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Colegio de La Inmaculada
Jesuitas – Lima
Área de Ciencias Sociales
2013
Formación Ciudadana y Cívica
Profesor: Gonzalo Molina Paredes
Grado: 3º de Secundaria
Bimestre: 1º
EL MESTIZAJE PERUANO: REALIDAD O MITO
Fuente: Quispe, Olga – Achata, José – Córdova, Angel. (2007). El mestizaje peruano: realidad o mito. Lima: Instituto
de Etica y Desarrollo. UARM. En:http://ieticaydesarrollo-ensayos.blogspot.com/2009/07/el-mestizaje-peruanorealidad-o-mito.html.
El Perú es una realidad histórica que presenta una diversidad étnica y cultural, con una historia
cuya base se sustenta en lo andino, lo amazónico, no obstante las otras influencias que vienen
con la conquista. El proceso de mestizaje que se da en nuestro país es crucial, porque bien
puede contribuir a la destrucción de las diferencias o a la construcción de nuevas sociedades
donde se valore el reconocimiento y el respeto a la diversidad. Por eso, es importante
reflexionar sobre cómo entender el mestizaje para construir una país multicultural, y que estas
palabras no sean simplemente un disfraz para ocultar nuestros orígenes.
Concepto de mestizaje
Según el Diccionario de la Real Academia Española, mestizaje: es el cruzamiento de razas
diferentes. Mezcla de culturas distintas, que da origen a una nueva.
Mestizo(a): dicho de una persona: nacida de padre y madre de raza diferente, en especial de
hombre blanco e india, o de indio y mujer blanca. Dicho de la cultura, de los hechos
espirituales, etc.: provenientes de la mezcla de culturas distintas.
Una mirada a la historia: mestizaje racial y cultural
Cabe mencionar que los procesos de mestización existieron ya en las culturas precolombinas
como cuestiones netamente sociales, donde se suponen ámbitos de encuentro o de
confrontación, pero es a partir de la conquista española donde se da con rigurosidad un
proceso de mestizaje exaltado por la violencia y la dominación.
Cuando los españoles irrumpen nuestros dominios, guiados por un afán de enriquecimiento y
una mística evangelizadora sectaria e intolerante, lo hacen sin la compañía de sus mujeres, por
los peligros que traía consigo la conquista; primero había que consolidar el poder militar íbero.
Las relaciones sociales y de poder se ejercen de manera arbitraria y autoritaria, la supremacía y
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el dominio de los españoles sobre los indígenas se hace evidente. Pues, para diferenciarse de
los autóctonos, los conquistadores inventaron y usaron el término “indio” -denominación que
sirve para designar a los conquistados-, esta palabra es insertada por un equivoco del propio
Cristóbal Colón, quien suponía haber descubierto la India y no América.
Sin duda, estas actitudes tienen un componente racista; pero, por otro lado, paradójicamente,
la mezcla racial (el mestizaje) entre conquistador e india fue inevitable. Algunos sostienen que
el racismo existió “de la cintura para arriba” más no “de la cintura para abajo”. Al parecer, los
hechos así lo demuestran, pues no debemos olvidar que el mestizaje fue producto de
relaciones sexuales no matrimoniales, donde la mujer indígena era tomada por la fuerza a
ceder y satisfacer los apetitos sexuales de los conquistadores españoles. Esta relación fue
producto de la violación.
La agresión sexual, física y verbal, el sometimiento, etc., son indicios claros de que si hubo
racismo en ese proceso de mestizaje. Pues, el hecho de considerar como un objeto sexual a la
mujer indígena, de poseerla sin su consentimiento, no hace más que evidenciar que la intención
era de denigrarla, de hacer de ella un ser abyecto y vil. Claro está.
Sin embargo, existieron mínimas excepciones cuando se habla de las alianzas matrimoniales
que contrajeron algunos capitanes con las ñustas, pues, a través de ellas se trataban de
consolidar las estrategias y relaciones de poder. Como fruto de esas alianzas matrimoniales
nació el Inca Garcilaso de la Vega.
Una vez consolidado el orden colonial, la diversidad étnica y cultural entre españoles e indios
fue manejada por la Corona española. La prueba está en que fueron creadas dos “repúblicas”
jurídicas, jerárquicamente diferenciadas: la “República de Españoles” y la “República de Indios”,
en donde no fueron admitidos ni mestizos ni esclavos de origen africano. Se pensó que con la
llegada de la mujer española y la instauración de la segregación racial, social y política se
pondría fin a la dominación sexual de españoles sobre las indígenas y esclavas negras, cosa que
no sucedió.
El mestizo repugnaba a la conciencia de criollos e indios, porque era la negación ideal del
castizo (de casta, puro), de cuya pureza supuestamente derivaban todas las virtudes
psicofisiológicas del individuo; y porque, además, era bastardo, es decir, ilegítimo. Salvo los
mestizos producto de las alianzas matrimoniales que fueron reconocidos por sus padres, la
mayoría de los mestizos bastardos fueron criados en el hogar materno indígena.
Durante la Colonia, los principales mecanismos del dominio español: la apropiación privada
sobre las tierras y minas, la organización de las mitas, las encomiendas y reducciones, la
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extirpación de idolatrías, la catequización y la castellanización forzosas, provocaron la lenta
conversión de las diversas etnias andinas en el campesinado feudal –en las que básicamente
prevalecieron las matrices culturales quechua y aymara- como clase subalterna de la república
criolla (Sinesio López, “De imperio a nacionalidades oprimidas”, 1979: 238).
La independencia no implicó una revolución política ni menos la revolución cultural que
produjeron en Europa la Reforma religiosa y la Ilustración. Ellas crearon una cultura moderna,
es decir, convirtieron en sentido común los postulados de la Ilustración: la negación de toda
trascendencia, un más allá o un destino como explicación de los hechos de la vida cotidiana y,
por tanto, la afirmación del protagonismo del individuo en la historia que se encamina a un
inacabable progreso; por tanto, la afirmación de la libertad y la igualdad de derechos entre los
hombres; por tanto, la confianza en la razón y en la ciencia, la apertura y la confianza en lo
nuevo y en el menosprecio del pasado.
Después de la independencia la “cuestión indígena” adquirió una gran importancia en el
contexto del debate político y discursivo en el proceso de conformación de la identidad
nacional de parte de las élites criollas. El general José de San Martín, en un decreto firmado el
28 de agosto de 1821, a un mes de proclamar la independencia del Perú, abolió toda diferencia
legal entre indios, mestizos y criollos, al declarar que “en lo futuro, los aborígenes no serán
llamados indios ni nativos; son hijos y ciudadanos del Perú, y serán conocidos como peruanos”
(Jorge Basadre, “Historia de la República del Perú”, 1983; citado por Oscar Espinosa). En la
práctica, esto implicaba la apropiación de sus tierras, que habían estado protegidas al régimen
colonial.
Hacia fines del siglo XIX, el debate sobre la “cuestión indígena” adquirió mayor relieve en el
contexto de crisis que atravesaba el Perú luego de la derrota frente a Chile en la Guerra del
Pacífico, la culpa recaía en los indios, quienes carecían de un sentimiento de pertenencia o
identidad para con el Perú., y los comentarios que circulaban era que los indios no sabían por
qué peleaban. Pues las discusiones que entablaban intelectuales y políticos por dar una salida a
este problema era intensa. Para la mayoría, la solución era “modernizar” a los indios, ya sea a
través de la educación o de su cristianización, o por medio de ambas. A medida que pasaba el
tiempo, éstos veían la solución al “problema indígena” en el “mestizaje”. Sin embargo, no todos
coincidían en qué significaba este “mestizaje” peruano. Los sectores más conservadores y
vinculados a la élite criolla de Lima, consideraban que este “mestizaje” tenía que girar en torno
a la herencia hispánica. En el otro extremo se ubicaban los indigenistas, vinculados más bien a
la élite del Cusco, que indicaban que el “mestizaje” tenía que fundarse en el glorioso pasado
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incaico (Oscar Espinosa, “Desafíos a la ciudadanía multicultural en el Perú: el mito del mestizaje
y la cuestión indígena”, 2003).
Con el gobierno de Juan Velasco Alvarado se da fin a la oligarquía, se intenta reivindicar los
derechos de los ya no denominados “indios” sino campesinos; lemas como “la tierra es para
quien la trabaja”, “campesino el patrón ya no comerá más de tu pobreza”, son construcciones
políticas que intentan proclamar un discurso nacionalista, indigenista, donde todo lo foráneo es
malo.
Es cierto que nuestra historia ha sido marcado por la conquista y sus efectos siguen latentes,
pero también es cierto que la incorporación e intercambio de elementos culturales ha sido y es
importante para nuestras sociedades, aunque no se quiera reconocer.
El doble discurso del mestizaje
Cuando se habla del pasado, se glorifica las hazañas y la capacidad administrativa, tecnológica,
la cosmovisión de los antiguos peruanos, por ejemplo, en el campo de la agricultura, tenemos la
construcción de andenes, los sistemas de riego que eran sofisticados para su época; en el
campo de las edificaciones, contamos con hermosos monumentos históricos, una de las más
representativas es la Ciudadela de Machu Picchu, emblemática por todo lo que representa; por
cierto, todo eso nos enorgullece. Sin embargo, cuando hurgamos sobre la presencia de
indígenas en el presente, afloran actitudes de rechazo, nerviosismo, imprecisión, molestia en la
gente, a tal punto de considerarlo como una ofensa, porque aceptar supone ser parte de esa
historia del cual se reniega.
Para Oscar Espinosa, una de las principales dificultades para imaginarnos como un país
multicultural radica en lo que se podría denominar el “mito del mestizaje”. Los peruanos, en
general, nos consideramos a nosotros mismos como “mestizos” y, para justificarnos, recurrimos
frecuentemente al refrán popular que señala que “quien no tiene de inga, tiene de mandinga”.
Al identificarnos como mestizos no pretendemos brindar una definición clara y exacta de lo que
somos, ya que precisamente el mestizaje supone una cierta hibridez, en tanto corresponde al
cruzamiento de razas o culturas distintas. Por el contrario, en el “juego de las identidades”, que
siempre son relacionales, una forma de afirmar lo que somos es a través de señalar lo que no
somos. Es decir, si somos mestizos no somos ni blancos ni indios. En este sentido, ser “blanco”
significaría identificarse con el extranjero, con el “gringo”, con España, con el conquistador,
etc., y ser “indio” o indígena implicaría la posibilidad de ser sujeto de discriminación, abuso o
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explotación.
Pues, hay una gran diferencia entre lo imaginario y la realidad. El optar por dar una respuesta,
cuando se dice “soy mestizo”, aparentemente nos sitúa en un lugar privilegiado, donde todos
somos iguales, ciudadanos todos, con derechos y deberes plenos; pero la realidad parece
desmentir y desvanecer tal construcción imaginaria que no hace más que conllevarnos a vivir
engañados, peor aún, alimentar la hipocresía social.
Oscar Espinosa nos dice que el mestizaje constituye un “mito” en la medida en que no logra
superar la lógica dicotómica de inclusión-exclusión que aparentemente trata de eliminar. Si
bien el mestizaje se ha extendido pero el racismo no ha desaparecido, como así lo hace saber
Nelson Manrique.
El mestizaje puede ser utilizado estratégicamente para justificar la dominación y, según
Portocarrero, para encubrir conflictos. El mestizaje constituye una ideología que pretende
justificar un sistema de relaciones jerárquicas entre grupos sociales, además, de ocultar la
dominación al pretender ignorar o silenciar las diferencias. En ese sentido, el mestizaje
constituye una forma de “violencia simbólica”, es decir, una forma de violencia que logra
aparecer como algo natural gracias a su amplia aceptación social (Oscar Espinosa, “Desafíos a la
ciudadanía multicultural en el Perú”).
En síntesis, el mestizaje se convierte en una suerte de “mito” que contribuye a destruir las
diferencias y a la marginación de grandes sectores de la población peruana. Declararse mestizo
puede significar asumir una máscara circunstancial y de conveniencia, no una identidad
consistente. El mestizaje se define más como negación -ni blanco ni indio ni negro- que como
afirmación.
Conclusión
No cabe duda que la experiencia colonial ha marcado nuestra historia. El orden colonial fue
transformado por el mestizaje. Quizás se pensó que con el mestizaje se iban a abolir actitudes
racistas, fóbicas, pues no. La mezcla de razas y culturas no tuvo (o no tiene) otro propósito,
consciente o inconscientemente, que la de exterminar o desaparecer las culturas primigenias,
pues era (o es) una forma de profesar el odio o desprecio al indígena o “indio”.
En los tiempos de ahora, aún persisten actitudes que tienden a denigrar al indio y al mismo
tiempo idealizar o encumbrar a los incas, sin duda, se trata de una doble moral. Una práctica
frecuente, donde se esconde el temor, la ignorancia de saber quiénes somos. Es por eso que
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nos denominamos mestizos, porque resulta menos doloroso.
Lo desafiante del caso peruano es la coexistencia de racismo y mestizaje. Es decir, aquí la
mezcla no fue descartada sino que desde abajo fue significada como un camino de avance
social, de logro de reconocimiento y, desde arriba, no fue totalmente impedida sino que fue
valorada como la posibilidad de una ventaja económica.
En el Perú, la mezcla racial es realmente fuerte, es mayor la disposición a la mezcla racial, pero
hay, en cambio, mucho más segregación cultural. Sin duda, es todo un desafío independizarse
de los prejuicios y complejos. Pues, la escuela cumple una función preponderante, que es la de
enseñar la verdadera historia, y creer que si es posible construir un país multicultural, donde el
reconocimiento y el respeto a la diversidad sea una realidad y no un mito.
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