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Píldoras para la obesidad
( Creces, 2008 )
El ideal para un gordo es disponer de una píldora mágica que le permita no
privarse del placer de comer y al mismo tiempo lograr mantener la línea.
Si alguien llega a descubrir una píldora para tratar la obesidad puede ganar mucho
dinero, pero hasta ahora no se ha conseguido. Sin embargo existen en el mercado dos
medicamentos que actúan inhibiendo alguna etapa del proceso, pero que están lejos de
ser la píldora mágica deseada. Se trata de la Sibutramina (Reductil o Meridia), inhibidor
del apetito y el Orlistat (Xenical), inhibidor de la absorción de grasas.
La "Sibutramina" activa los receptores de las neuronas del hipotálamo que participan
en el control del apetito. En el otro extremo de la escala de la complejidad metabólica
está el "Orlistat", que actúan impidiendo la absorción de grasas en el intestino,
disminuyendo el ingreso de calorías. Aunque ambos compuestos consiguen disminuir
algunos kilos, su efecto es transitorio y su tolerancia esta lejos de ser ideal. Con la
Sibutramina existe el riesgo teórico de su abuso, además de incrementar la presión
arterial, lo que es siempre peligroso en los enfermos obesos. Por su parte el Orlistat
presenta muchos efectos colaterales, incluyendo el desagradable escurrimiento anal de
grasas no digeridas. En ambos casos, al suspender la administración se vuelve a
recuperar el peso.
Buscando otras alternativas
A pesar de estos resultados, la industria farmacéutica no cesa en su esfuerzo de buscar
otras alternativas. Una solución que parece muy atractiva, es conseguir un fármaco que
interfiera en el proceso metabólico, de modo que las calorías que aportan los alimentos,
en lugar de utilizarse en la síntesis de grasas, se utilicen en producir calor. En
condiciones normales las células captan la energía de los alimentos produciendo ATP,
que es la molécula intermediaria que almacena la energía, para que luego las células la
utilicen en sus procesos metabólicos. Entre ellas, las células adiposas utilizan el ATP
para sintetizar más grasas. La idea es llegar a disponer de una droga que en lugar de
sintetizar ATP, queme la energía disipándola como calor. El problema es conseguir una
droga que tenga esta acción (desacoplar) sólo en las células adiposas, no afectando a
las demás células del organismo, ya que ello provocaría serios problemas metabólicos.
Recientemente se han individualizado dentro de las células una familia de proteínas
denominadas proteínas desacopladoras que interfieren en la producción de ATP y
liberan la energía en forma de calor. En condiciones normales las personas tienen
abundancia de estas moléculas localizadas en células musculares u otros tejidos, y
pareciera que juegan un rol preponderante en el metabolismo. Algunas estimaciones
sugieren que normalmente entre el 20 y 30% de las calorías que una persona ingiere
se gastan en el proceso de desacoplamiento, variando estos valores de una persona a
otra. Se piensa que esta variación individual explicaría el porqué algunas personas se
mantienen delgadas a pesar de no restringir la dieta, mientras que otras engordan,
incluso con una dieta espartana.
Lo interesante es que se ha encontrado una proteína desacopladota, llamada UCP1, que
se encuentra sólo en células grasas muy especializadas que forman la llamada grasa
parda. A primera vista, estimular el efecto de UCP1 que se encuentra sólo en la grasa
parda parecería el ideal. Desgraciadamente el adulto tiene muy poca grasa parda. Ella
es propia de los lactantes, que por tener un tamaño reducido, requieren de una forma
especial de generar continuamente calor para balancear la pérdida de temperatura por
la piel. En la medida que el niño crece, la grasa parda se va reduciendo.
Pero ello no es el final. Experimentando con ratas adultas, investigadores canadienses
han conseguido anular un determinado gene, observando que parte del tejido graso
corriente se transforma en grasa parda (Nature Medicine, vol. 7 pág. 1138). Si se
lograse esto mismo en los seres humanos, incrementando la grasa parda, se podría
estimular en ella la acción de la UCP1 que ellas contienen, con lo que el exceso de
caloría se disiparía incrementando el calor. Tanto en animales como en humanos, ya es
posible manipular genes, mediante técnicas de ingeniería genética, por lo que no sería
extraño que en un futuro se pudiese llegar a tratar la obesidad en forma permanente.
Ahogar al tejido graso
Recientemente, A. Kolonin y colaboradores, han ensayado en ratones obesos otra
alternativa, consistente en inhibir el aporte de sangre al tejido graso, con lo que este
disminuye el volumen y puede llegar hasta desaparecer. Todo tejido requiere de vasos
sanguíneos, y el tejido adiposo no es una excepción. Se ha observado que si a ratones
obesos se les destruyen los vasos sanguíneos que llevan sangre al tejido adiposo, sus
células se achican y mueren disminuyendo así el tejido graso. (Nature Medicine, vol. 8,
pág. 121, 2004). Para ello los investigadores les inyectan un marcador, llamado
prohibitin, que fijado a los vasos sanguíneos, los destruye. Al mes de tratamiento los
ratones dejan de ser obesos. Los autores señalan que el prohibitin humano es
semejante al de las ratas, por lo que sería posible diseñar un tratamiento similar en
seres humanos, induciéndoles una isquemia del tejido adiposo.
Resultados similares han logrado M. Rupnick y sus colaboradores, trabajando con ratas,
a las que les disminuyen el flujo de sangre al tejido adiposo. Para conseguirlo, le
inyectan durante tres semanas un anticuerpo que bloquea el desarrollo de los vasos
sanguíneos, con lo que disminuye la obesidad. (Proceeding of the National Academy of
Science. vol. 99, pág. 10730).
La obesidad es una enfermedad crónica
Cualquiera sea la píldora a utilizar en el tratamiento de la obesidad, esta debería
administrarse por vida, como sucede por ejemplo con la hipertensión arterial. En la
obesidad es habitual observar que cuando se consigue una reducción del peso por
efecto de alguna droga, al suspender el tratamiento, este se vuelve a recuperar. Ello se
ha visto tanto con el Orlistan, como con el Sibutramin, drogas que en ningún caso es
recomendable tomarlas por más de algunos meses. Para recomendar una droga que se
debe tomar a lo largo de la vida habría que descartar previamente, más allá de
cualquier duda, que no vaya a tener un efecto dañino sobre algún órgano. Ello, sin
duda, constituye una seria objeción para el uso de fármacos en el tratamiento de la
obesidad. Si se destruye el tejido adiposo y el paciente continúa ingiriendo calorías en
exceso, estas tienen que ir a parar a alguna parte, ya sea al hígado, los músculos o el
páncreas, órganos que no están diseñados para este propósito. Precisamente algunas
de las complicaciones de la obesidad, como la diabetes y enfermedades cardiacas, se
producen por el depósito de moléculas grasas en esos tejidos.
En resumen, el hecho que la obesidad sea una enfermedad crónica que requeriría
tratamiento permanente, hace difícil imaginar que se pudiese disponer de una droga lo
suficientemente segura como para tomarla sin riesgos de por vida.
Artículo extraído de CRECES EDUCACIÓN - www.creces.cl