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El enojo y la hostilidad
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Reflexiones de dos problemas comunes
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de la neuropsicología
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Sandra Santamaría
Revista Mirada – Enero 2013 – Número 10
El Enojo y la Hostilidad:
Reflexiones de dos Problemas Comunes de la Neuropsicología
Sandra Santamaría
Las emociones se desarrollan a lo largo de la vida y, por tanto, a lo largo de la
evolución de cada persona, generando estados somáticos y representaciones de los mismos.
Los marcadores somáticos, aprendidos a través de la interacción con el medio, influyen en
el proceso de decisión y lo encauzan hacia los resultados más convenientes para el
individuo. El mediador neuroanatómico del marcador somático es la corteza prefrontal. Así,
Antonio Damasio, el famoso médico neurólogo de origen portugués, define la emoción
como la combinación del proceso mental simple o complejo con las repuestas del cuerpo,
todo ello íntimamente relacionado con el cerebro y ocurriendo al mismo tiempo.
La emoción, sin embargo, es diferente del sentimiento. La agresión, por ejemplo, es
una respuesta a un estado emocional. Al estado permanente del enojo se lo denomina
“hostilidad”. Podemos decir que todos conocemos lo que es el enojo, puesto que lo hemos
experimentado como una molestia pasajera o como una explosión de ira. A pesar de ser una
emoción humana sana, cuando sale de nuestro control, se puede convertir en una emoción
destructiva que conduce a problemas familiares, sociales, laborales. El enojo puede ocurrir
como respuesta a la frustración que, a su vez, surge cuando no obtenemos lo que deseamos,
o cuando alguien o algo interfieren en la obtención de una meta anhelada. El enojo afecta
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seriamente la calidad y el proyecto de vida de todas las personas.
A su vez, los acontecimientos que provocan frustración pueden ser físicos (como
sucede cuando el auto se descompone y no podemos cumplir con una cita importante, o
cuando tenemos un malestar que no podemos aliviar) o psicológicos (como ocurre cuando
somos humillados y tratados injustamente, o cuando tenemos expectativas poco razonables
y exigimos que todo se haga como deseamos).
Esto nos puede ayudar a entender cómo el enojo puede ser un motor que nos ayuda,
en algunas ocasiones, a obtener lo que deseamos. Sin embargo, hablamos de un arma de
doble filo, puesto que podemos utilizarlo inconscientemente para culpar a los demás de
nuestras limitaciones, sin asumir nuestra responsabilidad si algo no salió como nosotros
planificamos, para justificar nuestra opresión hacia otros, para elevar nuestro ego, para
disfrazar nuestros verdaderos sentimientos o, bien, para ocultar otras emociones. Un
ejemplo muy común es cuando reaccionamos de manera agresiva o poco amigable ante una
persona o una situación amenazante, puede ser el resultado del miedo que experimentamos,
el mismo que no puede ser controlado.
El enojo se puede expresar de una manera instintiva debido a las reacciones que
tiene el hombre desde el momento de su nacimiento, las mismas que se encuentran
instauradas en su parte genética. El enojo se puede exteriorizar con agresividad, lo que se
considera una respuesta adaptativa a la amenaza. Además, el enojo inspira conductas y
sentimientos poderosos que permiten luchar y defendernos cuando somos atacados. La
agresividad, por su parte, tiene varias manifestaciones: la agresividad directa, que es
dirigida a una persona u objeto para descargar la ira o frustración; la agresividad indirecta,
cuando la
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agresividad encubierta (muy común en la violencia intrafamiliar), que es
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que es dirigida a una persona u objeto que no era el causante de dicho estado emocional; la
persona manifiesta que agredió a su pareja porque ella le provocó; y la agresividad larvada,
que incluye calumnias y difamaciones.
Sin embargo de esto, es importante recalcar que una cierta cantidad de enojo es
necesaria para la supervivencia, como cuando alguien nos está utilizado o atacando y el
enojo nos motiva a tomar acciones, no necesariamente agresivas, para corregir dicha
situación. No obstante el enojo extremo e incontrolado genera ira. Ésta, además de ser la
emoción más peligrosa, puede ser la fuente de algunos de los principales problemas que
amenaza a nuestra sociedad: violencia; crimen; abuso (de la pareja, los niños, los animales
indefensos), malas condiciones laborables y estados de salud precarios (dolores de cabeza,
hipertensión, diabetes, alteraciones gastrointestinales, ataques cardíacos…).
Es importante conocer el aporte nueroanatómico del enojo, ya que cuando es
considerado una emoción, tiene mediadores de este tipo. Estos se constituyen en estructuras
anatómicas interconectadas en redes neurales, incluyendo:
a) La corteza paracingulada anterior, que posibilita la representación mental de
situaciones del entorno. Se activa cuando se adjudican finalidades, creencias o
características humanas a los objetos o situaciones.
b) El surco temporal superior, que es responsable de la percepción de conductas
planificadas y de las señales sociales.
c) Los polos temporales, que median la evocación de recuerdos de la memoria.
Aparecen activos cuando se detectan rostros y objetos, o cuando se reconocen o
evocan recuerdos autobiográficos.
función de la memoria). Esta cercanía permite el recuerdo de las emociones de
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medio. Su vecino más cercano es el hipocampo (estructura relacionada con la
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d) La amígdala, que es una estructura subcortical ubicada dentro del lóbulo temporal
manera tal que lo que se siente puede ser recordado, y lo que es recordado puede ser
sentido. La amígdala es vecina de los bulbos olfatorios. Actúa como un
“disparador” que se activa en forma rápida ante situaciones sociales. Se relaciona
con las funciones no conscientes. Tiene una función central en la relación de la
emoción con la conducta social, es decir, relaciona las representaciones cognitivas y
conductuales según el valor social que tiene el estímulo (si es bueno o malo, si
asusta, o no). La amígdala es la estructura que determina la actitud del organismo
hacia el entorno. El consenso es que la amígdala es más sensible a las emociones y a
los estímulos negativos. Sus conexiones con el resto del cerebro (corteza cerebral,
tronco encefálico, tálamo, hipotálamo, hipocampo) son múltiples.
e) La corteza prefrontal, que se divide en la corteza órbitofrontal, la ventromedial y la
dorsolateral. Las funciones de la corteza prefrontal son varias: posibilita el cambio
del foco atencional y la flexibilidad cognoscitiva; facilita la capacidad de adaptación
a situaciones nuevas; contribuye al cambio de estrategia de acción; hace posible
tomar en cuenta diferentes opciones en una situación nueva o vieja; y facilita la
mediación de la conducta cooperativa. Esto explica por qué un trauma en la corteza
órbitofrontal produce dificultades en la capacidad de percibir y reconocer los
aspectos específicos de la conducta en situaciones sociales y en la toma de
decisiones. Traumas en la corteza prefrontal pueden producir tendencia a la
preocupación; fijación de experiencias dolorosas pasadas; conducta negativista;
adicciones (alcohol, droga, ingesta); conductas violentas en la calle; déficit
cuerpo. Su normal funcionamiento proporciona una adecuada conducta emocional y motriz.
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Nuestro cerebro, como se puede ver, es uno de los órganos más importantes de nuestro
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atencional.
En conclusión, vemos que el centro encargado del control de las emociones es la
amígdala y su trabajo coordinado con varias estructuras neuroanatómicos, en especial con
el lóbulo frontal, que madura alrededor de los 18 años, y es el encargado del control de las
conductas, la inhibición, la responsabilidad y la toma de decisiones. Cuando existe una
alteración a nivel de estas estructuras, la persona puede presentar una conducta inadecuada
ya que no puede controlar e inhibir conductas, como, por ejemplo, el enojo, y sus diversas
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manifestaciones.