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CONFERENCIA EPISCOPAL DE COLOMBIA
LXXXVII ASAMBLEA PLENARIA
Bogotá, D.C., 6 al 11 de julio de 2009
PEREGRINACIÓN DEL EPISCOPADO
AL SANTUARIO
DE NUESTRA SEÑORA DE CHIQUINQUIRÁ
(Jueves 9 de julio)
HOMILÍA
Nos hemos congregado hoy en este santuario de Nuestra Señora de
Chiquinquirá para empezar juntos la gran tarea de la misión continental en
nuestra Patria. Lo hacemos llenos de alegría en el nonagésimo aniversario de
la coronación de esta imagen con cuya renovación la Virgen María quiso
darnos una prueba muy clara de su amor especial para con nosotros, porción
del pueblo de Dios que peregrina en Colombia. De esta manera, ponemos bajo
la protección maternal de María esta tarea que nos compete a todos.
¿De qué tarea se trata? ¿Por qué es necesaria una misión? ¿Y por qué una
misión que abrace todo el continente?
Nuestra experiencia cotidiana nos lleva a constatar que vivimos en un mundo
que está dando la espalda a Dios. Aunque el Evangelio de nuestro señor
Jesucristo resuena en nuestras tierras desde hace más de 500 años, nuestra
sociedad quiere hoy desconocer todos los valores fundados en ese evangelio y
construirse colocando, muchas veces, verdaderos antivalores como la base de
la convivencia social. Especialmente se está desconociendo el valor absoluto y
trascendente de la vida, el sentido fundamental del matrimonio como alianza
de amor entre un varón y una mujer, la santidad de la familia como lugar de
transmisión de la fe, el derecho inalienable de los padres a educar
Homilía - 1
cristianamente a sus hijos. Por otra parte, la violación de los derechos
fundamentales del ser humano se está constituyendo en la forma habitual de
vivir las relaciones sociales. Se vive, además, un conflicto social permanente
cuya principal manifestación es el conflicto armado que llena de muerte a
nuestra Patria.
En un contexto más amplio, no sólo en Colombia sino también en todo el
continente americano y en el mundo entero, estamos asistiendo a un cambio de
época marcado por profundos cambios culturales y, por lo tanto, también por
profundos cambios religiosos. Ya no es Dios, ni siquiera el ser humano, el
referente fundamental para las decisiones personales y sociales, sino el
“sujeto”, el “yo”, el que determina qué está bien y qué está mal. En el campo
religioso reina una desorientación parecida: cada quien determina la forma
como quiere vivir su relación con aquel dios que se ha hecho a su medida.
Podríamos resumir esta situación con las palabras de Juan Pablo II: “Después
de 500 años de evangelización, el Evangelio no ha penetrado en las
conciencias ni ha transformado las estructuras sociales.” Frente a esta
situación el Evangelio debe resonar con nueva fuerza. El mismo Papa lo
indicaba cuando proponía el desafío de una nueva evangelización: nueva en su
ardor, en su expresión, en sus métodos (cf. Discurso al CELAM en 1983).
Esta misma urgencia la han sentido los obispos reunidos en la V Conferencia
General del Episcopado latinoamericano y del Caribe, reunidos hace dos años
en Aparecida, Brasil. Allí surgió la idea de que simultáneamente, todo el
continente fuera declarado “en estado de misión” y se realizara una misión
continental que hiciera posible fortalecer y dinamizar todos los procesos
existentes de evangelización, para que el mensaje de salvación llegara a todos,
tanto a aquellos que ya viven en la fe para llenarlos de nuevo dinamismo,
como a aquellos que se han alejado de la Iglesia por cualquier motivo, y a
aquellos que han perdido la fe o que nunca la han recibido. De un extremo al
otro del continente, de un extremo al otro de cada país, en cada ciudad y
pueblo, en cada casa, en los oídos de cada uno, debe resonar con nueva fuerza
el Evangelio de salvación, como una invitación apremiante a abrir el corazón
al amor misericordioso de Dios que nos quiere unir a Él como hijos para que
podamos formar una sola familia, la familia humana que congrega a todos los
pueblos sin ninguna distinción.
Homilía - 2
En julio del año pasado, en Quito, al concluir el 8 Congreso Misionero de
América Latina y el 3 de América, los presidentes de las conferencias
episcopales del continente recibieron el tríptico, réplica del regalado por
Benedicto XVI en Aparecida, y con ello se comprometieron a impulsar esta
misión continental en sus países. Hoy lo hacemos nosotros, los obispos
colombianos, en este santuario de nuestra Madre para comprometernos a sus
pies en esta tarea que será de gran trascendencia para Colombia: Con esta
misión ofreceremos a todos la posibilidad de reencontrar la identidad cristiana
que ha sido la base de nuestra identidad como nación y, así, estamos también
preparando la celebración del bicentenario del primer grito de la
independencia.
¿Qué vamos a anunciar? El mensaje no puede ser otro que el Evangelio de
Jesucristo, que acaba de resonar en nuestros oídos con las palabras de san
Pablo en la Carta a los Efesios: Desde antes de la creación del mundo, Dios
nos ha elegido para que seamos sus hijos, librándonos del pecado y de la
muerte por medio de la muerte y resurrección de su Hijo Jesucristo y
derramando en nuestros corazones su Espíritu para que, como miembros de su
pueblo santo, la Iglesia, vivamos una vida nueva, la vida del amor.
Al aceptar por la fe esa acción salvadora del Señor, el corazón humano se
transforma y con él se transforma la vida personal, las relaciones familiares, la
sociedad. El referente ya no será el “yo” sino el amor de Dios manifestado en
Cristo que me empuja a amar a los demás así como Dios me ama. Las fuerzas
ya no serán las de mi propio egoísmo sino el vigor que el Espíritu Santo
derrama en mi corazón. El mundo ya no será construido sobre la base de los
intereses personales que llevan a las personas y a los grupos al conflicto, a la
injusticia y a la violencia sino sobre la base de la justicia, de la solidaridad, de
la fraternidad.
Y para vivir esa vida nueva, los creyentes se unen como un solo cuerpo al
interior de la Iglesia. Esa Iglesia que resplandece con la luz misma del Señor,
como la contempla el profeta Isaías en la profecía que hemos escuchado como
primera lectura. “Es verdad que la tierra está cubierta de tinieblas y los
pueblos de oscuridad, pero sobre ti amanece el Señor y se manifiesta su gloria.
A tu luz caminarán los pueblos.” Cada uno de los miembros de la Iglesia, llena
de la luz del Señor, podrá ser “luz del mundo” y “sal de la tierra”, como lo
afirma el Señor de sus discípulos en el Evangelio de Mateo.
Homilía - 3
Éste es el propósito de la misión: que el Evangelio transforme nuestro corazón
para que podamos, todos unidos en la Iglesia, transformar el mundo llenándolo
de luz, y, al concluir nuestra peregrinación terrestre, poder gozar de la plenitud
de la vida en la unión íntima con Dios y con sus santos para siempre.
La imagen, el modelo, el prototipo de ese discípulo es la discípula por
excelencia, la Virgen María. Ella escuchó la palabra del Señor y la guardó en
su corazón; ella, con Jesús en su seno, corrió presurosa para asistir a Isabel;
ella dio al mundo al Hijo de Dios llenándonos de alegría, como Juan saltó en
el vientre de su madre; ella cantó, en nombre de todos los creyentes, las
maravillas de la acción salvadora del Señor en su cántico de acción de gracias;
ella nos fue dada en la cruz por el Señor como nuestra madre; ella ora con
nosotros para que se nos dé el Espíritu Santo; ella nos espera amorosa en la
casa de nuestro Padre común.
Por esto, hoy, desde este santuario, donde su presencia se siente de manera
especial, queremos expresar el compromiso de toda la Iglesia que peregrina en
Colombia de renovar los procesos de evangelización que ya se dan en nuestra
patria imprimiéndoles un nuevo ardor.
Ella camina con nosotros, como primera misionera. Y ahora nos abre el
corazón para que la participación en esta Eucaristía nos haga auténticos
discípulos misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en Él tengan
vida. Amén.
+ Rubén Salazar Gómez
Arzobispo de Barranquilla
Presidente de la Conferencia Episcopal
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