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En defensa de Gilad Atzmon
Jean Bricmont
Publicado por Matxingune taldea en 2013
Resumen
Pero mientras las demandas de identidad, especialmente de musulmanes, se atacan en público regularmente, el gran
mérito de Atzmon es reconocer la existencia de la política de identidad judía y criticarla, algo que prácticamente
nadie más se atreve a hacer.
Mis amigos palestinos me habían advertido repetidamente: Gilad Atzmon es antisemita, es malo para la
causa palestina, incluso es posible que trabaje para Israel. Debo tener una actitud inconformista, porque
ese tipo de manifestaciones nunca impidió que leyera regularmente su blog (todo lo contrario) con una
mezcla de fascinación y divertimiento. Se me ocurrió que un judío israelí, residente en el Reino Unido, un
exiliado voluntario, acusado de antisemitismo, entre otros por judíos pro palestinos y militantes palestinos,
y cuyas conferencias atraen manifestaciones de protesta de organizaciones «antirracistas» es por lo menos
una curiosidad interesante. Además, habiendo «escapado» yo mismo de la religión (catolicismo) en la que
me obligaron a crecer, siento una simpatía instintiva por todos los que rompen, a menudo brutalmente, con
los mitos y restricciones de su infancia. Los temas de Atzmon, la política de identidad y memoria, están
en el corazón mismo de nuestros debates sociales contemporáneos. Debería ser posible escuchar un punto
de vista político verdaderamente incorrecto sobre estos temas, el de alguien que se autodefine como un
«orgulloso judío “que se odia a sí mismo”».
Pero proviniendo de un no-judío como yo, ¿no hay algo sospechoso, o francamente enfermizo, en un
interés semejante? Cuando el editor de Atzmon me pidió escribiera el prefacio para la edición francesa
de The Wandering Who? , me dije que sería una oportunidad de responder esa pregunta y, sobre todo, de
explicar por qué Atzmon debe ser escuchado y discutido.
Es tan fácil «demostrar» el supuesto antisemitismo de Atzmon. Frecuentemente, incluso en el comienzo
mismo de su libro, Atzmon hace una distinción entre tres significados de la palabra «judío». Se puede
aplicar a los adeptos de la religión judía, y no tiene nada contra ellos; a personas de origen judío, y tampoco
tiene nada contra ellos; y, finalmente, a lo que llama la tercera categoría, es decir, aquéllos que, sin ser
particularmente religiosos, subrayan constantemente su «identidad» judía y la colocan antes y por encima
de la raza humana. Basta por lo tanto con interpretar la palabra «judío» en el primer sentido (gente de
origen judío) cuando Atzmon la utiliza en el tercer sentido, en un estilo que es a menudo extremadamente
polémico, para «demostrar» que es antisemita.
Sin embargo, cuando un ensayista francés, Bernard-Henri Lévy, usa su inmensa influencia para impulsar
a su país a una guerra contra Libia y luego declara que lo hizo «como judío» y «fiel» a su nombre –lo que
no es exactamente un argumento racional ¿pero se libran siempre las guerras por motivos racionales?– se
debería permitir por lo menos que gente que no es de origen judío se pregunte sobre esa identidad judía
en cuyo nombre la arrastran a una guerra que, piénsese lo que sea al respecto, no fue evidentemente una
guerra de autodefensa por parte Francia.
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En defensa de Gilad Atzmon
¿Es legítimo criticar a los judíos en el sentido de la tercera categoría de Atzmon? Para comenzar, es obvio
que todo individuo tiene perfecto derecho a «sentir» la pertenencia a un grupo del cual se enorgullece,
o que del que piensa que contribuye de forma importante a la idea que ese individuo tiene de sí mismo,
sea judío, bretón, francés, católico, negro, musulmán, etc. Ya que todas esas identidades provienen de los
azares del nacimiento, semejantes sentimientos de orgullo son irracionales, ¿pero quién puede obligar a
los seres humanos a que sean racionales?
El problema se presenta cuando esas identidades adquieren un estatus político privilegiado, exactamente
como cuando las religiones adquieren un estatus semejante. Cuando una comunidad, agrupada alrededor
de su «identidad» demanda ciertos derechos –o compensaciones, o privilegios– se debería permitir que
otros que no comparten esa identidad cuestionen la justificación de esas afirmaciones. Como cuando una
religión trata de imponer su propia moralidad a la sociedad en su conjunto. La política de la identidad
se encuentra entre negros, musulmanes, mujeres, etc. Incluso se podría sugerir que la política actual se
reduce cada vez más a un conflicto entre identidades, y que las cuestiones socioeconómicas se han relegado
a la administración de expertos no elegidos. Pero también existe una política de identidad judía, cuyas
implicaciones van mucho más allá del conflicto israelo-palestino y que afecta, entre otras cosas, a la libertad
de expresión o a las relaciones con los musulmanes.
Pero mientras las demandas de identidad, especialmente de musulmanes, se atacan en público
regularmente, el gran mérito de Atzmon es reconocer la existencia de la política de identidad judía y
criticarla, algo que prácticamente nadie más se atreve a hacer.
La manera de terminar con la política de identidad sería indudablemente ampliar el concepto de
secularismo a la separación de la identidad del Estado, así como la separación de cosas sagradas, como el
recuerdo, del Estado e incluso de la política. Cada individuo debe poder definir el grupo al cual pertenece
y los eventos considerados importantes o sagrados de la historia. Pero el Estado y todas sus instituciones
públicas, como escuelas y universidades, deberían ser estrictamente neutrales en cuanto a esas alternativas.
En una democracia secular, la política debería encarar la administración colectiva de todos los habitantes,
con leyes y regulaciones, medidas sociales y económicas, pero no lo que los ciudadanos deben pensar (a
menos que la idea sea avanzar hacia lo que todos afirman que desaprueban, es decir, el totalitarismo). En
un período marcado por la proliferación de leyes conmemorativas, cuando los individuos son arrastrados
ante los tribunales por insultos u ofensas contra algún grupo en particular, o por negar ciertos hechos
históricos, y cuando una expresión torpe puede desatar un diluvio de protestas usualmente seguidas de
disculpas públicas (en otros períodos se llamaban «confesiones» o «autocríticas») por lo menos se puede
decir que una propuesta tan simple se arriesga a parecer revolucionaria así como utópica.
Pero si cada cual debe poder disfrutar de su identidad favorita, también debería ser posible que las
personas que han crecido en una identidad o religión dada rompan con ella, se rebelen contra ella y la
critiquen, por decir así, «desde adentro». Hay suficientes escritores de origen católico, musulmán, francés,
alemán, entre otros, que son muy críticos de la cultura en la cual nacieron. Generalmente, se les considera
librepensadores. Pero no cuando son de origen judío como Atzmon. No cabe duda de que está obsesionado
por la identidad judía y su crítica de ella; a menudo es desmedida, provocadora, incluso irritante. ¿Pero
sobre qué base es inaceptable que un judío sea muy crítico de su cultura y por qué no puede ser desmedido,
provocador e irritante? Sé por experiencia propia que Atzmon está lejos de ser un caso único entre judíos,
incluso si es excepcional al decir en público lo que piensa. ¿No es una forma sutil de antisemitismo que
se prohíba a un judío que se rebele contra sus orígenes, cuando ese tipo de rebelión es aceptado e incluso
respetado en el caso de una persona de otro origen?
Una de las preguntas más importantes que se plantean respecto a los escritos de Atzmon es si lo que dice
es bueno o malo para los palestinos (lo que difiere de la pregunta de si lo que dice es verdadero o falso).
Una fracción considerable del movimiento de solidaridad con Palestina parece pensar que es malo y trata
de distanciarse lo más posible de ese «personaje sospechoso». A mi juicio, es un inmenso error, que refleja
un error más básico. Este movimiento da a menudo la impresión de que su «solidaridad» con Palestina
tiene lugar sobre todo allí y que requiere más y más misiones, viajes, diálogos, informes, e incluso a
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En defensa de Gilad Atzmon
veces «procesos de paz». Pero los hechos son que los israelíes no quieren hacer las concesiones que serían
necesarias para vivir en paz y que un motivo principal para esa actitud es que piensan que pueden gozar
del apoyo occidental ad vitam aeternam. Por ello, el movimiento de solidaridad debería en primer lugar
atacar ese apoyo. Otro error frecuente es pensar que ese apoyo se debe a consideraciones económicas
o estratégicas. Pero, por lo menos en la actualidad, Israel no es útil a los intereses occidentales. Vuelca
al mundo musulmán contra nosotros, no produce ni una gota de petróleo y lleva a EE.UU. a una guerra
contra Irán que los estadounidenses claramente no desean. Los motivos de este apoyo son suficientemente
obvios: la constante presión de las organizaciones sionistas sobre intelectuales, periodistas y políticos,
manipulando interminablemente la acusación de antisemitismo y el clima de culpa y arrepentimiento
(por el Holocausto) mantenido en auxilio vital artificial, en gran parte por esas mismas organizaciones.
Como resultado, la tarea principal del movimiento de solidaridad con Palestina debería ser permitir la libre
expresión sobre Palestina, y también denunciar la presión e intimidación de los diversos lobbies. Es lo que
hace Atzmon. Lejos de rechazarlo, el movimiento de solidaridad debería convertir en una prioridad que
se le lea y escuche, incluso si uno no está totalmente de acuerdo con lo que dice.
Mediante su ataque total al «tribalismo» judío, la contribución esencial de Atzmon a la solidaridad con
Palestina es ayudar a que los no judíos comprendan que no están siempre equivocados cuando se presentan
conflictos con organizaciones judías. El día que los no judíos se liberen de la mezcla de miedo y culpa que
actualmente los paraliza, el colapso incondicional a Israel colapsará.
Sin embargo, si es normal e incluso noble que Atzmon priorice el ataque a la identidad de sus orígenes,
parece sobrestimar la particularidad de sus características. Los sentimientos de superioridad y la voluntad
de dominar existen en muchos pueblos y grupos a lo largo de la historia. Como señaló el pacifista
estadounidense A. J. Muste, el problema de todas las guerras es el vencedor: la victoria le ha enseñado que
la violencia sale rentable. Generalmente se encuentran más sentimientos humanos entre los derrotados,
los alemanes y japoneses después de 1945, o los franceses después de la pérdida de su imperio colonial.
Pero la superioridad militar de Israel, así como la impunidad, de la que ciertos representantes suponen que
gozan cuando difaman a cualquiera que les apetezca, solo refuerza las actitudes denunciadas por Atzmon,
pero que no son necesariamente específicamente «judías». Constituyen, por desgracia, las características
humanas universales de gente que se siente en una posición de fuerza. En realidad, el mayor servicio que
los no judíos podrían rendir a la comunidad judía sería resistir las presiones, en lugar de ceder como hacen
usualmente.
Finalmente, ¿qué hay del auténtico antisemitismo? ¿No lo alienta lo que Atzmon (o yo) decimos, y no es
necesario combatir ese mal? Antes de responder, veamos lo que ese «combate» significa en la práctica. En
Francia existe una ley contra el cuestionamiento de los hechos relacionados con la persecución de los judíos
durante la Segunda Guerra Mundial (pero no de hechos relacionados con algún otro evento histórico). La
gente es enjuiciada por llamar al boicot de Israel (pero no de cualquier otro país). Son innumerables los
espectáculos o escritos que hieren los sentimientos de todo tipo de gente, y es banal insultar cosas que
son sagradas para los musulmanes o los cristianos, pero solo cancelan regularmente los que se consideran
antisemitas. Es arriesgado mencionar en público al lobby pro israelí. Durante una emisión francesa de
radio sobre ese tema, John Mearsheimer recordó que el difunto historiador Tony Judt le había advertido de
que Francia sería el país más difícil para que pudiera hablar, lo que primero no quiso creer, pero después
descubrió que era verdad.
Me parece que si uno es demócrata, como la mayoría pretende serlo, lo primero que debe hacer es pedir
igualdad, en principio, para todos los seres humanos, por lo menos con respecto al derecho a expresarse.
Pero no es el caso respecto a Israel y las comunidades judías organizadas. En imposible combatir la división
de la sociedad en comunidades rivales si no existe una igualdad semejante.
Respecto a las acusaciones de antisemitismo, un enfoque democrático debería basarse en tres principios:
• El término «antisemitismo» debería definirse con suficiente claridad como para permitir la crítica. Por
ejemplo, si antisemitismo es «defender la libertad de expresión de los revisionistas del Holocausto», o
«cuestionar el derecho a la existencia de Israel» (como Estado judío que niega el derecho de retorno
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En defensa de Gilad Atzmon
a los palestinos) debería responderse que no se trata de antisemitismo, sino de libertad de expresión o
derecho internacional.
• Las acusaciones debería basarse en lo que se ha escrito realmente y no en rumores o interpretaciones.
• Se debería permitir que las personas acusadas se defiendan, lo que es particularmente difícil ante el
tribunal de la opinión pública, a menos que se logre cultivar un escepticismo saludable ante ese tipo de
acusación, que es alentado por los escritos de Atzmon.
Dicho esto, es probable que el genuino antisemitismo (entendido como hostilidad general contra personas
de origen judío) esté creciendo, y en una medida inquietante. Pero ese aumento del antisemitismo se debe
primordialmente a la increíble arrogancia de la política israelí, a la conducta de sus partidarios en Francia,
a su determinación suicida de imponer al pueblo francés una política que no desea y una censura de facto
que le impide protestar. La manera en que se libra actualmente el «combate contra el antisemitismo» –
incluso con las mejores intenciones del mundo– solo es provocada por cualquier tipo de censura y, en
este caso, aumenta el antisemitismo. El combate real contra el antisemitismo requiere que se renuncie a
la forma en la que se libra la «lucha contra el antisemitismo», mediante intimidación y censura. Los que
no lo comprenden deberían reflexionar un poco más sobre la historia del «socialismo realmente existente»
y del catolicismo en sus años de apogeo.
Jean Bricmont
11de mayo de 2012
Este texto ha sido adaptado del prefacio de La parabole d’Esther (Editions Demi-Lune 2012), edición
francesa del libro de Atzmon The Wandering Who? A Study of Jewish Identity Politics.
Fuente: título [: http://uprootedpalestinian.wordpress.com/2012/04/09/counterpunch-print-edition-indefense-of-gilad-atzmon-by-jean-bricmont/]
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