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DEPARTAMENTO DE COMUNICACIÓN
NOTA DE PRENSA
La obra recoge datos de carácter económico, demográfico, educativo,
político y social
La Fundación BBVA presenta Estadísticas
históricas de España, una obra de referencia
internacional

‘Estadísticas históricas de España retrata, registra y descubre la
larga, compleja y finalmente exitosa modernización económica y
social de la España de los dos últimos siglos

En 100 años, la tasa de fecundidad en España ha pasado de 4,7 a
1,2 hijos por mujer

Desde el año 1800 a 2000, las tierras de cultivo han pasado de
11,4 a 18,3 millones de hectáreas

En 1900, la media semanal de trabajo de la población obrera era
de 64,8 horas, y en el año 2000 de 36,1 horas

Entre 1954 y 2000, el consumo privado por habitante en pesetas
constantes de 1999 se ha multiplicado por 3,88 veces, pasando de
369.443 a 1.434.173 pesetas

El PIB ha crecido 40 veces en 150 años (1850-2000), pasando en
precios constantes de 2 a 80 billones de pesetas; y el PIB per
cápita se ha multiplicado 15 veces en el mismo período, pasando
de 137.000 a 2.027.000 pesetas por habitante

Entre 1970 y 1996, el porcentaje de la renta recibido por el 10 por
ciento de los hogares más ricos descendió del 40,7 al 28,2 por
ciento

El Índice de Desarrollo Humano (IDH) de España en 1850 era de
0,227 y en 2000 ha sido de 0,913. Respecto a Estados Unidos,
estos datos representan pasar del 48,2 de su IDH al 97,2
28.02.06.- La Fundación BBVA presenta Estadísticas históricas de España en los
siglos XIX y XX, la colección de estadísticas históricas más importante en lengua
española y una de las más originales y rigurosas a nivel mundial. El libro –
coordinado por Albert Carreras y Xavier Tafunell, catedrático y profesor titular,
respectivamente, de la Universidad Pompeu Fabra– cuenta con la colaboración de
29 destacados especialistas.
La obra, que se presenta en tres volúmenes acompañados de un CD, es un
anuario estadístico de dos siglos combinado con detallados estudios que ofrecen
visiones panorámicas de los grandes rasgos cuantificables de la historia de
España. Se trata de una obra de referencia, meticulosamente preparada, que
representa una fuente de incalculable valor para los expertos sobre España y un
punto de partida fácilmente accesible y comprensible para aquéllos que
desconozcan la historia cuantitativa española.
El grueso de la obra lo forman los cuadros estadísticos de los 17 capítulos: 5.000
columnas de datos que permiten indagar en la renta y la riqueza; el trabajo y las
relaciones laborales; el consumo y los precios; la industria, el sector agrario y la
pesca; el sistema monetario y financiero; la empresa y la bolsa; la urbanización y
la vivienda; la investigación y las patentes; el sector exterior; el sector público y
el estado de bienestar; el Gobierno y la Administración; la política y las
elecciones; el clima; la población y la salud; la educación, y los transportes y
comunicaciones.
La publicación de esta obra, de casi 1.500 páginas, sitúa a España en el selecto
grupo de países que cuentan con colecciones de estadísticas históricas de amplio
espectro temático y cronológico. Además, las de otros países –Alemania,
Australia, Canadá, Italia, Japón, Portugal, Reino Unido, Suiza o Venezuela– son
básicamente demográficas y económicas, mientras que las que ahora se
presentan recogen también aspectos educativos, políticos y sociales.
LA TEMPERATURA HA SUBIDO UN GRADO EN LOS ÚLTIMOS 25 AÑOS
En los últimos años ha aumentado enormemente el interés científico y de la
opinión pública por el cambio climático, a medida que se ha ido tomando
conciencia del fenómeno del calentamiento global. El Intergovernmental Panel on
Climate Change ha dado a conocer las mediciones de las temperaturas medias en
múltiples puntos de la superficie terrestre desde 1860 hasta la actualidad (además
de aportar una estimación sobre las temperaturas medias en el último milenio).
España, en línea con la comunidad internacional, aporta las observaciones de las
temperaturas desde esa misma fecha. El gráfico 1 sintetiza las temperaturas
medias anuales de los datos mensuales de numerosas estaciones metereológicas.
La serie que contemplamos, al igual que las series más detalladas de las que se
nutre, pone de manifiesto una tendencia al calentamiento a lo largo del siglo XX, y
muy especialmente, en los últimos lustros.
2
Gráfico 1
FUENTE: Estadísticas históricas de España. Siglos XIX y XX. Fundación BBVA
Según las mediciones disponibles, la temperatura media en el territorio
peninsular ha tendido a subir desde el mínimo alcanzado en 1885-1889
en cerca de dos grados. La mitad de este aumento –un grado– se
concentra en el último cuarto de siglo. Se están volviendo a alcanzar los
máximos conocidos de 1854-1858. Las precipitaciones, en cambio,
muestran una notable estabilidad en el largo plazo.
EN 100
AÑOS, LA TASA DE FECUNDIDAD HA PASADO DE
4,7
A
1,2
HIJOS POR
MUJER
Desde el punto de vista de la demografía, la obra de la Fundación BBVA ofrece
una amplia panorámica sobre el proceso de modernización de la población
española, consistente en la transición de un régimen demográfico antiguo –
caracterizado por tasas muy elevadas de natalidad y mortalidad– a un régimen
moderno en el cual ambas tasas vitales tienen niveles muy bajos. En ambos
estados, la tasa de natalidad no es muy superior a la de mortalidad, con lo que el
crecimiento vegetativo de la población es reducido, e incluso puede llegar a ser
nulo o negativo.
3
Gráfico 2.
FUENTE: Estadísticas históricas de España. Siglos XIX y XX. Fundación BBVA
El proceso de transición de un estado a otro ha tenido en España, como en todos
los países occidentales, una duración muy larga, secular. Lo que ha distinguido a
España ha sido la tardanza: la modernización demográfica se inició en los últimos
años del siglo XIX, con muchas décadas de retraso respecto a las naciones más
avanzadas. En todo caso, desde entonces los progresos en la lucha contra la
muerte fueron casi continuados: la gripe de 1918 e incluso la Guerra Civil sólo
detuvieron momentáneamente la caída tendencial de la tasa de mortalidad; desde
la década de 1960 se ha estabilizado e, incluso, ha repuntado ligeramente en los
últimos años como consecuencia del progresivo envejecimiento de la población.
En cuanto a la tasa de natalidad, España no se ha apartado en líneas generales
del patrón común de la transición demográfica, según el cual la natalidad se ajusta
con retraso al descenso de la mortalidad. Si hubiera que destacar algún
comportamiento particular, éste sería que la natalidad siguió con celeridad el
movimiento de la mortalidad; lo cual implicó que España, a diferencia de la
mayoría de países, no experimentó un gran crecimiento demográfico en las
primeras etapas del proceso de modernización; cuando lo conoció fue, como todo
el mundo occidental, en los años 1950 y 1960 (el baby boom de la segunda
postguerra mundial, en el contexto de la llamada edad dorada). Con la llegada de
la actual democracia, y el fin de los años dorados de crecimiento, se produjo una
pronunciadísima caída de la tasa de natalidad que ha representado la última y
definitiva etapa del proceso de transición demográfica.
4
España no ha experimentado, en definitiva, ninguna explosión
demográfica. La transición demográfica comenzó con retraso, ha sido
bastante lenta (un siglo) y ha acabado abruptamente, dejando la tasa de
crecimiento vegetativo a niveles internacionalmente muy bajos.
Otros aspectos a destacar, que resumen la evolución demográfica registrada en el
último siglo, son los siguientes. En primer lugar, la esperanza de vida al nacer
se situaba todavía por debajo de 30 años en la década de 1880; ascendió a 50
años en vísperas de la Guerra Civil, a 70 en 1960 y ha llegado a 78 años al
finalizar el siglo XX.
Un segundo indicador de transición y modernización
demográficas es el índice sintético de la fecundidad: la generación de mujeres
nacidas en los años 1870 tuvo 4,7 hijos por mujer; la generación de mujeres
nacidas en los años 1920 redujo su descendencia a 2,5 hijos, y la de mujeres
nacidas en la década de 1960 a 1,2 hijos. Otro indicador de cambio demográfico,
muy directamente relacionado con las variaciones a largo plazo de la renta per
capita, es la estatura media de la población: la estatura de los reclutas ha
pasado de 162,6 centímetros para los nacidos en 1875 a 175,1 para los nacidos
en 1980.
EL CAPITAL HUMANO
La España del siglo XIX se caracteriza por unos bajísimos niveles de formación de
capital humano, lo que lastró gravemente su desarrollo económico y tuvo mucho
que ver con la situación de atraso económico relativo en que se mantuvo el país
hasta la segunda mitad del siglo XX. En el gráfico se observa que, a mediados del
siglo XIX, la población no escolarizada –lo que venía a ser equivalente a
analfabeta– representaba una gran mayoría de la población (en torno al 75 por
ciento).
Aunque la situación fue mejorando en los decenios posteriores, en la última
década del siglo XIX y en la primera del XX tuvo lugar un retroceso. En la parte
final de la Restauración, durante la dictadura de Primo de Rivera y la Segunda
República se lograron progresos continuados, pero no espectaculares. Además,
hasta la Guerra Civil, la inversión en educación no consistía en otra cosa que en
proporcionar a la población los estudios más básicos: como puede advertirse en el
gráfico 3 la curva de la serie ‘sin estudios’ es la inversa de la curva de la serie ‘con
estudios primarios’.
5
Gráfico 3
FUENTE: Estadísticas históricas de España. Siglos XIX y XX. Fundación BBVA
La Guerra Civil y el franquismo significaron una ruptura con la dinámica
precedente, produciéndose una regresión e incrementándose las desigualdades
educativas.
La reducción del analfabetismo –y la simultánea mejora del nivel de
estudios de la población española– no ha sido un proceso continuo. Se
interrumpió durante la Restauración y dio un doloroso paso atrás durante
el primer franquismo. Únicamente las generaciones nacidas a partir de
1980 han obtenido un 100 por ciento de escolarización, entendiendo por
tal la permanencia en la escuela de todos los niños al menos entre los 5 y
los 15 años.
DESDE EL AÑO 1800 AL 2000
18,3 MILLONES DE HECTÁREAS
LAS TIERRAS DE CULTIVO HAN PASADO DE
11,4
A
A diferencia de la industria y del sector servicios, el sector agrario ha crecido
relativamente poco. La agricultura se ha modernizado profundamente, como lo
prueba que un número de ocupados en el sector actualmente cinco veces inferior
al existente un siglo y medio atrás produzcan cerca de cinco veces más bienes que
entonces. Sin embargo, el producto agrario se ha expandido con lentitud a lo largo
de los siglos XIX y XX, esencialmente a causa de la baja elasticidad de la
demanda. A medida que los españoles, al igual que los europeos a los que ha
podido abastecer la agricultura española, han ido aumentando sus niveles de
renta han consumido cantidades crecientes de productos no agrarios y sólo
marginalmente han incrementado su consumo de productos agrarios (al inclinarse
por alimentos superiores y de mayor calidad).
En el gráfico 4, las series correspondientes a los cultivos tradicionales evidencian
el débil impulso expansivo. La serie del mosto –materia prima de los productos
6
vitícolas – exhibe un claro estancamiento en el largo plazo. Casi lo mismo cabe
decir de las series de producción del trigo y el aceite –los otros dos cultivos de la
trilogía mediterránea clásica –, pues la tendencia ascendente es muy suave.
La serie de la producción de naranjas representa a los cultivos arbustivos que, aun
siendo también propios de la agricultura mediterránea, han significado una
agricultura más capitalizada, productiva y moderna que la de los sectores
tradicionales. El gráfico pone de relieve que la agricultura de los cítricos y demás
frutos conoció una gran expansión en el último cuarto del siglo XIX y el primero
del XX. Pero, posteriormente parece haber entrado en la misma dinámica de
estancamiento productivo que los sectores agrarios que le precedieron.
El maíz y la remolacha azucarera son dos cultivos representativos de la agricultura
de regadío. Su expansión ha venido determinada por la extensión de las tierras
regadas. Habiendo tenido lugar ésta básicamente tras la Guerra Civil, se explica
que haya sido en este período cuando se haya acrecentado más la producción. El
estancamiento final obedece más bien a la Política Agrícola Comunitaria (PAC).
Debe señalarse que en el caso del cultivo de la planta azucarera hubo una primera
época de esplendor, que transcurrió entre los últimos años del siglo XIX y 1936,
debida a la “nacionalización” de la producción consiguiente a la pérdida de las
colonias de las Antillas (Cuba).
En una perspectiva más que secular, la producción agraria ha crecido muy
poco. Incluso los productos históricamente más dinámicos, hace años
que han alcanzado su techo productivo. No obstante, la producción total
agraria (agricultura, ganadería y ), por poner un ejemplo, pasó de 71.000
millones de pesetas en 1950 a 3,9 billones de pesetas en 1990, sólo
cuarenta años después.
Un dato distinto a la producción, revelador de las magnitudes de la expansión
agrícola, es el de la superficie de la tierra agrícola. Del año 1800 a 2000 las tierras
de cultivo han aumentado de 11,45 a 18,30 millones de hectáreas. El máximo
registrado se alcanzó en 1931: 21,96 millones.
Gráfico 4
FUENTE: Estadísticas históricas de España. Siglos XIX y XX. Fundación BBVA
7
LA ECONOMÍA ESPAÑOLA SE INDUSTRIALIZA
En los siglos XIX y XX la economía española se ha industrializado, lo que significa
que el sector industrial ha crecido más deprisa que los demás sectores productivos
en un contexto de renta nacional creciente.
El gráfico 5 compara la evolución del índice de la producción industrial, en el eje
horizontal, con la evolución del precio relativo de los productos industriales (frente
al conjunto de los bienes y servicios medidos en PIB), ambos en logaritmos. Es
decir, un índice de cantidades contra un índice de precios relativos. Cada punto
en el gráfico está representado por el año al que corresponde. Sobresalen tres
grandes rasgos:
1) De 1850 a 1935, el crecimiento de la producción industrial se produjo con
precios relativos industriales estables.
2) De 1950 al año 2000, la producción industrial crece más, y lo hace con
precios relativos en continua reducción. Ello es indicio de que la industria
transfiere capacidad adquisitiva al resto de los sectores.
3) Durante los años 1936-1951, los precios relativos de la industria fueron
reprimidos, resultando inferiores a los que se hubiera podido esperar, lo que
provocó graves distorsiones en la asignación de recursos.
Gráfico 5
Precios relativos de la industria frente a la producción industrial, 1850-2000
FUENTE: Estadísticas históricas de España. Siglos XIX y XX. Fundación BBVA
8
El enorme crecimiento del producto industrial del último siglo y medio se
obtuvo a precios relativos constantes hasta la Guerra Civil y a precios
relativos decrecientes después de 1950. La autarquía constituye una
excepción a estas tendencias.
La aportación de la industria manufacturera al PIB condensa su importancia. En
1850 contribuía tan sólo al 13,61 por ciento del PIB; alcanzó su punto más alto en
1960, con el 30,93 por ciento, y, a continuación, inició un suave descenso hasta
situarse en el año 2000 en el 21,67 por ciento del PIB.
En cuanto a la energía, tiene interés subrayar que el precio del petróleo deflactado
por el deflactor del PIB nunca ha sido tan bajo como en 1998. Los actuales niveles
reales, en cambio, se pueden volver a comparar con los vigentes durante las
últimas crisis (entre 1975 y 1985).
SE MULTIPLICA EL USO DEL CEMENTO
Las tres primeras décadas del siglo XX, y muy particularmente los años
comprendidos entre 1914 y 1930, fueron de un gran dinamismo en el sector
constructor e inmobiliario. La tasa de urbanización de la población española dio un
salto adelante, y ello arrastró lógicamente la actividad de edificación de viviendas.
Esto, a su vez, empujó al alza la cuantía global de las hipotecas. Las obras
públicas también atravesaron una coyuntura boyante en el período de la Dictadura
de Primo de Rivera. Estos factores, en su conjunto, aumentaron notablemente el
consumo de cemento.
La Gran Depresión internacional iniciada en 1929 y, sobre todo, la Guerra Civil,
golpearon muy duramente al sector: todos los indicadores reflejan una contracción
muy aguda. Durante la posguerra, siguieron distintos caminos tras un fuerte
movimiento de recuperación inicial. Los primeros años de posguerra, durísimos en
muchos órdenes de la vida económica y social, fueron prósperos para el mundo
inmobiliario. La producción de cemento también creció sin descanso, pero esto fue
debido a las obras públicas y no a la construcción residencial.
Lo más sobresaliente del gráfico radica en el aparente divorcio entre la actividad
inmobiliaria y la constructora. La trayectoria de las series relativas a la venta de
fincas y a la contratación de hipotecas ha sido fuertemente alcista (con la
salvedad, en el segundo caso, de la interrupción de los años 1970, originada por
la crisis económica). En cambio, la trayectoria de las series de construcción de
viviendas y utilización de cemento ha estado dominada por la evolución cíclica y
no exhibe una tendencia claramente ascendente. En todo caso, la utilización de
cemento se ha acrecentado con gran vigor, pasando de 16 kilogramos por
habitante en 1901, a 90 en 1950, a 633 en 1974 y a 1.028 en 2001; es decir, la
utilización de cemento per capita se ha multiplicado a lo largo del siglo XX por un
factor 64, equivalente a una tasa media anual del 4,2 por ciento.
El gráfico 6 refleja los orígenes históricos de la actividad constructora e
inmobiliaria en España. Ésta ha crecido con enorme brío en el último medio siglo,
mientras que aquélla ha sufrido importantes fluctuaciones.
9
Gráfico 6
INDICADORES DE ACTIVIDAD CONSTRUCTORA E INMOBILIARIA,
1901-2000
100.000.000
10.000.000
1.000.000
100.000
10.000
1.000
Viviendas iniciadas en España
1996
1991
1986
Hipotecas (Registros)
1981
1976
1971
1966
1961
1956
1951
1946
1941
1936
Fincas enajenadas
1931
1926
1921
1916
1911
1906
1901
100
Viviendas iniciadas en Madrid
Consumo de cemento
FUENTE: Estadísticas históricas de España. Siglos XIX y XX. Fundación BBVA
Otros aspectos a destacar en este ámbito son la urbanización de la población y la
evolución del parque de viviendas. En los últimos dos siglos, la población casi se
ha cuadruplicado, pero la población de los municipios de menos de dos mil
habitantes ha pasado de cinco a tres millones. En cuanto al parque de viviendas,
en las tres primeras décadas del siglo XX creció con relativa lentitud: a una tasa
anual media del 1,1 por ciento (stock de viviendas en núcleos urbanos). La Guerra
Civil y el primer franquismo paralizaron la construcción residencial: el parque se
incrementó a un ritmo del 0,8 por ciento anual. En el período 1950-1981, que
abarca y corresponde en su casi totalidad a la época de las grandes migraciones
internas y del desarrollismo, el parque residencial aumentó al 2,8 por ciento
anual. Finalmente, en las dos últimas décadas del siglo (1981-2001), la expansión
se ha situado a medio camino entre la del primer tercio del siglo y la de la época
dorada del tercer cuarto del mismo: 1,7 por ciento anual. En lo que respecta al
uso del stock de viviendas, un hecho muy llamativo es la importancia que han
cobrado las viviendas principales no ocupadas: en 1950 ascendían a tan sólo
328.800 (5,5 por ciento del total), mientras que en 2001 se elevan a 6.552.700
(31,5 por ciento del total).
TRANSPORTES Y COMUNICACIONES
El ferrocarril revolucionó el sistema de transportes y comunicaciones a partir de la
década de 1860. Por rapidez, por comodidad y por su bajo precio era imbatible
para los sistemas de transporte tradicionales, a los que arrebató la mayor parte
10
del tráfico de pasajeros y mercancías a media y larga distancia. A finales del sigo
XIX y principios del XX, el volumen de viajeros transportados por ferrocarril era
inmensamente superior al de los viajeros transportados por buque, pese a que
este medio de transporte acogía a los españoles que emigraban al extranjero, a
Ultramar, y regresaban a la patria.
Desde la I Guerra Mundial, el ferrocarril ha dado muestras de su incapacidad por
atraer mayores volúmenes de viajeros, a medida que aumentaba la demanda de
otros servicios de transporte. En gran parte, los incrementos de la demanda han
sido de corta distancia y se han circunscrito a las zonas urbanas. Los transportes
públicos urbanos –tranvía, trolebús, metro y autobús– atendieron esa demanda,
tan pujante, desde fines del siglo XIX hasta mediados del XX, convirtiéndose en
los medios de transportes más solicitados. En 1910 transportaron a más de 100
millones de personas. Una década más tarde la cifra sobrepasó los 300 millones.
Un decenio después alcanzó los 700 millones, triplicándose esa cifra en los años
1950. A continuación, el automóvil se ha convertido en el medio de transporte
más utilizado.
Finalmente, el medio de transporte más moderno –el aéreo– ha emergido con
gran fuerza en las últimas décadas. Su despegue fue espectacular en los veinte
años comprendidos entre mediados de los años1940 y 1960, aunque hay que
tomar en consideración que partía de niveles ínfimos. Desde entonces, su
crecimiento ha tenido mucho menos brío pero ha sido más intenso y continuado
que el de cualquier otro sistema de transporte salvo, con toda probabilidad, el
automóvil. En 1996, el transporte aéreo movilizó a más de 100 millones de
viajeros.
Gráfico 7
FUENTE: Estadísticas históricas de España. Siglos XIX y XX. Fundación BBVA
11
Los modos de transporte de viajeros van cambiando. El gráfico 7 muestra la
emergencia y estancamiento del transporte ferroviario, del transporte marítimo y
del transporte urbano. El transporte aéreo aún está en plena expansión.
Entre los datos relativos a la evolución del parque de los distintos modos de
transporte, sobresalen los referentes al parque automovilístico. En el año 1900 en
España se matricularon 3 automóviles. En 1955 fueron 68 millares, alcanzándose
en 1973 un máximo de 719 millares, que no sería definitivamente superado hasta
1986. En los años finales del siglo XX la matriculación de vehículos casi alcanzó la
barrera de 2 millones.
La obra contiene también numerosos datos acerca de las comunicaciones. Por lo
que respecta a la telefonía se destaca que, pese a ser hoy en día un servicio
universal, no hace tanto que sólo disfrutaba de él el 10 por ciento de la población.
La barrera se superó en 1968. La del 1 por ciento había sido superada en 1931. Y la
del 1 por mil en 1908.
APERTURA ECONÓMICA
El grado de apertura comercial –definido como el valor de las importaciones y las
exportaciones dividido por el valor del PIB–- suele reflejar de manera elocuente
las menores o mayores posibilidades de progreso económico. El potencial de
crecimiento de la economía española, como el de la inmensa mayoría de
economías, ha dependido de su grado de exposición a la competencia exterior y
de la importancia que han tenido los mercados internacionales para sus sectores
productivos. Cuanto más abierta sea la economía, mayor tenderá a ser su
crecimiento.
Gráfico 8
FUENTE: Estadísticas históricas de España. Siglos XIX y XX. Fundación BBVA
12
Tal y como muestra el gráfico 8, en el muy largo plazo, España ha pasado por tres
períodos. En el primero, que da comienzo en 1850 y finaliza hacia 1895, la
economía española fue abriéndose paulatinamente, partiendo de unos niveles
extremadamente bajos (7-8 por ciento), propios de un país que ponía los mayores
obstáculos posibles a la entrada de productos extranjeros y tenía una escasa
capacidad exportadora.
El segundo período, que cubre prácticamente toda la primera mitad del siglo XX,
se caracteriza por un progresivo cierre, en parte buscado por los gobiernos
españoles y en parte causado por los avatares de la economía internacional: de un
grado de apertura que oscilaba en torno al 22-23 por ciento en los años
finiseculares, se pasó a unos niveles que se movían entre el 10 y el 15 por ciento
durante la primera mitad de los años 1930. Esta tendencia a la introversión
alcanzó su momento culminante después de la Guerra Civil, cuando España casi se
convirtió en autárquica (3-5 por ciento de apertura), lo que sumió al país en una
depresión económica monumental.
Desde los años 1950 hasta hoy la economía española se ha orientado hacia una
creciente apertura al exterior. En un cuarto de siglo, de 1950 a 1975 se dio un
gran paso adelante (del 7 al 25 por ciento), lo que contribuyó enormemente al
gigantesco crecimiento económico que tuvo lugar en esos años. Pero es
interesante reparar en que la orientación aperturista de esa época, del
desarrollismo franquista, simplemente restableció la situación existente antes de
la Guerra Civil en tiempos de normalidad.
España sólo pasó a ser una economía verdaderamente abierta, homologable con
las economías de su entorno, tras el acceso a la Comunidad Europea. En menos
de una década, el grado de apertura se ha incrementado en más de veinte puntos
porcentuales (30 por ciento en 1991-3; 54 por 100 en 2000), es decir, tanto como
lo hizo durante las casi cuatro décadas del franquismo y mucho más que los
avances registrados en cualquier otro período histórico anterior.
El paso de una economía cerrada a una economía abierta no ha sido
lineal. Los esfuerzos de apertura comercial del siglo XIX se vieron
frustrados en la primera mitad del XX por la autarquía. Afortunadamente,
la historia del último medio siglo es netamente positiva.
La exposición de la economía española a la competencia internacional registrada
en los últimos tiempos es más acusada si tomamos en cuenta sólo la producción
de bienes (es decir, si excluimos los servicios del PIB). De un grado de apertura
de los bienes comerciables situado en el 51 por ciento en 1973-75 (frente al 39
por ciento en 1898-1900), se ha llegado al 150 por ciento en 1999-2000.
Expresado en otros términos, si tomamos en cuenta el turismo, el grado de
apertura de la economía española se habría situado en 28 por ciento en 1975;
habría ascendido hasta el 34 por 100 en 1991-93, y, desde entonces, ha crecido
sin cesar hasta situarse en el 61 por ciento en el año 2000. Desde otra
perspectiva, cabe subrayar la extraordinaria importancia cobrada por el turismo.
La cuota de España en el turismo mundial (medida por el número de turistas)
alcanzó su máximo histórico ya en 1973: el 15,9 por ciento.
13
EL
SISTEMA BANCARIO OCUPA UNA POSICIÓN CENTRAL EN EL DESARROLLO
ECONÓMICO DEL PAÍS
La relación entre los depósitos bancarios y el PIB es una medida, entre muchas
otras, del nivel de desarrollo alcanzado por el sistema bancario. En este sentido, el
gráfico 9 resulta muy elocuente.
Gráfico 9
FUENTE: Estadísticas históricas de España. Siglos XIX y XX. Fundación BBVA
Hasta la I Guerra Mundial las entidades financieras españolas (bancos y cajas de
ahorro) se mantuvieron en un estado de incipiente desarrollo. Éste habría
comenzado en la década de 1870, tras un intento fallido de levantar un sistema
bancario moderno con la legislación de 1856. La gran expansión territorial del
Banco de España (incluido en el cálculo, al ser entonces un banco de capital
privado que ejercía como banco comercial además de cómo banco del Estado) en
las dos últimas décadas del siglo XIX, dio escasos frutos: el coeficiente se
mantuvo por debajo del 10 por ciento hasta 1898. A partir de este año, la guerra
de Cuba ocasionó una entrada masiva de capitales que acrecentó los depósitos
bancarios. Tampoco rindió resultados inmediatos la constitución de diversos
grandes bancos –el embrión del núcleo de la gran banca del siglo XX– en los años
iniciales del siglo XX: el coeficiente no despegó netamente del nivel del 10 por
ciento hasta 1915.
La historiografía económica ha defendido la idea de que la I Guerra Mundial
resultó en extremo favorable para la gran banca española, que se lanzó a la
formación de redes nacionales de sucursales. En el gráfico se aprecia con toda
claridad que, en efecto, con la guerra mundial se inició una larga era de expansión
14
prácticamente ininterrumpida en la ratio depósitos bancarios/PIB. El nivel de
bancarización de la economía española se acrecentó sin cesar: del 12 por ciento
en 1914 se pasó al 25 por ciento en 1923, y a más del 30 por ciento en vísperas
de la Guerra Civil. Lo cual expresa que el sistema bancario ocupó una posición
cada vez más central en el desarrollo económico del país. Es interesante observar
que la bancarización se aceleró en la parte final del período de mayor crecimiento,
en el segundo lustro de la década de 1960 y el primero de 1970.
Alcanzado ese punto culminante, se entró en un tercer período, caracterizado por
el reflujo. Se observa la misma evolución en otras magnitudes monetarias, como
la velocidad de circulación del dinero. Detrás de ello se hallan dos factores. Uno es
la inflación, que empuja al público a mantener menos ahorro en forma líquida.
Pero el principal factor explicativo es otro: la emergencia del Estado del bienestar,
que se produce con la llegada de la actual democracia. La población está menos
predispuesta a ahorrar, y menos aún a mantener el ahorro en saldos líquidos, al
tener derecho a percibir transferencias públicas por enfermedad, por desempleo y
por vejez.
El grado de bancarización ha crecido aceleradamente desde la Primera Guerra
Mundial hasta el final del desarrollismo. Después, con el advenimiento del Estado
del Bienestar, se ha moderado al no necesitar los españoles mantener tantos
ahorros permanentemente disponibles.
LOS
RESULTADOS DE LAS EMPRESAS CRECEN A UNA TASA ANUAL MEDIA DEL
3,5
POR CIENTO
Los beneficios de las empresas han seguido una evolución semejante a la de la
economía en su conjunto. Entre 1880 y 2000 el agregado de los excedentes se ha
multiplicado por un factor 62, esto es, a una tasa anual media del 3,5 por ciento.
Esta tasa es prácticamente equivalente a la registrada por la producción industrial,
y netamente superior a la del PIB (2,6 por ciento). La diferencia con esta última se
explica en buena medida por la creciente importancia de la renta generada por las
empresas constituidas en forma de sociedad anónima y la correlativa pérdida de
significación de las rentas mixtas (capital-trabajo). Acaso sean más destacables
las diferencias entre ambas trayectorias en algunas coyunturas o períodos que el
paralelismo que exhiben en el largo plazo.
15
Gráfico 10
FUENTE: Estadísticas históricas de España. Siglos XIX y XX. Fundación BBVA
El primer episodio sobresaliente ocurrió en los años a caballo entre los dos siglos,
el llamado ‘auge finisecular’. Fueron unos años extraordinariamente prósperos
para la empresa española, que dieron frutos muy importantes y perdurables en
forma de fundación de nuevas empresas de gran dimensión que, en bastantes
casos, ocuparon durante décadas una posición de liderazgo en sus sectores.
La I Guerra Mundial también ofreció la oportunidad de obtener grandes y
extraordinarios beneficios, gracias a la neutralidad española. Y los años veinte
fueron verdaderamente los ‘felices años veinte’ desde la perspectiva de la
rentabilidad empresarial. Durante la primera mitad de los treinta se torció la
situación, pero no tanto como en muchas ocasiones se ha afirmado. La depresión
económica internacional y la crisis interna provocada por la instauración de la
Segunda República y por las reacciones suscitadas por las políticas que llevaron a
cabo los distintos gobiernos republicanos arruinaron las expectativas de los
empresarios e inversores y contrajeron los beneficios. Pero no de forma
desastrosa.
Finalizada la Guerra Civil, los resultados empresariales se recuperaron con
prontitud. He aquí una diferencia muy significativa con el curso que siguió la
actividad económica. Mientras que ya en 1944 los beneficios superaron el nivel de
1935, el PIB no alcanzó ese nivel hasta 1951. A continuación, en la década de
1950 los excedentes de las empresas y el PIB crecieron con gran vigor. Pero en la
década siguiente se produjo un nuevo desencuentro: mientras la actividad
económica aceleraba el ritmo, la cuenta de resultados de las empresas daba
señales de agotamiento. La explicación parece radicar en que, con las medidas de
liberalización y apertura económicas que siguieron al Plan de Estabilización de
1959, junto con el propio desarrollo económico, las empresas del país se
enfrentaron a una mayor competencia, que redujo sus márgenes de beneficio.
16
Desde el impacto de la crisis del petróleo de 1973, la evolución de los resultados
de las empresas ha estado dominada por los ciclos económicos. Cabe decir que el
perfil de la serie refleja de manera exagerada el perfil de la serie del PIB. Esto es
así porque las crisis (la larga recesión de 1975-85 provocada por el doble shock
del petróleo y los problemas de la transición política, y la crisis de 1991-93) han
tenido un impacto muy negativo en la cuenta de resultados de las empresas.
Los resultados de las empresas crecen secularmente, aproximadamente
como el PIB, pero también sufren caídas importantes. Sobresalen por su
dinamismo el auge finisecular y la época de industrialización sustitutiva
de importaciones (los años cincuenta). Destaca el buen comportamiento
de los resultados empresariales durante la autarquía, pese al
estancamiento económico.
INNOVACIÓN Y PATENTES
En términos históricos, y para todos los países estudiados, una medida eficaz para
evaluar la innovación técnica y el cambio tecnológico reside en las patentes. Tiene
la ventaja sobre otros indicadores de que los registros históricos son continuos y
muy antiguos. En España arrancan en 1820, con la primera legislación que
instauró el sistema de patentes.
Gráfico 11
FUENTE: Estadísticas históricas de España. Siglos XIX y XX. Fundación BBVA
Las series representadas en el gráfico 11 revelan un fuerte crecimiento de la
actividad innovadora entre 1840 y 1860, en lo que corresponde a la etapa de
arranque de la industrialización. Tras un brusco frenazo en la década de 1870, que
17
es perfectamente explicable por los problemas sufridos por los principales sectores
industriales en esos años, se reanuda el crecimiento de las patentes, pero a menor
ritmo que en las décadas iniciales, lo cual concuerda con el avance más lento de la
industrialización en ese período. En el gráfico destaca el hundimiento resultante de
la Guerra Civil y la autarquía. Asimismo, se aprecia con toda claridad el nuevo
impulso que ha cobrado la innovación tecnológica en la segunda mitad del siglo
XX, con la salvedad de la década de crisis de 1975-85.
La comparación entre ambas series pone de relieve dos cosas: 1) el predominio de
las patentes solicitadas desde el exterior del país, especialmente en los períodos
de mayor crecimiento y apertura económicos; 2) el papel más destacado de los
técnicos y empresarios nacionales (o de los extranjeros afincados en el país) en
las etapas de aislamiento y más adversas para el crecimiento económico.
Las patentes, incluso si las medimos en unidades registradas, reflejan
fielmente la actividad innovadora, tanto en su intensidad como en la
actitud frente a la inversión extranjera: mayor apertura (1880-1930 y
1970-2000) o mayor cierre (1840-1870 y 1950-1960).
SECTOR PÚBLICO Y ESTADO DE BIENESTAR
El Estado ha tenido históricamente un pequeño tamaño con respecto a la
economía. Como pone de manifiesto la serie del gasto público en relación al PIB,
el Estado sólo ha adquirido un peso económico verdaderamente significativo con la
democracia actual. Con anterioridad, tuvo una significación macroeconómica
menor y muy estable (entre el 10 y el 15 por ciento del PIB), salvo en los años
que siguieron al fin de la Guerra Civil, cuando el régimen franquista mantuvo
España en pie de guerra.
Gráfico 12
FUENTE: Estadísticas históricas de España. Siglos XIX y XX. Fundación BBVA
18
La escasa relevancia del gasto público explica que el Estado no haya cumplido,
hasta fechas recientes, el papel de proveedor de bienes públicos preferentes.
Durante el siglo XIX el Estado proporcionó casi exclusivamente bienes públicos
puros, como defensa, seguridad y justicia. En el primer tercio del siglo XX
comenzó a gastar en bienes sociales, como la educación. Pero no fue hasta la
década de 1960 cuando aumentó significativamente el gasto en ese tipo de
bienes, con la extensión de la sanidad pública, el gasto en vivienda social, etc. De
representar tan sólo algo más del 1 por ciento del PIB –y algo menos de tan
ínfima proporción antes de la Segunda República– pasó a absorber el 3 por ciento
del PIB. Al instaurarse la democracia, el gasto social del Estado aumenta muy
significativamente y representa una fracción creciente del PIB, pese a que desde
el comienzo de los años 1980 se traspasan grandes capítulos de ese gasto a las
Comunidades Autónomas.
El reducido nivel que ha tenido tradicionalmente el gasto del Estado español no ha
evitado que éste haya incurrido de manera casi permanente en déficit fiscal. El
sistema tributario instaurado en 1845 por los liberales no proporcionó los recursos
necesarios para mantener en equilibrio las finanzas públicas. El déficit público tuvo
un carácter estructural: como evidencia el gráfico, en raras ocasiones se consiguió
saldar los presupuestos sin déficit.
Solamente en 29 de los 150 años
comprendidos entre 1850 y 2000 los presupuestos se han cerrado sin déficit.
La insuficiencia financiera crónica acarreó graves problemas a la Hacienda pública.
Durante un siglo el stock de Deuda pública viva representó, en promedio, el 90
por ciento del PIB durante 1850-1935.Como muestra el gráfico, durante un siglo
el stock de Deuda pública viva representó casi siempre más –generalmente,
mucho más– del 60 por ciento del PIB (España habría incumplido durante un siglo
el criterio de convergencia nominal fijado en el Tratado de la Unión Europea y en
el Pacto de Estabilidad). La carga financiera resultó tan pesada que obligó a los
gobiernos españoles, en repetidas ocasiones, a tomar medidas drásticas y
unilaterales de reestructuración de la Deuda, lo que tuvo serias repercusiones
negativas para la propia Hacienda pública y para la economía española. Este
problema perdió importancia durante el franquismo (como media, el 38,5 por
ciento del PIB), tanto porque el Estado recurrió a formas de financiación no
ortodoxas para financiar su exceso de gasto como porque la inflación laminó el
valor real de la Deuda viva. En la democracia actual, ha reaparecido el
endeudamiento público al dispararse el gasto, pero no ha adquirido proporciones
tan preocupantes como en el pasado (repárese en que la carga financiera ha
crecido poco en relación al fuerte incremento del gasto social y del gasto público
total).
El Estado liberal del siglo XIX y primera mitad del XX era pequeño
respecto al PIB, pero sufría de crónica escasez de recursos y de un
endeudamiento muy preocupante. En el último tercio del siglo XX se ha
pasado a un Estado más social, sin que la movilización de recursos
financieros haya representado una rémora insuperable para las finanzas
públicas.
19
EN ESPAÑA,
EL
72
POR CIENTO DE LOS GOBIERNOS HAN DURADO MENOS DE UN
AÑO
La estabilidad de los gobiernos es una medida de la eficacia del sistema político.
Aunque esa estabilidad tiene una significación distinta en un régimen democrático
y en uno no democrático, es indudable que el grado de eficacia de la acción
gubernamental depende de la duración de los gabinetes. Un Consejo de Ministros
que tenga una vida efímera difícilmente podrá desarrollar un programa de
gobierno coherente.
Gráfico 13
FUENTE: Estadísticas históricas de España. Siglos XIX y XX. Fundación BBVA
El gráfico 13 es sumamente elocuente y aleccionador. Considerando la totalidad
de la época contemporánea (1808-2000), España ha padecido una gran
inestabilidad política: el 72 por ciento de los Gobiernos han tenido una duración
inferior a un año, y más de la mitad (54 por ciento) no han sobrevivido a los seis
meses de su constitución.
Pero en tan largo período sobresale una diferencia básica entre dos eras históricas
cuya línea de división es la Guerra Civil. Durante el franquismo, el país ‘gozó’ de la
mayor estabilidad política, obviamente propiciada por la propia naturaleza
autoritaria del régimen. Mayor mérito cabe atribuir a la democracia actual, que ha
conseguido un grado de estabilidad política altísimo.
La inestabilidad política dominó durante el período 1808-1939. El primer tercio del
siglo XIX no fue mucho más estable que los períodos posteriores, pese a que en la
mayor parte del primero hubo un régimen autocrático (reinado de Fernando VII).
El intervencionismo del Ejército y de la Corona en la vida pública durante el siglo
XIX y primer tercio del XX impidió que los Gobiernos tuvieran larga duración.
20
Es destacable que las primeras experiencias democráticas se tradujeran en
inestabilidad política extrema. Durante el Sexenio Revolucionario (1868-1874),
casi la mitad de sus veinte gobiernos duraron menos de tres meses, y sólo uno
superó un año de permanencia. Durante la Segunda República, sólo dos de sus
veinticuatro gobiernos lograron más de un año de supervivencia, mientras que el
70 por ciento se disolvieron antes de los tres meses. Estos simples datos iluminan
el fracaso de ambos regímenes políticos.
El tránsito del Antiguo Régimen al liberalismo y a la democratización ha
sido políticamente costoso. Los gobiernos han durado muy poco. El
franquismo rompió esta inercia, y la nueva democracia ha logrado
mantener la estabilidad política, necesaria para la eficacia de la acción de
gobierno.
La obra recoge también la evidencia cuantitativa existente sobre el tamaño de las
Administraciones públicas y distintas realidades relacionadas, como la población
reclusa e incluso el número de sacerdotes. En 1837 había 72.000 empleados de la
Administración Central; en el año 2000 ascendían a 640.000, y las Comunidades
Autónomas empleaban a 689.000 más. En 1976 el sector público empleaba al 11
por ciento de los asalariados varones y al 10 por ciento de las mujeres; en 2001
las proporciones han subido al 13 y al 21 por ciento, respectivamente.
En el año 2000, la Comunidad Autónoma con más empleados públicos era
Andalucía, con 188.324 –el 27,3 por ciento del total–, pero la proporción más alta
sobre la población total se daba en la Comunidad Foral de Navarra con un 3,24
por ciento (18.033 empleados públicos). En 1999, Andalucía también lideraba la
clasificación de empleados públicos al servicio de las Administraciones Locales, con
94.352 personas–un 18,7 por ciento del total–, pero era Extremadura la
Comunidad con mayor proporción sobre la población total: 2,53 por ciento
(26.471 empleados).
Por otro lado, en 1858 había 43.661 sacerdotes diocesanos y en 2000 el número
se había reducido a 19.825 (cuando la población total, en cambio, se había
multiplicado por 2,5). En 1856 la población reclusa ascendía a 19.332 personas;
en 2001, a 46.577. El máximo se alcanzó tras la Guerra Civil, a finales del año
1939, con 270.710, y el mínimo a finales de 1975, tras la amnistía declarada por
el Rey Juan Carlos, con 8.440.
ELECCIONES Y POLÍTICA
El régimen electoral español ha sufrido grandes cambios a lo largo de los siglos
XIX y XX, que se reflejan en el gráfico 14. La distinción más elemental que cabe
hacer está entre los sistemas políticos representativos y no representativos. En las
épocas absolutistas de Fernando VII y en las dictaduras de Primo de Rivera y
Franco no hubo, lógicamente, elecciones libres, y por ello aparecen en el gráfico
como segmentos en blanco.
21
Gráfico 14
FUENTE: Estadísticas históricas de España. Siglos XIX y XX. Fundación BBVA
La segunda distinción, básica, entre los sistemas políticos representativos se
refiere a la población titular del derecho de voto. Al comienzo, el régimen liberal
no era plenamente democrático, en el sentido de que el cuerpo electoral quedaba
restringido a una porción más o menos reducida de la población adulta. Tuvo que
transcurrir mucho tiempo –en España, y en todos los países occidentales– para
que el derecho de voto se extendiera a todos los varones adultos y, finalmente,
comprendiera también a las mujeres adultas (el propio concepto de ‘adulto’ fue
variando: tradicionalmente se situó en mayores de 25 años, y ha tendido a
rebajarse con el tiempo (con algunos vaivenes), hasta quedar fijado en mayores
de 18 años desde las elecciones de 1979.
Durante el primer tercio del siglo XIX, las dos primeras experiencias de régimen
liberal (Cortes de Cádiz y Trienio Constitucional) tuvieron un carácter fuertemente
representativo, en correspondencia con su carácter revolucionario: sufragio
masculino universal. Instaurado y consolidado el régimen liberal, en el reinado de
Isabel II, el sistema electoral se convirtió en algo que concernía exclusivamente a
elites sociales muy reducidas: los hombres pertenecientes a una muy minoritaria
clase media y alta (que representaban entre el uno y el cinco por ciento de la
población). El Sexenio Revolucionario (1868-1874) extendió el derecho de voto a
todos los varones adultos. Con la llegada de la Restauración se reestableció el
voto censitario; por poco tiempo, pues en 1891 los dos grandes partidos optaron
por reinstaurar el sufragio masculino universal. No habría vuelta atrás, excepto,
claro está, en los períodos de regímenes dictatoriales. España tomaba la delantera
a otros países europeos, que tardaron bastante más tiempo en dar ese paso.
El siguiente avance se produciría en la Segunda República, cuando la mayoría
parlamentaria de centroizquierda aprobó en 1933 el sufragio universal para
22
hombres y mujeres (mayores de 23 años), lo que supuso extender el derecho de
voto al 54-55 por ciento de la población total.
En la democracia actual los derechos políticos han alcanzado a una proporción
muy mayoritaria, y creciente, de la población total (del 65 al 84 por ciento),
debido a que se ha reducido la mayoría de edad legal y política, y a que la
población ha ido envejeciendo.
El gráfico también muestra el porcentaje de electores que han ejercido su derecho
de voto. No se advierten significativas diferencias entre los distintos sistemas
electorales. La participación se ha situado, en promedio, en el 65 por ciento, y no
se observan grandes desviaciones respecto a dicho porcentaje entre los distintos
períodos. En todo caso, cabe destacar que, desde este punto de vista, el Sexenio
Revolucionario cosechó un relativo fracaso –mínimos registros históricos de
participación del 40 y el 47 por ciento–, mientras que la democracia actual ha
tenido éxito: los máximos niveles de participación se han dado en algunas de las
elecciones celebradas desde 1977 (78,8 por ciento en este año; 80 por ciento en
1982).
El desarrollo de la democratización en España coincide con la difusión del
sufragio político. España ha tenido experiencias muy tempranas de
sufragio universal masculino, pero no han sido irreversibles; se han
intercalado con períodos de sufragio censatario o de dictadura. La actual
democracia española está logrando un alto nivel en el porcentaje de
electores y votantes gracias a la reducción de la edad de voto y al
envejecimiento del censo electoral.
TRABAJO Y RELACIONES LABORALES
A partir de 1905 disponemos de datos estadísticos oficiales sobre la conflictividad
laboral (número de huelgas, de huelguistas y de jornadas perdidas por huelga).
El gráfico 15 permite identificar las coyunturas de mayor conflictividad laboral.
Para hacer comparables los datos, se ha referido la conflictividad a la población
existente en cada momento (como aproximación a la variable más apropiada, la
población ocupada).
23
Gráfico 15
FUENTE: Estadísticas históricas de España. Siglos XIX y XX. Fundación BBVA
La conflictividad se disparó con la I Guerra Mundial, hasta alcanzar el máximo
histórico. La contienda perjudicó a los asalariados, debido a que la intensa
inflación redujo gravemente su salario en términos reales. En este contexto, se
produjeron las dos primeras huelgas generales en España. La crisis de posguerra
(1919-21) empeoró todavía más la situación, al generar un alto nivel de paro.
El segundo momento de gran conflictividad laboral tuvo lugar entre 1930 y 1936
(1934 en los datos), a raíz de la depresión económica y la inestabilidad políticosocial vivida durante la Segunda República. El movimiento huelguístico se
intensificó en 1933-34 con diversos conflictos de carácter revolucionario (y, de
nuevo, en 1936).
Tras la Guerra Civil se suprimieron las huelgas, además de prohibirse la actividad
de los sindicatos. Pese a ello, la conflictividad acabó brotando en los años 1960,
como resultado del marco establecido por la ley de convenios colectivos y el
decreto de conflictos colectivos de trabajo.
La salida del franquismo condujo a una verdadera explosión de la conflictividad
laboral. El movimiento huelguístico se intensificó enormemente como
consecuencia de que los trabajadores se sentían acreedores a mejoras salariales y
laborales que no habían podido obtener durante la dictadura y, asimismo, se
movilizaron de manera defensiva para protegerse de las dificultades planteadas
por la crisis que golpeó duramente a la economía española en esos años, con su
corolario de amenazas de cierres y despidos masivos.
En 1988 se produjo un repunte de la conflictividad (huelga general), en un
contexto radicalmente distinto, de fuerte expansión económica, merced a la
incorporación de España a la Comunidad Europea. Los sindicatos imponen un ‘tour
24
de force’ al gobierno del PSOE para forzarle a que distribuya los frutos del
crecimiento entre los asalariados.
La década de 1990 se caracteriza por una marcada reducción de la conflictividad,
lo que se relaciona, en primer lugar, con el aumento de la precariedad laboral y la
situación de relativa indefensión de una proporción creciente de los trabajadores.
En segundo lugar, la creciente estabilidad macroeconómica ha rebajado
notablemente la presión reivindicativa de los asalariados.
Un siglo de actividad huelguística ha dejado cuatro huellas muy precisas
en la historia de las relaciones laborales: los años 1919-1921, el año
1934, y los años de la transición a la democracia (1975-1979) son, por
este orden, los momentos más conflictivos. La cuarta huella es la del
franquismo, cuando las huelgas estuvieron prohibidas.
Entre las múltiples series contenidas en la obra referidas a distintas facetas del
mercado laboral, cabe subrayar los datos sobre la duración de la jornada laboral.
Entre 1870 y 1899, la jornada media semanal de trabajo de la población obrera
era de 64,8 horas; en 1914, de 53,6; y en 1930, de 45,8. En el caso de la
población obrera industrial agrícola, en 1959 era de 44,2 horas; en 1975, de
42,7; y en 2000, de 36,1.
CONSUMO Y PRECIOS
La historia de los precios en la España contemporánea se divide en dos partes de
distinta duración temporal. La línea divisoria se sitúa en la Guerra Civil.
Gráfico 16
FUENTE: Estadísticas históricas de España. Siglos XIX y XX. Fundación BBVA
25
El primer período se caracteriza por una gran estabilidad de los precios en el
medio y largo plazo (no en el muy corto plazo, en las variaciones interanuales);
así, a lo largo del siglo XIX no hay inflación. La I Guerra Mundial fue un episodio
de intensa inflación. Pero, terminado el conflicto se volvió a la estabilidad de
precios tradicional. De modo que la I Guerra Mundial tuvo un efecto escalón en la
evolución a largo plazo de los precios.
La Guerra Civil trastocó completamente la dinámica anterior. Con ella España
entró de lleno en un sistema monetario puramente fiduciario. La emisión de dinero
quedó en manos del Gobierno, que utilizó ampliamente este recurso para financiar
el gasto público. Como consecuencia, la inflación se disparó –con más intensidad
en los años de débil crecimiento (la década de 1940, con una inflación media
anual del 11,5 por ciento) que en los de fuerte expansión (las décadas de 1950 y
1960, con tasas de aumento anual de los precios de 5,1 y 6,3 por ciento,
respectivamente). La crisis económica de la década de 1970 y principios de la
siguiente empujó a los gobiernos a recurrir con más asiduidad e intensidad al
impuesto inflacionista. Los precios se incrementaron a un ritmo del 14,2 por ciento
anual entre 1970 y 1985.
La desaceleración de precios llegó finalmente con la entrada de España en la
Comunidad Europea: entre 1986 y 2000 la inflación media anual se ha situado en
el 4,4 por ciento. Al reducirse drásticamente las barreras al comercio e
intensificarse en consecuencia la competencia, los sectores productores de bienes
comerciables atemperaron las subidas de precios de sus productos. Las
autoridades monetarias se orientaron decididamente hacia políticas monetarias
cada vez más atentas al control de la inflación. La definitiva independencia del
Banco de España en la formulación de la política monetaria (1994) y el acceso de
España a la moneda única europea (1999) dan cuenta de los logros en el proceso
de desinflación de los últimos años. En conjunto, entre 1939 y 2000 los precios se
han multiplicado por un factor 155, lo que equivale a una tasa de inflación media
del 8,6 por ciento.
La historia de los precios al consumo se resume en un siglo de estabilidad
completa (1830-1936, con la excepción de 1914-1920), y dos tercios de
siglo de inflación. Afortunadamente, España ha podido domesticar la
inflación sin haber tenido que pasar por la pesadilla de una hiperinflación.
La obra se ocupa también, y muy ampliamente, del consumo. A título de
ilustración, se puede señalar que de 1954 a 2000 el consumo privado por
habitante en pesetas constantes de 1999 se ha multiplicado por 3,88 veces
pasando de 369.443 a 1.434.173 pesetas. En cuanto a los cambios habidos en los
presupuestos familiares, en el año 1830 la alimentación concentraba el 69,4 por
ciento del gasto de las familias. El vestido y el calzado, la vivienda y los gastos del
hogar se llevaban todo el resto, dejando sólo el 3,3 por ciento disponible para
otros gastos. En 2000, la alimentación ya sólo representaba el 22 por ciento, y los
‘otros gastos’ ascendían al 49,9 por ciento. Curiosamente, los epígrafes de vestido
y calzado, vivienda y gastos del hogar se han mantenido muy estables, pasando
del 27,3 por ciento de 1830 al 28,1 por ciento en el año 2000.
26
RENTA Y RIQUEZA
La serie de PIB de 1850 al 2000 es el indicador que sintetiza el crecimiento
económico español y, a la vez, el instrumento de comparación para muchas otras
variables.
Gráfico 17
FUENTE: Estadísticas históricas de España. Siglos XIX y XX. Fundación BBVA
Gracias a esta serie sabemos que el PIB español creció con regularidad entre
mediados del siglo XIX y el estallido de la Guerra Civil; cayó con la guerra y se
recuperó lentamente, volviendo a sus valores de preguerra ya entrado el decenio
de 1950; y progresó intensamente desde entonces, con algunos vaivenes en las
tasas de crecimiento que no han llegado a interrumpir la trayectoria positiva.
El PIB ha crecido 40 veces en 150 años (1850-2000), pasando en precios
constantes de 2 a 80 billones de pesetas; y el PIB per cápita se ha
multiplicado 15 veces en el mismo período, pasando de 137.000 a
2.027.000 pesetas por habitante. Este éxito productivo no nos ha
permitido converger con los países más avanzados, pero nos ha
asegurado la prosperidad material, a diferencia de lo que sucede en la
mayor parte del mundo. Hemos aprendido de los episodios más negativos
(la Guerra Civil y la autarquía) y nos hemos ‘blindado’ contra estos
riesgos.
Las desigualdades económicas territoriales han merecido siempre un gran interés
en el ámbito de la economía política, y muy particularmente en el de las políticas
públicas. España no dispone de una buena contabilidad regional hasta la segunda
mitad del siglo XX, aunque ha habido contribuciones recientes que han extendido
los cálculos hacia el período anterior a la Guerra Civil, e incluso al siglo XIX. Según
27
las estimaciones existentes para tan largo período, durante el siglo XIX y la
primera mitad del XX se ahondaron las diferencias en renta per cápita existentes
entre las distintas Comunidades Autónomas hacia 1800.
Basándose en las estimaciones más recientes, el gráfico 18 exhibe cómo ha
evolucionado un indicador sintético del nivel de desigualdad en la renta familiar
disponible de las distintas Comunidades Autónomas desde 1930. Se aprecia que
entre 1930 y 1950 no hubo convergencia regional. Pero a partir de entonces y,
cuando menos, hasta el último lustro del siglo XX, ha tenido lugar un notable
proceso de convergencia, especialmente en las tres décadas comprendidas entre
1955 y 1985. Esta fuerte disminución de las disparidades regionales ha sido
originada por el gran crecimiento económico ocurrido en el período, que ha
ocasionado masivos movimientos migratorios. Al abandonar la población los
territorios menos desarrollados y trasladarse a los más dinámicos, las diferencias
regionales en renta familiar y per capita se redujeron sensiblemente. En las dos
últimas décadas esa fuerza de igualación se ha agotado, pero ha sido en parte
reemplazada por la acción redistribuidora del Estado.
Gráfico 18
COEFICIENTE DE VARIACIÓN DEL PIB PER CÁPITA
Y DE LA RENTA FAMILIAR DISPONIBLE P. C. DE
LAS COMUNIDADES AUTÓNOMAS, 1930-2000
0,40
0,35
0,30
0,25
0,20
0,15
PIB c. f. per cápita
00
95
20
90
19
85
19
80
19
75
19
70
19
65
19
60
19
19
55
50
19
45
19
40
19
35
19
19
19
30
0,10
Renta familiar disponible per cápita
FUENTE: Estadísticas históricas de España. Siglos XIX y XX. Fundación BBVA
Antes de 1950 no hubo proceso de convergencia real entre las Comunidades
Autónomas, sino todo lo contrario. A partir de entonces, especialmente entre 1955
y 1985, se redujeron notablemente las disparidades económicas regionales en
renta per cápita, al conjugarse crecimiento económico con intensos movimientos
migratorios internos.
Entre los datos elocuentes referentes a otras variables seriadas en el capítulo
cabe entresacar los relativos a la distribución personal (familiar) de la renta. Entre
28
1970 y 1996 el porcentaje de la renta recibida por el diez por ciento de hogares
más ricos descendió del 40,76 por ciento al 28,23 por ciento. En cambio, todas las
demás decilas mejoraron, siendo el aumento proporcional más importante el de la
decila más pobre, que más que dobló sus ingresos, pasando del 1,44 por ciento al
2,99 por ciento. También parece oportuno hacer mención a la evolución de un
indicador, elaborado por una agencia de Naciones Unidas, que recientemente se
ha presentado como alternativo al de la renta: el Índice de Desarrollo Humano
(IDH). En 1850 el IDH de España era 0,227. En el año 2000 es de 0,913.
Respecto a los Estados Unidos esto representa pasar del 48,2 por ciento de su
IDH al 97,2 por ciento.
Si desea más información, puede ponerse en contacto con el Departamento de
Comunicación de la Fundación BBVA (915 376 615 y 944 874 479)
29