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Departamento de Ciencias Sociales
Universidad Arturo Prat. Iquique
REVISTA ciencias sociales nº 19
Segundo Semestre 2007 pp. 135-148
ISSN 0717-2257
la democracia participativa
no es un largo río tranquilo
Maurice Blanc1
Conflictos y transacciones: Este texto tiene dos objetivos: presentar la teoría de la
transacción social, elaborada en el marco de la Asociación internacional de sociólogos de
lengua francesa, y mostrar su valor heurístico, aplicándola a los conflictos que surgen con la
participación ciudadana y el empoderamiento (la emancipación) en la democracia participativa
local.
Palabras claves: democracia, conflictos sociales.
This paper has two main aims: to introduce social transaction theory as it has been developed
within the framework of the International Association of French-speaking Sociologist and to
demonstrate its heuristic value in understanding the conflicts arising from the participation of citizen
seeking empowerment via grass-roots democracy.
Key words: democracy, social conflicts
Me apoyo en treinta años de investigaciones en Francia y en Europa, sobre las formas de
participación dentro de la planificación urbana2, en particular en el desarrollo social y urbano,
(llamado en francés la “política de la ciudad”). Mi objetivo no es presentar los resultados empíricos,
sino proponer un modelo teórico que de cuenta de la dimensión conflictiva de la participación
de los habitantes. La primera parte presenta brevemente el concepto de transacción social y la
segunda muestra su pertinencia para abordar la naturaleza de la democracia participativa.
1Profesor de Sociología. Director del Centro de Investigaciones en Ciencias Sociales (en francés, CRESS).Universidad Marc
Bloch, Strasbourg. Jefe de la Redacción de le revista Espaces et Sociétés. Correo electrónico: [email protected]
2Participando en los programas europeos Civitas-Cost, 1997-2000; Evaluation of Socio-Economic Strategies in Disadvantaged
Areas, ELSES, 1998-99; Urban Governance, social Inclusion and Sustainability, UGIS, 2000-2003. (Blanc 1999; Elander &
Blanc 2001; Blanc & Beaumont 2005).
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Genealogía de la Transacción Social
Esta conceptualización sociológica tiene dos fuentes principales: Unas adopciones
provenientes de la economía y del derecho, y una relectura de la tradición de la sociología del
conflicto, con Georg Simmel y la Ecología Social de la Escuela de Chicago.
Contexto Histórico
El concepto de transacción social ha sido elaborado en el marco de la Asociación
internacional de sociólogos de lengua francesa (AISLF). La obra fundadora, Producir o reproducir?
(Remy et Voyé 1978) ha sido discutida y profundizada, culminando con la publicación de
obras colectivas (Blanc et al. 1992; 1994 y 1998). Este título es hoy un poco misterioso y hay
que reponerlo en su contexto. En Francia, a fines de los años ’70, la hegemonía marxista en las
ciencias sociales declinó; dos escuelas se disputaron el escenario: el estructuralismo genético de
Pierre Bourdieu y la sociología de los movimientos sociales de Alain Touraine.
Para Bourdieu, el cambio social se acompaña del mantenimiento de desigualdades sociales,
bajo unas formas renovables; en su título celebre: La Reproducción (1971). Al contrario, para
Touraine, los movimientos sociales se oponen al orden establecido, permitiendo la emergencia
de nuevas formas sociales. El movimiento obrero fue el principal movimiento social del siglo
XIX pues atacaba los fundamentos del sistema capitalista, la apropiación de la plusvalía. En
la modernidad avanzada, el feminismo y la ecología son los nuevos movimientos sociales que
rechazan otros fundamentos: la igualdad de sexos requiere la abolición del patriarcado, y el
desarrollo sustentable el fin del productivismo. Producción de la sociedad (Touraine 1973) se
opone a su “reproducción”.
Cada una de estas teorías tiene su parte de verdad, pero ellas se oponen. Si se pone
el acento en las determinaciones estructurales, una minoría activa no puede cambiar la cara
del mundo e inversamente. Esta presentación es simplificadora: Touraine toma en cuenta las
estructuras sociales y Bourdieu se queja de ser mal comprendido: El concepto de “habitus”
sería flexible y evolutivo. Pero los discípulos de Bourdieu han rechazado por mucho tiempo a
Touraine, y viceversa.
Michel Crozier y Ehrard Friedberg (1977) han intentado dejar atrás la oposición entre
producción y reproducción. Si el sistema social reduce la libertad de unos individuos, no lo
suprime. Ellos emplean el término de “actor”, allí donde Bourdieu habla de “agente” (pasivo).
Ellos articulan las coacciones estructurales del sistema con el margen de maniobra del actor. Se
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inspiran en la teoría de la “racionalidad limitada” de Herbert Simon (1972): La racionalidad de
los actores es relativa al stock de informaciones a su disposición. Pero, si las racionalidades son
más o menos amplias, emanan de la matriz utilitarista y del análisis de costo y beneficio.
Transacciones jurídicas, económicas y sociales
El concepto de transacción social permite superar la oposición entre producción y
reproducción de manera más satisfactoria, tomando en cuenta unas “racionalidades” realmente
diferentes, fundadas en el honor, el respeto, la confianza o la solidaridad, etc. No reconcilia
ingenuamente teorías opuestas, sino que las enlaza sin eliminar sus divergencias. Para definirlo,
hay que partir por los usos más antiguos del término. En el lenguaje corriente, una transacción
es un compromiso negociado. La transacción inmobiliaria es una negociación que acaba en un
compromiso sobre el precio de venta de un edificio o de un terreno.
En derecho, una transacción es un contrato por el cual los contractuantes terminan o
previenen una contestación renunciando cada uno a una parte de sus pretensiones. Elaboran
una solución mutuamente aceptable, más rápida que de pasar por la vía judicial. Es una práctica
corriente entre aseguradoras, para indemnizar a las víctimas: ¿cuál es la justa compensación
financiera de una herida o de una muerte? Hay que encontrar un equivalente entre valores
inconmensurables. La transacción jurídica permite tener en cuenta a la vez el valor mercantil y
otros valores. En el derecho francés, la transacción es irrevocable, mientras que una decisión de
la justicia puede ser apelada (Mormont, in Blanc 1992).
En economía, una transacción es un intercambio. Paradojalmente, la teoría clásica ignora
que el intercambio tiene un costo, en tiempo y en dinero. La economía institucional incorpora
el análisis de los costos de la transacción, para ayudar a las empresas a realizar sus intercambios
al menor costo (Williamson 1975). Las transacciones “externas” pasan por el mercado de la
subcontratación. Movilizan a los servicios jurídicos y esto tiene un alto costo. Una transacción
“interna”, entre servicios, es a veces preferible. Del mismo modo, una autoridad pública que
debe suministrar un servicio (transporte, educación, salud, etc.) tiene dos opciones: realizarlo
por sí misma, o conceder una delegación de servicio público a una empresa o a una asociación
sin fin de lucro. El mercado no es siempre el mejor regulador.
La transacción social toma prestados elementos de la economía y el derecho. Ella se
centra en la regulación de los conflictos. Como la transacción económica, no solo tiene que ver
con el juego del mercado. Como la transacción jurídica, trata de los conflictos entre individuos
o grupos que ponen en juego valores y legitimidades entrelazadas. La transacción social puede
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siempre ser cuestionada y el acuerdo ser anulado. Es una diferencia esencial con la transacción
jurídica, que pretende dar la “solución final” a un conflicto.
Globalmente, los individuos construyen la sociedad en la que ellos y ellas viven y, al
mismo tiempo la sociedad (re)produce a los individuos. Expresado en términos informáticos,
la sociedad “formatea” a los individuos y los individuos llegan a introducir nuevos formatos, lo
que es un proceso largo y complicado. Este proceso transaccional es flagrante en la historia de
las ciudades: los habitantes deben adaptarse a la ciudad que heredan, aunque la pueden volver
a ordenar de mil y una maneras.
Transacción social y transacción sociológica
Si el concepto sociológico de transacción es reciente, se arraiga en una larga tradición.
Alexis de Tocqueville (1856) es el primero (hasta donde yo se) en analizar la paradoja de la
libertad y la igualdad. Para él, la Revolución francesa ha puesto el acento en la igualdad y ha
limitado la libertad, desembocando en el Terror. A la inversa, los Estados Unidos han puesto
el énfasis en la libertad, asumiendo desigualdades crecientes. La libertad y la igualdad son
principios fundamentales de igual legitimidad. Sin embargo, entran en conflicto y tienden a
excluirse mutuamente.
Simmel ha recuperado esta paradoja en su teoría del conflicto social. El conflicto es fuente
de dinamismo y de innovación. Las formas sociales pasan por un proceso de descomposición,
y luego se recomponen. Los conflictos son estructurales y no son jamás resueltos en forma
definitiva. Pueden solamente ser provisoriamente reparados. El conflicto de clases es muy
importante, pero no es el único. Los sexos y las generaciones se oponen en permanencia y la
vida social es también estructurada por parejas de oposición como tradición y modernidad,
identidad y alteridad, etc. La paradoja de Tocqueville se inscribe en este modelo. Para Simmel
(1981 pp.145), si la Revolución francesa no tuvo una conciencia clara de la contradicción entre
libertad e igualdad, la intuía confusamente. Ella añadió la fraternidad, para ligar dos principios
que tienden a apartarse.
La Escuela (sociológica) de Chicago está inspirada en Simmel. Uno de sus objetivos fue
la constitución de una “ecología social”. Ha analizado la instalación de los inmigrantes3 como
un “proceso de sucesión” en tres fases: Primero, conflictos entre antiguos y recién llegados; en
3
“Inmigrante” (activo) es preferible a “inmigrado” (pasivo). La oposición entre Integrados (Established) y Excluidos (Outsiders)
es recuperada por Elias y Scotson (1965).
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seguida, una fase de acomodación o de adaptación, donde el conflicto persiste, aun siendo
regulado; y finalmente, una fase de integración (Park, 1925).
Una transacción social es un proceso que incluye intercambios, negociaciones e
imposición (o relaciones de fuerzas). El término de transacción sugiere negociaciones más
o menos formales, concesiones recíprocas y etapas sucesivas de acercamiento de puntos de
vista. Una transacción es compleja pues debe dar una respuesta global a objetivos plurales.
Analíticamente, se distinguen las transacciones que conciernen intereses materiales de aquellas
que atañen a principios morales o a legitimidades. En la práctica, esta tipología tiene poca
utilidad pues ambas dimensiones están inextricablemente presentes al mismo tiempo. Sería
relativamente simple de llegar a un compromiso aceptable en cuestiones puramente materiales.
Esto mismo es imposible sobre principios morales.
“Compromiso” tiene en Francia la connotación negativa de “comprometer” y ella
contamina el concepto de transacción que es así victima de un malentendido. Hay que volver
a dar al compromiso su sentido jurídico de acuerdo con lo que vale comprometerse, como
el “compromiso de venta”, o compromiso en español. La paradoja de la transacción social es
de negociar lo no negociable. El producto transaccional no puede ser un acuerdo total (un
consenso), sino un “compromiso práctico”, inestable y provisorio (Ledrut 1976).
La democracia, un ejemplo de transacción social
La teoría clásica de la democracia está fundada en la representación y ha sido formalizada
por Joseph Schumpeter (1942). Los representantes tienen la legitimidad de decidir en nombre
de todos, ya que ellos tienen la confianza de la mayoría. Su misión es de determinar lo que será
el interés público, o el bien común, de la nación o de la comunidad, según la escala. Cuando
los electores están descontentos con las decisiones tomadas en su nombre, esperan la próxima
elección para intentar hacer elegir a nuevos candidatos. La participación de los ciudadanos
se limita a la participación electoral. Los intentos para introducir formas permanentes de
participación ciudadana choca con fuertes resistencias (Smith & Blanc 1997).
La democracia representativa, una transacción tácita
Si la elección demuestra que los elegidos tienen la confianza de la mayoría, no garantiza
que éstos tengan las competencias requeridas para tratar cuestiones complejas de su competencia,
la planificación urbana particularmente. Ellos están aconsejados por técnicos y expertos: los
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funcionarios y tecnócratas a su servicio. En las entrevistas, sobre la división del trabajo, elegidos
y funcionarios declaran al unísono: “Los tecnócratas dan su opinión, pero son los elegidos
quienes deciden”. Cuando se desarrolla el tema, ellos admiten que la realidad está alejada de
esta ficción. Los políticos no pueden ignorar las recomendaciones de los expertos: La decisión
es una coproducción.
“¡Los alcaldes pueden tener la última palabra si ellos lo quieren, y es esto lo que dicen.
Sin embargo, no quieren jamás lo que no les es posible querer!” (Ledrut 1976 : 98).
La decisión es un producto transaccional que une dos legitimidades: La de los elegidos
(la confianza de los ciudadanos) y la de los tecnócratas. Esta transacción no tiene nada de
chocante. Sin embargo, debe permanecer “secreta” por razones jurídicas. Si un no electo
participa formalmente en la decisión, ésta será tildada de nula. La ficción jurídica debe ser
mantenida a todo precio. La transacción entre elegidos y técnicos funciona a condición de
permanecer informal y tácita.
La misma objeción vale para los simples ciudadanos y esto es una traba para su
participación. Ella debe permanecer como un proceso informal y tácito, que puede difícilmente
recibir una formalización jurídica. Los países escandinavos tienen institucionalizada la
participación residencial para la elección de delegados de los arrendatarios. Estos delegados son
frecuentemente aislados y pocos representativos. No llegan a mejores resultados que los electos
municipales para recolectar y responder a las necesidades de sus vecinos (Blanc & Beaumont
2005).
Representación y participación
La participación es víctima de una paradoja. La mayoría de los electos se quejan sobre
la ausencia de participación ciudadana y hacen bellos discursos sobre sus virtudes. Pero son
reticentes en ponerla en práctica, pues la perciben como un juego en cantidad nula: el poder
ganado por los participantes aminora necesariamente al de los elegidos (Blanc 1999). ¿La
participación sería entonces un “caballo de Troya” contra el poder de los elegidos? (Blanc 1994;
Smith & Blanc 1997).
En un contexto favorable, la participación puede volverse un juego cooperativo. Los
habitantes piden que sus opiniones sean tomadas en consideración, sobre todo en las cuestiones
que modifiquen sus condiciones de vida. Ellos quieren poder expresarse y ser comprendidos.
Si sus reivindicaciones no pueden ser satisfechas, quieren comprender por qué. Pero no buscan
forzosamente sustituir a los elegidos.
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La dinámica de la participación modifica la distribución del poder, pero de manera
informal. Ella exige un debate público amplio y devorador de tiempo, pero permite tener
en cuenta puntos de vista descartados y perfeccionar los proyectos. Los elegidos no pierden
su poder, pero están obligados de ejercerlo diferentemente: actuar en la transparencia, rendir
cuenta periódicamente y justificar públicamente sus decisiones. Sin poder formal, los habitantes
pueden expresarse y negociar el contenido de los proyectos. La dinámica de la participación es un
proceso transaccional que contribuye a la emancipación o al empoderamiento (empowerment)
de los habitantes4. Todos los habitantes son llamados a expresarse, pero sólo una minoría se
presenta, lo que es su limitante. Sin embargo, la participación incentiva a los ciudadanos en
la toma de iniciativas y en reagruparse para ser escuchados. Protege del centralismo y de la
burocracia (Pateman 1970).
Participación y conflictos
El conflicto entre representación y participación obstaculiza la puesta en obra de la
participación, pero no es lo único. Mucho de los elegidos y de los tecnócratas observan la
participación como una técnica de relaciones públicas para obtener la adhesión de la población
a sus proyectos, mediante adaptaciones menores. Ellos se ponen inquietos y reticentes cuando
constatan que esta participación idealizada es la excepción y no la regla.
La participación produce efectos paradojales según su origen. A veces, la participación es
una reivindicación de los habitantes. Estos tienen problemas que envenenan su vida cotidiana,
tienen ideas sobre las soluciones posibles y les da rabia ver que nada se hace, o que los remedios
son peores que la enfermedad. Se movilizan y se congregan en el círculo de la decisión. Esta
participación reivindica este conflicto y tiene a menudo efectos positivos. Los habitantes
se organizan, asisten a las reuniones, vigilan si lo que se está realizando es lo que se les ha
prometido, etc. Los elegidos y los tecnócratas no aprecian este control permanente, parecido a
un hostigamiento. Sin embargo, esta participación conflictiva es productiva.
Habitualmente, la participación viene “de arriba”. A pesar de sus reticencias, las autoridades
locales son contratadas por la ley para insertar en el lugar un mínimo de participación. Estiman
también que vale mejor “prevenir que curar”: Consultando puntualmente a los habitantes
previamente y tomando en cuenta sus demandas, se evitan quejas y reclamos. Se invita a
los habitantes a venir a expresarse. Esta “participación concedida” tiene poco éxito. En los
barrios populares, las relaciones de la municipalidad y del organismo de vivienda social con
4
Jurídicamente, la emancipación habilita a un menor a tener el poder de actuar como adulto.
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los arrendatarios están marcadas por el paternalismo y la burocracia. La oferta de participación
es poco creíble y da la impresión de ser formal. Los habitantes tienen buenas razones para ser
desconfiados, pero en al mismo tiempo caen en una “profecía auto-cumplida”. Se marginan
porque no creen en la participación; esta ausencia refuerza y confirma la inutilidad de la
participación.
Este proceso de autoexclusión del debate público se produce esencialmente en las capas
populares. Los habitantes de clase media son más abiertos a la participación. Se expresan con
más facilidad en público y comparten valores comunes con los elegidos y los tecnócratas. Sin
embargo, también se desaniman cuando constatan que la participación no llega a resultados
prácticos. Decepcionadas por las debilidades de la participación, las autoridades locales
buscan desesperadamente la aprobación de sus proyectos, y más aun cuando ella emana de
una minoría. La participación instrumentalizada no tiene por objetivo un consenso verdadero,
sino un “consenso supuesto” (Luhmann 1985; Voyé, en Blanc 1992). Esto es una transacción
controversial.
Incluso cuando los participantes son poco numerosos, están raramente de acuerdo: el
proyecto va demasiado lejos para unos, pero no suficientemente para otros. Los que se proclaman
“buenos vecinos” critican duramente a los otros. Ellos estiman a veces que lo primero por hacer
es sacar a los malos vecinos. El discurso está estructurado por la lógica del “nosotros y ellos”
(Elias & Scotson 1965). La participación es conflictiva en todos los niveles. No trae la armonía
y el consenso, pero sí el disenso.
Los conflictos de vecindario proceden del famoso “efecto NIMBY” (“no en mi casa”),
utilizado a menudo para descalificar la participación. La participación no es democrática por
esencia, los presentes pueden reclamar una política más selectiva, de más seguridad, etc. Ellos
defienden sus intereses privados, pero quienes ponen la prioridad en “el interés general”, son
tan desinteresados como lo pretenden? Los más pobres están confrontados a problemas de
supervivencia, lo que moviliza toda su energía en: alimentar a su familia, el tema salud, encontrar
trabajo, pagar el arriendo, etc. El debate sobre el futuro de su barrio no es su prioridad, aunque
arriesgan de ser las primeras víctimas de los proyectos en debate.
La participación es una caja de Pandora de la que lo mejor o lo peor puede salir.
Rechazarla bajo el pretexto que reivindicaciones racistas podrían ser emitidas a partir de esto,
sería como practicar la “política de la avestruz”. La expresión del discurso racista contribuye a
banalizar y reforzar el racismo si éste es aprobado, incluso implícitamente. Puede al contrario
llevar a un debate público que permita, como dicen en francés los psicoanalistas: “mettre des
mots sur les maux” (“ponerle nombre a los males”). En el mejor de los casos, este debate pone
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en evidencia que el racismo se equivoca de objeto y que los extranjeros (o cualquier otro grupo)
pueden servir de chivos expiatorios.
La cultura de la participación ciudadana
Participando en la toma de una decisión, los habitantes ejercen sus derechos de
ciudadanos, incluso cuando este estatuto no les es reconocido. Para participar efectivamente, los
ciudadanos deben adquirir por la práctica y desarrollar competencias culturales. “La ciudadanía
es un autoaprendizaje del juego de las instituciones” (Storrie, en Blanc 1994 : 235). Lo mismo
para los profesionales de la planificación y para los elegidos, los “profesionales” de la política.
Todos tienen un nuevo rol que jugar y él presume de nuevas capacidades. En términos de
capital social, la participación “enriquece” a todo el mundo.
Los participantes deben expresarse y defender sus derechos. Tomar la palabra en público
es difícil, hay que tener buenos argumentos y ser convincente. Es también difícil de defenderse
por escrito, con los términos técnicos y jurídicos exactos, etc. Esta intervención experta es útil
a los ciudadanos en la búsqueda del bien común, pero también a los grupos de presión que
defienden intereses específicos. La primera regla de la argumentación es de pretender que no
se defienda un interés categorial por una causa más amplia, o universal (Boltanski & Thévenot
1991).
También, es indispensable escuchar los puntos de vista y los intereses divergentes, y de
reconocer su legitimidad. Esta incorporación de otros es un ejercicio difícil. Cuando los intereses
y los principios permanecen opuestos, un arbitraje es necesario. Este es un proceso transaccional
en dos etapas: ante todo, se esfuerza en reducir la diferencia; igual hay acercamiento, aunque
habitualmente no acaba en un consenso. Hay un arbitraje que tiene en cuenta los derechos y
los intereses de la minoría, lo que lo vuelve aceptable. La competencia en negociar y en arbitrar
viene con la experiencia y ella no es muy generalizada.
Llegar a una decisión no es el fin del proceso, hay que pasar al acto. Una decisión
que permanece como letra muerta es inútil. Este compromiso en la realización es devorador
de tiempo. Numerosos acuerdos son guardados en caso y necesidad de recuperarse las
negociaciones, en caso de que aparezcan dificultades imprevistas, etc. Estas cuatro competencias
(expresarse, escuchar, arbitrar y realizar) constituyen la base de la cultura democrática, necesario
a todos, ciudadanos y profesionales. Pero los profesionales deben adquirir dos capacidades
suplementarias: ser “traductores” y “transmisores”. Entre los interlocutores interprofesionales o
interinstitucionales, cada uno en su lenguaje técnico tiene que hacer la traducción para llegar
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a un lenguaje común. Se necesita también una vulgarización, para convertir en asequible el
lenguaje técnico a los habitantes. La traducción no va en un solo sentido, de los expertos hacia
los profanos. Por ejemplo, los jóvenes en las poblaciones tienen cosas que decir a los elegidos,
pero tienen un lenguaje propio, difícilmente comprensible.
Los técnicos debieran convertirse en organizadores del debate público y democrático.
Para hacer proposiciones sólidas en el plan técnico, los habitantes tienen necesidad del respaldo
de expertos. Los grupos más pobres, económicamente y socialmente, tienen particularmente
necesidad de ser respaldados para participar en el debate. Ellos deben ser envalentonados
y ayudados para dominar el miedo al ridículo y osar tomar la palabra. Los profesionales se
convierten en los “transmisores” entre mundos sociales que se ignoran (Marié 1989).
La democracia participativa local: una transacción tripolar
La democracia participativa es una transacción tácita, pero más compleja que la democracia
representativa. Esta última es una transacción bipolar, que combina dos legitimidades. La
democracia participativa local introduce una tercera legitimidad, la movilización ciudadana
(Smith & Blanc 1997 p. 298). El paso de “la díada a la tríada” da más posibilidad de maniobra
(Simmel 1908). Ya no hay dos grupos en oposición frontal, sino grupos fragmentados que
pueden pasar alianzas fluctuantes. Una fracción de habitantes puede apoyarse en una fracción
de elegidos y técnicos. La democracia participativa es más flexible y más informal, lo que es a
la vez su fortaleza y su debilidad.
La participación democrática es un proceso de emancipación y un instrumento de
integración en la sociedad, pero es un proceso frágil. La dinámica que conduce a los individuos
y colectivos a abrirse a los otros puede en todo momento detenerse o retroceder. Las experiencias
de democracia participativa son efímeras pues la retracción sobre si mismas vuelve a tomar la
delantera. El producto transaccional es permanentemente renegociado, a la alza o a la baja. A
pesar de sus límites, la participación democrática es un proceso de socialización por la que los
ciudadanos aprenden a vivir juntos con sus diferencias, sus desacuerdos y sus conflictos.
La participación local responde al modelo de integración de Emile Durkheim (1893).
Él ya desconfiaba del modelo que hoy se llama “republicano”. Aquí, la incorporación en el
Estado-Nación es un proceso abstracto de adhesión a los principios republicanos, extraídos
de lazos familiares, étnicos, religiosos, etc. (Schnapper 1994). Para Durkheim, la integración
en la sociedad pasa por las instituciones intermedias. Él se equivocó subestimando el rol de las
colectividades territoriales y defendiendo las “corporaciones profundamente renovadas” (1967)
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La participación al nivel local es uno de los caminos de emancipación y de integración en la
sociedad global, que es local, nacional y transnacional a la vez.
Hacia una democracia transaccional
La democracia es un proceso pacífico para resolver los conflictos y llegar a una decisión
aceptable para todos. Ella proviene de la transacción social pues es un intercambio de ideas, de
bienes y de servicios. Este intercambio es fuente de conflictos sobre la justa parte de cada uno,
donde está la necesidad de negociar. Si esta descripción es admitida por todas las teorías de la
democracia, la transacción social enfoca el proyector sobre el conflicto. Lejos de ser un accidente,
el conflicto es el pan cotidiano de la vida social. La negociación lo reduce sin suprimirlo. La
comparación con dos teorías recientes muestran bien la diferencia5. El conflicto desaparece en
la democracia deliberativa de Jürgen Habermas (1981), al igual que en la democracia dialógica
de Bruno Latour y Michel Callon (2001).
Para Habermas una deliberación democrática es el producto de un intercambio de
argumentos racionales exentos de violencia, sumidos al principio de universalización de los
intereses y a la regla del consenso. Si el compromiso es suficiente en la esfera privada, el debate
público requiere la unanimidad, en consecuencia la abolición del conflicto. Habermas recalca
los límites del voto. Pasar al voto es una solución de facilidad que rompe la dinámica de la
deliberación y cuaja las posiciones, allá donde la continuación de la discusión permitiría poder
llegar a un acuerdo.
Pero esta teoría tiene sus debilidades: los seres humanos no son exclusivamente racionales.
La solidaridad y la confianza son indispensables. Un intercambio de argumentos racionales
puede surgir de un proceso de dominación (Bourdieu 1998). Los intelectuales pueden tener
los mejores argumentos teóricos sin convencer a las masas populares que desconfían de los
oradores. Sobre todo, la utopía del consenso es impracticable, tanto en la esfera pública como
en la esfera privada.
Callon (2001) critica a Habermas por su fe en la racionalidad. El busca combinar las
diversas lógicas en un “foro híbrido”, una asamblea que mezcla intencionalmente unos grupos
con diferentes racionalidades: expertos, electos, simples ciudadanos, etc. (por ejemplo una
“conferencia del consenso”). Tras una información previa y una preparación adecuada, las
personas comunes discuten en pie de igualdad con los expertos sobre lo que se debe hacer en el
5La comparación con las democracias asociativa y agnóstica es esbozada en Blanc & Smith 1997.
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ámbito de la salud, del medio ambiente, de la planificación urbana, etc. La verdad brota de la
confrontación y el autor se entusiasma ante el milagro de las luces de la sabiduría popular.
Las democracias deliberativas y dialógicas se oponen y son difíciles de conciliar (Rudolf
2003). Ellas tienen sin embargo la misma debilidad, se basan en el consenso. Comparten la
visión de un mundo armonioso y “apolinio”. Pero la sociedad es atravesada y estructurada
por conflictos y tensiones, y tiene una dimensión “dionisiaca” (Ledrut 1973). La democracia
transaccional se inscribe en la dinámica del orden y del desorden.
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Recibido: Diciembre de 2006
Aceptado: Junio de 2007