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EN TORNO A LOS SUCESOS DEL HOSPITAL “SEVERO OCHOA” DE LEGANÉS DE LA COMUNIDAD DE MADRID DECLARACIÓN DEL COLEGIO DE MEDICOS DE MADRID En las pasadas semanas la opinión pública española se ha visto conturbada por las noticias, divulgadas por los medios, en torno a una supuesta mal praxis en el tratamiento de algunos enfermos terminales, llevada a cabo por médicos del Servicio de Urgencias del Hospital “Severo Ochoa” de Madrid. Trascendía a la sociedad la noticia de que en el citado hospital, el tratamiento paliativo de los pacientes agonizantes o muy próximos a la muerte constituyera, de hecho, la aplicación regular de planteamientos de eutanasia activa. Es posible que la gravedad de las denuncias y sus singulares características, y el tratamiento rápidamente adoptado por las autoridades sanitarias, haya podido sembrar dudas en torno al correcto manejo clínico de estos enfermos, y dañar el prestigio y la honorabilidad de los profesionales involucrados, que no han tenido ocasión de demostrar ante la sociedad la adecuada fundamentación de sus planteamientos paliativos. Pero también parece lógico que, enfrentada a la posibilidad de intolerables desviaciones de la práctica asistencial, la autoridad sanitaria no pueda dilatar la toma de decisiones, sobre todo si alberga la duda de que pudiera estar en juego un daño irreversible a las personas. Algo, obviamente, muy grave. Paralelamente, la confusión y el nerviosismo despertado en el hospital, por los hechos acaecidos, ha supuesto una preocupante distorsión en el normal desarrollo de la práctica asistencial en esta institución; y una indiscutible alarma social en la población madrileña y, muy especialmente, en la del área sanitaria vinculada administrativamente al hospital. 1 Tan grave como ello, la denuncia de unas supuestas prácticas no demostradas ha tenido una rápida difusión en los medios de comunicación nacionales e internacionales, contribuyendo falsamente a modelar ante la opinión pública ⎯sobre todo internacional⎯ modos de ejercer la Medicina en el momento final de la vida cargados de significación ideológica y altamente repudiables desde la ética médica. Como corolario, el peligro de provocar una considerable confusión e inseguridad en la población de Madrid, en torno al manejo de los pacientes terminales en este hospital y tal vez en otros, no es desdeñable. En efecto, pese a tratarse de planteamientos técnicamente bien definidos y conformes a la ética médica ⎯aunque complejos y no siempre inteligibles para las personas ajenas a la Medicina⎯ la sorprendente publicidad que ha acompañado a tal denuncia, anómala en su forma, incorpora el daño de sugerir erróneamente o de proyectar sobre la sociedad la idea de unos supuestos problemas graves en torno al proceso de decisiones, en el final de la vida, cuando en realidad no existen, al menos por cuanto corresponde a las indicaciones de la sedación paliativa y a los modos éticos de proceder frente a los procesos clínicos de la agonía y la muerte. Por otra parte, las carencias técnicas de algunos marcos asistenciales ⎯en especial la inadecuada ubicación de los enfermos en tan delicados momentos ⎯ muy alejados del ideal de idoneidad que requiere la operación de morir, abonan la percepción por las familias de una insatisfactoria asistencia médica en esos momentos cruciales de la existencia; algo que viene a sumarse, en fin, a la preocupación ordinaria de nuestra Corporación por el conjunto de distorsiones que la atención sanitaria en los Servicios de Urgencia hospitalarios, desbordados, viene experimentando en las últimas décadas. A la vista de los informes de su Comisión Deontológica, ampliamente debatidos en su seno, el Ilustre Colegio Oficial de Médicos de Madrid se ve en la obligación estatutaria de reivindicar su derecho a establecer unas consideraciones previas, básicamente aclaratorias, dirigidas a toda la sociedad pero especialmente a la población de Madrid, de modo que, sin prejuzgar las actuaciones de las personas sometidas al trámite jurídico y sin perjuicio de las actuaciones judiciales a que éstas pudieran dar 2 lugar, sea de público conocimiento ⎯trascienda a la sociedad⎯ el contexto científico y ético, bajo control deontológico, en el que tienen lugar los actos médicos ordenados a paliar los síntomas que lo requieran en el doloroso trance de la muerte. Esta declaración pretende serenar los ánimos y generar tranquilidad en la población sometida a la asistencia hospitalaria y en sus familiares, con el propósito de recuperar la plena confianza en la relación médico-paciente, por ser esencial para la práctica de la Medicina, esto es, para el ejercicio de una praxis basada en el reconocimiento de los intereses del enfermo por encima de todo ⎯que no otro es el sentido último del arte médico⎯ y siempre en el respeto más absoluto a las exigencias de la ética médica refrendada en nuestro Código Deontológico. I El tratamiento o manejo clínico de los enfermos terminales en el final de la vida, es decir, de los enfermos abocados inexorablemente por el fracaso multiorgánico a una muerte inmediata o muy próxima ⎯de horas o días⎯ se enfrenta frecuentemente a la necesidad de aliviar síntomas o signos que provocan dolor y sufrimiento en el paciente y angustia en sus familiares, síntomas que en la mayoría de las ocasiones pueden ser superados mediante una adecuada medicación, analgesia y/o sedación. En algunos casos, sin embargo, el intenso malestar que experimentan estos enfermos (delirio, disnea, dolor, etc.) o alguno de sus síntomas, se muestran refractarios a todo tratamiento convencional, es decir, los fármacos o los remedios aplicados broncodilatación, (la analgesia, la la oxigenoterapia, las sedaciones de bajo dintel, etc.) fracasan radicalmente; y es entonces cuando, para proteger al enfermo de su grave sufrimiento, el objetivo de disminuir su nivel de consciencia mediante la sedación paliativa o terminal se convierte en un verdadero objetivo terapéutico. Incluso si de tal sedación se derivara un deterioro de la precaria o exigua salud del enfermo y en consecuencia su muerte. 3 En estas circunstancias, la muerte ⎯la provocación de la muerte⎯ no es buscada, no es nunca la intención del médico o del equipo responsable de la decisión, sino un efecto adverso, colateral y no deseado, de la medicación, con el que se cuenta, un riesgo de la decisión paliativa que, convenientemente ponderado, se acepta. La muerte del enfermo era previsible e inexorable a corto plazo, de suyo natural y como consecuencia de la enfermedad, pero en un marco de sufrimiento humanamente agotador. La Ética Médica exige entonces ofertar que el sufrimiento del enfermo se alivie, y por esto, careciendo ya de recursos, la sedación paliativa bien indicada ⎯de acuerdo a la “lex artis”⎯ constituye una medida a la que, con debidas garantías, se debe acudir. En estas condiciones y desde esta bien definida intención, la sedación paliativa o terminal, según los casos, es un acto médico y humanitario, jamás una eutanasia. Debiendo ser del conocimiento de todos que este proceder es aceptado por la Moral de todas las confesiones religiosas y civiles. Es ésta una experiencia antropológica y vital que se reitera en la práctica médica ⎯una vez y otra⎯ y que gravita también, no sin coste emocional, sobre el mismo personal sanitario, sobre los médicos y enfermeros/as que asisten a estos pacientes y que se saben en el deber de mejorar en lo posible su calidad de vida en esas horas difíciles del tránsito. El objetivo de la Medicina es la recuperación de la salud perdida, la curación de las enfermedades, y cuando esto ya no es posible o cuando la muerte es inevitable, el deber de los médicos es aliviar el dolor y paliar el sufrimiento de los pacientes. Estos objetivos no representan un descubrimiento en la vida de los médicos, antes bien constituyen una experiencia vital constatada, puesta en práctica por la profesión médica durante siglos, durante toda la historia de la humanidad. La experiencia médica confirma que sólo contribuyendo a reducir o paliar el drama de la muerte cabe ⎯sin grave daño a la autoestima⎯ asumir, día tras día, la dureza emocional que rodea el proceso de la muerte, una guerra humanamente perdida donde la muerte siempre supera a la vida. La Medicina no trivializa jamás el momento de la muerte, asume esta obvia realidad del hombre y conoce de ciencia propia los límites que la Ética le impone para 4 seguir concibiéndose como una profesión digna y cargada de sentido. Desde los tiempos más remotos y frente a las más variadas concepciones del mundo y la cultura de cada tiempo, la Medicina siempre ha tenido claro que los médicos están para curar, y que no pueden bajo ningún concepto provocar directamente ⎯a modo de una solución paliativa⎯ la muerte de los enfermos irrevocablemente abocados al tránsito. Este es su límite, insuperable e inmodificable, frente al proceso de la muerte: la eutanasia es moral y éticamente inaceptable. La eutanasia, la intención de matar o la simple debilitación de la actitud de curar, el cambio a una perspectiva que también prevea el uso de la muerte inducida como un método más para resolver estas dolorosas situaciones, es algo tan antiguo y arcaico como retrógrado; un recurso falso, ajeno a la dignidad del hombre, que se aplica a un doliente cuando a nadie, en verdad, interesa y que nos hace retroceder a la prehistoria de la Medicina y de los derechos humanos. Por ello la rara unanimidad que se ha venido dando durante toda la historia contra la eutanasia. Esta experiencia universal explica la contundencia con que, a lo largo de los últimos siglos, todos los códigos deontológicos de las naciones civilizadas han excluido a la eutanasia como proceder médico. Los médicos son conscientes de que la aceptación legal de la eutanasia transforma la Medicina, la suplanta e influye negativamente sobre el acto médico, rompiendo la fe de los pacientes en los médicos, y cambiando su propia imagen ante la sociedad. Y lo que es más revelador, son testigos de que la eutanasia es absolutamente innecesaria, que no revela una exigencia social. Como ha dicho coloquialmente un experto en la materia1, refiriéndose a la carencia de demanda social de eutanasia:⎯”Nosotros vemos el asunto de la eutanasia como un debate periodístico”: que venía a decir, eso de la eutanasia es un debate ideológico que trasciende a los periódicos. Una demanda que no se percibe en nuestra práctica, que no experimentamos en el mundo de los cuidados paliativos. Los enfermos terminales no quieren suicidarse, lo que verdaderamente quieren es no experimentar desatención, soledad, dolor y sufrimiento. Una experiencia real que ha sido el motor para el moderno 1 X. Gómez-Batiste, Diario Médico, 2005 5 desarrollo de los Cuidados Paliativos, el área de capacitación especializada de la Medicina que cubre todas las exigencias de un verdadero bien morir. Es por esto que cuando unos médicos o una institución hospitalaria de reconocido prestigio son acusados, directa o indirectamente, de practicar la eutanasia, toda la profesión sanitaria se siente removida, herida en su más íntima razón de ser. Porque intuye que, en la inmensa mayoría de los casos, se trata de una verdadera traslocación de los conceptos y de las sensibilidades ante el proceso de la muerte. Que no puede ser posible. Que la sociedad parece ignorar que la dureza de algunos casos clínicos supera lo humanamente tolerable y que la exigencia de sedación paliativa o terminal, según los casos, es una experiencia común en nuestro tiempo. Que su debate moral está superado y que, desde unos criterios ampliamente debatidos y aceptados, tales prácticas son perfectamente éticas. Siente el médico que, pese a los aires de progresismo, renovación y de transformación de la Sociedad, en el marco de las libertades democráticas, ésta sigue desconociendo en profundidad la complejidad de los procesos de la muerte, y es propicia a denunciar fácilmente ⎯con precipitación⎯ supuestos errores médicos, sin percibir que, en la inmensa mayoría de los casos, tales supuestos errores nacen justamente del deber que la Medicina y sus médicos se imponen de contener y aliviar el penoso tránsito en algunas muertes. La Medicina experimenta que se sigue desconociendo la complejidad del proceso de la muerte y que, de algún modo, se trivializa la dureza y la dificultad cuasi-insuperable de muchas decisiones médicas. II Desde el punto de vista científico el contexto de la muerte ha experimentado un extraordinaria profundización en las últimas décadas, y hoy es posible acotar los límites de los planos técnicos y científicos respecto del deber de aliviar el tránsito de la vida a la muerte y separarlos y distinguirlos de aquellos otros, ideológicos, de la eutanasia. Porque, ciertamente, los límites entre las actuaciones que conducen al deber de aliviar el tránsito y aquellas otras que se orientan a inducir la muerte pueden, en 6 ocasiones, solaparse. Los más expertos paliativistas2 insisten sobre la frecuente y creciente complejidad de la decisión de aplicar la sedación paliativa o terminal. Por eso que resulte imprescindible que tales decisiones las adopte un equipo multidisciplinario y que, además, la cuestión se decida con la participación del enfermo y su familia. Ello supone que el planteamiento de una sedación paliativa implica un proceso previo, a veces largo de diálogo, información y trato con el enfermo y su familia, un trato fluido que permita a los médicos conocer la verdadera voluntad del enfermo. Es obvio que esto requiere un lugar idóneo, un ambiente sereno y un tiempo adecuado que permita la reflexión. Un desarrollo moderno y de verdadero progreso en el manejo de la muerte exige la introducción y el desarrollo de los Servicios de Medicina Paliativa, de los medios técnicos necesarios, de Unidades dotadas de personal especializado y de otros profesionales (pastores de su confesión religiosa, psicólogos, trabajadores sociales etc.) expertos en cubrir todas las necesidades del paciente abocado a la muerte. Quienes son ajenos a esta complejidad en el momento de la agonía, gestores o pueblo llano, pueden perder de vista una base esencial para el adecuado juicio estimativo sobre la legitimidad o no legitimidad de algunas decisiones de sedación paliativa. Lo cual eleva a categoría de necesidad el ejercicio de la prudencia y una adecuada ponderación de los hechos, de los datos objetivos, antes de ejercer acciones que pueden ser atentatorias de la dignidad de los profesionales e incluso determinantes de una alarma social innecesaria. El Colegio de Médicos de Madrid en nuestra Comunidad y el Consejo General de Colegios de Médicos de la Organización Médica Colegial ⎯representando a todo el colectivo médico, en España⎯ vigilan la actividad sanitaria de los profesionales tutelando efectivamente de esta forma a la población, mediante un control ético y deontológico que establece las condiciones de una buena práctica médica, según los deberes y pautas de los correspondientes Códigos Deontológicos en vigor, donde se postula de forma taxativa e inequívoca el derecho a la vida. 2 X. Gómez-Batiste, op. cit. 7 III Atendiendo ahora a la denuncia antes aludida, esta Corporación quiere insistir ante la población sobre las profundas diferencias existentes entre la denominada sedación paliativa o terminal y la eutanasia, por ser una cuestión que interesa a todos. La denominada sedación paliativa puede ser transitoria, esto es, la que se aplica para un procedimiento técnico concreto, tal vez diagnóstico, o hasta que la sintomatología que la motivara haya desaparecido espontáneamente o previo tratamiento, médico o quirúrgico, de su causa; puede ser intermitente, por ejemplo la que se practica para que el paciente duerma unas horas. Por sedación terminal, expresión tal vez equívoca que otros prefieren llamar sedación en la agonía, se entiende la administración deliberada de fármacos para lograr el alivio, inalcanzable con otros medios, de un sufrimiento físico y/o psicológico, mediante la disminución suficientemente profunda y previsiblemente irreversible de la consciencia en un paciente cuya muerte se prevee muy próxima y con su consentimiento explícito, implícito o delegado. Se trata de una sedación primaria y continua que puede ser superficial o profunda3,4. Es la propia de los últimos momentos cuando el periodo de sobrevivencia que se estima del enfermo es muy corto, de horas o días y la sedación aplicada cuando se busca reducir el nivel de conciencia para proteger al paciente frente a un síntoma que se ha mostrado refractario a toda otra forma de tratamiento, ya sea un dolor intenso, ya una disnea insoportable, ya una situación de excitación extraordinaria ⎯de delirio invencible⎯ que se experimenta como una amenaza insuperable y angustiosa. Como ya se ha dicho5,”la sedación no tiene nada que ver con una práctica eutanásica. Sucintamente, en la sedación la intención es aliviar un “distress” intolerable, el procedimiento es la administración de un fármaco sedante y el resultado 3 J. Porta et al: Definición y opiniones acerca de la sedación terminal: estudio multicéntrico catalana-balear. Med. Pal, 1999; 6:108-15 4 Comité de Ética de la SECPAL : Aspectos éticos de la sedación en Cuidados Paliativos. Med. Pal. 2002; 9: 41-46 8 el alivio del “distress”; en la eutanasia el objetivo es producir la muerte del paciente, el procedimiento la administración de un fármaco letal y el resultado la muerte”. Se percibe así que tanto la intención u objetivo del acto de aplicar la sedación, como el fármaco aplicado ( o la dosis administrada) o como el resultado final son absolutamente diferentes. Debiendo quedar claro que es la intención o la ideología que subyace en los planteamientos del agente de la acción técnica, el factor decisivo que juega en cada momento y el que proporciona la certeza de la esencial diferencia a que hemos hecho alusión. Es así que la sedación paliativa o terminal es una práctica ética admitida por la Medicina, luego sólo cuando de forma inequívoca pudiera demostrarse una inadecuada indicación médica para tal práctica ⎯que no un mero error o impericia⎯, una grave e indiscutible alteración en la elección de los fármacos o una sobredosis objetivamente responsable directa de muerte, podría ponerse en duda la eticidad de su práctica. La criminalización de los profesionales que deriva de una mera presunción de malpraxis ha de ser evitada, también en beneficio de toda la profesión médica y de toda la sociedad, pues se produce una lógica inquietud entre los profesionales que puede conducir a prácticas de Medicina defensiva, con innecesaria e injusta repercusión sobre la población en el trance de morir. En suma, en tanto así no ocurre, la presunción de una correcta actuación profesional con preservación de la fama y del prestigio del médico debe mantenerse, al igual que la presunción de inocencia se mantiene en el marco de la justicia. Obviamente que en presencia de flagrantes errores, con datos confirmados y daño objetivo, nada podría objetarse a la apertura de diligencias judiciales. Otra dimensión es la legal. En efecto, la necesidad de proteger el delicado y complejo ámbito del final de la vida y el debido respeto a la opinión del enfermo en la gestión de su cuerpo ⎯siempre dentro de la “lex artis” y de la ley penal⎯ ha llevado al legislador en nuestro país a la legitimación de los testamentos vitales, también denominados documentos de voluntades anticipadas o instrucciones previas6, donde el paciente, conocedor de su situación o previendo ulteriores decisiones clínicas complejas en el final de su vida ⎯que rechaza por la razón que fuere⎯ puede dejar constancia 5 J. Porta, X. Gómez -Batiste y A. Tuca: Control de síntomas en pacientes con Cáncer avanzado y Terminal. Aran, 2004 6 Artículo 11 de la Ley 41/2002, de 14 de noviembre, básica reguladora de la autonomía del paciente 9 por escrito de su opinión respecto de las medidas terapéuticas que se le pueden aplicar o no aplicar en el momento de su muerte, si para entonces él no está en condiciones de manifestarlas. No es ocasión ahora de un análisis en torno a la cuestión de las voluntades anticipadas, pero sí de insistir en todo caso que, siendo obviamente legítimas, los médicos deben acoplarse a ellas, pues es el parecer del enfermo, pero siempre y cuando éste ⎯obviamente así expresado⎯ se adecue a la lex artis y al derecho penal. Por la misma razón, el consentimiento informado ante la sedación terminal, requisito razonable para una práctica médica adecuada y siempre obligado, pudiera no tener, por diferentes circunstancias, un lugar tan claro en el proceso de la agonía. En efecto, pese a la retórica con que en ocasiones los medios difunden este importante requisito legal, su carencia escrita o documental no implica necesariamente que tal consentimiento no se haya producido, doctrina jurídica aparte. Pues en el proceso de diálogo entre el equipo asistencial y el enfermo, en el contexto de un adecuado medio paliativo, éste se reconoce de ipso facto muchas veces, de modo tácito, porque los asuntos se han debatido y se han reflexionado suficientemente entre el equipo asistencial y el paciente y/o su familia. Muchos creen que en estas condiciones no sobra, tal vez, el consentimiento protocolario, pero arguyen que no es imprescindible un consentimiento informado expreso y por escrito7. Como todo, la cuestión del consentimiento puede no estar ausente de demagogias. Como con dureza ha llegado decir el presidente de la SECPAL (Sociedad Española de Cuidados Paliativos): “no puedes despertar a alguien (se refiere a tal situación crítica) y decirle que, por orden del Ministerio, tiene que firmar un papel y despedirse rápido porque está en fase terminal y le vas a sedar”. Añadimos nosotros, por nuestra parte, que el hecho no sólo podría ser cruel sino que puede ser ⎯y de hecho lo es, muchas veces⎯ irrealizable. En estas condiciones, la Ética Médica sitúa el principio del bien del enfermo por encima de la formalidad del acto legal y puede bastar una referencia explícita y adecuada en la historia clínica sobre la medicación administrada y las condiciones del enfermo. Teniendo en cuenta que lo que se postula 7 X. Gómez-Batiste, Diario Médico, op.cit 10 en el mundo de los Cuidados Paliativos es una indicación multidisciplinar o tomada por acuerdo entre los profesionales. Por otra parte, el cumplimiento del deber legal del consentimiento puede ser especialmente difícil en los Servicios de Urgencias, sea cual fuere su modalidad y ubicación, especialmente en las condiciones que éstos reúnen en nuestro medio, donde las prisas, la presión asistencial desmesurada y la premura por iniciar los tratamientos, reducen la dimensión legalística del documento de consentimiento; y esto es una realidad que se inserta en el análisis del problema y que ha sido públicamente reconocida por la SEMES (Sociedad Española de Medicina de Emergencias). IV El Colegio de Médicos de Madrid siente profundamente el daño o preocupación ocasionado por los acontecimientos del Hospital “Severo Ochoa”, de Leganés, en razón de la alarma social que pueda haberse causado a la población de Madrid. Se siente también solidario con los médicos y el personal involucrado, a los que en cualquier caso expresa su adhesión y su cooperación jurídica de ser necesaria, y a los que concede a priori la presunción de inocencia respecto de las supuestas acciones de naturaleza o significado eutanásico, que la denuncia les atribuye, y que no concibe en la práctica de los médicos. Por una parte, conviene subrayar el carácter anónimo de las denuncias y el acceso a las historias clínicas, contrario al secreto profesional y a los requisitos legales de la confidencialidad. Aunque el carácter anónimo de las denuncias pudiera alcanzar alguna lógica interna, esto no puede ni debe legitimar el procedimiento, que es siempre rechazable. 11 En fin, tener en cuenta y determinar en cada caso y en cada actuación la complejidad de las diferentes situaciones clínicas de los pacientes en agonía asistidos, mediante unas investigaciones profesionales, prudentes, objetivas e independientes. El final de esta Declaración tiene como destinatario a la Administración, Sanitaria en este caso, de la Comunidad Autónoma de Madrid. El Colegio de Médicos de Madrid se ve en la obligación de denunciar las condiciones inapropiadas e insuficientes de muchos de los Servicios de Urgencia de nuestra Comunidad. Estas insuficiencias aluden a los locales y estancias hospitalarias donde tienen asiento los Servicios de Urgencia, materialmente desbordados de forma regular por la avalancha de enfermos, como es la experiencia de los madrileños; y al fenómeno, por otra parte destacable y aún admirable, del envejecimiento que experimenta la población española, que parece no ser contemplado y que desborda las previsiones asistenciales. Desbordamiento que se hace crítico ⎯y en ocasiones insoportable⎯ en épocas de epidemia, dando lugar a situaciones de insuficiencia y deterioro de atención sanitaria, hasta límites que alcanza a herir la dignidad de muchos enfermos y sus familiares. Conviene destacar que la denuncia de este hecho no implica establecer una crítica a la gestión sanitaria de la Administración, con indudables éxitos en el cumplimiento de otros objetivos; significa simplemente aflorar una dimensión de la asistencia clínica que viene desbordando todas las medidas sucesivamente puestas en práctica desde hace años y que es imprescindible intentar solucionar con eficacia y eficiencia. V Es importantísimo subrayar, finalmente, la imperiosa necesidad de que se articule un plan general para toda la Comunidad Autónoma respecto de los Cuidados Paliativos. Los expertos en estas situaciones clínicas límite de la existencia ⎯de la vida⎯ insisten en que un 75% de la población española no tiene acceso a los Cuidados Paliativos. La población de nuestros mayores, a la que seguramente debemos el mayor 12 esfuerzo y contribución al desarrollo del País, por su avanzada edad y la inherente condición de mayor fragilidad humana, necesitada de mayor protección por los poderes públicos, percibe que el esfuerzo con él que ha contribuido al bien común, de forma tan generosa, no le revierte adecuadamente en sus momentos más críticos y decisivos. Pero es un tiempo donde ya no juega la rebeldía y en el que las limitaciones sanitarias se toleran con tal de recibir una asistencia. Pero la grandeza de una nación, de una comunidad concreta, se mide no sólo por los indicadores económicos o por la creación de riqueza y bienestar, que son obligados, cuanto por el desvelo y la preocupación de todos sus habitantes y de las instituciones por la atención a su población más frágil y vulnerable, la más exigida de solidaridad. Las condiciones humanas terminales y el proceso de la agonía, que procesa en exclusiva la Medicina, necesita de una atención especial por parte de los poderes públicos, que ha de estar por encima de los economicismos y de los indicadores económicos. Se deben arbitrar todos los medios y recursos que permita nuestra Sanidad ⎯naturalmente que públicos y privados sin ninguna distinción⎯ siempre que se adecúen a las exigencias de una Medicina científica y humana, a una Medicina que resuelva definitivamente ⎯o al menos dulcifique⎯ el miedo a la muerte. La macabra imagen de la eutanasia, del cóctel letal, no cabe en nuestro sistema de vida y representa una alternativa repudiable por todos los ciudadanos, salvo por grupos minoritarios e ideológicos que no representan a la población y a los que se concede demasiado espacio informativo. Lo que nadie quiere, ni médicos ni enfermeros, ni la población en su totalidad, es una muerte angustiosa, con dolor y sufrimiento, en un medio hostil o en la soledad más fría y desconcertante, aislados del calor familiar. Esta es la verdadera realidad. Cuando un enfermo dice que quiere “morirse ya” no es que quiera que acaben con su vida, lo que quiere es no tener dolor, sufrir lo menos posible, quiere, en definitiva, que unos médicos y unas enfermeras cercanos ⎯afectuosos y eficaces⎯ eliminen su angustia y su sufrimiento, su delirio, y que se resuelvan las preocupaciones que ocupan su mente en esos momentos decisivos: en definitiva, lo que no quiere”es vivir...así”. 13 El Colegio de Médicos de Madrid pide a sus administradores sanitarios que el acceso a los Cuidados Paliativos sea considerado un derecho, que no se pueda considerar una gracia que se concede a unos sí y a otros no, cuanto que debe ser una prestación sanitaria que no se pueda negar. El diseño de una política más incisiva en estos campos; y un poderoso esfuerzo de formación de los profesionales sanitarios que permita la especialización en el ámbito universitario y el dominio de unas habilidades a los profesionales de la Atención Primaria, son igualmente necesarios. Todo ello es la finalidad del Plan Nacional de Cuidados Paliativos, cuyas “Bases para su desarrollo” fueron aprobadas por el Pleno del Congreso Interterritorial del Sistema Nacional de Salud, el 18 de diciembre de 2000, al que tenga acceso toda la población española y en el que no deben primar criterios ideológicos de ninguna naturaleza, sino el mero desarrollo profesional y técnico que tantas veces ha demandado la Sociedad Española de Cuidados Paliativos (SECPAL) y otras entidades también implicadas en el proceso de la muerte. Es necesario crear un sistema de Cuidados Paliativos, un modelo asistencial nuevo, donde el proceso de la muerte y la atención sanitaria a las etapas de mayor fragilidad y vulnerabilidad adquieran un relieve especial. El Colegio de Médicos de Madrid es consciente de que estamos ante un gran desafío al que hay que responder con imaginación y decisión; sabe que ello puede implicar un esfuerzo económico importante, una habilitación de recursos que se han de desviar de otros objetivos, pero no ignora que ésta es la verdadera respuesta a una realidad social que se nos impone, y que tarde o temprano acabará n por demandar los ciudadanos, cuando alguien los motive a exigir el derecho a no sufrir innecesariamente. Además, diversos indicadores sugieren que la aparición de los Servicios de Cuidados Paliativos o de instituciones con esta función ⎯cualquiera sea su identidad si acreditan las exigencias científicas adecuadas⎯ reduciría poderosamente la presión asistencial de los Servicios de Urgencia hospitalarios, la claudicación emocional de las familias que son sometidas a largas esperas no exentas de zozobra y el dato significativo de que no representaría un gravamen de importancia del gasto económico. A este respecto, algunos expertos mantienen que, con una inversión de sólo el 0,4 % del 14 presupuesto sanitario, los Cuidados Paliativos resolverían al menos el 70% de la atención paliativa. Como ha destacado el presidente de la SECPAL, unos adecuados servicios sanitarios, incluidos los Cuidados Paliativos a domicilio, pueden ahorrar mucho dinero al erario público. La introducción de los Cuidados Paliativos se ha convertido en una credencial de buena atención sanitaria, se ha convertido, en suma, en una demanda moral de la sociedad. La crisis de Leganés se explica mejor en este contexto de presión asistencial, de procedimientos acelerados y condiciones de ubicación adversas para la actividad de los Cuidados Paliativos. La representación corporativa de la Medicina madrileña, el Colegio Oficial de Médicos de Madrid, deplora los sucesos acaecidos y que son origen de esta reflexión, deplora el proceder de la denuncia, la ruptura de la confidencialidad que se ha producido y aún más su divulgación en los medios; y mantiene su confianza y su solidaridad con los profesionales involucrados, y en tanto la Justicia no se pronuncie solicita de los medios que, salvaguardando los derechos a la libertad de expresión y de opinión, se evite la difusión y los juicios sobre las personas involucradas y con ello la presunción de inocencia que les es debida. Al Colegio corresponde, sin embargo, difundir esta reflexión crítica sobre el contexto de la atención a los moribundos en la Comunidad de Madrid al hilo de los acontecimientos de Leganés, y dejar sentado ante la opinión publica la constatación de unos hechos de la Asistencia Sanitaria por los que se siente concernida y en cierto sentido responsable, no sólo como representante oficial de los médicos sino también como tutora efectiva de la Atención Sanitaria y de la Ética Médica ante el conjunto de la sociedad. Consciente de esto, a través de su Comisión Deontológica, ha iniciado ya una investigación sobre los hechos acaecidos en el Hospital Severo Ochoa de Leganés. Madrid, 13 de abril de 2005 15