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LA CIENCIA ACTUAL Y LA EXISTENCIA DE DIOS
Dr. Carlos Hugo Prosperi
Profesor de Biología y Epistemología
Carrera de Gestión Ambiental
Universidad Blas Pascal
Av. Donato Álvarez 380 - Argüello
CP. 5147, Córdoba, Argentina
Tel. (+54-351) 4212883
E.mail: [email protected]
"En relación con el hombre, la ciencia
no puede considerarse neutral: es, en
efecto, un don que viene de lo Alto."
Juan Pablo II
RESUMEN
Muchos pensadores e historiadores dan por sentado que la Iglesia
Católica es refractaria a los descubrimientos científicos, regida por unos
cuantos fanáticos irracionales que se niegan a aceptar el progreso porque
temen que la ciencia invalide sus dogmas.
La visión post-renacentista y moderna del cosmos se sostenía en la
Física de Newton, según la cual los planetas estaban regidos por la ley de la
gravitación universal en una especie de equilibrio dinámico permanente, y
dentro de esa cosmovisión se incluía la Biología de Linneo, que clasifica a los
organismos dentro de especies fijas bien diferenciadas.
Este universo estable, regido por sus propias leyes, no da mucho lugar a
la existencia de un Dios providente, y limita su acción creadora solamente al
inicio de los tiempos, cuando no la niega de plano.
La Física relativista de Einstein y la Biología evolutiva de Darwin, muy
por el contrario, plantean un cosmos absolutamente dinámico, imperfecto,
donde las causalidades rígidas son reemplazadas por azar, pero que
paradójicamente permite ver detrás de ese azar a la acción de un Dios que es
no sólo Creación sino también Providencia.
INTRODUCCIÓN
Se han vertido ríos de tinta tratando de demostrar que la Iglesia Católica
es refractaria a los descubrimientos científicos, regida por unos cuantos
fanáticos irracionales, y se utiliza hasta el hartazgo el juicio a Galileo como
ejemplo histórico y emblemático.
Su Santidad Juan Pablo II ya se expidió formalmente y de manera muy
clara sobre este tema, en documentos oficiales de la Iglesia, e hizo una muy
buena síntesis cuando dijo: "Algunos teólogos contemporáneos de Galileo no
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supieron interpretar el significado profundo, no literal, de las Escrituras, cuando
éstas describen la estructura física del universo creado."
No hay mucho que agregar a lo anterior, aunque sí es conveniente
recordar que Galileo era un sabio de profundas creencias católicas, y que
además conservó su fe aún después de sufrir su injusta condena. (Beazley,
1985).
La santidad de la Iglesia como institución se fundamenta en haber sido
creada por Jesucristo, así como la infalibilidad del Papa en cuestiones
dogmáticas es aplicable en tanto es Su Vicario inspirado por el Espíritu Santo.
Ello no invalida que los integrantes de la Iglesia, autoridades o laicos, en tanto
son hombres, son también pecadores susceptibles de errores humanos que
pueden equivocarse en cuestiones no dogmáticas. (Gilson, 1981; Wippel &
Wolter, 1969).
Ciertamente no es una cuestión dogmática que la Tierra sea el centro
del Universo, y en todo caso la afirmación se puede entender no en el sentido
geométrico sino en cuanto a que es el centro simplemente porque sobre su faz
se dio el más importante misterio que fue la Encarnación del Hijo de Dios para
la redención de la humanidad, hecho que no ocurrió en ninguno de los otros
planetas existentes. (Del Rio, 1963).
A pesar de lo antedicho, en muchas personas, incluso pensadores de
buena formación cultural, se ha impuesto la idea de que la Iglesia está
controlada por oscurantistas que se oponen a todo lo novedoso y a cualquier
avance en el conocimiento científico por temor a que las creencias religiosas
sean puestas en duda.
Así, cuando la ciencia descubre nuevas leyes, o procesos naturales
explicativos de fenómenos observables, es común que se agregue de manera
implícita o explícita que, al haber encontrado una explicación racional del
problema, se demuestra que entonces no existe, o al menos no es necesario
recurrir a un ser creador u ordenador del cosmos.
Eso fue lo que ocurrió cuando Carlos Darwin enunció el origen de las
especies por medio de la selección natural, y no por la acción creadora directa
de Dios, o cuando se explicó la formación del universo por medio de la
explosión inicial de la materia denominada como "Big Bang", de la que no se
infiere tampoco como una necesidad la acción de un creador "ex-nihilo".
(Prosperi, 1988).
En realidad, esa tendencia a rechazar la intervención de un ser superior
en el origen y la conservación del cosmos es mucho más antigua, pudiendo
remitirnos hasta los presocráticos. Pero se hizo sin dudas muy evidente
después del Renacimiento, cuando los conocimientos en Física y Astronomía
experimentaron un desarrollo por demás importante, al punto de dar nacimiento
a la corriente mecanicista, precursora del materialismo y el cientificismo, que
precisamente buscan explicar solamente mediante las leyes de la mecánica
todos los fenómenos naturales, prescindiendo de cualquier espiritualidad.
(Brehier, 1944).
Baruch Spinoza nunca renegó de su fe judía, por la cual aceptaba la
existencia de un creador, y afirmaba que tal creador podría efectivamente
haber hecho el mundo desde la nada, incluyendo la materia junto con las leyes
naturales que la gobiernan, pero que luego tal creador se podría haber
desentendido del gobierno del mundo, en una especie de interminable
Sabático, dejando que el universo siguiera en soledad su curso gobernado por
2
sus propias leyes. Vale aclarar que estas ideas le costaron a Spinoza la
expulsión de la comunidad judía de su época. (Marías, 1971; Ferrater Mora,
1977).
Renato Descartes, siguiendo en la misma línea, proclama la existencia
de la "Res Cogitans" y de la "Res Extensa", correspondiendo aproximadamente
a la realidad de Dios por un lado y la del cosmos por otro, como entidades
separadas, sin ninguna relación, de modo que se conserva la idea de una
creación originaria pero se omite la idea no menos importante de la providencia
y la conservación del mundo. (Losee, 1979).
Godofredo Leibniz ilustra una concepción parecida con la metáfora de
Dios como un relojero. Este Dios construye varios relojes en el principio de los
tiempos, hace todas sus piezas de gran calidad y perfección, les da cuerda y
los deja que sigan funcionando por sí solos. Los relojes, por su precisión
intrínseca, van a seguir marcando la hora por muchos siglos y van a mantener
una excelente sincronía y coordinación, pero sin necesidad de relacionarse ni
con el relojero ni entre ellos. (Jolivet, 1989; Maritain, 1967).
Isaac Newton profundiza la idea cuando descubre la ley de la gravitación
universal, que explica más acabadamente el movimiento de los planetas en sus
órbitas. Le atribuye el ordenamiento a Dios cuando afirma que: "En el
movimiento regular de los planetas y sus satélites, en sus órbitas, su dirección,
su velocidad, existe el sello de un designio, la acción de una causa que no es
ciega ni fortuita, sino muy hábil en mecánica y geometría... La astronomía
encuentra a cada paso el límite de las causas físicas y por consiguiente las
huellas de la acción de Dios". (Marks, R. 1969).
En tanto, Carlos Linneo hace una clasificación exhaustiva de las plantas,
sentando las bases de la clasificación de todos los seres vivos mediante el
sistema de nomenclatura binomial, considerando a todas las especies como
entidades fijas, y también recurre a Dios: "El Dios eterno, inmenso,
omnisciente, pasó delante de mí; yo no lo vi de frente pero su esplendor llegó a
mi alma, apoderándose de ella y hundiéndola en un mar de estupor. He tentado
rastrear sus huellas en las cosas de la creación, y en todas sus obras, aún
pequeñas, qué fuerza, qué sabiduría, qué perfección".
Es evidente que en ambos casos se puede interpretar la acción divina
como algo del pasado, con un creador que ni siquiera tendría que existir
necesariamente en la actualidad.
EL APORTE DE EINSTEIN
El relativismo impuesto por la teoría de Alberto Einstein es aplicable
solamente en al ámbito de las ciencias naturales, pero desde luego que no es
extrapolable a las ciencias sociales o humanas. Es por lo tanto un error creer
que la verdad o el conocimiento son relativos en todos los campos, como
afirman con poco conocimiento quienes dicen que la Teoría de la Relatividad
destruye la verdad absoluta, ya que ésta bien pude seguir manteniéndose en
cuestiones de moral, religión, etc. (Lehmann, 1974).
El Big Bang explica el origen del universo a partir de una gran explosión
cósmica, en la que todo el plasma original se fue transformando de energía en
materia, originando en cuestión de microsegundos todas las partículas
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subatómicas conocidas (bosones y fermiones de primera, segunda y tercera
generación) para formar seguidamente átomos y moléculas, que se fueron
combinando hasta dar lugar a toda la materia existente.
Incluso los científicos ateos admiten que el universo se materializó "de la
nada", sin profundizar mucho en las implicancias de la expresión. No sólo la
materia sino también el espacio comienzan juntos al ocurrir esta explosión, e
igual sucede con el tiempo, que completa la dimensión espacio-temporal, de
manera que no existía nada "antes" del Big Bang, ni tampoco "donde".
El segundo principio de la Termodinámica dice que los niveles
energéticos tienden naturalmente a descender, lo que se conoce como
principio de la entropía o tendencia al desorden. Se ha comprobado que la
temperatura promedio del cosmos es menor ahora que hace unos catorce mil
millones de años, y que seguirá bajando hasta llegar al grado cero absoluto o
cero Kelvin en unos veinticuatro mil millones de años. (Sears, 1958).
Ese momento se ha llamado el "Big Rip", por la onomatopeya del sonido
de desgarro al volver a separarse otra vez la materia en sus componentes
mínimos y llegar a otro estado similar al del Big Bang. Pero como el universo
estará "enfriado", no existe posibilidad de que todo el proceso se reinicie, sino
que quedará estático en ese caos total equiparable a una desaparición (Marks,
1969).
EL APORTE DE DARWIN
Es sabido que Carlos Darwin revolucionó el concepto que se tenía hasta
entonces de las especies biológicas como fijas e inmutables, explicando el
origen de cada una de ellas a partir de otras pre-existentes, así como el origen
de los primeros seres vivos, las Arquebacterias, a partir de la materia orgánica,
y ésta de la inorgánica, en lo que se conoce como la evolución química, que es
por supuesto previa a la biológica. (Curtis & Barnes, 2000).
La evolución es producto de la variabilidad genética de los organismos
que interactúa con la variación de los ambientes naturales dando como
resultado nuevas especies mejor adaptadas. Los cambios ambientales pueden
ser menores, a escala zonal, o mayores, a escala global, como la deriva de los
continentes según demostró Wegenner, las glaciaciones, la caída de asteroides
como el que extinguió a los Dinosaurios, etc.
Esta evolución de formas simples a formas cada vez más complejas se
da en contra de la entropía, porque los sistemas ordenados (átomos, moléculas
u organismos) tienen maneras de hacerlo por medio de la información
inherente a sus estructuras, como explicó Maxwell con su "demonio". Y
también pueden hacerlo porque obtienen energía de fuentes externas, como el
sol, que directa o indirectamente sustenta mediante la fotosíntesis a todos los
organismos. (Monod, 1971).
La biosfera resulta ser entonces un subsistema neguentrópico, pero
incluido dentro del macrosistema universo, cuya marcha a la entropía y el caos
absoluto es inexorable.
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CONCLUSIÓN
En contraposición al universo estático y rígido, con leyes determinísticas
que lo gobernaban, y que podía por lo tanto aceptar un creador inicial pero
después prescindir de la Providencia, el universo que nos hace ver la ciencia
actual es muy diferente: dinámico, cambiante, con leyes probabilisticas en las
que existe una interacción entre lo necesario y lo azaroso, y son siempre de
carácter provisorio. (Monod, 1971).
En estas condiciones es mucho más fácil entender la acción no
solamente de un Creador "ex nihilo", sino también la de una Providencia que va
guiando todos los procesos, que se aparecen como aleatorios para las ciencias
naturales, pero que son un azar meramente operacional para la filosofía o la
teología, permitiendo deducir detrás de la aleatoriedad aparente la acción al
menos de un Demiurgo platónico. (Prosperi, 2003).
Incluso en esta cosmovisión cobran sentido las palabras de Cristo al
decir que El es el Camino, la Verdad y la Vida, ya que efectivamente nos
demarca el camino para llegar a la verdad, tal cual es el objeto de toda ciencia,
humana o natural.
"Los cielos narran la gloria de Dios" decían los Escolásticos, resumiendo
en pocas palabras una de la vías de Santo Tomás que infería la existencia de
Dios por medio de la existencia de las criaturas. Al respecto, en su opúsculo
titulado "Sobre la eternidad del mundo", el Aquinate dice que el mundo no es
eterno, pero sí que existió "desde siempre". No existe contradicción, porque
según él mismo lo explica se dice eterno a lo que no reconoce principio ni fin,
de modo que sólo Dios es eterno, pero como en Dios el querer y el hacer son
inmediatos ello significa que el universo existió desde siempre, lo que
concuerda con lo antedicho respecto a que el tiempo se origina en el Big Bang
junto con la materia. (Tomás de Aquino, 1975)
Es muy fácil para un católico, por lo tanto, asimilar por analogía el Big
Bang y el Big Rip con los conceptos bíblicos de un Génesis y un Apocalipsis,
que no encontraban lugar tan fácilmente en la cosmovisión estática. Por
contrapartida, es muy difícil para un materialista defender su posición ante los
datos de la ciencia actual, ya que si toda la materia (o energía) tienen principio
y tienen fin, ¿cómo podrán explicar la aparición de la materia originaria si no es
a partir de algún ser inmaterial?, y, ya formada la materia, ¿cómo explicar que
ésta se dirija por sí misma irreversiblemente a la autodestrucción total?
Si la materia no es eterna, como claramente se ha demostrado, es
imposible seguir sosteniendo una visión materialista sin desconocer o renegar
de los más recientes avances en el conocimiento científico. Por el contrario, un
mundo azaroso, con una materia que reconoce origen y final, permite sostener
la fe en un Ser Superior, que es a la vez creador y providente.
De modo que necesariamente, y por raro que esta afirmación pueda
parecer a muchos, se debería aceptar que la fe católica es más compatible con
la ciencia actual que el materialismo.
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BIBLIOGRAFIA
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York.
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Wippel, J. & Wolter, A. 1969. Medieval Philosophy. 487p. Londres.
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