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Extraños objetos errabundos
Alfonso Morales
En una avenida céntrica y transitada -San Juan de Letrán-, frente a una conocida
tienda de regalos -Casa Nieto-, un hombre se detiene a contemplar el cielo. Algo
en las alturas ha llamado poderosamente su atención. Y ese algo es, al parecer,
insólito, no fácil de discernir o al menos prometedor de un suceso extraordinario.
Un hombre así, parado a mitad de la banqueta con la vista puesta en el
firmamento, no iba a pasar desapercibido para los otros transeúntes que
compartían con él ese tramo de la gran urbe –ciudad de México, años cincuenta–.
En cumplimiento de uno de los actos reflejos de la convivencia citadina –
arraigado, de seguro, a los estratos más profundos de la naturaleza humana–, el
mirón se convierte en objeto de atención y guía de otras miradas: los peatones
primero observan al espectador y de inmediato voltean hacia el rumbo que la
vista de éste señala, convirtiéndose ellos mismos en espectadores.
A estos mirones se suman otros curiosos y al poco rato esa congregación de
desconocidos se anima con toda clase de comentarios. Habrá en esa tertulia,
como en todo coloquio que se respete, opiniones informadas, escépticas o
fantasiosas. No faltará quien no tenga otra razón para estar ahí que la curiosidad
generada por la presencia de tantos curiosos, así no llegue a enterarse bien a
bien de lo que está sucediendo. Los mirones se renuevan y ofrecen nuevos
semblantes a eso, difuso o preciso, que los atrae desde el aire donde suelen
campear las máquinas y criaturas voladoras. Al cónclave de fisgones,
autogenerador de sus energías voyeristas, no le importará la ausencia de quien
fuera su fundador y primer integrante. Apartado del grupo, aquel hombre que
antes oteaba los azules celestes se entretiene con el borlote de los mirones. Un
fotógrafo –Nacho López–, mirón de mirones, metamirón, ha registrado
íntegramente la invención de un efímero observatorio que no es sino uno de los
infinitesimales entrecruzamientos en que se anuda la vida citadina.
¿Qué veían los mirones de Casa Nieto? Todo indica que algo relacionado con la
Torre Latinoamericana, el rascacielos propiedad de una compañía aseguradora
que levantó, literal y metafóricamente, las miras de la capital mexicana en las
postrimerías del régimen alemanista. "Pasos en el cielo", el gran reportaje que la
revista Mañana publicó sobre la construcción de ese edificio (27 de octubre de
1951, fotos de Faustino Mayo y Nacho López, textos de Carlos Argüelles) ,
contiene una imagen de mirones que fueron retratados probablemente en la
misma avenida y en la misma acera que colindaba con aquella tienda dedicada a
expender lujos clasemedieros. Las diferencias en la moda de la ropa y el estilo
del alumbrado público sugieren que los mirones de ese reportaje, retratados a la
distancia y en picada, muchos de ellos de evidente origen campesino, poco
tienen que ver con los que López retrató al nivel de la calle mientras eran parte,
de manera consciente o involuntaria, de un divertimento fototeatral.
Al inicio de la década de los años cincuenta, la capital mexicana no sólo podía
presumir de su pujante verticalidad arquitectónica. Otras novedades
internacionales se habían aclimatado entre sus habitantes. Así como fue
alcanzada por los peligros de la energía atómica y las conspiraciones de la Guerra
Fría, la vieja Tenochtitlan tampoco fue inmune a la fiebre mundial por los platillos
voladores, las naves que avisaban a los terrícolas de la vida posible en otros
planetas. Los mirones de Casa Nieto no están demasiado alejados en el tiempo
de la sicosis colectiva que llevó a otro grupo de espectadores a ser noticia en las
páginas del periódico Excélsior, el 18 de marzo de 1950, donde se informó de su
desvalijamiento mientras observaban sobre el cielo mexica el paso de unos
"extraños objetos errabundos". (Véase el ensayo "Del campo a la capital... Y de
la capital al espacio" de Tania Negrete y Héctor Orozco en El futuro más acá,
2006).
El mirón que atrae a otros mirones y luego los abandona fue otra de las
escenificaciones en que Nacho López puso a prueba los recursos de la acción
provocada y la fotografía dirigida para indagar sobre el comportamiento de los
urbanitas, cada vez más educados en el placer o el temor de verse reflejados en
espejos, vitrinas, cámaras, objetos lustrosos y miradas ajenas. Lo mismo
buscaba cuando siguió el paseo de un maniquí o la suerte de un billete
abandonado.
Francis Alys, el "artista flaneur por excelencia", en su pieza Looking up (2001),
registro de un contagio de miradas en el Zócalo de la ciudad de México, se
conectó, sin saberlo, con las propuestas del fotógrafo que en los años cincuenta
del siglo pasado había entendido que la banqueta es el museo de las errancias:
cuerpos, vistazos, deseos, objetos.
- En Luna Córnea 31. Nacho López (Conaculta, Centro de la Imagen, Cenart,
2007, bilingüe).