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BATALLA DE LAS TERMÓPILAS
PRELIMINARES
Hasta mediados del siglo VI a. C. los griegos se extendieron sin problemas por toda
Asia Menor y se relacionaron muy bien con los reyes de la zona, especialmente con Creso, rey
de Lidia. Cuando Lidia fue conquistada por Ciro, rey de Persia, las colonias griegas se vieron
sometidas al sátrapa (gobernador) persa de Sardes. Y, aunque los persas trataron bien a los
griegos, apoyaron especialmente a sus enemigos comerciales, los fenicios. Todo esto llevó a la
decadencia comercial a los centros de Jonia, que se rebelaron contra el rey persa. Atenas y
Eretria acudieron en su ayuda y Darío, el rey persa, se dio cuenta de que nunca podría dominar a
los griegos de Asia Menor si no dominaba a los del continente europeo.
Ante la llegada de los persas a territorio europeo las reacciones fueron diferentes.
Atenas solicitó ayuda a los espartanos para detener la invasión. Esparta, que no había fundado
colonias ni las habías ayudado frente a los persas, no se sentía implicada y no acudió porque
estaban celebrando la fiesta de las Carneas, y, por escrúpulos religiosos no podían ponerse en
camino antes de la luna nueva. Después de destruir Eretria en la isla de Eubea, la flota se dirigió
hacia Atenas y desembarcó en la llanura de Maratón, al norte de Atenas, donde les esperaban
los atenienses y aliados; allí ganaron los griegos y los persas se vieron obligados a retirarse con
grandes pérdidas (490 a.C.)
La situación cambió cuando, diez años después, el rey Jerjes se presentó ante la
Hélade con un nuevo ejército. En ese momento, y ante la necesidad, se unieron las distintas
polis griegas que tradicionalmente se habían enfrentado entre ellas.
La primera batalla se libraría en un lugar llamado Las Termópilas, un angosto
desfiladero de unos 12 metros de anchura (actualmente más de un kilómetro debido a la
erosión). Allí esperó a los persas un ejército compuesto por 300 hoplitas espartanos ( a los que
hay que sumar otros 600 hilotas, pues cada espartano llevaba dos siervos a su servicio), 500 de
Tegea, otros 500 de Mantinea, 120 de Orcómeno y 1000 hoplitas del resto de Arcadia, 400 de
Corinto, 200 de Fliunte, 80 de Micenas, 700 tespios y 400 tebanos, además de 1000 focences y
todos los locros. Los lacedemonios constituían una de las fuerzas más pequeñas, pero, debido a
su reputación y a que eran los únicos soldados profesionales, los demás griegos delegaron en
ellos de forma espontánea el mando del contingente.
Según las fuentes clásicas, los soldados persas conformaban un ejército que oscilaba
entre los 250.000 y el millón de hombres, el historiador Heródoto incluso lo eleva a varios
millones de soldados. La historiografía actual considera más o menos realista el número de
soldados griegos, pero reduce el de los persas a un número que oscilaría entre 70.000 y 250.000.
Pese a la desproporción de fuerzas, la estrechez del paso anulaba la diferencia numérica
y la formación de falange de los helenos les concedía cierta ventaja sobre los persas, equipados
con armaduras mucho más ligeras y por tanto menos protectoras, además las largas lanzas de los
griegos podrían ensartar a los enemigos antes incluso de que estos pudieran tocarlos. Así había
ocurrido en la batalla de Maratón. Por tanto, inicialmente, la lucha no tenía por qué ser suicida.
Leónidas fue advertido sobre el gran número de arqueros que poseía Jerjes. Cuenta Heródoto
que se les había dicho a los griegos que “sus flechas cubrían el sol” y “convertían el día en
noche”.
Se dice que Jerjes, al toparse con los soldados griegos, supuso que estos se marcharían
al ver la magnitud de su ejército. Pasaron cuatro días y Jerjes, impaciente, envió un emisario
exigiendo a los griegos que entregasen sus armas inmediatamente para no ser aniquilados.
Leónidas respondió: “Ven a buscarlas tú mismo”. Así dio comienzo la batalla.
LA BATALLA
Fila tras fila los persas se estrellaron contra las lanzas y escudos espartanos sin que estos
cedieran un centímetro. De esta forma, a pesar de la grave desventaja numérica, Leónidas y sus
hombres se opusieron a las oleadas de soldados enemigos con un número mínimo de bajas,
mientras que las pérdidas de Jerjes –aunque minúsculas en proporción a sus fuerzas- suponían
un golpe para la moral de sus tropas. Durante las noches, Leónidas solía decirles a sus hombres:
“Jerjes tiene muchos hombres, pero ningún soldado”.
Frustrado e impaciente, Jerjes envió al frente a sus diez mil Inmortales, su fuerza de
élite, llamados así porque cada vez que un inmortal caía, otro corría a reemplazarlo,
manteniéndose en la cantidad fija de diez mil hombres. Sin embargo, los resultados fueron los
mismos. Los persas morían a cientos, la moral del ejército decaía y los griegos no mostraban
signos de cansancio. La batalla continuó de esta forma durante tres días. Fue entonces cuando
Jerjes, abatido, recibió la ayuda que necesitaba.
EFIALTES Y EL PASO ALTERNATIVO
Un griego llamado Efialtes ofreció mostrarle a Jerjes un paso alternativo que rodeaba el
lugar donde estaba Leónidas. Jerjes envió a un gran número de hombres por ese paso. Este paso
se encontraba defendido por los focenses que, al verse sorprendidos durante la noche por los
persas, huyeron, abandonando a su suerte a los defensores de las Termópilas. Cuando Leónidas
detectó la maniobra del enemigo y se dio cuenta de que le atacarían por dos frentes, reunió un
consejo de guerra en el que ofreció a los griegos dos opciones: podían irse por mar a Atenas o
permanecer en las Termópilas hasta el final. Cuenta Heródoto que en la decisión de Leónidas
influyó la respuesta que había dado el oráculo a la consulta que, a propósito de aquella guerra,
habían realizado los espartanos: O Esparta sería devastada por los bárbaros o su rey moriría.
Mientras el resto del ejército que había decidido irse se retiraba hacia Atenas, los 300
soldados de la guardia de Leónidas y los 700 tespios se quedaron a presentar batalla y resistir
hasta el final. Al despuntar el alba del cuarto día, Leónidas dijo a sus hombres: “Tomad un buen
desayuno, puesto que hoy cenaremos en el Hades”. Fue tal el ímpetu con el que lucharon los
espartanos que Jerjes decidió abatirlos de lejos con sus arqueros para no seguir perdiendo
hombres. Leónidas fue alcanzado por una flecha y los últimos espartanos murieron intentando
recuperar su cuerpo para que no cayera en manos enemigas.
TRAS LA DERROTA
La batalla duró cinco días y los persas derrotaron a Leónidas y sus hombres, pero estos
ya consiguieron retrasar notablemente el avance persa, diezmando la moral de su ejército,
causando considerables pérdidas y dando tiempo a los demás griegos para evacuar sus ciudades
y preparar la defensa.
La flota griega se concentró en Salamina, frente a Atenas, y allí consiguió infligir a la
flota persa una derrota decisiva. Tras perder 200 naves, Jerjes se retiró a Asia Menor, dejando a
Mardonio al mando del ejército de tierra. Mardonio fue derrotado en la batalla de Platea (479
a.C.). En Mícale los griegos atacaron por sorpresa al grueso de la flota persa, poniendo fin
definitivamente al peligro persa.
Durante este tiempo los ejércitos de Jerjes causaron serios daños a las ciudades griegas.
Muchas de ellas fueron quemadas y arrasadas, como le sucedió a la propia Atenas.
Según algunos historiadores, solo sobrevivieron dos soldados espartanos de los que
habían quedado en Las Termópilas, Alejandro y Antígono de Esparta, quienes vieron la muerte
de su rey y, tras la lluvia de flechas, se escondieron bajo sus escudos para aparentar que estaban
muertos.
¿Y LOS TESPIOS?
Aunque se cree que todos los tespios murieron a lo largo de la historia son los
espartanos los que se han llevado la fama. El sacrificio de los tespios resulta aún más
sobresaliente si tenemos en cuenta el carácter no militarista de su sociedad. Para un espartano
rendirse o huir ante el enemigo era la mayor deshonra que un ciudadano podía cometer. Tanto
es así que las madres lacedemonias decían a sus hijos al darles el escudo: “Vuelve con él o sobre
él”.
La hazaña fue recordada en una lápida conmemorativa escrita por el poeta Simónides y
Referida por Heródoto (VII, 228):
Extranjero, anuncia a los espartanos que aquí
Yacemos obedeciendo sus órdenes