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Transcript
I.
¿QUÉ ES LA FILOSOFÍA?
Qué es la filosofía, y cuál es su valor, es algo que se ha discutido
largamente. Tan pronto se espera de ella que ofrezca revelaciones
extraordinarias como se la deja de lado con indiferencia considerándola un
pensar carente de objeto. Por un parte, se considera que interesa a todos y que,
por lo tanto, en el fondo debe ser simple y de fácil comprensión, pero por otra
parte se la tiene por algo tan sumamente difícil, que dedicarse a ella constituiría
una empresa desesperante. Y es bien cierto que lo que se presenta bajo el
nombre de filosofía proporciona ejemplos suficientes para justificar apreciaciones
tan opuestas.
Para una persona que crea en la ciencia, lo peor de todo es el hecho de
que la filosofía carece de principios universalmente válidos y por lo tanto
susceptibles de ser sabidos y poseídos, ya que mientras la ciencia ha adquirido,
en cada uno de sus campos, conocimientos de cuya certeza no cabe dudar y que
son reconocidos por todos, la filosofía, a pesar de los esfuerzos realizados a lo
largo de milenios, no ha logrado nada semejante. Lo que por razones imperiosas
es aceptado y reconocido por todos se ha convertido como consecuencia en un
conocimiento científico; por lo tanto, ya no es filosofía, en la medida en que
pertenece a un dominio especial de lo cognoscible.
El pensamiento filosófico tampoco tiene, tal y como es propio de las
ciencias, el carácter de un proceso progresivo. Desde luego, hemos llegado más
lejos que Hipócrates, el médico griego, pero no podemos afirmar que estemos
más adelantados que Platón. Únicamente nuestro nivel de conocimientos
científicos es superior al que poseía este último. En lo que al filosofar
propiamente dicho se refiere, tal vez ni si quiera estemos a su altura.
Por otra parte, el hecho de que, a diferencia de las ciencias, ninguna
creación de la filosofía sea aceptada de modo unánime, se debe, sin duda, a la
propia naturaleza de su contenido. La clase de certeza que trata de alcanzar la
filosofía no es la científica, igual para todos los intelectos, sino que es un
cercionarse en cuya consecución interviene la esencia entera del hombre.
Mientras que el saber científico se centra en hechos concretos, cuyo
conocimiento no es, ni mucho menos, indispensable para todo el mundo, la
filosofía considera la totalidad del ser, que interesa al hombre en cuanto hombre
y que conduce a una verdad que, cuando se manifiesta, cautiva y cala más
hondo que cualquier conocimiento científico.
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Ahora bien, la filosofía bien trabajada está vinculada a la ciencia, en la
medida en que la sitúa en el estado más avanzado al que haya llegado en la
época correspondiente. Pero el espíritu de la filosofía tiene otro origen. Brota
antes que cualquier ciencia allí donde el espíritu humano se despierta.
Esta <<filosofía sin ciencia>> se manifiesta en algunos fenómenos dignos
de mención:
Primero. Cuando se trata de cuestiones filosóficas, prácticamente todo el
mundo se considera apto para emitir sus propios juicios. Mientras que en materia
de ciencia se admite que estudio y método son condiciones indispensables para
su comprensión, en el terreno de la filosofía se reivindica el derecho a participar
y opinar sin más, considerándose premisa suficiente la propia humanidad, el
propio destino y la propia experiencia.
Esta libertad de opinar debe ser aceptada. Las complicadas vías que
recorren los profesionales de la filosofía carecerían de sentido si no
desembocaran en el ser hombre en sí, que precisamente se caracteriza por su
conocimiento de ese ser y la conciencia de sí mismo en el seno de éste.
Segundo. El pensamiento filosófico debe ser siempre original. Cada uno
debe llevarlo a cabo en sí mismo.
Una maravillosa señal de que el hombre, como tal, filosofa originalmente
la constituyen las preguntas de los niños. Con frecuencia escuchamos en bocas
infantiles conceptos que, por su sentido, apuntan directamente a la profundidad
del filosofar.
Veamos algunos ejemplos:
Un niño dice, asombrado: <<Intento pensar que soy otra persona y
siempre acabo siendo yo. >> Este niño ha dado con uno de los orígenes de toda
certeza: la conciencia del ser en la conciencia del yo. Se admira ante el enigma
del ego, este yo que no se puede medir ni concebir por medio de ningún otro. El
niño, con su dilema, se detiene ante esta frontera.
Otro niño escucha la historia de la creación: Al principio Dios creó el cielo
y la tierra... y pregunta en el acto: << ¿Y qué había antes que el principio?>>
Este niño ha experimentado la infinitud de la duda, la imposibilidad de que el
intelecto se detenga, de que exista una respuesta concluyente que lo satisfaga
de forma definitiva.
Durante un paseo, una niña, frente a un prado en un claro de un bosque,
escucha el cuento de las ninfas que de noche bailan en él en corro... <<Pero si
no existen...>>, exclama. Se le habla luego de realidades, se le muestra el
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movimiento del Sol, se le aclara si es la Tierra o el Sol el que se mueve, se le
explican los argumentos que hablan en favor de la forma esférica del globo y de
que se mueve alrededor de su eje... <<Pero... ¡eso no es verdad!>>, contesta la
niña golpeando con el pie en el suelo. <<La Tierra está quieta. ¡Sólo creo lo que
veo!>> <<Entonces tampoco debes creer en Dios, porque no puedes verlo. >>
Sorprendida, la niña vacila unos momentos y luego contesta decidida: <<Si no
existiera, tampoco existiríamos nosotros. >> La niña ha sido cautivada por la
sorpresa de la existencia: ésta no es obra de sí misma. Ha entendido incluso la
diferencia que estriba entre la pregunta concreta acerca de un objeto en el
mundo y el preguntar por el ser o por nuestra existencia en el universo.
Otra niña, que va de visita, sube una escalera. Se percata de que todo va
cambiando, pasa de largo y finalmente desaparece como si jamás hubiera
existido. <<Pero tiene que haber algo que perdure, algo fijo..., ¡esto!, el que yo
ahora esté subiendo la escalera hacia la casa de mi tía, esto lo que quiero
conservar para mí. >> El asombro y el espanto ante la caducidad y lo pasajero
de las cosas hacen que busque desesperadamente una realidad.
Quien se decidiera a recopilarla, podría dar amplia información acerca de
la filosofía de los niños. Frente a pensamientos tan serios, no podemos objetar
que los niños no hacen más que repetir lo que han oído a sus padres o a otras
personas. Asimismo, la objeción de que esos niños no van a seguir filosofando, y
que por lo tanto cabe atribuir sus manifestaciones a la casualidad, carece de
fundamento, ya que pasa por alto un hecho: los niños poseen con frecuencia un
talento y una originalidad que pierden cuando crecen. Parece como si con los
años entráramos en la prisión de las convenciones, los fingimientos y los puntos
de vista tradicionales y perdiéramos la espontaneidad del niño. Éste aún se
encuentra abiertamente en ese estado en que la vida brota; percibe, ve y
pregunta acerca de cosas que pronto se le escaparán para siempre. Acaba por
olvidar lo que por un momento constituyó una revelación, y se sorprende luego
cuando los adultos que han tomado nota de lo que dijo y preguntó, se lo
recuerdan.
Tercero. El filosofar original se presenta tanto en los niños como en los
enfermos mentales. Es como si algunas, raras, veces se rompieran las cadenas
de la oscuridad y hablase una verdad conmovedora.
Al principio de algunas enfermedades mentales tienen lugar revelaciones
metafísicas de índole estremecedora, aunque por su forma y su rango no puedan
incluirse en la categoría de aquellas cuya repercusión alcanza una significación
objetiva. Casos aparte los constituirían el poeta Hölderlin y el pintor Van Gogh.
Pero quien las escuche no podrá sustraerse a la impresión de que aquí se rasga
uno de los velos que ocultan ordinariamente nuestra existencia. Más de una
persona sana recordará la experiencia de profundas revelaciones, presentes al
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despertar de un sueño, que desaparecen inmediatamente después, como si ya
no fuéramos capaces de ellas. Hay un profundo significado en la frase que
afirma que los niños y los locos dicen la verdad. Ahora bien, la originalidad
creadora, a la que debemos las grandes ideas filosóficas, no reside aquí, sino en
algunos contados personajes que, desde su libertad e independencia, han dejado
constancia de su pensamiento a lo largo de los milenios.
Cuarto. Dado que la filosofía es indispensable para el hombre, está
siempre presente, a la vista, ya sea en los refranes tradicionales, en los
aforismos filosóficos corrientes, en las convicciones dominantes –por ejemplo, en
el lenguaje de los hombres ilustrados-, en las creencias políticas, pero sobre
todo, y desde el comienzo de la historia, en los mitos. No es posible escapar a la
filosofía. El problema es si será consciente o no, buena o mala, confusa o
transparente. Quien la rechaza adopta a su vez una postura filosófica y profesa,
aunque de manera inconsciente, una filosofía.
¿Qué es, pues, la filosofía, que se manifiesta de una manera tan universal
y con formas tan singulares? La palabra griega filósofo (philósophos) se formó en
oposición a sophós. Es el que ama el conocimiento (el saber), a diferencia de
aquel que, estando en posesión del conocimiento, se hacía llamar el sabio o
sapiente. Este significado de la palabra se ha conservado hasta hoy. La
búsqueda de la verdad, no su posesión, es el auténtico sentido de la filosofía,
por mucho que se vea traicionada por el dogmatismo, esto es, por un saber
expresado en proposiciones, definitivo y enseñable. Filosofía quiere decir ir de
camino. Sus preguntas son más importantes que sus respuestas, y cada
respuesta se convierte en una nueva pregunta.
Pero este ir de camino –el destino del hombre en el tiempo- implica la
posibilidad de una profunda satisfacción y, en ciertos elevados momentos,
incluso de alcanzar la plenitud. Esta plenitud no estriba en una certeza
enunciable ni en proposiciones ni confesiones, sino en la realización histórica del
ser hombre en el momento en que toma conciencia de su ser. Alcanzar esta
realidad en la situación en que se halla cada hombre es el verdadero sentido del
filosofar.
Ir de camino buscando, encontrar el descanso y la plenitud del
momento... no son definiciones de la filosofía. Ésta no tiene nada por encima ni
a su lado. No se puede derivar de ninguna otra cosa. Lo que sea hay que
experimentarlo. Así, la filosofía es al mismo tiempo la realización del
pensamiento vivo y la reflexión acerca de éste. Dicho de otro modo: el hacer y el
hablar de él. A partir de la propia experiencia podremos percibir lo que en el
mundo nos encontremos en forma de filosofía.
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Hoy día posiblemente podamos hablar de la filosofía en los siguientes
términos; su sentido es:
-ver la realidad en su origen;
-captar la realidad a través del diálogo interior con uno mismo;
-abrirnos a la vastedad que nos rodea;
-aventurarse a un diálogo de hombre a hombre en una lucha amorosa
basada en el espíritu de verdad.
-mantener despierta la razón incluso frente a lo más hostil y más extraño.
La filosofía es el pensamiento mediante el cual el hombre llega a ser el
mismo en la medida en que se hace partícipe de la realidad.
Sabemos que la filosofía a través de ideas tan simples como eficaces,
puede mover a todo hombre, incluso al niño, pero su elaboración consciente es
una tarea jamás acabada, que siempre se repite y se rehace constantemente
como un todo presente; aparece en las obras de los grandes filósofos y como
eco en los menores. La conciencia de este deber permanecerá, en la forma que
sea, mientras los hombres sigan siendo hombres.
Desde tiempos inmemoriales se ha atacado la filosofía negándola en su
totalidad y calificándola de superflua y nociva. ¿Para qué sirve? ¡Si es caso de
apuro se tambalea!
El pensamiento eclesiástico autoritario ha despreciado la filosofía
independiente porque aleja de Dios, tienta con lo mundano y pervierte el alma
con algo que en el fondo no es nada.
El pensamiento político autoritario hace el siguiente reproche: Los
filósofos han interpretado el mundo de distintas maneras, pero de lo que se trata
es de transformarlo. Ambas maneras de pensar han calificado a la filosofía de
peligrosa por fomentar el espíritu independiente y con él la indignación y la
rebeldía que engañan al hombre y lo desvían de su misión verdadera. Tanto la
atracción de un más allá alumbrado por un Dios conocido como el poder
absorbente de un más acá que lo pide todo para sí quisieran contribuir a su
extinción.
O sea que la filosofía debe justificarse. Esto es del todo imposible. No
puede justificarse con otra cosa para la cual sea necesaria como instrumento.
Sólo puede volverse hacia esas fuerzas que impulsan al hombre a filosofar.
Puede saber que su causa es desinteresada, que prescinde de toda utilidad o
nocividad mundanal y que se realizará mientras vivan hombres. Ni siquiera las
potencias que le son hostiles pueden prescindir del pensar acerca de su propio
sentido para luego crear estructuras de pensamiento ligadas a una causa, que
constituirán un sustituto de la filosofía, pero que obedecerán a la obtención de
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un efecto buscado. El marxismo y el fascismo constituyen un ejemplo de esto
último. Tales estructuras de pensamiento también atestiguan la imposibilidad de
esquivar la filosofía. La filosofía siempre está ahí. No puede luchar, no puede
probarse, pero puede comunicarse. Allí donde es rechazada no puede ofrecer
resistencia. Donde se la escucha no puede jactarse. Vive en el terreno de la
unanimidad, esa unanimidad que en el fondo de la humanidad puede unir a
todos con todos.
Desde hace dos mil quinientos años existe la filosofía desarrollada en un
gran estilo y coherencia sistemática en Occidente, China y la India. Un gran
legado nos dirige la palabra. La multiformidad de la filosofía, sus contradicciones,
las sentencias con pretensión de verdad que se excluyen mutuamente, todo ello,
con todas sus contradicciones, conduce hacia una unidad que se manifiesta en el
fondo y que nadie posee y alrededor de la cual giran todos los esfuerzos serios:
la filosofía una y eterna, la philosophia perennis. Si aspiramos a pensar de
manera esencial y con la conciencia clara, deberemos remitirnos a este fondo
histórico de nuestro pensamiento.
6
II.
ORÍGENES DE LA FILOSOFÍA
Los comienzos de la filosofía como pensar metódico se remontan a dos
mil quinientos años atrás, aunque como pensamiento mítico ya aparece con
anterioridad. Pero una cosa es el comienzo y otra el origen. El comienzo es
histórico y como tal lega a los que vienen después una serie de presupuestos,
fruto del trabajo mental ya realizado. El origen, en cambio, es la fuente de la que
mana el aliciente que impulsa a filosofar, y gracias a él resultan inteligibles y
esenciales tanto la filosofía anterior como la actual en cada momento.
Este origen es múltiple. Del asombro nacen la pregunta y el conocimiento,
de la duda acerca de lo conocido resulta el examen crítico y la clara certeza, y de
la conmoción de la persona cuando descubre que se encuentra perdido, la
cuestión acerca de su propio ser. Representémonos de momento estos tres
motivos:
Primero. Platón sostenía que el asombro es el origen de la filosofía. El
ojo nos ha permitido <<participar del espectáculo del Sol, las estrellas y la
bóveda celeste. Esta visión nos ha motivado a investigar el universo. Y a partir
de aquí nació para nosotros la filosofía, el mayor de los bienes deparados por los
dioses a la raza de los mortales. >> Y Aristóteles: <<porque es el asombro lo
que incita al hombre a filosofar: se asombró al principio ante lo que se le
antojaba extraño para luego avanzar paulatinamente y preguntar por los
cambios de la Luna, el Sol, las constelaciones y la creación del universo. >>
El asombrarse empuja a conocer. Y a través del asombro tomo conciencia
de lo poco que sé. Busco el saber, pero por su propio fin, no para una necesidad
cualquiera.
El filosofar es como un despertar de los compromisos que imponen las
necesidades de la vida. Este despertar se produce mirando desinteresadamente
las cosas, el cielo y el mundo, preguntando qué es todo ello y de dónde viene,
preguntas cuya respuesta no deben servir para nada útil, sólo para deparar
satisfacción.
Segundo. Satisfechos mi asombro y mi admiración con el conocimiento
de lo que existe, aparece la duda. Los conocimientos se suman, pero ante el
análisis crítico no hay nada cierto. Nuestros órganos sensoriales filtran y
condicionan nuestras percepciones, que, o bien resultan engañosas, o no
concuerdan con lo que hay alrededor de nosotros independientemente de que lo
percibamos o no. Nuestro intelecto da forma a nuestros esquemas mentales, que
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se enredan en contradicciones imposibles. Por todas partes se alzan unas
afirmaciones frente a otras. Filosofando me apropio de la duda e intento
radicalizarla, ya sea recreándome en la negación a través de ella, o bien
preguntándome dónde está esa certeza que escapa a toda duda.
La famosa frase de Descartes, <<Cógito ergo sum>> (Pienso, luego
existo), era cierta para quién la acuñó, aun cuando dudara de todo lo demás, ya
que pese a engañarnos al pensar y estar engañados en cuanto a nuestro
conocimiento, nada podrá engañarnos respecto a nuestra existencia.
La duda, como duda metódica, se vuelve la fuente del examen crítico de
todo conocimiento. De aquí se deriva que donde no hay una duda radical no
puede haber auténtico filosofar. Pero el punto decisivo lo constituye el cómo y el
cuándo llegar, a través de la duda, al fondo de la certeza.
Tercero. Entregado como estoy al conocimiento de los objetos del mundo
y tratando de alcanzar la certeza por el camino de la duda, vivo para las cosas, y
no pienso en mí; vivo olvidado de mí mismo, pero satisfecho de alcanzar
semejantes conocimientos.
Esto cambia cuando tomo conciencia de mí mismo dentro de mi situación.
Decía el estoico Epicteto: <<El origen de la filosofía es el percatarse de la propia
debilidad e impotencia. >> ¿Cómo salir de la impotencia? He aquí su respuesta:
<<Catalogando como indiferente para mí todo aquello que no está en mi poder
y poniendo en claro y en libertad, a través de pensamiento, todo aquello que
reside en mí, es decir, la forma y contenido de mis representaciones.>>
Cerciorémonos de nuestra humana situación. Siempre estamos en
situaciones. Las situaciones cambian, las ocasiones se presentan. Si no se
aprovechan, no vuelven más. Pero hay situaciones que perduran en su esencia,
por mucho que oculten su poder sobrecogedor: No tengo más remedio que
morir, luchar, etc. Estas situaciones fundamentales de nuestra experiencia
reciben el nombre de situaciones límites. Es decir, situaciones de las que no
podemos escapar y que tampoco podemos alterar.
La conciencia de estas situaciones es, después del asombro y la duda, el
origen aun más de la filosofía. En la vida cotidiana tratamos de esquivarla
cerrando los ojos y actuando como si no existieran. Frente a las situaciones
límites, en cambio, reaccionamos o bien ocultándolas en la medida de lo posible
o, cuando las percibimos realmente, con desesperación y con la reconstitución.
Nos convertimos en nosotros mismos a través de una transformación de la
conciencia de nuestro ser.
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Resumamos: el origen de la filosofía reside en la admiración, en la
duda, en el saberse perdido. Siempre comienza con una conmoción que
sacude al hombre y siempre busca una meta más allá de este estado de
emoción.
-Platón y Aristóteles buscaron la esencia del ser a partir de la admiración.
-Descartes buscaba la certeza obligada en la serie sin fin de lo incierto.
-Los estoicos buscaban la paz del alma en los sufrimientos de la
existencia.
Cada una de estas inquietudes tiene su verdad, con los condicionamientos
históricos propios de sus ideas y lenguaje. A través de su conocimiento histórico
nos acercamos a los orígenes que aun permanecen en nosotros.
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III.
LOS “INICIADORES” DEL PENSAMIENTO FILOSÓFICO
¿EN QUÉ CONSISTIÓ SU FILOSOFAR?
La filosofía y la ciencia de las que brotó la civilización occidental fueron
invenciones griegas. Ese histórico momento en el que aparece la indiscutible
novedad e irreductibilidad de la actitud filosófica constituye uno de los
acontecimientos más espectaculares de la historia:
<<Nada semejante ha ocurrido jamás, ni antes ni
después. En el breve espacio de dos siglos, los griegos
produjeron en los dominios del arte, la literatura, la
ciencia y la filosofía, un asombro caudal de obras
maestras, las cuales han establecido las reglas generales
por las que se ha guiado la civilización occidental.>>
B. Russell, La sabiduría de Occidente.
Pero ¿por qué nació la filosofía en Grecia? Conviene tener presente que
esta gran aventura intelectual a la que estamos refiriéndonos no tuvo lugar en la
Grecia continental, sino en la Grecia marinera. Fue en las costas de Asia Menor
en las que el genio griego encontró las condiciones favorables que permitieron la
audacia intelectual de romper con las vagas y confusas representaciones
religiosas e iniciar una nueva ruta para el pensamiento.
El comercio, la libertad política y el espíritu de aventura y de riesgo
propios de pueblos navegantes tuvieron mucho que ver con el nacimiento de la
filosofía. Fue Mileto, opulenta ciudad comercial de la Jonia, fundadora de
innumerables colonias, la que, en el siglo VI antes de Cristo, iba a ver el
nacimiento de los primeros pensadores que iniciaron un tipo de actividad
intelectual que iba a recibir posteriormente el nombre de filosofía.
Estos hombres, que rechazaron de forma unánime los hábitos de
pensamiento mítico, no fueron simplemente precursores, sino iniciadores de una
nueva forma de pensamiento que fuese capaz de responder satisfactoriamente a
las nuevas necesidades propias de la civilización milésima. Por eso, en cuanto
iniciadores, son los más grandes.
Su actividad estuvo siempre marcada por unos objetivos estrictamente
prácticos, fijados por la fundación de las colonias. Fueron consejeros políticos,
técnicos de la colonización y maestros de la verdad, pero al buscar la verdad de
las cosas quisieron esclarecer los múltiples fenómenos con los que los viajeros y
los colonizadores se iban a encontrar. Su curiosidad intelectual estuvo siempre al
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servicio de necesidades prácticas. Su ciencia de la naturaleza tenía como objetivo
dominar el mundo haciéndolo inteligible, eliminando, en consecuencia, los
factores misteriosos y desconocidos, de forma que los hombres supiesen en cada
momento a qué atenerse exactamente. Al buscar las causas reales de las cosas
quisieron quitar a lo desconocido su misterio haciéndolo familiar al hombre. Así,
cuando Tales predice el eclipse de sol que tuvo lugar el 28 de mayo de 585 a.C.,
y lo explica como algo que sucede de acuerdo con el curso natural de las cosas,
y no debido a la ira de los dioses, está posibilitando que los hombres, mediante
el verdadero conocimiento de ese fenómeno, puedan escapar de la servidumbre
de la superstición.
La obra de Anaximandro aparece claramente unida a la colonización
milésima; sabemos que fue el primero en trazar un mapa del mundo que
evidentemente tenía extraordinaria importancia para los viajes tanto por mar
como por tierra. Pero el vigor y la fuerza de su pensamiento filosófico destaca
sobre todo en el carácter secularizador y profano que da a todas sus
explicaciones. En su cosmología no hay lugar para lo sobrenatural o lo mítico; las
acciones de Zeus y de los restantes dioses olímpicos que para la fe religiosa
jugaban un papel esencial en la interpretación de los acontecimientos mundanos
son sin más eliminados. En sus explicaciones sobre la formación de los cuerpos
celestes, o sobre los eclipses, terremotos, o los distintos fenómenos
meteorológicos como truenos, relámpagos, rayos, huracanes, tifones, etc.,
percibimos una clara exigencia de racionalidad científica que no deja lugar para
las intervenciones de los dioses. Así el trueno nada tiene que ver con la voz de
Zeus que nos advierte y aterroriza, sino que se deberá simplemente al <<ruido
de una nube golpeada por el viento>>. Esta explicación, además de eliminar el
miedo que suscitaba al pensar que misteriosas fuerzas habían entrado en juego,
tenía la ventaja de que al determinar cómo se producían esos fenómenos, se
aseguraba un cierto grado de previsibilidad y de control sobre los mismos.
Anaxímenes, al igual que Anaximandro, en su interpretación del mundo
elimina por completo lo sobrenatural. Los dioses no intervienen para nada en el
devenir cósmico. Con él, lo mismo que en los otros milesios, el pensamiento ha
vuelto las espaldas a la religión para encaminarse hacia una interpretación
objetiva del universo, que haga a éste inteligible y, por tanto, se le pueda
controlar y modificar en función de las necesidades humanas.
Podemos, pues, referirnos a los milesios como a unos humanistas
ilustrados que con su pensamiento contribuyeron a quitar protagonismo a los
dioses para dárselo a los hombres. Es cierto que su pensamiento estuvo dirigido
exclusivamente hacia el mundo exterior, pero en la medida en que ese mundo
omnipresente y desconocido esclavizaba al hombre, el elaborar de él un modelo
conceptual claro, que permitiese su control, constituía la tarea dominante del
pensamiento en ese momento histórico. El pensamiento griego ampliaría su
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marco de acción a otros campos, y las diversas situaciones históricas por las que
discurre la vida de los hombres. Pero fueron los milesios los que iniciaron esa
nueva perspectiva para el pensamiento y la vida humana, que desencadenó eso
que en Occidente solemos denominar progreso. Ellos y sus seguidores libraron a
sus pueblos del letargo y el engolfamiento en supersticiones de todo tipo que los
mantenían esclavizados. Con ello, para hablar en términos ilustrados, las
<<luces>> se instalan lentamente, la historia de la razón que en ese momento
comienza no será lineal ni homogénea, sino plural y variada, llena de
contradicciones, y a veces parece haber abdicado ante nuevas formas de fe que
oscurecieron o barrieron la obra de la razón griega, pero está, hasta el presente,
siempre ha sido capaz de renacer para instaurar ese orden de la razón que
puede permitir a los hombres el logro de un mundo de bienestar y de libertar.
12
SECCIÓN X.
HERÁCLITO DE ÉFESO
La ley del devenir
En la historia de la filosofía no solamente tiene importancia decisiva la
simpatía o el parentesco espiritual de algunos pensadores con sus predecesores,
sino también la oposición en que se encuentran frente a un sistema ya
establecido.
Este pensador, que iba a ser el antípoda de la concepción del mundo
iniciada por Jenófanes (existencia metafísica de Dios), es, psicológicamente
considerado, una de las más interesantes personalidades de toda la cultura
griega. Una figura de contornos tan precisos que muchas de sus frases quedan
indeleblemente en la memoria, sobre todo si se las puede leer en su idioma
original. Ya su estilo manifiesta una individualidad extraordinaria. Su modo de
expresarse, tajante, lleno de fuerza y rico en contenido, tiene algo de lapidario. A
esto se añade su tono profético y solemne, sus expresiones que a veces parecen
místicas, su riqueza en imágenes grandiosas y atrevidas, sus sugestivas
comparaciones; pues este poderoso espíritu, en el que se oculta un fondo de
poeta, no piensa todavía en conceptos abstractos, sino en grandes y concretas
concepciones que nos impresionan como imágenes plásticamente representadas.
De peculiar encanto es la orgullosa subjetividad de este autócrata; con qué
fuerza y atrevimiento escribe al principio de su obra su Yo, frente a los otros
hombres. La época de Heráclito es la de las grandes individualidades de la
cultura griega, es la época de las guerras persas, en las que el genio de
Temístocles se convirtió en el salvador del mundo helénico frente a la esclavitud
asiática. Las palabras del efesio son a menudo sarcásticas, llenas de mordaz
acritud. Sus sarcasmos son un síntoma de la profunda amargura de este <<real
solitario del espíritu>>, cuya fuerza no encontró campo alguno de actuación en
la democracia de su padre. Una pasión ardiente, a menudo retenida, emana de
las sentencias del gran efesio, llenas de invectivas cortantes, que en cada
oración y en cada palabra llevan la marca de una imponente personalidad.
La filosofía de Heráclito no es solamente el resultado de una inteligencia
extraordinariamente aguda, sino que expresa más bien las inspiraciones geniales
que se fraguaban en lo más profundo de su alma. La sabiduría del áspero efesio
nace de las experiencias más íntimas de su ser. De ahí el estilo intuitivo de su
pensamiento, la forma puramente dogmática de su filosofía, el carácter
típicamente aforístico de su obra que corresponde al modo de escribir de los
profetas. Su pensar mismo es aforístico. Su libro careció sin duda de disposición
sistemática o de discurso continuo. Tal como se le ocurrían los pensamientos, así
los iba escribiendo, a veces de manera entrecortada, sin preocuparse de si había
una conexión con lo que precedía.
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La época de Heráclito puede determinarse porque Parménides le tiene en
cuenta y porque ya Epicarmo, alrededor del año 470, hace alusión a sus
doctrinas. Diels sitúa con gran verosimilitud la composición de su obra en el año
490 poco más o menos. Heráclito procedía de una estirpe real, de los Codridas
de Éfeso; sin embargo, abdicó en su hermano más joven la dignidad real, que ya
no tenía sentido dado el desarrollo de la democracia, y se retiró. En este
momento se le hicieron patentes las eternas verdades que hoy nosotros
llamamos su filosofía.
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La concepción del mundo de Heráclito
Heráclito no ve en el mundo nada permanente. Más bien le parece que el
cambio continuo de todas las cosas es lo verdaderamente esencial y
característico: <<Todo fluye, nada permanece>>, <<No puedes bañarte dos
veces en el mismo río, pues siempre un agua distinta fluye en torno a ti>>. En
ninguna parte del mundo hay un ser permanente. Donde nuestros sentidos nos
presentan engañosamente algo que parece permanecer, tiene lugar este engaño
porque durante un tiempo pierde la sustancia de las cosas, lo mismo que le llega
por otros caminos. De este flujo de todas las cosas tampoco está excluido el
hombre, ni su cuerpo, ni su alma.
Esta corriente incesante del devenir que siempre está en acción tiene
como consecuencia el que percibamos cualidades contrarias en una misma cosa.
<<Lo frío se hace caliente, lo caliente frío, lo húmedo seco, lo seco húmedo>>.
<<Inmortales, los mortales; mortales, los
inmortales; viviendo unos la muerte de
aquéllos, muriendo otros la vida de
aquéllos.>>
Heráclito de Éfeso
Pues todo el suceder en el mundo es una lucha de fuerzas contrapuestas.
Esta coexistencia de contrarios la descubre Heráclito en todas partes, tanto en el
macrocosmos como en el microcosmos. Lo mismo que brota de tonos de distinta
altura y gravedad la armonía musical, y de los principios opuestos de lo femenino
y lo masculino la suprema unidad del matrimonio, así se une siempre en el
devenir universal lo opuesto, aunque los hombres no puedan comprender que lo
que varía está de acuerdo consigo mismo, como la armonía opuesta del arco y
de la lira. <<La armonía oculta es más fuerte que la manifiesta>>. Así se le
hace patente al pensador una profunda razón en la aparente confusión sin
sentido de disonancias, y en la armonía de todo devenir condicionada por
opuestos. A la razón la llama el griego << L o g o s >>. Puesto que la razón del
hombre se manifiesta por primera vez, y en oposición al animal, en el lenguaje,
en la palabra hablada llena de significado, el <<Logos>> significa también la
razón en sí, y, a menudo, es difícil o imposible traducirla. Heráclito entiende por
Logos todo devenir. El Logos es eterno y <<todo sucede conforme a este
Logos>>. Este Logos, que domina en todo, es la ley universal. Heráclito expresa
esta concepción fundamental de su filosofía en una serie de sugestivas
imágenes. <<El sol no sobrepasará sus medidas; si lo hace, las Erinias,
servidoras de la justicia, lo descubrirán>>. Heráclito se mantiene en este punto
dentro de la orientación marcada por Anaximandro, que rige, todo devenir. Ya
sea que llame a esta ley universal naturaleza o Zeus o inteligencia <<que dirige
todo por medio de todo>>, siempre se refiere a lo mismo. El Logos lo identifica
con la divinidad. Heráclito reconoce con plena claridad la total trascendencia de
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la idea de Dios. <<Lo sabio está separado de todo>>, dice Heráclito; lo cual,
trasladado al lenguaje de la filosofía moderna, quiere decir: Dios es absoluto.
<<Para Dios todo es bello, bueno y justo; sólo los hombres tienen unas cosas
por justas, otras por injustas>>. La divinidad está más allá del bien y del mal,
que son únicamente distinciones humanas. En este punto el pensamiento de
Heráclito alcanza su cima más alta.
La visión del mundo de Heráclito es también un monismo panteísta. Para
que podamos representarnos en sus detalles este proceso de la formación del
mundo desde el fuego originario, desarrolla Heráclito una física bastante
primitiva, pero, sin embargo, totalmente consecuente. <<Las transformaciones
del fuego son: primero, mar; la mitad del mar es tierra, y la otra mitad un hálito
ardiente. Una parte del mar se evapora, y de estas evaporaciones, claras y
secas, vuelve a encenderse de nuevo el fuego, y otra parte, por desecación, se
convierte en tierra, en cielo, y en todo lo que éste abarca>>.
En este gradual nacer y perecer del mundo, en su surgir y en su
transformación futura en fuego, en este ritmo regular del suceder, se manifiesta
el Logos. En determinados períodos tiene lugar una alternativa formación y
destrucción del mundo. Para la divinidad, un año es tanto como un día, una
generación es tanto como un año, así como un año cósmico consta para la
divinidad de 360 veces 30 años humanos, o sea, 10800 años. En el momento en
que este año cósmico ha transcurrido, o sea, cuando todo ha vuelto al fuego
original, por un momento queda suspendida toda diferencia entre Dios y mundo.
Entonces comienza, a consecuencia de la naturaleza eternamente viva del fuego,
un nuevo devenir del mundo.
En esta cosmología, junto a la total originalidad de su autor, se muestra,
sin embargo, un influjo decisivo de los milesios, concretamente de Anaximandro.
Ya éste no conocía un momento temporal para el principio del mundo, sino una
serie infinita de mundos que se sucedían. Y de la misma manera que, según su
opinión, todas las cosas volverán a lo <<Infinito>>, según la ley, así también
volverán, según la doctrina de Heráclito, todas las cosas al fuego original, sólo
que en éste no se puede hablar de una penitencia por una injusticia cometida.
Sobre la ética de Heráclito dan testimonio pocas pero significativas
opiniones, que están totalmente en consonancia con sus tesis fundamentales.
<<La vanidad hay que extinguirla antes que la pasión>>; pues precisamente la
<<Hybris>> es la que se rebela contra la ley y el orden, y por consiguiente
también contra la subordinación de la ley universal.
Es importante también la posición de Heráclito ante la sensualidad. Parece
que para él es algo despreciable, pues por ella se distancia el hombre del Logos.
Ya el alma de los borrachos, que tienen que ser conducidos por un niño, es
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húmeda, mientras que <<el alma seca es la más sabia y mejor>>, o sea aquella
que no está manchada por la entrega desordenada a los placeres del cuerpo.
Lo mismo que para el individuo, también para la comunidad de los
hombres tiene una importancia decisiva la razón universal. <<Todas las leyes
humanas se alimentan de la sola ley divina>>, porque ella es lo común a todos.
Por la ley hay que luchar, por consiguiente, como por una fortaleza, pues en ella
se encarna la razón de la ciudad. Aquí aparece ya un pensamiento fundamental
de la filosofía política posterior.
Resumiendo: Heráclito es el primer pensador griego cuya concepción del
mundo se nos presenta con bastante claridad tanto en sus rasgos fundamentales
como en su relación íntima. Heráclito es un pensador de gran fuerza creadora,
de singular osadía y de asombrosa lógica. La metafísica, la cosmología, la teoría
del conocimiento y la ética brotan en él de una misma raíz común: de su
concepción del Logos. Con esto se condiciona también el carácter intelectualista
de su ética, que por cierto en mayor o menor grado es una peculiaridad de toda
la ética griega, en tanto que esté fundada de una manera científica.
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CONCLUSIONES
Los filósofos presocráticos presupusieron que la totalidad de la realidad
debe y puede explicarse en función de un principio o de unos pocos principios.
Este darse cuenta de que frente a la multiplicidad que muestran lo sentidos hay
una unidad supone un alejamiento de la tradición y el nacimiento de la filosofía,
pues la afirmación de la unidad exige distinguir entre el mismo mundo y su
interpretación, distinción esta totalmente ajena a la conciencia mítica, pero
decisiva en la configuración de la filosofía como actividad consciente.
De la lectura de estos primeros filósofos puede extraerse la idea de que a
diferencia de otras formas de pensamiento, la filosofía es un lógos abstracto,
capaz de separarse de lo concreto; un lógos que tiende a esencializar las cosas
fijándolas en contra de la experiencia cotidiana del devenir, pues es característico
de estas primeras formas de pensamiento filosófico postular la unidad de las
cosas rompiendo la pluralidad y buscando aquélla en ésta. Esta unidad es la
arché. Arché y Physis son, los conceptos fundamentales de la especulación
filosófica presocrática.
La arché es el principio de las cosas; más exactamente: es principio de la
Physis (un producto surgido de un principio: la arché) centre el interés de los
primeros filósofos. El principio puede ser material o inmaterial y puede ser uno,
dos o muchos: agua, apeiron, fuego, aire, elementos, números, átomos…
Génesis significa <<origen>>, o <<nacimiento>>; los presocráticos, en
tanto que <<filósofos de la naturaleza>>, se interrogan por el principio que
explica el origen, o el nacimiento de todo, en el sentido del <<Todo>> como
kosmos. La pregunta por la génesis no es exclusivamente filosófica. Homero
había dicho que Océano era la <<génesis>> de los dioses.
En los primeros momentos de la historia del pensamiento hay un conjunto
de problemas planteados con lenguaje mítico pero que están exigiendo una
solución de carácter filosófico. Se trata de reflexiones que a través del lenguaje
mítico y de los personajes del mito intentan dar cuenta de la estructura general
del universo y de los hechos de la experiencia común. Lo significativo del
pensamiento griego prefilosófico es ver cómo en el carácter sistemático de estas
explicaciones se va superando el horizonte puramente mítico y se abre paso la
consideración filosófica.
Cuando Tales afirma que la tierra ha surgido del agua ofrece una
explicación que tiene puntos de contacto con las narraciones míticas, pero que
ya no es religiosa. Tales <<desmitologiza>>. El pensamiento mítico y el
presocrático son <<antropomórficos>> en tanto que uno y otro tienden a
reprensar la realidad en su totalidad como más o menos análoga a la vida
cotidiana.
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Hablar en este trabajo de Heráclito de Éfeso (hacia 600 a.C.) no significa
que éste sea el primer filósofo del que tenemos conocimiento. En realidad, no lo
es, y probablemente también sería difícil llegar a un acuerdo sobre quién
deberíamos considerar como el primer filósofo. Pero una cosa es cierta: a través
de Heráclito se introduce un problema filosófico que, sin no domina la filosofía
griega posterior, por lo menos, ocupa en ella lugar destacado. El problema puede
ser caracterizado como el problema del cambio. Lo que Heráclito afirmó fue que
lo que es, está constantemente cambiando. Nada permanece igual en dos
momentos consecutivos. <<Lo frío se hace caliente, lo caliente frío, lo húmedo
seco, lo seco húmedo>>. Es evidente, sin embargo, que esta doctrina plantea
serios problemas. Aquello que en un momento está a punto de ser otra cosa –y
esto es lo que necesariamente ocurre si cada cosa está constantemente
cambiando- no se puede decir, que sea algo en absoluto. Ser es ser algo; lo cual
quiere decir que ha de tener ciertas propiedades. Una piedra, para serlo, ha de
tener otras ciertas propiedades, y lo mismo ocurre para cualquier cosa que sea.
Pero si todo está cambiando constantemente, en ningún momento será cierta
propiedad exactamente esa cierta propiedad –si lo fuera, ello implicaría que en
ese mismo momento no estaba en el proceso de cambio. Parece evidente, por
tanto, que no podemos decir que todo esté cambiando constantemente. Sin
embargo, ¿no sería posible decir que aquello que está en el proceso de cambio,
cambia sólo en ciertos aspectos pero no en todos? Una piedra cambia quizá el
color de su superficie o su temperatura, pero no su estructura química. Pero
incluso esta suposición nos llevaría a dificultades.
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