los
mandamientos específicos de la Sagrada Escritura y en contra de la tradición del
primer milenio de la Iglesia, que no requería de los sacerdotes el voto de
celibato. Hay un gran riesgo para una sana integración de la sexualidad en el
conjunto de la vida, que hace de la sexualidad un mal menor y algo que sólo
existe con fines reproductivos. Las consecuencias son muchas, entre ellas los
escándalos sexuales, pero otras menos visibles es la falta de vocación de mucha
gente joven que hace que hoy en dos de cada tres parroquias alemanas no exista
un sacerdote ordenado, lo que a la vez impide que se celebre la eucaristía que
sólo puede celebrar un sacerdote. 1400 sacerdotes alemanes provienen de
Polonia y la edad promedio de los sacerdotes está por encima de los 60 años.
El movimiento ecuménico: más allá de las buenas palabras que han hecho del
anterior papa un abanderado del ecumenismo, la realidad es que las relaciones
no tienen unas bases para existir. La ICR ni siquiera reconoce los caracteres de
la Iglesia en las Iglesias evangélicas, a lo más que se atreve a llamarlas es
“comunidades eclesiales”. Y con aquellas en las que puede reconocer los trazos
de lo que ella misma considera verdadera iglesia, como es su “sucesión
apostólica”, tampoco ha sido capaz de progresar. ¿Cómo es posible dialogar con
una institución que ni siquiera reconoce en ti el carácter de Iglesia? ¿Sobre que
bases comunes puede girar el diálogo con una institución que tiene una cabeza
que se considera infalible en términos de fe y de doctrina? ¿Qué autoridad
común presentaremos que guíe la discusión con una institución cuya autoridad,
más allá de la Biblia, son sus propias decisiones tomadas en sus concilios? ¿Qué
valor tendrán los acuerdos tomados con una institución que desautoriza a
quienes toman esas decisiones y que no es capaz de hacer cumplir aquello que
firma? En palabras de Kung: “El papado, como sus predecesores en los siglos XI
y XVI, ha mostrado ser el mayor obstáculo a la unidad entre las iglesias
cristianas en libertad y en diversidad”.
La política de personal de la ICR. La ICR ha huido del mandamiento del
Concilio Vaticano II de actuar a través de la colegialidad y ha instaurado un
régimen absoluto a costa de los propios obispos. El criterio para la elección de
nuevos obispos no ha sido la fidelidad al evangelio, ni su capacidad pastoral,
sino la fidelidad a los dictados de Roma. Antes de ser elegidos los obispos pasan
un cuestionario elaborado por la curia y tiene que ir sellado con un juramento de
fidelidad al papa. La consecuencia es un colegio de obispos ultraconservadores,
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que es la carga más importante que tiene ahora la ICR, el futuro está diseñado
por muchos años.
Los movimientos interiores de la Iglesia. La ICR ha reforzado el papel de
nuevos movimientos conservadores creados en Italia (como San Egidio
Focolare, Comunione e Liberazione, Regnum Christi), del Opus Dei, un grupo
especializado en el mundo de las grandes finanzas, la política y el periodismo y
de movimientos fieles como los neocatecumenales (Kikos por Kiko Argüello)
creados en España. Ellos constituyen una clase de público que no discute al papa
sus decisiones. Su fidelidad al papa es la primera característica exigida. Los
jóvenes atraídos por estos movimientos prefieren un “evento”, algo masivo, el
magnetismo personal de un “Juan Pablo superestar” que el contenido de los
mismos discursos papales. Estos movimientos fieles ofrecen a la Curia una
iglesia uniforme y obediente, fácilmente controlable, conservadora. Esto es lo
que se ha conseguido con un movimiento como el Opus Dei, que es una
prelatura personal de el papa, cosa que hace que sus actividades no tengan que
pasar ni por la supervisión del obispo de la diócesis. Eso hace que los grupos de
jóvenes y de laicos no organizados en estos movimientos conservadores quedan
fuera de la toma de decisiones de la ICR, mientras un movimiento poco
transparente y archiconservador como es el Opus ha ido ganando importancia,
ya que los mismos obispos no se atreven a hacerle frente.
Los pecados del pasado. A pesar de que en el año 2000 el papa hizo una
pública confesión de las transgresiones históricas de la ICR, no se ha sacado
consecuencias de ello. Esa misma confesión del papa junto a los cardenales
quedó vaga, no específica y ambigua. El papa sólo pidió perdón por las
transgresiones de los “hijos y de las hijas” de la iglesia. Pero no lo hizo por los
pecados de los santos padres, aquellos que constituyen “la Iglesia” en la
perspectiva romana, por las jerarquías en el poder. El papa más que denunciar,
con su actividad, ha contribuido más a encubrir que a denunciar y en ningún
caso se ha visto un cambio de actitud de cara al futuro. Por un lado se trata de
reivindicar a Lutero y por el otro lado se practica una política agresiva, que trata
de extender la sospecha sectaria sobre las iglesias evangélicas en Latinoamérica.
El Vaticano ha sido extremadamente lento en investigar los escándalos de
pedofilia que se producían en América, África y Europa.
En consecuencia podemos ver la institución de la ICR, en palabras de Benedicto XVI
como una barca que naufraga. Sólo en esta clave podemos entender la elección de Josef
Ratzinger como sucesor de Karol Wojtyla. Cuando una institución se siente en peligro,
en lugar de buscar las causas que le han llevado a esta situación, en lugar de hacer
autocrítica y analizarse internamente, lo que acostumbra a hacer es buscar un hombre
fuerte. Lo que está viviendo al ICR es un encerrarse en sus esencias, buscar en su
catolicismo tradicional las respuestas que no tiene. La ICR es una institución
premoderna que tiene que moverse en el mundo moderno y postmoderno. Por eso sabe
que su única posibilidad de crecimiento está en África y en Asia. Ha dejado de
responder al sentido que tenía en otro tiempo. Por lo menos cubría unas necesidades
sociales que ahora ya no son necesidades. Esto no es ajeno a nuestras iglesias, esta ha
sido la respuesta que hemos dado las iglesias evangélicas en ocasiones de crisis. Sólo
hace falta analizar la crisis de nuestras iglesias en los años 80 y 90 para darnos cuenta
de que es un fenómeno mucho más habitual de lo que pensamos.
El protestantismo en Europa
El protestantismo es, por lo menos, tan variado como el catolicismo romano. Los
herederos de la Reforma son muchos y el legado es tan disperso que cuesta encontrarlo.
Tenemos por una parte las iglesias históricas, nacionales que en su gran mayoría están
experimentando el mismo éxodo masivo que el catolicismo romano. Tenemos las
iglesias evangélicas libres que, con algunas excepciones, se mueven entre un
crecimiento casi imperceptible y una leve disminución. Finalmente tenemos las iglesias
de corte pentecostal y carismático que han venido creciendo rápidamente hasta la
década de los noventa y ahora están comenzando a notar el parón. Finalmente iglesias
de la tercera ola, usualmente de origen Latinoamericano, que han estado creciendo hasta
hace poco.
Esta es la situación en Europa occidental. En Europa oriental las iglesias resurgieron
después del final de los regímenes autoritarios y represivos en temas religiosos, que
siempre desconfiaron de las iglesias sin adscripción. En esos países ha seguido un
crecimiento muy importante de las iglesias libres. Sin embargo, el proceso de entrada de
la postmodernidad es tan rápido que cambia de un año a otro. Las ciudades de estos
países viven un proceso de secularización acelerado y el crecimiento en esos lugares es
mucho menos que en las pequeñas ciudades. También la influencia de la
postmodernidad es mayor en la población joven urbana que en la población adulta,
menos permeable a los modelos occidentales. Una gran parte de la población vive en
pequeñas ciudades y pueblos que aún no han sido tocados por la postmodernidad. Las
iglesias más grandes de Europa se encuentran en Rumanía.
Algunas características de las iglesias protestantes en Europa son:
Una menor importancia de la doctrina. El énfasis en la Palabra de Dios como seña de
identidad evangélica se está expandiendo entre las distintas congregaciones. En muchos
lugares se considera que la doctrina es algo divisivo, que hay que poner a un lado a
favor de una mayor unidad del Pueblo de Dios. La distinción tradicional entre iglesias
carismáticas e iglesias no carismáticas tiene menos sentido, ya que muchas iglesias
carismáticas han refrenado algunos excesos del pasado y muchas iglesias no
carismáticas se están mostrando más abiertas a los dones extáticos y a formas de
expresión más efusivas. La razón sólo podemos encontrarla en el espíritu del tiempo en
el que vivimos. Una de las consecuencias de la postmodernidad en la Iglesia es el
debilitamiento del concepto de verdad, mientras que crece entre nosotros el concepto de
tolerancia. Un efecto positivo de esto es que la unidad entre iglesias y denominaciones
es ahora más fácil que en otros momentos de la historia, pero esa unidad se sustenta en
que tenemos menos convicciones y estas son menos firmes, en lugar de basarse en el
hecho de nuestra identidad, de lo que somos como hijos de Dios.
Una mayor importancia de la obra social. Algunas iglesias han identificado que su
papel en el mundo no es el llamar al pecador al arrepentimiento sino que están aquí para
transformar las condiciones injustas en las que el pecado ha sumido a la sociedad.
Conciben su papel en términos de una gran ONG. Son grandes prestadoras de servicios
a la comunidad.
Un problema de identidad. Al dejar de hacer énfasis en la doctrina la pregunta que surge
inmediatamente es ¿qué es ser evangélico? ¿qué es la esencia de lo que somos? ¿cuáles
son nuestras señas de identidad? ¿Nos lo dará la obra social? ¿Nos lo dará la adhesión a
un conjunto de doctrinas? Muchas iglesias en Europa hoy han perdido la conciencia de
que somos el pueblo del libro. De que son las Escrituras las que forman a la Iglesia y no
la Iglesia la que forma el canon. La pérdida del libro como seña de identidad provoca
que las iglesias hayan perdido el criterio en la mayoría de temas morales, en aquello
para lo que están aquí en la tierra y en cuál es su llamamiento. Observar a muchas
iglesias históricas o no, conservadoras o liberales, carismáticas o no, en el día de hoy es
ver el desconcierto más absoluto. Frente a esta situación está incluso apareciendo en
muchos lugares del centro y del norte de Europa una fascinación hacia el papado.
Nuestros hermanos, ante el desconcierto evangélico en tantas materias identifican que
ser cristiano es tener una cierta moral y en medio de un montón de iglesias evangélicas
sin ningún criterio, la voz del papa en estos temas les parece la de un campeón de la fe
que se levanta contra el relativismo del mundo que se ha instalado en la iglesia. Por ello,
después del fallecimiento del papa tenemos declaraciones como las de Billy Graham o
de tantas otras instituciones evangélicas que reconocían en él la única voz que se había
levantado en este momento de confusión.
Quiero proponeros que, más que nunca, necesitamos regresar a la centralidad de Cristo
y a la base de la Escritura en un momento como este. La salida no está en Roma, sino
que la salida en los momentos de confusión está en regresar a la Biblia.
Jaume Llenas