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Palabras del Dr. Gonzalo Herranz para Asamblea OMC
(06/07/13)
Me ha pedido nuestro Presidente unas palabras para esta
ocasión. Me hubiera gustado decirlas en persona, pero es
mucho mejor que otro las lea.
Creo que, antes de entrar en materia, he de cumplir el
deber de expresar mi gratitud al Consejo General por el
regalo, inesperado, de publicar el libro que hoy se os
presenta. Tengo la fundada sospecha de que la iniciativa
partió del Dr. Rodríguez Sendín, que en esto se ha portado
con una generosidad intelectual de excepción. Sospecho
también, y no me faltan pruebas, que para llevar a cabo su
empresa ha contado con la cooperación de algunos
cómplices que con él formaron el llamado Comité Editorial.
Entre todos “saquearon” mi archivo en busca de algunas
conferencias para incluirlas en el libro. Se lo agradezco,
pues así pudieron rescatarlas del olvido y la inedición. El
Dr. José María Pardo merece ser declarado, más que
cómplice, coautor: de él partió la idea de la larga entrevista,
que fue el origen de todo. Les agradezco de corazón el
trabajo que han llevado a cabo, mucho y con mucho garbo.
¡Ojalá se cumpla su propósito de que el libro pueda ser de
alguna ayuda para la Colegiación!
Son igualmente para mí motivo de agradecimiento muy
especial las notas que han escrito para las primeras
páginas del libro, los Doctores Juan José Rodríguez
Sendín, Enrique Villanueva, Marcos Gómez Sancho,
Rogelio Altisent, Diego Gracia y Pilar León. En ellas
exageran descaradamente mis méritos, como los
futbolistas, cuando caen derribados, su dolor. Pero, lo
reconozco, rinden un justo tributo a la amistad que nos une.
¡Qué inmensa fortuna es tener amigos así!
Volvamos al principio, pues he de cumplir un encargo de
nuestro Presidente. Como estamos en una institución que
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ha de gestionar sus asuntos democráticamente, nos
corresponde actuar con transparencia. No puedo ocultar,
por tanto que, con la invitación de escribir unas palabras
para ser leídas en esta ocasión, venía un recado suyo: que
aludiera aquí a ciertos asuntos. Lo hago de buena gana, a
pesar de que el mensajero (al que no mataré) vino a
decirme que el Dr. Rodríguez Sendín había sugerido que
fuera algo así como mi testamento deontológico.
El primer encargo era este: animar a los Presidentes de los
Colegios a poner en un lugar prioritario de su agenda una
tarea que nada tiene de administrativo, y sí de factor
humano en una empresa: fijarse como norte de su trabajo
directivo dos objetivos gemelos: ganar la confianza de los
pacientes, y elevar la calidad humana y profesional (la
excelencia, se dice ahora) de los colegiados. Los suscribo
con entusiasmo.
Pienso que los Presidentes y sus Juntas Directivas tendrían
en eso que ser insaciables. Todo lo que puedan hacer por
esos dos objetivos debería parecerles poco. Tendrían que
ir a por ellos, recordárselos unos a otros iba a decir que
obsesivamente, pero prefiero decir templadamente, con
tenacidad y constancia. No son cosas supererogatorias, no
son “devociones”, sino obligaciones del núcleo duro de la
gestión directiva, pues son parte fundamental de la deuda
que como corporación tenemos contraída con la sociedad
general, con los pacientes y los colegiados. Son
sencillamente deberes fuertes de justicia, que, si se
defraudan, obligan a restituir.
¿Qué quiere decir esto? Que antes de tomar cualquier
decisión (organizar una actividad, autorizar un gasto,
resolver un expediente, emplear a una persona, programar
el orden del día de la siguiente sesión), los directivos
responsables han de preguntarse con lucidez, críticamente:
esto que decidimos u organizamos, ¿servirá para ganar el
respeto, la confianza de los pacientes?, ¿ayudará a
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nuestros colegiados a crecer en humanidad, los hará más
responsables y justos, más competentes, más veraces?
¿Qué quiere decir “ganar la confianza de los pacientes”?
No simplemente atenderles con corrección, conforme a las
normas de las ‘public relations’; no simplemente recibir sus
quejas con un burocrático acuse de recibo y con la
promesa de que, en su día, se les comunicará la
resolución. Se gana su confianza sólo si ganarla es el fin
principal, premeditado, de la acción directiva, no un asunto
marginal o accesorio. Hay que echar fuera la larga, penosa,
tradición del silencio administrativo, y sustituirla por la ética
de tomar en serio a las personas, de escucharlas sin
prejuicios, de gestionar su queja o su denuncia con la
diligencia que se pondría en un asunto propio, y,
finalmente, de dar una respuesta fundada en razones y en
el plazo debido. Los pacientes son los garantes de la
deontología: sus derechos, sus justas exigencias impiden la
decadencia moral de la medicina. Ellos nos preservan de la
corrupción.
El punto gemelo de la agenda (elevar la calidad humana y
profesional de los colegiados) marca hoy la otra razón
básica de los Colegios. ¿Por qué la sociedad impone al
médico la colegiación como requisito para el ejercicio
profesional? No lo hace simplemente para que haya un
registro, una lista de médicos autorizados para el ejercicio.
Lo hace para que los médicos convivan, se estimulen en su
trabajo, se ayuden con el ejemplo a subir en calidad
humana y profesional. La gente quiere que el Colegio sea
una comunidad moral en la que los médicos alcanzan su
madurez humana; donde adquieren, en la convivencia
colegial, la profesionalidad, el estilo ético. Los Directivos
deberían obsesionarse con la idea de hacer atractivo el
Colegio.
El Dr. Rodríguez Sendín dice que los actuales Presidentes
de los Colegios han de asumir la responsabilidad histórica
que les ha caído en suerte. Si eso es así, me parece que
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habría que poner a trabajar las mejores cabezas del
Consejo General en la tarea de diseñar la figura ética del
Directivo de la OMC para el inmediato futuro. Un diseño
detallado, que marque los rasgos éticos, los gestos
humanos, los comportamientos personales que poseen ya
o que han de adquirir o desarrollar, que les recuerde que
los directivos van a dar, no a tomar. En ese diseño
entrarían cosas como la ejemplaridad en el modo en que
ellos mismos ejercen la medicina; su adhesión cordial,
connatural, a las normas del Código y de los Estatutos; su
representación sobria y templada del Colegio; su
dedicación a todos los colegiados, generosa, pronta, sin
asomo de discriminaciones que huelan a favoritismos o a
fobias de cualquier tipo. Porque son los directivos de todos:
el acto, que paradójicamente se llama de toma de posesión
los desposee de cualquier forma de partidismo, los
convierte en servidores, no en dueños: no pueden tomar
como propiedad particular el patrimonio común, material o
moral, que es de todos los Colegiados, absolutamente de
todos. Hay un maravilloso igualitarismo colegial, núcleo de
la condición democrática de la OMC. El liderazgo de los
directivos es su ejemplaridad: ellos han de ir por delante en
el cumplimiento fiel, querido, asumido por juramento, de las
normas estatutarias y deontológicas.
Pienso que los directivos cuentan con un recurso eficaz: ir
a su Comisión de Deontología en busca de consejo.
Preguntarle: ¿qué os parece esto, o lo otro? Porque, no
podemos olvidar que la deontología colegial está para
inspirar y guiar, mucho antes que para comprobar la
corrección de los expedientes disciplinarios. Siempre he
dicho que la Comisión de Deontología es la conciencia
ética del Colegio, cuya función primaria, más que censurar
o provocar remordimiento, es, debería ser, abrir horizontes,
desarrollar políticas de educación y atracción ética, prevenir
errores o pasos en falso, y también poner gracia y estilo
humano en las grandes relaciones: médico/paciente;
colegiado/directivos y de los colegiados entre sí.
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Mi testamento es este: queda felizmente por hacer mucha
deontología médica, sobre todo mucha deontología
afirmativa. El futuro será de aquellos Colegios que den
prioridad en su agenda a las inacabables tareas de ganar la
confianza de los pacientes y de elevar la calidad humana y
profesional de los colegiados.
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