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PRESENTACIÓN DEL COMPENDIO DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA Renato Raffaele Cardenal Martino Presidente del Pontificio Consejo «Justicia y Paz» AUDITÓRIUM CASA SAN PABLO Santo Domingo, República Dominicana 19 de Febrero de 2006 _______________________________________________________________________________ Saludo Dirijo un respetuoso y cordial saludo al Eminentísimo Señor Cardenal, Nicolás de Jesús López Rodríguez, Arzobispo Metropolitano de Santo Domingo y Primado de América, a Su Excelencia Reverendísima Mons. Timothy Broglio, Nuncio Apostólico de Su Santidad, al Excelentísimo Señor Arzobispo de Santiago de los Caballeros y Presidente de la Conferencia Episcopal Dominicana, Mons. Ramón Benito de la Rosa y Carpio, a Su Excelencia Mons. José Dolores Grullón Estrella, Presidente de la Comisión Episcopal de Justicia y Paz, a los Excelentísimos Señores Obispos que nos acompañan, a las Autoridades que nos honran con su presencia y a todos los sacerdotes, seminaristas, religiosos y religiosas. Un saludo especial lleno de afecto para todos los fieles cristianos laicos que se han dado cita esta mañana del día del Señor, para participar en este Seminario que tiene como objetivo presentar el Compendio de la doctrina social de la Iglesia. Espero que esta Reunión les ayude en su misión irrenunciable de evangelizar los ambientes en que se desarrolla su vida cotidiana, de dar testimonio de Jesucristo en el mundo del trabajo, de la política, de la empresa y de la economía, de la universidad... contribuyendo así para que estas realidades temporales sean cada vez más dignas y respetuosas de la persona humana y de su inalienable dignidad. Introducción Sin duda una de las grandes novedades del Concilio, particularmente de la Constitución pastoral Gaudium et spes, ha sido comprender que la Iglesia tiene que responder a los desafíos del mundo y a los que Cristo pone al mundo, lo cual supone hoy aceptar los desafíos del orden social, político, económico y cultural. Durante el XXI Encuentro Nacional de Pastoral, se presentaron algunos de los principales desafíos que enfrenta la sociedad y la Iglesia en la República Dominicana, representados por una serie de 1 problemas presentes en el país. Problemas culturales, económicos, políticos, religiosos y pastorales: pérdida de valores morales y religiosos, pobreza creciente, bajo nivel educativo, desintegración familiar, individualismo, transculturación, pérdida de identidad, degradación social, política, económica... La Iglesia, y la Iglesia en República Dominicana, como la comunidad de los discípulos de Cristo, sabe que tiene el deber de ocuparse y preocuparse de los problemas que aquejan al hombre y dañan su dignidad inalienable; de alegrase con los triunfos que ponen de manifiesto su grandeza y su ingenio; de alertar al hombre sobre los peligros y obstáculos que se interponen en su recorrido histórico hacia su destino eterno; y de revelarle que la sed de infinito presente en su corazón sólo puede ser saciada para siempre por el agua viva del Espíritu ofrecida por el Señor 1. Los problemas identificados y las potencialidades y valores señalados en el diagnóstico pastoral presentado el 21 de mayo de 2005, por el Instituto Nacional de Pastoral, son la concretización en República Dominicana de «los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren» de los que habla la Gaudium et spes, y de ellos se ocupa la Iglesia porque «nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón»2. La Iglesia sabe que «evangelizar constituye... su dicha y vocación... su identidad más profunda»3, y es desde ésta su identidad que quiere dar una respuesta a los grandes problemas que aquejan a las sociedades modernas. Sabe que uno de los grandes desafíos que enfrenta hoy es el de una «cultura actual, profundamente marcada por un subjetivismo que desemboca muchas veces en el individualismo extremo o en el relativismo...» donde «el hombre tiende a replegarse cada vez más en sí mismo, a encerrarse en un microcosmos existencial asfixiante, en el que ya no tienen cabida los grandes ideales, abiertos a la trascendencia, a Dios»4. Es por eso que está convencida que todas estas cuestiones no se afrontarán eficazmente sin una verdad absoluta acerca del hombre, cuyo misterio «sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado»5; sin un propiciar, sin un provocar el encuentro del hombre con Cristo vivo y presente, para que esta experiencia dé «un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva»6. Es a partir de esta experiencia personal del encuentro con el Amor de Dios en Jesucristo que pueden surgir hombres y mujeres nuevos para 1 Cf. JUAN PABLO II, Homilía, Parroquia de San Gelasio, Roma, 3 de marzo de 2002. CONCILIO VATICANO II, Const. past. Gaudium et spes, 1. 3 PABLO VI, Exh. ap. Evangelii nuntiandi, 14. 4 BENEDICTO XVI, Discurso a los Miembros de las Academias Pontificias, 5 de noviembre de 2005. 5 CONC. ECUM. VAT. II, Const. past. Gaudium et Spes, 22. 6 BENEDICTO XVI, Carta enc. Dios es amor, 1. 2 2 una humanidad nueva7 y una conciencia clara y compartida de pertenecer a la única familia humana, que los moverá eficazmente a la práctica de la solidaridad. El Compendio de la doctrina social de la Iglesia que ahora les presento, quiere ser una contribución a la misión esencial de evangelizar que pertenece a la Iglesia, pretende ser un instrumento de servicio que contribuya al encuentro de los hombres con Cristo, y al encuentro de los hombres entre sí. Este Documento indica la íntima relación que la doctrina social posee con la misión de la Iglesia, con el anuncio de la salvación cristiana en el contexto de las realidades temporales. La misión de servicio al mundo propia de la Iglesia cuenta entre sus instrumentos con la doctrina social8, que no debe ser considerada como algo añadido o colateral a la vida cristiana. De la Ecclesia in America al Compendio de la doctrina social En este momento, nuestro pensamiento lleno de gratitud se dirige al amadísimo Siervo de Dios Juan Pablo II, que quiso la publicación del Compendio, confiando la redacción del texto al Pontificio Consejo "Justicia y Paz". Él mismo enumeró los motivos que lo animaban a solicitar la publicación de este documento, y los expuso en su Exhortación apostólica post-sinodal Ecclesia in America. El gran Papa anhelaba la promoción de una cultura de la solidaridad para establecer un orden económico «en el que no domine sólo el criterio del lucro, sino también el de la búsqueda del bien común nacional e internacional, la distribución equitativa de los bienes y la promoción integral de los pueblos» (n. 52); solicitaba, además, «una renovada fuerza» (n. 53), en el testimonio de la Iglesia, de «la verdad plena que está en el Hijo de Dios» (n. 53), ante la «difusión preocupante del relativismo y el sujetivismo en el campo de la doctrina moral» (n. 53), y escribía: «Ante los graves problemas de orden social que, con características diversas, existen en toda América, el católico sabe que puede encontrar en la doctrina social de la Iglesia la respuesta de la cual partir para buscar soluciones concretas. Difundir esta doctrina constituye, pues, una verdadera prioridad pastoral. Para ello es importante "que en América los agentes de evangelización (Obispos, sacerdotes, profesores, animadores pastorales, etc.) asimilen este tesoro que es la doctrina social de la Iglesia, e, iluminados por ella, se hagan capaces de leer la realidad actual y de buscar vías para la acción". A este respecto, hay que fomentar la formación de fieles laicos capaces de trabajar, en nombre de la fe en Cristo, para la transformación de las realidades terrenas. Además, será oportuno promover y apoyar el estudio de esta doctrina en todos los ámbitos de las 7 PABLO VI, Exh. ap. Evangelii nuntiandi, 18. Cf. JUAN PABLO II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 41. De la íntima conexión entre doctrina social y misión de la Iglesia, trata precisamente un famoso pasaje de la Centesimus annus. Juan Pablo II, en el n. 54 de esta encíclica afirmaba que: «la doctrina social tiene de por sí el valor de un instrumento de evangelización: en cuanto tal, anuncia a Dios y su misterio de salvación en Cristo a todo hombre y, por la misma razón, revela al hombre a sí mismo. Solamente 8 3 Iglesias particulares de América y, sobre todo, en el campo universitario, para que sea conocida con mayor profundidad y aplicada en la sociedad americana. La compleja realidad social de este Continente es un campo fecundo para el análisis y la aplicación de los principios universales de dicha doctrina. Para alcanzar este objetivo ─he aquí el proyecto que Juan Pablo II confió al Pontificio Consejo «Justicia y Paz»─ sería muy útil un compendio o síntesis autorizada de la doctrina social católica, incluso un "catecismo" que muestre la relación existente entre ella y la nueva evangelización. La parte que el Catecismo de la Iglesia Católica dedica a esta materia, a propósito del séptimo mandamiento del Decálogo, podría ser el punto de partida de este "Catecismo de doctrina social católica". Naturalmente, como ha sucedido con el Catecismo de la Iglesia Católica, se limitaría a formular los principios generales, dejando a aplicaciones posteriores el tratar sobre los problemas relacionados con las diversas situaciones locales» (n. 54). Estructura y finalidad del Compendio El Compendio de la doctrina social de la Iglesia ofrece un cuadro de conjunto de las líneas fundamentales del «corpus» doctrinal de la enseñanza social católica. Fiel a las autorizadas indicaciones que el Siervo de Dios, Juan Pablo II ofreció en el n. 54 de la Exhortación apostólica Ecclesia in America, el documento presenta «de manera completa y sistemática, aunque sintética, la enseñanza social, que es fruto de la sabia reflexión magisterial y expresión del constante compromiso de la Iglesia, fiel a la Gracia de la salvación de Cristo y a la amorosa solicitud por la suerte de la humanidad» (n. 8). El Compendio tiene una estructura lineal y sencilla. Después de la Introducción, siguen tres partes: La primera, compuesta de cuatro capítulos, se ocupa de los presupuestos fundamentales de la doctrina social –el designio de amor de Dios para el hombre y para la sociedad, la misión de la Iglesia y la naturaleza de la doctrina social, la persona humana y sus derechos, y los principios y valores de la doctrina social–; la segunda parte, que consta de siete capítulos, trata sobre los contenidos y los temas clásicos de la doctrina social –la familia, el trabajo humano, la vida económica, la comunidad política, la comunidad internacional, el medio ambiente y la paz–; la tercera parte, muy breve (un solo capítulo), contiene una serie de indicaciones para la utilización de la doctrina social en la praxis pastoral de la Iglesia y en la vida de los cristianos, sobre todo de los fieles laicos. La Conclusión, titulada «Para una civilización del amor», expresa la intención de fondo de todo el documento. bajo esta perspectiva se ocupa de lo demás». A la doctrina social le interesa el proyecto de Dios sobre el hombre y si se 4 El Compendio tiene una finalidad precisa y se caracteriza por algunos objetivos expuestos claramente en la introducción, concretamente en el número 10 que dice: «El documento se propone como un instrumento para el discernimiento moral y pastoral de los complejos acontecimientos que caracterizan nuestro tiempo; como una guía para inspirar, en el ámbito individual y colectivo, los comportamientos y opciones que permitan mirar al futuro con confianza y esperanza; como un subsidio para los fieles sobre la enseñanza de la moral social». Un instrumento elaborado además con el objetivo preciso de promover «un compromiso nuevo, capaz de responder a las exigencias de nuestro tiempo, adaptado a las necesidades y los recursos del hombre; pero sobre todo, el anhelo de valorar, en una nueva perspectiva, la vocación propia de los diversos carismas eclesiales con vistas a la evangelización de lo social, porque “todos los miembros de la Iglesia son partícipes de su dimensión secular”9». La doctrina social, que refleja la luz del Evangelio sobre la sociedad, además de estar destinada en primer lugar y de manera específica a los hijos de la Iglesia, tiene también una destinación universal, porque la buena noticia que anuncia es para todos los hombres, y todas las conciencias e inteligencias están en condiciones de acoger la profundidad humana de los significados y de los valores por ella proclamados, así como la carga de humanidad y de humanización de sus normas de acción. Es evidente que el Compendio de la doctrina social de la Iglesia concierne en primer lugar a los católicos, porque «La primera destinataria de la doctrina social es la comunidad eclesial en todos sus miembros, porque todos tienen responsabilidades sociales que asumir... En las tareas de evangelización, es decir, de enseñanza, de catequesis, de formación, que la doctrina social de la Iglesia promueve, ésta se destina a todo cristiano, según las competencias, los carismas, los oficios y la misión de anuncio propios de cada uno» (n. 83). La doctrina social implica además responsabilidades relacionadas con la construcción, la organización y el funcionamiento de la sociedad: obligaciones políticas, económicas, administrativas, es decir, de naturaleza secular, que pertenecen a los fieles laicos de manera peculiar, por razón de la condición secular de su estado de vida y de su vocación. Laicos y doctrina social El Compendio se confía sobre todo a los fieles laicos, que en virtud de su bautismo, se colocan dentro del misterio de amor de Dios por el mundo que Cristo ha revelado y que la Iglesia recuerda y ocupa de trabajo humano, economía, política, paz... lo hace desde la perspectiva del anuncio cristiano de salvación. 5 continúa en la historia. El laico participa del misterio, de la comunión y de la misión que caracterizan a la Iglesia10, pero lo hace según una índole particular, la secular11. El laico vive directamente allí donde se organiza secularmente la vida social, en los ámbitos de la economía, de la política, del trabajo, de la comunicación social, de la ley, de la organización de las instituciones, en las que las decisiones y las opciones se vuelven estructuras sociales que condicionan la vida civil. El laico no está dentro del mundo más que los otros miembros de la Iglesia, pero sí lo está de modo diverso: Él trata directamente las cosas profanas, construye la arquitectura de las relaciones entre los miembros de comunidades sociales y políticas, con su acción da un curso a los eventos del mundo, determinando sus aspectos organizativos y estructurales. Los laicos cristianos, con sus capacidades profesionales y su experiencia de vida, están al servicio de la evangelización de la vida social cuando siguen con fidelidad su vocación de «buscar el reino de Dios tratando y ordenando, según Dios, los asuntos temporales»12. Ellos llevan al interno de la comunidad la pasión por aliviar las necesidades humanas y la disponibilidad de aprender de todos, porque Dios actúa también en aquellos que no pertenecen oficialmente a la Iglesia. Los laicos llevan al mundo la sabiduría cristiana que ordena las cosas según el designio de Dios y el deseo de servicio de la comunidad eclesial que a través de sus manos y sus obras llega a todos los ángulos de la sociedad donde viven concretamente las personas. La evangelización de la vida social no es una propuesta ideológica abstracta, sino la encarnación de nuevos criterios de comportamiento en la acción y en la vida cotidiana de los hombres. Así, la doctrina social no es un puro saber teórico, sino que es «para la acción», está orientada a la vida y debe ser aplicada y encarnada con creatividad. Los laicos tienen en esto una función muy particular, aunque no exclusiva. Ya que la doctrina social es el encuentro entre la verdad del Evangelio y los problemas del hombre, los laicos deben impulsar las directrices de acción de la doctrina social de la Iglesia hacia resultados operativos concretos y eficaces. Son los hombres que arriesgan y experimentan en la búsqueda de soluciones, históricas y concretas, para resolver los problemas de la humanidad, y que no se colocan –por así decirlo– como apéndice en la doctrina social de la Iglesia, sino en su corazón mismo, pues ésta tiene un profundo carácter «experimental»13. 9 JUAN PABLO II, Exh. ap. Christifideles laici, 15. Cf. CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Const. dogm. Lumen gentium, nn. 3, 7-8, 31, 39 11 cf. Ibidem., n.31. 12 Ibidem. 13 JUAN PABLO II, Carta enc. Centesimus annus, n. 59. 10 6 El laico cristiano, si quiere ser sal, luz y levadura14debe trabajar para que surja cada vez más todo lo que es auténticamente humano en las relaciones sociales, sin miedos, con disponibilidad y esperanza en el futuro. En esto será ayudado por la cercanía de la comunidad eclesial, por el estímulo de sus sacerdotes y de las personas consagradas, por la participación en la vida sacramental y litúrgica, y por las indicaciones provenientes de los espacios de discernimiento comunitario de los signos de los tiempos. Presbíteros y doctrina social El Compendio se pone en las manos de los presbíteros. El presbítero «en virtud de la consagración que recibe con el sacramento del Orden, es enviado por el Padre, por medio de Jesucristo, con el cual, como Cabeza y Pastor de su pueblo, se configura de un modo especial para vivir y actuar con la fuerza del Espíritu Santo al servicio de la Iglesia y por la salvación del mundo»15. El servicio sacerdotal al mundo se actúa según la peculiaridad propia del presbítero. Él es misionero no independientemente de su servicio litúrgico, de su anuncio de Jesucristo con la palabra y con su vida misma, de su ser pastor de una grey, de su valor como instrumento de comunión y de diálogo entre los cristianos y de éstos con todos los hombres. El presbítero sirve a la doctrina social de la Iglesia no cuando se dispersa en actividades sociales, políticas y económicas directas. Él la sirve predicando el Evangelio social desde el altar, anunciando en la predicación la liberación de Cristo y denunciando las negaciones de los derechos humanos y el desprecio de la dignidad de la persona, mostrando la impetuosa fuerza de amor y de justicia que emana de la Palabra, educando en la dimensión social de la fe cristiana, estimulando una catequesis, especialmente entre los jóvenes y adultos, inspirada también en la doctrina social, provocando en la comunidad cristiana y en los laicos, en particular o asociados, la apertura de la mente, el corazón y las manos a las necesidades humanas de sus prójimos más próximos y también, en virtud de la fraternidad universal, de todos los de la más amplia comunidad mundial. El presbítero tiene además la auténtica misión de promover «los diversos cometidos, carismas y ministerios dentro de la comunidad eclesial»16, también en relación a la asimilación y el anuncio de la doctrina social de la Iglesia. En su comunidad, él es el primer responsable de suscitar y consolidar la conciencia que cada sujeto de la comunidad debe tener de su propia función en la 14 Cf. JUAN PABLO II, Exh. ap. Christifideles laici, 15. JUAN PABLO II, Exhort. ap. Pastores dabo vobis, n.12. 16 Ibidem., n. 18. 15 7 evangelización de las realidades sociales: los padres y las familias, los laicos, el mundo de la escuela y de la educación, las asociaciones, los movimientos... El presbítero no puede renunciar, en justicia, al derecho–deber de ejercer su autoridad en los ámbitos de la política y de la economía, una autoridad que consiste no en la búsqueda de privilegios o cuotas de poder, sino en el servicio de iluminar, con el Evangelio y los principios de la doctrina social de la Iglesia, las conciencias de los fieles laicos, dar un juicio moral que sirva como punto de referencia sólido y autorizado –porque basado en el sano criterio de seguir la verdad antes y por encima de la moda–, que les ayude a discernir las opciones y decisiones que a ellos corresponde hacer y poner directamente en práctica para hacer de la política un arte verdaderamente «noble»17 y dar a la economía un rostro verdaderamente humano. Vida consagrada y doctrina social El Compendio se pone también en las manos de los religiosos y de las religiosas. Todos aquellos que han respondido a la llamada de Cristo a una forma de vida que pueda prefigurar la perfección del Reino de Dios ya desde este mundo, ocupan un lugar particular en la comunidad cristiana y, en virtud de su carisma, tienen una tarea especial en la evangelización de las realidades sociales. No están separados del mundo, sino que viven de modo diverso su relación con las cosas del mundo. Es un modo particularmente profundo y no evasivo en cuanto que las personas consagradas ven las relaciones sociales y las cuestiones económicas no sólo como son, sino que también y sobre todo como serán y por lo tanto como deberían ser. Las religiosas y los religiosos abandonan todo (cf. Lc 14,33; 18,29) para abrir el corazón a una plenitud mayor y para vivir mejor un amor indiviso por el Señor (cf. 1Co 7,34) y así mostrar proféticamente a los hombres nuevas maneras de relacionarse con las cosas de la creación y con los hermanos: Relaciones orientadas al compartir, regidas por la libertad propia de los hijos de Dios. Relaciones que no son opresoras ni posesivas, sino que están impregnadas de generosidad y orientadas a la promoción humana. La vida consagrada tiene los ojos, la mente y el corazón concentrados proféticamente en la Resurrección, cuando los hombres «serán en el cielo como ángeles de Dios» (Mt 22,30) y es –ya aquí y ahora– una anticipación de este misterioso estado de perfección, que los méritos de Cristo hacen posible: En efecto, todos nosotros ya desde ahora somos uno «con Cristo Jesús» (Ga 3,28). 17 CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Const. past. Gaudium et spes, 75. 8 Los consagrados animan de radicalidad evangélica las relaciones sociales, políticas y económicas, a través del testimonio, en su vida personal y comunitaria, de las bienaventuranzas evangélicas y de su disponibilidad total –con los votos de obediencia, pobreza y castidad– a vivir con el Señor para la salvación del mundo. La vida consagrada ofrece un modelo evangélico de convivencia que se funda sobre la donación y mantiene viva la capacidad de toda la comunidad cristiana, y de todos los hombres, de discernir en el «ya» el «todavía no», de buscar la comunión y la caridad, para dar un alma a las relaciones humanas en la sociedad moderna. El primado de la persona humana La doctrina social de la Iglesia subraya con fuerza el primado de la persona humana sobre las realidades e instituciones, tanto políticas como económicas. Éstas existen para la persona y para su promoción integral y no viceversa18. Si queremos traducir en términos de cultura social, económica y política esta perspectiva, se debe afirmar siempre que las realidades e instituciones económicas y políticas encuentran su finalidad en la promoción y defensa de los derechos fundamentales de la persona humana. Es en base al primado de la persona humana que la Iglesia siempre ha buscado defender con pasión los derechos del hombre. Hoy no debe ser la excepción. El Espíritu ha suscitado, continuamente en la Iglesia, defensores apasionados e incansables de la dignidad humana, quienes con la misma vehemencia de los profetas veterotestamentarios han denunciado las situaciones de injusticia que dañan la imagen de Dios plasmada en la persona humana. En esta línea se encuentra Fray Antón de Montesino quien aparece representado –muy oportunamente– en la portada del Compendio publicado por esta Conferencia episcopal, y quien con justicia es considerado en América el primer defensor de los derechos humanos y de la dignidad de los indios. En efecto, cuando leemos su célebre sermón del IV domingo de adviento de 1511, no nos queda ninguna duda al respecto. Ante las injusticias cometidas por los conquistadores contra los pobladores del Nuevo Mundo, fray Antón así se expresaba: «...todos estáis en pecado mortal y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes. Decid ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre aquestos indios?... ¿Estos no son hombres?... ¿No sois obligados a 18 Para este propósito vale la pena dejar hablar al Compendio que, con claridad ejemplar afirma: « La persona humana debe ser comprendida siempre en su irrepetible e insuprimible singularidad. En efecto, el hombre existe ante todo como subjetividad, como centro de conciencia y de libertad, cuya historia única y distinta de las demás expresa su irreductibilidad ante cualquier intento de circunscribirlo a esquemas de pensamiento o sistemas de poder, ideológicos o no. Esto impone, ante todo, no sólo la exigencia del simple respeto por parte de todos, y especialmente de las instituciones políticas y sociales y de sus responsables, en relación a cada hombre de este mundo, sino que además, y en mayor medida, comporta que el primer compromiso de cada uno hacia el otro, y sobre todo de estas mismas instituciones, se debe situar en la promoción del desarrollo integral de la persona» (131). 9 amarlos como a vosotros mismos?... Tened por cierto que en el estado en que estáis no os podéis salvar...». La obra humanizadora y evangelizadora de la Iglesia que empezó a propagarse por estas tierras, debe seguir adelante. Ustedes son los herederos del compromiso de este gran fraile dominico y del de todos aquellos que con la fuerza del Espíritu sembraron –con palabras y obras–, la semilla del Evangelio en América: Que ningún hombre y ninguna mujer que recorra o habite estas tierras vea pisoteados sus derechos fundamentales, porque todos los hombres y mujeres pertenecemos a la única gran familia humana; porque «toda persona, creada a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1, 26-28), y por tanto radicalmente orientada a su Creador, está en relación constante con los que tienen su misma dignidad»19; y porque el secreto para construir una sociedad pacífica y un auténtico desarrollo de las personas y de los pueblos se encuentra en emprender con decisión, pasión y valentía la promoción de la dignidad de la persona humana y la defensa de todos sus derechos 20. En esta gigantesca tarea que se encomienda a la toda la Comunidad eclesial, la doctrina social de la Iglesia es sin duda un útil e imprescindible instrumento. La dimensión social de la Eucaristía. Para cumplir con su misión, la Iglesia cuenta siempre con la ayuda y la presencia de su Señor. El Papa Juan Pablo II, en la Carta apostólica Mane Nobiscum Domine, particularmente en dos hermosos parágrafos sobre la dimensión social de nuestra fe y del culto cristiano, nos recordaba, en primer lugar, que estamos llamados a la unión íntima con Dios y con los hermanos y que tenemos en la Eucaristía una fuente inagotable de vida y una escuela de comunión, de solidaridad, de justicia y de paz, que nos capacita para enfrentar los grandes desafíos que interpelan hoy a la humanidad (cf. n. 27). Enseguida aseveraba que son el amor, el servicio y el compromiso activo por construir una sociedad más justa y fraterna, el criterio que refleja la autenticidad de nuestra participación en la celebración comunitaria de la Eucaristía: «No es casual que en el Evangelio de Juan no se encuentre el relato de la institución eucarística, pero sí el «lavatorio de los pies» (cf. Jn 13,1-20): inclinándose para lavar los pies a sus discípulos, Jesús explica de modo inequívoco el sentido de la Eucaristía. A su vez, san Pablo reitera con vigor que no es lícita una celebración eucarística en la cual no brille la caridad, corroborada al compartir efectivamente los bienes con los más pobres (cf. 1 Co 11,17-22.27-34)» (n. 28). La Iglesia, que se descubre a ejemplo de su Señor, Servidora de la humanidad, está llamada a incrementar cada vez más su compromiso en favor de los pobres, concretizados en los millones de 19 JUAN PABLO II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1999, 2. 10 seres humanos hambrientos de pan y de compañía; en los hombres y mujeres flagelados por las enfermedades; en la zozobra que invade a los desempleados, impedidos por ello de llevar el pan a la mesa de sus familias; en los jóvenes esclavizados por el hedonismo, el alcohol y la droga, deprimidos y cansados de la vida antes de comenzar a vivir; en las angustias y tristezas de millones de hombres y mujeres, muchos de ellos campesinos, prácticamente empujados por la necesidad a dejar su tierra y sus seres queridos: «¡Piedad por Haití!, ¡Piedad por este pueblo!,¡Piedad por este País!». El grito desgarrador de los Obispos haitianos, que los obispos dominicanos hicieron propio21, es también el llamado que yo hago, en nombre del Dicasterio Vaticano que presido, a la Comunidad Internacional... y a Ustedes, queridos miembros de la Iglesia en este país, les invito a hacer de la Parábola del Buen Samaritano, el criterio para salir al encuentro de todos aquellos que se encuentren heridos, en el alma o en el cuerpo, por los senderos de la vida, sin tener en cuenta su nacionalidad, color de piel, condición legal... Porque el gesto misericordioso del Buen Samaritano pasa por alto todas estas consideraciones y expresa un aspecto fundamental de la misión de la Iglesia que busca levantar a todos los hombres y mujeres caídos en los caminos de la historia. El número 28 de la Mane Nobiscum Domine, termina declarando sin ambigüedades que «no podemos hacernos ilusiones: por el amor mutuo y, en particular, por la atención a los necesitados se nos reconocerá como verdaderos discípulos de Cristo (cf. Jn 13,35; Mt 25,31-46). En base a este criterio se comprobará la autenticidad de nuestras celebraciones eucarísticas». Benedicto XVI nos dice también al respecto: «Una Eucaristía que no comporte un ejercicio práctico del amor es fragmentaria en sí misma. Viceversa... el “mandamiento” del amor es posible sólo porque no es una mera exigencia: el amor puede ser “mandado” porque antes es dado»22. El Papa afirma la imposibilidad de separar el amor a Dios y el amor al prójimo y, citando a San Juan, nos advierte que no es verdad que amamos a Dios si permanecemos indiferentes ante las necesidades del hermano o incluso lo odiamos. Esto nos impide también llegar a Dios: «el amor del prójimo es un camino para encontrar también a Dios, y... cerrar los ojos ante el prójimo nos convierte también en ciegos ante Dios»23. En la Iglesia, familia de los hijos de Dios, ninguno de sus miembros debe pasar necesidad. Recordando también que la caridad supera las fronteras de la Iglesia, la parábola del Buen Samaritano es el criterio de comportamiento que indica la universalidad del amor cristiano 24. En 20 Cf. ID., 3. CONFERENCIA DEL EPISCOPADO DOMINICANO, Mensaje ante la creciente inmigración haitiana, 42 (1º. de noviembre de 2005). 22 BENEDICTO XVI, Carta enc. Dios es amor, 14. 23 BENEDICTO XVI, Carta enc. Dios es amor, 16. 24 Cf. BENEDICTO XVI, Carta enc. Dios es amor, 25. 21 11 efecto, esta parábola, comenta el Papa «nos lleva a dos aclaraciones importantes... mi prójimo es cualquiera que tenga necesidad de mí y que yo pueda ayudar», es decir, el concepto de prójimo se hace universal, pero permanece concreto. La segunda aclaración se refiere a la actuación concreta de este amor, que «no se reduce a una actitud genérica y abstracta, poco exigente en sí misma, sino que requiere mi compromiso práctico aquí y ahora»25. Conclusión El pasado 25 de enero tuve el gran honor de participar en la presentación de la primera encíclica del Santo Padre Benedicto XVI, de la cual acabo de citar algunos pasajes. Y es precisamente en este maravilloso documento pontificio que me baso para proponer algunas reflexiones que, a manera de conclusión, puedan enriquecer lo que hasta ahora les he expuesto. Sobre todo porque nos clarifica cuál es la competencia de la Iglesia, particularmente de los fieles laicos, en la construcción de un orden social justo. La relación entre justicia y caridad se trata en los números del 26 al 29. En el número 27, el Santo Padre corrobora la validez y actualidad de la doctrina social de la Iglesia que «en la difícil situación en la que nos encontramos hoy, a causa también de la globalización de la economía... se ha convertido en una indicación fundamental, que propone orientaciones válidas mucho más allá de sus confines: estas orientaciones —ante el avance del progreso— se han de afrontar en diálogo con todos los que se preocupan seriamente por el hombre y su mundo». En el número 28, afronta el tema de la competencia de la Iglesia y de su doctrina social en la construcción de un orden social justo, iniciando con las siguientes palabras: «El orden justo de la sociedad y del Estado es una tarea principal de la política. Un Estado que no se rigiera según la justicia se reduciría a una gran banda de ladrones» (28ª). Aprovechando la riqueza de las enseñanzas sobre la autonomía de las realidades temporales de la Constitución pastoral Gaudium et spes del Concilio Vaticano II, el Santo Padre continúa diciendo que «la justicia es el objeto y, por tanto, también la medida intrínseca de toda política. La sociedad justa no puede ser obra de la Iglesia, sino de la política». Afirmada la competencia de la política y del Estado en la construcción de un orden social justo, el Santo Padre se apresura de inmediato a delinear la competencia específica de la Iglesia y de su doctrina social. Las enseñanzas del Papa Benedicto sobre este punto podrían sintetizarse de la siguiente manera: ya que la razón práctica, en su constante prefigurarse un orden social justo, 25 BENEDICTO XVI, Carta enc. Dios es amor, 15. 12 constantemente está llamada a interrogarse sobre qué es la justicia, y estando, de hecho, continuamente acechada por la tentación de hacer prevalecer el interés y el poder, esta razón debe purificarse constantemente. La doctrina social de la Iglesia, con las profundas instancias formativas que le caracterizan, se propone como respuesta a esta exigencia permanente de purificación de la razón práctica. En este punto es oportuno dejar hablar al Santo Padre: «… la construcción de un orden social y estatal justo, mediante el cual se da a cada uno lo que le corresponde, es una tarea fundamental que debe afrontar de nuevo cada generación. Tratándose de un quehacer político, esto no puede ser un cometido inmediato de la Iglesia. Pero, como al mismo tiempo es una tarea humana primaria, la Iglesia tiene el deber de ofrecer, mediante la purificación de la razón y la formación ética, su contribución específica, para que las exigencias de la justicia sean comprensibles y políticamente realizables» (n.28). El Santo Padre afirma que la tarea de la Iglesia, con su doctrina social, en la construcción de un orden social justo, es una tarea mediata que consiste «contribuir a la purificación de la razón» y en despertar las fuerzas espirituales y morales. ¿A cuáles fuerzas se refiere el Santo Padre? Escuchemos sus palabras: «El deber inmediato de actuar en favor de un orden justo en la sociedad es más bien propio de los fieles laicos. Como ciudadanos del Estado, están llamados a participar en primera persona en la vida pública. Por tanto, no pueden eximirse de la “multiforme y variada acción económica, social, legislativa, administrativa y cultural, destinada a promover orgánica e institucionalmente el bien común”. La misión de los fieles es, por tanto, configurar rectamente la vida social, respetando su legítima autonomía y cooperando con los otros ciudadanos según las respectivas competencias y bajo su propia responsabilidad. Aunque las manifestaciones de la caridad eclesial nunca pueden confundirse con la actividad del Estado, sigue siendo verdad que la caridad debe animar toda la existencia de los fieles laicos y, por tanto, su actividad política, vivida como “caridad social” » (n. 29). Al terminar la presentación del Compendio de la doctrina social de la Iglesia a los fieles laicos, presbíteros, religiosas y religiosos de la Iglesia en República Dominicana –cuyo texto se pone hoy en sus manos–, quisiera volver a insistir en la doble dimensión de la presencia de los cristianos en la sociedad, cuya promoción y apoyo es una verdadera prioridad pastoral. Es una doble inspiración que se deriva de la doctrina social misma y que cada vez más en el futuro exigirá ser vivida en una síntesis complementaria, me refiero a la exigencia del testimonio personal, por una parte, y por la otra, a la exigencia de un nuevo proyecto en favor de un humanismo integral y solidario que abarque las estructuras sociales. Dos dimensiones, la personal y la estructural, que no se deben 13 separar jamás. Yo tengo la firme esperanza que el Compendio de la doctrina social de la Iglesia ayudará a madurar en los cristianos auténticas personalidades creyentes y les inspirará para que sean testigos creíbles, capaces de modificar, con el pensamiento y la acción, los mecanismos de la sociedad actual. Muchas gracias. 14