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Domingo 2º de Adviento, ciclo A LA VOZ QUE GRITA EN EL DESIERTO por TEODOR SUAU Voz de alguien que grita en el desierto. ¡Preparad el camino del Señor! Ese es Juan. Así lo recordaron sus discípulos y así recogieron los evangelistas su memoria. Isaías hablaba del desierto como camino para que el pueblo de Israel exiliado en Babilonia volviera a su tierra, un camino que era el camino glorioso del Señor. Ahora la predicación de Juan volverá a significar lo mismo, pero el retorno no será ya el retorno físico a la tierra viniendo del exilio lejano, sino el cambio de corazón y de vida del pueblo, para volver a su Señor. Y, efectivamente, el movimiento que Juan comienza en el Jordán, las conciencias que remueve, los nuevos horizontes que abre, serán fundamentales para que entre en el corazón de la historia humana la gran noticia, la buena nueva del amor salvador de Dios que Jesús anunciará. Juan no se imaginaba que las cosas acabarían así: no se imaginaba el camino nuevo que abriría Jesús. Pero él fue fundamental para que ese camino se realizara. Juan nos deja un montón de lecciones, de llamadas para la actuación. Podemos hacer una lista: pasión por la justicia; rechazo de la violencia, sobre todo de aquella que con más facilidad podría encontrar una justificación social; crítica atrevida y valiente de la instituciones; claridad en la expresión del mensaje; superación del miedo a la hora del compromiso; coraje por señalar el futuro sin nosotros; capacidad de respetar la novedad, aunque nos duela; saber ir a la prisión cuando es necesario y cuando lo que se juzga es la propia coherencia. Entonces se convierte en signo del Reino de Dios-Amor. Y, aunque quien la padece no es consciente de ello, esa muerte hace realidad en el mundo ese Reino de Dios-Amor. Juan es la prenda de una dimensión decisiva para la Buena Nueva: el primer paso para la evangelización, el primer paso para que el anuncio del Evangelio pueda ser recibido es que las personas estén dispuestas a amar y a trabajar (¡con la totalidad de la vida!) por todo lo que hace más humana la vida; por todo lo que hace que los hombres y las mujeres, estén donde estén, y sin exclusiones, puedan tener una vida digna de verdad. No hay cristianismo sin conversión a la justicia. Y la justicia encuentra su plenitud en el amor. Entonces, sólo entonces, podrá crecer en el corazón de la persona la experiencia del Dios que es Amor. MONESTIR DE SANT PERE DE LES PUEL·LES