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COLACIÓN DE RESIDENTES 2013
CLÍNICA UNIVERSITARIA REINA FABIOLA
El maestro Shoon Li tenía un famoso monasterio en Nepal. Miles de
aspirantes acudían a él en búsqueda de sabiduría. Una tarde fue visitado por
el emperador. Y mientras le mostraba su monasterio, en el que había al
menos mil monjes aprendices, el Emperador le dijo: Maestro, es enorme tu
monasterio y ¡cuántos te siguen!; dime, exactamente ¿cuántos discípulos
tienes? El maestro Shoon Li sonrió y le respondió: ¿Discípulos? Tres o
cuatro, nada más.
El Maestro enseña claramente que una cosa es ser un aprendiz y otra ser un
discípulo. El discípulo no sólo aprende unas habilidades o destrezas sino
que adquiere un modo de ser, un talante, algo que se transmite en contacto
directo con un maestro. El discípulo es el que busca aprender lo que los
libros no dicen.
Ustedes, los que ingresan a la Residencia, se encuentran ante la decisión de
ser meros aprendices de una disciplina o transformarse en discípulos. El
discípulo ve en el que enseña a un maestro, a alguien que no sólo le tiene
que enseñar ciertas destrezas, sino que le enseña un modo de vivir la
profesión con pasión y con sentido.
Por eso, además de discípulos, hacen falta maestros. Hace falta que los
directivos, los jefes de servicio y los colegas sean de verdad formadores y
no meros capacitadores; es decir que sean maestros que enseñen no sólo a
ejercer una especialidad sino un modo de ser médicos, no como una mera
profesión sino como un modo de ser persona.
El Maestro enseña no sólo por lo que dice, sino por lo que hace y por
cómo lo hace; enseña ofreciendo las razones que lo motivan y lo animan.
Maestro es aquel que suscita en el otro la pregunta: ¿quién eres que haces
estas cosas y las haces de esta manera? Un verdadero Maestro no busca los
discípulos, los engendra.
Les deseo a los nuevos residentes que encuentren maestros que los animen
a ser de verdad discípulos. Sólo un verdadero discípulo puede llegar un día
a ser maestro.
A los que hoy han recibido su título: ¿Qué han aprendido en estos años?
Sin dudas han aprendido mucho acerca de la profesión médica, y sobre
todo de su especialidad particular. Han aprendido lo que significa ser
médico en una institución de salud universitaria, con sus más y sus menos.
Han adquirido - lo certifican los títulos que hoy recibieron- los
conocimientos suficientes.
Ojalá hayan aprendido otros conocimientos fundamentales que no están en
el certificado analítico, y me estoy refiriendo a conocimientos arduos, pero
a su vez de un valor incalculable.
Me explico: Comúnmente existe la tendencia a pensar y estimar las
aptitudes que una persona tiene para una determinada carrera o profesión
según la lista de las energías y cualidades que posee. Pensamos: esta
persona tiene buen juicio, aptitud e interés científico, preocupación por la
salud humana, de seguro será un excelente médico. Y parece lógico el
razonamiento, más aún si a lo largo de su formación ha demostrado esas
cualidades con sus notas en los exámenes y su rendimiento en las prácticas.
Ahora bien, creo que en la evaluación final, la que interesa para la vida,
habría que pensar en agregar además otros parámetros. Por ejemplo: ¿Esta
persona que se gradúa ha tenido que habérselas con el temor, adaptarse a
frustraciones o aceptar expectativas que se han desinflado? ¿Es una persona
con cierta carga de fracasos y debilidades que lo hagan sentirse de verdad
un “hombre corriente”?
Quiero decir que uno de los aprendizajes más valiosos es el de la propia
flaqueza humana que hace comprender y tratar con cuidado la debilidad y
flaquezas ajenas. Aprender que uno es un ser humano con límites y
fracturas interiores no siempre del todo resueltas ayuda a ser humilde a la
hora de escuchar al padeciente. Cierto sentimiento de incapacidad y la
experiencia de frustración son fundamentales para empatizar con el que
afronta la frustración dolorosa que es la enfermedad o esa frustración
mayor que es la muerte.
La debilidad nos relaciona hondamente con los demás. Nos permite sentir
con ellos la condición humana, la humana lucha y oscuridad y angustia que
claman pidiendo luz y sentido. Porque el ser de verdad humano equivale a
incorporar en la existencia una cierta cantidad de sufrimiento. Sólo el que
ha pasado por el valle de la oscuridad será capaz de acompañar a sus
hermanos a la Luz.
Comprendo que esto que les digo no debería ser dicho. En un mundo que
endiosa el éxito y la invulnerabilidad les estoy hablando de manera positiva
acerca de conocer el fracaso y ser vulnerables. En nuestra sociedad no hay
lugar para débiles; los derrotados son barridos al margen, los que fracasan
son como apestados a los que nadie quiere acercarse. En este mundo
vivimos; no me engaño. Y es profundamente injusto.
Sin embargo el camino de la humanidad que empatiza con el paciente y lo
ayuda a sobrellevar cosas muy duras pasa por esas experiencias básicas de
humanidad que todos rehuimos: el fracaso y la vulnerabilidad. Experiencias
que advienen y de las que uno aprende si está dispuesto a recibirlas.
Haber experimentado cierta incapacidad ante la vida y la muerte, cierta
imposibilidad de lograr lo que uno se propone, ayuda a comprender las
vidas rotas, las humanidades golpeadas; en fin, a las personas enfermas, sus
semejantes.
Decimos que nuestra Clínica Universitaria intenta presentar el rostro
humano de la medicina. La formación que pretendemos ofrecer desde la
Universidad Católica de Córdoba está marcada por un profundo sesgo
humanista. Por eso deseamos que los ingresantes aprecien e incorporen esta
visión humanista; y esperamos que los graduados sean ya verdaderos
humanistas que se preocupen por los débiles y los sufrientes, que sepan
mirar a los ojos y al corazón de los pacientes y no sólo a los estudios y las
historias clínicas. Que sean muy buenos médicos y además profundamente
humanos; que sean capaces de devolver la alegría de la salud y –a la vezenjugar las lágrimas del dolor. Que ayuden a reducir el sufrimiento del
cuerpo y también de las almas.
Bienvenidos a los ingresantes, sean buenos discípulos.
Felicitaciones a los graduados, hagan un poco más humano el mundo que
les toque.
Que Dios los bendiga.
P. Lic. Rafael Velasco, sj
Rector UCC