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Sobre una referencia de Lacan a una obra olvidada de Kant
Daniel Omar Stchigel
En el Seminario 11, Lacan, al ocuparse del inconsciente freudiano, hace referencia
a una obrita poco comentada del Kant precrítico. Esta obra tiene por título Ensayo
para introducir las magnitudes negativas en filosofía.
Cuando se habla del Kant precrítico, se trata de los trabajos del filósofo alemán
anteriores a la publicación de la Crítica de la razón pura. En este caso, Lacan cita
un trabajo circunstancial, destinado a cubrir los requisitos legales que se exigían
entonces para ejercer como profesor universitario. Kant debió dar lecciones de
Matemática, Física y Geografía para poder vivir de la docencia, lo cual le dio una
base interdisciplinaria que le permitió realizar luego su monumental obra en el
campo de la epistemología.
Para comprender los motivos por los cuales Lacan hace referencia a Kant en esta
parte específica de su exposición, es necesario tener en cuenta los párrafos en los
que el nombre de Kant aparece mencionado. En uno de ellos, dice Lacan:
“(…) en el Ensayo sobre las magnitudes negativas de Kant, podemos percatarnos
de la claridad con que se discierne la hiancia (beance) que, desde siempre,
presenta la función de la causa a toda aprehensión conceptual” (Lacan,
1964/2010, p. 29).
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Lacan aclara a continuación que toda regla de la razón implica alguna
equivalencia, y que la presencia de una hiancia en la función de la causa hace que
este concepto sea, entonces, inanalizable. Agrega, además, que el concepto
“hiancia” se encuentra en otra obra de Kant, los Prolegómenos. Seguramente,
Lacan hace referencia a los Prolegómenos a toda metafísica del porvenir, que es
la obra en la que Kant anticipa los temas que profundizará en su etapa crítica.
Inmediatamente, en otro párrafo de su exposición, Lacan agrega que la manera en
que Kant hace de la causa una categoría del entendimiento, no es más que una
racionalización. Puesto que esta inclusión de la causa entre las categorías de
relación se lleva a cabo en la Crítica de la razón pura, Lacan parece darnos a
entender que hubo un instante de apertura en la obra de Kant a la que siguió
cierto cierre, como ocurre con las pulsaciones del inconsciente. Es decir, asomó
para él una verdad, algo que cojeaba en el discurso filosófico anterior, pero
inmediatamente Kant obturó esa apertura a través de la creación de un nuevo
fantasma, que es el del sujeto trascendental.
Estas referencias a la obra de Kant deben ser enmarcadas en el contexto general
de este seminario de Lacan, con el cual inicia sus enseñanzas en la Escuela de
Altos Estudios, después de lo que él mismo llama la “excomunión” que sufriera por
parte del Comité Ejecutivo de la IPA (International Psychoanalytical Asociation).
En este nuevo ámbito se encuentra con un público mayoritariamente de
estudiantes de filosofía, lo cual lo impulsa a hablar de los fundamentos
epistemológicos del psicoanálisis. En particular, en las primeras clases hace un
uso muy detallado de la teoría aristotélica de las cuatro causas, que en realidad,
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como él mismo señala, son 4+2, pues existen dos causas adicionales para los
fenómenos contingentes, de las cuales las exposiciones universitarias sobre
Aristóteles suelen hacer caso omiso: la tyche y el automaton. Es antes de
detenerse en estos dos conceptos, movido por su lectura a la letra de la obra
freudiana, en la que encontramos explícitas referencias a Aristóteles y a su teoría
de las causas, que Lacan hace esta breve referencia a Kant, señalando que lo ha
tomado como resultado de una selección de todo lo que la filosofía ha producido
acerca de la noción de causa.
Como se trata de un momento especial del desarrollo del seminario, en el que él
se plantea qué lo autoriza a hablar en nombre del psicoanálisis a un grupo de
estudiantes de filosofía, y entonces hace referencia a lo que llama los “cuatro
conceptos fundamentales” –inconsciente, repetición, transferencia y pulsión-, la
referencia a este opúsculo de Kant no puede ser casual. Además, Lacan está
intentando
diferenciar
al
inconsciente
freudiano
de
otras
acepciones,
mayoritariamente filosóficas, de este concepto, tratando de mantener su posición
como psicoanalista en un medio en el cual se siente un exiliado. Su comparación
de su propia situación con la de Spinoza, expulsado de la sinagoga de Amsterdam
y acosado por los cristianos para lograr su conversión, es muy significativa.
Si nos dirigimos al texto de Kant, nos encontraremos con que no hay allí ninguna
referencia explícita al concepto de hiancia, que Lacan usa, como sabemos, de una
manera especial, al punto de obligar a un neologismo para su traducción. Pero sí
es verdad que en el Ensayo sobre las magnitudes negativas Kant se refiere al
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concepto de causa, y lo hace, sorprendentemente, tomando como modelo la
relación de Dios con el mundo creado. Dice Kant:
“(…) ¿cómo puedo entender yo que, porque algo es, algo distinto (también) es?
Una consecuencia lógica sólo se establece propiamente porque es idéntica al
principio (…) Ahora bien, la voluntad de Dios contiene el principio real de la
existencia del mundo. La voluntad divina es algo. El mundo existente es algo
totalmente distinto (…) Podéis dividir ahora cuanto queráis el concepto de voluntad
divina y jamás encontraréis en él un mundo existente (…) (Kant, 1992, p. 162).
Vemos aquí lo que señala Lacan: la consecuencia lógica es idéntica al principio.
Esta es la equivalencia implicada por las reglas lógicas a la que Lacan hace
referencia. Del hecho que Dios es creador del mundo, puedo deducir que el
mundo fue creado por Dios. Basta aplicar aquí una regla de transformación que
permite pasar de la voz activa a la pasiva, no importa el contenido del sujeto y del
objeto directo de la oración inicial. Pero del concepto de Dios no se sigue
lógicamente la existencia del mundo. Entre causa y efecto hay entonces un salto,
lo que Lacan llama una “hiancia”.
Pero, ¿por qué aparece este planteo en este ensayo de Kant? Y, ¿qué hace que
Lacan lo cite, teniendo en cuenta que esta es una observación que recién aparece
al final de todo este texto tan complicado? Daría la impresión de que Lacan ha
querido que lo leyéramos todo para llegar a este punto. Esta impresión es
reforzada por el rastreo de los motivos por los cuales Kant hace este planteo en un
texto que, por lo demás, parece referirse a cuestiones matemáticas y físicas.
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¿Por qué Kant se refiere aquí a la diferencia entre identidad y relación causal?
Para entenderlo, debemos ir al inicio del texto. Hay que tener en cuenta que la
idea de magnitud negativa fue conflictiva hasta el inicio de los sistemas
matemáticos formalizados en el siglo XIX. Kant escribe en el siglo XVIII, cuando
todavía la geometría euclidiana era intocable, y los matemáticos se preguntaban
por el carácter real o imaginario de las magnitudes con las que se manejaban.
La introducción de magnitudes negativas, como lo sabemos, tuvo que ver con la
necesidad de aceptar soluciones parciales negativas en ciertas fórmulas
contables. La existencia del debe y el haber obligaba a cubrir con una letra el
espacio ocupado por una deuda en los libros. Un dinero que se debe tiene una
realidad indudable, y sin embargo no es nada sustancial. Nadie tiene le dinero que
alguien le debe a otra persona. Eso no significa que haya dinero negativo. Sin
embargo, aunque a nivel global la cantidad de dinero circulante sólo puede
mantenerse constante, a nivel local puede tener carácter negativo. Dicho de otra
manera, aunque haya una magnitud constante de cierto tipo, es posible que
aumente en un lugar dado si disminuye en otro.
Qué hace que se produzca esa diferencia local es algo que al principio de
conservación de una magnitud le es indiferente. Eso significa que la causa de la
existencia de una diferencia de este tipo, es algo que no pertenece al orden de la
razón, aunque tampoco va contra ella. Cuando Kant se pregunta cómo podemos
explicar la existencia del mundo a partir de la voluntad de Dios, lo hace porque
piensa que una suma de resultado nulo puede implicar un trasfondo de conflictos
que es inexplicable desde el punto de vista puramente lógico y racional. Así, si un
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objeto permanece quieto, es posible que no le suceda nada, o bien que estén
ejerciéndose sobre él dos fuerzas iguales y contrarias que anulan mutuamente sus
respectivos efectos.
Esto no sería relevante para el psicoanálisis si no fuera por la aplicación que hace
Kant de esta noción de magnitud negativa supuesta (es decir, supuesta en su
existencia aunque no esté presente conscientemente) en casos relacionados con
la psicología, que en ese momento incluye Kant dentro del ámbito de la filosofía.
Kant se pregunta cómo “aquello que ya es, deja de ser”, y lo hace específicamente
en referencia a las representaciones (Kant, 1992, p. 144). Recordemos que, a
partir de Descartes, el dominio de las representaciones es el objeto de la
psicología –con la excepción del período de auge del conductismo, al que siguió
una reedición de la teoría de las representaciones en la actual psicología
cognitiva-.
Freud
no
hizo
más
que
ampliar
ese
dominio,
admitiendo
representaciones inconscientes. Pero, justamente, es a la existencia de dichas
representaciones a lo que va a llevar a Kant la idea de las magnitudes negativas.
La razón es que, si una representación desaparece, hay que suponer la existencia
de otra representación igual y contraria que la ha anulado. Dice Kant:
“(…) se requiere un principio tan real para suprimir algo positivo que existe, como
para producirlo, si no existe. (…) Si suponemos (a), sólo a-a=0, es decir, sólo si un
principio real, igual y opuesto, está unido con el principio de (a), puede (a) ser
suprimido” (Kant, 1992, p. 145).
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A esto que suprime representaciones y tendencias, que lo experimentamos en
nuestra alma claramente, lo califica Kant de “fuerza”. Si algo, entonces, es
desalojado de la mente, debe existir para ello, según Kant, nos percatemos o no
de su acción, un impulso de desalojo. Que este esfuerzo puede no ser consciente,
es algo señalado por Kant explícitamente: “(…) aparte de los casos en los que se
es plenamente consciente de esa actividad opuesta y que ya hemos citado, no hay
motivo suficiente para que la desechemos siempre que no la advirtamos
claramente en nosotros” (Kant, 1992, p. 146). Podríamos pensar que esto indica
simplemente el origen inconsciente de cierta supresión de una representación,
pero que eso no implicaría para Kant la persistencia de pensamientos
inconscientes. Sin embargo, el filósofo añade más adelante:
“(…) No es, en efecto, necesario que, cuando creemos hallarnos en una completa
inactividad del espíritu, la suma de los motivos reales del pensamiento y del
apetito sean menores que en el estado en que se presentan a la consciencia
ciertos grados de esta actividad. (…)” (Kant, 1992, p. 157).
Como decíamos antes, un objeto inmóvil puede ser objeto de la acción de fuerzas
en conflicto cuyo efecto manifiesto se anula. De la misma manera, concluye Kant,
todos nuestros pensamientos deben estar en lucha en nuestro interior
constantemente, sólo que en la consciencia aparecen sólo aquellos que logran
romper la relación simétrica que los sometía a otros iguales y contrarios, al menos
durante un momento. Kant remite entonces a la idea de Leibnitz según la cual el
alma se representa todo el universo, pero sólo unas pocas representaciones son
claras. Sin embargo, con esto parece desconocer la distancia que lo separa de
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este otro filósofo, quien con su idea de “pequeñas percepciones” abrió el campo
de lo que podríamos llamar un “inconsciente filosófico”. Ocurre que en Leibniz no
aparece la mención de fuerzas en conflicto. Es ese conflicto, esa dinámica,
podríamos decir, lo que el filósofo Herbart, contra el Kant de la época crítica, va a
rescatar, sentando las bases para ciertas ideas de la psicología experimental del
siglo XIX que ejercerán una fuerte influencia sobre el pensamiento de Freud.
Kant señaló, entonces, la posibilidad de que las representaciones conscientes
fueran sólo la punta del iceberg de nuestro psiquismo, asignado a los
pensamientos inconscientes una fuerza y un dinamismo propios. Aunque después
no desarrolló estas ideas, podemos considerar su obra precrítica como un intento
por abrir esto que cojea entre causa y efecto, aunque haya cerrado rápidamente
esa hiancia al llenar el hueco con la creación del sujeto trascendental. Por
supuesto, no advirtió que esa apertura debía ser explorada en lo que falla en el
proceso del razonamiento lógico, ni tuvo en cuenta el carácter sexual de la fuerza
aquí implicada. Pero al haber llegado a un concepto cercano al de represión
basado exclusivamente en la coherencia explicativa que debía lograrse en el
ámbito psicológico partiendo de los conceptos fructíferos en el ámbito de la física,
como el de la conservación de la energía y el de la anulación de las fuerzas
iguales y contrarias, señaló la necesidad epistemológica de la postulación de la
existencia de un inconsciente dinámico.
Bibliografía
Kant, I. (1992). Opúsculos de filosofía natural. Madrid: Alianza Editorial.
9
Lacan, J. (2010). Seminario 11. Los Cuatro Conceptos Fundamentales del
Psicoanálisis. Buenos Aires: Ed. Paidós. (Trabajo original publicado en 1964).