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¿Debe permitirse la eutanasia y el
suicidio asistido?
El reciente suicidio asistido de Brittany Maynard puso de
nuevo en el tapete la discusión sobre la legalidad de la
eutanasia como remedio final para pacientes en
sufrimiento
ESCRITOR INVITADO 26 NOVIEMBRE, 2014 A LAS 10:22
¿Debe permitirse la eutanasia y el
suicidio asistido?
El reciente suicidio asistido de Brittany Maynard puso de
nuevo en el tapete la discusión sobre la legalidad de la
eutanasia como remedio final para pacientes en
sufrimiento
ESCRITOR INVITADO 26 NOVIEMBRE, 2014 A LAS 10:22
Todos tenemos derecho a una muerte tranquila
Por Matthew Hayes
Durante los últimos años de su vida, mi abuela no quería seguir viviendo.
Sufría de una avanzada enfermedad cardíaca e insuficiencia renal. Luego
de batallar contra una infección bacteriana adquirida en la cirugía, quedó
débil y confundida; una sombra de la mujer que solía ser. No podía cuidar
de sí misma. Abandonar la casa se convirtió en algo peligroso. Ser la
anfitriona de las cenas de los domingos, una tradición de casi 50 años, se
convirtió en demasiado trabajo. Perdió todas las cosas que le hicieron la
vida agradable. Y ella ya no quería vivir.
Hablé seguido con ella acerca de su deseo de morir. La vida ya no valía la
pena sin autonomía, me dijo. Quería morir feliz y con algo de dignidad.
Pero vivíamos en el Estado de Nueva York, donde el suicidio asistido por
un médico no es una opción. No podía terminar con su vida por sus
propios medios, entonces, en lugar de eso, sufrió.
Un golpe que la paralizó. Una pérdida masiva de sangre después de un
angiograma. Diálisis. Hospitalización constante. Maltrato del personal.
Mes tras mes se hundía cada vez más en la desesperación.
En la mañana del 21 de mayo de 2011 recibimos una llamada del hospital.
El final estaba cerca. Cuando llegamos estaba acostada en la cama del
hospital, inconsciente, con la cara apretada de dolor. Estaba rodeada de
su familia y amigos, pero no podía decir adiós. La muerte se la llevó
lentamente, de manera agonizante, hasta que finalmente dejó escapar su
último aliento. Tras casi dos años, su sufrimiento finalmente había
acabado.
Esta historia no es única. Es la historia de un sinnúmero de pacientes con
enfermedades terminales que quieren acabar con su vida dignamente.
¿Por qué debemos obligar a la gente a soportar tamaño dolor físico y
emocional? ¿Hay alguna manera mejor?
En 1997, en el Estado de Oregon se aprobó la Ley de Muerte Digna, que
permitió a los pacientes con enfermedades terminales dar fin a sus vidas
mediante el uso de medicamentos letales vendidos bajo prescripción
médica. Una vez recibidos, los individuos deciden cuándo tomarlos, si lo
desean.
Desde entonces, 1.173 pacientes han elegido participar en el programa. De
ellos, el 65% ha optado por morir. Hoy, en cuatro Estados de Estados
Unidos y en tres países del mundo —Países Bajos, Bélgica y
Luxemburgo— es legal el suicidio asistido. Si bien es un gran comienzo,
no es suficiente. Los médicos de todo el mundo deberían poder ofrecer la
eutanasia a los pacientes con enfermedades terminales.
Esto no quiere decir que la muerte asistida no debe ser regulada. Las leyes
deben ser bien delimitadas y específicas. Los sistemas regulatorios deben
estar en su lugar para frustrar la eutanasia involuntaria y evaluar las
enfermedades psiquiátricas. Las prácticas y medicaciones deben ser
actualizadas de manera rutinaria para reflejar los nuevos avances y
conocimientos.
A pesar de estos esfuerzos, debemos recordar que no todo sistema es
infalible y que siempre habrá consecuencias indeseadas. Sin embargo,
estos riesgos por sí solos no garantizan inacción. Si lo hicieran, no
tendríamos Gobiernos, sistemas jurídicos y ningún tipo de seguro médico.
No es la existencia del riesgo, sino cómo respondemos ante él, lo que
determina nuestros resultados. Al reconocer el riesgo y dejar que este guíe
la formulación de nuestras políticas podemos proteger mejor a los
pacientes, sus familias y médicos.
El juez de la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos William J.
Brennan dijo: “Un vil final sumido en la decadencia es aborrecible. Ahora
bien, una muerte tranquila y orgullosa, con la integridad corporal intacta,
es una cuestión de extrema confianza en sí mismo”.
En un mundo perfecto, el cuidado médico al final de la vida no implicaría
sufrimiento. Los individuos vivirían hasta el final de sus días felices y
satisfechos. Pero ese no es el mundo en el que vivimos.
Los individuos, como mi abuela, sufren terribles destinos, la angustia de
sus familias y de ellos mismos. Si bien debemos luchar para
conseguir este nivel de cuidado, a nadie se le debería negar el derecho a
una muerte tranquila y orgullosa.
Matthew Hayes es un investigador de políticas en Portland, Oregon, Estados Unidos.
Síguelo en Twitter: @mattayes.
Traducido por Guido Burdman.
El suicidio asistido da poder al médico, no al individuo
Por Derek Miedema
La elección de Brittany Maynard de matarse impulsó titulares sobre el
suicidio asistido en toda América del Norte. Es una horrible tragedia que
una bella, atractiva y activa mujer de 29 años enfrente la muerte. Su
marido, de repente un viudo, está de duelo por su enfermedad y muerte.
La elección de Maynard fue presentada al público a través de videos con
música y fotografías que retrataban su decisión como liberadora y
digna. Aunque podamos empatizar con tan difícil situación, detrás de la
conmovedora defensa del suicidio asistido existen preguntas
más profundas. ¿Podemos afirmar que alguien puede estar mejor muerto?
Si es así, ¿quién determina cuando la persona alcanza ese punto?
A nadie le gusta pensar en vivir una vida con capacidad reducida. Pero
sugerir que con una cierta calidad de vida no vale la pena ser vivida atenta
contra quienes podrían estar experimentando una vida así.
Las personas con discapacidades están acostumbradas a escuchar
argumentos como “es mejor estar muerto”, “prefiero estar muerto antes
que en una silla de ruedas” o “prefiero morir antes de que otra persona me
higienice”. Quizás incluso “prefiero morir a necesitar asistencia
mecánica para respirar”.
Es una vergüenza cuando alguien cree eso de sí mismo. Es aún más
tenebroso cuando alguien decide que otra persona “estaría mejor
muerta” basándose en su situación. El suicidio asistido requiere que
un médico considere que usted “estará mejor muerto”. Considere el caso
de un médico belga que mató a una persona transexual que no podía
soportar vivir con el resultado de un mala praxis en una operación de
cambio de sexo; o a los hermanos mellizos sordos que optaron por un
suicidio asistido porque no pudieron tolerar el diagnóstico de que
también se estaban quedando ciegos.
Los holandeses ahora están matando niños con el consentimiento de los
padres. En ese país se ha autorizado la eutanasia a pacientes con
Alzheimer que ya no son capaces de tomar decisiones.
Esta creencia de que algunos humanos están mejor muertos es parte de la
razón por la cual una vez que se legalice la opción de matar (eutanasia)
o colaborar en el suicidio (suicidio asistido), siempre existirá presión
para abarcar una mayor cantidad de casos.
En Holanda, la expansión de la eutanasia es impactante. En 2012,
comenzaron a utilizarse unidades móviles de eutanasia para que los
médicos pudieran practicar eutanasias en las casas de pacientes cuyos
propios médicos se habían negado. Los holandeses mataron
recientemente a una mujer que estaba padeciendo un “intolerable
sufrimiento” porque se iba a quedar ciega.
El Parlamento belga ha legalizado que un niño pueda optar por la
eutanasia si sus padres están de acuerdo, y luego de que un psicólogo haya
verificado que el niño supiese lo que estaba sucediendo.
El caso de Maynard representa la elección personal de una paciente. Pero
estas decisiones no son inmunes a influencias externas. En el Estado de
Washington, en EE.UU., donde el suicidio asistido es legal, pero no la
eutanasia, lectores de un diario contestaron a través de cartas a un
artículo de esa publicación que discutía acerca de cuánto hay que pagar en
servicios de salud durante la tercera edad, y sugerían a la eutanasia como
una solución. ¿Podría haberse hecho una sugerencia así en un lugar sin
antecedentes de suicido asistido legal?
Pareciera que hay una gran brecha entre los videos de Maynard y esa
actitud, pero solo lo que se requiere es la aceptación de que la muerte es
una solución compasiva y buena al sufrimiento.
Una cosa es que alguien como Brittany Maynard lo crea así, y algo muy
distinto es que un médico crea lo mismo. No hay que olvidar que donde el
suicidio asistido es legal, los médicos, y no los pacientes, tienen la
decisión final acerca de quiénes mueren de esta manera. Esto no
empodera a los individuos sufrientes, empodera a los médicos.
Imagine por un momento que le han diagnosticado cáncer. ¿Cómo
se sentiría si su doctor sugiriese, como una alternativa a la quimioterapia,
que podrías simplemente matarte? El médico estaría afirmando, con o sin
intención, que estarías mejor muerto porque te habrías evitado el
sufrimiento, y además habrías logrado que el sistema de salud ahorre
mucho dinero.
¿Es esto lo que queremos para nuestros abuelos o padres a medida que
envejecen? ¿Queremos que nuestros hijos crezcan en una sociedad que
vea a la gente de esta manera?
Estoy seguro de que esto no es lo que Brittany Maynard quería. Es, sin
embargo, la verdad que hay detrás del cambio por el cual ella abogaba.
Cuando la sociedad define que un número creciente de personas están
mejor muertas, y esas personas están de acuerdo, otorgándole a los
médicos el derecho a ayudarlas a suicidarse, hacen de nuestra sociedad un
lugar tóxico para los más vulnerables entre nosotros.
Derek Miedema es investigador en el Instituto del Matrimonio y la Familiade Canadá.
Traducido por Adam Dubove.
http://es.panampost.com/editor/2014/11/26/debe-permitirse-la-eutanasiay-el-suicidio-asistido/
'Creí que tendría miedo, pero
no'
•
Antonio Segura falleció el pasado domingo tras tres semanas en
cuidados paliativos
•
EL MUNDO ha recogido el testimonio de sus últimos días, su legado de
vida y de muerte
•
'La muerte es lo más natural. Hay que irse sin traumas', afirmó en su
habitación del hospital
Antonio Segura falleció el pasado domingo tras tres semanas en cuidados paliativos. JOSÉ AYMÁ
PEDRO SIMÓN Madrid
Actualizado: 27/11/2014 17:34 horas
Tenía 69 años recién cumplidos, una mujer de la edad primera, tres hijos, tres
nietos, dos pulmones comidos por el cáncer, el candado de la morfina, los días
contados y ningún miedo.
Ningún miedo a derrumbarse.
Ni a las despedidas.
Ni a hablar de su muerte después de muerto.
A lo largo de dos semanas, este periódico ha recabado el testimonio
de Antonio Segura Cabral, un enfermo terminal en cuidados paliativos que
sabía que se estaba muriendo y decidió romper un tabú: el de hablar de la
muerte en España.
No busquen lágrimas en su relato. Ni escenas de agonía. Ni estertores íntimos.
Sólo a un hombre incalculable. Desgranando un testamento ético por vez
primera en un periódico.
-¿Nos vemos el lunes, Antonio?
-Yo creo que no.
-Bueno, te llamo antes de venir.
-Noto el deterioro de un día para otro, de la mañana a la tarde, de una hora a
otra... Supongo que me sedarán. Les dije que lo único que me preocupaba era
morir con sensación de asfixia. Me han dicho que no sentiré nada. O sea, que
estoy tranquilo.
-¿En qué piensas ahora?
-En la suerte que tengo... Espero que a alguna persona le sirva todo lo que te
voy a contar.
Antonio falleció en paz el pasado domingo a las 18.10 horas, después de
cinco largas tardes de conversación. Este cronista recuerda la suavidad del
último beso. También cómo de fuerte da la mano un hombre que sabe que no
te verá más.
-Sigo sin entenderlo.
-Es muy sencillo. De alguna manera te rindes. No se siente miedo. Ni angustia.
La muerte es lo más natural de la vida. Hay que irse sin traumas. No quiero
dramatizaciones entre los míos. Sino que recuerden lo positivo.
Esta es la vida explicada por él pero sin él.
Martes 11 de noviembre
Hospital Centro de Cuidados Laguna. Madrid. Planta primera. Habitación
113. Nada más entrar a la derecha, Antonio está sentado en la cama en un
ángulo de 45 grados, semiincorporado, como uno de esos heridos de las
películas. Por la ventana hay un sol de postal de otoño que destila una luz de
melocotón.
El paciente es una extraña mezcla de fragilidad y de resistencia. Pilar, su
esposa -sin la cual no se explicaría Antonio-, hace las presentaciones y nos
deja a solas. Al periodista le llama la atención uno de los objetos y lo coge. El
paciente bromea y se disculpa: tiene prensa de la competencia en la mesa.
-Míralo por el lado bueno: se le va a morir un lector al ABC. Y no a vosotros.
Reímos. Antonio, con el sonido de un motor gastado.
Eso será una constante durante todos estos días: la risa ahogada de Antonio,
como esas salvas de confeti que no dejan ver las nubes.
"El puntito. Todo empezó cuando vi el puntito en la placa. Llevaba tiempo
encontrándome muy cansado, con síntomas extraños, sin apetito, me daban
tiritonas. En abril de 2013 me mandaron unas pruebas y allí estaba el puntito.
Me senté frente al médico y le dije que fuera al grano, que no me viniera con
historias. Así supe lo que tenía: cáncer".
Y entonces hablamos de cuando nació en Olivenza y de sus paseos en bici
por Salamanca con su hermano detrás, de cómo se casó con la mujer de su
vida en los 70 y de su carrera de ingeniero naval, de su estancia en Bilbao y
del puerto refugio de los hijos.
No hay marejada ni tormenta en Antonio. Sorbito a sorbito, se va tomando el
zumo. Y se bebe la vida.
-¿No te lo terminas?
-No.
-Si quieres más te lo acerco.
-Ya me lo cojo, no te preocupes.
-Vale.
-Hay que hacerme de todo. Pelarme la fruta, asearme, sacarme a pasear,
llevarme al baño... En sólo una semana he notado que la curva va hacia abajo
rápidamente. Pero por alguna extraña circunstancia me lo estoy tomando con
deportividad. A mí me ayuda muchísimo la fe: estoy muy esperanzado con que,
cuando esto acabe, me voy a encontrar con algo plenamente satisfactorio.
Creo que Dios me está dando fuerzas. Para los creyentes es más fácil: como
cruzar una puerta. Pensaba que iba a tener miedo, pero no. Pensaba que iba a
estar enfebrecido con la angustia, pero tampoco... He elegido no aislarme. Sino
disfrutar de todo y de todos: de la familia, de los amigos, de esta
conversación... Cuando termina el día, acabo agotado de vivir. Pero me
encuentro mejor que nunca. No me duele nada. Siento mucha paz.
La máquina del oxígeno burbujea como un guiso a fuego lento. La morfina no
hace ruido, pero entra en su torrente sanguíneo cada cuatro horas. Las manos
enjutas de Antonio son sarmientos vivísimos. Señalan algo. Entonces viene un
prolongado silencio.
-¿Qué miras?
-¿Cómo es posible que esté muriéndome y disfrute tanto de esta luz y de estos
árboles?
-Ya -sonreímos con él-.
-Dime tú, ¿por qué tiene uno que estar muriéndose para disfrutar de esto? No
fastidies... No fastidies.
Miércoles 12 de noviembre
"No me gusta ser sensiblero, pero hoy me he despertado a las 5.40 y me he
sentado en la cama a ver a mi hijo Javier, que dormía en el sofá-cama de al
lado. A oscuras. Le he estado mirando una hora".
El tiempo se escurre entre los dedos. El tiempo tiene una connotación distinta
con Antonio, donde reloj son cinco letras sin sentido. El tiempo es una ola que
viene y te derrumba el castillo de arena que has estado horas levantando.
Siempre el tiempo. Dice Antonio que le "falta tiempo". Que él nunca ha sido de
madrugar y que ahora sí. Al alba, con las primeras luces, se encienden sus
ojos.
"En el verano empezamos con nuevas sesiones de quimio porque la mancha
había crecido. Notaba que iba a peor. Me fui a ver a la doctora: 'Blanca, yo no
pongo objeción a nada. Pero si hay muy pocas posibilidades yo no quiero este
final'. Ella se sintió aliviada: 'Pues sí, en este momento la quimio te va a hacer
más daño que bien. Se acabó la quimio'. Y desde entonces ya supe que
empezaba el final. Aquí llegué a últimos de octubre. No vienes a curarte. Sino a
lo más difícil de todo: a morir".
Pilar le dice que sonría para la fotografía, que está "más guapo" cuando lo
hace: tiene que renovar el DNI en breve y la almohada blanca hace las veces
de fondo de fotomatón.
-No te gustan las fotos, eh.
-Me han dado la cita para el carné de identidad el 4 de diciembre y ni siquiera
sé si estaré vivo entonces.
Hoy no ha abierto la biografía de Isabel La Católica que se está leyendo. A
primera hora ha venido su hermano, José María, con quien deletreó la infancia
y el mundo. A una enfermera le dice que tienen un baile pendiente. Ha tomado
unas notas. Estrena pijama.
"Ya nadie se asusta cuando me oye hablar así. Decir que estoy disfrutando.
Encarar la muerte como si no fuera algo prohibido. Porque a lo mejor mañana
no estoy, pero me estáis regalando momentazos increíbles. Creo que
perdemos el tiempo con tonterías. De verdad. He empezado a pedir perdón a
todos los que me rodean. Me indigno con cosas que he hecho mal. Vivir es
menos complicado de lo que pensamos. También morir. Una cosa tengo clara:
no sé cómo nunca nos podemos creer más que los demás, si no somos nadie".
Hay quien dice que somos lo que hacemos; otros, que somos lo que leemos. Si
somos conforme a los objetos que nos rodean, Antonio es una agenda, una
linterna, un frasco de colonia, un abanico, los retratos de los nietos, una imagen
de la virgen, un libro y un barquito de papel que su amigo Luis, ingeniero naval,
le ha regalado a este niño de 69 años.
-¿Algún objeto más?
-Bueno, tengo una botellita de vino de La Rioja ahí guardada -sonríe,
sonreímos, otra vez el confeti de Antonio-. Cuando puedo, me tomo un dedito
para comer, sólo un dedito. Hay que conservar los placeres que pueda hasta el
final. ¿Quieres un poco?
Al final brindamos. Hasta la borrachera brindamos.
Con agua.
Jueves 13 de noviembre
En La 2 hoy han puesto un documental de los osos polares con el
queAntonio se ha puesto a hibernar un rato, como el plantígrado de la
televisión. La siesta, que antes era una herejía, ahora es un narcótico y una
liturgia.
"Les digo que esto se acaba. Lo noto. Me han dicho que no será una asfixia
agónica, sino un tránsito suave. No sentiré nada. Tendré tantos fármacos
paliativos que el cuerpo no responderá. Todos los papeles están más o menos
arreglados. Lo que tengo que hacer ahora es gozar de todo".
Gozar del amigo de la planta de arriba, al que va a visitar cuando puede. "El
hombre se emociona mucho. Y eso que parecía que era yo el que iba a durar
menos. Estamos donde estamos. Y eso hay que asumirlo".
Gozar de la memoria. "El colegio de los maristas estaba en la otra punta
de Salamanca. Cada dos por tres mi hermano y yo hacíamos barrabasadas.
Te cuento algunas...".
Gozar de las visitas y de las despedidas: "Cada día es una sorpresa. Hoy me
ha llamado el ministro Pedro Morenés, con quien trabajé un tiempo, que se ha
enterado de lo mío".
Gozar de los cinco sentidos: "Todavía mantengo el apetito, pero me estoy
frenando, porque cada vez tengo más problemas para ir al baño. Cada cosa
que como es como si me hubiera tragado una vaca".
Gozar de esta charla: "¿Ya te vas?".
Antonio tiene más dificultades al respirar. Como esos ciclistas cabeceantes
que a medida que ganan altura pierden pie. Pero aprieta los dientes y da
pedales.
Hace ya 10 días, cuando se encontraba ostensiblemente mejor, la doctora le
miró a los ojos y le hizo una pregunta definitiva: "Antonio, ¿tienes que volver a
casa por algo? ¿Es indispensable que regreses para alguna cosa? Dínoslo
ahora".
"Le contesté que no... Entonces ya sabes por dónde va la pregunta. Sucederá
aquí. Está bien: necesito que sepan mil veces lo bien que me encuentro, lo feliz
que soy".
Pilar nos acompaña hasta el ascensor. Y nos habla de los nietos. Y de qué
buen paciente es Antonio, que nunca quiere molestar. Y a Pilarno le da la
gana de llorar, sino de reír. Y recibe un beso -bienintencionado y paliativo- que
a buen seguro no palia nada. Y habla como si ella diera ánimos al visitante y no
al revés. Qué cosas. Por qué será que ninguna revista saca jamás a una mujer
tan relevante como ella en su portada.
Martes 18 de noviembre
-¿Cómo estás hoy, Antonio?
-Se me va la vida. Noto que se me va. Pero de ánimo sigo relativamente bien.
Tanto que a veces me pregunto: "¿Y no seré un insensato?".
-¿Qué tal ha ido el fin de semana?
-Ha sido muy malo. No podía con nada. Ahora me encuentro mejor. Siempre
que amanece me digo: aquí empieza otro día. A ver si lo termino.
-¿Quieres que hablemos?
-Claro que quiero.
Entre el sábado y domingo apenas ha comido media croqueta y algo de fruta.
Calcula que ha perdido ocho kilos en esta última etapa, pero nunca se ha
sentido tan pleno. Antonio se alimenta de abrazos. Abrazos grandes y
calientes, esféricos, como tortas de pan recién hechas.
Un corazón con miga. "Soy un privilegiado. Hay mucha gente en circunstancias
más jodidas que yo. Aquí hay una paciente joven, con tres criaturas, se va a
casar en paliativos. Yo la he visto aquí con los niños haciendo los deberes. Ella
no ha cerrado su vida, pero yo ya la he cumplido... Sí, he sido un privilegiado.
He vivido bien. Tengo tres hijos maravillosos que me adoran. Una mujer
increíble. En este hospital me han tratado con gran generosidad. Todo eso me
reconforta, me tranquiliza".
Antes de entrar, Pilar nos advierte: "Este fin de semana han muerto cuatro.
Pero Antonio no lo sabe. No le digáis nada para que no se disguste".
Nada más entrar, Antonio nos aclara: "¿Sabes? Este fin de semana han
muerto cuatro... Pero es que el fin de semana anterior murieron nueve.
Nacemos para morir. El que no entienda eso no entiende nada".
Viernes 21 de noviembre
Hay una quietud de portazo recién dado en el pasillo según avanzamos. Y algo
heroico en el hombre que nos recibe a pesar de todo. Incorporándose en un
esfuerzo épico. Hace tres días que no venimos, pero parecen tres semanas.
-Tenemos 10 minutos.
-Lo que mandes.
"Hoy le he dicho a Pili que me limite las visitas". Antonio toma aire, respira con
dificultad, pide tiempo muerto. "Sólo visitas de mis hijos, de mis nietos, de mi
hermano... y las tuyas. Porque me he comprometido y quiero contarte lo más
posible".
Cuando uno ya creía haberlo visto todo en el ejemplo incalculable del hombre
que se muere, Antonio se preocupa por un problema de salud (nada serio) de
quien tiene delante.
"He pedido que me bajen la morfina. Porque me genera como una especie de
ensoñación que no me deja pensar con lucidez y tengo la sensación de que me
quita la poca fuerza que tengo".
Nació un "4 de noviembre de 1945". Su padre era "militar y químico" y su
madre "trabajaba en casa". Jugaba "a los coches" con su hermanoJosé María.
Su boda fue en 1973 y "las fotos se velaron". Está "orgulloso" de la "educación
humanista" de sus hijos. Pilar ha sido el "motor" de todo. "Ser abuelo es volver
a nacer"... Uno estaría toda la vida tomando notas como éstas.
-He cumplido un ciclo. Estoy a punto de empezar otro. Y voy muy sereno.
-Vendré el martes.
-Muy bien.
Siempre nos estrechamos las manos en la despedida. Apretando como el que
quiere traspasar al otro. Mirándonos a los ojos con entusiasmo. No sé por qué
hoy nos hemos dado un beso.
Domingo 23 de noviembre
Antonio falleció en su cama del Hospital Centro de Cuidados Laguna sin
crispación aparente y en completa calma. Fue el domingo, 23 de noviembre,
pasadas las seis de la tarde.
El lunes, sobre el tanatorio de Las Rozas, luce un sol de septiembre. En la sala
4, casi nadie se atreve a llorar, porque al fin y al cabo estamos hablando
de Antonio, que nos dejó todo esto dicho.
"Me gustaría que me recordaran como una buena persona, leal, que puso
empeño en dar. (...) No quiero dramatizaciones. Ausencia es una palabra muy
relativa. Yo andaré por ahí".
(...)
Nos quedaron pendientes varios temas, ¿recuerdas? Uno de ellos: al final no te
hice cambiar de periódico.
Espero haber puesto todo lo que me contaste, Antonio. Espero haber sido fiel a
tus últimas tardes. Espero que tu testimonio "les sirva de algo" -como tú
querías- a los que saben que no hay vuelta atrás.
Pocas cosas tienen tanto sentido en esta profesión como haberte conocido. En
cualquier caso, no olvides algo: allá donde estés, me debes un vino.
http://www.elmundo.es/espana/2014/11/27/54763b2dca4741d96b8b457c.html