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LAS CRISIS DE IDENTIDAD. UN DESAFÍO AL DESARROLLO PROFESIONAL
EN EL MUNDO MODERNO.
Dra. Beatriz Marcos Marín
Ponencia presentada en el VI Taller de Formación Técnico – Profesional. Universidad Og
Mandino, Ecuador, 2007.
Resumen.
En el presente artículo, sin pretensiones de ser conclusivos y absolutos, reunimos
un conjunto de reflexiones donde nos replanteamos el problema de la existencia o
no de crisis de identidad profesional en el marco de la sociedad cubana actual,
desde la perspectiva de sus virtuales condicionantes y formas de expresión. Para
ello, nos apoyaremos en la experiencia que acumulamos durante años en la
formación pre y postgraduada de maestros para la enseñanza técnico profesional,
en la generalización hacia el tema de resultados de investigaciones que hemos
realizado sobre el rol del profesional, y en la consulta y revisión selectiva de material
bibliográfico relacionado con este contenido.
La búsqueda de la identidad en la sociedad moderna.
En cualquier época y estructura social humana civilizada, a la búsqueda natural del
hombre de seguridad física, se suma el afán por encontrarse a sí mismo, descubrir
sus potencialidades para desarrollarse y realizarse como un ser útil a su grupo
social. A esta búsqueda subyace la necesidad de ser reconocido y aceptado por los
demás como un ser diferente, de ser valorado como alguien con éxito y ser amado.
Con frecuencia se señala en la actualidad, como la sociedad moderna y
postmoderna se constituye en un factor que coarta tales afanes, y como argumento
se esgrime su tendencia a la ruptura de tradiciones, las cuales constituyen el
soporte fundamental del individuo para reconocerse a sí mismo como integrante de
un grupo social y construir su ser actual con el pasado de sus semejantes con los
cuales se identifica. Por otro lado además, se plantea que los sistemas sociales
actuales presionan al sujeto para que este cumplimente roles sociales que no dejan
1
espacio para su autorrealización y opacan en este sentido su ser personal, al
concebirse al individuo solo como un medio para alcanzar fines sociales. (Gerge,
1992)
Tales afirmaciones pueden parecer al lector extremas, viéndolas quizás como un
enfoque muy generalizador del problema, sin embargo, en nuestros estudios sobre
el tema de la identidad profesional, hemos encontrado resonancias particulares de
estas reflexiones por supuesto con sus especificidades.
A partir de esta idea, consideramos que actualmente existen una serie de factores
de índole sociopsicológicas que pueden estar marcando la presencia de dificultades
en la configuración de una identidad profesional plena en nuestros profesionales. La
afirmación de si estos problemas responden o no a una crisis de identidad, no
podemos acotarla definitivamente en el presente trabajo; para poder llegar a tales
conclusiones necesitamos implementar una investigación exhaustiva sobre el tema,
lo cual será objetivo de nuestras próximas acciones. Nuestro propósito actual es
menos ambicioso y responde a una etapa inicial del proceso investigativo, donde a
partir de nuestros estudios anteriores del tema podemos adelantar algunas
reflexiones sobre el mismo. La invitación por el momento es al cuestionamiento de
nuestras afirmaciones e hipótesis, al debate científico, en cuyo terreno aceptamos
discrepancias y sugerencias.
La desvalorización de la imagen del profesional como símbolo.
Todo problema de identidad social (entiéndase en nuestro caso profesional)
encierra un déficit en los ideales simbólicos. Los símbolos asumen un significado
personal para el individuo en la medida en que le sirven de puntos válidos de
referencia para autodefinirse e identificarse con el grupo social. (Klapp, 1972). En
este sentido, el símbolo "profesional" debería reflejar a nivel social una imagen
suficientemente atractiva y estimulante, como para promover identificaciones con el
grupo profesional que define, y de esta forma regular el comportamiento de los
sujetos hacia su autorrealización en este campo.
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Pero ¿ocurre realmente así? Si hacemos converger nuestras reflexiones sobre
este punto, seguramente coincidiremos en opinar que nuestra sociedad actual,
aquejada de profundos conflictos económicos, deja poco espacio al romanticismo
que como aureola envolvía la labor del profesional en otras épocas. Los cambios
económicos han afectado notablemente el estatus social de la profesión, el salario
del profesional como el de otras profesiones alcanza apenas para satisfacer algunas
necesidades vitales, las condiciones de trabajo dada la carencia de recursos
materiales no son óptimas, si a esto sumamos además, las exigencias burocráticas
en términos de metas externas y despersonalizadas que se le imponen al
profesional, desde una dirección verticalista y limitante de su espontaneidad, que
reduce notablemente su libertad de decisión y acción, agruparemos un conjunto de
factores que han provocado cambios significativos en el marco conceptual
(creencias, valores, normas) que dentro de este contexto se forman las personas
sobre la profesión, en tanto le niegan a la misma la resonancia necesaria para
provocar identificaciones positivas con ella.
En este sentido, resultan interesantes los resultados
que obtuvimos en una
investigación realizada con maestros de la Enseñanza Técnico-Profesional; en la
misma exploramos los problemas de identidad profesional asociados tanto a su
sentido de mismidad como de pertenencia al grupo social de profesional. En este
estudio pudimos constatar como, una amplia mayoría de sujetos (80 % de la
muestra) no aceptan su situación profesional actual y desean cambiar de profesión;
sin embargo, resultó significativo que solo 5 argumentaban causas relativas a la
esencia misma de la profesión. En el Completamiento de Frases expresaban:
“Si pudiera cambiar mi pasado en cuanto a mi profesión “sería periodista y no
maestro”; Lamento “no haber estudiado medicina”; Quisiera ser “estomatóloga”
El resto de los sujetos manifiestan su deseo de cambiar de profesión por motivos
extrínsecos al contenido esencial de la profesión: problemas económicos, falta de
reconocimiento de su individualidad que ataca su mismidad y desatan actitudes
defensivas, por la carencia de reconocimiento social de la profesión, por las
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limitaciones que impone a las aspiraciones personales de superación profesional,
por las tareas impuestas que desvirtúan el rol: Mientras, de forma general,
expresaban un vínculo afectivo positivo o ambivalente hacia la esencia de la
profesión, demostrando satisfacción por la realización de las tareas propias del rol,
como la clase, la educación del alumno, etc. así un sujeto en una amplia
composición nos dice:
“...me gusta educar, pero .el sistema educacional está diseñado para cumplir
ciegamente lo que viene de arriba, quien no lo haga es un detestado”. Otro sujeto
nos expresa en el Completamiento de Frases: Me fastidia que en mi trabajo: “se
mida más lo que aparentas y no los resultados que tenemos en el mismo”, en la
Situación de Conflicto un profesor nos explica “si me ofrecieran otro empleo donde
ganaría más y pudiera aumentar mis conocimientos me iría”.
La migración actual de profesionales hacia otras profesiones más ventajosas
económicamente o más reconocidas a nivel social, puede encontrar explicación en
los resultados anteriores. Se impone en la actualidad la reconstrucción del símbolo
"profesional", lo cual no depende solo del desarrollo económico, sino además, del
rescate de los valores humanos asociados a la profesión, del retorno a las
tradiciones, y sobre todo de la devolución al profesional, por parte de las
instituciones sociales, de la confianza en su autogestión y acción libre. Esta última
condición resulta ineludible, si queremos promover un profesional satisfecho de sí
mismo como profesional, no por cumplir metas sociales que absorben y anulan su
ser personal, sino por personalizar estas
en metas propias, emanadas de sus
propios proyectos de autorrealización.
La construcción del nuevo símbolo en lenguaje comercial, implica lograr un
símbolo producido, distribuido y consumido, y para ello se debe convencer al
consumidor (el individuo) de su excelencia, calidad y utilidad, es decir de su valor.
(Rosa y colab., 1996).
El valor del símbolo "profesional" como el de todo símbolo, señalan estos autores,
radicará en su verdad, la cual descansa en la autoridad y crédito que logre arrogarse
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su productor (el grupo profesional de profesionals y las instancias sociales más
elevadas relacionadas con este), así como en su validación empírica, es decir, en la
comprobación práctica, vivencial del sujeto sobre las bondades que proclama la
profesión como "producto a consumir".
Construir un símbolo es difícil, pero lograr que los individuos lo interioricen, lo
"consuman", lo es aún más; solo cuando los contenidos que conforman el símbolo
adquieren un sentido personal para el individuo y son capaces de regular su
conducta a favor de la profesión, podemos hablar de un nivel de internalización
profundo. Este hecho nos lleva a concluir, que es mucho más fácil preservar un
símbolo, que reconstruirlo, lo cual es válido para cualquier proceso de
identificaciones que se analice. (Klapp, 1972 ).
El Ideal de profesional que exige la sociedad.
Según George Mead uno de los elementos que da sentido a la vida de un sujeto a
la par que favorece el encuentro con su identidad, es la "consagración de la persona
hacia un valor supremo en el que cifra su summum bonum o - ¿por qué no?- su
antojo supremo". (Citado por Klapp, 1972).
Se deduce entonces, que encontrarse a sí mismo, su identidad, no significa un
anquilosamiento del sí mismo, sino que por el contrario, exige la presencia de
aspiraciones de autosuperación, tomando como meta un ideal personal que
continuamente se alcanza y se vuelve a redefinir, siempre en el sentido del
mejoramiento personal.
Pero, podríamos preguntarnos ¿qué sucede cuando el ideal que asume el
individuo, en nuestro caso el profesional, antes que traducir sus proyectos
personales, refleja expectativas sociales no suficientemente internalizadas? Aquí
estaríamos en presencia de exigencias sociales que expresan valores y normativas
que el sujeto adopta formalmente, debido a que generalmente son impuestas
autoritariamente desde el afuera, y funcionan en el individuo como estereotipos que
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regulan su conducta de forma rígida, carente de compromiso, lo que indica que el
proceso identificatorio con los mismos no se completa.
Cuando el ideal personal se confunde con el ideal social, al punto de no
percatarse el profesional de la diferencia entre ellos, o lo que es peor aún, al punto
de no concienciar el profesional que debe poseer un ideal propio, derivado de sus
expectativas personales de desarrollo y no uno importado por las expectativas
ajenas, aún cuando parezcan las más justas, entonces estamos ante un problema
de identidad profesional.
Consecuencias de esta situación resultan, las frustraciones personales que genera
una perspectiva de autodesarrollo creada al margen del conocimiento de las
posibilidades reales del individuo, la tendencia a autoatribuirse aquellas cualidades
del ideal social con el consiguiente divorcio de la realidad personal, la continua
preocupación por presentar aquellos atributos socialmente exigidos con la
consiguiente ansiedad que genera el no lograr la perfección y no satisfacer las
demandas ajenas, la transposición del centro de gravedad de la evaluación de sí
mismo hacia afuera, no hacia lo que realmente hace y es, sino hacia si obtiene éxito
o no, hacia la apreciación del otro, adaptándose cada vez más a las exigencias
externas para obtener el beneplácito y "ser como ellos quieren que sea".
Todo lo anterior encierra una profunda afectación al sentido de mismidad del
profesional, este al acomodarse al esquema social no toma conciencia de su
diferenciabilidad con el resto de sus colegas, que siguen a su vez el mismo
prototipo; su actuación no le permite descubrir aquellas condiciones que lo hacen
ser un profesional único e irrepetible, y por tanto no puede proyectar metas de
autosuperación personalizadas que encauzarían su desarrollo profesional hacia
derroteros más congruentes con sus posibilidades y potencialidades reales.
Los problemas en el autoconcepto y la autoestima del profesional.
El precio de adquirir una imagen idealizada del yo como diría Ada Abraham (1972)
es el abandono del yo real, lo cual implica una renuncia a una parte de la identidad
propia, a alienar en relación a sí mismo una porción del yo real. Esta imagen es
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defendida a ultranza, la realidad la amenaza, lo cual explica según la autora, la
rigidez y la tendencia al conformismo en los profesionales, a huir de situaciones
nuevas que implican nuevos modos de accionar.
La carencia de espacios para encontrar una resonancia entre lo que el profesional
cree de sí y lo que piensan los demás, así como la existencia de un sistema de
evaluación de su trabajo rígido, que incluye pautas generales no individualizadas,
por ejemplo aquellas que ubican al maestro en categorías preestablecidas de
excelente, bien, regular o mal, donde se despersonaliza su quehacer dando lugar a
estereotipos, apuntan a otras condicionantes que como la anterior, no tributan a la
formación en el profesional de un autoconcepto adecuado.
Con relación a esto se expresan profundas afectaciones en cuanto al
autoconcepto del profesional, las cuales tienen una connotación negativa para su
sentido de mismidad. En la investigación corroboramos que aquellos maestros (11
de 17), que tendían a sobrevalorarse o subvalorarse en sus autodefiniciones y que
además utilizan en las mismas frases estereotipadas, atributos socialmente
exigidos, sin personalizar en sus valoraciones. En el Completamiento de Frases nos
expresan:
“De mi forma de ser me gusta “la honestidad”, o Mis mejores actitudes como
profesional son “la honradez, la sinceridad, la paciencia”
Por otro lado eran los que luego tendían a depositar la responsabilidad de su
desarrollo en el exterior y no en sí mismo, no se asumen como los responsables de
sus fracasos y frustraciones en este sentido, sino que lo achacan a las instituciones,
a los directivos, al sistema educacional, entre otros.
Estos sujetos además, no
expresaban necesidades de superación personales, propias, diferentes a las del
resto de sus colegas, no realizaban actividades más allá de lo orientado, ni
expresaban necesidad de ello, no adoptaban una postura crítica ante las
disposiciones del afuera que homogenizan su trabajo y anulan su individualidad, lo
que denota la influencia que un autoconcepto distorsionado, homogenizado, que no
da cabida a la peculiaridad, a la diferencia, tiene para la mismidad del sujeto, para
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su noción de ser diferente y único, con la consabida implicación para su identidad
como profesional.
Por supuesto, al poseer una imagen distorsionada de sí, el profesional se enfrenta
continuamente ante la posibilidad de que su conducta, sus acciones no siempre se
correspondan con la misma, que no siempre logre obtener los éxitos que pretendía
en tanto no ha sabido sopesar sus verdaderas potencialidades para ello, si las
posee o no, y de poseerlas cómo emplearlas desde su situación particular. Por
supuesto un autoconcepto basado en definiciones que homogenizan al sujeto, no
favorece esto, por un lado el individuo puede sobrevalorar sus verdaderas fuerzas y
lanzarse a realizar actividades más allá de sus posibilidades reales, o por el otro
puede subestimar cualidades no tan importantes para el discurso social, pero que
para él son valiosas si desea obtener su propósito.
En ambos casos el resultado puede ser el fracaso, la presencia de vivencias de
frustración, tensión psíquica e impotencia, de sentimientos de que algo anda mal en
sí mismos, la preocupación desmedida, la añoranza de querer ser mejor; lo que
afecta sensiblemente su seguridad en sí mismo y por tanto su autoestima como
profesional, el respeto de sí, la satisfacción consigo mismo y por tanto su sentido de
mismidad y también de pertenencia, porque resulta frecuente ante esto, el
surgimiento de sentimientos de desarraigo con el grupo profesional, de sentirse
extraño, agredido, incomprendido por sus compañeros, de sentirse fuera de
contexto.
Una respuesta muy actual que asumen muchos profesionales para elevar su
autoestima, cuando han mostrado dificultades para cumplir con las expectativas
sociales, es refugiarse en los valores de defensa de la autoestima, es decir, centrar
la fuente de alimentación de esta en la realización con éxito de actividades muy
útiles para el grupo, muy apreciadas por la sociedad, pero extrínsecas al rol, y en
este sentido se satisfacen a sí mismos al considerarse muy buenos dirigentes
sindicales, muy buenos organizadores de actividades estudiantiles, muy buenos
partidistas, lo que apunta a una pseudoautoestima como profesional. Lo anterior no
niega la importancia de estas tareas, sin embargo, estas no deben ser aquellas
sobre las que esencialmente se edifique la autoestima de un profesional, esto atenta
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contra la conciencia en el mismo del contenido de su rol, y por tanto de su identidad
profesional. Esto está muy relacionado con la siguiente condición que analizaremos
como posible desencadenante de una crisis de identidad.
La sobrecarga del rol del profesional en la actualidad.
Cuando el progreso social impone al rol del profesional demandas cada vez más
complejas, esto determina que los límites de la profesión se puedan extender a otros
contextos, quedando algo difusos con relación a otras profesiones. El problema de
dilucidar tales límites constituye una preocupación para numerosos especialistas, si
bien la solución del problema tiene implicaciones macrosociales.
No podemos dejar de considerar las consecuencias de este problema para la
configuración de una identidad profesional. La sobrecarga del rol del profesional,
expresa su movilidad interna hacia funciones y acciones que van más allá de la
esencia misma de la labor del profesional. Por ejemplo, en los procesos docenteeducativos, en ocasiones los maestros expresan un sentimiento de estar
descentrados, diluidos y sumergidos en diversos papeles no esenciales y a veces
desvinculados de sus objetivos centrales. Subyace a este hecho la ampliación
desproporcionada de la noción actual sobre el alcance de la función educativa del
maestro; en este sentido su condición de educador de la personalidad del alumno,
se ha extrapolado a espacios más allá del aula y de la escuela. La falta de visión de
la clase como espacio fundamental para el trabajo formativo con el estudiante, tiene
en su base el desconocimiento en muchos docentes, de las potencialidades del
grupo como ente psicológico que posee una fuerza vital de incalculable valor para el
proceso educativo.
Este hecho ha sido comprobado en numerosos encuentros con maestros, donde se
les ha encuestado sobre el tema, así observamos como en los mismos predomina la
concepción del grupo como sumatoria de individualidades, de ahí el enfoque radial
de la enseñanza, el desconocimiento además de los dos niveles de realidad del
grupo, lo manifiesto y lo latente que los lleva a juicios distorsionados sobre el
acontecer grupal durante el aprendizaje, la subvaloración del rol protagónico del
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alumno y del grupo, entre otras lagunas que impiden al profesional potenciar las
fuerzas del grupo en aras de un aprendizaje más operativo. La situación anterior ha
llevado a la consabida dicotomía entre la instrucción y la educación, no
declarativamente pero sí en la acción práctica concreta. Al perder de vista las
amplias posibilidades que pueden ser explotadas durante la clase, el profesional de
la educación ha buscado la respuesta en otros espacios o contextos de influencia (la
familia, la comunidad, las organizaciones sociales y de políticas, entre otras), donde
su trabajo con frecuencia se escurre entre los objetivos particulares, propios de cada
grupo social, y pocas veces responden a sus intereses.
Asociado a esta sobrecarga del rol, se generan compromisos sociales ajenos al
contenido de la profesión. Los profesionales generalmente asumen otros roles
sociales que le demandan acción como entes políticos, hijos, padres, etc. Si estos
roles no se asumen de manera integrativa, tienden a interferir y desvirtuar la
identidad profesional.
A esto se suma una tendencia actual en nuestro medio a parcelar, en acciones
aparentemente distintas y nuevas, la actividad profesional. El manejo del asunto, ha
llevado a sentir como nuevas, viejas tareas que se exigen, y no como algo que está
implícito en el trabajo, y a lo cual, en aras de satisfacer una demanda social, haya
que darle quizás un carácter más acentuado, más intencionado, con métodos
nuevos, pero que en última instancia no supone hacer algo nuevo ni añadir una
nueva carga de trabajo.
Seguramente estaremos de acuerdo en afirmar, que tantas funciones diversas son
imposibles de asumir desde una postura personalizada, la falta de integración entre
ellas da lugar a que sean ejecutadas muchas veces, sin una conciencia clara en el
profesional de sus capacidades reales para llevarlas a cabo; la decisión de
aceptarlas se toma muy aprisa, sin tiempo suficiente para entrenarse y
compenetrarse con ellas, en ocasiones como en el caso del desarrollo de los
valores, son impuestas desde afuera sin posibilidades de apelación.
Todo lo anterior conlleva a que el profesional lejos de personalizar la función, lejos
de introyectarla desde el prisma de su sello personal, la emprende formalmente,
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siguiendo los cánones rígidamente establecidos, sin incorporarle creatividad,
representando el papel que se le exige sin involucrase personalmente.
Nos cuestionamos entonces, ¿cuánto ha de sacrificar el profesional de su yo real
para acomodarse a los nuevos papeles que se le plantean?
Al convertirse en un ejecutor pasivo, despersonalizado de tales acciones, el
profesional no encuentra en ellas un apoyo para la confirmación de su identidad
profesional, él es uno más del grupo que tiene que realizar tales tareas; el espacio
para sus propios intereses, para llevar a vías de hecho sus aspiraciones de
superación y trabajo profesional, se reducen notablemente, negándose así la
posibilidad de sentirse diferente y especialmente necesario, de encontrar en los
productos de su trabajo la resonancia suficiente para definirse a sí mismo
satisfactoriamente.
"si todo el mundo hace lo que yo hago, siguiendo las mismas normas, si cualquiera
puede hacer mi trabajo, yo no soy especial, diferente, al parecer entonces no soy
tan necesario".
La identidad profesional del profesional se afianza y confirma solo cuando, desde
aquellas tareas intrínsecas al rol, el sujeto encuentra el espacio y los medios para
expresar su individualidad, obtener éxito y ser reconocido por sí mismo y los demás,
como un profesional competente, que guarda una especificidad con respecto a los
demás, lo cual lo distingue del grupo y lo hace sentir especial y necesario para la
sociedad.
A las puertas de siglo 2000, se impone un reto para los profesionales implicados
en la actividad educacional, tanto docentes como investigadores: profundizar en el
conocimiento de estos fenómenos sobre los cuales hemos reflexionado hasta ahora,
para poder no solo afirmar si existe o no de forma generalizada una crisis de
identidad profesional en el profesional cubano, para determinar las especificidades
de las misma, sino también tanto en caso negativo como positivo, para crear
estrategias comunes para evitarla, contrarrestarla o aliviarla, según sea la situación.
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El enfoque en este trabajo no puede ser importado, tiene que provenir de
soluciones propias derivadas de las particularidades que asume este problema en
nuestro patio, pero tiene además como protagonista esencial al profesional; por
tanto cualquier trabajo dirigido a desarrollar su identidad profesional tiene que partir
ante todo, de la necesaria conscientización por el docente de que este es realmente
un problema suyo, y no algo inventado por los investigadores, solo así podremos
invitar al profesional a abrirse a la maravillosa experiencia de “mirarse por dentro”.
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