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VIVIR EN CENTENARIO
Curso de Formación Permanente
Collado-Villalba (Madrid),
27 de diciembre de 2004
Nos encontramos prácticamente en el ecuador de la celebración del Centenario de
la Restauración de la Orden en España, cuyos actos conmemorativos clausuraremos
en noviembre del ya próximo año. La ocasión es propicia para reflexionar sobre lo
que significa “Vivir en Centenario”. Y aquí digo ‘vivir’ más que ‘celebrar’ o
‘conmemorar’, porque de lo que se trata es de dar a los meses que dura la
celebración una calidad de vida, no sólo una cantidad de días transcurridos y
acumulados.
Y digo aquí también “en” Centenario, y no “el” Centenario, ya que la preposición
invita precisamente a meterse en los entresijos del acontecimiento, implicándose e
involucrándose en lo que lleva consigo para la vida personal, espiritual y misionera.
En definitiva, con esta expresión estamos aludiendo a un tiempo que no es sólo
cronológico (cronos) sino ‘favorable’, ‘propicio’ y ‘oportuno’ (kairos), en sentido
bíblico. Parafraseando, pues, la Sagrada Escritura, bien podemos decir que “Vivir en
Centenario” significa que “ahora es tiempo de gracia, hoy es el día de la salvación”
(2Cor 6, 2).
Los seres humanos, y quizás los cristianos más, tenemos memoria, tocamos el
presente y somos futuro. Por eso, “Vivir en Centenario” supone necesariamente
echar una mirada hacia atrás, recordar los orígenes, repasar la historia y reconocer
en ese camino la mano de Dios. Cuando los historiadores de nuestra Provincia dicen
y escriben --ahora con menos pudor y ya casi sin complejos-- que los Conventuales
somos “el tronco originario de la Orden”, no nos están colocando frente a nadie (ni
siquiera frente a nosotros mismos, pretendiendo algo que no nos corresponde), ni
tampoco están rompiendo la unidad ecuménica de la familia franciscana sino,
sencillamente, nos están recordando nuestros orígenes y, al mismo tiempo,
despertando lo más genuino de nuestra conciencia carismática.
Quizás por eso uno de los frutos más significativos de la celebración del Centenario
sea el Congreso Internacional de Historia del Franciscanismo en la Península
Ibérica, que tendrá lugar en Barcelona en marzo próximo. Será una ocasión para
revisar la historia, hacer justicia a los hechos y acontecimientos pasados tal y como
sucedieron, y retomar el hilo histórico que conecta nuestro presente con los
orígenes evangélicos del mismísimo Pobre de Asís.
Recordar el pasado no es un ejercicio de nostalgia ni una instalación en la añoranza
para huir del presente incierto y adverso, sino una forma de desmentir, al menos
por una vez, el refranero español, porque ‘cualquier tiempo pasado no siempre fue
mejor’, sino quizás peor o por lo menos igual al nuestro. Al fin y al cabo, la historia
se repite y “no hay nada nuevo bajo el sol”.
Me permito evocar al respecto el ambiente que se encontraron nuestros frailes
restauradores a comienzos del siglo pasado. Dicen así los historiadores: “En las dos
últimas décadas del siglo XIX, la Iglesia había experimentado una espectacular
recuperación de sus efectivos y de su presencia pública. En respuesta al
florecimiento eclesiástico, surgió de nuevo una fuerte corriente anticlerical, que
acusará a la Iglesia de impedir el progreso del país, de predicar la resignación de
los desheredados o de haber bendecido la sangría de la guerra de Cuba y Filipinas”.
En este sentido, las crónicas dicen también que “el anticlericalismo no hubiera
cristalizado en cuestión política si el Partido Liberal no hubiera izado la vieja
bandera de su beligerancia contra la Iglesia”.
1
Por eso, “el discurso de José Canalejas, en julio de 1899, sobre la necesidad de una
ley de asociaciones que sometiese a los institutos religiosos al Código Civil, sugirió
el nuevo argumento que defenderían los liberales progresistas. Como católico e
intelectual formado en los ambientes de la Institución Libre de Enseñanza,
Canalejas consideraba que para modernizar España era preciso cortar los lazos que
unían a la Iglesia con el Estado. La nación, si quería equipararse al resto de los
países europeos, debía sustituir la herencia católica por un sistema laico, liberal y
moderno, a semejanza de sus vecinos”.
También los intelectuales se sumaron a este ambiente anticlerical: “En 1901, Benito
Pérez Galdós estrena su obra teatral, Electra, y los ánimos anticlericales estallan en
las calles de Madrid. En los personajes de Galdós, en su historia, resonaba el eco
del caso real de la señorita bilbaína Adelaida Ubao, una joven y rica heredera,
supuestamente obligada por los jesuitas a ingresar en un convento sin la
autorización materna. El ‘caso Ubao’ estaba en el Tribunal Supremo y los
madrileños entendieron la postura anticlerical de Galdós”1.
Insisto, es sólo un ejemplo del contexto político, social y eclesial que se
encontraron los primeros frailes tras la Restauración de la Orden. No se trata ahora
de entrar en valoraciones y opiniones ideológicas al respecto, pero está claro que la
movilización ciudadana respecto del Estado laico y la división de los discursos
políticos en torno a la cuestión clerical no es algo nuevo, lo que pasa que ahora,
con el trasfondo del Concilio Vaticano II, hablamos de laicismo y laicidad, más que
de anticlericalismo.
Comunidad de memoria
Pero más allá de los datos históricos concretos, “Vivir en Centenario” nos obliga en
conciencia al ejercicio del recuerdo como ‘reconocimiento agradecido’ y ‘memoria
afectiva’, ‘emocionada’2. Reconocer es descifrar los signos y las personas que nos
ligan a nuestra historia remota y reciente. Y recordar es “despertar el corazón” y
“ensanchar el alma”.
Por eso, uno de los frutos del Centenario, y de este Curso de Formación
Permanente, podría ser, y así lo sugiero, recuperar la memoria del corazón y ser,
en definitiva, una “comunidad de memoria”, una fraternidad que nace y renace de
la narración de la experiencia vivida y la palabra compartida, una Provincia que se
siente dueña de sus raíces comunes ligadas a experiencias centrales de nuestra
historia, vinculadas a la experiencia de nuestros hermanos mayores.
Para hacer realidad este propósito necesitamos experiencia, memoria y narración.
Tras la Restauración de la Orden nos avalan cien años de experiencia, un siglo de
vida que necesitamos recordar y narrar. Por eso desde aquí animo a nuestros
historiadores a escribir y publicar la Historia de la Orden de los Conventuales en
España, no como un almacén de datos o un archivo estático sino como una
descripción seductora, coherente y responsable que alimente nuestra vida y
configure nuestra identidad.
Hacer memoria de los últimos cien años de nuestra historia en España, y de los
siglos precedentes, es incorporarnos al río de vida franciscana que brotó en nuestro
país en 1217, cuando llegaron los primeros compañeros de Francisco, enviados por
Fernando García de Cortázar (dir.), Memoria de España. Madrid, Aguilar 2004,
págs. 500-501.
2
Xavier Quinzá, “Hacer memoria. El recuerdo, un valor olvidado”, en Sal Terrae,
número 1.024, Junio 1999, págs. 488-489.
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2
el santo de Asís. Un río de vida y de gracia, de luces y sombras, de santidad y
pecado, que ha discurrido con más o menos caudal y ha superado el trauma de la
sequía. Lo que pasa que cuando no había agua en los márgenes era porque estaba
humedeciendo el grano caído en tierra en 1567 para dar fruto en 1904.
Pero la comunidad de memoria no sólo se siente dueña de sus raíces sino que
también se sabe dueña de su presente, “capaz de ponerse en pie y de marchar
hacia lo diferente, hacia lo nuevo”3. Y eso no por puro deseo o necesidad sino por
coherencia evangélica y franciscana con la profesión religiosa: “La comunidad se ha
reorganizado, siendo la aspiración de todos el florecimiento de la vida religiosa, que
será el fundamento del florecer de nuestra Orden”, escribía el 25 de marzo de 1936
el mártir Fr. Pedro Rivera al ministro general de la Orden4.
Y en otra carta, fechada el 8 de abril del mismo año, donde advierte de “los males
que se ciernen sobre nuestra nación”, por todos conocidos, dice: “En Granollers
nuestra vida transcurre regularmente, y aunque todos sean jóvenes y hasta el
presente pobres en muchas cosas, existe buena voluntad en todos por avanzar en
la virtud y el sacrificio, para que realmente nuestra Orden crezca entre nosotros en
número, virtud y ciencia”5. Han pasado casi 60 años desde que se escribieron estas
palabras y creo que incluso podríamos hacer silencio, oración y retiro con ellas.
Desde que el teólogo alemán Juan Bautista Metz hablara de “memoria subversiva y
peligrosa”6 de la muerte y resurrección de Jesús, ya sabemos que recordar no
consiste sólo en echar una mirada al pasado sino comprometernos con el futuro
que comienza cada día, por honestidad con el legado recibido y por coherencia con
los signos de los tiempos. Y ya sabemos también que la cultura de la memoria tiene
en la teología narrativa su máxima expresión.
Juan Pablo II lo dijo también bellamente en la exhortación postsinodal Vita
Consecrata: “¡Vosotros no solamente tenéis una historia gloriosa para recordar y
contar, sino una gran historia que construir! Poned los ojos en el futuro, hacia el
que el Espíritu os impulsa para seguir haciendo con vosotros grandes cosas” (n.
110).
Tengo la sensación de que algo de todo esto vamos a vivir estos tres días aquí: una
comunidad de memoria, una Provincia que narra. En torno al calor de la Navidad y
al fuego del amor encarnado de Dios vamos a escuchar las narraciones de nuestros
propios hermanos. Ellos, y no otros venidos de fuera --pues no sería lo mismo--,
van a contar la historia oficial y la intrahistoria anónima que a nosotros pertenece,
para que a los 100 años de presencia en España tras la Restauración de la Orden
podamos vivir “agradecidos por el pasado, encarnados en el presente e ilusionados
por el futuro”, como acertadamente reza el lema de este encuentro formativo.
Muchas gracias.
Luis Esteban Larra Lomas, ofm conv.
Xavier Quinzá, pág. 491.
Congregatio de Causis Sanctorum, Positio super martirio Alfonso López et socii.
Roma, 1991, pág. 174.
5
Congregatio…, pág. 177.
6
J. B. Metz, Por una cultura de la memoria, Anthropos, Barcelona, 1999. Metz dice
que “el cristianismo es, en sus raíces, una comunidad narrativa y conmemorativa”.
Lo mismo podríamos decir del franciscanismo, y más en tiempo de Centenario.
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