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22 septiembre 2002
Alejandra Ruiz-Hermosilla (Madrid)
Un camino a través del laberinto
Kiko Argüello propone a los cristianos alejados de la fe y de la Iglesia un proceso para
redescubrir el bautismo
Superó los obstáculos que la secularización actual pone en la vida de los cristianos
y quiso ayudar a quienes como él habían perdido la fe. Es Kiko Argüello, el
iniciador del Camino Neocatecumenal, un proceso para redescubrir el bautismo
que la Santa Sede ha reconocido ya oficialmente y que cuenta con más de un
millón de fieles en todo el mundo
Alejandra Ruiz-Hermosilla - Madrid.-
Kiko Argüello empezó su tarea evangelizadora en 1964, en las
chabolas de Palomeras Altas (Madrid), tras superar una
profunda crisis de fe. Junto a Carmen Hernández predicó entre
delincuentes, indigentes, drogadictos y prostitutas durante tres
años Español de familia burguesa y católica. Pintor, ateo y
contestario. Iniciador del Camino Neocatecumenal, un
«método» al servicio de la Iglesia para quienes, alejados de la
fe, desean redescubrir el bautismo, el significado de ser
cristiano. No son tres personas diferentes, es Kiko Argüello en tres etapas muy distintas de
su vida.
Francisco José Gómez de Argüello, el mayor de cuatro hermanos, nació en Madrid, en 1939,
en el seno de una familia acomodada (su padre era abogado) y religiosa (su madre iba a
misa todos los días). Al terminar el colegio, se matriculó en la universidad. Él mismo ha
explicado en varias ocasiones cómo «el ambiente completamente ateo y marxista» de la
facultad de Bellas Artes influyó en la crisis que durante aquellos años experimentó tanto
consigo mismo como con su familia. Kiko sintió que la formación recibida en la escuela y en
su casa no le servían para responder a los problemas psicológicos, afectivos y de identidad
que sufría. Fue así como se alejó de la Iglesia hasta abandonarla del todo.
A principios de los años sesenta su vida transcurría entre lienzos y le llegó el éxito
profesional tras ganar el Premio Nacional de Pintura. Sin embargo, Kiko Argüello sufría, no
encontraba sentido a su vida y estaba convencido de que antes o después su fin sería el
suicidio.
No esperaba respuesta a los gritos que desde su cuarto dirigió un día al Dios que no
conocía, al que pidió ayuda entre lágrimas que no entendía. Pero, explica, «el Señor tuvo
piedad de mí, pues tuve una experiencia profunda de encuentro con el Señor que me
sobrecogió. Fue pasar de la muerte a ver que Cristo estaba dentro de mí».
Kiko no tardó en presentarse ante un sacerdote para que le ayudara a hacerse cristiano. No
necesitaba bautizarse, ni recibir la primera comunión y no quería sólo confesarse. Acudió a
cursillos de cristiandad y hasta su pintura empezó a cambiar. Se consagró al arte religioso y
trabajó en la reconstrucción de Iglesias, pero no era suficiente.
El encuentro con una persona que, según sus palabras, «sufría» le llevó hasta una chabola
de la barriada madrileña de Palomeras Altas. Se instaló con una Biblia y una guitarra y
conoció a Carmen Hernández. Era el año 1964.
Formada en el instituto Misioneras de Cristo Jesús y licenciada en Químicas, Carmen trabajó
durante tres años con Kiko en las chabolas de Palomeras. Sentían que debían explicar a
aquellos delincuentes, indigentes, drogadictos y prostitutas la razón de su fe. Tuvieron
muchísimos conflictos e incluso intentaron matarlos.
El entonces arzobispo de Madrid, Casimiro Morcillo, visitó la barriada donde, sin apenas
darse cuenta, Kiko y Carmen evangelizaban a los más pobres. Conmovido, reconoció la
acción de Dios en aquella obra y la bendijo. Al poco tiempo, monseñor Morcillo llamó a Kiko
y a Carmen y les pidió que fueran a predicar a algunas parroquias de Madrid.
Entre personas cultas, de clase media y convencidas de su cristiandad, descubrieron la
realidad de una fe tradicional, cultural y de costumbre, pero sin experiencia en Jesucristo.
En las parroquias burguesas de Madrid, Kiko y Carmen detectaron la necesidad del
catecumenado, ese proceso de iniciación cristiana anterior al bautismo que la Iglesia
mantuvo durante sus cinco o seis primeros siglos de vida y que el Concilio Vaticano II
decidió restaurar para llevar a los hombres a la fe en una sociedad secularizada. Se produjo
una especie de coincidencia entre los documentos del Concilio Vaticano II que indicaban la
necesidad del catecumenado y la experiencia de Kiko y Carmen en las parroquias de Madrid.
Así nació el Camino Neocatecumenal, un «método» al servicio de la Iglesia que ya ha
reconocido ofialmente el Vaticano, que hoy está presente en 5.000 parroquias de más de
cien países y que cuenta con un millón de fieles.
Treinta años de camino
Enrique es uno de ellos. En sus años de estudiante sintió la necesidad de madurar su fe, el
significado de ser cristiano, y en una parroquia salmantina se «encontró» con unas
catequesis para adultos. Hoy es profesor de la Universidad de Salamanca y ha dedicado
tiempo y esfuerzo a explicar a este periódico qué es el Camino Neocatecumenal, «un
proceso de pasos de iniciación cristiana para personas que han perdido la fe, se han alejado
de la Iglesia o no tienen una experiencia profunda de Jesucristo».
El proceso es muy sencillo. Los párrocos solicitan un catecumenado para sus feligreses. Se
anuncia en todas las misas y se invita a los asistentes a unas catequesis iniciales. Durante
dos meses, se mantienen 15 encuentros y una convivencia de dos días que termina con la
formación de una comunidad catecumenal en el seno de la parroquia constituida por las
personas que voluntariamente quieran iniciar ese camino de maduración de la fe. A partir
de ahí, en comunión con el párroco y los catequistas, se desarrolla la comunidad.
Las dos primeras etapas duran cuatro años aproximadamente. La primera termina con la
recepción del signo de la cruz y la segunda con la renuncia a los «ídolos». Se abre entonces
otro periodo de duración variable que pasa por la iniciación a la oración a la oración
personal, la profesión de fe, la experiencia de filiación.... Según ha explicado Enrique, «el
Camino Neocatecumenal se sostiene sobre un trípode, que está formado por la Palabra, la
Eucaristía y la y la vida de fe en comunidad. Este proceso, cuya última etapa culmina con la
renovación solemne de las promesas bautismales ante un obispo y la peregrinación a Tierra
Santa, se desarrolla en las parroquias durante muchos años (entre 10 y 30) a través de los
que se descubre si se va madurando la fe. Se trata de conocer como adulto el significado
del bautismo, de ser hijo de Dios. El ser cristiano ¬continúa Enrique¬ requiere un proceso
de madurez, de vivir la palabra, experimentar procesos de conversión, conciencia de
pecado, de perdón... Tenemos una idea de que la fe se vive individualmente, pero uno de
los grandes hallazgos del Concilio Vaticano II y del Camino es que la fe se vive en
comunidad, donde surgen los carismas».
Los catequistas y el presbítero de la comunidad deciden cuándo los hermanos que la forman
han acabado el Camino. Entonces ya no es necesario ser guiado por los catequistas, pero la
comunidad no desaparece sino que continúa en la parroquia, formada por cristianos adultos
que celebran los sacramentos y viven juntos su fe. Ése es el fruto del Camino
Neocatecumenal, aunque no el único. Seminaristas y misioneros nacen, se forman y
trabajan hoy en este itinerario de fe iniciado por Kiko Argüello en 1964.
Los seminarios promovidos por el Camino Neocatecumenal son diocesanos misioneros, es
decir, son del obispo que lo erige. Enrique insiste mucho en este aspecto porque, bromea,
«parece que los seminarios son de Kiko y nada más lejos de la realidad». La única diferencia
de los 46 seminarios Redemptoris Mater abiertos en los cinco continentes es que los
sacerdotes que salen de allí (ya hay 731 presbíteros ordenados) además de diocesanos son
misioneros e internacionales, están dispuestos a desplazarse a los lugares con carencia de
curas, y han hecho el Camino, han vivido la fe en comunidad.
En cuanto a los misioneros, la característica de quienes lo hacen desde el Camino
Neocatecumenal es que evangelizan, la mayoría de las veces, en familia. «Hay una forma
de evangelizar que ya se hacía en la primitiva Iglesia con San Pablo y que consiste en que
las familias voluntarias se desplacen a aquellas zonas en las que no hay presencia de la
Iglesia, se instalen allí, conozcan a las personas que las habitan y evangelicen con su
testimonio, siempre acompañadas de un presbítero, hasta que se constituya una
parroquia». Enrique asegura que «la necesidad de las familias en misión se detectó en el
Camino hacia 1987, buscando ser fieles a la invitación del Papa a la «nueva evangelización.
Kiko preguntó si había gente dispuesta y resultó que la había».
«¿Somos católicos!»
Los frutos en las ramas del Camino forman ya un frondoso árbol con las raíces en las
catequesis de Kiko y Carmen, y el tronco en los catequistas itinerantes, en las familias
misioneras y en los seminarios erigidos para apoyar a esas familias. Además, en las
parroquias en las que hay varias comunidades funcionando bien, éstas se hacen cargo de la
pastoral de esa parroquia, preparan a niños para la primera comunión, a jóvenes para el
matrimonio, a padres para el bautismo de sus hijos... Y todo a pesar de que el Camino no
es un movimiento religioso como tal, porque no presupone la fe, no implica un sentimiento
de pertenencia ni tiene carácter asociativo. Es mal interpretado muchas veces porque es,
simplemente, un proceso de iniciación cristiana, el catecumenado de la Iglesia primitiva.
«¿Somos católicos!», exclama Enrique cuando se le pregunta qué diferencia a un cristiano
del Camino. «Abrazamos la doctrina de la Iglesia en todos los ámbitos incluido el sexual o el
económico, pero sin obligaciones o imposiciones. Nos diferencia de un católico cualquiera el
que vivimos la fe en comunidad y con intensidad, siguiendo unos pasos de iniciación
inspirados en la primitiva Iglesia. Y punto».
La devoción que entra por los ojos
Kiko Argüello ha explicado en alguno de sus encuentros con jóvenes cristianos que quizá y
precisamente por ser pintor, artista, tenía una «profunda sensibilidad y un absoluto deseo
de coherencia, de verdad». Esa pudo ser la razón del radical cambio de estilo que
experimentaron sus cuadros una vez que superó la profunda crisis de fe que había pasado
durante sus años de estudiante en la facultad de Bellas Artes. Había ganado el Premio
Nacional de pintura, se había hecho famoso y le esperaba un futuro plagado de éxitos como
pintor, pero lo dejó todo y, en el plano artístico, se consagró al arte religioso. Son muy
conocidos los iconos que pintó siguiendo la dirección marcada por el Concilio Vaticano II:
«Las sagradas imágenes presentes en nuestras iglesias y en nuestras casas, tienen la
función de revelar y de nutrir nuestra fe en el Misterio de Cristo. A través de la imagen de
Cristo y de sus obras de salvación es Él a quien adoramos» (Catecismo de la iglesia católica
1192). Algunos de esos iconos tienen una catequesis que ayuda a quienes siguen el Camino
Neocatecumenal en su proceso de maduración de la fe.
El Papa a los neocatecumenales: «El Camino es una respuesta para afrontar la
secularización»
El papa Juan Pablo II dijo ayer que el Camino Neocatecumenal,
iniciado por los españoles Kiko Argüello y Carmen Hernández, es
una de las «respuestas providenciales» que la Iglesia tiene para
afrontar la indiferencia religiosa en la actual sociedad
secularizada. El Santo Padre hizo esta afirmación ante un grupo
de catequistas y presbíteros del Camino Neocatecumenal,
encabezados por Argüello y Hernández, a los que recibió ayer en
audiencia en su residencia de verano de Castel Gandolfo, a una
treintena de kilómetros al sur de Roma. «En una sociedad
secularizada como la actual, donde se extiende la indiferencia
religiosa y muchas personas viven como si Dios no existiese, son
muchos los que necesitan un nuevo descubrimiento de los sacramentos de iniciación
cristiana, especialmente el del bautismo. El Camino es sin duda alguna una de las
respuestas providenciales a esta urgente necesidad», aseguró el Papa. El Obispo de Roma
se refirió a la aprobación ¬el pasado 28 de junio¬ de los estatutos del Camino, subrayando
que constituye para los miembros de esta pujante realidad eclesial «una clara y segura
regla de vida». El Pontífice agregó que la Iglesia católica espera de ellos un compromiso
más fuerte y generoso en la nueva evangelización y en el servicio a las iglesias locales y a
las parroquias, informa Juan Lara de EFE desde Castel Gandolfo.