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¡Y VA DE MÚSICOS…! Conmemorando en este año 2010 los aniversarios, quinto y segundo, de los nacimientos de dos grandes figuras en la historia de la música. El compositor español Antonio de Cabezón nació en el pueblo de Castrillo Matajudíos de Burgos el año 1510. Era el mayor de 3 hermanos. Aunque a los 8 años perdió la visión por alguna infección no tratada adecuadamente esto no le impidió cursar brillantemente estudios musicales. El camino que conduce de Castrillo a Castrojeriz debió conocerlo muy bien pues seguramente se ejercitó en los órganos que había en la Colegiata y en el de la iglesia de San Juan. A los dieciséis años ya era organista en la capilla real de Carlos I, y más tarde en la de Felipe II. En los viajes con la Corte por Italia, Alemania, Flandes e Inglaterra dio muestras de su virtuosismo con el órgano, hasta el punto de ser conocido como el Bach español. Antonio de Cabezón se casó a los 28 años con Luysa Núñez en la ciudad de Ávila, con la que tuvo 5 hijos. En esta ciudad conoció a Santa Teresa cuya amistad influyó en su obra, en cuanto a la sobriedad y el misticismo. Murió el 26 de marzo de 1566 en Madrid. Allí, en la iglesia de San Francisco, el rey Felipe II mandó levantarle un monumento sepulcral. En su pueblo natal, Castrillo de Matajudíos, tiene dedicada una placa en la plaza Mayor. La casa donde nació se conserva y se puede visitar. Doce años después de su muerte, su hijo Hernando de Cabezón publicó su obra con el título de “Obras de música para tecla, arpa y vihuela de Antonio de Cabezón”. El pequeño Frederic escuchaba sentado cómo su padre tocaba en la flauta una alegre mazurca. De pronto, una lágrima se deslizó por su mejilla, se estremeció y se echó a llorar. será preciso, dijo la madre del niño, que no toques hasta que el niño se acueste. Y así su madre, después de meterlo en la cama, bajaba de nuevo a la salita de música donde la familia se reunía para disfrutar de los habituales conciertos hogareños. El padre tocaba la flauta, la madre cantaba, su hermana mayor tocaba el piano. Y siempre llegaban algunos amigos a oír la música de los Chopin. Arriba en su cuarto Frederic permanecía despierto para oír la música. Las lágrimas caían de nuevo sobre la almohada. ¿Cómo podían decir que odiaba la música? Aquellas lágrimas no eran de dolor, sino de gozo. Amaba la música hasta tal punto que su sensibilidad se estremecía y las armonías le hacían llorar. Mas era tan niño que no encontraba palabras para expresar esos sentimientos. Lo que más le gustaba eran los acordes del piano cuando tocaba su hermana. Un día en que nadie podía oírle se acercó al piano y tocó una tecla. Después otra y otra más. Las notas se elevaron formando una de aquellas melodías que su hermana solía tocar. Fue algo maravilloso para el niño, ignorante aún del tesoro que llevaba en sí. Allí lo encontró su madre que, maravillada, se detuvo en la puerta para escucharle. Sólo entonces comprendió por qué hacía llorar la música a Frederic. A partir de entonces su hermana Ludwika, fue su maestra de piano. Con ella tocaría más adelante duetos para piano a cuatro manos. Cuando cumplió seis años sus padres lo pusieron en manos de un profesor que pronto comprendió que el niño era un genio y empezó a anotar con mucho interés las composiciones de su joven alumno. Compuso su primera obra, la “Polonesa en sol menor” para piano, a los siete años. A los ocho tocaba el piano con maestría, improvisaba, componía con soltura y dio su primer concierto público. Frederic Chopin nació el 1 de marzo de 1810 cerca de Varsovia. Pasó la mayor parte de su vida en París, donde murió el 17 de octubre de 1849. Siempre sintió nostalgia de su patria. Estaba con frecuencia enfermo y su médico le aconsejó el clima saludable de las islas Baleares para mejorarse. En la cartuja de Valldemosa, en Palma de Mallorca, vivió cerca de 2 años. Su música fue escrita toda para piano. Entre las obras más famosas figuran las Polonesas, Mazurcas (danzas alegres de Polonia), Valses, Nocturnos, Preludios… El amor a su patria lo expresó a través de estas obras musicales como un bello lenguaje que las gentes de todos los países del mundo pueden comprender. Y la música de Chopin hace llorar todavía a muchos hombres y mujeres como lloró aquel niño prodigioso al oír una canción de Polonia hace muchos años.