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Domingo 4º Tiempo Ordinario. Ciclo A. domingo 30 de enero de 2011
Sof. 2,3; 3, 12-13.
1º Cor. 1, 26-31
Mt 4,25- 5,12
“Yo dejaré en medio de ti a un pueblo humilde”
“Dios elegió lo que el mundo tiene por necio”
“Felices los que tienen alma de pobres”
EVANGELIO
Seguían a Jesús grandes multitudes que llegaban de Galilea, de la Decápolis, de Jerusalén, de
Judea y de la Transjordania.
Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a Él.
Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo:
«Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices los afligidos, porque serán consolados.
Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.
Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.
Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia.
Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios.
Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.
Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino
de los Cielos.
Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda
forma a causa de mí.
Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo;
de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron».
La revolución interior
Comentario
El evangelio de este domingo, es el evangelio de las ocho bienaventuranzas, que
trae la versión de San Mateo, ya que San Lucas las sintetiza solo en cuatro.
La palabra bienaventuranza es una expresión que se ha hecho clásica. Actualmente
comienza el famoso sermón de la montaña, traduciendo esta palabra como felices o
dichosos.
Jesús sube a una montaña, como el Nuevo Moisés, para proponer la carta
fundamental del Reino de Dios, y hacer descubrir el verdadero sentido y las exigencias
más radicales de ley promulgada anteriormente en el monte Sinaí.
El Señor, como un maestro se sentó, junto a sus discípulos y a la multitud, para
enseñarles el camino de la autentica felicidad.
Narra la historia, que el poeta Torcuato Tasso, fue llamado un día por el Rey para
preguntarle cual era la persona más feliz de su reino. Pensando que iba a responder
haciendo referencia al El, le dijo que Dios. Sorprendido el rey, le aclaró que hacía
referencia a una persona de esta tierra. Le respondió, que la persona más feliz, es aquella
que esta más cerca de Dios.
Por lo tanto el haber estado cerca de Jesús, era para los discípulos un momento de
felicidad, de alegría. Pero esta bienaventuranza es más profunda. No se trata solo de
cercanía sino de interioridad.
Las bienaventuranzas son en definitiva un autorretrato de Jesús. Dice el catecismo
de la Iglesia Católica: “Las bienaventuranzas dibujan el rostro de Jesucristo y describen su
caridad; expresan la vocación de los fieles asociados a la gloria de su pasión y de su
resurrección, iluminan las acciones y las actitudes características de la vida cristiana; son
promesas paradójicas que sostienen la esperanza en las tribulaciones”
Esta especie de revolución interior, contrasta con el código de valores de este
mundo. Reconocemos que en esta vida la felicidad plena no es posible. Podemos tener
momentos de felicidad natural, pero debido a nuestra condición humana y nuestra propia
fragilidad, esta dicha es imperfecta. Solo será total y acabada en la vida eterna, promesa de
Dios y fin último de la vida.
Como decía el poeta, solo Dios es felicísimo en si mismo. Pero Jesús, que busca y
quiere el bien de la humanidad, y no pide cosas imposibles, presenta esta especie de tabla
de valores sobrenaturales, para que vivamos con su ayuda, un nuevo estilo de vida cristiana.
Jesús encarna, como hijo de Dios, el proyecto en anunciar y vivir las
bienaventuranzas. No son algo teórico o una meta inalcanzable. Esta mirando también a su
pueblo y a sus discípulos, que viven y vivirán aspectos de este programa de vida nueva.
Los santos que están en cielo, se los llama bienaventurados, no solo porque su
vivencia en este mundo, sino por la dicha de gozar la felicidad junto a Dios.
Si el doble mandamiento del amor a Dios y al prójimo, es el resumen de la ley de la
nueva alianza, la felicidad es como una consecuencia de concreción de este ideal. Las
bienaventuranzas son como una escalera, que nos conduce y nos llevan a Dios. El acto
supremo del amor a Dios y los hermanos, es el martirio, dar la vida, la sangre, como ya
presagia la octava bienaventuranza.
Haciendo camino
El que Jesús haya subido al monte, no solo era para predicar a la gente, estar cerca
de ellos, para verlo y escucharlo, sino encerraba un signo, y otro intención. Para llegar a la
cumbre de la vida, para vivir las bienaventuranzas, hay que recorrer el camino de la subida,
con caídas, retrocesos, descansos, y progresos. Es algo grande, y alto, que nos lleva a Dios.
Se trata de llegar. Dios, nos auxilia con su gracia, y contando con nuestra correspondencia
nos espera en el cielo, haciendo ya un nuevo cielo en esta tierra, en nuestro corazón por su
amor, aunque haya dolor y en el mundo, tratando de hacer feliz a otro, mostrando quien es
el que tiene toda la felicidad, para darla: Solo Dios.
Las bienaventuranzas no son resignaciones, o fracasos de la vida. Son
gratificaciones, bendiciones o felicitaciones de Dios, que alienta y sostiene, mostrando la
grandeza de sus hijos, al vivir plenamente este camino de santidad. Anuncian una
recompensa espiritual en este mundo y en la vida eterna. Promesa que Dios cumplirá.
Se describen realidades de la vida de los hombres: Los pobres de espíritu, son los
pobres de corazón, con espíritu de desprendimiento, mirados y ayudados por Dios,
solicitando constantemente su auxilio. Esto nos libra del peligro, el apego y la idolatría del
dinero. Los afligidos, son aquellos o aquellas que pasan penas o dolores interiores, a veces
como consecuencia del testimonio cristiano. Los satisfechos o los que viven alocados, de
fiesta en fiesta, son la cara contraria de esta bienaventuranza.
Los pacientes, aquellos que llevan esta virtud con esperanza y valor, antes los
ansiosos, atropellados y violentos de este mundo. Los justos, son aquellos que realmente
buscan la santidad, y tienen hambre de justicia por Dios y los hermanos. Los deshonestos,
los impunes, los ladrones y malvados no pueden tener la conciencia tranquila. Así
podríamos ir describiendo todas las restantes.
Nos queda el sabor en el corazón de meditar en este gran desafió. Que la eucaristía
de este domingo, que podemos recibir, vaya anticipando la bienaventuranza, porque al
recibir la comunión, estamos recibiendo un pedacito de felicidad.