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La terapia familiar con las familias de los toxicodependientes. Maurizio Coletti. Vicepresidente de ITACA. Instituto Europeo de Formación y Consulta Sistémica. La práctica de intervención clínica en las situaciones de tóxícodependencia ha demostrado la implicación precoz de la familia en solicitar el tratamiento. Los operadores del sector, por tanto, han aprendido a tratar a los familiares no sólo como acompañantes del paciente, sino como a seres a menudo indispensables para enfrentar las variadas situaciones de tóxicodependencias. Por ejemplo, es absolutamente normal que la primera petición de tratamiento venga presentada por uno de los padres (generalmente la madre) incluso cuando, el sujeto tóxicodependiente está en la fase en la cual rechaza considerar la situación como problemática y por tanto, no quiere someterse a ningún tratamiento. El empuje teórico y de búsqueda nace al considerar que casi la totalidad de los sujetos tóxicodependientes son jóvenes adultos en una edad comprendida entre los 15 y 25 años. El período de inicio de empleo continuo de substancias estupefacientes corresponde a una fase a menudo caracterizada por la necesidad de una evolución de las relaciones de este pequeño adulto y su familia y entre ellos y el ambiente circunstante. De hecho, el recurso al abuso de sustancias estupefacientes parece bloquear el empuje evolutivo, impide un sano crecimiento adulto, en muchas ocasiones convierte el joven dependiente de su familia incluso si esta dependencia se expresa en una actitud de conflicto y rinde las relaciones interfamiliares dramáticas y violentas. El filón, en la búsqueda de los factores familiares de las tóxicodependencias nace en Italia a principios de los años 70 (Cancrini y colab. 1973) y se fundamenta sobre el trabajo profundizado efectuado por un grupo de investigación sobre 142 casos de tóxicodependencia. Aunque las situaciones examinadas tenían características de las situaciones absolutamente típicas del período bajo investigación (1969 / 1970) , sobre la modalidad del consuno y las sustancias consumidas (además de los conocimientos acumulados y de las reacciones de la opinión publica y sobre el contexto social más general) , la hipótesis relativa a la implicación de la familia y las posibilidades de un trabajo terapéutico ligado a enteros núcleos familiares, había quedado substancialmente intacta. Incluso se han profundizado los instrumentos de búsqueda y los de intervención. El estudio de la organización y del funcionamiento de la familia del tóxicodependiente ha sido objeto de otras innumerables contribuciones, entre las cuales la de máximo interés es la de J. Shelder y la de J. Blok (1990), los cuales realizaron una búsqueda epidemiológica longitudinal durante quince anos y relativa a 101 sujetos a los cuales se les había hecho un seguimiento desde los tres años hasta la edad de dieciocho. A esta edad se les hizo: un test de actitud al consumo de droga, alcohol o psicofármacos y los datos recogidos venían luego comparados con todas las observaciones hechas sobre todos los demás sujetos en edades precedentes y que tuvieran relación con el desarrollo del sujeto y de su familia. La principal meta fue buscar posibles rasgos o factores predictores de una posible tóxicodependencia juvenil. Los analistas reportan que, sobre el numero de sujetos arriba mencionado, alrededor del 20 % muestra a los dieciocho años, una tendencia al abuso de sustancias estupefacientes la cual es acompañada por otros datos sobre el comportamiento y sobre la personalidad de esta parte del muestreo; por tanto parece razonable concluir que ésos jóvenes tendrán mayor contacto repetitivo con las sustancias estupefacientes hasta una posible tóxicodependencia. Los datos son relativos a las familias de estos sujetos y relativos a la relación madre-hijo y padre-hijo mientras, no recogen curiosamente ninguna indicación que aporte pruebas sobre la figura del padre, pero sí hacen referencia de características específicas sobre el comportamiento de la madre en sus relaciones con el hijo; estas madres, examinadas regularmente con test específicos durante toda la investigación, se muestran"frías, críticas, insensibles y actúan de forma presionante ante las necesidades de sus hijos". En general, mientras estos sujetos "consumadores" están considerados como personas"relativamente inseguras, emotivamente desequilibradas e 'incapaces de establecer relaciones sanas", los investigadores han puntualizado que ellos han recibido curas familiares inadecuadas". Es interesante precisar como se han producido esfuerzos similares y sustancialmente convergentes en el mismo período en Estados Unidos,, Salvador Minuchin (1967) estudió en particular la estructura y la organización de la familia e hizo la hipótesis sobre la posibilidad de intervención precisamente a este nivel, contrastando, de manera terapéutica, los elementos más evidentes de esta estructura, como la excesiva centralidad de la madre, la también excesiva perifericidad del padre (a menudo ausente), la presencia de un hermano o hermana con situación de prestigio y de competencia excesiva para su edad (parental child). Siempre en los Estados Unidos, Jay Haley (1980) ha propuesto un modelo de compresión en la fase de individualización del joven adulto que, incluye síntomas como el de la tóxicodependencia, estudiando los fracasos del proceso de autonomización del hijo hacia los padres y de los padres hacia el hijo. Posteriormente, Stanton y Todd (1982), partiendo del trabajo de Salvador Mnuchin, han descrito la organización y el funcionamiento de una familia"típica"del tóxicodependiente en la cual se encuentra una madre "central", fuerte, fuertemente aliada con el hijo consumidor, un padre “periférico", el cual incide poco en la vida familiar, la mayoría de las veces en conflicto con la esposa y un tóxicodependiente que juega un papel muy relevante en el equilibrio de toda la familia; a veces, se han descrito otros hermanos y hermanas del tóxicodependiente que juegan un papel del "del hijo bueno" que ha conseguido sus logros, sabio y responsable, por tanto es el apoyo de la madre. Desde el punto de vista de estrategias sobre el tratamiento, Stanton y Todd insisten sobre una organización que tenga flexibilidad y que permita una intervención sin esas reglas fijas que, a menudo, producen un precoz alejamiento del tóxicodependiente de los programas de intervención. Luigi Cancrini (1988) presenta la hipótesis de una clasificación de las tóxicodependencias donde toma gran valor la lectura de la relación entre la organización familiar y el abuso de sustancias estupefacientes. El síntoma es considerado funcional a una determinada organización del sistema familiar. Dentro del grupo familiar se producen condiciones tales que la persistencia de una situación problemática como la tóxicodependencia permite por una parte "congelar" la evolución del grupo en sí y evitar determinadas situaciones por otra. Una contribución italiana más reciente y más aún itinerante, es el estudio de las familias de tóxicodependientes, desarrollado por S. Cirillo y colaboradores (1992) , los cuales han estudiado más de 100 casos de tóxicodependencia ya tratados o en tratamiento, en diferentes contextos, como Servicios Públicos y agencias privadas de intervención, reconocidas por la institución publica. Proyectando un desarrollo en 7 fases, es posible tres tipos diferentes de tóxicodependencia, cuyos recorridos se diferencian en parte según las configuraciones expuestas. La tipología resalta, en parte, la expuesta por Cancrini y partes de las consideraciones son comunes incluso en términos eziopatogenéticos. En Italia, pero también en muchos otros países europeos entre los cuales está España, la Terapia Familiar ha sido rápidamente reconocida como una intervención de elección en el tratamiento de las tóxicodependencias, no solo en los programas de tipo ambulatorio, sino también en los residenciales que utilizan grupos de padres (este tipo de intervención puede considerarse un Multifamily Therapy) y también intervenciones "paralelas" de trabajo específico con la familia). El trabajo clínico conducido hasta aquí permite reflexionar sobre las variantes más significativas de la intervención, sobre los resultados y sobre las sugerencias que emergen del contexto de las experiencias y de manera particular, enfocar dos tipos diferentes de aproximación terapéutica: A) Intervención estructural: se trata de un trabajo terapéutico que presupone una relación sólida entre la estructura, el conjunto de las relaciones que se puedan observar dentro de la familia y la aparición y mantenimiento del síntoma de abuso de sustancias. Es necesaria por tanto, la obtención de una serie de cambios en la estructura y esto, según el principio de circularidad en la secuencia de eventos, producirá un cambio incluso a nivel de los síntomas. La estructura del sistema familiar viene "atacada" en esas partes que ya han sido descritas anteriormente (excesiva centralidad de la madre, padre periférico) o que tienen que ver directamente con las características de la tóxicodependencia de "Tipo 13" (batalla y distanciamiento entre los padres, síntoma de abuso, el cual sirve para producir condiciones inestables y provisionales de pseudo unidad). B) Intervención de contra-paradoja: es la intervención terapéutica así descrita por Mara Selvini Palazzoli (1988), que "prescribe" la invariabilidad de la situación la cual, indicada como solución al problema, no es, ya practicable espontaneamente y puede dar lugar a un cambio. La intervención de contra-paradoja, además, sirve para ofrecer un nuevo marco, una nueva definición a la situación para la cual cambian las premisas según las cuales es donde está la problemática. Un ejemplo típico de intervención de contra-paradoja es el conocido como "prescripción del síntoma", en el cual se indica el comportamiento sintomático que ya no es un elemento amenazador, irregular, peligroso, inquietante, sino como una "contribución a la estabilización" y a la vida familiar. La contra-paradoja, entre otras cosas, ha sido utilizado con situaciones de psicosis y es, por tanto, indicada en las situaciones de tóxicodependencia descritas como de "Tipo C". Existen dos variantes, de intervención descritas detalladamente por F. Colacicco (1991) y se pueden profundizar más adelante. Normalmente, los encuentros pueden tener una frecuencia quincenal y pueden tener una duración de una hora aproximadamente. Pero un trabajo sobre problemas de dramatismo como los de tóxicodependientes requiere una gran flexibilidad y la posibilidad de organizar sesiones incluso semanales. Son también posibles encuentros urgentes después de pocas horas desde la ultima sesión, así como encuentros individuales. Es necesario aclarar que el trabajo terapéutico con las familias no puede permitir una intervención de urgencia, de "emergencia", ya que no son compatibles con la preparación y el "setting"de la terapia y conllevan a una sucesión de intervenciones que giran alrededor de emergencias específicas. Excluyendo las urgencias del tipo exclusivamente sanitarias y las que se consideren urgentes, el hecho que los encuentros tengan una regularidad ayudan a la familia a salir del apuro en determinadas circunstancias y activa recursos viejos y nuevos. Estos diferentes tipos de intervención de Terapia Familiar se han evaluado ya en cuanto a su eficacia. La Cooperativa IBIS ha efectuado un estudio profundizado sobre 52 situaciones de toxicomanía (1991), de las cuales 26 correspondían a tóxicodependencia de"Tipo B"y las otras 26 a las de "Tipo C", todas ellas tratadas entre los años 1985 y 1986. El estudio efectuado por IBIS sobre el tipo de intervención y sobre los resultados obtenidos es particularmente interesante para reflexionar sobre la validez del método. De hecho, para las tóxicodependencias de "Tipo B": La construcción de la relación terapéutica se obtuvo en el 96,15 % de los casos; La intervención utilizada fué de tipo estructural en el 96,15 % de los casos, de tipo"contraparadoja"en el 19,23 % de los casos (algunas situaciones, como se explicará más adelante, requirieron una intervención combinada). La situación se consideró mejorada en el 65,38 % de los casos, inmutada en el 26,92 % de los casos y con empeoramiento en el 7,69 % de los casos. Sobre la misma tipología, es importante añadir que a menudo los terapeutas han considerado útil terminar su intervención con una redefinición de contra-paradoja. Por lo que respecta la tóxicodependencÍa de "Tipo C". La construcción de la relación terapéutica ha sido posible en el 77 % de los casos; La intervención utilizada fué de tipo de contra-paradoja en el 84,62 % de los casos, mientras fué utilizada la de tipo estructural en el 76,92 % de los casos (sirva la misma nota precedente) ; La situación fué mejorada en el 76,92 % de los casos, sin cambios en el 19,23 % y empeoró en el 3,85 % de los casos. Por lo que se refiere los mismos casos, es posible añadir que parece muy útil y de, gran incidencia llegar a la intervención de contra-paradoja después de que, la familia haya experimentado un fracaso en un recorrido estructural . Para concluir, es interesante hacer notar que para estos usuarios es más difícil la construcción de la relación terapéutica, pero también es más alto el porcentaje de mejora, mientras en una más fácil la construcción del sistema terapéutico con las situaciones de "Tipo B" corresponde un porcentaje menor de mejoras . Algunos aspectos metodológicos: hacerse cargo, contra resolver problemas. El trabajo con las familias de tóxicodependientes, así como con las familias de otros pacientes psiquiátricos o pacientes individuales portadores de problemas psicológicos, se desarrollan sobre un terreno muy resbaladizo. En general, se trata de situaciones donde prevalece la desesperación, o como mínimo, las dificultades para resolver un problema que no se puede solucionar. Como ya hemos mencionado, otras veces el operador se encuentra frente a visiones diferentes del problema y por tanto dan lugar a soluciones radicalmente diferentes. Así, entre dramatismo e impotencia por un lado, demandas contrapuestas e incapacidad para decidir por otra, es fácil que un terapeuta se encuentre atrapado en una situación en la cual le es pedido, un papel activo para orientar la solución o también para resolver el problema. Todo esto debe ser considerado un enorme riesgo. El rol demasiado activo del operador, sea que se dibuje como una generosa tentativa de ayudar a quien se presente impotente y derrotado, sea que se trate de una tentativa de mediación o de afianzar decisivamente la solución mejor, termina por confundir el terapeuta en "el juego" familiar esterilizando sus posibilidad de cambio o haciéndole incluso perder la función y el rol necesarios para continuar su trabajo. Sin embargo, se debería tomar en cuenta la delega "tout court" a la solución aparentemente más limitada que al apoyo a una de las soluciones propuestas, una operación demasiado arriesgada que no se debería empezar. Si se reflexiona sobre el hecho de que estos usuarios tienen ya en su bagaje muchos años de convivencia (y también de lucha fallida) con el problema, entonces se podrá admitir que ellos están en posesión de toda la información suficiente para entender cual es la solución más apropiada y que no existen soluciones mágicas que resuelvan el problema de inmediato. Así que la expresión usada en la consulta no es : “no sabemos qué hacer", sino: "no logramos hacer la cosa 1 las cosas que serían oportunas". Una crisis de actividad, por tanto, no de conocimiento. Del mismo modo cuando el terapeuta se enfrenta al dilema de elegir orientaciones diferentes a un problema, debería abstenerse de tomar ninguna postura. Su misión es favorecer la ayuda para escoger, es desbloquear los recursos existentes, antes que escoger en lugar de los pacientes. La meta final es siempre la de facilitar la adquisición de competencias y no la de prestar las suyas para la solución del problema. Un problema resuelto por un terapeuta quedará siempre como algo substancialmente extraño en la experiencia de los pacientes . Dicho ésto, podría parecer que el terapeuta familiar (y todo esto sirva también para el individual) deba tomar una postura sádica de rechazo a la petición de ayuda. No es así, en cuanto a la terapia familiar, dónde se tendrá en cuenta la angustia de los pacientes, de su dolor psíquico y renunciar a jugar un papel sustitutorio que incluso, aumentaría la tendencia a la pasivación o a la ruptura en dos vertientes del grupo familiar. En una atenta acogida de un nuevo paciente y de sus dificultades se puede, al mismo tiempo, declinar la petición de solución del problema y favorecer la utilización de los recursos "buenos" del sistema familiar y de los pacientes. La terapia familiar no declarada. La experiencia clínica demuestra que el empleo de determinados términos provoca a menudo reacciones de defensa en los pacientes con tratamiento psicoterapéutico. Los términos de "Terapia Familiar" pueden provocar el rechazo de la misma y pueden llegar hasta un disimulado boicot de la intervención terapéutica. No hay duda que proponer una"terapia familiar" puede percibiese como algo amenazador y culpable; de la impresión de buscar al "verdadero culpable". Son además, los componentes de la familia, los que resultan los más periféricos en tener estas sensaciones, si por último se considera que, muy a menudo, se de el encargo a la primera persona que se presenta primera en el Centro de Tratamiento de convocar a los demás miembros de la familia, es muy probable que esta persona procure invitar a los, otros miembros recurriendo al "mismo juego" relacionar y esto se traduce en una llamada en causa de un valor que sin duda tiene algo de culpabilidad. El boicot puede ocurrir alternando dificultades y excusas a la sesiones o también con una actitud en sesión de tipo defensiva y destructiva con respecto a las intervenciones del terapeuta. Si este peligro está siempre al acecho y hace falta una gran práctica para evitarlo en un contexto de culpabilidad, es necesario reflexionar sobre, el hecho si es o no inevitable utilizar de manera clara y explícita los términos de "Terapia Familiar". Visto que la familia está siempre presente, de manera espontánea con alguno de sus miembros desde las primeras entrevistas, se puede utilizar esta "convocatoria espontanea" para trabajar con todo el núcleo familiar. Se deberá además reafirmar todo el aporte que toda la familia puede dar para la solución del problema: una presencia para enriquecer los conocimientos, los diferentes puntos de vista, para utilizar mejor todas las energías disponibles para superar la fase difícil que cada uno está pasando. Es preferible por tanto definirlo como "trabajo con la familia" o incluso no definir siquiera con palabras técnicas el trabajo que se está haciendo. Las alianzas. Una visión circular. Incluso las más recientes contribuciones epistemiológicas que convergen al conocido "estructuralismo radical", reafirman la imposibilidad de considerar la postura del terapeuta como neutral. Incluso se insiste que, cualquiera que sea la contribución, las intervenciones, los silencios y hasta las preguntas del terapeuta, estos son percibidos y elaborados por sus interlocutores como intervenciones "de una parte". El terapeuta, como cualquier ser humano, tiene sus prejuicios, sus pasiones, sus preferencias, todo esto sucede cuando está trabajando con situaciones casi siempre dramáticas, cargadas de tensión, donde una distancia emotiva puede solo ser una idea defensiva e ingenua. Así consideramos una defensa inevitable el "pro" a alguien o también una postura y el "contra" otra, lo que se deduce de las cuestiones personales del terapeuta o una atribución mal interpretada por la familia sobre sus intervenciones, resulta indispensable que el terapeuta sepa lo que tiene que hacer. Lo primero es por tanto que sepa que estos hechos son inevitables, su formación y su experiencia tienen que ser tales como para permitirles reconocer estos aspectos, el manifestarse y asumir la imposibilidad de una postura neutral. Trabajar entonces sobre sus sentimientos y sobre las reacciones que observara sobre sus intervenciones. Sobre los primeros podrá actuar reconociéndolos, conociéndolos y haciendo referencia sobre aspectos personales; es lo que en la óptica psicoanalitíca viene llamado "contra-transfert". Sobre los segundos actuará interpretándolos y definiéndolos como parte de una evolución de una relación terapéutica. El terapeuta es libre de aliarse con un determinado miembro de la familia o con un subsistema de la misma, sobre todo cuando se considere útil e importante para los fines de la estrategia terapéutica. Hace falta tener algunos cuidados más. El primero es no caer en la trampa de la coalición. Se define como una "alianza denegada a alguien" de forma que la "victima" de este triángulo no pueda comentar lo que parece muy evidente. Lo segundo, es volver flexible y nunca rígido el sistema de las alianzas. Hace falta que cada miembro de la familia se dé cuenta que el terapeuta se"atrinchera"sobre diversas cuestiones y que no está aliado con nadie ni con nada. Es necesario además que, cada uno de los participantes a las sesiones capte el apoyo sustancial del terapeuta. El terapeuta está aliado con la parte "buena" de la familia y de cada uno de sus miembros, con la parte que quiere salir de manera eficaz de esa situación de dificultad. Enfocar la relación terapéutica ó enfocar el esquema relacional de la familia. Como ya se ha dicho, es frecuente que durante los encuentros con las familias de tóxicodependientes resulte claro el esquema general de fondo que aparece en el conjunto de las relaciones entre los miembros de la familia y que podrían ser la "causa" del recurrir al consumo de heroína. Es típico el dato de un síntoma de consumo de sustancias que tienen básicamente el fin de disminuir la tensión entre los padres o el de consumo que tiene como finalidad (es obvio, no declarado y no responsable) el de actuar como polo de atracción para hacer olvidar que en la familia hay otra situación grave, por ejemplo seria enfermedad de otro miembro. Por lo que se refiere, a la primera situación, podemos referirnos de nuevo a la tipología de las tóxicodependencias, de L. Cancrini y colaboradores, donde la tóxicodependencia por neurosis adopta la misión de regular la tensión de los conyugues y permite un momentáneo acercamiento entre los padres. Por lo que se refiere a la segunda situación, hago referencia a la relativa frecuencia con la cual se encuentran familias en donde la tóxicodependencia se acompaña de una enfermedad cardíaca del padre. Hay que tener presente la contribución de S. Carillo y colaboradores, en la cual se identifica una cadena temporal que devuelve sentido al recurso del síntoma por parte del hijo. La tentación es fuerte para reaccionar sobre los hechos desencadenantes, sobre el esquema de relaciones que los miembros de la familia muestran con espontaneidad al terapeuta durante las sesiones, con sus discusiones y sus relatos. Considero que preparar una intervención terapéutica directamente sobre estos elementos considerando el síntoma del consumo como una expresión de una determinada situación de fondo (lo que, efectivamente tiene que considerar el terapeuta de este modo) pueda ser un error. Los familiares y el tóxicodependiente se remiten al operador con la urgencia y el dramatismo típicos de estas situaciones y no aceptan una definición demasiado rápida. El trabajo directo sobre patrones comunicativos y relaciones de la familia, como también sobre los elementos de los relatos individuales puede hacerse como ya hemos indicado, partiendo de una base de reestructuración. Toda la primera fase de la intervención debería, sin embargo, centrarse sobre el síntoma. Esto no significa que la Terapia Familiar sea considerada hasta entonces, una intervención únicamente sintomática. En realidad la actuación de cada uno de los miembros y de todo el sistema familiar sobre el síntoma, como sobre otros hechos y situaciones, obedece a la misma lógica. Así, trabajar sobre el síntoma desde el principio permite descubrir como la familia "baila" en general, tanto que intervenir sobre el síntoma puede ser considerado una intervención sobre la entera organización familiar, con la ventaja que responde a lo que puede ser llamada la petición urgente y emergente de la familia. Terapia familiar ó aproximación sistémica. Se ha dicho ya algo sobre los problemas que el empleo del término Terapia Familiar puede provocar en el contacto con las familias. Se quiere aquí añadir que una búsqueda exasperada de los elementos de un setting rígido de psicoterapia podría alejar la posibilidad de un trabajo en concreto con las familias en muchísimos casos. Además, el trabajo de Terapia Familiar viene a menudo incluido en una "cadena terapéutica" cuyos eslabones están compuestos por intervenciones útiles y oportunas como por ejemplo los farmacológicos (sustitutivos, antagónicos, sintomáticos), intervenciones de grupo (de padres y de tóxicodependientes), intervenciones en comunidad y también intervenciones psicoterapéuticas individuales. La Terapia Familiar basada en la óptica SISTÉMICA permite un amplio trabajo sobre la familia compuesto de diversas intervenciones. Incluso se puede decir que esta es la realidad con la cual nos encontramos mas a menudo: una intervención múltiple donde paramos para refirmar la centralidad y la unidad de uno de los elementos sobre otros, arriesga es resto del trabajo. Dice Gregory Bateson que la mente de la intervención está difundida a todos los participantes de la relación. Así que el trabajo con familias, incluso cuando no se desarrolla en un ambiente con un setting definido y va acompañado por otras intervenciones, desarrolla su función en parte y con autonomía, en parte de manera integrada (como una parte del todo). El problema es que hace falta reafirmar la importancia de una intervención global de dimensiones y en un ambiente psicoterapéutico en el cual también la prescripción farmacológica debe, a menudo, basarse sobre una intervención con la familia; por ejemplo, cuando se plantea un trabajo para deshabituar al paciente en su domicilio, sin hospitalización. Desintoxicación, análisis: ó cual es el sitio de la terapia y el del operador? Es un problema que tiene relación con todos los programas terapéuticos. Es frecuente, que la desintoxicación ses el primer paso para que la estructurea se haga cargo de la situación. Algunos programas piden, como condición preliminar, que el tóxicodependiente esté limpio", en abstinencia total durante un tiempo variable antes de que entre en el programa. Durante el tratamiento se efectúan con regularidad o como muestras, análisis de metabolismo urinario con el fin de controlar un posible consumo no declarado. Desintoxicación y análisis de orina acompañan de esta manera la relación entre operadores (o la estructura, el Centro) el paciente y su familia. Creo que todo esto comporte grandes problemas de metodología y de epistemología. Veamos ante todo la desintoxicación. Como siempre se indica, este es el primer paso de un programa de tratamiento siempre igual, repetitivo, aplicado a cada situación y sin distinciones de personas. Normalmente se indica de manera ritual, perdiendo así el valor específico y la indicación personalizado. El paciente y su familia, la mayoría de las veces, la aceptan como una obligación necesaria (en pro del significado atribuido a su definición), en vez de aceptar este paso como un duro compromiso al que hay que hacer frente para empezar un recorrido al cual se tiene interés. El empleo de fármacos, o después la desintoxicación en hospitales, acentúan estas características. Parece mas una exigencia del operador y del centro que una ventaja difícil de conseguir para el paciente y para todos. Otra paradoja parece la demanda de iniciar un programa después de un período de abstinencia. Se corre el riesgo de pedir al paciente de renunciar a su comportamiento problemático por excelencia para curar el mismo problema: resuelve con tus propios medios la situación te ayudaré YO a hacerlo. No es muy diferente el conjunto de problemas que se originan durante el recurso de análisis de orina: son claramente el control y como tal vienen entendidas por todos. Pero, ¿Control de quién y sobre quién ? Ciertamente es ridículo pensar que sirvan al tóxicodependiente para saber si ha consumido o no. En determinadas ocasiones son los mismos operadores los que gestionan el resultado de los análisis y esto modifica el trabajo terapéutico. Cuando entonces en un encuentro se declara la positividad del análisis ¡ironía de la suerte! se es espectador de una actitud de disculpa y de justificaciones que llega casi siempre a poner en duda el método analítico empleado, la calidad de los productos del laboratorio e incluso dudar de un cambio de las muestras analizadas... ¿Por qué razón sucede esta pantomima ? Porqué el operador ha mal interpretado su papel que no es el de controlador, de guardián del paciente, sino de alguien que facilita recorrer el camino deseado, sobre todo, por el mismo tóxicodependiente. El operador no puede ser el único que recibe los resultados para que los utilice en el tratamiento terapéutico; Él no es, el principal interesado en la recuperación del paciente. Él no tiene ninguna ventaja directa para recuperarse. Además, interrumpir el programa frente a unos análisis positivos, a una recaída, equivale a rechazar al paciente cuando se presenta de nuevo sintomático, a no aceptarlo en situación problemática, a forzar una postura de control intransigente. No se trata aquí de ser comprensivos y cómplices, se trata de hacer resaltar el mensaje fundamental de cada intervención de este tipo: la terapia es posible frente a un deseo de los pacientes; el terapeuta se limita a activar los recursos, sin tener en cuenta cada situación como propia, una situación cuya evolución, positiva o negativa, funciona como un reconocimiento personal y profesional. Otra cosa sería si los análisis de orina fuesen pedidos por la familia o propuestos como instrumento para facilitar una atmósfera de desconfianza y de sospecha. En este caso, se convierten en un instrumento pedido y utilizado por los pacientes y el operador se queda en su papel de activador. CONCLUSIONES Para concluir el trabajo de Terapia Familiar se basa en concreto sobre una exigencia clínica ligada a la frecuencia con la que familias enteras están involucradas en la tóxicodependencia de alguno de sus miembros y sobre la búsqueda del origen por el cual el síntoma del consumo acepta y desarrolla una fuerte función al interior de un determinado sistema familiar. Es por tanto un camino obligado. Si existen fuertes hipótesis por las cuales un joven adulto escoge, sin reflexionar, bloquear una determinada fase de su ciclo vital, su evolución, por medio del consumo, es por tanto verdad que este bloque muestra "ventajas secundarias" incluso para toda la familia, estas "ventajas" se perpetuara hasta la fase en la cual el síntoma, después de su desaparición, se solidifica hasta el momento en el cual el sistema entero entra de forma progresiva en crisis. El trabajo de intervención con familias debe guiarse con profesionalidad, renunciando desde el comienzo a la pretensión de "demostrar lo que se debe hacer" y también "como se debe reaccionar". Lejos de ser esta una intervención pedagógica, es totalmente una intervención terapéutica en el pleno sentido del término.