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Domingo 32º tiempo ordinario, ciclo C
LA RESURRECCIÓN EN LA VIDA COTIDIANA
por GUY RIOBÉ, obispo
Muy por encima de nuestros proyectos humanos, pero capaz de fecundarlos
en secreto, la actitud cristiana tiene que dar testimonio del Resucitado. El misterio pascual de transformación del mundo se cumple en la entraña de las vidas
humanas. El cielo nuevo y la tierra nueva, de los cuales Cristo resucitado es el
germen, se van realizando invisiblemente a través de nuestros proyectos de cada
día. En su caminar a ciegas, en su búsqueda de unidad y de liberación, la humanidad se encuentra como imantada por la victoria sobre la muerte que Jesús ha
ganado por siempre.
Un cristiano comprometido en la construcción del mundo, en la lucha por la
justicia, extrae la paciencia y la inspiración en la presencia del Resucitado. Sabe
que sólo Cristo puede extirpar del corazón humano las raíces del mal con sus
estragos a través de la existencia colectiva. Y el gozo que le abrasa el corazón
así liberado, se convierte en un corazón vivo, un “corazón de carne” como dice la
Escritura; ese gozo es su fuerza y nada la podrá hacer tambalear, ya que incluso
el fracaso la puede hacer más profunda.
Está claro que en este mundo sólo pueden haber bocetos, que siempre es
necesario retomar, que siempre es necesario reinventar, en cada circunstancia
nueva de la historia; en ningún momento, antes del retorno de Cristo, no será
levantado el velo, sino solamente en la sonrisa y en la mirada de los santos, y de
los niños inocentes, que también son santos. También es cierto que la Resurrección no nos da ninguna receta, sino luz y fuerza. Todo es nuestro, pero nosotros
somos de Cristo y Cristo es de Dios. Él, el Resucitado, el Hombre realmente libertador, es quien nos permitirá dilucidar el auténtico sentido del ser humano,
constantemente amenazado y prisionero de todas las esclavitudes: guerras, violencias, injusticias, mentiras, opresión, primacía del dinero o de la ideología, menosprecio de la persona. precisamente porque el hombre es algo más que el
hombre. Ya que el Hijo de Dios ha nacido hijo de los hombres, lo ha hecho para
que los hijos de los hombres se conviertan en hijos de Dios.
En las situaciones, tan a menudo complicadas, que conocemos, hemos de
demostrar nuestra inventiva, esa imaginación creadora que sólo el Espíritu de
Cristo puede suscitar en nosotros.
Como María Magdalena, que se acerca al sepulcro “muy temprano”, los cristianos somos personas del alba. Que, en la oscuridad, sepamos esperar la luz y
hacerla nacer.
Y porque el Señor resucitado está en comunión sin fronteras cono todos los
hombres en su misma Humanidad y esta Humanidad pasa ahora por sus miembros que somos nosotros, nuestra razón de ser como bautizados es esparcir entre los hombres esta comunión divina, de la que el Cuerpo del Cristo vivo, la Iglesia, es el foco de irradiación.
Sermón 54- (PL 52, col. 348-351) (Leccionario de En Calcat)
MONESTIR DE SANT PERE DE LES PUEL·LES