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Teórico 6
Bibliografía:
SCHMUCLER, Héctor, ¨Lo que va de ayer a hoy¨, en Memoria de la comunicación, Bs.
As, Biblos, 1997.
CAUSAS Y AZARES, ¨Interrupciones en la comunicación y en la cultura: ni somos
luddistas ni tenemos la televisión de adorno¨, en Causas y azares, n°1, primavera 1994.
CAUSAS Y AZARES, ¨VIII Encuentro de la Federación Latinoamericana de
Facultades de Comunicación Social (FELAFACS) Cali, Octubre de 1994.
Comunicación, modernidad y democracia” en Causas y Azares, nº 2, Otoño 1995
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1
SCHMUCLER, Héctor, ¨La investigación (1996): lo que va de ayer a
hoy¨ *, en Memorias de la comunicación, Biblos, 1997.
La política es el campo de las relaciones de fuerza.
La pasión del poder corrompe. El arte de gobernar
es el arte de engañar a los hombres. El arte de ser
gobernado es el arte de aprender la sumisión, que va
de la obediencia forzada al encanto de la
servidumbre voluntaria.
Myriam Revault D´ Allones
Ce que l´homme fair à l´homme.
Cuando se observa el mapa actual de las investigaciones sobre comunicación en América Latina y
se lo compara con el inventario ofrecido hace apenas siete años (para no mencionar lo que acontecía
hace veinte), es difícil evitar la sensación de que un desanimado viento de obviedad y resignado
conformismo recorre el continente1.
Mi percepción de los hechos tal vez parezca exagerada porque las excepciones son numerosas.
Pero no dejan de ser excepciones. Las cosas ocurren como si un colapso de la memoria liberara al
pensamiento de la responsabilidad de mirarse a sí mismo. Una simulada ignorancia, revestida de
anacrónicos descubrimientos, ha ido reemplazando las antiguas agitaciones –sin duda a veces torpes
y fantasiosas- que otorgaron un sesgo particular a los estudios latinoamericanos en comunicación.
Carente de urgencias, pues ninguna batalla decisiva se ofrece para mañana (eludo los apremios de
las batallas bursátiles, únicas que, para muchos, conmueven el presente), podemos demorarnos en
los matices de aquella inclinación latinoamericana.
En el primer lugar merece destacarse el siguiente hecho: algunos debates teóricos que en los
países de origen sólo multiplicaban páginas escritas, aquí inspiraron disputas políticas, se hicieron
acción2. No sé si merece algún elogio, pero en América latina se entrecruzaban el logos y el drama.
* Publicado con el título “Lo que va de ayer a hoy: De la política al mercado”, en Telos, 47, Madrid,
setiembre-noviembre de 1996.
1
Antonio Pascuali describe la situación actual de manera terminante: “Hemos ingresado globalmente, y por
de pronto sin retorno, en la era de la Plutocracia., hay cola para prosternarse ante el dinero. El desinterés, la
solidaridad social y la mística del servicio público son enviados al archivo muerto de los valores obsoletos. La
guardia pretoriana del posmodernismo tildan de jurásicos a quienes osan invocar verdad y razón, justicia o
valores”. (“Reinventar los servicios públicos”, en Nueva Sociedad, 140, Caracas, noviembre-diciembre de
1995). Jesús Martín Barbero, por su parte, y ajustando algunos conceptos vertidos en otros trabajos, se
pregunta acerca de la cuestión del “pluralismo en la comunicación”: “Quizá estemos hablando también de las
levedades posmodernas de una comunicación descargada, por el milagro tecnológico, de la pesadez de los
conflictos y la opacidad de los actores sociales, en la que “se liberan las diferencias” y sin necesidad de
encontrarse todos se “comunican” y de la que no pocos esperan incluso la salida de la crisis social y política”
(“La comunicación popular”, ídem).
2
Robert White (“La teoría de la comunicación en América latina. Una visión europea de sus
contribuciones”, Telos,19, Madrid,1989) señalaba que una de las principales características de la
investigación “en materia de comunicación en América latina proviene de su preocupación por el cambio
político y social. Es decir, su tendencia a encuadrar los temas de comunicación y medios no sólo en términos
de problemas de ámbito restringido […] sino en términos del papel que les cabe a los medios en el proceso
social”. Rafael Roncagliolo (“De las políticas de comunicación a la incomunicación de la política”, en Nueva
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Tal vez, por eso, en una región donde el pensamiento europeo llegaba con notable rapidez, sólo
tardíamente se compartió la sospecha de que las palabras no remitían a las cosas. La convicción de
que podía ofrecer resistencia a aquello que estaba impuesto, es decir, que la historia no era un
destino inapelable, seguramente influyó para que se ignoraran durante largo tiempo términos como
“posibilismo”,3 que se habían instalado con holgura en otras regiones. En las investigaciones en
comunicación, un núcleo crítico, que no era el único pero que llegó a ser representativo del
conjunto, aprendió muy temprano que comunicación y cultura nombraban cosas semejantes. Este
comprender la comunicación en el espacio de la cultura no relativizaba las fronteras: se apostaba
por otra cultura que negaba aquella a la que se ponía en cuestión. Es posible que la voluntad de
establecer límites fuera desmedida, pero resultaba insoportable el riesgo de la confusión. No se
ignoraban los hechos que componían la realidad existente: era esa necesidad el objeto de la crítica;
comprender la realidad no involucra aceptarla. Eso vino después: cuando las cosas se alivianaron de
sentido y todo versus fue suplantado por la cópula y.
El gran salto: de la política al mercado
Hubo una vez cuando todos los derroteros conducían a Roma. No era demasiado sorprendente:
Roma los había propiciado en esa dirección. También es cierto que los caminos hicieron posible el
imperio, pero Roma estaba antes y “soñaba” con esas rutas. El rumbo, por lo tanto, no fue azaroso.
Buena parte de la investigación latinoamericana en comunicación, fatigada de entusiasmos
libertarios, un día descubrió que había un camino despojado de ideologías amenazantes. Los
caminos, en realidad, eran múltiples y zigzagueantes pero, como en el caso de Roma, el punto de
llegada era común. El mercado estaba allí, despojado de los atavíos diabólicos con el que las
ideologías lo habían arropado, para mostrarse como era, un lugar común para todos. Bajo el signo
de la globalización, cuyos atributos riman con la posmodernidad, se abrieron paso dos conceptos
que se entrelazan y, en conjunción, adquieren –curiosamente– resonancias premodernas: aldea y
mercado. El punto de encuentro es la inmediatez con el que circula la información. Las distancias
son enormes: en la aldea y el mercado global los seres humanos son sólo datos a tener en cuenta
para que el sistema funcione correctamente.
La idea de mercado es seductora: invita al goce y a la libertad sin transgredir reglas. Los
académicos e investigadores, descubierta la verdad del mercado, podían abandonar el fastidioso
ejercicio de la “denuncia”. Corregir. Proponer. Formular reparos no es oponerse, sino buscar formas
de incluirse dignamente. La investigación entendida como know how prescinde de opciones
Sociedad, ob.cit.) sostiene que las últimas tres décadas “el quehacer, casi la obsesión de los investigadores ha
sido el diseño de políticas democráticas de comunicación. Su propuesta hizo caer gobiernos y, en la escena
internacional, llevó a la UNESCO a una crisis de la que todavía no se logra recuperar. Hoy existen
contundentes políticas de comunicación en toda la región. Pero su signo se ubica en las antípodas de las
propuestas de los académicos que introdujeron el término. En efecto, las políticas vigentes son políticas de
privatización, concentración y trasnacionalización de las comunicaciones […] Constatar las derrotas
experimentadas en este terreno forma parte de un ejercicio crítico indispensable, en cuyo despliegue
descubrimos que es la política misma, como pasión de vida, la que ha sido desplazada”.
3
En un trabajo sobre el que volveremos más adelante, Tomás Moulian (“Chile, las condiciones de la
democracia”, en Nueva Sociedad, ob.cit.) describe y critica las “razones” por las que el proceso de transición
política chileno ha sido considerado ejemplar: “Durante los últimos años de la dictadura militar predominó
una de las dos dimensiones polares, no sintetizadas, del ethos político chileno, la del “posibilismo. El Chile
del realismo se impuso al otro Chile, el de la pasión y el exceso”.
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sustanciales y el mercado, como paradigma en el que se puede y debe pensar todo, sólo exige
abandonar cualquier rastro de esencialismo. El hombre interconectado, convertido en el ideal del
mercado, que aspira a una transacción incesante.
En América latina habían comenzado a reestablecerse las formas democráticas de participación
ciudadana. Pero no fue ésta, necesariamente, la postergada oportunidad para intentar liberarnos de
los innumerables yugos que las dictaduras acumularon en el corazón de las personas. Por lo
contrario, muchas veces, la democracia trajo aparejados temores paralizantes: pensar, para muchos,
se volvió una técnica de adaptación. Un optimismo a lo Cándido diagnosticó que diversos males de
ayer eran sólo categorizaciones erradas. Consumidores y ciudadanos confundieron los lugares y el
consumo se transformó en el espacio adecuado para que la ciudadanía se construya. Fueron
necesarios dos pasos sucesivos: primero hubo que aceptar que el ser del ser humano se realizaba
como ciudadano. Luego, que consumir era la forma más legítima de la existencia. La operación así
realizada, tentada por la insustancialidad del ideario posmoderno, barre con antiguos presupuestos:
la existencia diluida en postergables mediaciones no interroga ningún sentido de trascendencia. Un
estrepitoso movimiento de conversión produjo textos que intentan buscar, en la celebración del
mercado, alivio a las penurias de un pasado anclado en la redención.
Telos 19: memoria, culminación y caída
Hacer balances indica que algo ha concluido: un período, un proyecto, una esperanza. En el mejor
de los casos es una tregua para saber adónde se ha llegado, para insistir o para corregir el rumbo.
Algo de todo esto tuvo el número de la revista Telos correspondiente al último trimestre de 1989.
Fue, voluntariamente, una acabada muestra de lo que preocupaba y de lo que hacían en ese
momento los investigadores de la comunicación en América latina. También fue, aunque entonces
era difícil preverlo, una mirada hacia lo que había sido, si bien se narraba en presente, ya era una
manera de ver la historia. Más de un trabajo de los publicados señalaba los nuevos horizontes hacia
los que se dirigía el esfuerzo de investigación y me serviré de algunos de ellos para describir lo que
–creo– va de ayer a hoy. Hacia fines de 1995, en el número 43 de Telos, un artículo mostraba
ejemplarmente el cambio insinuado en 1989, y una serie de escritos reunidos en la revista Nueva
Sociedad aparecida también en las postrimerías de 1995, actualizaba el tema. Unos y otros me
ayudarán el recorrido.
En el número de Telos de hace siete años, Rafael Roncagliolo4 destacaba el “salto cualitativo” que
había experimentado “la reflexión latinoamericana sobre las comunicaciones” en los años
precedentes, atribuible, en parte, a la contribución de “quienes provienen de la filosofía y/o poseen
una formación inicial en ciencias sociales distintas a las comunicaciones”. La vinculación
comunicación/cultura5 era observada como algo inescindible y esa manera de ver presuponía la
posibilidad de proyectos y prácticas culturales no sólo diferentes, sino antagónicas a las más
expandidas. La presunción de neutralidad no cabía en ese expediente. Eso significaba que las
formas de la comunicación no son meros instrumentos utilizables con cualquier fin. Más aún: que
no existen, como a veces se sostiene, meros instrumentos. Cualquier técnica conlleva una marca de
“Proceso regional de reflexión”, Telos, 19, Madrid, setiembre-noviembre de 1989.
En la relación comunicación/cultura, algún tiempo antes habíamos visto el intento de “superar la crisis de
esta civilización que creía avanzar hacia algo y que parece lanzada a la destrucción, a la nada. Una
civilización mercantil productivista, tecnocrática, ubicada en occidente y oriente, capitalista y socialista, que
tiene horror al vacío que nos amenaza y que lo niega con hipótesis tranquilizantes” (Héctor Schmucler, “Un
proyecto de comunicación/cultura”, en Comunicación y cultura, 12, México, agosto de 1984). [Publicado en
este mismo volumen, con el título “La investigación (1982): un proyecto comunicación/cultura”. N. del E.].
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cultura. La filosofía, el saber en su más amplio espectro, podía iluminar la incesante pregunta por el
sentido.
Roncagliolo fue oportuno para elogiar el proceso regional de reflexión. En 1989 ya se habían
desmoronado las construcciones de la década de 1970, cuando fugazmente la especificidad
latinoamericana del “problema de la comunicación” brilló con luz propia en el firmamento
internacional. Pero las raíces aún eran reconocidas y alimentaban otras percepciones: “La
instalación de la problemática de las nuevas tecnologías y el mayor desarrollo teórico de la
investigación regional se han producido en el contexto de una renovación general de los focos y
perspectivas preexistentes”. En el mundo, la aridez se empeñaba en desvitalizar cualquier memoria
y no fue mérito menor del investigador peruano el señalar lo preexistente. Las oportunidades no se
repetirían: el olvido hizo su trabajo en gran parte de lo que se llamaba pensamiento latinoamericano.
En su artículo publicado en 1995, 6 Roncagliolo pasa revista a la relación entre comunicación y
política para detenerse en lo que llama “la (in)comunicación de la política”. Allí, remitiéndose al
futuro, postula la búsqueda de instrumentos adecuados para restablecer, en nuevas condiciones, la
comunicación en “una democracia a la altura de los tiempos”. Entre el ayer y el mañana, hay un
hueco de fracaso y una expectativa que bien puede ser irónica: “Sin duda el péndulo seguirá su
vaivén y los latinoamericanos volveremos a encontrar la manera de tener comunicaciones propias.
La esperanza es lo último que se pierde”.
La visión que desde Europa ofrecía Robert White,7un buen conocedor de los estudios
latinoamericanos, dejaba registrada una imagen de época que ya era pasado. En las viejas fotos de
familia, los rostros detenidos en un gesto suelen generar la ilusión de que la vida sigue
transcurriendo con los mismos entusiasmos, los mismos olores, las mismas sonrisas que los
habitaban cuando la cámara fijó el tiempo. Buena parte de las publicaciones, de los institutos de
investigación, de las organizaciones profesionales y académicas que se describen en el trabajo de
White, ya en ese momento eran rostros marcados más por la nostalgia que por estímulos renovados.
A siete años, la comparación podría ser consternante.
Es verdad que se podría pensar en un reforzado vigor de la disciplina cuando se observa que en
las universidades latinoamericanas las carreras de comunicación se han multiplicado sin límite y
que, según algunos cálculos, un cuarto de millón de estudiantes aspira a egresar de ellas. Sin
embargo, también es registrable el desconcierto que invade a gran parte de esos estudiantes y la
desventura que atraviesan quienes enseñan. Una deriva casi insostenible multiplica la pregunta
sobre qué hacer con los estudiantes de comunicación. Signo de los tiempos, las respuestas más
exitosas proponen un ciego pragmatismo que no supera la tautología, ese pensar que se complace en
repetir lo mismo de diversas formas.
El poder de los consumidores
Junto con la creencia en la condición salvífica del mercado, una parte considerable de la
investigación latinoamericana en comunicación descubrió que el receptor (el consumidor de los
productos de la cultura de masas, también llamado “usuario”) posee un poder antes insospechado
para la crítica cultura; resemantiza, recicla, reacomoda, rechaza, ejerce el zapping (no sólo con la
televisión), se reapropia de los objetos ofrecidos por los otros. La alienación (al mismo tiempo que
las ideologías, la política, los relatos omnicomprensivos o la historia) ha concluido: el mercado
reúne en un nuevo Pentecostés. Todo ya había sido dicho, en realidad, desde Adam Smith, quien,
6
7
“De las políticas de comunicación a la incomunicación de la política”, en Nueva Sociedad, ob.cit.
“La teoría de la comunicación en América latina. Una visión europea de sus contribuciones”, en Telos, 19,
cit.
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más escéptico, confiaba en que “una mano invisible” podría compensar, en el mercado, el egoísmo
inherente a los seres humanos. Lo verdaderamente nuevo no está, pues, en las ideas sino en la
exaltación con que algunos pensadores pasaron, sin mediaciones, del denuesto al panegírico.
En la reordenada cartografía de investigación latinoamericana en comunicación, las aguas se
dividieron de manera imprevista. La izquierda y la derecha apenas fueron signos distintivos porque
las palabras ahuecaron sus sentidos. También cabe la sospecha de que el campo de los estudios
sobre comunicación en América latina no haya sido tan homogéneo como lo hacían suponer algunas
alianzas vigentes en el pasado. La construcción de enemigos comunes, es decir, la coincidencia en
la oposición a ciertas estructuras y tendencias político-culturales a las que se enfrentaba, diluía
contradicciones existentes desde siempre. Una de esas contradicciones se centraba en las
heterogéneas maneras de pensar la modernidad. La relectura atenta de los materiales conocidos
permitía reconocer matices definitorios: o la modernidad era en sí objeto de valoración crítica, o
sólo se trataba de observar las características de nuestra modernidad con el fin de establecer
adecuadas estrategias para entrar a ella.
En 1989, José Joaquín Brunner, entonces coordinador académico de la Facultad Latinoamericana
de Ciencias Sociales, precisaba que “la irrupción de los nuevos medios de comunicación en
América latina, sobre todo la televisión, está en la base de una completa reorganización de nuestras
culturas y sus estructuras tradicionales de sustentación”.8 Pocas veces –y por buenas razones– se les
había otorgado a los medios un papel de tanta envergadura en los cambios suscitados en todo un
continente. El “difusionismo”, al calor de la Alianza para el Progreso y de la revolución verde, ya
había imaginado un papel protagónico de los medios masivos de comunicación en el paso de la
sociedad tradicional a la sociedad moderna. Eran los años 1960 e impulsados por ese proyecto se
desarrollaron los estudios y las escuelas de comunicación en América latina. El ideal difusionista no
podía pensar en la televisión, que apenas existía. Tal vez por eso el modelo de modernización
preconizado por los académicos norteamericanos confiaba en la racionalidad de los mensajes
difundidos, sobre todo, por la radio, la escuela y el contacto directo con los campesinos que aún no
habían sido penetrados por el mundo urbano.
La modernidad descripta por Brunner, en cambio, se ancla en el universo simbólico de las masas,
campesinas y urbanas: “Mientras otras sociedades accedieron a la modernidad sobre la base de la
palabra escrita y su correlato en la educación universal y obligatoria, en América latina estamos
incorporándonos a ella conjugando imágenes electrónicas con analfabetismo, escuela incompleta y
atrasada simultáneamente con una intensa internacionalización del mundo simbólico de las masas”.
La modernidad latinoamericana se distingue por su forma y su tardanza. La tardanza le otorgó su
forma. La orientación de muchos de los trabajos sobre comunicación y cultura masivas se explica
por el juego de estas variables, aunque no se expresen en estos términos.9 Al llegar tarde (después
de 1950, según Brunner) no se edificó sobre la escritura, instrumento privilegiado para el
“desmontaje del discurso hablado del poder”. En un continente donde “las formas de dominación
tradicional se apoyaron habitualmente sobre el control ejercido por medio de la palabra hablada,
mandada, ritualizada”, la modernización echó mano de lo que pudo. Y lo que tenía a mano era una
extendida pobreza material, una endeble e injusta estructura de enseñanza primaria, media y
universitaria y un exceso masivo y tendencialmente igualitario a la televisión. Esta modernidad sin
desarrollo se “despliega desde las culturas a las masas y llega a ellas a través de la comunicación
José Joaquín Brunner, “Medios, modernidad, cultura”, en Telos, 19, cit.
En 1990, el libro de Néstor García Canclini, Culturas híbridas: estrategias para entrar y salir de la
modernidad (México, Grijalbo) se instalaba, con marcado optimismo, en un espacio similar al de Brunner. En
1987, en su libro De los medios a las mediaciones (México, Gustavo Gilli), con cuidada recurrencia a un
riguroso andamiaje teórico que discute la significación de lo mediático, Jesús Martín-Barbero habilitaba un
espacio cercano al de García Canclini y Brunner. Los dos libros mencionados ejercieron una influencia
destacada entre académicos e investigadores de América latina.
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televisiva”. En consecuencia, indica Brunner, “en vez de fundar un espacio público de ciudadanos,
como hizo la escritura, la televisión organiza el espacio privado de los consumidores”. La
descarnada y precisa descripción de Brunner formula un verdadero plan de trabajo académicopolítico: en la medida que aparece “como una condición exógenamente producida pero a la vez
determinante para nuestro desarrollo, […] no nos queda otra solución que tomarnos en serio nuestra
cultura de masas y los medios técnicos sobre los que ella se funda –sobre todo la televisión y
crecientemente la escuela y la universidad– con el fin de operar, desde ella, las transformaciones
que sean requeridas y nos garanticen (con urgencia) las estructuras motivacionales, de
comportamiento y valores necesarios para producirnos como sociedades desarrolladas”.
En 1995, J.J. Brunner, ahora secretario general del Gobierno de Chile, en un artículo escrito
en C. Catalán, 10 actualiza sus propuestas de 1989 al considerar la inevitable y delicada tensión entre
el mercado, la televisión y el orden moral de la sociedad. La nitidez de la argumentación de Brunner
hace inútiles las indecisiones de la hibridez y los artilugios para entrar y salir de la modernidad. El
objetivo es entrar plenamente en ella. “Hay un macondismo que nos pierde”, decía Brunner en
1989. Un “macondismo” que “frente a la televisión y a lo que viene con ella” pretende interpretarla
como facilitadota de una “suerte de fusión entre lo típico-popular y la potencialidad tecnológica
para crear mundos imaginados”. En 1995, la argumentación se ha vuelto más precisa aún: existe un
“régimen normal de libertades –aquellas que emanan del lenguaje y del mercado-“ del cual no
habría que exceptuar a la televisión. Una pregunta perfecciona el razonamiento: “¿Qué lleva a la
sociedad a querer protegerse de este medio, al cual sin embargo los individuos dedican una parte
significativa de su vida?”. Aquí Brunner se ve obligado a ciertas simplificaciones (porque ¿qué
“sociedad” piensa protegerse?) y algunos olvidos (había dicho: “operar desde ella [la cultura de
masas y sobre todo la televisión] las transformaciones que sean requeridas), para afirmar ahora: “No
hay estudios que muestren que la televisión posee ese efecto […] que se le adjudica; sobre todo, no
existe ninguna teoría, avalada empíricamente, que muestre cómo y en qué direcciones operaría el
efecto de la televisión sobre la formación y el desarrollo moral de las personas”.
El artículo sostendrá largas disquisiciones para reducir lo moral a lo sexual, para mostrar lo
cuestionable que es legislar sobre la moral (sexual) de los individuos, para reafirmar las potencias
transformadoras de la televisión y para señalar las virtudes del mercado: “Sostenemos, dicho en
pocas palabras, que es el carácter históricamente revolucionario de la televisión –la radical novedad
del sistema de imágenes y la forma específica en que trastoca las relaciones entre la alta y la baja
cultura– el principal factor que motiva a la sociedad a querer regularla y fijar límites a su poder
expansivo. Es esa la causa del gran miedo que está por detrás de muchas reacciones defensivas o
derogatorias que provoca la televisión […]. Por eso justamente se busca sustraer a la televisión de
una plena integración al mercado que, a fin de cuentas, no es más que el lugar natural donde
deberían encontrarse la estructura económica y la cultura, a través del libre juego de las preferencias
de los públicos pertenecientes a distintos grupos sociales”. A esto hemos llegado.11
La soberanía del público receptor
Si el mercado es el espacio de libertad donde pueden expresarse las voluntades individuales, si el
consumir se transforma en el nuevo modo de ser ciudadanos, 12es explicable que al “público” se le
“Televisión, mercado y orden moral de la sociedad”, en Telos, 43, Madrid, setiembre-noviembre de 1995.
Esta naturalización del mercado (abrumador sentido común de la época) tal vez tenga que ver con algunas
apreciaciones que formula Tomás Moulián en el artículo antes citado sobre las condiciones de la democracia
en Chile (Nueva Sociedad, ob.cit.): “hay en el terreno de la cultura política una metamorfosis del hombre con
pasiones públicas, que desfilaba de un lado a otro en 1973, o que protestaba en 1983, en un cliente
preocupado por su hoja de vida financiera, devoto del confort y enajenado en un consumo transformado en
centro orientador de la vida”.
12
Véase al respecto, Nëstor García Canclini, Consumidores y ciudadanos, México, Grijalbo, 1995.
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11
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otorgue autonomía frente a las condiciones de producción de los valores simbólicos que lo
conforman y se considere al “receptor” ejerciendo una soberanía no condicionada por el lugar
sociocultural que ocupa. Armand Mattelart en La comunicación-mundo13 y María Cristina Mata en
“Interrogaciones sobre el consumo mediático”14 han discutido estos criterios que impregnan
numerosos trabajos latinoamericanos recientes.
Mattelart recorre la historia de la formación de estas teorías y reconoce dos fuentes principales:
las nuevas formas del funcionalismo y la “refutación de la idea misma de poder, tal como la
desarrollan las diversas tradiciones críticas”. La pregunta de Elihu Katz: “¿Qué hacen con los
medios la gente, los grupos, la sociedad?” no sólo se enfrentaba con la tradición laswelliana sino
que alimentó la teoría de “usos y gratificaciones” que a partir de los años 1970 será referente de lo
que se dio en llamar “lectura negociada”. No se trata de negar, discurre el autor de La
comunicación-mundo, los esfuerzos por comprender la significación concreta que adquieren los
discursos mediáticos, virtud de muchos estudios sobre recepción que “deja maltrechos a los viejos
determinismos de diverso cuño”. El problema surge cuando este tipo de análisis desdibuja la
historia misma de la construcción de las significaciones donde las “correlaciones de fuerzas entre
culturas y economía audiovisuales tienen un lugar relevante”.
Luego de afirmar que el papel asignado al receptor como soberano del sentido conviene “a la
filosofía neoliberal del free flow of information y del consumidor libre en el mercado libre”,
Mattelart cita a Jean-marie Piemme:15 “Se sitúan frente a frente dos elementos (los medios/la gente,
los grupos, la sociedad), previamente autonomizados, y luego se indaga sobre su relación. Esto
significa claramente que, al principio, no se localizan medios en el seno de los ámbitos de la
formación social. Se dan fuera de la estructura y parece como si generaran un efecto sui generis
sobre la gente / grupos / sociedad de los que se silencia sus determinaciones estructurales así como
las contradicciones a las que están sujetos o de las que son uno de los términos”. “Justo”, comenta
Mattelart, “cuando el proceso de taylorización del consumo hacía sentir sus necesidades de
información sobre este receptor, punto de partida y culminación de las estrategias de globalización
y de segmentación infinita de los objetivos y de los mercados”.
En su esclarecedor ensayo, María Cristina Mata se interroga sobre las condiciones reales en las
que “los públicos” se “construyen” y sobre los equívocos que surgen cuando se los imagina
“autónomos”. La investigadora argentina –que sustenta sus afirmaciones en ajustadas precisiones
teóricas y ricas verificaciones empíricas– señala los aportes sociológicos, antropológicos y
culturales que permitieron comprender el consumo de los medios como “conjunto de prácticas en la
que se construyen significados y sentidos del vivir, a través de la apropiación y usos de bienes”.
Mientras tanto, la “autonomía” de los sujetos, idea que se fue abriendo camino a través de la
voluntad de comprender lo que desde la cultura y la vida cotidiana trabaja para organizar las
significaciones, “llevó a desconocer la dimensión significante de la oferta y su carácter prefigurador
de un nuevo sujeto –el consumidor de bienes culturales masivos- que, bajo la denominación de
público, devino hecho natural”. “Ser público” insiste M. C. Mata, “no es una mera actividad, es una
condición que se funda en la aceptación de un rol genérico diseñado desde el mercado mediático
que abre sus escaparates para diversificadas elecciones y usos de sus productos, con arreglo a
normas y competencias que él mismo provee y se entrecruzan con las adquiridas por los sujetos en
otros ámbitos de la actividad social”.
Armand Mattelart, La comunicación-mundo, Madrid, Fundesco, 1993.
María Cristina Mata, “Interrogaciones sobre el consumo mediático”, en Nueva Sociedad, 140, Caracas,
noviembre-diciembre, 1995.
15
J.M. Piemme, La televisión comme on la parle, 1978 (en español: La televisión: un medio en cuestión,
Barcelona, Fontanella, 1980).
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La opción por las excepciones
Las excepciones al conformismo que se extiende entre los investigadores latinoamericanos,
decíamos al comienzo de este trabajo, son numerosas. Tantas, decimos ahora, que pueden alentar la
esperanza de que no todo se haya perdido. A condición –claro está- de optar por las excepciones.
Nada puede resultar más estimulante para el pensamiento que reconocer los obstáculos que
aparecen en el camino del saber; y el principal obstáculo en nuestros días es el de la confusión
derivada de concebir el mundo como un indefinido “juego de palabras”, que hace inútil la discusión
y el enfrentamiento de ideas encontradas. Sin embargo, cualquier posibilidad pasa por reabrir el
debate. He tratado, en una síntesis guiada por mi propio entusiasmo, de mostrar los antagónicos
senderos que hoy bifurcan los estudios de comunicación en América latina, donde el tema de lo
popular y lo culto es una constante. Algunos creemos que lo llamado “popular” y lo llamado “culto”
pueden pertenecer a un mismo espacio cultural, pero que no es la mediación de lo masivo lo que
acorta las distancias. En lo popular y en lo culto puede encontrarse la presencia de lo trágico. Allí se
disuelven las diferencias. Una vez más, bruscamente, se plantea la pregunta sobre el sentido que los
seres humanos damos a nuestras vidas: Afortunadamente, no somos pocos los que pensamos que el
mercado –la ideología dominante- es una pobre respuesta.
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CAUSAS Y AZARES, ¨Interrupciones en la comunicación y en la
cultura: ni somos luddistas ni tenemos la televisión de adorno¨, en Causas
y azares, n°1, primavera 1994.
I
En los años sesenta y setenta en América Latina las teorías que analizaban los problemas de la
comunicación y la cultura, después de haber develado la estructura de los medios, pivotearon en los
contenidos de los mensajes, en las intenciones de la emisión, en las determinaciones ideológicas.
Las conclusiones más importantes consolidaron una mirada crítica del funcionamiento de los
medios masivos, sobre sus efectos culturales y acerca del margen de libertad de las prácticas de
recepción. Si bien la vida cotidiana mostraba en nuestros países una generalizada conformidad con
las representaciones de la cultura masiva, existían contrapesos importantes que balanceaban su
influencia. Una red de mediaciones sociales que buscaban la conformación de una cultura
oposicional o alternativa con vocación de poder político, encarnada en una o dos generaciones,
acompañaba crítica y cotidianamente el desarrollo de poderosas industrias culturales en el
continente. Se podría decir que la existencia de miles de cuadros, sociales políticos culturales eran
la posibilidad de cuestionar de manera central a los medios masivos realmente existentes. Se “creía”
menos en los valores de la cultura masiva de lo que se la “actuaba”.
La revisión teórica, ideológica y fundamentalmente política de aquella etapa, que se hizo cargo
tanto de los aciertos como de los errores, se tradujo en la revalorización del lugar de la recepción
(correlato del nuevo espacio de las cuestiones democráticas, el basismo y el movimientismo social
en medio de las transiciones democráticas en América Latina). Si bien los fenómenos de recepción
diversa ya habían sido advertidos y desigualmente analizados en el período anterior, la nueva
situación, sobre todo en los años ochenta, fue contemporánea de un proceso de democracia formal y
ajuste económico que a pesar de encontrar importantes resistencias políticas y sociales se asentó en
la combinación de consensos democrático-liberales, represiones políticas y hegemonías
massmediáticas. El descubrimiento de que los receptores no se identificaban ajustadamente con los
mensajes – al poner en juego sus experiencias culturales populares, cotidianas y privadas para el
consumo de lo masiva -, como pretendían las teorías críticas anteriores, dejaba muchas veces de
lado que eso mismos medios actuaban sobre un campo arrasado de aquellos cuadros sociales,
políticos y políticos culturales. En cierta manera, el análisis de la cultura masiva se hacía por fuera
del marco político en el cual funcionaba.
El saldo actual nos entrega una versión una tanto acrítica de las teorías de la recepción en el
momento de una hegemonía massmediática que colabora en la construcción de la legitimidad
política, panorama que nos deja tan insatisfechos como antes, amén de correrse el riesgo de
desarrollar un relativismo tanto teórico como ideológico en el análisis de los fenómenos culturales.
Quizás la temática en donde se expresen mejor estos reparos sea en las actuales reflexiones sobre
el papel de la televisión y de los televidentes, problemática que le devolvió a la discusión cultural
un dinamismo polémico hasta ahora ausente.
II
Criticar a la cultura masiva, revisar los efectos de los medios, no significa convertirse
automáticamente en apocalíptico. Sabemos que una posibilidad de estructurar la polémica (se
necesitan siempre dos para que exista) es construir una posición absoluta del otro lado: ¿quién
defiende hoy los juicios lapidarios de Adorno sobre la televisión, que en el autor de Intervenciones
resultaban un anatema definitivo? La crítica histórica, social, cultural y política de la cultura de
Teórico 6 10
masas no puede invalidarse como se lo hace con dos procedimientos de manipulación (con perdón)
argumentativa. Una es hacer existir lo que no existe, la otra es deslizar de vez en cuando, en
doscientas páginas, una línea acerca de que no todo lo que reluce es oro y que la cultura de masas,
la televisión o en su defecto las imposiciones televisivas a la política nos son tan inocuas como se
plantea. A veces en los intelectuales orgánicos de los massmedia la descripción huele a positividad
objetiva.
De allí que algunos juicios podrían adjudicarse a la vorágine triunfalista de la hegemonía
televisiva y a la imposibilidad de abstraerse de su efecto integrador: “Una televisión contradictoria,
que por un lado arrastra el estigma de la vulgaridad y lo efímero, pero que también se perfila como
el ámbito más pluralista y democrático del espacio público moderno, ya que alberga la mayor
cantidad y variedad de opiniones y discursos sociales que una institución pueda contener”... “En fin,
un menú muy variado donde coexisten y se entrecruzan las más diversas ideologías de que se nutren
los argentinos”.
En el período alfonsinista la democracia se asimilaba a un conjunto de reglas (en la tradición de
Bobbio y de Habermas) que represtigiaba, en medio de una crítica de los sesenta y setenta, el
aspecto formal del funcionamiento político. Más acorde con el menemato, hoy la televisión es
observada como la sustitución (¿favorable?) de los espacios políticos tradicionales. Esto que podría
ser una “correcta” descripción de lo real parece influido por el peso de los reality show, de la
participación en encuestas callejeras y contestadores telefónicos, sin preguntarse acerca de lo que la
gente (el nuevo término que condensa y disuelve clase, pueblo, ciudadano, consumidor, usuario)
dice, qué códigos utiliza, qué objetivos existenciales pone en juego en la representación que le
ofrece la televisión.
El cuestionamiento acerca del lugar en donde se forma cultural e ideológicamente ese receptor
que hoy puede aparentemente gozar de tantas oportunidades de elección y de representación (a
veces justificado abusivamente con la metáfora del zapping) no es poco importante si advertimos
que transitamos las primeras épocas en que los usuarios de la televisión fueron formados en el clima
de su hegemonía y en medio de la decadencia de la escuela. Y de la misma manera que en las etapas
de crítica radical a la escuela se reconocía que la realidad, la política, la cultura popular y por qué
no, los propios medios articulaban el enjuiciamiento de un sistema educativo abstracto y fuera de
las necesidades cotidianas, actualmente es poco probable (y menos creíble) que desde adentro de la
industria (en su versión multimediática) se pueda estructurar una tarea crítica eficaz. Más bien lo
que puede advertirse es la potencia integradora que la propia industria tiene de la capacidad crítica
de los intelectuales para legitimar sus objetivos históricos y naturalizar, en una nueva mitología y
sentido común, su lógica comercial y la dominancia ideológica.
III
Frente a la actual hegemonía de la cultura de masas se puede pretender que alguien la apoye
porque le va bien, porque le gusta o porque no hay otra alternativa. Si bien la propia cultura de
masas crea sus intelectuales orgánicos que recuperan en cierta manera la dimensión de guías de
opinión en detrimento de aquella función, hoy vergonzante, de fiscalizadores críticos de lo social
(efecto del desuso del compromiso y de la vanguardia), la figura del inconformista ideológico, del
crítico cultural y del promotor de la incomodidad permanente se puede traducir en aislamiento o en
personaje (arquetipo o estereotipo) de la propia industria cultural. La famosa vacuna de las
mitologías modernas de Barthes.
La falta de distancia crítica para afrontar el juicio a los productos de los medios masivos, la poca
disposición a observar las contradicciones del sistema de concentración multimediática, la apología
de la interactividad como preámbulo de una democratización de autogeneración, son todas posturas
que dejan de lado una actitud tradicional del intelectual inconformista, que es su relación traumática
con el poder (una opción legítima es no serlo pero sin la “racionalización” de la derrota política).
Teórico 6 11
Y allí, en la cuestión del poder se puede advertir la despolitización de la práctica de los
intelectuales que progresivamente se van incorporando a la política cultural de los medios. Si bien,
se podría mantener aquella frase de los setenta de que “todo es político menos la química”, es real
también que lo que define estrictamente una práctica como política es la tematización del poder.
Los saludables aires foucaultianos ampliaron la influencia y existencia explícita del Poder en la
capilaridad social y suavizaron positivamente el análisis del poder basado en aquellos lugares en
que decía “aquí estoy”; la propia historia se rindió a una interpretación que ya no privilegiaba lo
público ni los momentos cruciales (revolución, guerra, crisis, Estado). Pero al haber tantos lugares
en donde el Poder se encontraba y se hacía discurso de cuerpos, imágenes, conductas y palabras se
disolvía aquel lugar en que el Poder se seguía encarnando con eficacia: la economía, las
instituciones políticas, las corporaciones.
Aunque esto no implica volver a estudiar al Poder desde una perspectiva manipulatoria o en clave
conspirativa, sería bueno tener en cuenta que la política siempre tuvo ambas cuotas en dosis
importantes. Un ejemplo reciente podría servir de ilustración. Fatigaría una biblioteca reunir los
escritos acerca de la relación entre la concentración informativa, la globalización cultural y la
Guerra del Golfo. La supuesta apertura que las imágenes podrían haber producido al conocimiento
de la guerra o la concientización en su contra estuvo totalmente subordinado a una razón de Estado,
como la propia guerra. Aunque los receptores gozaran de todas las posibilidades de elección
informativa, todos entraron en el puño de la CNN.
IV
Esta nueva ubicación de los intelectuales se relaciona estrechamente con el estado de las
instituciones universitarias que ratifican tanto la ausencia de los debates necesarios como el
ninguneo de la crisis como problema. Aceptado el mercado como organizador de la producción, de
los recursos y de la distribución, la universidad y buena parte de los referentes intelectuales que
participan de su gestión aparecen como los tutores de la dignidad de una familia tradicional
decadente en lugar de convertirse en los impulsores de una política universitaria y cultural
alternativa a la destrucción menemista-liberal. Como sucede siempre cuando los Presupuestos se
adaptan al ajuste y el recorte se adapta al presupuesto, las disputas académicas, bienvenidas cuando
tienen el transfondo de diversas posiciones teóricas, ideológicas o culturales, siempre en el marco
de la innegable lucha política, se limitan a las formas (poco variadas) de la administración de la
crisis.
La política de subsidios, becas y proyectos de investigación en lugar de presentarse como el
espacio adecuado para poner en práctica políticas culturales que vayan construyendo una nueva
articulación social, se subordinan, en la mayoría de los casos y a pesar del esfuerzo de muchos
investigadores, al capillismo académico o resultan el refugio de la desilusión política o el
escepticismo. Por tener una menor tradición universitaria y no gozar de sólidas estructuras
corporativas. Los estudios sistemáticos de la comunicación y la cultura se ubican en un amplio
margen en el territorio de las ciencias sociales. De allí que el impulso personal o grupal, por dentro
y por fuera del espacio académico pero alejado de sus géneros convencionales de exposición,
construya una parte importante del ensayo de análisis e interpretación de las nuevas realidades.
En este sentido se inscribe la propuesta de Causas y azares: tratar de recuperar el dinamismo de la
crítica cultural dentro y fuera de las instituciones, apelar a la reconstrucción de la historia del campo
sin una nostalgia inmovilizante, rescatar prácticas culturales y comunicacionales que se vuelven
atemporales en su búsqueda transformadora, no perder de vista el horizonte de una nueva sociedad
y una nueva cultura que no se disuelva en la aceptación resignada de una hegemonía massmediática
que lejos de ser tecnológica, discursiva o estética es esencialmente política.
Teórico 6 12
Porque si la nueva integración de los intelectuales al campo del Poder invirtió aquello de
“pesimismo en la teoría y optimismo de la voluntad”, se trata de darlo vuelta otra vez y ubicarlo en
su justo sentido.
Causas y azares
CAUSAS Y AZARES, ¨VIII Encuentro de la Federación
Latinoamericana de Facultades de Comunicación Social (FELAFACS)
Cali, Octubre de 1994. Comunicación, modernidad y democracia” en
Causas y Azares, nº 2, Otoño 1995. Producción: Carlos Mangone, Ernesto
Lamas y Mariano Mestman.
Otras causas, ningún azar
En el año 1974 se inscribieron en la carrera de Sociología de la Universidad de Buenos Aires casi
once mil alumnos; diez años después, en el comienzo de la reconstrucción democrática alrededor de
doce mil lo hicieron en la Facultad de Psicología de la misma Universidad. Como un escandido
previsto una década después, la inscripción a las carreras de Ciencias de la Comunicación y de
Diseño superan proporcionalmente todas las marcas (nos tentamos por decir “todos los records”) de
las restantes vocaciones profesionales. Un esquematismo sociológico, que puede ser criticado
rápidamente pero que sirve a los fines de nuestra exposición, indica claramente que las tendencias
de inscripción reflejan los grandes lineamientos de la parte más dinámica de la sociedad política.
Tanto en aquellos momentos en que el Palacio de Invierno se tomaba en 24 horas como en los otros
en que se piensa ya en 24 siglos. Señala también el lugar de lo colectivo-social y de lo individual en
las expectativas de diversos grupos sociales. Primero la comprensión del funcionamiento social nos
entregaba los elementos para su transformación (radical), predominaban los “hechos”; en la
segunda etapa empiezan a privilegiarse los discursos (como cuerpo y palabra), el decir como “acto”
y en lugar de extraerle códigos a los hechos comienzan a proyectárseles hermenéuticas como una
suerte de claves para comprender esos mismos funcionamientos sociales. La fase final de este
proceso es el auge de los estudios comunicacionales que incluye al diseño en sus diferentes
variables. Es tan fuerte la tendencia que ya ni siguiera la palabra parece ser un camino para
comprender lo real, como una vocación psicoanalítica y psicológica en general lo indicaba, sino que
la construcción del discurso, del mensaje y del envase parece corar la forma y la sustancia de la
realidad misma.
Así nos encontramos con el actual panorama de más de cien mil estudiantes de comunicación en
América Latina que a partir de la masividad de la matrícula y en relación con algunos
acontecimientos políticos y económicos, fundamentalmente la expansión de la democracia
institucional y el ajuste neoliberal, empiezan a aceptar y a conformarse (en el doble sentido de
resignación y transformismo) en un nuevo espacio absorbido por las políticas generales y
hegemónicas. Y esto a pesar que, como sucedió con la sociología en los setenta y la Psicología en
las transiciones de los ochenta, aún hoy, dentro de las ciencias sociales sigue conservando la
Comunicación un posicionamiento “progresista”.
En este marco de nuevas legitimidades (en el campo de la práctica y en la teoría) se realizó el VIII
Encuentro de Felafacs bajo una cantidad inédita de auspicios de empresas privadas. El
funcionamiento en un Club de Campo (alejado de las aulas y del bullicio de los problemas de la
universidad latinoamericana) sería en todo caso el dato menor, digamos del diseño del congreso: lo
realmente importante es que, a pesar de algunos gritos de alerta, muchos alabaron el “realismo” de
hacerse cargo del mercado, al mismo tiempo que el mercado se hace cargo de nosotros.
Teórico 6 13
La línea ideológica, sin mediaciones
Si bien en el Encuentro de Felafacs se trataron una serie de temas que alcanzaron el nivel
adecuado a los académicos presentes y varios de ellos respondieron a las expectativas creadas, en lo
conceptual, y a los fines de describir el nuevo escenario de la mirada institucional de la
comunicación en América Latina, es la intervención de Margarita Kaufmann, sin un gran vuelo
retórico y con una argumentación casi aforística, la que en realidad, a pesar de pasar casi
inadvertida, nos señala claramente qué elementos hay que tener en cuenta para tratar la temática en
la región. La imbricación estrecha entre la Fundación Konrad Adenauer de Alemania y Felafacs
vuelve lógico que un representante de su espacio comunicacional plantee una ponencia que en
realidad se asemeja a una bajada de línea político-ideológica como las que realiza el FMI o el
Banco Mundial, a los postres y después de haberse firmado una nueva renegociación de la deuda
externa.
Kaufmann, al mejor estilo comunicológico norteamericano, ubica en un mismo paquete la
comunicación, la democracia y el mercado, trazando las líneas fundamentales de cómo interpretar
estas nociones en nuestros países. El modelo de democracia es la occidental, apremiada para
Kaufmann no tanto por sus propias limitaciones “democráticas reales” sino por la posible
generación de monopolios en general y la acumulación de poder de algunos empresarios
comunicacionales, como Berlusconi en particular. A partir de este esquema, resulta lógico que
exprese, con cierta impunidad, la afirmación de que “exceptuando Cuba, vivimos por primera vez
en nuestra historia latinoamericana en paz, pluralismo y democracia”. Más allá que solamente con
el caso Cuba podríamos agotar esta publicación con la polémica, es mucho más inquietante que en
un Encuentro latinoamericano de Comunicación se afirme acerca de la “paz” en la región, cuando la
violencia social, política y económica goza de tan buena salud. Es decir, los aspectos formales de la
democracia tienen el mismo alcance que la declamación del pluralismo.
En realidad, a partir de la oposición democracia / colectivismo se realiza un balance del
socialismo real sin nombrarlo claramente y negando la importancia de su carácter burocrático: “el
fracaso del colectivismo es entonces inherente al sistema y no radica en un liderazgo equivocado ni
es una cuestión de líderes. La expectativa por un líder sabio y humano que lleve en sí la decisión
sobre el destino colectivo es finalmente, una esperanza vana”. Por lo tanto, no queda otra salida
para el individuo que canalizar su egoísmo a partir de una sociedad “plural” y basada en el
mercado: “El sistema democrático se basa en el principio de la libertad del individuo, lo que
significa también, libertad de la actividad económica. Es por ello que los cambios estructurales se
concentran principalmente en la implementación de la economía del mercado”.
Con una confianza absoluta en la intervención de la “sociedad” para corregir las desviaciones
monopólicas u oligopólicas del mercado – aunque al explicitar las posibles medidas para ello en el
área de los medios sólo remite a propuestas de posguerra de la comisión norteamericana Hutchins
que se apoyan en la “capacidad del mercado de autorregulación” -, las “ilusiones mercantiles” de
Kaufmann llegan al paroxismo en su defensa de la economía abierta, planteando su receta para la
región, en donde individuos y países parecerían estar frente al mejor de los mundos: “la libertad del
individuo en el sistema democrático implica también la libertad dentro del subsistema económico.
Cada persona es libre de tomar las decisiones económicas que le parezcan ventajosas y rechazar las
que no lo sean (...) Es la competencia en el mercado la que permite que sea el mejor producto, con
la tecnología más avanzada, y a precio razonable, el que predomine y se mantenga en el mercado.
Esto es válido tanto dentro como fuera del país”.
Nos extendimos en la cita porque refleja sin necesidad de mucho apunte el núcleo ideológico de
una nueva dominancia institucional en la comunicación latinoamericana, a pesar de la resistencia
que opone la propia historia regional de la disciplina. El hecho de que estas apreciaciones se hayan
dicho en el Encuentro casi sin ninguna interpelación, si bien habla del pluralismo tan declamado,
expresa más el condicionamiento institucional y fundamentalmente político que tiene la estructura
burocrática de Felafacs. No obstante, creemos que Kaufmann lo tiene mucho más claro que
Teórico 6 14
Felafacs. Su “venta” de la democracia sustantiva basada en las reglas y en los consensos formales
responde a un modelo explícito: “la República Federal de Alemania” (sociedad que como todo
televidente de noticias mundiales conoce goza de “perfecta salud capitalista”, con algunas líneas de
fiebre desocupacional, atisbos de racismo social y esporádicas huelgas de millones de trabajadores).
La agenda del mercado: La desaparición de la reflexión sobre políticas culturales y de
comunicación
A diferencia de otros tiempos, la agenda de problemáticas en comunicación y cultura hoy se
asemeja a una creciente adaptación a tópicas que articulan un código de contraseñas de los espacios
académicos, de becas y subsidios de investigación. Desfilan de esta manera los análisis de los
consumos culturales, sin problematizar demasiado el propio concepto de consumo; la temática
juvenil en relación directa con la categoría de movimiento social, en donde el rock parece la
condensación de las nuevas “tribus urbanas”, sin recordar que también existía la “nación india” (si
aplicamos la analogía estrictamente), sin que se le atravesaran suficientemente los parámetros de
clase y acceso a los bienes.
Por su parte, Renato Ortiz propone pensar en las implicancias de orden teórico y metodológico de
los procesos de globalización (económica y tecnológica) / mundialización (cultural), que a partir de
la “conquista de nuevos conceptos” permitiría “construir globalmente algunos de nuestros objetos
de estudio” como, por ejemplo, la juventud: “Una propuesta radical sería no obstante considerar a la
juventud como un fenómeno global. Evidentemente tendríamos que definir lo que entendemos por
eso, pero subrayo, lo importante es que el pensamiento, al situarse a partir de este punto de vista,
puede postular la existencia de sustratos juveniles desterritorializados, para enseguida,
abstractamente, reunirlos en cuanto objeto sociológico. Ya no serían los países, las sociedades
nacionales, el foco central de la definición territorial de nuestra temática, sino un conjunto de
elementos -manera de pensar, de vestirse, de comunicarse, de comportarse– que nos servirían de
parámetro. La “juventud” sería el cruzamiento de esas maneras de ser, permitiéndonos
comprenderla en su extensión mundializada”. Aunque en Ortiz, la manifestación de la cultura
mundializada (en tanto “patrón civilizatorio”) es desigual en relación a cada tipo de organización
social específica. Y nosotros agregaríamos: en relación también a la clase social de que se trate.
Las zonas más vinculadas a “realismo” del mercado académico se ven apremiadas desde la
rebelión de Chiapas y la crisis financiera (no tan crudamente conocida al tiempo del Encuentro) y
entonces el vocabulario despolitizador se va matizando con una preocupación acerca de los
excluidos, de las políticas de ajuste, de la pobreza. La apuesta por la modernidad y la democracia
(en un cóctel que se asume traumático pero posible) desplaza el interés acerca de las políticas de
comunicación en función de los parámetros de otras décadas y las hace aparecer como el
reconocimiento de una sociedad civil que organiza sus propios órganos, los que deben reconocerse
en todo diseño. Sin embargo cuando se profundiza la relación entre los movimientos sociales y los
medios masivos se insinúa que la concentración de medios obliga a oponer una verdadera política
alternativa.
La búsqueda de un “lugar” para América Latina en la globalización comunicacional, una de las
conclusiones de las mesas de trabajo, parece a veces no hacerse cargo de que la reforma de los
estados latinoamericanos integra a nuestras sociedades de una manera más subordinada al mercado
mundial, aspecto este muy bien advertido por Rafael Roncagliolo cuando describe las políticas de
integración (otra vedette del Encuentro), como el Nafta sobre todo, con un sentido inverso de la
llamada “integración latinoamericana” en otros tiempos.
Como sucede con otros temas, en el Encuentro se observó un desajuste entre las diferentes
realidades de los países, de allí que si por una parte en Colombia existe una expectativa por una ley
de televisión que reconvierta a la industria y regle las funciones sociales del medio (reflejo de
posturas socialdemócratas), en México se discute la democratización de la información a partir de
Teórico 6 15
Chiapas y la corrupción política, al tiempo que se vuelven más culturalistas los análisis de aquellos
que viven en los consensos más firmes del neoliberalismo (Perú, Chile, Argentina).
Democracia: comienzo de la crisis del pensamiento sustantivista
Si bien el Encuentro mantuvo entre sus propuestas temáticas y en la utilización de un léxico de
ciencia política el concepto de democracia sustantiva, propio del período de las transiciones
democráticas en América Latina, la propuesta de analizar el fenómeno del “desencanto político”
(eje temático de una de las mesas de trabajo), que en la región hoy se refiere a la democracia,
originó inevitablemente una reflexión un poco más aguda acerca de las características de la práctica
democrática (a esta altura sin eufemismos, democracia formal). Los efectos del ajuste liberal se
proyectaron inmediatamente sobre el sistema de delegación y representación advirtiéndose de esa
manera el condicionamiento estructural de las formas políticas.
En este sentido, en varias ponencias apareció el tema de los nuevos modos de representación
política, el cambio de los lugares públicos en los que se construyen la agenda y el consenso. No
obstante adecuarse la mayoría de las discusiones al clima de época de la crisis de los partidos, del
nuevo lugar de los movimientos sociales y de los “sujetos débiles” políticos en el marco de su
massmediatización, surgen algunas puntualizaciones como la de Roncagliolo que planteó que “la
agenda democrática no debe limitarse a discutir cómo desmantelamos el Estado, debe ser una
agenda mucho más amplia”. Esta observación del teórico peruano se contrasta en parte con el
optimismo que muchos advierten en la ampliación del espacio público con las nuevas formas de
representación de lo político, que incluye privilegiadamente el espacio cultural (en donde se
“politizarían” la vida privada, cotidiana, lo juvenil, lo sexual, lo racial, lo religioso).
Esta tensión aparece en la intención de ampliar el concepto de “ciudadanía” más allá de la
práctica electoral (un salto cualitativo en las transiciones) y reconvertirlo en las prácticas de los
movimientos sociales. En este sentido se observó cierta desilusión del recorrido democrático formal
(no relacionado suficientemente con los planes neoliberales) aún en aquellos países en los cuales la
institucionalización surgía como un cambio ostensible de las formas políticas (como el caso de la
constituyente en Colombia o la lucha y el control electoral en México).
En relación con los medios, la consecuencia de esta crisis del concepto de democracia (en sentido
estático) quedó clara cuando se reflexionó acerca del acceso a los mismos y los efectos de las
privatizaciones, que en algunos países se presentaron como un paso al pluralismo informativo y un
progreso tecnológico y estético al “superar la monotonía burocrática de la propiedad estatal”. Sin
embargo, varios trabajos mostraron, a pesar de mantenerse fuera del interrogante sobre la propiedad
de los medios (Dios no quiera volver a la propiedad estatal o social), la imposibilidad de fisurar los
imperios multimediáticos y “democratizar” realmente la circulación de la información y el manejo
de los medios. Incluso se podría decir que, sin ser tan conciente, aparecieron algunas relaciones
entre el repliegue de lo público tradicional, la hegemonía massmediática y el carácter “privatizador
de lo político que representa el voto.
Queda por referir dos observaciones que aparecieron a partir de la crisis mencionada. Por una
parte, un anclaje histórico del desencanto político, que bien advertido por Casullo en los debates en
una de las mesas de trabajo (no publicados por Diá-logos) no se diferencia sustancialmente de la
conclusión permanente que la crítica de los sesenta y setenta hiciera a la democracia burguesa (no
hay un avance más radical); donde, por otra parte, por poco que se explore se van a encontrar
artículos y libros que adelantan cada tanto el “fin de la política”. Por otro lado, se avanzó en una
mayor conciencia acera de la necesidad de la conversión política de los movimientos sociales. Si
bien, el análisis de éstos fue central en el Encuentro, a poco que se pensaban los límites de
intervención de los movimientos, a partir de su traumática relación con el poder, el Estado y los
medios, se concluía en la necesidad de una cierta organicidad política de aquellos.
Teórico 6 16
Comunicación y tecnologías: los nuevos encantamientos
Frente al desencanto democrático emergen nuevos encantamientos tecnológicos o se descubren en
algunos funcionamientos de la cultura masiva. Por una parte, lo que resulta más comprensible,
existe una traducción cultural de los efectos de las nuevas tecnologías que mitiga el análisis
político-institucional de su irrupción; en lo específico del Encuentro, nos referimos al manejo de
realidades virtuales y de las “autopistas” del conocimiento, un verdadero corolario de la
informatización social. Se observó un deslumbramiento acerca de las posibilidades de estas
tecnologías desplazando las preguntas sobre los que las manejan y de qué manera los consumen las
masas. Resulta curioso a veces que el efecto de las tecnologías produce una mirada casi puramente
semiótica que hace hincapié en las características del mensaje producido o un acercamiento
estrictamente comunicológico / informacional (canales y soportes materiales).
Por su parte, el “shock” dimensional que mencionó Piscitelli en sus trabajos a partir de la
interacción con nuevos objetos, “inteligentes”, necesita, en su opinión, de una “antropología de las
tecnologías y de la información”, una antropología pos-orgánica. Este acercamiento debería hacerse
cargo de los nuevos conceptos de espacio y tiempo, en el cual el sujeto de la evolución ya no sería
el hombre sino la vida, una disolución del sujeto que ya no se da en la “estructura” sino a través del
“procedimiento”.
El otro uso de “encantamiento” se vincula riesgosamente con la temática de la modernidad en
Latinoamérica. Es el propio Barbero quien se encargó de “descubrir” en algunos efectos y usos de
los mensajes de la comunicación de masas un nuevo sentido “sagrado” que sustituyen en parte el
desencantamiento del mundo producido a partir de la secularización y de las nuevas
“intrascendencias”. Esta tendencia del Encuentro de refuncionalizar las categorías y las prácticas
dominantes de la cultura masiva (aparenta ser el concepto dominante de finales de los noventa, si el
crack financiero no lo manda al baúl teórico). Dentro de una exposición que resultaba rigurosa y
erudita, aunque no muy novedosa con respecto a sus últimos trabajos, Barbero, a partir de expresar
las promesas incumplidas de la modernidad (integración social, liberación política y cultural)
avanzó en la consideración de algunos mensajes de masas, como por ejemplo, la proyección e
identificación que las publicidades de productos domésticos (el caso puntual de los artículos de
limpieza) les plantean a las amas de casa. La relación de las tareas más “ingratas” del ámbito
doméstico con prácticas artísticas o estéticas en general, encanta, podríamos decir en el sentido del
cuento de hadas, con un mundo de valores más trascendentes y menos prosaicos: “La manera cómo
la magia tecnológica reencanta el lavar, el fregar, el limpiar, el planchar, todo aquello que
justamente nos muestra la zona más opaca, más humillante, de la vida cotidiana”.
Este ejemplo de Barbero no sería tan inflexivo si no representara una tendencia muy fuerte en los
estudios culturales en los cuales se advierte al consumo (categoría lábil si las hay) como un espacio
de reconocimiento de las clases populares, pero no en el sentido de una “resistencia” a través de su
resemantización, de su uso aberrante o de su refuncionalización.
En realidad, en la ponencia de Barbero aparece invertido el significado de la crítica de los setenta
a los aspectos proyectivos de la cultura masiva: “Por más triviales que sean a veces esos símbolos,
por más aparentemente superficiales que sean esos símbolos, la televisión tiene una honda
resonancia en la capacidad y en la necesidad de que la gente se sienta alguien y la gente se siente
alguien en la medida en que se identifica con Alguien, alguien en quien proyectar sus miedos,
alguien capaz de asumirlos y quitárselos”.
En este mismo sentido se observó a partir del propio Barbero y del trabajo de Robert White una
crítica revalorizadora de aspectos de la nueva religiosidad latinoamericana. Al hacerse general la
desvalorización del “colectivismo” como advertimos más arriba, y revisarse profundamente los
mecanismos de militancia y socialización política de otras décadas (como lo explicita Roncagliolo
Teórico 6 17
extremando el modelo criticado del leninismo o de la célula orgánica), se encuentra en la creencia y
práctica religiosa un nuevo comunitarismo trascendente.
Esta búsqueda de lo comunitario, que al mismo tiempo reconoce la responsabilidad jerárquica de
la Iglesia con la injusticia y el poder absoluto en la región, se relaciona estrechamente con el
hallazgo de “lo que queda del rito en lo massmediático, de las maneras de juntarse la gente, y allí
explicarse el lugar de la iglesia electrónica”. Al mostrar que el rito religioso, massmediado y
expresivo, le devuelve una cuota de ceremonia y comunitarismo a la gente, de la misma manera que
“la televisión y la cultura masiva se ofrecen como receptáculo de los símbolos integradores de
“nuestra pobre vida”, Barbero desplaza el problema de la articulación de los mismos en una nueva
hegemonía cultural dominante, así como el del impacto que tienen la crisis social y económica
permanente en las búsquedas populares. De esto trató también la crítica de la religión en su
momento.
A modo de epílogo
En líneas generales se advirtió en el congreso una complacencia con la disolución de ciertas
categorías que articulaban el análisis social. El concepto de globalización que manejó
fundamentalmente Renato Ortiz, comentado más arriba, postula una suerte de internacionalización
de la esfera pública y de la sociedad civil (“tenemos que imaginar el mundo como un “espacio
público”), desplazando a un segundo plano las peculiaridades nacionales o regionales, redefiniendo
el tipo de relación entre las naciones, mitigando nociones claves como la de imperialismo.
Se observa el “mundo de los objetos” de la sociedad masiva de consumo ya no como
imposiciones ideológicas de modos de vida, estilos o sistemas económicos, sino como índices de un
proceso real. Si bien se remarca cada tanto la preocupación sobre el intercambio desigual de estos
mismos productos o acerca de los procesos de borramiento cultural que el tipo de consumo produce,
a grandes rasgos se abandonó la demonización (incluso la mera denuncia) del mercantilismo
capitalista, hijo más que nunca hoy de la hegemonía del capital financiero.
En cuanto a los cambios tecnológicos se osciló entre el deslumbramiento acrítico y un uso
humanista de sus posibilidades “democratizadoras”. Sin embargo, los reparos a una incorporación
no funcional de las tecnologías, así como a la concentración multimedial actual, no impidieron
aseveraciones del tipo: “los medios reflejan las demandas de la sociedad(...) La sociedad se deja ver
en las pantallas de televisión y video. Los programas de opinión, los concursos y los dramas de la
vida cotidiana, también conocidos como “reality show”, son algunos ejemplos que fundamentan
esta necesidad(...) Cambia una vez más la sensibilidad del telespectador: la imagen televisada deja
de centrarse en el yo, convirtiéndose en un reflejo del nosotros” (Gómez Mont).
La incomodidad puede rastrearse en la brecha discursiva entre dos ponentes argentinos, quizás
revitalizando de algún modo (como continuidad y ruptura) posiciones permanentes frente a los
medios. Mientras Piscitelli califica de “obvio-banal” las críticas a la neo-televisión y a la posible
manipulación tecnológica (sin desconocer que tal riesgo existe), Casullo retoma la crítica cultural
que asume la forma de programa en el final de su exposición privilegiando la confrontación con “las
operatorias teórico-prácticas que busquen conciliar los conflictos” y la crítica radical frente al
conocimiento celebratorio de lo dado.
El hecho de que en general en el Encuentro estas intervenciones se percibieran como estilos más
que como posiciones no sólo habla del ámbito sino de hasta dónde llega la hegemonía cultural de
fin de siglo, la sombra del poder.
Teórico 6 18