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Identidades indisciplinadas en la comunicación contrahegemónica.
Una propuesta de entrada.
Matías Galindo (UNT)
[email protected]
“En un mundo de gusanos capitalistas hay que tener
coraje para ser una mariposa”.
Lohana Berkins. Coordinadora de la Asociacion de
Lucha por la identidad Travesti y transexual)
La comunicación alternativa no sólo ha permanecido invisibilizada como parte de
la esfera pública, sino también como objeto teórico, puesto que “los medios
alternativos y radicales difícilmente aparecen en las tradiciones teóricas
dominantes de la investigación sobre medios” (Atton, 2002:7). La reflexión sobre
la comunicación alternativa y para el cambio social se ha constituido como un
ámbito “menor” de la enseñanza de las teorías de la comunicación, en
correspondencia con la concepción de una esfera pública compuesta únicamente
por comunicaciones públicas-estatales y privado-comerciales.
Partiendo del nombre de la materia “Teorías de la Comunicación” y desandando lo
andado hasta aquí, vemos cómo hemos pasado de unas teorías de la
comunicación que (mal) entendían comunicación sólo como “medios de
comunicación” a otras que intentan abarcar la complejidad del proceso
comunicativo, las teorías culturalistas. Es decir, de un modelo de comunicación
simple con instancias de producción, un producto (mensaje) y un receptor —el
clásico patrón emisor – mensaje – receptor de modelos como el de C. E. Shannon
y el de H. D. Lasswell— a elaboraciones más complejas en las que los medios son
presentados en su condición de instituciones y los actores del proceso
comunicativo están situados en un contexto socio cultural.
Cualquier enfoque que aborda la comunicación como si se tratara de un proceso
autónomo, sin atender su inserción en el entramado socio-cultural, promueve
caracterizaciones simplistas y dicotómicas de los medios masivos, ya se trate de
visones “apocalípticas” o “integradas”. Desde diferentes sectores del espectro
político e institucional, a veces antagónicos, se ha leído a los medios en la misma
clave oposicional, cerrada y dicotómica.
Ahora, retomamos la comunicación mediatizada, pero desde otro tipo de medios
de comunicación, los medios del campo alternativo. Primero definiremos
brevemente a qué llamamos comunicación alternativa. Luego relacionaremos a
esta con algunas escuelas que estudian a la comunicación, particularmente
Frankfurt y Birmingham, teniendo en cuenta sus fundamentos epistemológicos,
metodológicos e ideológicos. Finalmente podremos en relación el concepto de
comunicación alternativa con el de identidad, con particular referencia a la
identidad travesti.
Comunicación como acto político
Es ya casi un lugar común plantear la falta de consenso en torno a una única
definición que explique lo alternativo, hecho que ha derivado en una utilización
1
demasiado flexible del término, capaz de contener en su seno prácticas
comunicacionales de los más diversos tipos, a veces incluso contradictorias entre
sí. En este sentido, conviene aclarar según lo hace Vinelli y Rodríguez Esperón,
que las diferencias entre las posiciones obedecen a los distintos proyectos
políticos culturales que las prácticas encarnan. “Lo contrainformativo, lo popular,
lo comunitario, lo participativo, las concepciones instrumentales o aquellas
basadas en la gestión del medio; en fin, las diferentes formas de entender lo
alternativo están asociadas a un proyecto más amplio del cual la práctica forma
parte y sin el cual es imposible comprenderla” (Vinelli y Rodríguez Esperón,
2004).
Aquí seguimos aquellas definiciones que postulan como premisa principal que la
comunicación alternativa es resultado de un proceso social que difiere en forma,
función y contenido al proceso social propuesto por el sistema dominante. A decir
de D. Castillo, para lograr comprender el carácter social de la comunicación
alternativa basta analizar los momentos fundamentales del proceso
comunicativo: elaboración participativa adscripta a un proceso social específico
con sus hechos, problemas, circunstancias; difusión a través de canales
diferentes a los tradicionales y lectura alternativa, colectiva, dialógica. (Castillo,
1997:12). Otra característica fundamental a destacar es que la comunicación
alternativa no es una actividad en sí, dotada de una finalidad que se agota en sí
misma, sino que está al servicio de una tarea global. Carlos Aguirre entiende esta
tarea como un proceso de toma de conciencia, de organización y de acción de las
clases subalternas. (C. Aguirre, citado en Simpson, 1986: 61).
En este sentido, Vinelli y Rodríguez Esperón también proponen como eje central
el tema del poder en el debate, lo cual nos permite pensar la comunicación
alternativa en sus dos dimensiones: discursiva y material. Y es con este planteo
que, para nosotros, entra en juego lo contrainformacional: la alternatividad es un
proceso que abarca desde el discurso hasta la organización del medio y las
formas sociales en que éste se utiliza. El discurso contrainformacional sería el
elemento que —ya sea como intervención política de urgencia o como reflexión
más profunda— manifiesta las necesidades de la coyuntura política y los objetivos
de la organización político social, encarnados a su vez en la práctica misma del
medio. De manera que existe una relación dialéctica entre comunicación
alternativa y contrainformación que no puede ser dejada de lado (N. Vinelli y C.
Rodríguez Esperón, 2004).
Hablar de comunicación alternativa haciendo eje en la contrainfomación para
estos autores, entonces, implica necesariamente aceptar algunas premisas
básicas:
(a) La contrainformación supone enfrentamiento, no sólo contra el discurso
oficial sino también contra el orden establecido. Todas las prácticas
comunicacionales que se asumen como contrainformativas se definen
instrumentalmente en relación con un proyecto político de cambio social.
Es muy difícil encontrar una práctica comunicacional que se desarrolle en
los circuitos oficiales de la comunicación en la cual se haga explícita la
relación instrumental con un proyecto de cambio social.
(b) La segunda premisa nos instala en la imposibilidad de seguir aceptando el
mito de la independencia que se escuda tras la fachada de una mentirosa
objetividad que, para la burguesía, es condición necesaria de “La Verdad”.
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La eliminación de la idea de independencia es central a la
contrainformación: todos los medios que definen su práctica como
contrainformativa hacen explícito su carácter dependiente de un proyecto
de transformación social. Nuevamente es muy difícil encontrar prácticas
comunicacionales en el circuito oficial que asuman explícitamente su
carácter dependiente de algún tipo de proyecto extramediático.
(c) Una última premisa nos ubica frente a la inevitabilidad de la manipulación
entendida como una consciente intervención técnica de un material dado
(...). Los más elementales procesos de la producción, desde la elección del
medio mismo, pasando por la grabación, el corte, la sincronización y la
mezcla, hasta llegar a la distribución, no son más que intervenciones en el
material existente. En consecuencia, la cuestión no es si los medios son
manipulados o no, sino quién, manipula los medios” (H.M Enzensberger,
1971: 25-26).
Podemos afirmar entonces que manipulación y contrainformación son
conceptos tan íntimamente ligados que en algunos aspectos deben ser
trabajados en conjunto.
El reconocimiento de la existencia de
manipulación, al hacer explícitos los mecanismos de la misma
(“transparentando” no sólo los modos de producción sino también los
objetivos políticos que fundamentan la acción y estableciendo una
concepción diferente de la relación emisión-recepción), constituye la tercer
premisa de la que hablábamos anteriormente.
En síntesis, siguiendo a estos autores, “la idea central que sostiene la práctica
periodística de la prensa oficial se articula, por lo tanto, sobre tres ejes:
- independencia
- objetividad
- verdad
Las prácticas contrainformativas, en cambio, al asumir un carácter instrumental,
desmontan esa falacia convirtiéndola según tres ejes diferentes:
- dependencia
- subjetividad
- verdad.
Las teorías de la comunicación y la comunicación alternativa
La comunicación alternativa conduce hasta sus últimas consecuencias el
programa que la Escuela de Frankfurt no llegó a aplicar en toda su extensión: la
ruptura de la falsa dicotomía sujeto / objeto en ciencias sociales; la evaluación
constante del contexto de producción de la ciencia y sus condicionantes
ideológicos y subjetivos; el carácter histórico, dialéctico y dinámico de la
investigación; la vinculación entre teoría y praxis; el pensamiento “negativo” y el
cuestionamiento de los procesos de producción y reproducción social; la condición
normativa y ética de toda investigación social. El punto de vista se sitúa entonces
entre el “ser” y el “deber ser” de la comunicación; o lo que es lo mismo, entre el
terreno de lo estrictamente observable y el de la utopía hacia la cual avanzar
para construir un mundo más justo.
3
Por su parte, las metodologías participativas y localizadas utilizadas por los
Cultural Studies parten de la premisa de que es imposible definir modelos
universalistas o aplicables a todos los contextos desde una instancia externa, una
vanguardia social. Por otro lado, el investigador otrora externo deja de aparentar
ser neutro y se involucra en el proceso de co-aprendizaje y co-desarrollo con la
comunidad objeto/sujeto de estudio. Esto supone una ruptura con la jerarquía
investigativa —investigador-investigado— y un cuestionamiento de la supuesta
neutralidad de las ciencias. De ahí que la investigación participativa sea
“intencionalmente ideológica; es la investigación del compromiso. No es sólo
investigación con el pueblo –es la investigación del pueblo-” (J. Servaes,
1999:119).
El carácter participativo y práctico de las metodologías de investigación busca que
los propios colectivos “investigados” participen en la recreación y construcción
conjunta de su propio conocimiento, al tiempo que se distribuye de modo más
horizontal el poder-saber en las comunidades, convirtiéndose, en síntesis, en
colectivos socialmente movilizados.
Otra de las metas metodológicas es la de recuperar e incorporar el conocimiento
de las culturas populares al análisis hegemónico de intelectuales e investigadores
externos. Por último, la metodología participativa tiene como objetivo final el
cambio social, desde el momento en que asume la máxima marxiana de que “los
filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modo el mundo, pero de
lo que se trata es de transformarlo”.
La interdisciplinariedad, la hibridación teórica y perspectiva cultural tiende a
romper con la rigidez y la compartimentación propia de las ciencias sociales. En la
comunicación alternativa se hacen difusos los límites entre lo cualitativo y lo
cuantitativo, lo “administrativo” y lo “crítico”, lo analítico y lo aplicado, o lo
estrictamente empírico y el ensayismo. Se mezclan perspectivas teóricas de cuño
muy diverso: (post) estructuralismo, (post) marxismo, semiótica, Estudios
Culturales, post-modernismo, etc. Esta tendencia a la interdisciplinariedad, la
transversalidad y la mezcla se ha enfatizado aún más en los últimos años, con la
incorporación de investigadores de diversas disciplinas: antropología, sociología,
economía, ciencias políticas, humanísticas, etc. La comunicación es observada
más allá de la mirada hegemónica “informacional” o estrictamente periodística;
es decir, como un proceso amplio orientado, no a la generación de productos —
una campaña, un spot publicitario— sino a que las comunidades se re-conozcan y
se asuman, a largo plazo, como parte de proyectos de transformación estructural
más allá de los marcos de interpretación hegemónicos que proyectan los medios
convencionales. Emparentadas con los Cultural Studies, la comunicación
alternativa es pensada desde el marco de la cultura, las “mediaciones” y la
hibridación con lo hegemónico, lo popular o lo masivo (Martín Barbero, 1987).
La crítica a los modelos comunicativos imperantes es el planteamiento de un
redefinición del modelo comunicativo imperante tanto en la academia como en los
medios de comunicación convencionales o en organizaciones comprometidas con
el desarrollo —agencias de cooperación, movimientos sociales, asociaciones,
etc.— básicamente vertical, persuasivo y conservador. Frente a la
compartimentación excesiva de los agentes del proceso comunicativo —emisor
activo frente a receptor pasivo— y a un feedback orientado esencialmente al
control y reajuste del impacto de los estímulos emitidos por el emisor, este tipo
de comunicación privilegia una distinción entre “información” —acto
4
unidireccional orientado a la transmisión de datos e ideas de los que
supuestamente saben y/o controlan el poder informativo a los que “saben menos”
y que generalmente ostentan menos poder, una información que, en último
término, conduce a la reproducción social del status quo— y “comunicación” —
proceso de relación entre dos o más sujetos, en el que, por medio de la
participación equilibrada de un número representativo de actores, se construye, a
largo plazo, conocimiento, contracultura y cambio social—. De esta manera, el
foco se pone en la noción de participación, eje para reequilibrar el poder y el
saber entre los diferentes miembros de la sociedad y noción fundamental para la
democratización de la esfera pública y la política.
La identidad como campo de lucha
Me interesa retomar aquí la conceptualización de las formas de entender la
identidad que propone Denys Cuche. Según él los diferentes discursos sobre
identidad pueden ser englobados en dos grandes nociones: las subjetivistas y las
objetivistas. “Existe una estrecha relación entre la noción de Cultura y la de
identidad. Los que asimilan cultura a una “segunda naturaleza”, que se recibe
como herencia y de la que sería imposible escapar, conciben la identidad como
algo dado que definiría de una vez y para siempre al individuo y que lo marcaría
de manera casi indeleble. Desde esta perspectiva, la identidad cultural remitiría,
necesariamente, al grupo original de pertenencia del individuo. El origen, sus
“raíces” según la imagen común, sería la base de toda identidad cultural, es decir
que definiría al individuo de manera certera y auténticca.” (D.Cuche, 1971: 107).
Concebida de esta manera la identidad parece una esencia que no puede
modificarse y sobre la cual el individuo ni el grupo tienen ninguna influencia.
En los enfoques culturalistas el acento se pone en la herencia cultural vinculada
con la socialización del individuo en el seno de un grupo cultural, mientras que en
los enfoques biologicistas el énfasis estaría puesto en la herencia biológica. Si
esta última perspectiva es exacerbada puede llegar a una consideración sólo
racial de los individuos y de los grupos, dado que la identidad estaría
prácticamente inscripta en el patrimonio genético. En ambos casos la identidad se
define como preexistente al individuo y resulta de la definición de la identidad a
partir de cierto número de de criterios determinantes cosiderados “objetivos”.
Estas concepciones de la identidad son muy criticadas por quienes defienden una
concepción subjetivista del fenómeno. La identidad cultural, según ellos, no
puede reducirse a su dimensión atributiva: ni puede ser algo recibido ni estático,
para siempre.
“Para los “subjetivistas” la identidad no es otra cosa que un sentimiento de
pertenencia e identificación con una colectividad más o menos imaginaria. Para
ellos lo que cuenta son las representaciones que los individuos se hacen de la
realidad social y de sus divisiones” (D.Cuche, 1971: 108). Este punto de vista
llevado al extremo reduce la identidad a una elección individual y arbitraria,
puesto que cada uno seria totalmente libre de realizar sus propias
identificaciones. Si bien este punto de vista tiene el mérito de dar cuenta del
carácter variable de la identidad, tiene una tendencia a proponer las identidades
como totalmente efímeras.
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Adoptar un enfoque puramente objetivo o puramente subjetivo es encerrarse en
un callejón sin salida, es hacer abstracción del contexto relacional, el único que
puede explicar las identidades situadas. Nunca debemos olvidar que la identidad
se hace en el interior de marcos sociales que determinan la posición de los
agentes y por lo tanto orientan sus representaciones y sus elecciones. Por otra
parte, la construcción identitaria no es una construcción ilusoria pues está dotada
de una eficacia social, es decir, produce efectos sociales reales.
La identificación para este autor puede funcionar como afirmación o como
asignación de identidad. La identificación es siempre un compromiso, una
negociación entre una autoidentidad y una heteroidentidad. De acuerdo a la
relación de fuerzas entre grupos en contacto, la auto identidad tendrá más o
menos legitimad que la heteroidentidad. La heteroidentidad, en una situación de
dominación determinada, se traduce en la estigmatización de los grupos
minoritarios, que en muchos casos llega a lo que se denomina identidad negativa.
En conclusión, la identidad es un concepto relacional y situacional. Relacional por
que no existe identidad en sí, ni siquiera para sí; es siempre una relación con
otro. Situacional porque esta profundamente ligada a la locación espaciotemporal en que se desarrolla. “La identidad es una construcción que se elabora
en una relación que opone un grupo a los otros con los cuales entra en contacto…
Lo que importa no es hacer un inventario del conjunto de rasgos culturales
distintivos, sino encontrar entre estos rasgos los que son empleados por los
miembros del grupo para afirmar y mantener una distinción cultural.” (D. Cuche,
1971: 109). En otras palabras, la diferencia identitaria no es consecuencia directa
de diferencia cultural.
Finalmente en su descripción de la identidad la propuesta de Cuche es entender
la dimensión política de la identidad en tanto estrategia. Esta perspectiva
sostiene que, teniendo en cuenta el carácter cambiante y relativo de la identidad,
que la misma puede constituirse en “un medio para alcanzar un fin”. “De una
manera más general, el concepto de estrategia puede explicar las variaciones
identitarias, lo que se podría denominar los desplazamientos de la identidad.
Muestra la relatividad de los fenómenos de identificación. La identidad se
construye, se deconstruye y se reconstruye según las situaciones. Está en un
continuo movimiento; cada cambio social la lleva a reformularse de una manera
diferente.” (D. Cuche, 1971: 119)
Sexualidades y corporalidades indisciplinadas
Para enmarcar la lucha por las identidades sexuales divergentes es necesario
primero “recuperar la dimensión material presente articulada por toda
‘identidad’”. (Rapisardi. 2003). Aquí nos abocaremos al caso transexual, para el
cual recurrimos al informe realizado en 2005 bajo la coordinación de ALITT,
Asociación de Lucha por la Identidad Travesti y Transexual, sobre un total de 302
travestis de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, de algunas localidades del
primer cordón del Gran Buenos Aires y de la ciudad de Mar del Plata. (Berkins, L.
y Fernández, J. 2005)
Las travestis transitan un ambiente social donde la discriminación y la
travestofobia son registros permanentes. A menudo, las representaciones
sociales asocian al travestismo con una ruptura de las normas morales de
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convivencia. Una cuestión relevante para comprender las condiciones de vida de
las travestis, transexuales y transgéneros en nuestro país y en otros países
latinoamericanos, es que muchas comienzan a asumir sus identidades
(“diferentes”) a temprana edad. Estos procesos personales ocurren en el marco
de sociedades que criminalizan la diferencia. Esta sanción social se expresa a
través de agresiones de particulares y de funcionarios/as del Estado
(especialmente de los/as agentes de policía). En consecuencia, comenzar a vivir
de acuerdo con una identidad sexual propia conlleva, con mucha frecuencia, a la
pérdida del hogar, de los vínculos familiares, la marginación de la escuela, la
criminalización, etc.1
La casi totalidad de la comunidad travesti está condenada, por la discriminación,
a la prostitución como única fuente disponible de ingresos. Esto ha llevado a la
perversa asimilación entre los términos travestismo / prostitución que realiza
gran parte de la sociedad. Una consecuencia de esto es la criminalización de la
identidad travesti, ya que al estar penalizado el ejercicio de la prostitución, las
travestis son detenidas por el sólo hecho de serlo, aún cuando no se encuentren
ejerciendo dicha actividad.
Incluso si se atiende a sus actuales ocupaciones, entre aquellas que tienen otros
empleos (particularmente las mayores de 41 años) se constata que son trabajos
de baja capacitación y ejercidos, en su gran mayoría, de manera independiente.
Esto señala una grave dificultad con la que corren las travestis, transexuales y
transgénero mayores: el mercado de la prostitución las descarta con su salud
dañada por años de exposición a situaciones de riesgo. Además, es altamente
probable que nunca participen del mercado de trabajo y, por ende, no tengan
ningún tipo de aportes jubilatorios ni experiencia laboral que las habilite para un
empleo. Este cuadro, sumado a la discriminación, lleva a las mayores a una
enorme desprotección y a sufrir serias dificultades económicas.
Por su parte, las mismas condiciones de trabajo callejero implican, con
frecuencia, la exposición a ambientes hostiles que inciden en el tipo de
complicaciones de salud que sufren juegan en contra, por ejemplo, las
condiciones climáticas, la violencia social, el abuso policial. Asimismo, la
hostilidad que reciben por parte del sistema público de salud las incita a la
búsqueda de estrategias alternativas de atención de la salud que ponen en riesgo
su vida.
En cuanto al recorrido en educación del colectivo travesti / transexual, se
constata que, para poder completar los estudios secundarios, lo habitual es
repetir y reiniciar los años lectivos en distintas escuelas. Por otra parte, el
abandono de los estudios es muy común y éste, es evidente, no está relacionado
con una elección personal, sino con el maltrato y la discriminación que, de formas
diversas, es sufrida por las travestis en el ámbito escolar, por parte de directivos,
docentes y compañeros/as.
La discriminación y el desarraigo las expulsan de la escuela y esto a su vez
dificulta la búsqueda de horizontes laborales: cuanto menor es el nivel educativo
1 Una característica que diferencia al travestismo y otras “minorías sexuales” de otros grupos oprimidos es que muchas veces no encuentran
contención en sus familias, ya que muchos de sus familiares se encuentran entre las personas que no respetan su identidad.
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alcanzado, mayor es el porcentaje de travestis / transexuales cuya principal
fuente de ingresos depende de la prostitución.
Es posible notar, entonces, que en los recorridos vitales de las encuestadas, el
reconocerse como travestis, transexuales o transgéneros ha implicado
experiencias de desarraigo. Muchas se han visto forzadas a abandonar sus
barrios, pueblos, ciudades y provincias —a veces hasta sus países natales—
durante la adolescencia o la juventud con el objetivo de buscar entornos menos
hostiles o el anonimato de una gran ciudad, que les permita fortalecer su
subjetividad y otros vínculos sociales en los que reconocerse. Otro motivo
importante se vincula con las estrategias de subsistencia: a veces la decisión de
migrar responde a la búsqueda de mercados de prostitución más prósperos que el
del pueblo o la ciudad en la que se crían o con la esperanza de encontrar alguna
ocupación alternativa en otra localidad.
La escuela y la familia, entonces, no aparecen para las travestis como lugares
donde poder plantear los interrogantes surgidos del saberse “diferentes”. Y es así
que por mucho tiempo el tema permanece silenciado. Como ya vimos, en la
constitución de la identidad juega un papel muy importante el tipo de
reconocimiento otorgado por el/la “otro/a”; si este reconocimiento es en realidad
un conocimiento distorsionado o definitivamente un no-reconocimiento, devienen
graves daños como personas o como grupo. Esto ocurre cuando la sociedad
devuelve una imagen limitada o desvalorizante de una persona o grupo, o cuando
directamente pretende invisibilizar particularidades.2
El daño que produce la discriminación es muy grave en toda persona en cualquier
momento de su vida, pero adquiere consecuencias particulares cuando se trata
de la infancia o adolescencia y por parte de aquellos “otros significativos” como
pueden ser los padres, hermanos, o los docentes o compañeros en el ámbito
escolar. Una de estas consecuencias es la imposibilidad de los/as sujetos de
nombrarse, de trazar los intentos y las experiencias necesarias para “saberse” a
una/o misma/o. En otras palabras, cuando el intento de definir la identidad trae
aparejada la amenaza de la segregación.
Para un análisis de la dimensión simbólica, estas luchas por la identidad no
pueden escindirse de un contexto de profunda desigualdad material como el que
acabamos de describir. Por lo tanto la lucha por la identidad travesti -y podríamos
añadir que en general las luchas en torno al género (mujeres), identidad de
genero (travestis), y orientación sexual-, no pueden reducirse, como nos dice
Rapisardi, a una “mera celebración de las diferencias”, a un mero “culturalismo”,
como hemos demostrado. (Rapisardi. 2003).
Por otro lado, poner en tela de juicio, no solo atributos asignados a ciertas
identidades, sino a la idea misma de identidad en tanto noción totalizadora,
normativa y excluyente, remarcando el carácter histórico de la misma, permite
caracterizar las luchas en torno a la identidad travesti, como profundamente
subversivas del orden hegemónico actual. Esto no significa que el travestismo es
subversivo en sí mismo, ya que la idea de una “identidad en sí”, es absurda. Es
decir, en tanto organización cuya estrategia pasa por una identidad polítizada,
2 En la encuesta se constata que la mayoría de las travestis/transexuales ha sufrido algún tipo de violencia (91,4%), siendo la comisaría el
lugar de agresión que ocupa el primer puesto, seguido por la calle, la escuela y el hospital, entre otros ámbitos hostiles.
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rompe ciertos moldes de clasificación social al poner de manifiesto el carácter de
construcción de una identidad, denunciando cómo ciertas ideas esencializadoras,
profundamente ancladas en la sociedad, ocasionan la segregación en todos los
planos de vida social, política y económica. La identidad travesti, como lucha
política pareciera estar ilustrando este carácter ficticio de la identidad, explicitado
en sus discursos. Acostumbrados a que en algunos discursos sociales la identidad
sea entendida como una esencia, las travestis organizadas parecerían estar
dándonos un ejemplo concreto y explícito, en su devenir cotidiano, del carácter
construible y reconstruible de las identidades.
En este marco desde ALITT se proponen resignificar, construir, como estrategia
política, la identidad travesti. El primer reto que enfrentan, es la
autodiferenciación. Desde la sociedad, las travestis son percibidas, ante todo, en
base a una supuesta orientación sexual que las definiría, son “maricones” y, más
allá de una obvia visibilidad, su identidad no compartiría diferencias con lesbianas
o gays. A esta situación se le suma otra quizás más grave: los colectivos de gays
y lesbianas reproducían para con ellas la lógica de identificación de la sociedad en
general.
En respuesta a esta invisibilización por parte del colectivo LGBT ellas introducen
en su discurso el término identidad de género, para diferenciarlo de orientación
sexual. Es decir, una identificación con el género femenino por ser, dentro de los
dos posibles géneros, el jerárquicamente inferior. En el lenguaje de gran parte de
la sociedad y en el utilizado en la mayoría de los medios de comunicación se
habla de “los” travestis. Ellas, entonces, van a autoreferirse “las” travestis.
Adoptan y defienden el uso del femenino como estrategia política.
“En la acotada binariedad masculino/femenino, comenzamos a usar el femenino
como manera de instalación en él y como un claro alejamiento de lo masculino y
su simbolización (…) si para ser varones había que ser masculinos, al no querer
adoptar las características masculinas como propias, pensamos que nuestra única
opción era la única otra existente: ser mujer femenina.” (Berkins, 2003: 129).
Sin embargo esta posición llevará luego a la organización a cuestionar, sin
abandonar el femenino como género (en el sentido gramatical), la dicotomización
masculino/femenino, hombre/mujer.
Uniendo eslabones
La categoría de género3, como concepción emancipadora del movimiento
feminista, es una perspectiva silenciada o trivializada por los medios
hegemónicos. Por esto mismo, el feminismo y las sexualidades divergentes
buscaron su lugar de expresión en otros soportes. Los medios de comunicación
alternativos se presentan como los espacios en los que es posible crear sentidos
propios y luchar por la transformación de las relaciones sociales asimétricas,
comenzar a abrir fisuras en los discursos mediáticos dominantes.
3 El concepto de género busca visivilizar una desigualdad (cultural) construida a partir de una diferencia sexual (biológica). La
significación de categorías tales como masculino/ femenino, hembra/ macho, establece una relación de jerarquía, que, salvo excepciones, no
contempla la posibilidad de una base igualitaria. Estos binomios antagónicos naturalizan la diferencias y ocultan o minimizan los procesos
sociales y culturales complejos sobre los cuales se erige su construcción. Estos pares dicotómicos son constructos que hacen circular una
relación de poder a traves de significaciones acerca del modo en que se organiza una sociedad, por lo cual es relevante cuestionar, a partir de
ellas, la construcción desigual de las identidades de género en el marco de un régimen político: el capitalismo heteropatriarcal.
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La mayoría de los medios del campo de la comunicación alternativa tienen su
área, sección o espacio dedicado a las problemáticas de género. Con sus
particularidades y diferencias, cada uno de estos sitios otorga cobertura a
actividades y campañas impulsadas por las organizaciones feministas o el
colectivo LGBT (lesbianas, gays, bisexuales y trans). No es mi intención aquí
hacer un análisis del contenido de tales espacios, pero sí proponer una posible
entrada a tal análisis para una etapa posterior.
Los temas tratados responden en muchas ocasiones a los de la agenda de las
organizaciones feministas, pero también pueden coincidir con los que
encontramos en los medio hegemónicos. En estos casos, la diferencia estaría en
el tratamiento que se hace de los mismos, las voces que se legitiman, y el modo
de construir las imágenes de unos y otros actores que intervienen en las distintas
situaciones.
Entendiendo que las prácticas alternativas lo son respecto de algo, lo
hegemónico, estas no se encuentran atomizadas, ni hablan de un mundo distinto
de aquel que aquellos medios abordan, sino que llevan adelante sus
representaciones de diferentes modos. En ese sentido las voces que aparecen son
las de las organizaciones que en los medios hegemónicos suelen estar
minorizadas, silenciadas o invisibilizadas.
En lo que refiere exclusivamente al género, los temas abordados ven su raíz en
la problemática de los roles de género asignados por el sistema heteropatriarcal,
llegando a posturas explícitas de cuestionamiento a estos roles impuestos (notas
sobre diversidad sexual e identidad de género, por ejemplo).
No todos los grupos tienen el mismo poder de identificación, no todos los grupos
tienen la misma autoridad para nombrar y para nombrarse. En términos
bourdieanos, diríamos que el conjunto de las definiciones identitarias funciona
como un sistema de clasificación que fija las posiciones respectivas de cada
grupo. La autoridad legítima tiene el poder simbólico de hacer reconocer como
fundadas sus categorías de representación de la realidad social y sus propios
principios de división del mundo social y, por eso mismo, hacer y deshacer los
grupos.4
La estrategia y el esfuerzo de los grupos minoritarios consistiría no tanto en
reapropiarse de una identidad, sino en volver a apropiarse de los medios para
definir por si mismos, según criterios propios, su identidad. Entonces, se trata de
transformar la heteroidentidad, que con frecuencia es una identidad negativa, en
una identidad positiva.
La identidad —travesti en este caso— el género y los medios de comunicación
alternativos, forman parte esa estrategia y del mismo entramado de disputas por
nombrar el mundo que habitamos, por deconstruir ciertos sentidos, por construir
nuevos y, por qué no, por reapropiarse y resignificar otros tantos.
4 Ver Bourdieu, P., “La identidad y la representación: elementos para una reflexión crítica sobre la idea de región.” En publicación: Ecuador
Debate, Nº 67. Centro Andino de Acción Popular. Quito. Abril. 2006. Disponible en:
http://www.dlh.lahora.com.ec/paginas/debate/paginas/debate1637.htm
10
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