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Fe y Razón
OMNE VERUM A QUOCUMQUE DICATUR A SPIRITU SANCTO EST
Nº 105 Diciembre de 2014
EDITORIAL
EVENTOS
¡Feliz Navidad a todos!
por el Equipo de Dirección
Mons. Juan Claudio Sanahuja en Montevideo
por el Equipo de Dirección
MAGISTERIO
Doctrina del Santísimo Sacramento de la Penitencia
Concilio de Trento
TEOLOGÍA
Jesús, los pobres y los otros en la exégesis de los principales teólogos de la
liberación. X
por el Mons. Dr. Miguel Antonio Barriola
PASTORAL
ESPIRITUALIDAD
Trasfondo de la secularización
por el Rev. P. José María Iraburu
El ascensor divino. Una meditación a partir de Teresa de Lisieux
por el Diác. Jorge Novoa
IGLESIA
Es preciso que entre vosotros haya disensiones
Luis Fernando Pérez Bustamante
FAMILIA Y VIDA
No a la discriminación, sí al respeto
por la Conferencia Episcopal del Uruguay
LIBERTAD RELIGIOSA
Nigeria, avanza el Califato de Boko Haram
por Leone Grotti
LIBROS
Reflexiones sobre el “moralismo”
por el Ing. Daniel Iglesias Grèzes
ORACIÓN
Oración a la Virgen del Adviento
Tradicional
Nº 105 Diciembre de 2014
¡Feliz Navidad a todos!
Equipo de Dirección
En las elecciones nacionales de octubre y noviembre del presente año la mayoría de los ciudadanos
uruguayos eligió mantener en el poder al actual partido de gobierno, a pesar de que (o, en algunos
casos, porque) éste, durante casi una década, impulsó decididamente una política que viola el
derecho humano a la vida, los derechos naturales del matrimonio y de la familia y la libertad de
educación, y siguió una línea de creciente intervencionismo estatal, desconociendo el principio de
subsidiariedad, parte fundamental de la doctrina social católica. Es especialmente lamentable que
muchos católicos hayan contribuido con su voto a un proceso de descristianización de nuestra
sociedad: la versión local de la revolución social anticristiana que se desarrolla hoy a escala global.
Ante el avance arrollador de este “progresismo”, conviene que reflexionemos sobre las
transformaciones culturales sufridas por la sociedad uruguaya desde hace un siglo y sobre sus
raíces, que proceden de un pasado más remoto. La doctrina del Concilio Vaticano II nos hace ver
que la secularización es un proceso de auto-destrucción del hombre: “Pero si ‘autonomía de lo
temporal’ quiere decir que la realidad creada es independiente de Dios y que los hombres pueden
usarla sin referencia al Creador, no hay creyente alguno a quien se le oculte la falsedad envuelta en
tales palabras. La criatura sin el Creador desaparece. (…) Más aún, por el olvido de Dios la propia
criatura queda oscurecida.” (Constitución pastoral Gaudium et Spes, 36c).
Asimismo nos convendría reflexionar a fondo sobre el proceso de debilitamiento que afecta a la
Iglesia en el Uruguay desde hace décadas y que llega a ser en muchos casos una apostasía gradual y
silenciosa. Aunque deploramos la actual debilidad política de los católicos en Uruguay, pensamos
que ella es una simple consecuencia de la actual crisis de fe. Por lo tanto, nuestro objetivo central
no puede ni debe ser político, sino religioso. Convirtámonos cada día más, tengamos más fe,
seamos más dóciles a la gracia de Dios que nos santifica, y todo lo demás (incluso una acción
política de los católicos coherente con su fe) vendrá por añadidura.
Finalmente, recordamos aquella enseñanza de Nuestro Señor Jesucristo: “Yo los envío como a
ovejas en medio de lobos: sean entonces astutos como serpientes y sencillos como palomas.”
(Mateo 10, 16). Desgraciadamente, la post-conciliar “apertura al mundo” fue practicada a menudo
de una forma indiscriminada, sin el debido discernimiento. Con demasiada frecuencia los católicos
hemos practicado sólo la mitad de esa enseñanza del Señor. Llenos de inocente mansedumbre,
hemos “abatido los bastiones” y declarado la paz a todo el mundo, pero muchos de los mayores
poderes de este mundo siguen atacando a la Iglesia Católica o conspirando contra ella igual que
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Nº 105 Diciembre de 2014
antes, ante la indiferencia o complicidad de muchos que han desistido de defenderla activamente.
Cuanto antes volvamos a tomar conciencia de que hemos sido enviados “como ovejas en medio de
lobos” y actuemos en consecuencia, tanto mejor para la Iglesia y también para el mundo, que
necesita desesperadamente que Aquélla cumpla fielmente su misión.
***
En comunión con el Papa y con toda la Iglesia Católica, a todos ustedes, queridos hermanos y
hermanas, residentes en tantos países del mundo y unidos a nosotros a través de Internet, les
deseamos una muy santa y feliz Navidad.
“En este día, iluminado por la esperanza evangélica que proviene de la humilde gruta de Belén,
pido para todos ustedes el don navideño de la alegría y de la paz: para los niños y los ancianos, para
los jóvenes y las familias, para los pobres y marginados. Que Jesús, que vino a este mundo por
nosotros, consuele a los que pasan por la prueba de la enfermedad y el sufrimiento y sostenga a los
que se dedican al servicio de los hermanos más necesitados. ¡Feliz Navidad a todos!” (Mensaje
Urbi et Orbi del Santo Padre Francisco, 25 de diciembre de 2013).
***
Como de costumbre, la Revista Fe y Razón no será publicada en enero. Nos reencontraremos con
ustedes a principios de febrero, si Dios quiere.
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Nº 105 Diciembre de 2014
Mons. Juan Claudio Sanahuja en Montevideo
Equipo de Dirección
Del lunes 17 al miércoles 19 de noviembre de 2014, invitado por el Centro Cultural Católico Fe y
Razón, estuvo en Montevideo Mons. Dr. Juan Claudio Sanahuja, destacado líder pro-vida y profamilia argentino.
Juan Claudio Sanahuja, nacido en Buenos Aires en 1947, es sacerdote de la Prelatura del Opus Dei,
periodista y Doctor en Teología. Fue miembro de la Pontificia Academia Pro-Vida de 1998 a 2011
y ha colaborado en distintos emprendimientos del Pontificio Consejo para la Familia. Edita los
boletines electrónicos Noticias Globales, que provee material de investigación sobre políticas
relacionadas con la vida humana y la familia, y Notivida, dedicado a los mismos temas, pero
enfocado a la Argentina. En 2011, el Papa Benedicto XVI lo nombró Capellán de Su Santidad por
su trabajo a favor de la vida y la familia, al que se dedica desde hace más de treinta años. Es autor
de varios libros.
El lunes 17 de noviembre Mons. Sanahuja mantuvo una reunión informal en el Hotel Escuela
Kolping con una veintena de militantes pro-vida católicos uruguayos invitados por el Centro
Cultural Católico Fe y Razón,. Sostuvo que hoy en todos los países del mundo la situación de los
pro-vida es muy difícil, debido al creciente empuje de las poderosas fuerzas culturales, políticas y
económicas que promueven la “cultura de la muerte” y de los grupos de presión asociados con ellas.
Afirmó que en Europa y América está comenzando una verdadera persecución incruenta de los
cristianos coherentes con su fe; de ahí la necesidad de apuntalar el derecho a la objeción de
conciencia, última frontera asediada por los adversarios. Sin embargo, nos transmitió un consejo
recibido hace poco directamente del Papa Emérito Benedicto XVI: hemos de mantener la esperanza
y trabajar para formar pequeños grupos firmemente arraigados en la fe, sin poner una confianza
excesiva en las grandes estructuras. Sanahuja subrayó la importancia de que el católico pro-vida
cultive la oración personal y litúrgica y busque un equilibrio adecuado entre su apostolado y sus
compromisos familiares. Además, exhortó a los grupos pro-vida a unirse en torno a proyectos
concretos, respetando la autonomía de cada grupo; compartió su alegría por los frutos del trabajo de
la Fundación Nueva Cristiandad, de la que es Asesor Eclesiástico; alertó contra el peligro de la
politización excesiva; y se mostró dispuesto a participar de un eventual congreso rioplatense de
bioética.
El martes 18 de noviembre Mons. Sanahuja dictó una conferencia, organizada por el Centro
Cultural Católico Fe y Razón,, sobre “Los nuevos paradigmas éticos” en el Aula Magna Pablo VI
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de la Facultad de Teología del Uruguay Monseñor Mariano Soler, ante unas ochenta personas.
Expuso los nuevos paradigmas éticos promovidos por la Organización de las Naciones Unidas: el
paradigma del utilitarismo sentimental mayoritario, el nuevo paradigma de la salud (que incluye la
“salud reproductiva” y el concepto de que no todos los seres humanos tienen derecho a la salud), el
nuevo paradigma de los derechos humanos (que considera que los derechos humanos son
evolutivos e incluye “nuevos derechos humanos” tales como los “derechos sexuales” y los
“derechos reproductivos”), el nuevo paradigma de la familia (que se basa en la ideología de género
y promueve los “nuevos modelos de familia”, al margen de la “familia tradicional”) y el nuevo
paradigma religioso, que busca una nueva religión universal sin dogmas, afín a la espiritualidad de
la Nueva Era, para dar un sustento ético de corte relativista al “Nuevo Orden Mundial”, o sea a la
revolución social anticristiana en curso. Sanahuja desarrolló sobre todo este último punto, debido a
su gran peligrosidad. Después de su conferencia, respondió a preguntas de los participantes,
enfatizando que la doctrina católica no puede cambiar sustancialmente, pues se desarrolla en el
tiempo de un modo homogéneo.
Quienes asistieron a esta conferencia tuvieron la oportunidad de adquirir un ejemplar de la nueva
edición ampliada del primer libro de Juan C. Sanahuja: El Gran Desafío: la Cultura de la Vida
contra la Cultura de la Muerte. Próximamente Mons. Sanahuja estará en Brasil para el lanzamiento
de la primera edición de ese libro en portugués.
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Doctrina del Santísimo Sacramento de la Penitencia
Concilio de Trento
No obstante que el sacrosanto, ecuménico y general Concilio de Trento, congregado legítimamente
en el Espíritu Santo, y presidido de los mismos Legado y Nuncios de la santa Sede Apostólica, ha
hablado latamente, en el decreto sobre la Justificación, del sacramento de la Penitencia, con alguna
necesidad por la conexión que tienen ambas materias; sin embargo, es tanta y tan varia la multitud
de errores que hay en nuestro tiempo acerca de la Penitencia, que será muy conducente a la utilidad
pública dar más completa y exacta definición de este Sacramento; en la que demostrados y
exterminados con el auxilio del Espíritu Santo todos los errores, quede clara y evidente la verdad
católica; la misma que este santo Concilio al presente propone a todos los cristianos para que
perpetuamente la observen.
Capítulo I. De la necesidad e institución del sacramento de la Penitencia
Si tuviesen todos los reengendrados tanto agradecimiento a Dios, que constantemente conservasen
la santidad que por su beneficio y gracia recibieron en el Bautismo, no habría sido necesario que se
hubiese instituido otro sacramento distinto de éste, para lograr el perdón de los pecados. Mas como
Dios, abundante en su misericordia, conoció nuestra debilidad, estableció también remedio para la
vida de aquellos que después se entregasen a la servidumbre del pecado, y al poder o esclavitud del
demonio; es a saber, el sacramento de la Penitencia, por cuyo medio se aplica a los que pecan
después del Bautismo el beneficio de la muerte de Cristo. Fue en efecto necesaria la penitencia en
todos tiempos para conseguir la gracia y justificación a todos los hombres que hubiesen incurrido
en la mancha de algún pecado mortal, y aun a los que pretendiesen purificarse con el sacramento
del Bautismo; de suerte que abominando su maldad, y enmendándose de ella, detestasen tan grave
ofensa de Dios, reuniendo el aborrecimiento del pecado con el piadoso dolor de su corazón. Por esta
causa dice el Profeta: “Convertíos, y haced penitencia de todos vuestros pecados: y con esto no os
arrastrará la iniquidad a vuestra perdición”. También dijo el Señor: “Si no hiciereis penitencia,
todos sin excepción pereceréis”. Y el Príncipe de los Apóstoles San Pedro decía, recomendando la
penitencia a los pecadores que habían de recibir el Bautismo: “Haced penitencia, y recibid todos el
Bautismo”. Es de advertir que la penitencia no era sacramento antes de la venida de Cristo, ni
tampoco lo es después de ésta, respecto de ninguno que no haya sido bautizado. El Señor, pues,
estableció principalmente el sacramento de la Penitencia, cuando resucitado de entre los muertos
sopló sobre sus discípulos, y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo: los pecados de aquellos que
perdonareis, les quedan perdonados; y quedan ligados los de aquellos que no perdonareis”. De este
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hecho tan notable, y de estas tan claras y precisas palabras, ha entendido siempre el universal
consentimiento de todos los Padres que se comunicó a los Apóstoles y a sus legítimos sucesores el
poder de perdonar y de retener los pecados al reconciliarse los fieles que han caído en ellos después
del Bautismo; y en consecuencia reprobó y condenó con mucha razón la Iglesia católica como
herejes a los Novacianos, que en los tiempos antiguos negaron pertinazmente el poder de perdonar
los pecados. Y ésta es la razón porque este santo Concilio, al mismo tiempo que aprueba y recibe
este verdaderísimo sentido de aquellas palabras del Señor, condena las interpretaciones imaginarias
de los que falsamente las tuercen contra la institución de este Sacramento, entendiéndolas de la
potestad de predicar la palabra de Dios y de anunciar el Evangelio de Jesucristo.
Capítulo II. De la diferencia entre el sacramento de la Penitencia y el Bautismo
Se conoce empero, por muchas razones, que este Sacramento se diferencia del Bautismo; porque
además de que la materia y la forma, con las que se completa la esencia del Sacramento, son en
extremo diversas, consta evidentemente que el ministro del Bautismo no debe ser juez; pues la
Iglesia no ejerce jurisdicción sobre las personas que no hayan entrado antes en ella por la puerta del
Bautismo. “¿Qué tengo yo que ver — dice el Apóstol — sobre el juicio de los que están fuera de la
Iglesia?” No sucede lo mismo respecto de los que ya viven dentro de la fe, a quienes Cristo nuestro
Señor llegó a hacer miembros de su cuerpo, lavándolos con el agua del Bautismo; pues no quiso
que si éstos después se contaminasen con alguna culpa se purificaran repitiendo el Bautismo, no
siendo esto lícito por razón alguna en la Iglesia católica; sino que quiso se presentasen como reos
ante el tribunal de la Penitencia, para que por la sentencia de los sacerdotes pudiesen quedar
absueltos, no sola una vez, sino cuantas recurriesen a él arrepentidos de los pecados que
cometieron. Además de esto, uno es el fruto del Bautismo, y otro el de la Penitencia; pues
vistiéndonos de Cristo por el Bautismo, pasamos a ser nuevas criaturas suyas, consiguiendo plena y
entera remisión de los pecados; mas por medio del sacramento de la Penitencia no podemos llegar
de modo alguno a esta renovación e integridad, sin muchas lágrimas y trabajos de nuestra parte, por
pedirlo así la divina justicia: de suerte que con razón llamaron los santos Padres a la Penitencia
especie de Bautismo de trabajo y aflicción. En consecuencia, es tan necesario este sacramento de la
Penitencia a los que han pecado después del Bautismo, para conseguir la salvación, como lo es el
mismo Bautismo a los que no han sido reengendrados.
Capítulo III. De las partes y fruto de este Sacramento
Enseña además de esto el santo Concilio que la forma del sacramento de la Penitencia, en la que
principalmente consiste su eficacia, se encierra en aquellas palabras del ministro: Ego te absolvo,
etc., a las que loablemente se añaden ciertas preces por costumbre de la santa Iglesia; mas de ningún
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modo miran éstas a la esencia de la misma forma, ni tampoco son necesarias para la administración
del mismo Sacramento. Son empero como su propia materia los actos del mismo penitente; es a
saber, la Contrición, la Confesión y la Satisfacción; y por tanto se llaman partes de la Penitencia,
por cuanto se requieren de institución divina en el penitente para la integridad del Sacramento, y
para el pleno y perfecto perdón de los pecados. Mas la obra y efecto de este Sacramento, por lo que
toca a su virtud y eficacia, es sin duda la reconciliación con Dios; a la que suele seguirse algunas
veces en las personas piadosas, y que reciben con devoción este Sacramento, la paz y serenidad de
conciencia, así como un extraordinario consuelo de espíritu. Y enseñando el santo Concilio esta
doctrina sobre las partes y efectos de la Penitencia, condena al mismo tiempo las sentencias de los
que pretenden que los terrores que atormentan la conciencia y la fe son las partes de este
Sacramento.
Capítulo IV. De la Contrición
La Contrición, que tiene el primer lugar entre los actos del penitente ya mencionado, es un intenso
dolor y detestación del pecado cometido, con propósito de no pecar en adelante. En todos tiempos
ha sido necesario este movimiento de Contrición para alcanzar el perdón de los pecados; y en el
hombre que ha delinquido después del Bautismo, lo va últimamente preparando hasta lograr la
remisión de sus culpas, si se agrega a la Contrición la confianza en la divina misericordia, y el
propósito de hacer cuantas cosas se requieren para recibir bien este Sacramento. Declara, pues, el
santo Concilio, que esta Contrición incluye no sólo la separación del pecado, y el propósito y
principio efectivo de una vida nueva, sino también el aborrecimiento de la antigua, según aquellas
palabras de la Escritura: “Echad de vosotros todas vuestras iniquidades con las que habéis
prevaricado; y formaos un corazón nuevo, y un espíritu nuevo”. Y en efecto, quien considerare
aquellos clamores de los santos: “Contra ti solo pequé, y en tu presencia cometí mis culpas”;
“estuve oprimido en medio de mis gemidos”; “regaré con lágrimas todas las noches de mi lecho”;
“repasaré en tu presencia con amargura de mi alma todo el discurso de mi vida”; y otros clamores
de la misma especie, comprenderá fácilmente que dimanaron todos éstos de un odio vehemente de
la vida pasada, y de una detestación grande de las culpas. Enseña además de esto que, aunque
suceda alguna vez que esta Contrición sea perfecta por la caridad, y reconcilie al hombre con Dios,
antes que efectivamente se reciba el sacramento de la Penitencia, sin embargo no debe atribuirse la
reconciliación a la misma Contrición, sin el propósito que se incluye en ella de recibir el
Sacramento. Declara también que la Contrición imperfecta, llamada atrición, por cuanto
comúnmente procede o de la consideración de la fealdad del pecado, o del miedo del infierno, y de
las penas, como excluya la voluntad de pecar con esperanza de alcanzar el perdón, no sólo no hace
al hombre hipócrita y mayor pecador, sino que también es don de Dios e impulso del Espíritu
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Santo, que todavía no habita en el penitente, pero si sólo lo mueve, y ayudado con Él el penitente se
abre camino para llegar a justificarse. Y aunque no pueda por sí mismo sin el sacramento de la
Penitencia conducir al pecador a la justificación, lo dispone no obstante para que alcance la gracia
de Dios en el sacramento de la Penitencia. En efecto, aterrados útilmente con este temor los
habitantes de Nínive, hicieron penitencia con la predicación de Jonás, llena de miedos y terrores, y
alcanzaron misericordia de Dios. En este supuesto falsamente calumnian algunos a los escritores
católicos, como si enseñasen que el sacramento de la Penitencia confiere la gracia sin movimiento
bueno de los que la reciben: error que nunca ha enseñado ni pensado la Iglesia de Dios; y del
mismo modo enseñan con igual falsedad, que la Contrición es un acto violento, y sacado por fuerza,
no libre, ni voluntario.
Capítulo V. De la Confesión
De la institución que queda explicada del sacramento de la Penitencia, ha entendido siempre la
Iglesia universal que el Señor instituyó también la Confesión entera de los pecados, y que es
necesaria de derecho divino a todos los que han pecado después de haber recibido el Bautismo;
porque estando nuestro Señor Jesucristo para subir de la tierra al cielo, dejó a los sacerdotes sus
vicarios como presidentes y jueces, a quienes se denunciasen todos los pecados mortales en que
cayesen los fieles cristianos, para que con esto diesen, en virtud de la potestad de las llaves, la
sentencia del perdón o retención de los pecados. Consta, pues, que no han podido los sacerdotes
ejercer esta autoridad de jueces sin conocimiento de la causa, ni proceder tampoco con equidad en
la imposición de las penas, si los penitentes sólo les hubiesen declarado en general, y no en especie
e individualmente sus pecados. De esto se colige que es necesario que los penitentes expongan en la
Confesión todas las culpas mortales de que se acuerdan, después de un diligente examen, aunque
sean absolutamente ocultas, y sólo cometidas contra los dos últimos preceptos del Decálogo; pues
algunas veces dañan estas más gravemente al alma, y son más peligrosas que las que se han
cometido externamente. Respecto de las veniales, por las que no quedamos excluidos de la gracia
de Dios, y en las que caemos con frecuencia, aunque se proceda bien, provechosamente y sin
ninguna presunción, exponiéndolas en la Confesión, lo que demuestra el uso de las personas
piadosas, no obstante se pueden callar sin culpa, y perdonarse con otros muchos remedios. Mas
como todos los pecados mortales, aun los de solo pensamiento, son los que hacen a los hombres
hijos de ira y enemigos de Dios, es necesario recurrir a Dios también por el perdón de todos ellos,
confesándolos con distinción y arrepentimiento. En consecuencia, cuando los fieles cristianos se
esmeran en confesar todos los pecados de que se acuerdan, los proponen sin duda todos a la divina
misericordia con el fin de que se los perdone. Los que no lo hacen así, y callan algunos a sabiendas,
nada presentan que perdonar a la bondad divina por medio del sacerdote; porque si el enfermo tiene
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vergüenza de manifestar su enfermedad al médico, no puede curar la medicina lo que no conoce.
Colígese además de esto que se deben explicar también en la Confesión aquellas circunstancias que
mudan la especie de los pecados; pues sin ellas no pueden los penitentes exponer íntegramente los
mismos pecados, ni tomar los jueces conocimiento de ellos; ni puede darse que lleguen a formar
exacto juicio de su gravedad, ni a imponer a los penitentes la pena proporcionada a ellos. Por esta
causa es fuera de toda razón enseñar que han sido inventadas estas circunstancias por hombres
ociosos, o que sólo se ha de confesar una de ellas, es a saber, la de haber pecado contra su hermano.
También es impiedad decir que la Confesión que se manda hacer en dichos términos es imposible;
así como llamarla potro de tormento de las conciencias; pues es constante que sólo se pide en la
Iglesia a los fieles que, después de haberse examinado cada uno con suma diligencia y explorado
todos los senos ocultos de su conciencia, confiese los pecados con que se acuerde haber ofendido
mortalmente a su Dios y Señor; mas los restantes de que no se acuerda el que los examina con
diligencia, se creen incluidos generalmente en la misma Confesión. Por ellos es por los que
pedimos confiados con el Profeta: “Purifícame, Señor, de mis pecados ocultos”. Esta misma
dificultad de la Confesión mencionada, y la vergüenza de descubrir los pecados, podrían por cierto
parecer gravosas, si no se compensasen con tantas y tan grandes utilidades y consuelos como
certísimamente logran con la absolución todos los que se acercan con la disposición debida a este
Sacramento. Respecto de la Confesión secreta con sólo el sacerdote, aunque Cristo no prohibió que
alguno pudiese confesar públicamente sus pecados en satisfacción de ellos, y por su propia
humillación, y tanto por el ejemplo que se da a otros como por la edificación de la Iglesia ofendida:
sin embargo no hay precepto divino de esto; ni mandaría ninguna ley humana con bastante
prudencia que se confesasen en público los delitos, en especial los secretos; de donde se sigue que,
habiendo recomendado siempre los santísimos y antiquísimos Padres con grande y unánime
consentimiento la Confesión sacramental secreta, que ha usado la santa Iglesia desde su
establecimiento y al presente también usa, se refuta con evidencia la fútil calumnia de los que se
atreven a enseñar que no está mandada por precepto divino, que es invención humana y que tuvo
principio de los Padres congregados en el Concilio de Letrán; pues es constante que no estableció la
Iglesia en este Concilio que se confesasen los fieles cristianos, estando perfectamente instruida de
que la Confesión era necesaria y establecida por derecho divino, sino sólo ordenó en él que todos y
cada uno cumpliesen el precepto de la Confesión a lo menos una vez en el año, desde que llegasen
al uso de la razón, por cuyo establecimiento se observa ya en toda la Iglesia, con mucho fruto de las
almas fieles, la saludable costumbre de confesarse en el sagrado tiempo de Cuaresma, que es
particularmente acepto a Dios; costumbre que este santo Concilio da por muy buena, y adopta como
piadosa y digna de que se conserve.
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Capítulo VI. Del ministro de este Sacramento, y de la Absolución
Respecto del ministro de este Sacramento declara el santo Concilio que son falsas, y enteramente
ajenas de la verdad evangélica, todas las doctrinas que extienden perniciosamente el ministerio de
las llaves a cualesquiera personas que no sean Obispos ni sacerdotes, persuadiéndose que aquellas
palabras del Señor: “Todo lo que ligareis en la tierra, quedará también ligado en el cielo; y todo lo
que desatareis en la tierra, quedará también desatado en el cielo”; y aquellas: “Los pecados de
aquellos que perdonareis, les quedan perdonados, y quedan ligados los de aquellos que no
perdonareis”; se intimaron a todos los fieles cristianos tan promiscua e indiferentemente, que
cualquiera, contra la institución de este Sacramento, tenga poder de perdonar los pecados; los
públicos por la corrección, si el corregido se conformase, y los secretos por la Confesión voluntaria
hecha a cualquiera persona. Enseña también que aun los sacerdotes que están en pecado mortal
ejercen como ministros de Cristo la autoridad de perdonar los pecados, que se les confirió, cuando
los ordenaron, por virtud del Espíritu Santo; y que sienten erradamente los que pretenden que no
tienen este poder los malos sacerdotes. Porque aunque sea la absolución del sacerdote
comunicación de ajeno beneficio, sin embargo no es sólo un mero ministerio o de anunciar el
Evangelio, o de declarar que los pecados están perdonados, sino que es a manera de un acto
judicial, en el que pronuncia el sacerdote la sentencia como juez; y por esta causa no debe tener el
penitente tanta satisfacción de su propia fe que, aunque no tenga contrición alguna, o falte al
sacerdote la intención de obrar seriamente y de absolverle de veras, juzgue no obstante que queda
verdaderamente absuelto en la presencia de Dios por sola su fe; pues ni ésta le alcanzaría perdón
alguno de sus pecados sin la penitencia, ni habría alguno, a no ser en extremo descuidado de su
salvación, que conociendo que el sacerdote lo absolvía por burla, no buscase con diligencia otro que
obrase con seriedad.
Capítulo VII. De los casos reservados
Y por cuanto pide la naturaleza y esencia del juicio que la sentencia recaiga precisamente sobre
súbditos, siempre ha estado persuadida la Iglesia de Dios, y este Concilio confirma por certísima
esta persuasión, que no debe ser de ningún valor la absolución que pronuncia el sacerdote sobre
personas en quienes no tiene jurisdicción ordinaria o subdelegada. Creyeron además nuestros
santísimos Padres que era de grande importancia para el gobierno del pueblo cristiano que ciertos
delitos de los más atroces y graves no se absolviesen por un sacerdote cualquiera, sino sólo por los
sumos sacerdotes; y ésta es la razón porque los sumos Pontífices han podido reservar a su particular
juicio, en fuerza del supremo poder que se les ha concedido en la Iglesia universal, algunas causas
sobre los delitos más graves. Ni se puede dudar, puesto que todo lo que proviene de Dios procede
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con orden, que sea lícito esto mismo a todos los Obispos, respectivamente a cada uno en su
diócesis, de modo que ceda en utilidad, y no en ruina, según la autoridad que tienen comunicada
sobre sus súbditos con mayor plenitud que los restantes sacerdotes inferiores, en especial respecto
de aquellos pecados a que va anexa la censura de la excomunión. Es también muy conforme a la
autoridad divina que esta reserva de pecados tenga su eficacia, no sólo en el gobierno externo, sino
también en la presencia de Dios. No obstante, siempre se ha observado con suma caridad en la
Iglesia católica, con el fin de precaver que alguno se condene por causa de estas reservas, que no
haya ninguna en el artículo de la muerte; y por tanto pueden absolver en él todos los sacerdotes a
cualquier penitente de cualesquiera pecados y censuras. Mas no teniendo aquellos autoridad alguna
respecto de los casos reservados, fuera de aquel artículo, procuren únicamente persuadir a los
penitentes que vayan a buscar sus legítimos superiores y jueces para obtener la absolución.
Capítulo VIII. De la necesidad y fruto de la Satisfacción
Finalmente respecto de la Satisfacción, que así como ha sido la que entre todas las partes de la
Penitencia han recomendado en todos los tiempos los santos Padres al pueblo cristiano, así también
es la que principalmente impugnan en nuestros días los que mostrando apariencia de piedad la han
renunciado interiormente; declara el santo Concilio que es del todo falso y contrario a la palabra
divina afirmar que nunca perdona Dios la culpa sin que perdone al mismo tiempo toda la pena. Se
hallan por cierto claros e ilustres ejemplos en la sagrada Escritura con los que, además de la
tradición divina, se refuta con suma evidencia aquel error. La conducta de la justicia divina parece
que pide, sin género de duda, que Dios admita de diferente modo en su gracia a los que por
ignorancia pecaron antes del Bautismo, que a los que ya libres de la servidumbre del pecado y del
demonio, y enriquecidos con el don del Espíritu Santo, no tuvieron horror de profanar con
conocimiento el templo de Dios, ni de contristar al Espíritu Santo. Igualmente corresponde a la
clemencia divina que no se nos perdonen los pecados sin que demos alguna satisfacción; no sea que
tomando ocasión de esto, y persuadiéndonos de que los pecados son más leves, procedamos como
injuriosos e insolentes contra el Espíritu Santo, y caigamos en otros muchos más graves,
atesorándonos de este modo la indignación para el día de la ira. Apartan sin duda eficacísimamente
del pecado, y sirven como de freno que sujeta, estas penas satisfactorias, haciendo a los penitentes
más cautos y vigilantes para lo futuro: sirven también de medicina para curar los resabios de los
pecados y borrar con actos de virtudes contrarias los hábitos viciosos que se contrajeron con la mala
vida. Ni jamás ha creído la Iglesia de Dios que había camino más seguro para apartar los castigos
con que Dios amenazaba, que el que los hombres frecuentasen estas obras de penitencia con
verdadero dolor de su corazón. Agrégase a esto que, cuando padecemos, satisfaciendo por los
pecados, nos asemejamos a Jesucristo que satisfizo por los nuestros, y de quien proviene toda
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nuestra suficiencia; sacando también de esto mismo una prenda cierta de que si padecemos con Él,
con Él seremos glorificados. Ni esta satisfacción que damos por nuestros pecados es en tanto grado
nuestra, que no sea por Jesucristo; pues los que nada podemos por nosotros mismos, como
apoyados en solas nuestras fuerzas, todo lo podemos por la cooperación de Aquel que nos conforta.
En consecuencia de esto, no tiene el hombre por qué gloriarse; sino por el contrario, toda nuestra
complacencia proviene de Cristo, en el que vivimos, en el que merecemos y en el que satisfacemos,
haciendo frutos dignos de penitencia, que toman su eficacia del mismo Cristo, por quien son
ofrecidos al Padre, y por quien el Padre los acepta. Deben, pues, los sacerdotes del Señor imponer
penitencias saludables y oportunas en cuanto les dicte su espíritu y prudencia, según la calidad de
los pecados y la disposición de los penitentes; no sea que si por desgracia miran con
condescendencia sus culpas, y proceden con mucha suavidad con los mismos penitentes,
imponiéndoles una ligerísima satisfacción por gravísimos delitos, se hagan partícipes de los
pecados ajenos. Tengan, pues, siempre a la vista, que la satisfacción que imponen, no sólo sirva
para que se mantengan en la nueva vida, y los cure de su enfermedad, sino también para
compensación y castigo de los pecados pasados: pues los antiguos Padres creen y enseñan, que se
han concedido las llaves a los sacerdotes, no sólo para desatar, sino también para ligar. Ni por esto
creyeron fuese el sacramento de la Penitencia un tribunal de indignación y castigos; así como
tampoco ha enseñado jamás católico alguno que la eficacia del mérito y satisfacción de nuestro
Señor Jesucristo se podría obscurecer o disminuir en parte por estas nuestras satisfacciones:
doctrina que, no queriendo entender los herejes modernos, en tales términos enseñan ser la vida
nueva perfectísima penitencia, que destruyen toda la eficacia y uso de la satisfacción.
Capítulo IX. De las obras satisfactorias
Enseña además el sagrado Concilio que es tan grande la liberalidad de la divina beneficencia, que
no sólo podemos satisfacer a Dios Padre, mediante la gracia de Jesucristo, con las penitencias que
voluntariamente emprendemos para satisfacer por el pecado, o con las que nos impone a su arbitrio
el sacerdote con proporción al delito; sino también, lo que es grandísima prueba de su amor, con los
castigos temporales que Dios nos envía y padecemos con resignación.
Concilio de Trento, Sesión XIV, 25 de noviembre de 1551.
13
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Jesús, los pobres y los otros en la exégesis de los principales teólogos de la liberación. X
por el Mons. Dr. Miguel Antonio Barriola
Jesús los pobres y todas las gentes en el juicio final (Mateo 25:31-46)
Llegamos, con el estudio de este pasaje, al último de los textos propuestos para alcanzar el objetivo
del presente curso. Se ha de recordar el enunciado de la pregunta que se quería clarificar: “El amor
de predilección de Jesús por los pobres ¿quiere decir exclusión o hasta lucha contra los otros?”1
Como guía y resumen del problema se proponía allí mismo: “La respuesta podrá ser buscada en el
análisis de los siguientes pasajes evangélicos: El discurso de Jesús en Nazaret (Lucas 4:16-30); las
Bienaventuranzas (Mateo 5:1-12; Lucas 6:20-46); La embajada del Bautista (Mateo 11:2-6; Lucas
7:18-23); los criterios para el juicio final (Mateo 25:31-46)”2
Con el texto presente nos acercamos a un punto de gran síntesis. Tratándose, en efecto, de un
“juicio final”, quiere decir que se considerarán asuntos fundamentales, se tendrá el balance, así
como todo estudiante, al acercarse los exámenes, trata de hacer el repaso de todo lo que ha
estudiado, de obtener la propia visión de problemas y soluciones, preparándose a responder,
partiendo de este punto de vista completo.
En esta grandiosa escena encontramos, pues, los principales ingredientes que han hecho parte de
nuestra indagación exegética: Jesús como Hijo del hombre y soberano juez del universo; los pobres,
que sirven como criterio y prueba de salvación o condenación; y los otros, que serán examinados de
acuerdo al ejercicio del amor que habrán efectivamente demostrado (o no) hacia los menesterosos.
Volvemos también a encontrarnos con “la exégesis de los principales teólogos de la liberación”
como enunciaba el título del curso.
En tal sentido y haciendo casi una inclusio con el comienzo de estas lecciones y la preocupación
principal de la teología de la liberación, Gustavo Gutiérrez escribe muy acertadamente: “El texto
de Mateo 25 se encuentra en perfecta concordancia con el comienzo del Sermón de la Montaña.
Felices aquellos que dan de comer al pobre, que le dan de beber, que visitan al prisionero, los que
hospedan a los sin techo. El discípulo es aquel que ha de emprender el camino de las obras. Felices,
pues, los que se comportan como seguidores de Jesús. Felices aquellos para quienes el pobre debe
ser una preferencia para su amor”.3
1
2
3
Pontificia Universitas Gregoriana, Facultas Theologiae — Programma studiorum 1987-1988, Romae (1987) 49
Ibid.
Evangelización y opción por los pobres…, 60.
14
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Más adelante, en la obra recién citada, hará este comentario, a propósito de la importancia que ha
tenido este texto para el trabajo teológico latinoamericano: “Un texto clave para la reflexión fue
Mateo 25, que ayudó a muchos cristianos. Tan es así que en la década de los 60, en el Perú y en
América Latina vi un movimiento en torno a este texto, de compromiso por el pobre”.4
Leonardo Boff, así comenta el trozo que nos ocupará dentro de poco: “En la parábola de los
cristianos anónimos (Mateo 25:31-46), el Juez eterno no pregunta a ninguno según los cánones de
la dogmática, ni si en la vida de cada hombre hubo o no una referencia explícita al misterio de
Cristo. Pregunta si han hecho algo en favor de los necesitados. Esto lo decide todo… El sacramento
del hermano es absolutamente necesario para la salvación”.5
Juan Luis Segundo ha hecho de este texto uno de los principales motivos de sus reflexiones, mucho
antes de la publicación (en 1971) del célebre libro de Gustavo Gutiérrez . Ya había sido usado por
él para explicar el concepto de Iglesia característico en todas sus obras.6 En varias ocasiones
recurrirá a Mateo 25 en su Respuesta al Cardenal Ratzinger (77-78; 82-89). Más adelante
volveremos sobre su posición al respecto.
Pero, antes de continuar, es menester también aquí retomar la advertencia metodológica que
hiciéramos ya antes. Como lo hace notar Léopold Sabourin: “Esta dramática representación del
último juicio se encuentra sólo en el primer evangelio y sintetiza muchos elementos que son
típicamente mateanos”.7 Si, por lo tanto, Mateo vale aquí por la extrema importancia que él da a los
pobres, en una escena que sólo él transmite, no es honesto, exegéticamente hablando, relativizar
tanto sus enfoques teológicos, en otros momentos de su obra (Bienaventuranzas), llegando casi a
considerarlo un falsario. Recordemos hasta qué punto estos escritores latinoamericanos lo trataron
de “espiritualizante” (“pobres de espíritu”: Mateo 5:3). Seamos honestos, pues, y tomemos en serio
a Mateo, en todo su testimonio, no solamente cuando parece cuadrar con posiciones tomadas de
antemano.
“Jesús no está, como Mateo, poniendo las bases para una nueva ‘justicia’, por una moral mínima
compatible con el reino”.8
4
Ibid., 71. Ver asimismo: La verdad…, 53-54, donde repite casi las mismas palabras.
Jesucristo y la liberación del hombre, 122. Lo mismo en p. 261.
6
Función de la Iglesia en la realidad rioplatense, Montevideo (1962). Obra citada por Gutiérrez en su: Teología de la liberación…, 87, n. 9. Se
puede sospechar que, en sus elucubraciones previas de Lovaina, aquellos futuros “pioneros de la teología latinoamericana”, ya habían dado con ésta,
que, en sus futuras interpretaciones compartidas, significaría una mina de comprobaciones para sus posturas.
7
Il Vangelo di Matteo, 962.
8
El hombre de hoy…, 235. Ya antes (184-185) llega a decir que Mateo “tuvo miedo de la inmoralidad de la parábola de los invitados al banquete de
bodas” (Mateo 22: 1-14) y por eso habría añadido la última parte sobre el vestido nupcial: vv. 11-14. En las pp. 237-238 contrapone la presentación
de Lucas a la de Mateo, escribiendo: “Si rechazamos, con la versión de Lucas, la clave de Mateo, basada sobre la moralidad y sus correspondientes
méritos y recurrimos a la única coherente con la versión de Lucas… el significado se vuelve extraordinariamente simple…: procurar el reino es
procurar que todos tengan solucionadas sus principales necesidades” (238). Para concluir: “Constatamos que es sólo Mateo en su redacción o en sus
materiales propios, quien nos desorienta a propósito del reino” (240-241).
5
15
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Lo mismo dígase de Leonardo Boff, cuando en relación a Mateo 5:17-19 (versículos que podrían ir
en contra de sus afirmaciones) explica: “Ya la exégesis católica, ya la protestante han demostrado
que no se trata de un logion del Jesús histórico, sino, más bien de una construcción de comunidad
primitiva, especialmente de Mateo…”9 Pero se da el caso que, ocho páginas más adelante (en 107),
no dudará en atribuir a Jesús Mateo 5:19. Escribirá, de hecho: “Jesús permite que sean observadas
aquellas tradiciones, mientras no sean nocivas, pero sí favorables al objetivo principal (Mateo 5:1920; 23-24)”.
Una vez más: es necesario ser coherentes, evitando cualquier selectividad en el uso que se hace de
la Sagrada Escritura, permaneciendo bien lejos de un oportunismo que, cuando es conveniente,
apela a ciertos textos, claramente redaccionales y debidos a la orientación teológica de un
determinado evangelista; para después minimizar otras perícopas, hasta del mismo hagiógrafo, con
la escapatoria de insinuar su proveniencia comunitaria, supuestamente no reconducible al Jesús de
la historia.
Algunas premisas exegéticas
Un aviso previo importante, que hay que hacer notar, consiste en tomar cuenta de que, si bien es
solemne y grandiosa, no es la de Mateo 25 la única descripción del último juicio que nos ha
transmitido la tradición evangélica. Tampoco la materia, sobre la cual se desarrollará la separación
entre elegidos y condenados, se agota en el elenco aquí presentado por el primer evangelista.
También en diferentes contextos encontramos diálogos o amonestaciones del Señor relativas a otras
buenas obras o virtudes necesarias para ser admitidos y no rechazados por el Señor en el último día.
Por ejemplo: Mateo 7:22: “Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿No hemos profetizado en
tu nombre y en tu nombre hemos hecho milagros? Y entonces les declararé: ‘Jamás os he conocido;
lejos de mí los que hacéis el mal’”. Quiere decir que ante aquel supremo tribunal se podrán
encontrar tantos que conocían ya al Señor, aunque no se comprometieron a redoblar con las obras
aquel conocimiento. Lo mismo sucede con las parábolas que preceden a la escena de la Parousía.10
En 25:11, lo que se ignora es el día y la hora, pero se supone que ya los que entran al banquete, ya
los que quedaron, conocían el deber de vigilar.
En el mismo capítulo, en los vv. 14-30, el balance tiene como materia la obligación de hacer
productivos los talentos recibidos en depósito.
9
Jesucristo, liberador…, 99, n. 6.
Término que aparece sólo en Mateo: 24: 27.37.39. Las otras menciones de tal sustantivo no se dan en el resto de los Sinópticos, ni en Juan, pero sí
en el resto de los escritos neotestamentarios.
10
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En Mateo 10:33 (Marcos 8:38; Lucas 12:8-9; Lucas 9:26) el juez final tendrá como criterio la
confesión explícita de Jesucristo: “Quien, pues, me reconocerá ante los hombres, también yo lo
reconoceré ante mi Padre, que está en los cielos; en cambio, quien me renegará antes los hombres,
también yo lo renegaré ante mi Padre, que está en los cielos”.
Cuanto precede sirva para recordar que la presentación literaria de Mateo no es una especie de film
anticipado del juicio. “Se trata de figuraciones literarias de aquellas normas de juicio, que no deben
ser entendidas a la letra como descripción de lo que efectivamente sucederá”.11
“Todas las gentes”
Otro punto que es necesario esclarecer se refiere a los sujetos que serán sometidos a juicio. La
expresión aparecía ya en Mateo 24:14: “Y este evangelio del reino será predicado en todo el mundo,
en testimonio para todas las gentes; entonces vendrá el fin”. El dicho, que se encuentra sólo en
Mateo, contiene elementos característicos, que merecen ser comentados. En 4:43 y 9:35, nuestro
evangelista ha usado la fórmula “el evangelio del reino”, mientras que en 26:13 escribirá: “Por todo
el mundo, por todas partes será predicado este evangelio…” En 24:14, en cambio, aparece una
fórmula combinada: “este evangelio del reino”, que es característica también, en comparación con
la que usa Marcos: “Pero antes es preciso que el evangelio sea predicado a todas las gentes”
(Marcos 13:10). Para Mateo la presentación del Evangelio consiste esencialmente en la predicación
del Reino en una perspectiva universal, que es subrayada con las palabras: “en todo el mundo”.
Mientras normalmente ta éthne (las gentes) se refiere a los gentiles, en contraposición a ho laós (el
pueblo — de Dios) en Mateo — sobre todo después de 21:43: “se os quitará el reino de Dios y será
dado a gente que haga sus frutos” — panta ta éthne (todas las gentes) parece más bien aludir a
todos los pueblos, incluido Israel, aunque no más considerado como pueblo elegido. En 24:14;
25:32; 28:19 panta ta éthne recuerda la soberanía universal de YHWH en el Antiguo Testamento.
Parece, pues, obvio que todas las naciones estarán presentes en el juicio. En particular aparece
inconcebible que los responsables de la muerte del Salvador se encuentren ausentes, justamente en
el gran día de su manifestación autoritativa. “He aquí que viene sobre las nubes y cada uno lo verá;
también aquellos que lo traspasaron y todas las naciones de la tierra se golpearán el pecho”
(Apocalipsis 1:7).
Es verdad que en algunos textos de la apocalíptica judía el juicio de los gentiles es presentado
separadamente del de Israel, pero no hay razón para suponer que Mateo haya hecho suya esta
perspectiva. Al contrario, considerando hasta qué punto es universalista la visión de Mateo, tanto en
11
Léopold Sabourin, ibid., 964.
17
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esta escena como en la de la gran misión del final de su obra (Mateo 28:16-20: donde panta ta éthne
no puede significar “todos los pueblos menos Israel”), es evidente que él no excluye a nadie ni a
nación alguna del juicio. Es por lo tanto muy cierto que, en este contexto, Mateo no piensa respecto
a éthne con el significado técnico de gentiles, no hebreos.
Se sigue de ello que toda la humanidad será examinada, sea creyentes, cristianos, como aquellos
que no han conocido el evangelio. Lo mismo, como se adelantó, vale para Mateo 28:19, al final del
evangelio: “Amaestrad a todas las gentes”, sin excepción de ningún pueblo.
Por otra parte, en rigor de términos, no son las gentes, sino los individuos, quienes son
evangelizados. Se tiene en cuenta la respuesta libre y personal de cada uno. A esto parece
conducirnos el uso del pronombre masculino autoús, que aparece dos veces como objeto de
“bautizar” y de “enseñar”. Si Mateo hubiese querido entender a “las gentes” globalmente, habría
debido usar el pronombre neutro: autá. Esto vale igualmente para 25:32, donde autoús es el objeto
del verbo “separar”. De hecho es evidente que los pueblos no pueden ser divididos en “buenos y
malos”, mientras que esto es posible para las personas que los componen, sin excluir ni a los judíos
ni a los cristianos.
“Los más pequeños entre estos mis hermanos”
Gustavo Gutiérrez discute sobre este particular con Jean-Claude Ingelaere y Jacques Winandy, para
quienes estos “más pequeños” se referirían sólo a los discípulos de Cristo. Las “gentes”, para estos
autores, serían juzgadas de acuerdo a la acogida que hayan demostrado a los predicadores del
evangelio. Creemos que tiene razón el autor peruano al rechazar esta interpretación.12 Tal sentencia
tiene la ventaja de explicar mejor la sorpresa de aquellos que preguntan: “¿Cuándo te hemos visto
hambriento… sediento… etc.?” (vv. 37,44). También es verdad que la identificación de “los más
pequeños” con los misioneros cristianos podría encontrar fundamento en otros pasajes (Mateo
10:40-42: “uno de estos pequeños… mi discípulo”; Mateo 18, 6: “los pequeños que creen en mí”).
Más aún, Cristo resucitado llama explícitamente a los once discípulos “mis hermanos” (Mateo 28,
10).
Sin embargo, veremos que aquella pregunta tiene sentido también en todos aquellos que conocen ya
el evangelio. En efecto, pese a toda la argumentación presentada, la mayoría de los exégetas
actuales se inclina más bien a ver en “los más pequeños entre estos mis hermanos” de Mateo 25 a
los pobres en general.
12
Teología de la liberación…, 254-256.
18
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Esta interpretación hace ver bien cómo el último discurso de Jesús, en Mateo hace una inclusión
con el primero,13 ya que así como empezó congratulándose con los pobres (Mateo 5:3), al terminar,
culmina también con los actos de piedad hacia los privilegiados en el reino de los cielos. Los pobres
son un importante criterio para el juicio de la historia.
Mateo, por otra parte se ha caracterizado por la insistencia en “hacer obras buenas” (5:16), en el
“producir frutos” (7:7) en “hacer la voluntad de Dios” (12:50).
En su elenco Mateo se detiene en actos de misericordia visible por su carácter más cuantificable.
Pero, obviamente, esto no anula ni invalida lo que se lee en otro lugar, a propósito de la
responsabilidad ética de los actos exteriores (Mateo 5:28-4) y del valor de aquellas acciones que
sólo el Padre puede ver (6:4-18).
Constando sobre el alcance universal del término “todas las gentes” (incluyendo a Israel y los otros
pueblos), se clarifica la extensión también genérica de los otros protagonistas: los pobres, no sólo
los discípulos o los misioneros. Es necesario, igualmente (como ya recordado), no omitir los
matices necesarios, que provienen de otros lugares mateanos, por ejemplo Mateo 28:19, donde
aparece una vez más la expresión “todas las gentes”, que, al fin del evangelio son el objeto del
explícito envío de la Iglesia, de la propuesta clara de la buena nueva, ya que deben ser
“amaestrados” (v. 19),14 “bautizados” en el nombre de Dios uno y trino y “enseñados”, para que
pongan en práctica lo mandado por Jesús (vv. 19-20).
Tampoco se puede considerar la escena de ese juicio definitivo como un examen de
“humanitarismo ecuménico”, donde sólo “el sacramento del hermano” todo lo decide, como escribe
Boff.
Se debe notar, con Sabourin, que “de todos modos… el juicio sigue siendo cristológico, en el
sentido de Mateo 10:40-42: “Quien a vosotros recibe a mí me recibe… y al que me ha enviado”.
Vale la pena ayudar a los pobres por ellos mismos, por lo que son. Además de la ley divina la
misma fraternidad humana lo hace a cualquiera responsable de su condición e impone a todos el
deber de socorrerlos. Pero el juicio presentado por Mateo va más allá de este último nivel, como
bien lo explica un autor: ‘El juicio en base a las obras no es formulado en nombre de un vago
principio ético, que es indiferente respecto al acontecimiento-Cristo. Esto es evidente ya en 25:3146, donde los justos han acudido al hambre del Hijo del hombre y lo han vestido, sin conocerlo,
pero sobre todo en 16:24-26, donde los discípulos son juzgados en base a la imitación de Cristo en
13
Como es sabido, el primer evangelista ha articulado literariamente su obra en cinco grandes sermones: caps. 5-7: de la Montaña; 10: de la misión;
13: de las parábolas; 18: eclesial; 25: escatológico.
14
Mathetéusate trad. hacedlos discípulos.
19
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el sufrimiento y ofrecimiento de sus vidas.15 He aquí, pues, otro capítulo de examen final, referido a
una actitud muy concreta respecto a Cristo, Mesías crucificado. Cuando un hombre es juzgado ‘en
base a sus obras’, esto significa que se lo interpela acerca de su relación con Cristo, del cual dan
testimonio sus obras’.16
Que Cristo se declare solidario con los pobres — prosigue Sabourin — podría depender del hecho
que Él mismo es uno de los pobres de Yahvé de los que habla el Antiguo Testamento… o que Él
mismo ha elegido ser pobre. Es más probable que esta identificación deba ser recibida por lo que es,
o sea como un acto de la voluntad soberana, revelado por Él a los discípulos y a la Iglesia. Todos
los hombres, conscientes o no, a raíz de su actitud para con los pobres están llamados a responder
ante un juicio que involucra su relación con Cristo, el cual no sólo es el juez soberano, sino también
el criterio decisivo de aquel juicio. Esto es verdad, porque para Cristo y Mateo toda la ley y los
profetas dependen del amor a Dios y al prójimo (22:40)”17
Jesús
Aquí, sólo al final Jesús aparece como juez, separando los opuestos y alejadísimos campos, “los
unos de los otros”, los elegidos del Padre de los condenados por la eternidad. En este estadio ultrahistórico se clarifican los puntos oscuros de la historia. Mientras nos encontramos en esta última no
es posible un examen que distribuya la limpieza total de una parte y la suciedad absoluta de la otra.
A esto se debe que un cristiano no puede preferir de tal modo una categoría de personas, que surja
de manera judicial y definitiva contra el resto. En su corazón, hasta el fin del mundo, habrá siempre
la esperanza de la penitencia para todos.
Ya el profeta Ezequiel había propuesto la fragilidad de toda elección humana, con la consiguiente
posibilidad de cambio (tanto hacia el bien como hacia el mal): “Si uno es justo y observa el derecho
y la justicia… actuando con fidelidad, ése es justo y vivirá. Pero si uno ha engendrado un hijo
violento y sanguinario, que comete acciones inicuas, mientras que él no las comete… (ese hijo) no
vivirá y deberá a sí mismo la propia muerte. Pero si uno ha engendrado un hijo que, viendo todos
los pecados cometidos por su padre y por más que los vea, no los comete… éste no morirá por las
iniquidades de su padre, pero por cierto que vivirá. Ha de morir el que ha pecado y no otro; el hijo
no descuenta la iniquidad del padre, ni el padre la del hijo. Al justo le será acreditada su justicia y al
malvado su malicia… ¿Acaso me agrada la muerte del malvado — dice el Señor Dios — y no más
bien que se convierta y viva?” (Ezequiel 18, 5-23).
15
“Si alguno quiere venir en pos de mí, reniéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame… El Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, con sus
ángeles y retribuirá a cada uno según sus obras”.
16
Cita a: K. Barth, G. Bornkamm y otros: Tradition and interpretation in Matthew, Philadelphia (1963).
17
Il Vangelo di Matteo, 969.
20
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Si, pues, entre los miembros de una misma familia no hay seguridad absoluta de su fidelidad y
traición a la ley de Dios, mucho menos podemos canonizar a una clase y condenar a otra, de modo
que se justifique una lucha entre ellas, para extirpar de la historia las causas de la injusticia de modo
definitivo y eficaz.
Jesús, juez definitivo, posterga una claridad semejante sólo para el fin del tiempo. “¿Quieres,
entonces, que vayamos a recoger (la cizaña)?” preguntaron los siervos al patrón (Mateo 13:28).
Pero éste respondió: “No, no sea que arrancando la cizaña, junto con ella también desarraiguen el
trigo. Dejad que la una y el otro crezcan juntos hasta la siega y al momento de la siega diré a los
segadores: juntad primero la cizaña y atadla en manojos para quemarla; el grano, en cambio,
ponedlo en mi granero” (vv. 29-30).
También S. Pablo da este consejo a los corintios: “Por lo mismo, no queráis juzgar nada antes de
tiempo, hasta cuando venga el Señor. Él pondrá a la luz los secretos de las tinieblas y manifestará
las intenciones de los corazones; entonces cada uno tendrá su alabanza de parte de Dios”
(1Corintios 4:3). ¿Quiere decir esto que, hasta que no llegue el juicio definitivo, no nos queda otra
cosa que aguardar fatalísticamente el rendimiento de cuentas ultraterreno?
No es ésta la conclusión. Las precedentes consideraciones sólo nos amonestan sobre la precariedad
de la justicia obtenible en este mundo, acerca de la ilusión que sería hacer creer que alguna
estructura intramundana será capaz de hacer brillar absolutamente la fraternidad, la igualdad, la
libertad y los derechos del hombre.
San Agustín, cuyas panorámicas de la historia hacen una poderosa síntesis entre su enorme cultura
humanística y su no menos profundo estudio de la Escritura, enseña al respecto: “Las aflicciones y
tribulaciones que a veces sufrimos nos sirven de advertencia y corrección. La Sagrada Escritura, en
efecto, no nos promete paz, seguridad y tranquilidad; el Evangelio nos anuncia, más bien,
tribulaciones y pruebas, pero el que permanecerá fiel hasta el fin será salvado.
¿Qué ha tenido de bueno esta vida, comenzando desde el primer hombre, a partir del momento en
que éste se hizo reo de muerte, desde que recibió la maldición, maldición de la que nos ha librado
Cristo, el Señor?
No hay que murmurar, por lo tanto, hermanos, como murmuran algunos — son palabras del
Apóstol — y perecieron (mordidos) por las serpientes. Los mismos sufrimientos que nosotros
soportamos, los debieron soportar también nuestros padres; en esto no hay diferencia… Si ya has
sido liberado de la maldición, si ya has creído en el Hijo de Dios, si ya has sido instruido en las
21
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Sagradas Escrituras, me asombra que tengas por bueno el tiempo en que vivió Adán… Desde el
tiempo de Adán hasta el día de hoy, fatiga, sudor, cardos y espinas”.18
Por lo tanto, la liberación que Cristo nos trae es la salvación de la “maldición”, no necesariamente
la de las “fatigas, sudor, cardos y espinas”. Aquella final y total libertad ya está obtenida, pero “en
esperanza”: “Jesús te ha liberado de la ley del pecado y de la muerte… Yo, de hecho, que los
sufrimientos del momento presente no son parangonables a la gloria futura, que deberá ser revelada
en nosotros… También nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente,
aguardando la adopción de hijos, la redención de nuestro cuerpo. Porque, en esperanza hemos sido
salvados” (Romanos 8:2, 18, 23)19
La lucha principal, entonces, no tiene lugar entre ricos y pobres. Se combate más bien dentro del
corazón de cada uno de los hombres. Los justos pueden caer y los malvados levantarse (como lo
anunciaba Ezequiel y continúa a mantener San Pablo): “De hecho los deseos de la carne se rebelan
contra Dios, porque no se someten a su ley y ni siquiera lo podrían” (Romanos 8:6-7). “La carne, en
realidad, tiene deseos contrarios al Espíritu y el Espíritu tiene deseos contrarios a la carne; estas
cosas se oponen entre sí, de modo que no hacéis lo que queréis” (Gálatas 5:17). Tampoco esto
quiere decir que todo el trabajo del cristiano deberá reducirse al cultivo de una exquisita vida
interior. En el hombre no hay interioridad que no sea exteriorizada de algún modo. El alma humana
ha de informar un cuerpo y el Espíritu Santo es dado a los hombres, que son espíritu y carne,
individuos y sociedad; aspiración eterna, pero que comienza a ser vivida en la historia.
El “corazón”, símbolo y realidad tan usado en la Biblia, no tiene sentido desconectado de todo el
flujo sanguíneo, que llega hasta los extremos del cuerpo.
Pero, en caso de obstáculos, anormalidades, ya personales ya sociales, ¿cuál será la forma
evangélica para aportarles remedio? No parece que sea la lucha. San Pablo aconseja: “Hermanos, si
alguno es sorprendido en alguna culpa, vosotros, que tenéis el Espíritu, corregidlo con dulzura. Y
vigila sobre ti mismo, para no caer también tú en tentación. Llevad los pesos los unos de los otros,
así cumpliréis la ley de Cristo” (Gálatas 6:1-2).
La parábola del juicio en Mateo 25 es también clara a este respecto. Sólo al final las ovejas son
distinguidas de los cabritos. Hasta entonces el Hijo del hombre se comporta como pastor de todos,
llegando hasta a dejar las 99 ovejas fieles, para ir a buscar a la extraviada (Lucas 15:4-7).
18
Sermo Caillou — Saint Yves 2, 92; PLS II, 441-552.
Reencontramos aquí el tema del primero de esta serie de artículos: Teología de la liberación y gemidos del Espíritu, que una vez más subraya la
legitimidad de todo esfuerzo por mejorar situaciones de injusticia y de manifestar la preferencia de Cristo por los pobres. Aunque, sin ceder a la
presunción de que podremos arreglarlo todo, ya aquí, con la vana esperanza de una lucha de clases, que suprimiría todo obstáculo en este mundo.
19
22
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Los pobres
Si antes hemos advertido que esta escena escatológica de Mateo no agota los contenidos del juicio
final,20 no es menos verdadero que la conducta de los hombres hacia los pobres tiene un lugar
singular e importantísimo entre los criterios de salvación o condenación.
Aquí, como decíamos al comienzo de estas lecciones, con la Libertatis nuntius (IX, 10) reside uno
de los méritos de la Teología de la liberación: haber llamado la atención sobre los pobres, con los
que se identifica el Salvador.
La parábola es poderosa y demuestra cómo la vida cristiana no puede reducirse a una dimensión
pietista e individualista. La preocupación por los pobres no es un accesorio de ornato secundario
para una existencia de fe constituida ya en sí misma por otros caminos.
La tradición de la Iglesia se hace eco de la centralidad dada por Jesús en el Evangelio a todos los
necesitados. Hace pocos días se leía en el “Oficio de lecturas”21 este sermón de San León Magno:
“De ninguna otra devoción de los fieles se deleita tanto el Señor, como de ésta, que se dedica a sus
pobres y donde encuentra el cuidado de la misericordia, allí reconoce la imagen de su piedad”.22
Juan Pablo II en su recentísima encíclica Sollicitudo rei socialis (1987) explica que los pobres están
llamados “según la significativa fórmula… ‘los pobres del Señor’, porque el Señor ha querido
identificarse con ellos (Mateo 25:31-46) y se toma especial cuidado de ellos (Salmos 12{11}:6;
Lucas 1:52)”23
Los pobres adquieren así una nobleza y dignidad jamás oídas en la historia. Dios mismo ha querido
depositar su imagen en el hombre; por eso todo ser humano, desde el feto más minúsculo al anciano
más inútil, es digno de sumo respecto y sujeto de derechos. Pero, todavía, entre los hombres, el Hijo
de Dios ha querido llevar a grados altísimos su ternura, ya existente en el Antiguo Testamento,
hacia los pobres. Son el mejor espejo para encontrar la semejanza del Señor.
De todos modos, así como el hombre, por encumbrado que sea,24 no puede ocupar el puesto de
Dios, siendo de Él solamente el reflejo, estupendo y maravilloso, pero derivado de la luz plena, así
se debe decir que el pobre no es Dios. Si Cristo se identifica con los desheredados, esto no significa
que Él mismo se vacíe en ellos. Su persona permanece como el centro de la historia de la salvación
y todo el resto, también los pobres, le es relativo y subordinado.
20
Porque hay tantos otros asuntos sobre los que seremos evaluados, y no de menos importancia, como nuestra acogida del Hijo del hombre en la fe:
Mateo 10: 32-33.
21
Martes de la cuarta semana de cuaresma.
22
Sermo 10 in Quadragesima, 3-5; PL 301.
23
Ibid., 43 y n. 80.
24
“Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y esplendor” (Salmos 8, 6).
23
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Por eso, no parecen justas algunas frases, si no son explicadas un poco más. Por ejemplo, estas
reflexiones de Gustavo Gutiérrez: queremos subrayar en el texto de Mateo, que “no basta decir que
el amor para con Dios es inseparable del amor hacia el prójimo. Hay que afirmar todavía que el
amor a Dios se expresa inevitablemente en el amor al prójimo. Más todavía, Dios es amado en el
prójimo: “si alguno dice: amo a Dios, y odiase a su hermano, es un mentiroso. Quien, en efecto, no
ama al propio hermano que ve, no puede amar a Dios, a quien no ve” (1Juan 4:20). Amar al
hermano, a todo hombre, es una mediación necesaria e imprescindible del amor a Dios, es amar a
Dios: ‘a mí lo habéis hecho.’”25
A lo dicho, se puede señalar que, por más que dos cosas o personas estén íntimamente ligadas,
mantienen siempre su identidad (ante todo si se trata de personas), que no puede ser sustituida por
nada más.
Así, no ha sido raro el fenómeno de estos últimos tiempos, según el cual muchos han pensado más o
menos así. ‘Si Dios se encuentra en el prójimo, si Cristo se identifica con el pobre, atendiendo a
este último, preocupándome por el trabajo social, me encuentro ya en regla con Dios’. Ha sucedido
de este modo que tantos encuentran a Dios por todas partes, menos en la oración, en la Eucaristía o
el resto de los sacramentos. Se escuchan por todas partes los conocidos slogans: “Yo encuentro a
Dios en el prójimo”; “Para mí todo es oración”; “Nada es profano”; “Hay una sola historia”; “Dios
se hace historia”.
Tales actitudes, que querían escapar a los “dualismos”, fueron a parar en no menos extremosos
“monismos”, que se siguieron de una superficial exégesis de Mateo 25. Pues, dado que el Hijo del
hombre declara que todo el bien que se hace a los pobres está dirigido a El mismo, muchos teólogos
acelerados han deducido que inclinándonos al prójimo, nos acercábamos ya a Dios.
Si trasponemos un modo semejante de razonar a otros ámbitos de la teología, se verá a qué absurdos
se llega. Así, por ejemplo: es verdad que “quien ve a Jesús, ve al Padre” (Juan 14:9). Pero… ¿se
podrá concluir de este pasaje que la persona del Padre se vuelve así superflua, porque se ha
identificada con la del Hijo encarnado, disolviéndose en Él? En modo alguno, si nos atenemos a la
revelación íntegra. Ya que el mismo Jesús tiene que volver “hacia el Padre” (ibid., 13:1; 20:17).
Si, por lo tanto, ni siquiera allí donde la unidad y circumincesión es la más estrecha que se pueda
concebir podemos exagerar tanto la unificación que se llegue a cancelar las distinciones personales,
cuánto más errado será olvidar las diferencias entre lo divino y lo humano.
25
Teología de la liberación…, 260.
24
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Viendo esta negación exagerada de los “dualismos”, Y. Congar advertía: “Se puede y se debe decir
Deus est esse, Dios es el existente. El Maestro Eckhart decía: Esse est Deus, la existencia es Dios.
No es lo mismo. También se puede y se debe decir: ‘Dios es amor’; pero no se puede decir: ‘el
amor es Dios’. Se puede y se debe decir: ‘La salvación es liberación’, pero no se puede decir: ‘la
liberación es salvación’. Lo humano no se agota en lo social. El hombre plantea preguntas a las
cuales no puede responder la sociedad y siente ansias que apuntan más allá de sus satisfacciones.”26
Si, pues, amar al hermano es una mediación necesaria del amor para con Dios, ¿se podrá decir
igualmente que es lo mismo que amar a Dios?27 No lo creemos, porque nunca un medio puede tener
la misma dignidad que el fin. Los sacramentos son medios (algunos necesarios) de la gracia; no por
esto “son” la gracia y mucho menos Dios, autor de la gracia. La misma Eucaristía no es Dios.
Porque cesará y Dios no pasará jamás. La Eucaristía es un modo eminente, no hay duda, de la real
presencia del cuerpo de Cristo, Hijo de Dios, pero, dado que acabará sus funciones en el mundo
futuro, no puede ser Dios, que es inmutable y dura “per saecula saeculorum”.
Después, si se recurre al famoso paso joaneo (1Juan 4:20) para hacer notar la ineludible necesidad
del amor al prójimo, si se quiere en verdad amar a Dios, no se debe pasar por alto otro pasaje, no
menos importante, del capítulo siguiente, donde el ritmo del amor aparece diverso, si bien no
contradictorio con el trozo anterior: “En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si
amamos a Dios y observamos los mandamientos” (1Juan 5:2). Uno y otro amor son necesarios, el
uno no va sin el otro, pero uno no es el otro; más todavía: el amor de Dios es de mayor jerarquía
que el amor hacia el prójimo. Dios ha de ser amado con “todo” (corazón, alma, mente: Mateo
22:37). El prójimo “como a ti mismo” (ibid., v. 39). Ahora bien, ninguno puede amarse a sí mismo
“con todo”. Sería idolatría, auto-latría. Cada uno se ama con medida, sabiendo de sus límites y así
ama al prójimo, consciente también de las carencias del otro. Sería un amor distorsionado dirigirse
a un ser humano como si fuese Dios. Hay, entonces, una profundidad del corazón humano que sólo
Dios puede llenar y que ningún otro amor es capaz de agotar.
Por lo mismo, da pena encontrar la tremenda distorsión de tomar el criterio supremo del juicio final
(las premuras para con los pobres) con orgullo y poca caridad.
“¡Qué numerosos son aquellos — se quejaba San Agustín — que, aunque se encuentren entre los
herejes y cismáticos, se llaman mártires! Pero, si diesen la vida por los hermanos no se separarían
de la universal comunidad de los hermanos. Además, ¡qué numerosos son los que distribuyen en
regalos muchos de sus haberes por ostentación! Ellos no buscan otra cosa que el elogio de los
hombres y el aplauso popular, hecho de viento y extremamente inestable. ¿Dónde se encontrará la
26
27
Un pueblo mesiánico, Madrid (1976) 231.
Como se lo afirma en: Teología de la liberación…, 260.
25
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piedra para descubrir la genuinidad de la caridad fraterna, dado que hay personas semejantes? Juan
quiere que la caridad sea sometida a prueba y por ello amonesta: ‘Hijitos, no amemos a palabras ni
con la lengua, sino con hechos y en la verdad’ (1Juan 3:18).
Nos preguntamos: ¿con qué obras, con qué verdad? ¿Puede darse una obra más evidentemente
caritativa que socorrer a los pobres? Muchos lo hacen para ser admirados, no por amor… — no
queda más que esta conclusión: ama al hermano aquel que ante Dios, allí donde sólo Él ve, asegura
su corazón y se pregunta en su intimidad si verdaderamente actúa así por amor del hermano; y aquel
ojo que penetra en el corazón, allí donde no puede llegar el hombre, le da testimonio. Así Pablo
apóstol, porque estaba dispuesto a morir por los hermanos, decía: ‘Yo me consumiré a mí mismo
por vuestras almas’ (2Corintios 12:15); pero, dado que Dios veía estas disposiciones en su corazón,
no ya los hombres, a los que Pablo se dirigía, el Apóstol les asegura: ‘Para mí cuenta poco ser
juzgado por vosotros o por un tribunal humano’ (1Corintios 4:3)”28
Hay, pues, una instancia secreta y misteriosa, donde reina solamente Dios, sobre la cual ni siquiera
el propio “yo” puede contar, porque es “intimior intimo meo.”29 Por eso, siguiendo un poco más el
último texto citado por Agustín, podemos añadir con San Pablo: “Más aún, ni me juzgo a mí
mismo, porque, aunque no son consciente de culpa alguna, no por esto estoy justificado. Quien me
juzga es el Señor” (1Corintios 4:3-4). Es preciso, pues, “entrar en la propia habitación y orar al
Padre en lo secreto, donde Él solo ve” (Mateo 6; 5). Dios es una persona no soluble en las cosas que
hacemos, ni en las personas creadas que amamos.
Por lo cual, son por lo menos equívocas estas otras sentencias de Gutiérrez: “El cristiano no ha
hecho suficientemente su conversión al prójimo, a la justicia social, a la historia. No ha percibido
todavía, con la claridad augurable, que conocer a Dios es obrar la justicia. No vive todavía en un
solo gesto (destaca el autor) con Dios y con los hombres.”30
Se me hace que está pidiendo imposibles. Porque es verdad que el amor todo lo une bajo su suave
dominio. Así, por ejemplo, la esposa y madre, en el hogar, aunque no esté presente su marido o sus
hijos, todo lo hace por amor: cocinar, hacer la limpieza, lavar la ropa, etc. Pero, si no se dieran más
momentos de diálogo personal, donde todas las otras cosas pasan a segundo lugar, ¿quién no diría
que el amor empieza a debilitarse?
No pasa diversamente con Dios. Si no hay gestos secretos, dirigidos explícitamente a la persona de
Dios, aquellos que ninguno sino Él puede captar, el amor hacia Dios se vuelve siempre más frágil.
28
In Primam Epistolam S. Johannis, Tr. 6, 2, ad 1Juan 3: 18.
Confessionum Liber III, 6.11; PL, XXXII, 688.
30
Teología de la liberación…, 269.
29
26
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Hay, además, ocasiones donde hay que elegir entre el primer y el segundo mandamiento. Si las
asociaciones multinacionales me ofrecieran la solución económica para los países subdesarrollados
a cambio de una blasfemia, no podría aceptar. La mártir Perpetua, más que por los tormentos físicos
se vio desgarrada por el amor de su anciano padre, quien por tres veces le había pedido abjurar de la
fe cristiana, por amor a la familia. Y su esclava Felicitas dejó el bebé que había dado a luz en la
cárcel, para ir al encuentro del martirio y al amor superior de Cristo.
Parece, de todos modos, que Gutiérrez, en sucesivas publicaciones, se hubiera desligado de aquellas
frases de sabor monista. De hecho, vemos en qué sentido continúa una aclaración, ya citada en parte
más arriba: “Un texto clave en la reflexión fue Mateo 25, que ayudó a muchos cristianos. Tan es así
que en la década de los sesenta, en Perú y América Latina hubo un movimiento en torno a este
texto, de compromiso con el pobre. Por eso me pareció importante evitar toda posibilidad de
reduccionismo (detenernos en la mediación del pobre sin llegar a Dios). Mi idea era reflexionar
teológicamente para ayudar a los cristianos, que yo veía en el recto camino, que era el empeño por
los pobres, a encontrar el sentido de la fe. Sentía yo que, para muchos de ellos, la fe corría el riesgo
de evaporarse. Les quedaba un vago cristianismo, que era una especie de humanismo generoso. La
fascinación de la política en forma exclusiva era muy grande para muchos y me ha parecido que era
importante pensar teológicamente en la importancia de la fe cristiana para el compromiso
liberador”31 En torno a las mismas ideas, pero con una expresión de gran claridad, confesará más
adelante: “Este texto (Mateo 25) inspiró muchas y valiosas empresas. Pero algunos creían encontrar
en él la idea que bastase el gesto concreto hacia el pobre para definir la ida cristiana. Se trata, sin
duda, de una dimensión indispensable, pero que debe ser enriquecida por otra. Es verdad que el
prójimo, y en modo particular el pobre, es mediación para el encuentro con Cristo (‘a mí lo habéis
hecho’); pero es también verdad, según el Evangelio, que el ‘pasaje’ para nuestra relación con
Cristo nos permite llegar en modo más pleno hasta el prójimo. Cristo es mediador entre nosotros y
Dios Padre, mas es también mediador entre los seres humanos. Las dimensión de compromiso y la
contemplativa son imprescindibles en la existencia cristiana.”32 Enseguida agrega: “Hemos tenido
ocasión de subrayar este punto en varios escritos”. De acuerdo, pero el primero de todos no fue tan
claro y sería necesario corregir, en las sucesivas ediciones, aquel: “único gesto” de convivencia con
Dios y el prójimo. Últimamente habla, con toda la claridad deseable, de “una dimensión y de otra”,
las cuales no son separables, pero ciertamente diversas, siendo una superior a la otra.
31
32
Evangelización y opción por los pobres, 72.
La verdad…, 53-54.
27
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Trasfondo de la secularización
por el Rev. P. José María Iraburu
Igualitarismos y otras psicologías enfermas
En realidad, antes de señalar herejías teológicas, como nestorianismos y pelagianismos, tendría que
referirme a otras enfermedades mentales en cierto modo previas, pues pertenecen al mismo orden
natural, y están así entre los præambula fidei. En este sentido, una de las enfermedades mentales de
hoy, con carácter de epidemia, es la mentalidad igualitaria, que lleva en sí muchos componentes
diversos y que, como sabemos, se difunde universalmente a partir de la Revolución francesa. Es de
suyo distinta de la orientación política democrática, perfectamente legítima si reconoce la soberanía
de Dios. La mentalidad igualitaria, por el contrario, implica una profunda distorsión del orden
natural, una gran ceguera para todos los valores de la Revelación y de la gracia, y lleva en sí una
sorda exigencia de eliminar lo sagrado, lo distinto, lo superior, lo que manifiesta autoridad...
Alergia a la autoridad
Alergia a ver en el sacerdote, dentro del pueblo de Dios, una autoridad real, una especial
participación en la autoridad apostólica, una potenciación especial de santificación al servicio de los
hombres. (Todos los cristianos somos iguales, y en el orden de la santidad o de la santificación, más
todavía). Alergia a la Iglesia entendida como “sacramento universal de salvación”. (No tenemos el
monopolio de la verdad ni de la salvación). Alergia a la autoridad de los padres sobre los hijos.
Alergia a la idea de obediencia y a la misma palabra, en cualquiera de sus versiones, cívica o
eclesial, familiar o escolar... Todo eso, por supuesto, está latente en la secularización del sacerdote y
del religioso. Y también del laico.
Pero, como hemos dicho (Rivera-Iraburu), “el igualitarismo moderno, de inspiración atea, es
contrario no sólo a la Revelación, sino también a la naturaleza. Es una ideología falsa que
solamente haciendo violencia a la realidad de las cosas puede afirmarse. Sabemos científicamente
que, por ejemplo, en cualquier asociación de vivientes — una manada de lobos — domina la
confusión y la ineficacia hasta que en ella se establece una estructuración jerárquica, que implica
relaciones desiguales. Pues bien, la autoridad [que en su misma etimología, auctor, augere, está
diciendo ser una fuerza impulsora y acrecentadora] — la jerarquía, la desigualdad — que es natural
entre los animales [como no sea en un cardumen de anchoas o en otros vivientes mínimos], sigue
siendo natural entre los hombres. Ciertamente en las sociedades humanas habrá que distinguir — no
así en las animales — desigualdades justas, procedentes de Dios, conformes a la naturaleza, y
desigualdades injustas, nacidas de la maldad de los hombres: habrá, pues, que afirmar las primeras
28
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y combatir las segundas. Pero en todo caso debe quedar claro que el principio igualitario, en cuanto
tal, es injusto, es violento, es contrario a la naturaleza” (Síntesis de espiritualidad católica, 25).
Cuando un cristiano se considera y dice igual a un pagano, cuando un ministro sagrado se estima y
se confiesa uno más entre los hermanos laicos, cuando se ve la Iglesia como algo valioso pero no
necesario, se está pervirtiendo, con falsa humildad, toda una economía eclesial de gracia
santificante. Y ese crimen tan grande, y tan lesivo para el apostolado y la vida de la Iglesia, viene a
ser cometido con buena conciencia por aquel que tiene el nous podrido por el virus igualitario. Es
un virus que deja ciegos y sordos a quienes lo padecen. Pero no mudos...
La aversión al héroe
La aversión generalizada al héroe, al santo, al hombre eminente o excelente (eminere, excellere:
que sobresale notablemente por encima del nivel medio) implica una perversión de un sentimiento
natural. Lo natural, ante el hombre admirable, es gozar en su conocimiento, pretender con
entusiasmo su imitación y decirse: “Éste no es como todos, es distinto, es mucho mejor”. Pero para
el igualitario resulta odioso. Enrique Heine, aunque admirador de la Revolución Francesa, no sin
humor decía en 1828, en Cuadros de viaje: “han querido establecer la igualdad de todos cortando
las cabezas de los que a toda costa se empeñaban en sobresalir”.
El hombre de sentimientos igualitarios ve con aprensión al héroe, y sólo le perdona si muestra algún
rasgo vulgar o negativo. Apreciará a aquel santo que fue un gran pecador — no le hace ninguna
gracia María, la Llena de Gracia — . Sentirá simpatía por el militar heroico con la condición de que
confiese que en la guerra experimenta un miedo atroz, o que siente gusto en matar. Verá con buenos
ojos al científico famoso que anda en bicicleta o va a comprar al mercado. Algún pecado, alguna
manía, algún rasgo vulgar debe adornar al hombre eminente: algo que al igualitario le permita
decirse con alivio y satisfacción: “Es como todos, es igual que nosotros”... Por lo demás, el
atractivo que a veces experimenta el igualitario es hacia hombres decadentes, que se confiesan
atados a la droga o mujeriegos, o sin principio moral alguno o dispuestos a triunfar a costa de lo que
sea. Hacia éstos siente una atracción morbosa, llena de admiración y respeto. Podría hablarse aquí
de una admiración descendente. Aquí entra la exaltación estética del antihéroe, concepto y término
antes inexistentes.
En esta enferma lógica psicológica habrá que inscribir la tendencia a secularizar la figura de Cristo,
de María, de los santos... y de los sacerdotes, religiosos y laicos.
29
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Distinto y separado, semejante y unido
Una visión del mundo jerárquica, es decir, verdadera, considera las diferencias del cosmos como
algo natural, exigido por la misma naturaleza, y como algo que ayuda a la unión. Si juntamos unos
cuantos lobos, no hay paz, ni caza ni reproducción hasta que se establece entre ellos el orden de una
jerarquía. Esto es algo natural. En un campo de hierba, por ejemplo, donde cada brizna es semejante
a su vecina y yuxtapuesta a ella, hay poca unión, y puede arrancarse una hierba sin que esto afecte a
su vecina en lo más mínimo. En un árbol, en cambio, todas las partes son distintas y, por eso
mismo, están trabadas orgánicamente entre sí. Y no podríamos lesionar una parte sin afectar al
resto.
Pues bien, el secularismo es igualitario, y piensa, o quizá mejor siente — porque no piensa con la
cabeza, sino con el corazón o con el hígado
—
que un sacerdote o un religioso distinto,
necesariamente, por serlo, ha de verse separado del pueblo. La vida de unos laicos cristianos, si es
distinta de la de los mundanos contemporáneos, llevará inevitablemente al ghetto, a la separación.
Y se acabó entonces la encarnación y la posibilidad de salvar. Pero la experiencia, en cambio, nos
dice con fuertes voces todo lo contrario. Cristianos bien distintos del mundo han estado muy cerca
de los hombres, y han procurado con gran eficacia su bien.
Podemos comprobar esto en los primeros cristianos, que respecto de los hombres mundanos
(topikós), eran muy distintos (utopikós), y por eso mismo resultaban muy atractivos. Un texto de los
Hechos lo expresa muy bien: “Se reunían en el pórtico de Salomón [formaban comunidad], nadie de
los otros se atrevía a unirse a ellos [comunidad diferenciada], pero el pueblo los tenía en gran
estima [atracción], y crecían más y más los creyentes [crecimiento de la comunidad]” (Hechos 5:1314). ¿Desde cuándo se ha visto que el pueblo cristiano más secularizado y asemejado a la gente del
mundo resulte más atractivo? Muy iguales y semejantes son entre sí los mundanos, y muy
separados y distantes e insolidarios viven entre sí. En realidad la gente mundana está harta de sí
misma. Lo que busca es otra cosa, otra vida, más verdadera, más noble, más coherente y armoniosa.
El pueblo cristiano, cuando se seculariza, defrauda terriblemente al pueblo mundano, dejándolo
irremisiblemente atado a sí mismo, sin salida.
¿Desde cuándo una liturgia secularizada resulta más atractiva para la gente? Cuando un cristiano
entra en el ámbito de una liturgia sagrada (“La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre
y la comunión del Espíritu Santo...”) se siente introducido en un ambiente nuevo, distinto,
fascinante, más alto y santo. Cuando, gracias a un sacerdote campechano y simpático, se encuentra
una liturgia secularizada, que no le ofrece sino aquello que lo rodea siempre (“Buenas tardes.
¿Calor, eh?”), termina marchándose a casa. Las estadísticas de los últimos decenios señalan que la
30
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mayoría de los cristianos ya no van a misa ni se confiesan, y que en muchos países los practicantes
son una minoría ínfima. ¿Se puede afirmar que la secularización de la liturgia ha tenido en esto
algún influjo, o es éste un juicio temerario, y se trata de una pura coincidencia?
¿Desde cuándo un centro parroquial secularizado atrae más a los muchachos? Se quitó el crucifijo,
la imagen de la Virgen y de Santa Teresita, y se pusieron unos posters de paisajes, de motocicletas
potentísimas y de cantantes de moda. Antes aquello estaba lleno de muchachos. Ahora ya no va
nadie. ¿Significa esto algo?
¿Desde cuándo la figura secularizada del sacerdote o religioso o religiosa resulta más atractiva para
suscitar vocaciones consagradas que la figura tradicional, sagrada y distinta, de los que, dejándolo
todo, siguen al Señor? ¿Desde cuándo los consagrados secularizados resultan más próximos a la
gente? Es una realidad innegable que los seminarios y noviciados más secularizados se han quedado
desiertos, han pasado de mil a cuatro, de cien a uno o a ninguno, y que los únicos seminarios y
noviciados que florecen en vocaciones son los que prosiguen la línea tradicional sagrada de la
Iglesia. Y es una realidad que los curas y frailes tradicionales, es decir, sagrados, para entrar en
temas religiosos tenían y tienen una relación con la gente — con justos y pecadores — mucho más
fácil y eficaz que la que tienen sus hermanos de estilo secularizado.
¿Desde cuándo los curas y religiosos, saliendo de casas parroquiales y conventos, y alojándose en
viviendas normales, resultan más próximos y acogedores para la gente? Esto podrá ser conveniente
cuando convenga. Pero la experiencia, practicado eso como principio y en general, dice otra cosa
bien distinta. A la casa parroquial y al convento llegan con toda naturalidad pobres y emigrantes,
gitanos, muchachos aburridos y personas en crisis. Allá van todos, precisamente porque es un lugar
sagrado, y por tanto asequible y acogedor para todos — como lo es, y más aún, el templo, lugar más
sagrado todavía, y por tanto aún más abierto y acogedor para cualquiera — . Por el contrario, la
vivienda secular es mucho más cerrada en sí misma. Vale, por ejemplo, para poder ver largamente
la televisión sin interrupciones y para cosas semejantes, pero, en general, para la atención pastoral
muestra muchos más inconvenientes que ventajas. Por allí no aparece nadie. La gente teme que les
abra la puerta un señor o una señora, de los que no queda claro si es seglar, cura, fraile o monja, y le
diga, sin abrir del todo la puerta: “¿Qué desea usted?”...
No sabemos hasta cuándo la mentalidad igualitaria y nestoriana mantendrá vigente la trampa mental
distinto/separado y semejante/unido, pero sería deseable que todas esas engañosas pedanterías
terminaran de una vez.
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Normales y corrientes
Algunos psicólogos suelen distinguir, según el grado de madurez de la persona y de la adaptación
social, entre hombres normales, corrientes y neuróticos.
El hombre normal es el que vive con fidelidad a su propio ser. La mayoría de los psicólogos
actuales no caracterizan la persona en función de sus tareas o situaciones vitales o ambientales, sino
en relación a la profundidad de su propio ser, es decir, en términos de autenticidad (authentikós: que
tiene autoridad o, si se quiere, que es dueño de sí mismo). El hombre normal es raro, en el sentido
de infrecuente, y muchas veces también en el sentido de diverso de la masa general alienada y
manipulada. En el fondo, el hombre normal es el que vive en fidelidad a su propia norma
ontológica, es decir, a su propio ser.
El hombre corriente está alejado de la fidelidad debida a su propio ser, pero está adaptado al medio
como pez al agua. Fiel a su vocación igualitaria, es igual a todos: uno más.
El hombre neurótico, por último, no logra adaptar su vida ni a su propio ser ni al medio circundante.
Rechaza la existencia del hombre corriente, quizá porque no es capaz de vivirla, pero no llega
tampoco a ser normal.
Los psicólogos, sobre todo los que estudian la psicología social, nos aseguran que los hombres
normales son muy pocos, que los neuróticos son muchos, y que los más numerosos son los hombres
corrientes, es decir, aquellos que renunciaron a vivir desde la originalidad de su propio ser,
aceptando asumir la imagen falsa que por mil medios de manipulación social se les impone. Pues
bien, el cristiano — sacerdote, religioso o laico — no está llamado a ser neurótico ni corriente: su
vocación es ser normal, es decir, conforme a la norma, que es Cristo, el nuevo Adán. Esto le llevará
sin duda a ser distinto de los mundanos, pero por eso mismo más próximo y solidario, y también
más atractivo. ¿Será por esto menos secular?
Mercantilmente valiosos
Hace años Erich Fromm intentó una tipificación caracterológica que, a diferencia de otras ya
clásicas — Jung, Kretschmer, Sheldon — tenía un fundamento psicosocial muy interesante. Y así
vino a caracterizar la personalidad de orientación productiva, afirmativa y creativa, o más bien
receptiva, pasiva y guiada desde fuera; o la explotadora, propia de aventureros y emprendedores, o
la acumulativa, conservadora y propietaria. Pero, a su juicio, la más característica de nuestro tiempo
es la personalidad de orientación mercantil, entendiendo por ella “la orientación del carácter que
está arraigada en el experimentarse a uno mismo como una mercancía, y al propio valor como un
32
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valor de cambio” (Ética y psicoanálisis, 82). Desde luego, sólo la descristianización puede haber
hecho posible esta mentalidad en Occidente, cuya historia cristiana es tan diversa de tal orientación.
“En vista de que el hombre se experimenta a sí mismo como vendedor y al mismo tiempo como
mercancía, su auto-estimación depende de condiciones fuera de su control. Si tiene éxito, es
valioso, si no lo tiene, carece de valor. El grado de inseguridad resultante de esta orientación
difícilmente podrá ser sobreestimado. Si uno siente que su propio valer no está constituido, en
primera instancia, por las cualidades humanas que uno posee, sino que depende del éxito que se
logre en un mercado de competencia cuyas condiciones están constantemente sujetas a variación, la
auto-estimación es también fluctuante y constante la necesidad de ser confirmada por otros. De aquí
que el individuo se sienta impulsado a luchar inflexiblemente por el éxito, y que cualquier revés sea
una grave amenaza a la estimación propia; sentimientos de desamparo, de inseguridad e inferioridad
son el resultado. Si las vicisitudes del mercado son los jueces que deciden el valor de cada uno, se
destruye el sentido de la dignidad y del orgullo.” (Ética y psicoanálisis, 86)
En otro tiempo, quizá un político rechazado por el pueblo se retiraba pensando: “Este pueblo
prefiere la comodidad al honor”. Hoy es más frecuente que se retire pensando: “No me aprecian,
soy un fracasado”. Sólo un cuadro firmísimo de valores puede liberar a la persona de una captación
mercantil de sí misma. Por eso hoy es más frecuente que el fracaso social lleve a subestimarse, a
menospreciar la propia profesión y a abandonarla. ¿No explica esto en buena parte el abandono de
decenas de miles de sacerdotes y religiosos? “El mundo nos rechaza, nos considera inútiles: no
valemos para nada”... La orientación mercantilista, es cierto, al comprobar una baja de estimación
en la bolsa mundana de valores, puede llevar también a otra conclusión: “Se hace urgente un
cambio de imagen: ésta no vende”. ¿No explica esto en buena parte las ansias secularizadoras de
algunos sectores clericales y religiosos de hace unos años?...
Por esa lógica, Cristo, al verse rechazado por el mundo, habría dudado de su mensaje, del modo de
transmitirlo, de la oportunidad de su estilo de vida — pobreza, celibato, ruptura con el mundo — y
se habría puesto a la búsqueda angustiada de su propia identidad mesiánica. O pensemos en San
Pablo. Tras el fracaso completo sufrido en Atenas, el centro intelectual del mundo antiguo, ¿se
imaginan a un San Pablo dudando de su mensaje, de su formulación, o de su propia identidad de
apóstol? Yendo al grano: ¿podemos creer que, después de veinte siglos de tradición católica, de un
siglo de encíclicas sacerdotales y de un Vaticano II, puede un sacerdote situarse a la búsqueda de su
identidad sacerdotal, poniendo en duda angustiadamente su estatuto social de vida y todo lo demás,
si no se siente devaluado por la sociedad, y si no está profundamente afectado de esa mentalidad
que Fromm califica de mercantil, según la cual la persona se estima a sí misma como un valor de
33
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cambio? O los religiosos: ¿desde cuándo aquellos que, en palabras del Concilio, “no sólo están
muertos al pecado, sino que también han renunciado al mundo, y viven únicamente para Dios” (PC
5a), han de vacilar en el aprecio de su propia identidad al verse subestimados por el mundo,
pensando en modificarla cuanto sea preciso para sobrevivir? El mundo siente odio por los religiosos
tradicionales, pero por los religiosos secularistas no siente sino desprecio, y ni siquiera se molesta
en perseguirlos: sabe que ellos solos se extinguirán. No se siente respeto sino hacia quien se respeta
a sí mismo. ¿Y qué es mejor, ser odiados o ser despreciados? ¿En qué situación surgen más
vocaciones?
A los secularistas posconciliares se dirige el cardenal Ratzinger, en buena parte, cuando dice: “Hoy
más que nunca, el cristiano debe tener conciencia clara de pertenecer a una minoría, y de estar
enfrentado con lo que aparece como bueno, evidente y lógico a los ojos del espíritu del mundo,
como lo llama el Nuevo Testamento. Entre los deberes más urgentes del cristiano está la
recuperación de la capacidad de oponerse a muchas tendencias de la cultura ambiente, renunciando
a una demasiado eufórica solidaridad posconciliar” (Informe sobre la fe, 125-126).
Humanismo a la baja
El componente nestoriano, unido al difuso igualitarismo vigente, conduce a un humanismo a la
baja. Haré la descripción de esta actitud dibujando “del natural”. En efecto, para ser verdaderamente
humano debe el corazón sentir una inclinación, y mejor si es una inclinación fuerte, a la violencia y
la fornicación, a la venganza y a la prepotencia de las riquezas. El hombre perfecto, el Cristo
católico, en quien no hay pecado original ni verdadera inclinación al mal, la Virgen santa e
inmaculada, apenas serían humanos. Y el ministro sagrado, el religioso consagrado, el laico santo,
que están “muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús” (Romanos 6, 11), serían
hombres deshumanizados, apenas humanos. El Santo Cura de Ars, que apenas come y duerme, que
no busca diversiones, ni éxitos, ni comodidades, que está apasionadamente enamorado de Dios y de
los hombres, que apenas siente ya en sí inclinación a mal alguno, apenas sería humano.
Verdaderamente humano sería, en cambio, el cura borracho de Graham Greene, el de El poder y la
gloria, que muy a la contra de todas sus inclinaciones, permanece en su ministerio.
Es muy notable esta inversión tan sorprendentemente peyorativa del término humano. Algunos
autores, como Julián Marías, han hablado de ello muchas veces, pero no les hacen ningún caso.
Implica en Occidente un cambio cultural antropológico de incalculables consecuencias sociales y
pedagógicas, políticas y religiosas. La antropología católica ha pensado siempre justamente lo
contrario: que el hombre adámico pecador, habiendo desfigurado tanto en sí por el pecado la
imagen de Dios, se ha deshumanizado, apenas es hombre; y que en Cristo, restaurando esa imagen,
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“seré de verdad hombre”, como decía San Ignacio de Antioquía (Romanos 6, 2). En efecto, el
hombre más humano es el que más se asemeja a Cristo, el nuevo Adán, que, como dice el Concilio,
“entró como hombre perfecto en la historia del mundo” (Gaudium et Spes 38a). Y “el que sigue a
Cristo, hombre perfecto, se perfecciona cada vez más en su propia dignidad de hombre” (Lumen
Gentium 41a).
Pero ya se ve que esta visión apenas es compatible con la mentalidad actual, en la que triunfa el
igualitarismo nestoriano. Hace poco le oímos decir a un ministro socialista que “la perfección es
fascista” ...
Menosprecio de lo sagrado y de la Iglesia
El menosprecio de la Iglesia, de lo sagrado, de su tradición de pensamiento y costumbres, adquiere
entre los cristianos secularistas tantas formas que uno siente cansancio de sólo pensar en
caracterizarlas. La Iglesia es la tonta de la historia, la última que se entera de la verdad, la que ha
perdido ya tantos trenes, por no subirse a ellos a tiempo, la culpable de tantos oscurantismos y
esclavitudes, la...
La visión peyorativa de lo sagrado
La mejor manera de devaluar lo sagrado cristiano es dar de él una visión caricaturizada y
lamentable. El ministerio litúrgico de los sacerdotes no les hace sino “funcionarios del culto”. La
bendición de los campos, una costumbre católica sagrada y santa, es pura superstición. La sagrada
vida tradicional de los religiosos no hace sino hombres pálidos y escrupulosos, insanos y estériles
(por falta de la imprescindible y sana secularidad), personalidades frágiles e hipócritas, distantes y
hieráticas, etc. Es preciso, desde luego, acabar con todo eso. Es preciso renovar la vieja Iglesia,
abriéndola en personas e instituciones, pensamiento y costumbres, al aire nuevo del mundo secular.
Hace veinte años estuvo, por ejemplo, de moda en ambientes secularistas caricaturizar lo sagrado
cristiano. Aquí les ofrezco, por ejemplo, un texto increíble del famoso Padre Chenu: “La
consagración... es sustraer una realidad de su finalidad inmediata tal como las leyes de su naturaleza
lo determinan, leyes de su naturaleza física, de su estructura psicológica, de su compromiso social,
de la libre disposición de sí misma, si se trata de una persona libre. Es una alienación, en el mejor (o
en el peor) sentido de la palabra, para transferirla a quien es dueño supremo, fuente de todo ser y fin
de toda perfección... Frente a lo sagrado, lo profano. Es profana la realidad — objeto, acto, persona,
grupo — que conserva en su existencia, en su realización concreta, en sus fines, la consistencia de
su naturaleza” (Los laicos, 1002-1004).
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A la luz de tan lamentable definición, todos desearán ser profanos y seculares, pues todos quieren
conservar la “consistencia” de su naturaleza; y nadie querrá ser ministro sagrado o religioso de vida
consagrada, pues nadie desea verse “sustraído y alienado” de su condición natural. Pero tómense,
sin ir más lejos, los textos del Vaticano II, del Derecho Canónico o de los Rituales litúrgicos,
analícese con cuidado qué sentido da la Iglesia a los términos sagrado y consagrado, cientos de
veces empleados, y véase si el concepto de Chenu sobre lo sagrado tiene algo que ver con la
teología de la Iglesia católica sobre lo sagrado. No tiene nada que ver. ¿Por qué, entonces, para qué
Chenu emplea un concepto de sagrado que quizá fuera aceptado por Durkheim, pero que nada tiene
que ver con lo sagrado-cristiano? ¿Y cómo es posible que ese planteamiento resulte tolerable si no
es en el marco ambiental de una euforia secularista?
No hay en lo sagrado-cristiano sustracción de la criatura respecto de su fin natural, sino elevación.
Cristo, el Sagrado supremo, no se sustrajo a fin natural alguno. Se sustrajo de ciertos oficios o
estados de vida concretos — política, matrimonio — pero está en lo humano tomar un camino y
dejar otro. El fin natural del hombre es glorificar a Dios y amar a sus hermanos, y a eso se dedicó
Cristo con fuerzas más que naturales. El agua bautismal sigue lavando, pero su eficacia natural es
elevada por el Espíritu a una purificación más alta. Las velas siguen cumpliendo su fin natural de
iluminar, pero las que son litúrgicas lo hacen en honor de Dios y de la asamblea santa. El templo
sigue albergando gente, como toda casa, pero con un fin altísimo. El ministro sagrado o el religioso
de vida consagrada no es sustraído de ningún fin natural humano: come y duerme, estudia y trabaja,
viaja y sirve a Dios y al prójimo: “conservan [y de modo eminente] en su existencia, en su
realización concreta, en sus fines, la consistencia de su naturaleza”.
Un cáliz sigue sirviendo para que en él se beba, pero en él se bebe la sangre de Cristo. No se sustrae
por tanto a ningún fin natural. Si se retira de otros usos, es por especial respeto a la sangre de
Cristo. Un ministro sagrado, de modo semejante, es dedicado al servicio de Dios y de los hombres,
y es retirado habitualmente de otras ocupaciones humanas, por nobles que sean; pero esto no es sino
por la limitación de la condición humana, para que pueda así entregarse entero (†1Corintios 7,
32ss), y buscando también la significación más enérgica de las realidades que trata de manifestar y
comunicar. Sólo hay una excepción: la transubstanciación eucarística sustrae, es verdad, el pan de
su ser y eficacia naturales... ¿A qué viene, pues, el texto de Chenu y de tantos otros? Los que hablan
del mundo secular con inmenso respeto, suelen faltarle el respeto a la Iglesia con insufrible
frecuencia. Es algo correlativo.
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Falsificación de la historia de la Iglesia
No nos extraña que el mundo falsifique la historia, y que haga ver que en los siglos colocados bajo
el influjo de la Iglesia no hubo más que oscurantismo y esclavitud. No nos choca, por ejemplo, que
siendo en la Edad Media los monjes los hombres más cultos, ascéticos y respetados, aparezcan en
las películas como bufones que no piensan más que en comer a dentelladas una pata de cordero, y
que no sirven más que para hacer de estribo al caballero que sube a su caballo. El principio laico
exaltado sobre el anacrónico principio religioso. Lo que resulta lamentable es que estos y tantos
otros planteamientos falsos sean aceptados y difundidos por los católicos secularistas, que padecen
sin duda una visión nestoriana de la Iglesia y de su historia, como ya lo vimos más arriba. Esto les
obliga a operar una gran falsificación de la historia de la Iglesia, creando en los cristianos un
profundo malestar hacia ella — lo hemos visto, por ejemplo, en las celebraciones del V Centenario
de la evangelización de América. Pero veamos aquí solamente tres ejemplos.
La esclavitud
El milenio medieval cristiano suele ser presentado como una sociedad brutal, de señores y de
esclavos. Hasta que, con el Renacimiento, la Ilustración y el Liberalismo, recuperaron los
oprimidos su libertad. Pero la realidad histórica es distinta; o, digamos mejor, contraria. La
esclavitud fue común a todos los pueblos antiguos, por vez primera desapareció de la sociedad en el
milenio cristiano medieval, reapareció tímidamente en el Renacimiento —aún había cristianismo—
y se multiplicó monstruosamente, en América, en tiempos de la Ilustración y del Liberalismo.
Ofrezco de ello datos y estadísticas en los Hechos de los apóstoles de América (416-429). Cuatro
quintos del total de esclavos pasados al Nuevo Mundo fueron transportados entre 1700 y mediados
del siglo XIX, cuando ya los políticos no consultaban a los teólogos, como lo hacían en el XVI. De
modo semejante, durante los siglos XVI y XVII hubo todavía escrúpulos teóricos y numerosas
leyes y obras buenas en favor de los indios. Pero a éstos se les fue oscureciendo el panorama en el
XVIII, cuando los ministros reales eran ilustrados y masones. Y en el XIX, cuando el cristianismo
no tenía ya influjo alguno en la política, cuando reinaba el capitalismo salvaje de un liberalismo sin
freno, fueron entonces los mayores atropellos y exterminios de los indios en América del Norte y,
aunque con algo menos de dureza, también en el Centro y en el Sur (Hechos de los apóstoles de
América, 548-549).
Los laicos
Otra historia falsificada. Los laicos, al decir de los mundanos y de los cristianos secularistas de hoy,
en la antigüedad y en la edad media no eran nada, y lo más que pretendían era imitar a los monjes.
Es en la época moderna cuando levantan cabeza y, cobrando conciencia de su vocación y dignidad,
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llegan a su mayoría de edad... Bien; en todo lo que se diga hay algo de verdad, pero recordemos:
San Pablo decía “sed imitadores míos, como yo lo soy de Cristo” (1Corintios 4:16; 11:1), y lo
mismo enseñaba San Pedro (1Pedro 5:3); y a los que tomaban en serio tales exhortaciones, no les
iba mal en el camino de la santidad.
Pues bien, de modo semejante, los laicos medievales mejores imitaban a los monjes y al clero más
ejemplar — escaso entonces, por desgracia — y tampoco les iba demasiado mal. En la Edad
Media, efectivamente, son muchos los santos laicos. Un reciente estudio “permite contar un 25% de
laicos entre los santos reconocidos por la Iglesia entre 1198 y 1304, porcentaje que se eleva al 27%
entre 1303 y 1431)” (Karl Suso Frank, DSp 12, 1125, citando a A. Vauchez, La sainteté en
Occident aux derniers siècles du moyen âge, París 1981, 310-315). Eso era cuando los laicos
imitaban a los monjes y frailes, y no se hablaba de “la teología y espiritualidad del laicado”, sino
del evangelio y de la ascesis cristiana. ¿Crecerá ahora el número y la proporción de santos laicos?...
Los políticos
En lo que se refiere al poder político, suele considerarse que los gobernantes de la época moderna,
ilustrada y liberal, fueron quienes iniciaron la actividad política entendida como servicio al pueblo.
Antes de ellos sólo habría tiranía y arbitrariedad oscurantista. Ahora bien, si consideramos el tema
sin prejuicios, comprobamos que en la Edad Media, cuando todavía no se hablaba del “compromiso
temporal” y de otros temas semejantes, hay en las familias reales de la cristiandad europea un
número sorprendente de santos o beatos. Y observamos también que los políticos católicos de los
últimos siglos no muestran, ni de lejos, una ejemplaridad semejante.
Recordaremos solamente algunos nombres. En Bohemia, Sta. Ludmila (†920) y su nieto S.
Wenceslao (†935). En Inglaterra, S. Edgar (†975), S. Eduardo (978), S. Eduardo el Confesor
(†1066). En Rusia, S. Wlodimiro (1015). En Noruega, S. Olaf II (†1030). En Hungría, S. Emerico
(†1031), su padre S. Esteban (†1038), S. Ladislao (†1095), Sta. Isabel (†1231), Sta. Margarita
(†1270), Bta. Inés (†1283). En Germania, el emperador S. Enrique (1024) y su esposa Sta.
Cunegunda (†1033). En Dinamarca, S. Canuto II (†1086). En España, S. Fernando III (1252). En
Francia, su primo S. Luis (†1270) y la hermana de éste, Bta. Isabel (†1270). En Portugal, Sta. Isabel
(†1336). En Polonia, las Beatas Cunegunda (†1292) y Yolanda (†1298), Sta. Eduwigis (†1399). Y
también son muchos los santos o beatos medievales de familias nobles: conde Gerardo de Aurillac
(†999), Teobaldo de Champagne (†1066), S. Jacinto de Polonia (†1257), Sta. Matilde de Hackeborn
(†1299), Sta. Brígida de Suecia (†1373), su hija Sta. Catalina (†1381), etc. Éste es un dato de gran
importancia.
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Puede decirse, pues, que en cada siglo de la Edad Media — a diferencia de la época actual — hubo
varios gobernantes cristianos realmente santos, que pudieron ser puestos por la Iglesia como
ejemplos para el pueblo y para todos los demás príncipes.
Pues bien, esta perfección de los laicos santos medievales se produce cuando el hogar cristiano
piadoso guarda todavía la debida homogeneidad con el monasterio y el convento, donde los
religiosos tratan de vivir plenamente las normas del Evangelio. Y no sólo es el hogar: todo el
mundo medieval produce muchas formas de vida — fiestas y lutos, iniciación de caballeros, unción
de reyes y reinas, esponsales y bodas, entierros, gremios y hermandades, diezmos y bendiciones,
campanas y procesiones — sumamente variadas y coloridas, que crean en toda la vida profana una
atmósfera sagrada, de intensa significación religiosa (J. Huizinga, El otoño de la Edad Media). Por
lo demás, si muchas veces los hijos de reyes y de nobles son entregados a los monasterios para
recibir allí una educación integral, nada tiene de extraño que, al llegar al matrimonio, formen
hogares de ambiente austero y piadoso, con capilla doméstica, y confesores y preceptores
religiosos. Como también es normal que en ocasiones se retiren a un monasterio al final de sus
vidas — que es lo que todavía hizo Carlos I de España a mediados del XVI — .
Pero en fin, seguir hablando de estos temas es para los católicos denigrantes del milenio medieval
cristiano y partidarios de la secularización liberal moderna una verdadera provocación. Es
demasiado. Lo dejo, pues. Ya queda dicho.
Admiración por el mundo secular
El poderoso movimiento histórico de reconciliación de la Iglesia con el mundo cumple ya dos o tres
siglos de existencia, y en ellos ha tenido diversas expresiones históricas, políticas y teológicas. La
sociedad civil, desde hace más de un siglo, había sido progresivamente secularizada por la
secularización del poder político. Fue ésta la obra del liberalismo nacido de la Ilustración. Esta
laicización halló una resistencia tenaz en el pueblo sencillo y en los santos que ahora vamos
canonizando, como San Ezequiel Moreno (†1906), pero terminó por imponerse. El cristianismo
protestante, por su parte, ya estaba por ese tiempo secularizado, también en sus pastores. La Iglesia
católica, quedaba, pues, como el Templo espiritual que, todavía enhiesto en los países de antigua
cristiandad, debía ser abatido. Pues bien, el empeño para secularizar la Iglesia fue encabezado por el
modernismo en su momento, y se prolongó hace unos pocos decenios en lo que vino a llamarse
teología de la secularización.
Los modernistas fomentan, por ejemplo, una fuerte desacralización del ministerio sacerdotal, que no
tendría una realidad sacramental de origen, ni debería entenderse, según ellos, como una
actualización de la misión y de la autoridad apostólica, sino más bien como una función de
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organización comunitaria, y que debería desvincularse ya del celibato. Por otra parte, dicen, todo el
régimen de la Iglesia, principalmente en lo disciplinar y dogmático, “ha de conciliarse por dentro y
por fuera con la conciencia moderna” (†1907, dec. Lamentabili; enc. Pascendi).
En la primera mitad del siglo XX la Iglesia supera estos embates, afirmándose en la Escritura y la
tradición, es decir en la roca de la fe. A los intentos, por ejemplo, de secularización del sacerdocio
ministerial responde con las grandiosas encíclicas sacerdotales, que constituyen el más alto corpus
doctrinal y espiritual sobre el sacerdocio que ha conocido la Iglesia.
Es después del Concilio Vaticano II cuando el impulso secularizador de la Iglesia toda, y
especialmente, claro está, de sacerdotes y religiosos, cobra una fuerza renovada. El marco espiritual
en el que se produce es el de un verdadero entusiasmo por el mundo moderno. Y este entusiasmo de
los cristianos por el siglo se produce precisamente cuando en el mundo crecen más y más el
ateísmo, la disgregación social, la angustia vital neurótica, el divorcio, la droga, el aborto, el
suicidio; cuando en el mundo desfallecen totalmente la filosofía y el arte; cuando el mundo conoce
regímenes y guerras que han producido cientos y cientos de millones de muertos, como nunca antes
en la historia. No hay en esto paradoja inexplicable, sino íntima relación causal. Allí donde los
cristianos admiran el mundo secular, el mundo se pudre, porque se han podrido los cristianos.
Hoy ese entusiasmo está ya muy apagado, y prevalece más bien el desencanto y la frustración. Por
eso para poder evocar lo que fue aquella admiración por el mundo secular, si no se fue testigo
directo, conviene hojear las revistas católicas de los años 60 y 70. Jacques Maritain en Le Paysan
de la Garonne, concretamente en el título A genoux devant le monde ( trad. De rodillas ante el
mundo), señaló muy pronto esa euforia “cristiana” ante el mundo, esa veneración respetuosa hacia
lo secular. Y más recientemente, en 1984, también el cardenal Ratzinger la ha descrito con gran
lucidez (Informe sobre la fe).
En estos años, los años precisamente de la teología de la secularización, sólo era posible hablar del
mundo en términos positivos. No se podía, por ejemplo, ni mencionar a la Iglesia militante.
¿Militante contra qué, contra quién? ¿Acaso estamos en guerra? ¿Se pretende quizá que volvamos a
creer que estamos en el mundo “como ovejas entre lobos” (Mateo 10, 16), que vivimos “en medio
de una generación mala y perversa” (Filipenses 2:15), y que “el mundo entero está en poder del
Malo” (1Juan 5:19; Juan 4:5-6)? ¿Quién puede atreverse a hablar mal del mundo? ¿Quién osa
hablar de misiones, afirmando que el mundo necesita absolutamente de la gracia de Cristo para
salvarse? ¡Pero si la renovación de la Iglesia y su rejuvenecimiento han de venir precisamente de
una mayor asimilación del mundo secular!
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Los secularistas lo ven todo al revés, al revés que la Biblia y la Tradición. No ven que lo nuevo en
este mundo, lo único realmente nuevo, es siempre la Iglesia: Cristo, el Espíritu Santo, el
matrimonio monógamo, sacramental, la Humanæ vitæ, el celibato, el perdón de las ofensas, toda la
tradición de pensamiento y de costumbres cristianas, toda la limpia alegría de las fiestas populares
cristianas; y que cuanto más fiel sea la Iglesia a su tradición, y más libre se mantenga del mundo
secular, será más hermosa y vital, más creativa y apostólica, más atractiva y fascinante. ¡El mundo
— así ha sido siempre — la necesita libre y santa! Y cuando, repasando la historia, vemos ciertas
manchas en la Iglesia, siempre éstas se explican por excesiva secularización, contagios del mundo
de la época.
Lo ven todo al revés. Es decir, no ven que lo viejo es el mundo, todo lo que la Biblia llama “el
siglo”: el olvido de Dios y la arrogancia humana, el consumismo y la fornicación, la poligamia
simultánea o sucesiva, la violencia y la trivialización miserable de la vida, la guerra, la
anticoncepción, el lujo y el aborto, los filósofos completamente perdidos de la verdad, que sólo
difunden dudas y mentiras; todo eso es mundano, secular, viejo, gastado, indeciblemente repetido,
aunque cambien las versiones. ¿Secularizando más — ¡más todavía! — su pensamiento y estilo de
vida es como el pueblo cristiano, en sus diversos estamentos, se va a renovar?
Biblia
La atmósfera mental de la teología de la secularización, con todo su optimismo hacia el mundo, es
diametralmente opuesta a la Escritura. En ésta el mundo se halla dominado por una fuerza satánica
de pecado que tira de él hacia abajo, y solamente es Cristo, con su Iglesia, quien puede alzar y
dignificar el mundo, ayudándole a pasar de la mentira a la verdad, de la muerte a la vida, del pecado
a la gracia, de la esclavitud a la libertad. Esta visión puede fundamentarse en cientos y cientos de
textos de la Escritura, sumamente explícitos, mientras que la teología de la secularización apenas
hallará uno, y mal interpretado, para fundamentar en la Escritura sus eufóricas consideraciones
sobre lo secular. Los secularistas admiradores de este mundo ¿creerán que a las torvas afirmaciones
de la Escritura — “el mundo entero está bajo el poder del Malo” (1Juan 5:19) — preferiremos sus
encendidas elegías teilhardianas, ésas que ellos consideran más positivas, y más apreciadoras de la
obra de la creación? Se equivocan. Pensamos seguir obstinadamente aferrados a la visión bíblica y
tradicional. Es la verdad de Cristo.
Tradición
Y si nos asomamos a la tradición de los Padres hallamos lo mismo. Para ellos, por ejemplo, para el
alejandrino Clemente (†214?), un converso que conocía bien el mundo, la vida sagrada en el
Evangelio es la perenne juventud de la humanidad (Pedagogo I, 15-2), y la Iglesia es por eso el
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pueblo nuevo, el pueblo joven (libro I, 14, 5; 19, 4), en tanto que la vida mundana y secular es lo
viejo, lo tremendamente gastado, más aún, como él dice, “la antigua locura” (libro I, 20, 2).
Los santos, otro lugar teológico fundamental. Los santos, los únicos que alcanzan a ver bien el
mundo en su verdadera realidad, porque lo ven por los ojos de Cristo, es decir, tal como lo ve Dios,
se quedan espantados al ver el mundo: lo que la gente piensa, lo que hace, lo que pretende, lo que
olvida, lo que siente, lo que instituye y legisla, aquello para lo que la gente tiene tiempo, interés,
dinero, y aquello para lo que no tiene nada de eso. Viendo el mundo secular tienen la impresión,
muy bien fundada, de que están todos locos. Y de que son además locos peligrosos.
A Santa Teresa de Jesús, por ejemplo, el mundo entero le parecía una farsa de locos, en la que ella
misma había vivido enredada tanto tiempo. Pensando en su vida antigua, “ve que es grandísima
mentira, y que todos andamos en ella” (Vida 20, 26). Desengañada del engaño generalizado entre
los hijos del siglo, “ríese de sí, del tiempo en que tenía en algo los dineros y la codicia de ellos” (20,
27). Y volviendo los ojos a los que todavía están sumergidos en la mentira y el desamor, se
lamenta: “No hay ya quien viva, viendo por vista de ojos el gran engaño en que andamos y la
ceguera que traemos” (21:4). Ella, que era tan sociable y amistosa, sentía a veces como casi
insoportable la vanidad del mundo: “¡Oh, qué es un alma que se ve aquí [en esta contemplación de
la verdad de Dios y del mundo] haber de tornar a tratar con todos, a mirar y ver esta farsa de esta
vida tan mal concertada” (21:6). Como en los hombres mundanos la razón “está ciega, quedan
como locos que buscan la muerte... ¡Oh, ceguedad tan grande, Dios mío!; ¡oh qué incurable locura,
que sirvamos al demonio con lo que nos dais Vos, Dios mío!” (Exclamaciones, 12).
Cuando los cristianos hablamos al mundo con este lenguaje, pueden suceder dos cosas: que el
mundo crea y se convierta, o que el mundo nos rechace y nos persiga. En todo caso, ciertamente, no
se quedará indiferente, como cuando le hablan los secularistas. Es decir, con los tradicionales
prosigue la eterna aventura de la evangelización; con los de la secularización en cambio no. Cuando
los atenienses escucharon la predicación de San Pablo, “unos creyeron lo que les decía, y otros
rehusaron creer” (Hechos 28, 24). Normal.
Conviene, en fin, ver claramente que el optimismo secularista sobre el mundo no es sino una
variante del pelagianismo. En efecto, si el pelagiano no cree en un pecado original que enferme al
hombre, y que sea insuperable para el hombre, tampoco cree en un pecado del mundo, que no pueda
ser superado por las mismas fuerzas del mundo secular. En este sentido la teología secularista no
quiere dramatismos en la consideración del mundo presente. Ella ve el mundo no como un lugar de
perdición, sino más bien, como un campo neutro, en el que, si no faltan los males, tampoco faltan
los bienes, que en sí mismos tienen fuerza para ir venciendo los males: “hay que ser optimistas”.
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Dentro de la misma lógica, ve también con gran optimismo la virtualidad salvífica de las religiones
no cristianas, algunas de las cuales, al menos en determinados países, tendrían mayor poder de
salvación que el mismo cristianismo. Todo lo cual suele ser dicho con hermosas y persuasivas
palabras, que con humildad y esperanza aparentes, cantan la bondad de Dios que, desde la
encarnación de Cristo — precisan los secularistas más piadosos — está actuando ya en toda la
creación.
De todo lo cual, lamentablemente, no estaban enterados ni Cristo ni los Apóstoles, sujetos todavía a
una visión soteriológica sumamente negativa: “Id a todo el mundo, y predicad el Evangelio a toda
criatura; el que crea... el que no crea...” (Marcos 16, 15-16). ¡De cuántos trabajos se habrían librado
los Apóstoles si hubieran conocido esa teología nueva...! San Pablo, por ejemplo, les decía a los
cristianos — y el pobre lo decía convencido — que anteriormente todos habían estado muertos,
sujetos al pecado y al Demonio; pero que ahora, por Cristo, habían sido liberados. Y eso mismo que
decía a los efesios (2:1-6) o a los gálatas y romanos, lo decía incluso a los judíos, sus hermanos, que
habían estado auxiliados nada menos que por la excelsa religiosidad de la Antigua Alianza,
establecida por el mismo Dios vivo y verdadero. Y por supuesto diría, entonces y hoy, lo mismo a
esos hindúes y budistas, animistas y ecologistas, tan admirados hoy por aquellos misioneros que
han secularizado su misión.
Si guardamos respeto a la verdad, no podemos menos de reconocer que hoy la visión pelagiana, en
estos temas, está bastante más extendida que la fe católica.
Dudando de Cristo Salvador
San Pedro, ante el Sanedrín, confiesa su fe en el nombre de Jesús, el único Salvador del mundo:
“En ningún otro hay salvación, pues ningún otro nombre nos ha sido dado bajo el cielo, entre los
hombres, al que debamos invocar para salvarnos” (Hechos 4:12). Ésta es la convicción unánime de
la Escritura, los Padres, la Liturgia: ésta es la fe de la Iglesia. Pero algunos hoy no tienen esto tan
claro...
La revista 30 Días informó recientemente sobre la cuestión (marzo y junio 1989). Paul F. Knitter,
ex misionero verbita norteamericano, pone en duda esa unicidad de Cristo Salvador (No other
name?, y con J. Hick, The Myth of Christian Uniqueness, Toward a Pluralistic Theology of
Religions; ambos libros publicados por Orbis Press, de Maryknoll, New York 1985 y 1987). “La
promesa fundamental del pluralismo unitivo es que todas las religiones son, o pueden ser,
igualmente válidas... Esto, sin embargo, abre la posibilidad de que Jesucristo sea uno de tantos en el
mundo de los salvadores y reveladores. Un reconocimiento de este tipo es inadmisible para los
cristianos. ¿O no lo es?”... También el jesuita indio, Michael Amaladoss, uno de los cuatro
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asistentes generales de la Compañía de Jesús, se hace la misma pregunta: “En el actual contexto de
pluralismo religioso, ¿tiene aún sentido proclamar a Cristo como el único nombre en el que todos
hallan la salvación e invitar a todos los hombres a convertirse en sus discípulos?” (Vidyajyoti,
1985). Raimundo Pannikar, nacido de padre indio y madre española, lo tiene más claro (The
unknown Christ of Hinduism): Jesús de Nazaret es único, pero el Cristo-Logos, que es superior,
puede aparecer de distintas formas, todas ellas reales, en otras religiones y figuras históricas.
Si el mundo no es tan malo como decían Cristo y los apóstoles y la tradición cristiana, si más bien
es un campo neutro en el que las propias fuerzas humanas pueden ir produciendo salvación; o bien,
si el mundo es malo, pero puede obtener la salvación del Cristo cristiano tanto como del Cristo
budista o de otras religiones ¿en qué queda la acción misionera de la Iglesia? La respuesta es clara:
una especie de evangelización secularizada cambiará la predicación de la fe en Cristo por la
promoción social de la justicia y el fomento de los valores humanos universales. Ya veíamos esta
orientación al considerar el fondo pelagiano de la teología de la secularización.
Hoy en el mundo, mientras que cada año el budismo crece un 10 por ciento, el hinduismo un 13, y
el Islam un 16 por ciento, el cristianismo crece el 1,5 por ciento — porcentaje inferior al aumento
anual de la población mundial — ... Después de ese colosal impulso misionero iniciado en el siglo
XVI, que en el XIX se renueva en un formidable despliegue, ¿cómo ha podido llegar la Iglesia a
una cuasi paralización de su expansión misionera? ¿Cómo explicar esta brusca disminución de
conversiones? Sería bueno preguntarlo, por ejemplo, a los teólogos de la secularización, tan
distantes de los planteamientos bíblicos y tradicionales de la Iglesia, tan admiradores del mundo
secular, y tan respetuosos ante las virtualidades salvíficas de las religiones no cristianas. Aunque
quizá ellos nos remitieran al teólogo jesuita Karl Rahner. De su cristología, sumamente ambigua, y
de su teoría de los cristianos anónimos pueden derivarse perfectamente, en formas radicalizadas, los
escritos antes aludidos que ponen en duda o niegan la unicidad de la salvación por Cristo y por su
Iglesia.
En efecto, el “suicidio de la misión”, como dice Juan Bautista Mondin, comienza al final de los
años sesenta, en la teoría con la teología de los cristianos anónimos de Rahner, que trae consigo una
reformulación de la función salvífica de las religiones no cristianas, y en la práctica con la
sustitución de la evangelización por la humanización y la promoción social. Entendámonos: sigue
habiendo, por supuesto, muchos misioneros bíblicos y tradicionales, que perseveran en el anuncio
de Cristo Salvador, uniendo su ministerio muchas veces — como se ha hecho siempre en las
misiones católicas — con una labor de asistencia y promoción. Pero son muchos los misioneros que
abandonaron más o menos la misión evangelizadora: ya no centran su actividad en la lucha contra
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el pecado, sino contra las consecuencias del pecado. De hecho, como dice Juan Pablo II, “la misión
específica ad gentes parece que se va parando, y no ciertamente en sintonía con las indicaciones del
concilio y del magisterio posterior” (Redemptoris missio, 2, 1990). “Es signo de una crisis de fe”
(ib.).
Nunca la Iglesia ha desconocido, tampoco en tiempos de los apóstoles, que “en cualquier nación, el
que teme a Dios y practica la justicia, le es grato” (Hechos 10, 35). Nunca la Iglesia ha dudado de la
posible “salvación de los infieles”, consciente, eso sí, de que todos los que se salvan se salvan por
Jesucristo y por mediación, visible o invisible, de su Iglesia, “sacramento universal de salvación”,
que diariamente ofrece en la eucaristía la sangre de Cristo, “por vosotros [los cristianos] y por todos
los hombres”. No está aquí la cuestión. El problema surge cuando se ve en Cristo y en su Iglesia
categorías salvíficas transcendentales, que admiten realizaciones históricas diversas en las distintas
religiones. Aunque, para ser exactos, más que un problema eso es, simplemente, el abandono de la
fe cristiana.
“No hay otro nombre...”, afirma San Pedro. Y lo reafirma hoy con singular fuerza Juan Pablo II, su
actual sucesor (Redemptoris missio, 4-11). Es la verdad que proclama San Pablo, haciendo un eco
del Shema de Israel (Deuteronomio 6, 4), cuando afirma: “Aunque algunos sean llamados dioses, ya
en el cielo, ya en la tierra33 — y de hecho hay numerosos dioses y numerosos señores — para
nosotros no hay más que un Dios Padre, de quien procede el universo y a quien estamos destinados
nosotros, y un solo Señor, Jesucristo, por quien existe el universo y por quien existimos nosotros”
(1Corintios 8, 5-6).
Publicado originalmente por la Fundación Gratis Date.
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El César, por ejemplo.
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Es preciso que entre vosotros haya disensiones
Luis Fernando Pérez Bustamante
El Señor Jesucristo ama la unidad de la Iglesia. La desea. Es más, rezó al Padre por ella: “Que todos
sean uno.” (Juan 17, 21).
Los apóstoles también pidieron unidad: “Por lo demás, hermanos, alegraos, perfeccionaos, animaos,
tened un mismo sentir, vivid en paz, y el Dios de la caridad y de la paz será con vosotros.”
(2Corintios 13:11).
“Así, pues, os exhorto yo, el prisionero en el Señor, a andar de una manera digna de la vocación
con que fuisteis llamados, con toda humildad, mansedumbre y longanimidad, soportándoos los unos
a los otros con caridad, solícitos de conservar la unidad del espíritu mediante el vínculo de la paz.
Sólo hay un Cuerpo y un Espíritu, como también una sola esperanza, la de vuestra vocación. Sólo
un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en
todos.” (Efesios 4:1-6).
“Os ruego, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que todos habléis igualmente,
y no haya entre vosotros cismas, antes seáis concordes en el mismo pensar y en el mismo sentir.” (1
Corintios 1:10).
“Finalmente,
sed todos de un mismo sentir, compasivos, amándoos fraternalmente,
misericordiosos, amigables…” (1Pedro 3:8).
Ahora bien, en ocasiones las divisiones no sólo son inevitables, sino incluso “convenientes”. El
propio apóstol San Pablo lo dice: “Pues primeramente oigo que, al reuniros, hay entre vosotros
cismas, y en parte lo creo, pues es preciso que entre vosotros haya disensiones, a fin de que se
destaquen los de probada virtud entre vosotros.” (1 Corintios 11:18-19).
Es, por tanto, altamente conveniente saber quién es quién en la Iglesia. El propio apóstol dice en
otra de sus epístolas: “Os recomiendo, hermanos, que tengáis los ojos sobre los que producen
divisiones y escándalos en contra de la doctrina que habéis aprendido, y que os apartéis de ellos,
porque ésos no sirven a nuestro Señor Cristo, sino a su vientre, y con discursos suaves y engañosos
seducen los corazones de los incautos.” (Romanos 16, 17-18).
Como podéis comprobar, si algunos, muchos o pocos, se apartan de la doctrina que hemos recibido
y lo hace con palabras “suaves y engañosas”, hay que apartarse de ellos. Pero claro, es necesario
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que se sepa qué dice cada cual para poder discernir quién anda en conformidad con la doctrina de
Cristo y quién no.
En Gálatas leemos: “Me maravillo de que tan pronto, abandonando al que os llamó a la gracia de
Cristo, os paséis a otro evangelio. No es que haya otro; lo que hay es que algunos os turban y
pretenden pervertir el Evangelio de Cristo. Pero aunque nosotros o un ángel del cielo os anunciase
otro evangelio distinto del que os hemos anunciado, sea anatema. Os lo hemos dicho antes, y ahora
de nuevo os lo digo: Si alguno os predica otro evangelio distinto del que habéis recibido, sea
anatema.” (Gálatas 1:6-9).
San Pablo dice que si él, siendo apóstol, anuncia otro evangelio, debe ser anatematizado. Es decir,
no hay nadie en la Iglesia, literalmente nadie, que tenga autoridad para pervertir las enseñanzas de
Cristo.
Eso es algo que varios cardenales están recordando en los últimos meses. Entre otros Müller, Burke,
Pell, Ruini, Napier, De Paolis, Sarah, Ouellet, Renato Martino, Dolan y Caffarra. Probablemente
más, pero de esos tenemos constancia en InfoCatólica. Todos ellos aceptan, acatan y defienden sin
discusión unas enseñanzas de la Iglesia que emanan del Evangelio y el Nuevo Testamento, que
Trento definió así:
“Canon XI sobre la Eucaristía. Si alguno dijere que sola la fe es preparación suficiente para recibir
el sacramento de la santísima Eucaristía, sea excomulgado. Y para que no se reciba indignamente
tan grande Sacramento, y por consecuencia cause muerte y condenación, establece y declara el
mismo santo Concilio que los que se sienten gravados con conciencia de pecado mortal, por
contritos que se crean, deben para recibirlo anticipar necesariamente la confesión sacramental,
habiendo confesor. Y si alguno presumiere enseñar, predicar o afirmar con pertinacia lo contrario, o
también defenderlo en disputas públicas, quede por el mismo caso excomulgado.”
“Canon VII sobre el sacramento del matrimonio. Si alguno dijere que la Iglesia yerra cuando ha
enseñado y enseña, según la doctrina del Evangelio y de los Apóstoles, que no se puede disolver el
vínculo del Matrimonio por el adulterio de uno de los dos consortes; y cuando enseña que ninguno
de los dos, ni aun el inocente que no dio motivo al adulterio, puede contraer otro Matrimonio
viviendo el otro consorte; y que cae en fornicación el que se casare con otra dejada la primera por
adúltera, o la que, dejando al adúltero, se casare con otro; sea excomulgado.”
Y mucho más recientemente, San Juan Pablo II, Papa, lo explicó de la siguiente manera: “La
Iglesia, no obstante, fundándose en la Sagrada Escritura, reafirma su praxis de no admitir a la
comunión eucarística a los divorciados que se casan otra vez. Son ellos los que no pueden ser
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admitidos, dado que su estado y situación de vida contradicen objetivamente la unión de amor entre
Cristo y la Iglesia, significada y actualizada en la Eucaristía. Hay además otro motivo pastoral: si se
admitieran estas personas a la Eucaristía, los fieles serían inducidos a error y confusión acerca de la
doctrina de la Iglesia sobre la indisolubilidad del matrimonio.” (Exhortación apostólica Familiaris
consortio, 84).
Estimados hermanos, cualquiera que os anuncie algo distinto a eso, aunque fuera un apóstol
resucitado, es anatema. Cualquiera que cause escándalo contra esa doctrina que hemos recibido,
aunque sea por medio de “discursos suaves y engañosos”, debe ser rechazado. En estos
momentos contemplamos ante nuestros propios ojos la necesidad de tener en cuenta esos pasajes de
la Escritura, que podrían ser completados con infinidad de citas de padres y doctores de la Iglesia,
santos y Papas. Aunque nos cause gran dolor y gran confusión todo lo que está ocurriendo,
debemos saber que Dios lo permite para que salgan a la luz tanto aquellos que defienden la verdad
como los que la combaten. Y también los tibios, que no hacen ni una cosa ni la contraria. Y dado
que Cristo ha prometido que las Puertas del Hades no prevalecerán contra su Iglesia, es nuestro
deber confiar en su palabra y rezar para que se cumpla la voluntad divina, a ser posible pronto.
Hoy toca hacer caso a estas exhortaciones: “Estad alerta y velad, que vuestro adversario el diablo,
como león rugiente, anda rondando y busca a quién devorar, al cual resistiréis firmes en la fe.”
(1Pedro 5:8-9).
Y: “Carísimos, deseando vivamente escribiros acerca de nuestra común salud, he sentido la
necesidad de hacerlo, exhortándoos a combatir por la fe que, una vez para siempre, ha sido dada a
los santos. Porque disimuladamente se han introducido algunos impíos, ya desde antiguo señalados
para esta condenación, que convierten en lascivia la gracia de nuestro Dios y niegan al único Dueño
y Señor nuestro, Jesucristo.” (Judas 3-4).
Que el Señor, por la intercesión de Santa María Virgen, Madre de Dios, nos conceda la gracia de,
con Pedro y bajo Pedro, ser fieles a su Palabra, de ser buenos soldados de Cristo.
Publicado originalmente en InfoCatólica.
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El ascensor divino. Una meditación a partir de Teresa de Lisieux
por el Diác. Jorge Novoa
Santa Teresita del Niño Jesús dijo: “Estamos en un siglo de inventos. Ahora no hay que tomarse ya
el trabajo de subir los peldaños de una escalera: en las casas de los ricos, un ascensor la suple
ventajosamente”.
Teresita constataba, como también nosotros lo hacemos hoy, los distintos avances tecnológicos y se
detiene en uno en particular, el ascensor. Inmediatamente nos preguntamos: ¿qué tiene que ver esto
con la fe? Las realidades del mundo material, si son adecuadamente aplicadas, pueden enseñarnos
sobre las realidades del orden espiritual. Este principio de relación tiene su origen en el Verbo
Encarnado.
“Yo quisiera también encontrar un ascensor para elevarme hasta Jesús, pues soy demasiado
pequeña para subir la dura escalera de la perfección”.
Teresa ha expresado el deseo que alberga su corazón, y que tiene su origen en la moción que Dios
mismo pone en su alma: quiere elevarse hasta Jesús. Quiere, con todas las fuerzas de su corazón,
ponerlo todo en dirección de Jesús. Pero percibe la desproporción que hay entre su pequeñez y la
grandeza de su Señor. Y la absoluta impotencia para alcanzar la realización de este deseo con sus
solas fuerzas.
Toda su Teología queda imbuida por el conocimiento de su pequeñez. En su alma frágil y pequeña
ama profundamente al Señor y quiere alcanzarlo, uniéndose con Él para siempre. Este conocimiento
de su pequeñez no la sume en el pesimismo, sino que la ubica en el orden de la gratuidad. Ella
comprende progresivamente que el deseo de unión es propio del orden de la gratuidad, y a pesar de
la desproporción existente, se manifiesta posible, porque éste es el deseo de Jesús. Él desea
ardientemente la unión y la busca a pesar de nuestras resistencias.
“Entonces busqué en los Libros Sagrados algún indicio del ascensor, objeto de mi deseo, y leí estas
palabras salidas de la boca de Sabiduría eterna: El que sea pequeñito, que venga a mí. Y entonces
fui adivinando que había encontrado lo que buscaba”.
Teresa busca cómo saciar ese deseo divino que anida en su corazón humano. ¿Quién puede
responder con certeza a la pregunta por el camino que conduce hacia Dios? Teresita encuentra la
respuesta en la Palabra de Dios. Ella siempre es una invitación novedosa y deslumbrante. Como una
saeta parte siempre raudamente del Arquero Divino e impacta en nuestro corazón. La Palabra de
Dios queda prendida en nosotros por el flechazo de Amor que dirige el Espíritu Santo. El Espíritu
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Santo, como maestro interior, interioriza la llamada exterior de Jesús. Hay una palabra exterior y
una interior; tanto la palabra de Cristo como la actividad del Espíritu necesitan de la fe de Teresita.
La palabra de Dios es recibida por la fe en los corazones y en ellos permanece activa, gracias a la
acción del Espíritu. Siendo esto así, nunca podrán oponerse enseñanza exterior y enseñanza interior:
la enseñanza exterior misma, la palabra de Jesús, es la que ha sido interiorizada en la fe.
¿Qué puede elevar a un alma tan pequeña hacia su amado Esposo? Los deseos que Dios pone le
permiten gustar imperfectamente de los manjares prometidos. El deseo de la unión con Cristo
anticipa el gozo, al tiempo que mueve en la esperanza de verse realizado. En esta búsqueda, el cielo
se le abre repentinamente por medio de una palabra vivificadora: “El que sea pequeñito que venga a
mí”.
La compresión y vivencia de la pequeñez la conducen a la insondable misericordia de Dios. Cada
vez que se reconoce pequeña y frágil, oye la voz del Padre que la invita a confiar abandonándose
totalmente en Él. El “abismo insondable de su misericordia” se posa especialmente sobre los que se
entregan confiadamente en su Amor.
“Y queriendo saber, Dios mío, lo que harías con el pequeñito que responda a tu llamada, continué
mi búsqueda, y he aquí lo que encontré: Como una madre acaricia a su hijo, así os consolaré yo; os
llevaré en mis brazos y sobre mis rodillas os meceré”.
Teresita, al animarse a ir por este camino, descubre las promesas que Dios realiza a las almas que se
abandonan en Él. Esto lo expresa con la imagen del niño que se abandona totalmente en los brazos
de su padre, sintiéndose seguro. No puede haber una imagen más elocuente para expresar el enorme
amor que Dios nos tiene, que la de una madre acariciando y meciendo sobre sus rodillas a su hijo.
Este rostro de Dios lleno de ternura es el que Teresa descubre. Los que se animen a transitar por
estos caminos gozarán de esta experiencia maravillosa, que Teresita comunica y vive en el corazón
de la Iglesia.
“Nunca palabras más tiernas ni más melodiosas alegraron mi alma. ¡El ascensor que ha de elevarme
hasta el cielo son tus brazos, Jesús! Y para eso no necesito crecer; al contrario, tengo que seguir
siendo pequeña, tengo que empequeñecerme más y más”.
Teresita se deja llevar por Jesús. En sus brazos desaparecen las distancias. Su amor misericordioso
penetra su alma llenándola de gozo. El camino de la infancia espiritual es un camino de
dependencia absoluta de Aquel que nos concede la mayor libertad. Para ello hay que ser pequeño,
humilde, sencillo y totalmente dependiente de Dios.
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¿Cuántos falsos caminos se abren ante nuestra mirada? El éxito, la fama, la popularidad, la
notoriedad y “los primeros lugares” son algunos de los tantos falsos caminos que el enemigo nos
propone. Son la “puerta ancha” y espaciosa llena de buenos comentarios en los “medios”. La
“puerta angosta” y el camino estrecho es el que nos lleva a la salvación. El Señor quiere que
recibamos como niños esta invitación, sin obstaculizar en nuestro corazón su intención de ser
nuestro ascensor.
Texto completo
“Estamos en un siglo de inventos. Ahora no hay que tomarse ya el trabajo de subir los peldaños de
una escalera: en las casas de los ricos, un ascensor la suple ventajosamente. Yo quisiera también
encontrar un ascensor para elevarme hasta Jesús, pues soy demasiado pequeña para subir la dura
escalera de la perfección.
Entonces busqué en los Libros Sagrados algún indicio del ascensor, objeto de mi deseo, y leí estas
palabras salidas de la boca de Sabiduría eterna: El que sea pequeñito, que venga a mí. Y entonces
fui adivinando que había encontrado lo que buscaba. Y queriendo saber, Dios mío, lo que harías
con el pequeñito que responda a tu llamada, continué mi búsqueda, y he aquí lo que encontré:
Como una madre acaricia a su hijo, así os consolaré yo; os llevaré en mis brazos y sobre mis
rodillas os meceré.
Nunca palabras más tiernas ni más melodiosas alegraron mi alma. ¡El ascensor que ha de elevarme
hasta el cielo son tus brazos, Jesús! Y para eso no necesito crecer; al contrario, tengo que seguir
siendo pequeña, tengo que empequeñecerme más y más”.
Publicado originalmente por Fe y Razón
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No a la discriminación, sí al respeto
por la Conferencia Episcopal del Uruguay
1.
Desde hace algunos años se ha incrementado a escala mundial la justa condena de cualquier
clase de discriminación.
2.
La viva conciencia del derecho al respeto debido a cada persona y a no ser discriminado por
la raza, el sexo o la religión es aún más sensible en el caso de personas de diversa orientación
sexual.
3.
Este justo empeño se ve desfigurado, sin embargo, por quienes quieren imponer la
“ideología de género” y no toleran otras concepciones de la sexualidad, del matrimonio y de la
familia, en particular la visión judeo-cristiana de la que somos dichosos herederos.
4.
La expresión más reciente de esta actitud se encuentra en dos documentos: la guía
“Educación y Diversidad Sexual” y “Transforma 2014”.
5.
Sería excesivo comentar todas las afirmaciones y propuestas contenidas en estos materiales.
La finalidad declarada de deconstruir estereotipos impone una concepción del cuerpo humano, de la
persona, del matrimonio y la familia y de la moral en total oposición a lo que sostienen tanto el
cristianismo como otras religiones y filosofías, en conformidad con la ciencia.
6.
Este propósito pasa por alto el derecho humano fundamental de los padres a elegir
libremente la educación de sus hijos (Artículo 41 de nuestra Constitución) y, por eso, está limitada
la injerencia estatal: “Queda garantida la libertad de enseñanza. La ley reglamentará la intervención
del Estado al solo objeto de mantener la higiene, la moralidad, la seguridad y el orden públicos”
(Art. 68).
7.
Según esto, al Estado laico no le compete promover ninguna concepción filosófica de la
persona y de la sexualidad y, aún menos, una ideología que, justificándose en la no discriminación,
pretende “encerrar en el armario” la educación según las ideas cristianas.
8.
En estas circunstancias, vemos necesario recordar que todos los cultos religiosos son libres
en el Uruguay (art. 5). En consecuencia, en las instituciones de la Iglesia Católica se seguirá
enseñando libremente el precioso patrimonio de su doctrina. De ella forma parte esencial el respeto
a todas las personas, sin ninguna clase de discriminación.
9.
Queremos manifestar, además de los motivos enunciados, que levantamos nuestra voz
también en nombre de las familias católicas que envían a sus hijos a las escuelas de gestión estatal.
Los padres, a su vez, tienen el derecho y el deber de oponerse a lo que consideran un abuso en la
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educación de sus hijos. De difundirse los textos referidos, en lugar de ser formados en la no
discriminación de las personas, los hijos sufrirán la violencia de una educación sexual ideologizada
y desnaturalizada.
10.
La Iglesia quiere reafirmar su deseo de trabajar en favor de todos los ciudadanos de nuestra
patria, sin distinción alguna, ofreciendo dialogar con respeto sobre las diversas ideas y proponiendo
su propio modo de encarar la existencia.
Los Obispos del Uruguay
Florida, 10 de noviembre de 2014.34
Publicado originalmente en Noticeu.
34
NOTA DE LA REDACCION: Apoyamos enérgicamente la defensa de la libertad de educación que hacen aquí nuestros Obispos. No obstante,
comentamos que la doctrina católica condena toda discriminación injusta (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2358), no “cualquier clase de
discriminación”. Cuando se habla de la discriminación basada en la preferencia sexual o en la orientación (es decir, la tendencia) sexual, es
sumamente importante tener en cuenta esa distinción. Por ejemplo, la no aceptación de las personas homosexuales como candidatas al sacerdocio
católico es una “discriminación justa” (cf. Congregación para la Educación Católica, Instrucción sobre los criterios de discernimiento vocacional en
relación con las personas de tendencias homosexuales antes de su admisión al seminario y a las órdenes sagradas, 4 de noviembre de 2005) . Por
otra parte, ¿es realmente justo el empeño de quienes son más sensibles a la discriminación basada en la orientación sexual que a la basada en el sexo,
la raza o la religión?
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Nigeria, avanza el Califato de Boko Haram
por Leone Grotti
En el norte 2.500 católicos muertos, 100 mil desplazados, 50 parroquias destruidas Es el balance de
la sola diócesis de Maiduguri. Dos mil cristianos desplazados del norte han protestado también en
Jos: “Los terroristas han matado a más de 11 mil cristianos—20 de noviembre de 2014.”
Más de dos mil cristianos desplazados del norte de Nigeria se encontraron hace pocos días para
protestar contra el gobierno en Jos, capital del Estado de Plateau. Reunidos frente a la Iglesia de los
hermanos, lo han acusado de no preocuparse más para detener a Boko Haram, que está devastando
el norte del país.
11 mil cristianos muertos
El diario nigeriano Daily Post informa que Daniel Kadzai, presidente de la sección juvenil de la
Christian Association of Nigeria, ha declarado: “Hemos perdido la confianza en el gobierno federal.
Según nuestras informaciones, Boko Haram ya ha matado a 11.213 cristianos. Y el dato no tiene en
cuenta los ataques a Mubi, Maiha, Hong y Gombi”.
Pogrom
Hasta hoy, “1,56 millones de personas se hallan desplazadas a causa de los terroristas. Estamos
decepcionados también de la comunidad internacional — continúa Kadzai — porque se ha rehusado
a ocuparse del pogrom de los cristianos. Su atención está concentrada sólo sobre Iraq, Gaza y
Afganistán, como si los muertos de Nigeria no fuesen seres humanos”.
Califato islámico
Boko Haram ya ha conquistado más de una decena de ciudades importantes en los Estados
septentrionales de Borno y Adamawa, instaurando un Califato islámico y rodeando Maiduguri. En
las últimas semanas había tomado también las ciudades de Mubi y Chibok, donde 276 chicas fueron
secuestradas en abril. En los últimos días el ejército nigeriano, junto a un grupo de “vigilantes”, ha
logrado retomar el control de los dos centros urbanos, pero la población no se fía de los soldados y
hasta ahora se ha rehusado a retornar a sus propias casas.
Destrucción en Maiduguri
Como ha informado la agencia Fides, el balance de la destrucción causada por Boko Haram en la
diócesis de Maiduguri, que comprende los Estados de Borno y Yobe y algunas áreas del Estado de
Adamawa, es el siguiente: más de 2.500 católicos muertos, 100.000 católicos desplazados, 26
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sacerdotes desplazados sobre 46 activos en la diócesis, más de 200 chicas raptadas. Además, más de
50 parroquias han sido destruidas y unas cuarenta han sido abandonadas y ocupadas por Boko
Haram. Sobre 5 conventos, 4 han sido abandonados; y un gran número de católicos han sido
obligados a convertirse al islam contra su voluntad.
Católicos atrapados
Según el Padre Gideon Obasogie, “un gran número de católicos nigerianos están atrapados y
obligados a seguir la interpretación estricta de las reglas de la Sharia en diversas ciudades como
Bama, Gwoza, Madagali, Gulak, Shuwa, Michika, Uba y Mubi. Se trata de pueblos ubicados a lo
largo de la carretera que une Maiduguri y Yola en el Estado de Adamawa. Los terroristas han
declarado que todas las ciudades conquistadas forman parte del Califato islámico”.
Publicado anteriormente por I Tempi . Traducción es de Daniel Iglesias Grèzes
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Reflexiones sobre el “moralismo”
por el Ing. Daniel Iglesias Grèzes
En este post compartiré las reflexiones que me suscitó la lectura del siguiente texto:
“¿Qué significa esto para los que tienen que hablar de Dios hoy? Que la Nueva
Evangelización es una evangelización más radical. Que se debe anunciar la salvación, y no
la salvación de algún hombre ideal y virtuoso, sino de cada fulano tal como es, con su jeta
desternillante pero redimida, con sus caídas reincidentes pero que piden perdón… En esta
inminencia de la aniquilación completa, la palabra está llamada a desplegarse como un arca,
a recuperarse como unos buenos días: esa salvación que nos decimos todos los días, pero
que por fin diríamos de veras, haciendo entrar en nuestros días la luz de una mirada divina…
Eso implica principalmente no volver a caer en un moralismo que ya no vale para nada en
nuestras circunstancias. Decirle a alguien que lo que hace está mal, que perjudica a su
hermano, que se encamina él mismo al suicidio, no tiene mucho peso en un mundo a punto
de ser engullido. Siempre nos podrá responder: “Lo que hago me lleva al suicidio, y ¿qué?
¿Acaso no tiene todo que desaparecer? Tarde o temprano, de una manera u otra, ¿qué
importa?…” Su corazón sabe que lo que dice es falso. Pero esa falsedad sólo puede quedar
en evidencia a la luz de la esperanza, en la medida en que tenga fe en la Vida.
En esencia, la moral es solamente aquello que nos proporciona los medios para llegar a la
bienaventuranza. Si mi interlocutor no cree, más o menos, en la bienaventuranza, mis
sermones más persuasivos no lo conmoverán o, peor aún, mis charlas le parecerán tejidas de
dogmas fantasiosos y de normas arbitrarias, creerá que intento reclutarlo, cuando lo único
que quiero es preservar el misterio de su rostro. Por mucho que yo lo invitara a entrar en el
arca, se imaginará que intento meterlo en una cárcel. Por eso, más que nunca, aunque desde
el punto de vista temporal la búsqueda de la felicidad parece pasada de moda, hay que
predicar la esperanza en vez de fabricar una moral, anunciar la misericordia en vez de
denunciar al miserable.
(Lo cual no quiere decir que tengamos que empapar en almíbar nuestras palabras y cambiar
la sal por el azúcar. La predicación de la esperanza es terrible, porque supone que primero se
predica la desesperanza del mundo. La Buena Noticia de la Misericordia es terrible, porque
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supone que primero se anuncia nuestra miseria. Eso quiere decir mirar la realidad de frente
y, después de lo que se le dijo a Moisés, nadie podría mirarla sin morir…)” 35
¿Qué decir de semejante texto? Pienso que es posible “salvar” las proposiciones del autor, cosa que,
como enseñó San Ignacio de Loyola, siempre hay que intentar, por lo menos. Pero también pienso
que Hadjadj debería matizar y explicar más este texto, porque corre el siguiente riesgo: para evitar
el error del “moralismo”, da la impresión de impulsar hacia el error contrario, que llamaré
“amoralismo”.
En esta cuestión de enorme importancia es necesario mantener un equilibrio y una armonía entre la
verdad y el amor, entre la fe y las obras, entre la ortodoxia y la ortopraxis, evitando dos graves
errores que son opuestos entre sí: el “moralismo” (la reducción del cristianismo a un sistema moral
más, como el confucionismo o el kantismo) y el “amoralismo” (la desestimación o subestimación
de las implicaciones morales de la fe cristiana).
Por una parte, este argumento de Hadjadj es clásico: la moral establece la conformidad o noconformidad de los actos humanos con el fin último del hombre; pero si no se conocen o se
rechazan la naturaleza y la vocación del hombre no se puede comprender y aceptar la ley moral.
Como decían los escolásticos, “el obrar sigue al ser”. Para poder entender cómo debe obrar el
hombre hay que entender primero qué es y qué está llamado a ser el hombre. En ese sentido, la
moral viene en segundo lugar, sin ser “secundaria” en el sentido de algo poco valioso.
También la comparación de la Iglesia con el Arca de Noé es muy tradicional. Se entra a la Iglesia
por la puerta de la fe y del bautismo, sacramento de la fe. Las pilas bautismales suelen tener base
octogonal para simbolizar el Arca de Noé, porque en el Arca se salvaron ocho personas: Noé, su
mujer, sus tres hijos (Sem, Cam y Jafet) y las mujeres de sus hijos (Génesis 6, 10-18).
Que estamos viviendo en “los últimos tiempos” forma parte de la Divina Revelación. Que el tiempo
restante hasta el día del juicio final sea poco no forma parte de la Revelación pública, pero lo
sugieren varias revelaciones privadas y varios pensadores cristianos que han auscultado en
profundidad los signos de los tiempos actuales. En todo caso la opinión personal del autor sobre la
proximidad del fin de los tiempos es legítima, aunque cuestionable.
Por último, creo que Hadjadj acierta también al subrayar la prioridad de la evangelización en el
diálogo con los no cristianos. Después de la conversión del interlocutor (si Dios la concede) se
podrá practicar el camino teológico hacia la moral: primero la teología dogmática y después la
35
Fabrice Hadjadj, ¿Cómo hablar de Dios hoy? Anti-manual de evangelización, Editorial Nuevo Inicio, Granada 2013, pp. 155-156
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teología moral. Esto no significa que haya que postergar las cuestiones morales hasta ese momento.
La misma conversión implica la conciencia de pecado y la voluntad de cumplir la ley divina.
Por otra parte, algunas de las expresiones citadas de Hadjadj me parecen bastante cuestionables.
Dios realmente quiere que todos los hombres se salven y por eso la invitación a entrar al arca de la
Iglesia y al banquete del Reino en principio va dirigida a todos. Sin embargo, a la vez se debe
subrayar con fuerza que esa invitación universal no es incondicional. Las parábolas sobre el Reino
de Dios ilustran muy bien estos dos puntos. Veámoslo con algunos ejemplos.
En la parábola del banquete de bodas del hijo del Rey (Mateo 22:1-14), después de que los primeros
invitados rechazaron ofensiva y violentamente la invitación, el Rey mandó a sus servidores que
invitaran indiscriminadamente a todos los que encontraran en los caminos, malos y buenos. No
obstante, luego el rey mandó echar afuera a un invitado que no tenía traje de boda. La parábola
termina con una frase que resume los dos aspectos de esta cuestión: “Porque muchos son llamados,
pero pocos son elegidos”.
En la parábola del sembrador (Mateo 13:3-23), el sembrador desparrama la semilla generosamente
en todas las direcciones, hasta se diría que sin ton ni son; pero luego algunas de esas semillas
prosperan y dan fruto y otras no.
¡Y en el Arca de Noé entran todas las especies de animales, pero sólo ocho representantes de la
humanidad! Dios castigó a todos los demás seres humanos por sus pecados, porque obraban el mal
de continuo. “Cuando el Señor vio qué grande era la maldad del hombre en la tierra y cómo todos
los designios que forjaba su mente tendían constantemente al mal, se arrepintió de haber hecho al
hombre sobre la tierra, y sintió pesar en su corazón. Por eso el Señor dijo: “Voy a eliminar de la
superficie del suelo a los hombres que he creado — y junto con ellos a las bestias, los reptiles y los
pájaros del cielo — porque me arrepiento de haberlos hecho”. Pero Noé fue agradable a los ojos del
Señor.” (Génesis 6, 5-8).
Cierto, la condición para el bautismo es la fe, no la santidad; pero no hay fe sin conversión. Ése es
el primer y nuclear mensaje de Jesús: “A partir de ese momento, Jesús comenzó a proclamar:
“Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca.” (Mateo 4:17). “Después que Juan fue
arrestado, Jesús se dirigió a Galilea. Allí proclamaba la Buena Noticia de Dios, diciendo: “El
tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia.”
(Marcos 1:14-15). En definitiva, la ortodoxia y la ortopraxis no son separables. La buena
disposición moral influye decisivamente en el acto de fe.
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Nº 105 Diciembre de 2014
Por último, la prioridad de la evangelización no debe llevarnos a descuidar el camino de la filosofía
moral, sobre todo en el diálogo con los no creyentes. Este camino es difícil, sobre todo cuando el
interlocutor está muy apartado de los principios básicos de la filosofía cristiana, como el nihilista
imaginario con el que dialoga Hadjadj en el texto citado. Pero que ese camino sea difícil no
significa que sea siempre impracticable o infructuoso.
Fabrice Hadjhadj es un filósofo suizo y un judío convertido al catolicismo. En 2014 fue nombrado
miembro del Pontificio Consejo para los Laicos. El libro citado es una reelaboración de una
conferencia dictada por el autor en 2011, durante una Asamblea Plenaria de dicho Consejo.
Me pareció un buen libro, con muchas cosas interesantes. El estilo de Hadjadj es provocativo, pero
el contenido me parece bastante tradicional. Por ejemplo, el autor responde con sensatez a los
teólogos que dicen que después de Auschwitz ya no se puede creer en un Dios omnipotente. Entre
otras cosas les dice que su tesis consagra el triunfo de los verdugos sobre las víctimas.
Como filósofo Hadjadj me parece muy afín al tomismo. Con su estilo fresco y original nos vuelve a
hablar de doctrinas de Santo Tomás de Aquino como la analogía del ser, la bondad de todo lo
creado, las propiedades trascendentales del ser, el lenguaje analógico sobre Dios, etc.
Pienso que el libro contiene (además de las ya vistas) también otras expresiones que habría que
matizar, como la comparación de los cristianos con payasos.
Quizás se podría reprochar a Hadjadj su uso del término “fundamentalista” como una especie de
comodín para descalificar muchas formas de religiosidad cristiana que encuentra erróneas o
rechazables, un poco a la manera en que los izquierdistas usan hoy la etiqueta de “neoliberal” como
descalificación fácil y a veces gratuita. Me parece que Hadjadj tendría que definir bien ese término.
Originalmente, la palabra “fundamentalismo” designaba un error de exégesis bíblica: una
interpretación “literalista”, atada al sentido aparente del texto, sin ningún estudio histórico-crítico
del estilo del autor, la cultura de la época, el género literario, etc. Recientemente se extendió el
sentido del término “fundamentalismo”, asimilándolo a fanatismo, con notoria injusticia para la
gran mayoría de los cristianos fundamentalistas (en general no violentos), a quienes se equipara
falsamente con los “fundamentalistas” (fanáticos) de otras religiones, sobre todo islámicos. Y creo
que para Hadjadj “fundamentalista” quiere decir también fideísta, integrista, hipócrita, ultratradicionalista, etc. Demasiados sentidos para una sola palabra, que también es utilizada por
racionalistas, liberales, relativistas y modernistas para desacreditar a todos los cristianos que, como
el propio Hadjadj, siguen tomándose en serio la fe cristiana y los dogmas de la fe divina y católica.
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Nº 105 Diciembre de 2014
Oración a la Virgen del Adviento
Tradicional
María, Virgen del Adviento,
esperanza nuestra,
de Jesús la aurora,
del cielo la puerta.
Madre de los hombres,
de la mar estrella,
llévanos a Cristo,
danos sus promesas.
Eres, Virgen Madre,
la de gracia llena,
del Señor la esclava,
del mundo la reina.
Alza nuestros ojos
hacia tu belleza,
guía nuestros pasos
a la vida eterna.
Amén.
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Nº 105 Diciembre de 2014
Fe y Razón
OMNE VERUM A QUOCUMQUE DICATUR A SPIRITU SANCTO EST
Revista virtual gratuita de teología
Publicada por el Centro Cultural Católico Fe y Razón
Desde Montevideo, Uruguay, al servicio de la evangelización de la cultura
Hoy se hace necesario rehabilitar la auténtica apologética que hacían los Padres de la Iglesia como
explicación de la fe. La apologética no tiene por qué ser negativa o meramente defensiva per se.
Implica, más bien, la capacidad de decir lo que está en nuestras mentes y corazones de forma clara
y convincente, como dice San Pablo “haciendo la verdad en la caridad” (Efesios 4:15). Los
discípulos y misioneros de Cristo de hoy necesitan, más que nunca, una apologética renovada para
que todos puedan tener vida en El. (Documento de Aparecida, n. 229).
CONTACTO: [email protected]
Fundadores de la Revista
Ing. Daniel Iglesias, Lic. Néstor Martínez Valls, Diác. Jorge Novoa.
Equipo de Dirección
Ing. Daniel Iglesias, Lic. Néstor Martínez Valls, Ec. Rafael Menéndez.
Colaboradores
Mons. Dr. Miguel Antonio Barriola, R. P. Lic. Horacio Bojorge, Mons. Dr. Antonio Bonzani, Pbro.
Eliomar Carrara, Dr. Eduardo Casanova, Carlos Caso-Rosendi, Ing. Agr. Álvaro Fernández, Mons.
Dr. Jaime Fuentes, Dr. Pedro Gaudiano, Diác. Prof. Milton Iglesias Fascetto†, Pbro. Dr. José María
Iraburu, Diác. Jorge Novoa, Dr. Gustavo Ordoqui Castilla, Pbro. Miguel Pastorino, Santiago Raffo,
Juan Carlos Riojas Álvarez, Dra. Dolores Torrado.
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