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Elección de Ollanta Humala en Perú. ¿Mas allá del neoliberalismo? Deborah Poole, John Hopkins University Gerardo Renique, City University of New York Luego de una reñida campaña electoral, los votantes peruanos le dieron la victoria al progresista nacionalista Ollanta Humala. La elección del 5 de junio puso final a una extremadamente polarizada campaña en la cual la derecha peruana movilizó sus considerables recursos –incluyendo a la alta jerarquía de la Iglesia Católica—para demonizar a Humala por sus supuestas conexiones con el Presidente de Venezuela Hugo Chávez, su reputada participación en el levantamiento militar del 2005 liderado por su hermano Antauro, y por su posible participación en abusos a los Derechos Humanos durante su tiempo de servicio en el ejército peruano. Preocupaciones propagadas a través de los medios y redes sociales junto con infundados rumores que su gobierno expropiaría a quien tuviera más de dos propiedades y que estatizaría todas las industrias y operaciones mineras. La frenética campaña en contra de Humala no se limitó sin embargo a los tabloides de la prensa amarillista. El diario El Comercio, el más antiguo y prestigioso en todo el país, despidió a varios periodistas de sus publicaciones y televisoras de su conglomerado empresarial por haber “humanizado” a Humala en su cobertura del proceso electoral. Lo que más preocupó a la derecha sin embargo fueron las moderadas propuestas nacionalistas de Humala para acabar con la corrupción, fortalecer la soberanía estatal sobre los recursos naturales a través de impuestos a las sobreganancias de las empresas mineras, y la expansión del incipiente sistema de seguridad social existente en el país, a través de una reforma educativa y pensiones para las personas mayores de 60 años. Si bien estas medidas no representan mayor peligro a la bien arraigada economía neoliberal en el Perú, en los antecedentes militares y el nacionalismo de Humala las élites perciben las incómodas resonancias del más extenso y coherente programa de nacionalizaciones y Reforma Agraria del gobierno del general Velasco Alvarado durante la década de 1970. Para estas élites las más modestas de las reformas representan una amenaza inaceptable al “boom” económico peruano de la última década de tasas de crecimiento similares a las alcanzadas por China. Ha sido empero un sector muy reducido de la población peruana el que se ha beneficiado de las grandes inversiones extranjeras responsables del crecimiento económico del país. El 55% de los votos obtenidos por Ollanta Humala y Keiko Fujimori expresaron claramente que la mayoría de los peruanos tiene una visión muy diferente a la del “milagro económico” promovido por los tres candidatos derechistas que resultaron perdedores de la primera ronda electoral. Si bien, de acuerdo a cifras oficiales del gobierno peruano, la población en estado de pobreza se redujo en los últimos años, el crecimiento macroeconómico ha dado escasos beneficios tangibles para la tercera parte de la población, que sobrevive debajo del nivel de pobreza. Esto es especialmente cierto para el 60% de la población de las zonas rurales, que vive en la pobreza. El modelo económico exportador‐extractivista ha más bien exacerbado las seculares desigualdades regionales, étnicas, sociales y de género, que fracturan a la sociedad peruana. Gran parte de la riqueza del país se mantiene concentrada en la ciudad capital de Lima, sede de las grandes corporaciones mineras exentas de impuestos a las sobreganancias y responsables del despojo sistemático y destrucción de las comunidades, economías y el medio ambiente de las regiones andinas y amazónicas mas empobrecidas de todo el país. Las concesiones a empresas mineras, gaseras y petroleras para exploración y explotación de recursos naturales cubren casi el 70% del territorio nacional y representan una amenaza a la supervivencia cultural de comunidades indígenas y campesinas. Las protestas de estas comunidades en contra de grandes represas, empresas mineras y petroleras en defensa del medio ambiente y la soberanía nacional no han encontrado otra respuesta del gobierno de Alan García que la represión policial. La primera ronda electoral coincidió con paralizaciones regionales en contra de concesiones mineras y petroleras y proyectos hidroeléctricos en los departamentos de Ancash, Arequipa, Cajamarca y Moquegua. La segunda vuelta electoral a su vez estuvo enmarcada por una dramática huelga general de tres semanas en el departamento de Puno, que dio lugar al cierre de la frontera entre Perú y Bolivia y la paralización total del comercio y el turismo. Los gobiernos regionales electos por voto popular, cuyo mandato constitucional es el de disminuir las diferencias regionales, se han mostrado inefectivos debido a que el gobierno central mantiene jurisdicción absoluta sobre los recursos naturales, concesiones mineras y petroleras, y la distribución de recursos fiscales. Son estas desigualdades estructurales las que sostienen el fuerte apoyo a Humala en las regiones del Sur Andino y la Amazonia, así como la popularidad de Fujimori sobre todo entre los asentamientos urbanos pobres de Lima. El programa de Humala ofrece a estos sectores la esperanza de una más equitativa distribución de los recursos generados por el “boom” económico. Por su parte, el populismo y distribución de enseres y alimentos por parte de Keiko Fujimori durante su campaña satisfacían la nostalgia popular hacia los programas de alivio a la pobreza y el prestigio de la presidencia de su padre quien impuso ley y orden en un país devastado por una cruenta guerra interna. Hallado culpable por su papel en secuestros, asesinatos, sobornos y desfalco durante sus diez años como presidente, su padre Alberto Fujimori se encuentra en la cárcel cumpliendo una pena de 25 años. Después de ver derrotados a los tres candidatos durante la primera vuelta electoral, y dando prioridad a sus propios intereses sobre los más elementales principios democráticos y de respeto por los Derechos Humanos, la derecha se reagrupó en apoyo a Fujimori, ignorando su clara conexión con las políticas autoritarias, violaciones a los Derechos Humanos y corrupción rampante durante la presidencia de su padre. Las elecciones también resaltaron la intensidad con la que los miedos raciales y de clase siguen animando la política peruana. Para las élites, los dos candidatos representaban un incómodo recordatorio que la mayoría de los votantes en el Perú no son como ellos. La atracción de Fujimori entre los pobres (sobre todo urbanos) significó para las élites la oportunidad de contener a las masas de piel oscura mediante modestos programas de gobierno con las clases bajas como clientes pasivos de la beneficencia estatal. Los simpatizantes de Humala, de otro lado representaban una población de clase trabajadora, campesina e indígena en demanda de reformas fundamentales al modelo económico reinante. Ante esta opciones las élites cerraron filas poniéndose en contra de su propio Premio Nóbel, el conservador Mario Vargas Llosa. Después de su condena pública de las tendencias autoritarias y fascistas de Keiko Fujimori y el anuncio de que votaría por Ollanta Humala, él y su familia sufrieron ataques verbales públicos, a través de la prensa y las redes sociales. El audaz apoyo de Vargas Llosa hacia la candidatura de Humala fue crítico en ganar votos entre votantes indecisos de las clases medias y altas. Las tendencias autoritarias de Keiko Fujimori y su historial de corrupción; sin embargo, importaron poco para las elites económicas y políticas, cuyas actitudes hacia las clases populares llevan todavía la huella colonial de la oligarquía del siglo diecinueve. Mientras por el momento es todavía temprano para predecir el rumbo que tomará el gobierno de Humala, su victoria electoral ha infringido un duro golpe tanto a la derecha peruana como a los intereses norteamericanos en América Latina. La elección de Humala ciertamente debilitará la recientemente formada Alianza del Pacífico entre México, Colombia, Chile y Perú. Auspiciada por los Estados Unidos, como tímida expresión de la fracasada Área de Libre Comercio de las Américas del presidente G. Bush, con el objetivo de contrarrestar los esfuerzos de la UNASUR y de recuperar el terreno perdido por inversionistas norteamericanos ante el empuje de capitales chinos, europeos y sudamericanos. La elección de Humala representa también una rotunda derrota para el presidente peruano Alan García. Con su desembozado apoyo a Keiko Fujimori, García no solo violó las leyes peruanas sino que también puso los recursos del estado a disposición de la “guerra sucia” mediática en contra de Humala. Su partido, APRA, solo logró elegir cuatro congresistas. La derrota más significativa de la elección del 5 de junio la sufrieron empero los tecnócratas fujimoristas, que formaron parte del círculo de funcionarios y asesores del ex‐presidente Alberto Fujimori y que constituyen piezas claves de su proyecto populista autoritario. La victoria electoral de Humala sobre Keiko Fujimori bien puedes marcar el principio del fin del fujimorismo como movimiento político organizado. Aunque la alianza electoral fujimorista, Fuerza 2011, logró el segundo número de asientos en el congreso, queda por ver qué forma de alianzas lograrán establecer con las por el momento agobiadas fuerzas de la derecha política peruana. Muchos han interpretado la elección de Humala como una victoria para la izquierda latinoamericana. En la medida en que ganó a pesar de la agresiva oposición de la poderosa derecha peruana, y con el apoyo de movimientos sociales regionales, indígenas, juveniles, esta interpretación es cierta. Más aun, Humala ganó como parte de una coalición electoral (Gana Perú) que incluyó a veteranos políticos e intelectuales de izquierda. Queda por ver empero hasta qué medida (o tal vez qué tan rápido) Humala se distanciará de aquellos miembros de su coalición que se mantienen presionando por cambios sustantivos al sistema político y económico, y qué tanto será capaz de escuchar y responder a los rebeldes movimientos regionales, indígenas, campesinos y anti‐extractivistas que hicieron posible su elección. Tampoco contara Humala con la ventaja de un organizado y coherente partido político o sostén ideológico. Si bien el Partido Nacionalista fue instrumental en congregar apoyo para Humala en algunas regiones del país, el apoyo más significativo lo dio una amplia gama de movimientos sociales incluyendo movimientos anti‐corrupción y anti‐Fujimori, grupos de Derechos Humanos, feministas y sobre todo los movimientos indígenas, campesinos, anti‐minería y regionales que conforman la más importante oposición al neoliberalismo en el país. Estas fuerzas fueron sobre todo importantes durante las últimas semanas de la campaña, cuando el movimiento “No a Keiko” organizó marchas masivas en Lima y otras ciudades del país. Su papel en la elección de Humala, y sobre todo en la resistencia al neoliberalismo, sugiere un posible giro dentro del país en la medida que los actores políticos en las regiones ganan mayor prominencia vis‐à‐vis el tradicional control político ejercido por Lima. Esperamos que estos mismos actores políticos y movimientos sociales que hicieron posible la elección presidencial de Humala fuercen al nuevo gobierno a cumplir con las reformas económicas, sociales y políticas que demandan los movimientos sociales para empujar al Perú mas allá del neoliberalismo.