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LA INFLUENCIA DEL PANTEÍSMO DE H. D. THOREAU EN EL ECOLOGISMO ACTUAL Fco. Javier Irisarri Vázquez Licenciado en filosofía por la Universidad de Santiago de Compostela (España). Actualmente es doctorando e investigador en la facultad de filosofía de la USC, en el departamento de Filosofía y Antropología Social, estudiando los orígenes del pensamiento ecologista. “Díjose entonces Dios: <<Hagamos al hombre a nuestra imagen y a nuestra semejanza, para que domine sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, sobre los ganados y sobre todas las bestias de la tierra y sobre cuantos animales se mueven sobre ella>>” (Gen. 1, 26). Este sencillo ejemplo bíblico sirve para mostrar la concepción de la naturaleza que, durante dos mil años, rigió Occidente. La primera impresión de muchos es que esta postura cambió con los movimientos ecologistas de los años 60 y 70, pero es preciso revisar está creencia generalizada para escapar de peligrosos tópicos. Sólo así podrá saberse de donde procede realmente una de las corrientes de pensamiento que más influye actualmente. Por eso, lo primero que debemos preguntarnos es cómo y cuándo cambió la visión peyorativa que el hombre occidental tenía tradicionalmente de la naturaleza. Esta comunicación tratará de arrojar un poco de luz sobre esta importante cuestión y acercarnos al origen del ecologismo. Lo primero que debe advertirse es que una revisión histórico-filosófica del pensamiento ecologista permite encontrar los antecedentes del mismo ya en el siglo XIX. Claro que en esta época la protección del medioambiente se denomina conservacionismo, movimiento que surge en la segunda mitad de este siglo y cuya finalidad era la conservación de paisajes de excepcional belleza natural. En principio se trata de una corriente de pensamiento pasiva que, sólo a partir de mayo del 68, se ira transformando en un movimiento de corte más activista que terminará denominándose genéricamente como ecologismo. El conservacionismo como tal puede decirse que aparece oficialmente en EEUU en 1872, año en que se crea el Parque Nacional de Yellowstone en ese país. Éste no sólo es el primer Parque Nacional del mundo, sino la primera vez que un Estado protege un territorio con el único fin de conservar las riquezas naturales del mismo. Este modelo de protección medioambiental será el que se siga desde entonces en el resto del mundo hasta hoy día. La figura del Parque Nacional representa para el conservacionismo, e incluso para el ecologismo, el máximo logro político y conservador que puede alcanzar su movimiento. Pero, como pasa con los grandes logros, el modelo proteccionista de Parque Nacional no apareció de un día para otro. Durante mucho tiempo la idea de proteger un espacio natural con el único fin de conservarlo sin más para generaciones presentes y futuras fue una utopía. Pero hubo tres ingenieros forestales que lucharon porque fuese realidad: J. Muir, G. Pinchot y A. Leopold. Con sus obras no sólo propagaron las ideas del conservacionismo, sino que establecieron la base de esta nueva corriente de pensamiento a partir de la segunda mitad del XIX. Con estos autores se hizo realidad la pretensión de declarar grandes paisajes naturales como espacios protegidos. Por eso puede decirse que son considerados los padres del conservacionismo y los abuelos de su descendiente el ecologismo. Pero antes de que la utopía conservacionista no sólo se hiciese realidad, sino que ni siquiera podía ser concebida, destaca la figura de otro gran pensador: Henry David Thoreau. Este filósofo es el primer precursor del conservacionismo y por ende del ecologismo. Volviendo de nuevo al símil bíblico, puede decirse que sería como el Jesucristo del movimiento conservacionista. Mientras que los forestales Muir, Pinchot y Leopold vendrían a tener el papel de los Padres de la Iglesia, dotando de un Corpus teórico y práctico al mensaje del Maestro. H. D. Thoreau (1817-1862) nació en Concord (Massachussets). Estudió cultura clásica y ciencias naturales en Harvard, para luego trabajar como profesor e ingeniero agrónomo. Su obra se encuadra en el romanticismo tardío, por lo que ha sido estudiado en el ámbito literario, pero su filosofía de la naturaleza también merece ser tenida muy en cuenta. Como es sabido, el romanticismo se caracteriza por una concepción positiva de la naturaleza, que pasa a verse como una madre acogedora y sabia. Algo que puede considerarse una reacción ante el destructivo desarrollo de la revolución industrial y las malsanas ciudades que origina. No en vano Thoreau fue discípulo de R. W. Emerson y trascendentalista como él. El trascendentalismo era una nueva religión que apareció en EEUU a partir de 1836, año en que el ex-pastor unitario Emerson, influido por la filosofía de Kant y el romanticismo alemán e inglés, publicó su ensayo Naturaleza. En esta obra, así como en su Discurso a la Facultad de Teología de Harvard, propuso una forma de entender la religión contraria al unitarismo dominante de la época. Éste, reconvirtiendo la Ilustración para sus propios fines, se basaba en el racionalismo científico, que rechaza toda intuición. Por eso sólo aceptaba pruebas materiales de la existencia de Dios, encontrándolas únicamente en los milagros recogidos por las Escrituras. Claro que esto suponía darle todo el protagonismo al texto y al clérigo que lo manejaba. Emerson reaccionó a este monopolio proponiendo, al más puro estilo romántico, la recuperación del sentimiento frente a la razón. Esto lo llevó a cabo elevando al hombre y a la naturaleza al mismo nivel que Dios. Así propuso una especie de panteísmo: no hay más que una única Sustancia, que engloba todo lo existente y lo ordena según las mismas leyes. Esto significa que creía en una realidad más allá de la razón y los sentidos, pero que no era el Dios cristiano, sino la Naturaleza o el Todo. Esta realidad trascendental se conocería al entrar en contacto con la naturaleza y contemplar las leyes que ordenan los fenómenos naturales, que son las mismas que también ordenan al ser humano: “Estas leyes, al mismo tiempo que existen en nuestra mente como ideas, nos rodean en la naturaleza incorporadas en ella eternamente”1. Otro rasgo del trascendentalismo era que estaba influido por religiones y filosofías orientales, como el hinduismo y el confucionismo. Partiendo de esta formación, no es extraño que, cuando le ofrecieron entrar en la Asociación Americana para el Progreso de la Ciencia, Thoreau se definiese a sí mismo como: “místico, trascendentalista y, por añadidura, filósofo de la naturaleza”2. Esta filosofía de la naturaleza de corte panteísta llevó a nuestro trascendentalista a escribir su obra más famosa: Walden. En ella recoge un experimento sin precedentes que, sin embargo, hoy día forma ya parte del inconsciente colectivo: describe como en primavera de 1845 se fue a vivir sólo a la laguna de Walden, construyendo para ello una pequeña cabaña de madera en un terreno que le prestó su mentor Emerson. Así pasaría dos años de su vida que contaría en su libro. 1 R. W. Emerson, Diez nuevos ensayos. Naturaleza. Madrid, Espasa-Calpe, 1928, p. 218. Walter Harding, The Days of Henry Thoreau, Princeton, Princeton University Press, 1992, 3ª. Ed., p. 291. 2 Pero lo más importante de Walden no sólo es la aventura romántica que vivió su autor, sino la nueva visión de la naturaleza que presenta. Thoreau se ganaba bien la vida antes de abandonarlo todo, tanto de profesor o agrimensor como gracias a su trabajo en la próspera fabrica de lápices familiar. Pero un buen día decidió dejar su existencia en la ciudad y trasladarse, sin apenas nada, a los bosques que tanto amaba. Algo que, en plena época positivista, iba totalmente a contracorriente, pues la ciudad representaba el progreso y la humanidad frente a un mundo salvaje del que hay escapar y dominar. Claro que nuestro filósofo mostrará una concepción de la naturaleza inesperada hasta ese momento, definiéndola como “nuestra morada común”3. Por lo que ve al hombre como parte del mundo que le rodea, no aparte como siempre había sucedido. Principio que desarrolló incluso antes de leer a Darwin4 y que, aunque ahora nos resulte familiar e incluso sea la base del ecologismo, en su momento era tan innovador como escandaloso. Pero no se quedó en esa visión de unión humano-natural, sino que además concibe la naturaleza como algo a imitar en nuestra vida y que trae la felicidad al hombre. Idea que manifestó insistente y orgullosamente a lo largo de toda su obra con afirmaciones del tipo: “Cada mañana era una alegre invitación a lograr que mi vida tuviera la misma sencillez e inocencia que la naturaleza”5. La filosofía de Thoreau no sólo supone esta nueva concepción del medioambiente, también antecede al ecologismo en otro de sus principios básicos: la crítica al consumismo y a la industrialización desenfrenadas. Cuando este autor decide trasladarse a Walden, deja atrás casi todo lo superfluo de la vida moderna. Esto es prácticamente la descripción del ideal de vida de los movimientos hippies o naturistas de los 60. Aunque, si bien en nuestra época esta forma de vida es para algunos un modelo a seguir, en la de Thoreau ni siquiera podía imaginarse que alguien la propusiese como buena. Pero este filósofo quiso no sólo predicar sus virtudes, sino llevarla a cabo de forma real, para mostrar a todo el mundo que era posible y deseable. Por eso no se quedó, como suele suceder en autores menos comprometidos, en las simples palabras y mostró hechos. La principal finalidad de Walden fue demostrar que el ser humano puede vivir en medio de la naturaleza sin destruirla. Esta idea puede considerarse antecesora de una de las principales propuestas del ecologismo: el desarrollo sostenible. Claro que para que este estilo de vida sea posible es preciso renunciar a la sociedad de consumo, que acababa de aparecer en su época con la revolución industrial. Por eso Thoreau advertía que: “La riqueza superflua sólo puede comprar cosas superfluas. No hace falta dinero para comprar lo que el alma necesita”6. Esta crítica al modelo capitalista, que estaba naciendo en su país, es perfectamente actual. Pero este ingeniero agrónomo no sólo proponía una forma de ver el mundo que muchos consideraron en su tiempo una utopía, sino que la contrapone a lo que él a su vez también veía como otra utopía que su sociedad consideraba real: el positivismo y su idea de un progreso tecnológico constante que sólo podía traer beneficios a la humanidad. Puede que Thoreau no llegase a ver el extermino de lo que sus contemporáneos consideraban las infinitas manadas de bisontes, pero si conoció la descontrolada desforestación que los bosques de su tierra sufrieron a lo largo de su vida. Por eso, consciente de la nueva situación y con una visión de futuro mucho más avanzada que la decimonónica, dejó de ver los recursos naturales como inagotables, denunciando el deterioro medioambiental cuando aún nadie lo cuestionaba: 3 H.D. Thoreau, Walden, Madrid, Cátedra, 2005, p. 170. Walden fue publicado en 1854, pero Thoreau no leyó El origen de las especies de Darwin, con el que estuvo de acuerdo, hasta el año 1860. 5 H.D. Thoreau, Walden, op. cit., p. 136. 6 H.D. Thoreau, Walden, op. cit., p. 352. 4 “Cuando remé por primera vez en Walden, estaba completamente rodeada por espesos y altos bosques de pino y roble [...] Pero desde que dejé estas orillas, los leñadores las han esquilmado [...] ¿Cómo podéis esperar que canten los pájaros si han cortado sus enramadas? Ahora han desaparecido los troncos de los árboles [...] y los oscuros bosques circundantes, y los habitantes de la ciudad, que apenas saben donde está [...] están pensando en llevar el agua, que debería ser tan sagrada como la del Ganges, al menos, a la ciudad por medio de una cañería [...] ¡Ese diabólico caballo de hierro [...] ha enlodado [...] y hollado todos los bosques de la orilla de Walden”7. No deja de ser asombroso que estas palabras parecen las que diría cualquier ecologista de hoy ante la misma situación que contempló nuestro autor. Pero la filosofía de Thoreau no sólo es revolucionaria por esta defensa del medioambiente, sino también por proponer además otras ideas sobre los seres vivos que nos rodean. Estas eran nuevas e inaceptables para su época, pero hoy día ya no son tan utópicas: la idea de derechos de los animales y el vegetarianismo. Por eso este ingeniero dejó de ser un simple naturalista, que observaba los seres que le rodeaban sin más, para trasformarse en un filósofo que propone una nueva ética. Esta le llevó a abandonar su afición por la caza y pasar a estar en contra: “Ningún ser humano, pasada la irreflexiva época de la juventud, dará muerte gratuitamente a una criatura que tiene el mismo derecho a la vida que él”8. Para llevar a cabo estas ideas propuso, seguramente por influencia de la filosofía oriental, una alimentación estrictamente vegetariana. Pero la forma más eficaz para hacer realidad estos principios éticos fue para Thoreau la protección de la naturaleza en general. Por eso, tanto a lo largo de su vida como incluso al final de la misma, exigió reiteradamente que el bosque y la laguna de Walden fuesen conservados en perfecto estado para disfrute de las generaciones futuras. Este ideal, germen del conservacionismo, se vio plasmado poética y filosóficamente en Walden: “La vida de nuestra ciudad se estancaría si no fuera por los bosques inexplorados y los prados que la rodean. Necesitamos el tónico de lo salvaje”9 Todas estas ideas de Thoreau sobre la naturaleza han sido recogidas también por el ecologismo actual. De tal forma que hoy nos resultan no sólo familiares, sino incluso posibles. Pero en su momento formaron parte del gran proyecto ecologista que pensadores como Thoreau iniciaron en sus obras y modo de vida. Por eso es importante conocer su origen y no dejarlo caer en el olvido. Sólo así se recuperará para la historia de la filosofía a un autor tan injustamente olvidado como H. D. Thoreau, cuya obra puede considerarse de plena actualidad. Bibliografía: Caranci, C., Cuadernos historia 16, nº 251. El oeste americano, Madrid, Melsa, 1985. Emerson, R. W., Discurso a la Facultad de Teología, León, Universidad de León, 1994. - El intelectual americano, León, Universidad de León, 1994. - Diez nuevos ensayos, Madrid, Espasa-Calpe, 1928. Harding, W., The Days of Henry Thoreau, Princeton, Princeton University Press, 1992 Leopold, A., Una ética de la Tierra, Madrid, Catarata, 2005. Thoreau, H. D., Walden, Madrid, Cátedra, 2005. 7 H.D. Thoreau, Walden, op. cit., p. 229. H.D. Thoreau, Walden, op. cit., p. 249. 9 H.D. Thoreau, Walden, op. cit., p. 341. 8 - Desobediencia civil y otros escritos, Madrid, Tecnos, 2006. - Caminar, Madrid, Árdora, 2001. - Diarios (breve antología), Barcelona, Torre de viento, 2002. - Los bosques de Maine, Tegueste, Baile del Sol, 2007. Varillas, B., Cuadernos historia 16, nº 131. Los movimientos ecologistas, Madrid, Mensa, 1985.