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¿GEN O NO GEN? HE AHÍ EL DILEMA DEL CONOCIMIENTO…
María Emilia Beyer Ruiz
Ésta es la historia de Nancy Wexler. Podría ser la historia de algunos de nosotros, pero contaremos la de Nancy
porque nos proporciona un ejemplo ideal acerca del dilema que nos ofrece el conocimiento genético.
Te invito a que pienses y discutas en equipo lo siguiente: ¿de verdad crees que es tan maravilloso conocer
cada minúscula parte de la información contenida en tus genes?, ¿qué harías con ese conocimiento?, ¿quieres
enfrentarte a conocer las posibilidades que tienes de desarrollar alguna enfermedad genética años antes de que ésta
se exprese en tu cuerpo?, ¿de que sirve ese conocimiento si no puedes cambiar lo que no te gusta de tu genoma?
Éstas son (entre otras) las preguntas que nos plantea la historia de Nancy.
Un poco de historia
Casi 100 años antes de la historia de Nancy (en 1872 para ser exactos) el doctor George Huntington observó a un
par de mujeres que caminaban retorciéndose a lo largo del camino. Lejos de ser un juego, Huntington se percató de que las
mujeres parecían no tener control sobre sus movimientos. Motivado por la curiosidad pregunto a la gente de la localidad
acerca de la identidad de estas mujeres y averiguó que se trataba de una madre con su hija. Además le informaron que en la
familia de las dos mujeres había más casos como éste. Huntington empezó a hacer indagaciones y se percató de que la
enfermedad se presentaba tanto en los hombres como en las mujeres. Concluyó entonces que la trasmisión de la enfermedad
se daba entre parientes cercanos, es decir, la gente no se “contagiaba” con algo externo, sino que la posibilidad de desarrollar
la enfermedad se trasmitía de padres a hijos de cualquier sexo. Huntington señaló que este padecimiento tenía un carácter
genético y bautizó a la enfermedad como corea de Huntington.
Recordemos que no fue sino a principios de 1900 cuando se redescubre las leyes de Mendel, gracias a las cuales es
sencillo explicar cómo una persona poseedora del gen que causa la enfermedad de Huntington puede pasar esta información
a algunos de sus hijos (pero tal vez no a todos, ya que la mezcla genética de los padres al momento de la concepción de un
hijo ocurre azarosamente). En pocas palabras, puedes o no heredar el gen en cuestión: ¿gen o no gen?
Dado que a Huntington le faltaron herramientas que brindan las explicaciones de las leyes mendelianas, no pudo
determinar con exactitud los mecanismos de acción de la enfermedad.
Ahora sabemos que la corea de Huntington es una enfermedad mortal, ocasionada por un gen dominante. Esto
significa que a diferencia de otras enfermedades, basta que uno de los padres herede a su descendencia este gen para que la
enfermedad se exprese a pesar de que los hijos tendrán también genes sanos que provengan del otro progenitor.
Existen aproximadamente tres mil enfermedades genéticamente heredadas y de éstas, la corea de Huntington ”hace
trampa” y nos sorprende con una forma particular de actuar que favorece la trasmisión del gen de la enfermedad.
Resulta que las personas que padecen la corea de Huntington tienen una infancia y una adolescencia totalmente
normales. Nada en ellos indica la fatalidad que vendrá con los años. Así, es posible que una persona llegue a la edad
reproductiva sin presentar problema alguno y tengan descendencia antes de mostrar señales de que algo anda mal. Es por
eso que para cuando la enfermedad se expresa por primera vez, la persona ya tendrá hijos y éstos tienen 50% de
posibilidades de contar con el gen que a su vez los hará desarrollar la corea de Huntington. Y así se continúa con la
transmisión del gen defectuoso, pasando la enfermedad de padres a hijos y a los hijos de los hijos…
A pesar de los estudios del Dr. Huntington, en 1968 se conocía muy poco de la enfermedad. Fue el año en que
Nancy supo que su madre se estaba muriendo por esta causa.
La aguja en un pajar
Nancy recuerda que su madre no era del todo normal. Se le olvidaban las cosas con facilidad, tenía conductas
depresivas, a veces se obsesionaba con cualquier cosa y en particular era una pésima conductora que no podía mantener el
auto bajo control. Sin embargo, a Nancy nada la tenía preparada para afrontar el hecho de que la conducta de su madre era el
reflejo de una enfermedad degenerativa, que avanzaba con los años y para la que no existía la menor esperanza de cura.
Nancy sabía también que los hermanos de su madre habían muerto de una enfermedad extraña, al igual que su
abuelo materno. Los síntomas comenzaban con la perdida del control en el movimiento corporal, seguidos de cambios
bruscos en el estado de ánimo, convulsiones, locura y muerte.
Cuando el médico confirmó a la familia que la madre de Nancy padecía de corea de Huntington, empezaron los
desvelos. No sólo había que preocuparse por la enferma: existía la terrible posibilidad de que Nancy o su hermana Alice
hubieran heredado el gen de la enfermedad.
Sin mecanismos ni técnicas científicas que las ayudaran a identificar si tenían o no el gen, las hermanas tomaron por
lo pronto una decisión tajante: nunca tendrían hijos, para evitar que la enfermedad pasara a las siguientes generaciones. Pero
Nancy no quería quedarse con los brazos cruzados.
Con el apoyo de su padre y algunas personas que habían sufrido la muerte de seres queridos por causa de esta
enfermedad, Nancy creó una fundación para motivar a los científicos interesados en estudiar la corea de Huntington mediante
apoyos económicos. Incluso cambió sus planes de vida, dedicándose a partir de entonces al estudio de los avances
biomédicos y a la psicología. Y en 1972 la luz surgió.
La pista del Lago Maracaibo
En un rincón de Venezuela existen unas pequeñas aldeas rodeadas por agua. Las casas están construidas con
maderos y techos de lámina. Las cosas han cambiado poco en los últimos siglos. No existen las comodidades de la vida
moderna.
Las familias se mantienen gracias a la pesca que realizan los hombres de la aldea. Las mujeres se encargan de las
labores del hogar y se dedican a cuidar a los hijos, que en promedio llegan a seis en cada familia.
Alrededor de 1950, un médico venezolano llamado Américo Negrete detectó que varios adultos de la localidad
presentaban temblores y convulsiones extrañas que empeoraban con el tiempo. Después de un largo estudio, Negrete
concluyó que la enfermedad correspondía con los síntomas de la corea de Huntington. Anunció (y no se equivocaba) que una
forma de frenar la transmisión del mal consistía en la esterilización de aquellas personas que padecían la enfermedad. Para
sostener tal afirmación Negrete realizó un cuidadoso árbol genealógico que años después llegó a manos de otro médico
venezolano: Ramón Ávila Girón.
Ávila Girón viajo a las aldeas cercanas al Lago Maracaibo y filmó una película de la gente que vivía en la zona. Era
muy fácil percatarse de que en la población había gran número de adultos que padecían la enfermedad. Caminaban por el
pueblo con movimientos descontrolados. Una de las principales causas que explicaba tantos enfermos en la zona consistía en
el estrecho parentesco que existe entre las familias, mismo que quedaba de manifiesto al examinar el árbol genealógico que
Américo Negrete había realizado años atrás.
Ávila Girón viajó con su película a Estados Unidos y sembró en Nancy la determinación de visitar la aldea en
Venezuela. El objeto de su viaje era el estudio de esta extraña población que tenía tantos y tan crudos ejemplos de la
enfermedad que ella quería desentrañar. Nancy y sus colegas llegaron a Lago Maracaibo en 1979. Buscaban revelar el
secreto de la enfermedad identificando el gen o genes involucrados.
Nancy quería encontrar un homocigótico, es decir, una persona que hubiera heredado por partida doble el gen de la
enfermedad. Para esto se necesita que tanto el padre como la madre tengan los genes defectuosos, situación poco común
dado que la corea de Huntington es un padecimiento poco corriente y la posibilidad de que un hombre portador tuviera hijos
con una mujer portadora en Estados Unidos era de menos de 25%. En Lago Maracaibo, en cambio, las posibilidades se
elevan dados los estrechos lazos de parentesco de la población. Encontrar a un homocigótico proporcionaba una pista
pequeña, pero válida: una persona que tenía doble información para desarrollar la enfermedad presentaría forzosamente
diferencias notables en su genoma.
Supongamos que tienes tres individuos en el laboratorio: el primero no presenta la corea de Huntington, el segundo
ha heredado el gen de su madre y el tercero es homocigótico, es decir, ha heredado un gen defectuoso de la madre y otro del
padre. La tarea es ardua, pues debes realizar la lectura de todos los nucleótidos (es decir, las A, C, T y G) que forman las
cadenas de ADN en cada individuo. ¿Qué esperamos encontrar? Diferencias. Estas diferencias pueden ser los genes de la
enfermedad. En el caso del paciente homocigótico, esperamos encontrar una secuencia determinada de nucleótidos que se
presente por partida doble. El paciente que tiene un gen de la enfermedad tendrá sólo una de estas secuencias y el individuo
sano no presentará secuencias parecidas. Aunque este ejemplo simplifica inmensamente la labor de secuenciación y lectura
que desarrollan los genetistas, nos sirve para comprender la razón por la que Nancy tenía puestas sus esperanzas en estas
familias
Para cuando Nancy llegó a Lago Maracaibo, más de cien personas presentaban la enfermedad y alrededor de 1 200
niños y jóvenes tenían 50% de probabilidades de desarrollarla en el futuro. Era como un laboratorio viviente en donde los
investigadores se dedicaron a extraer sangre, etiquetarla adecuadamente, ubicar a la persona dentro de un complicado árbol
genealógico y finalmente enviar las muestras sanguíneas a Boston para realizar los estudios bioquímicos necesarios.
Las cosas no fueron nada fáciles: por principio la gente desconfiaba de los americanos que hacían preguntas acerca
de las familias y, por si fuera poco, les pedían donativos de sangre. Con el tiempo, sin embargo, Nancy adoptó un conjunto de
estrategias que le ayudaron a desarrollar los estudios. Para comenzar aprendió a hablar español. El acercamiento que
proporcionó el manejo de un mismo idioma facilitó mucho la tarea. A continuación Nancy les informó que aquellos dispuestos
a donar sangre y participar en las entrevistas obtendrían una pequeña suma de dinero. Pronto se necesitó aumentar el
personal pues la gente del poblado llegaba acompañada de sus hijos y parientes cercanos. A veces, después de la extracción
de sangre, se repartían galletas y otros dulces.
Nancy se convirtió poco a poco en un elemento familiar de la comunidad. A pesar de las innumerables diferencias
culturales, sociales, educativas y económicas, Nancy y los pobladores compartían la posibilidad de un destino fatal. Para la
gente de Lago Maracaibo fue una sorpresa la noticia de que otras personas en otros países podían presentar la misma
enfermedad. Ellos consideraban que sus condiciones de vida y el aislamiento en el que se habían mantenido durante siglos
eran la causa de “El mal”, como llamaban a la corea de Huntington.
El trabajo infatigable de Nancy en Venezuela se vio premiado hacia 1983. James Gusella, el investigador encargado
de analizar las muestras de sangre encontró una secuencia en un brazo del cromosoma 4 que se presentaba siempre en los
enfermos de corea de Huntington y no se encontraba en aquellos que no tenían la enfermedad. No se trataba del gen
específico, ya que la secuencia tenía más de un millón de letras. Pero era la punta de la aguja en el pajar.
En 1993 se determinó con exactitud el locus (es decir, la región exacta o el “domicilio”) del gen cuya mutación
ocasiona la enfermedad de Huntington.
Ahora sabemos que este gen codifica para la elaboración de una proteína que se denominó huntingtina. Resulta que
la huntingtina tiene una secuencia de letras C, A y G que una vez leídas en el lenguaje bioquímico se traducen como el
aminoácido glutamina. Una persona normal puede contar con un máximo de 35 CAGs dentro de la cadena de proteína. Pero
si el número se excede (y aparentemente en los portadores de los genes mutados las CAGs se acumulan con el paso de una
generación a otra) se desarrolla una enfermedad degenerativa. Aunque sabemos que el ADN tiene mecanismos bioquímicos
que le permiten leer su propia secuencia (y hasta corregirla), la repetición de CAG puede causar confusión. Retomo el ejemplo
de Matt Ridley, quien en su libro Genoma nos dice:
Si repito una palabra seis veces en esta frase: cag, cag, cag, cag, cag, cag, se podrán contar con bastante facilidad.
Pero si la repito treinta y seis veces: cag, cag, cag, cag, cag, cag, cag, cag, cag, cag, cag, cag, cag, cag, cag, cag, cag, cag,
cag, cag, cag, cag, cag, cag, cag, cag, cag, cag, cag, cag, cag, cag, cag, cag, cag, cag estoy dispuesto a apostar que se
perderá la cuenta. Lo mismo le ocurre al ADN. Cuantas más repeticiones hay, más probabilidades existen de que el
mecanismo de copia introduzca una más.
La identificación del gen permitió finalmente desarrollar una metodología para la detección de la enfermedad de
Huntington en niños, jóvenes, adultos e incluso fetos en desarrollo. Sin embargo, la cura para la enfermedad no existe. La
comprendemos mejor que antes, pero no podemos eliminarla (ni siquiera determinar el momento de su aparición).
La detección prematura de la enfermedad levanta además una serie de cuestiones éticas que no tienen respuesta
fácil: ¿qué sucede cuando al paciente se le confirma que tiene el gen mutado de la huntingtina? ¿Puede una persona
continuar con su vida normal esperando los primeros síntomas con el único consuelo de que al menos ya sabía lo que le
deparaba el destino escrito en su genoma? ¿qué hará una madre al descubrir que su hijo por nacer ha heredado la
enfermedad? En suma, ¿de qué sirve el conocimiento en estos casos?
En mi opinión, sirve de mucho. Una pareja puede decidir, por ejemplo, no tener hijos para evitar la posibilidad de
heredarles esta maligna enfermedad. Además, el conocimiento del gen y su ubicación nos dan esperanzas: los científicos
saben por dónde empezar a buscar la solución. Ya tienen la aguja del pajar.
Existen otras enfermedades hereditarias asociadas a grupos con lazos familiares estrechos, como es el caso de la
fibrosis quística o la enfermedad de Tay-Sachs. En el caso de los judíos ashkenazis la enfermedad de Tay-Sachs se
presentaba con una regularidad fatídica hasta que se formó en Estados Unidos el Comité para la Prevención de las
Enfermedades Genéticas de los Judíos. Este grupo realiza estudios sanguíneos en los niños, y cuando éstos alcanzan la
edad para casarse anuncian al Comité su elección de pareja. Se revisan entonces los datos sanguíneos de ambos, y si los
dos son portadores de los genes que codifican para la aparición de las enfermedades se les niega el permiso de matrimonio.
Aunque nos parezca una medida exageradamente restrictiva de la libertad del individuo, la enfermedad ha desaparecido casi
por completo de la comunidad judía estadounidense.
La ciencia y la tecnología avanzan rápidamente. Los grupos involucrados en las discusiones éticas y legales deben
apresurarse para dictar los lineamientos que guíen a la sociedad hacia la toma de una decisión informada.
El amarillismo con el que se retrata al genoma y su influencia en nuestras vidas puede resultar en la toma de
decisiones equivocadas que afecten seriamente la salud física y mental de las personas.
Pongamos un ejemplo:
Existe un gen llamado BRCAI. Se ha detectado que este gen influye en 85% de los casos para que una mujer
padezca un cáncer de mama. Este mismo gen influye en 40% de los caso para que la mujer desarrolle cáncer de ovario.
¿Cuál es la decisión adecuada una vez detectado el gen en una mujer sana? ¿Extirpar los ovarios y las mamas, con tal de
eliminar las posibilidades al máximo? Si ésta fuera la decisión “adecuada” ¿qué pasa entonces con el resto de los órganos
que pueden padecer cáncer, como el colon y el hígado?
Por ahora, cabe señalar que para hacerse una prueba de detección de una enfermedad genética sin cura se necesita
un valor extraordinario. Nancy sugiere que las personas que resulten portadoras del gen para desarrollar la enfermedad de
Huntington deben entrar a terapia psicológica inmediata y localizar grupos de apoyo entre sus familiares y amigos.
Analizando las cosas fríamente, nadie sabe cuándo ni cómo va a morir. Pero los enfermos de corea de Huntington
tienen mediante los análisis de laboratorio una aproximación bastante exacta a este conocimiento. La propia Nancy nunca
encontró el valor para hacerse la prueba diagnóstica, y vive para buscar día con día la cura de la enfermedad.
Resumiendo al estilo de Shakespeare: ¿Ser o no ser? ¿Saber o no saber? ¿Gen o no gen? He ahí el dilema del
conocimiento genético…

Beyer, R. M. (2008) Gen o no gen. El dilema del conocimiento genético. Lectorum. México, D. F. 114 pág.