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La lámpara de Diógenes, revista de filosofía, números 26 y 27, 2013; pp. 205-207.
Beuchot, Mauricio, Hermenéutica analógica y ontología, México, CIDHEM,
2013.
En una de las páginas de éste, el más reciente libro de Mauricio Beuchot,
se puede leer: “nuestra filosofía actual está falta de vida, no alcanza a ser
significativa para el hombre de hoy. Filosofía de salón de clases, o de cubículo
de investigador, nuestra filosofía necesita llenarse de vida...”. Y al autor le
asiste la razón. Actualmente una gran mayoría concibe la filosofía como mera
especulación, pensamiento que se piensa y repiensa a sí mismo inútilmente,
saber infecundo e improductivo que, al estar institucionalizado, esto es, al
efectuarse desde las escuelas y universidades, es tan sólo un ejercicio libresco
y erudito, reservado a unos cuantos curiosos. Pero esto no es necesariamente
así. La filosofía echa luz sobre la vida del hombre, es decir, no sólo es una
forma de ver la vida sino de vivirla. Gracias a ella es posible formular preguntas, plantear problemas, buscar respuesta a grandes enigmas, explicar la
realidad y explicarnos en ella, conocer y comprender, indagar, investigar...
En fin, filosofar implica saciar un hambre de saber, un deseo de conocer que,
precisamente por ser tal, es también anhelo, necesidad, apetito. La filosofía
no sólo es abstracción o pensamiento sino sobre todo, y fundamentalmente,
conducción de nuestra vida.
En Hermenéutica analógica y ontología, el autor recurre a la historia de
la filosofía para hallar en ella los cimientos de una escuela que él mismo funda: la hermenéutica analógica. Ésta se da en el entrecruce de lo literal y lo
alegórico; es mediación entre lo metonímico y lo metafórico, lo estático y lo
dinámico, lo ceñido y lo desmedido. La hermenéutica analógica oscila entre la
univocidad y la equivocidad; advierte que los sentidos literal y alegórico están
en pugna, pero que ésta no conlleva a la destrucción de ninguno de aquéllos
sentidos, sino busca la fecundidad de ambos. La hermenéutica analógica es
proporción y equilibrio entre las intencionalidades del autor y el lector. Ambas
son recuperadas y, por ello mismo, dicha hermenéutica es dialéctica, pero no
en un sentido hegeliano donde, entre elementos contrarios, se da la síntesis
y la superación; la dialecticidad que subyace a la analogía y la acompaña es
una “dialéctica de la diferencia, porque no destruye a los opuestos, sino que
los concilia (no los reconcilia, sino que les enseña a coexistir, a vivir juntos),
lo cual es respetar las diferencias”.
Beuchot estudia en esta obra a los presocráticos, particularmente a Heráclito —uno de los padres de la analogía según el autor—, y a Empédocles. Del
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primero dice que no puede ser entendido como el filósofo del puro devenir,
pues el efesio habló del Logos y concibió éste como ley, estructura, medida,
proporción, analogía. Se refiere entonces a él como un filósofo trágico y dialéctico, que si bien acentúa el devenir y la fugacidad de las cosas también
entiende el Logos como lo que aporta cierta estabilidad al cambio. El efesio
concibe la naturaleza como conflicto y tensión; el primero se explica porque
la eterna lucha o pólemos gobierna entre los contrarios; la segunda tiene
que ver con esta situación que vincula el desgarro con la unidad. El mundo
cambia medidamente por un Logos y esto explica por qué el eterno fluir, en
Heráclito, no es azaroso o caótico sino esencialmente ordenando y fundante.
De Empédocles retoma la lucha implacable entre el Amor y el Odio, las
fuerzas que unen, separan y moldean los cuatro elementos, también capta la
armonía, la simpatía o analogía universales que retomarán luego los estoicos.
Para estos últimos, el cosmos se rige por un drama que conjuga el destino con
la libertad de los hombres y por ello homologan la vida con la naturaleza. El
hombre moralmente bueno y recto es aquel que sigue lo natural, esto es, el
Logos. Los estoicos, afirma Beuchot, propiciaron la lectura alegórica, hicieron “lo humano análogo a lo físico” y buscaron “la mediación, el equilibrio
proporcional, entre lo natural y lo cultural”, al subrayar que los alcances de
la hermenéutica no se restringen a lo filológico sino que tocan lo filosófico.
En este libro Beuchot busca sentar las bases de una ontología dialéctica
y analógica, que haga coexistir el devenir y el ser, permita la convivencia
y pervivencia entre significados opuestos que se necesitan, se completan y
viven de su propio conflicto y tensión. Revisa para ello el pensamiento de
Pascal, Leibniz, Vico, Kierkegaard y Nietzsche. Aborda el tema del nihilismo
en la actualidad, no sin antes advertir que es éste un fenómeno añejo en la
historia de la filosofía que hoy, sin embargo, empata sin problemas con la
posmodernidad. La muerte de Dios de la que hablaba Nietzsche, la decadencia, la metafísica usada para torcer una doctrina del valor, llevan a nuestro
autor a afirmar que el nihilismo de este filósofo alemán es axiológico, ético
y que, en el fondo, la crítica al cristianismo se da porque éste magnifica a
los débiles, inmoviliza a los fuertes, niega los valores de la vida y también su
lado trágico, pero principalmente, se da aquélla crítica porque encierra la
esperanza de que el propio nihilismo sea superado.
Beuchot recurre a Heidegger y retoma de él la idea de que la técnica es
enemiga de todo humanismo; y luego a Vattimo, para quien es necesaria una
religiosidad nueva y distinta para salir de la postración y el derrumbe moral
en que se halla la sociedad actual. Más adelante, explora la posibilidad de una
metafísica poética a partir del autor de El ser y el tiempo, al afirmar que “la
hermenéutica puede fungir como mediadora entre la poesía y la metafísica”,
pues rescata a la iconicidad del olvido y el desprecio de la modernidad. Retoma a Gadamer, Ricoeur y Octavio Paz para subrayar la necesidad de dotar a
la filosofía de simbolicidad, no sólo al recuperar la importancia de los mitos,
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sino de la poesía. Ésta, dice, habla con analogías, de ahí que la disciplina
interpretativa por él propuesta se base en ella.
Para Beuchot, la hermenéutica interviene allí donde hay polisemia, donde
no es posible que exista un solo sentido, una sola lectura, un único asomo,
una sola aproximación. La analogía entraña la posibilidad de que la intencionalidad del autor, la del texto y la del lector converjan y hagan posible
decir un poco más de lo ya dicho. La analogía es bisagra de significados, de
sentidos. Une lo unívoco y lo equívoco pero no es ni lo uno ni lo otro; es algo
más rico, vivo y edificante.
En este libro el lector encontrará, además, una crítica al univocismo equívoco de Gilles Deleuze y una invitación a Alain Badiou —importante filósofo
que recupera del olvido las nociones de sujeto, verdad y ontología—, para
repensar la función de la analogía y entenderla no como mera equivocidad
sino como mediación, entre, intersticio que hace posible aparecer el ser como
acontecimiento. Hallará igualmente una aproximación a la metafísica no nihilista de Giorgio Agamben y las premisas que llevan a Beuchot a pensar que
es factible una hermenéutica analógica-icónica, que haga posible una forma
no nueva pero sí distinta de hacer ontología; una ontología más modesta pero
a la vez más significativa para el ser humano.
Si bien es cierto Mauricio Beuchot advierte que existe hoy en día un “mercado filosófico” que se vincula a ciertas modas, él mismo precisa evitar a toda
costa que se haga de la filosofía una mercancía. De manera particular, nos
recuerda que la hermenéutica, entendida tradicionalmente como el arte y la
ciencia de interpretar textos, no es sólo un instrumento para leer sino para
vivir. Gracias a ella es posible acceder a la realidad para des-entrañar, esto
es, sacar de sus entrañas un sentido que hoy parece perdido.
Germán Iván Martínez
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