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CLASE 9: Las consecuencias de la Gran Guerra. De la Revolución Rusa a la Segunda Guerra
Mundial
Síntesis: En esta clase procuraremos brindar una visión de los principales problemas
económicos que dejó abierto la Primera Guerra; además presentaremos el proceso histórico
que desembocó en la primera experiencia socialista en Rusia; nos estamos refiriendo a la
denominada “revolución de Octubre” y a sus consecuencias en el mundo. A pesar que los
Estados vencedores mantuvieron como régimen político la democracia liberal y parlamentaria,
en Alemania e Italia los gobiernos democráticos sufrieron una profunda crisis que culminaron
con una reorganización autoritaria de la sociedad y el Estado. El fascismo de Mussolini en Italia
y el nazismo de Hitler en Alemania constituyeron expresiones diferentes de esta nueva
modalidad de organización política.
En esta clase veremos sus rasgos más sobresalientes. Además pasaremos revista a los
regímenes instalados en España y en Rusia. Finalmente abordaremos el panorama europeo de
la Segunda Guerra Mundial.
Por último, encontrarán ejercicios para comenzar a trabajar sobre la novela y la
película “El lector”
Interrogatorio: ¿Cuáles fueron las consecuencias de la Gran Guerra?, ¿Cuál era la situación de
Alemania después de la Guerra?, ¿Qué papel jugó EE.UU. después de la guerra?, ¿Por qué se
afirma que el mundo después de la guerra ya no se parecía al anterior? ¿ Cómo explicar el
aumento de las importaciones y la disminución de las exportaciones europeas?, ¿ En que
consistió la crisis monetaria?, ¿ Cómo evolucionó la economía norteamericana en la
posguerra?,¿ Qué finalidad perseguía el taylorismo y cuál fue su estrategia?, ¿Cuáles fueron los
aportes de Henry Ford?, ¿ Cuáles fueron las causas estructurales de la revolución rusa?, ¿ Cuás
fueron las reformas liberales que intentó llevar a cabo Nicolás II?, ¿ cuál era la posición de
Lenin?, ¿ Qué medidas de gobierno caracterizan a la denominada Revolución de Octubre?, En
qué se transformó la dictadura del proletariado?, ¿Cuáles fueron las consecuencias de la
revolución rusa en Europa?, ¿En qué consistió el proceso de bolchevización? ¿Qué
características tuvo el régimen impuesto por Mussolini?, ¿ Cuáles fueron las características
sociales y económicas que permitieron el surgimiento del nacionalsocialismo en Alemania?, ¿
Qué características tuvo el nazismo?, ¿Cuáles fueron los rasgos comunes que tuvieron los
regímenes autoritarios y "totalitarios"?, ¿Cómo surgió Franco y cómo gobernó España?,
¿Cuáles fueron las repercusiones de la guerra civil española en el mundo?, ¿ A qué
denominamos estalinismo?, ¿ Cuáles eran los objetivos de Alemania en la Segunda Guerra
Mundial?, ¿ Por qué se afirma que esta guerra fue "una guerra total"?, ¿ Cuáles fueron sus
consecuencias?
Desarrollo:
Las consecuencias económicas de la Gran Guerra
Los cuatro años que duró la Primera Guerra Mundial significaron una catástrofe,
especialmente para Europa.
En primer lugar porque resultó en una hecatombe demográfica. Nunca una guerra
había producido tantas víctimas: más de ocho millones de hombres murieron en combate y
más de siete millones quedaron gravemente heridos. En segundo término porque las
características de la contienda trajeron como consecuencia la ruina de grandes regiones,
especialmente la devastación de Francia, Bélgica y Rusia occidental. Pero más allá de la
destrucción, todos los países que intervinieron perdieron grandes cantidades de dinero. Sobre
todo Gran Bretaña y Francia que habían que tenido que tomar préstamos de los Estados
Unidos para afrontar el conflicto. Además, las deudas tenían el peligro de ocasionar una
especie de “efecto dominó”: los norteamericanos habían tomado empréstitos internos para
financiar el esfuerzo bélico de franceses e ingleses, pero estos últimos también habían tenido
que usar parte de ese dinero para prestar recursos a sus aliados subsidiarios, Australia y
Canadá. La situación era peligrosa, pero parecía que nadie lo advertía.
Los vencedores mezclaban el nacionalismo extremo que había crecido al compás de la
guerra con la ansiedad de volver a la normalidad, esa belle époque que nunca regresaría. Por
esta razón, los alemanes, que no habían sufrido una derrota aplastante sino que habían
aceptado los Catorce puntos del Presidente Wilson como base para negociar un armisticio se
encontraron con que les imponían condiciones de extrema dureza que ni siquiera discutían
con ellos. El gobierno democrático instalado en el país derrotado (que ha pasado a la historia
como la República de Weimar) veía con alarma las consecuencias económicas y políticas de
esas decisiones. El resultado fue tratar que Alemania pagara todos los costos del conflicto y,
por otra parte, disminuir su poderío como para que nunca volviera a significar un peligro para
quienes habían sido sus enemigos.
Los EE.UU. habían salido fortalecidos de la contienda. Después de la Gran Guerra
sustituyeron a Gran Bretaña como principal acreedor mundial y tomaron su lugar como
primera potencia económica mundial.
Como dijimos, en la opinión de los vencedores Alemania debía pagar los platos rotos y
se le impusieron duras condiciones. En primer lugar, perdía sus territorios imperiales en
Tanganica y África del suroeste. Después, resignaba más de 60.000 kilómetros cuadrados de su
territorio y debía dejar una salida al mar a la flamante república independiente de Polonia. Por
último, se la obligaba a devolver a Francia los territorios de Alsacia y Lorena con sus
importantes yacimientos de hierro y carbón. Además, debía reducir su armamento y sus
fuerzas armadas a una mínima expresión.
Como si esto fuera poco, se culpabilizaba a Alemania de haber desencadenado la
guerra y en consecuencia se le pedía a este Estado disminuido que pagara indemnizaciones a
quienes habían sido sus enemigos para resarcirlos de la destrucción que había traído el
conflicto. Francia era la más dura en este sentido con el doble propósito de reconstruir su base
económica y debilitar en forma definitiva a su enemigo. El problema más grave fue determinar
la capacidad de pago de Alemania. Después de darle muchas vueltas se llegó a un compromiso
de crear una comisión interaliada que las definiría cuánto deberían desembolsar los alemanes
luego de que se realizara un primer pago de mil millones de libras oro.
Estas sanciones económicas estaban también en buena medida determinadas por una
cuestión política: la necesidad de los vencedores de mostrarse lo suficientemente estrictos
frente a la opinión pública de sus respectivos países. Pero también sus consecuencias serían
políticas. El tema de las reparaciones de guerra y de las demás concesiones debilitarían al
gobierno democrático de la República de Weimar. Especialmente frente a sus opositores de
derecha.
En 1919, el mundo anterior a la guerra era sólo un recuerdo pero obstinadamente los
empresarios y los hombres de gobierno parecían querer volver a toda costa a ese Paraíso
perdido.
El mundo económico después de la Gran Guerra
El fin de la guerra y la firma de los tratados de paz dejaron planteado un mundo que,
pese a lo que imaginaban los contemporáneos, no podría volver a parecerse al de la belle
époque.
En primer lugar, porque Europa salía profundamente herida de la contienda. Al
terminar la guerra, la necesidad de materias primas y de alimentos era enorme. La
desmovilización de los ejércitos y el racionamiento que habían sufrido los civiles hacían
necesario conseguir vestido y comida para esas masas que ya no veían motivos para seguir
sufriendo privaciones. Por otra parte, había que reconstruir el sistema de transportes
terrestres y marítimos y reequipar a las fábricas que habían sido destruidas como
consecuencia de los combates. También, aquellas unidades productivas dedicadas a la
industria de guerra debían ser transformadas para los tiempos de paz. En el mediano plazo era
necesario aumentar la producción, pero en lo inmediato debían incrementarse las
importaciones de aquellos países que podían abastecer al Viejo Continente para cubrir sus
necesidades más urgentes. Japón, Estados Unidos, Canadá, Brasil y Argentina cumplieron este
papel.
Como consecuencia de esa intensa demanda, los precios (que habían comenzado a
bajar desde el fin del conflicto) retomaron su ritmo alcista. El petróleo y el trigo aumentaron el
400% y el algodón el 50%. La consecuencia fue que crecieron notablemente las importaciones
europeas y sus exportaciones no lo hicieron en proporciones significativas. Este último
fenómeno puede explicarse por dos consecuencias relacionadas también con la guerra. La más
evidente es que el aparato productivo europeo no estaba en condiciones como para retomar
enseguida el ritmo de sus ventas en tiempos de paz pero, por otra parte, la interrupción del
comercio durante el conflicto había promovido que en aquellos países que normalmente se
abastecían de las manufacturas europeas surgieran pequeñas industrias para el consumo local
al amparo de la parálisis en la llegada de productos del Viejo Continente entre 1914 y 1918.
Esa tendencia al crecimiento industrial autárquico se mantuvo después de la guerra en varios
países, que protegieron a sus industrias locales con aranceles a la entrada de productos
extranjeros, lo que debilitó también la posición europea.
La situación se agrava cuando en 1919 los Estados Unidos dejan de sostener las
monedas de las potencias aliadas y estalla una crisis que afecta a todos los países. Las
monedas disminuyen su paridad: un francés debía pagar 11 francos para comprar un dólar,
luego de la crisis deberá pagar 17; un alemán pasa de cambiar 8 marcos por un dólar a 100
marcos; un italiano de 8 liras a 28. Esta crisis monetaria se expande por toda la economía. Se
produce entonces un fenómeno alarmante: la inflación, o sea, la suba generalizada de los
precios de todos los productos. Como Europa pierde capacidad de pago, disminuyen las
compras de cereales a la mitad y, en proporciones parecidas el café, el azúcar, el cobre, el
plomo, el zinc, la seda japonesa, lo que termina con la breve prosperidad de los países
exportadores de alimentos y materias primas. Esta disminución arrastra con ella la reducción
de los fletes, el retraso de las construcciones navales y de las industrias siderúrgicas y de las
economías industrializadas en todo el mundo. El desempleo aumenta, los salarios se reducen y
los bancos interrumpen sus créditos.
La crisis abarca en todas partes a todos los sectores.
La inestabilidad de sus monedas les ha hecho perder a los europeos la seguridad de la
preguerra y dificulta el restablecimiento global de la economía. En 1922 se producirá la
recuperación pero la crisis dejará huellas duraderas. Los tratados de paz sólo habían servido
para debilitar la posición del Viejo Continente y las impagables reparaciones de guerra se
renegociarán permanente e inútilmente durante toda la década del ’20 porque los alemanes
no estaban en condiciones de pagarlas.
La otra cara de la moneda la presentan los Estados Unidos, que lejos de ver afectada su
economía, resultarán notablemente fortalecidos. En 1913, los norteamericanos tenían ya el
predominio mundial con la tercera parte de la producción de todo el mundo, algo menos que
lo que salía de las fábricas sumadas de Alemania, Gran Bretaña y Francia. En 1929, su
producción alcanzó el 42% del total mundial y los otros tres países europeos sumados habían
descendido a algo menos del 28%. Al terminar la Gran Guerra, el predominio en la producción
mundial de los norteamericanos era claro y evidente.
Pero, además, no se limitaba al aspecto productivo. Los Estados Unidos, que al
comenzar el conflicto eran un país deudor, para 1918 se habían transformado en el principal
acreedor internacional. Cada año, el excedente de la balanza comercial alcanzaba a unos 700
millones de dólares que en gran parte pasaban a alimentar sus inversiones en el extranjero.
Mientras que los bancos norteamericanos poseían sólo 13 sucursales en el exterior en 1913,
en 1930 contaban con 238, repartidas en 38 países distintos. Para ese entonces, las filiales de
empresas norteamericanas y el control de empresas locales significaban una inversión de
3.500 millones de dólares, mientras que más de 5.000 millones habían sido destinados a
prestamos directos a gobiernos.
Además, los norteamericanos no dependían del resto del mundo para que su
crecimiento continuara. Dueños de un mercado interno poderoso en número de habitantes y
en poder adquisitivo, tenían también un territorio que les brindaba buena parte de las
mercaderías que necesitaban. Sus exportaciones, por otra parte, estaban en buena medida
dedicadas a rubros totalmente novedosos. Por ejemplo, Hollywood prácticamente
monopolizaba el mercado internacional de la joven industria del cine y los automóviles
norteamericanos vendidos en el exterior triplicaban las ventas sumadas de los vehículos
exportados por Gran Bretaña, Alemania, Francia e Italia juntas.
Taylorismo y fordismo
Durante la depresión de 1873 a 1896, no sólo se produjo un movimiento favorable a
las fábricas de grandes dimensiones, más resistentes a los cambios de ritmo de la economía,
sino que también los empresarios comenzaron a preocuparse por la organización científica del
trabajo y sus resultados.
El fundador de lo que se dio en llamar la gestión científica fue el norteamericano F. W.
Taylor, un teórico que comenzó a desarrollar sus ideas para aplicarlas en la industria del acero
en 1880 y sus postulados se conocieron también en Europa en la década de 1890. Surgido en
un período de reducción de los beneficios y de aumento en la complejidad de la organización
empresaria, la finalidad del taylorismo es conseguir el mayor rendimiento del trabajo de los
obreros. A este objetivo se tendía con tres medidas fundamentales. La primera consistía en
aislar al trabajador del resto del equipo, transfiriendo el control del proceso productivo a los
representantes de la dirección, que le decían al obrero exactamente lo que tenía que hacer. La
segunda, procuraba una descomposición sistemática del trabajo en pequeñas y simples
operaciones cronometradas. La última era establecer diferentes salarios según lo que producía
cada obrero para incentivarlo a que fabricara la mayor cantidad posible de productos,
aprovechando su tiempo al máximo.
Estas ideas no tuvieron casi ninguna repercusión práctica hasta que Henry Ford se
identificara con la utilización racional de la maquinaria y la mano de obra para llevar la
producción al máximo rendimiento.
En 1913, Ford introdujo estas técnicas en su fábrica de automóviles combinándolas
con la creciente mecanización de las grandes empresas y, aunque no inventó nada ni fue el
primero en emplear estos métodos, su nombre se transformó en sinónimo de innovación en la
industria.
La primera cuestión que resulta notable es que si bien había otros artículos fabricados
de esa manera (como relojes o las máquinas de coser Singer), el automóvil era un producto
totalmente distinto. Considerado hasta ese entonces por todos como un artículo de lujo y por
muchos como una extravagancia sin futuro práctico, Ford tenía que convencer a sus
potenciales clientes de que un automóvil era más barato y más práctico que un coche tirado
por caballos. Un auto sólo consume combustible cuando funciona, a un caballo hay que
alimentarlo siempre; viajar en los coches a tracción animal significaba disponer en puntos fijos
de animales de refresco, mientras que los autos permitían una mayor libertad de movimientos.
Si bien existían motivos como para que el producto fuera atractivo para los
compradores era necesario abaratar su precio y en ello tuvieron mucho que ver las nuevas
técnicas de producción. La fabricación en serie redujo el tiempo necesario para montar un
Modelo T de doce horas y media a una hora y media y su precio de 850 dólares a 310 (120
dólares menos que su competidor más cercano).
Esta disminución en el tiempo de fabricación se debió también a que el Ford T había
sido diseñado especialmente para su montaje en serie: no tenía puertas ni ventanas a los
lados, ni velocímetro ni limpiaparabrisas ni se podía elegir el color (todos fueron negros
durante los primeros doce años). Las ventajas comerciales eran evidentes, pero además una
segunda cualidad era que había sido pensado para granjeros y habitantes de pequeñas
ciudades, donde las carreteras eran malas. La misma simplicidad del coche permitía que su
dueño pudiera arreglarlo ante cualquier emergencia que surgiera en el camino.
Pero este aumento de la oferta a precios más bajos es sólo la mitad de la historia. Esta
forma de producción permitió también que la misma industria aumentara su propia demanda.
La espectacular reducción del tiempo necesario para fabricar los vehículos permitió que a los
obreros se les aumentara no sólo los salarios sino también el tiempo libre. En 1914, cuando el
salario que se pagaba por día en la industria era de 2,40 dólares, Ford pagaba 5 dólares en su
fábrica (volvió a aumentar a 7 en 1929) y redujo la jornada laboral de nueve a ocho horas y en
1926, cuando la jornada laboral en todas las empresas era de seis días, Ford decidió reducirla a
cinco. Obreros con más tiempo y más dinero podían, también, comprar autos baratos.
Sin embargo, este trabajo mejor pago y que dejaba más tiempo libre tenía sus
consecuencias negativas. La fragmentación del trabajo en operaciones sencillas, repetitivas y
realizadas en un lugar fijo para aprovechar al máximo el tiempo, se tradujo en rutina y falta de
creatividad en las tareas que hacía sentir al trabajo como una condena. En 1949, la Universidad
de Yale publicó un estudio sobre el trabajo en la industria automotriz en el que el 90% de los
obreros manifestaban que lo único que apreciaban de su trabajo era que obtenían un buen
salario pero que expresaban a la vez que las tareas rutinarias y mecánicas que debían realizar
les resultaban casi intolerables.
Hasta 1927, fecha en que el modelo T fue reemplazado por otro más moderno, la
fábrica Ford produjo y vendió más de 15 millones de vehículos. Sin embargo, en los siguientes
años, su posición predominante, como máximo productor y vendedor de automóviles de los
Estados Unidos se fue perdiendo. Henry Ford, que había creado un auto barato, simple y
duradero, no se adaptó lo suficientemente rápido a lo que sus competidores habían impuesto:
lanzar un modelo nuevo todos los años. Él había inundado el país con sus coches y, en buena
medida, les había dado a los norteamericanos una nueva fisonomía que no podía separarse del
automóvil. Por esa misma razón, en un mercado saturado de autos, para que la industria
siguiera creciendo, ella misma tenía que descartar sus modelos año a año para que los clientes
cambiaran sus coches “viejos” por otros nuevos.
La revolución rusa
El desencadenamiento de la revolución en el Imperio de los zares obedece a una serie
de factores estructurales entre los que se destaca su situación de profundo atraso en relación
con las potencias de Europa Occidental y Central con las que intentaba medirse. Atraso en el
proceso de industrialización -dependiente del capital extranjero, francés y belga sobre todo-,
atraso en las condiciones de vida de la población -con un peso abrumador del campesinado- y
atraso en la estructura política, con una autocracia paternalista completamente desfasada en
el contexto político moderno.
Bastaba un problema de malas cosechas para que se desataran hambrunas que
afectaban a la mayoría de la población; cuando el malestar de ésta se expresaba en forma de
revueltas o simples manifestaciones, la represión era la respuesta más refleja de las
autoridades. Esta represión también era dirigida contra los pueblos que vivían dentro del
imperio zarista como los polacos, rumanos, musulmanes y judíos que eran sometidos a una
forzada "rusificación". Una buena muestra de esta política fueron los sucesivos progroms
antisemitas que llevó a cabo el zar Alejandro III al finalizar el siglo XIX.
Hay que agregar a esta situación, la humillación a sus aspiraciones de gran potencia
que sufrió en la Guerra de Crimea (1853-1856) y ante la considerada "vergonzosa" derrota
ante Japón (1905). Esta última es la chispa que provocó la revolución de 1905 que se
caracteriza por una un conjunto de huelgas revolucionarias que se extienden por las
principales ciudades, revueltas campesinas y hasta sublevaciones en las fuerzas armadas.
Ante las demandas de más libertades civiles y políticas y de algunas reformas sociales y
democráticas, el zar Nicolás II intentó algunas reformas liberales como la promesa de convocar
a una asamblea (Duma) elegida de forma indirecta y con muchas restricciones y prometió
otorgar mayores libertades políticas. Todos estos intentos de reformas liberales fracasaron
pero habían permitido a las fuerzas revolucionarias y especialmente las representaciones
obreras de las grandes ciudades crear originales órganos de autogobierno, los soviets (los
consejos) que concentraban una parte importante de los poderes locales.
Los desastres de la guerra -millones de muertos en el frente, hambre y frío en la
retaguardia- proporcionaron motivos sobrados para un nuevo intento revolucionario.
Las protestas que se alzaban desde diferentes sectores sociales y políticos rusos se
generalizaron en los primeros meses de 1917. Se multiplicaron las huelgas y las movilizaciones
callejeras organizadas por los soviets. La respuesta del zar fue la represión - que en un solo día
contó con doscientos muertos- y la disolución de la Duma. Los soldados se unieron a la
protesta contribuyendo de esta manera a la abdicación del zar y a la constitución de un
gobierno provisional presidido por Kerenski y con la participación de todos los partidos
políticos en la Duma.
Durante las primeras semanas reinó la confusión: habían caído las estructuras del
antiguo régimen, el ejército se dispersaba y el gobierno no podía contar con una burocracia
eficaz. Los soviets, emanación directa de la base obrera y popular, podían hacerse escuchar y
obedecer, pero generalmente dentro de una esfera territorial local y limitada. En los soviets
dominaban los socialistas revolucionarios, intérpretes de las exigencias de reforma agraria de
los campesinos, y los mencheviques, representantes del proletariado urbano
Los enfoques y las tendencias de los partidos y de los grupos políticos todavía eran
confusos. Las decisiones más importantes se encomendaban a la asamblea constituyente, que
debía representar la voluntad del pueblo. Sin embargo, la guerra continuaba, desanimando las
ilusiones de los soldados y los campesinos que deseaban la paz inmediata. Los sectores
liberales que dominaban la Duma se oponían a la radical reforma agraria necesaria para
obtener el apoyo de los campesinos al nuevo régimen, mientras los partidos de la izquierda
consideraban prematuro un régimen socialista.
La posición de Lenin, un dirigente que se había exiliado y que llegó a Petrogrado en
abril de 1917, era totalmente distinta. En un artículo, Las tesis de Abril, expuso las líneas que
debía seguir su partido político, el bolchevique. Este debía acelerar el proceso revolucionario,
apartándose de la lucha parlamentaria y promoviendo una insurrección general desde los
soviets Las consignas debían ser "todo el poder a los soviets" y "pan, tierra y paz" de esta
manera resumía las aspiraciones de una población hambreada y agotada por tres años de
guerra.
En pocos meses Lenin confirmaba su calidad de jefe de los bolcheviques y alcanzaba un
gran prestigio en la asamblea de los soviets de Petrogrado. Entre tanto no se había adoptado
ninguna medida para satisfacer las reivindicaciones de los campesinos sobre la tierra y la
oposición bolchevique tenía buenas posibilidades con su propio programa de gobierno que
proponía el final de la guerra, la nacionalización de la tierra y el control obrero de la
producción. Los mencheviques y los socialistas revolucionarios perdían poco a poco su mayoría
en los soviets. Mientras el ejército no podía detener la contraofensiva alemana y se
dispersaba, en el campo se multiplicaban las ocupaciones de tierra y el gobierno se mostraba
cada vez más impotente para reprimir una insurrección. Lenin consideró que había llegado el
momento decisivo.
Lo que luego sería llamada "revolución de octubre" fue preparada cuidadosa y
abiertamente por los bolcheviques que concretó la conquista del poder por los obreros y
campesinos, aprobó los decretos sobre la paz y sobre la tierra, nombró nuevo gobierno al
consejo de comisarios del pueblo cuya presidencia fue confiada a Lenin y entre cuyos
miembros más destacados figuraban Trotski y Stalin. Un decreto del comité ejecutivo del
congreso panruso de los soviets disolvió la Asamblea.
La dictadura del partido bochevique era ya una realidad. Los primeros años de
gobierno fueron muy difíciles. Se trataba de crear las estructuras de una nueva administración,
terminar con la anarquía que reinaba en el país, contrarrestar la oposición interna y combatir
en una verdadera guerra civil fomentada por la intervención de potencias extranjeras. Fue la
etapa heroica de la revolución, cuando pareció que la dictadura se justificaba, pero también se
echaron las bases de un régimen sustancialmente antidemocrático.
En primer lugar, fue necesario concluir la paz. Las condiciones eran muy duras: cesión
de los territorios polacos y las regiones bálticas, reconocimiento de la independencia de
Ucrania. Lenin supo interpretar en este caso la necesidad de aceptar estos acuerdos que los
perjudicaba en aras de conservar la república socialista soviética.
Dentro de Rusia, la resistencia a la revolución fue sostenida por las clases más
conservadoras, con la ayuda extranjera, y algunos generales del ejército zarista -los llamados
blancos-; sin embargo, se impusieron la energía de los bolcheviques, el entusiasmo y los
sacrificios de los obreros enrolados en el Ejército Rojo y las cualidades organizativas y
estratégicas de Trotski, que asumió el mando.
De todas maneras la guerra civil fue muy dura. Toda la familia del zar fue exterminada
y episodios de terror, tanto rojo como blanco, ensombrecieron los acontecimientos.
Destrucciones, devastaciones, epidemias y penurias agravaron los males de la guerra. Las
ciudades sufrieron particularmente, perdiendo cerca de un tercio de sus poblaciones y el
número de obreros de la industria quedó diezmado por la incorporación de muchos de ellos al
Ejército Rojo.
En la economía reinaba el desorden. El control obrero, decretado en los primeros días
de la revolución, fue sustituido por una disciplina rígida, acompañada por algunas medidas de
incentivación del trabajo extraordinario y la racionalización de los tiempos de producción
según el modelo norteamericano. En el campo, los comités de campesinos pobres controlaban
el producto de las cosechas y grupos de obreros requisaban lo necesario para aprovisionar al
ejército y abastecer mínimamente a las ciudades.
La aplicación de concepto de Lenin de "dictadura del proletariado", según el cual era
necesario que durante el proceso de transformación de la sociedad capitalista en comunista
hubiera una etapa de transición donde las mayorías explotadas reprimieran a las minorías de
opresores y explotadores, se convirtió en el denominado "comunismo de guerra",
caracterizado por la represión policial y por la dictadura del partido.
La vana espera de la revolución mundial
Lenin había trazado los objetivos y las estrategias del partido bolchevique partiendo
del supuesto de la inminencia de una revolución europea y mundial. Los mismos bolcheviques
consideraban a la revolución rusa como la primera fase de la revolución proletaria que se
divulgaría por todo el mundo. Era opinión común que se había roto el eslabón más débil de la
cadena capitalista, pero que la revolución socialista no podría sobrevivir sin extenderse a otros
países, ricos en proletariado industrial y maduros para las transformaciones sociales.
Las mayores esperanzas de los bolcheviques apuntaban a Alemania, país vencido en el
que existía un numeroso proletariado industrial, con experiencia organizativa y tradición de
lucha. Las huelgas de enero de 1918, el amotinamiento de la flota en Kiel, las manifestaciones
de Berlín en noviembre de 1918, que habían causado la caída de los Hohenzollern, podían
desembocar en otro proceso revolucionario. Siguiendo el ejemplo de los bolcheviques rusos,
parecía asumir la guía de la revolución el grupo espartaquista, constituido después del
estallido de la guerra por la izquierda del partido socialdemócrata, y encabezado por Rosa
Luxemburgo y Karl Liebknecht, que se habían opuesto radicalmente a la guerra rompiendo con
el partido socialdemócrata. Ambos dirigentes fueron deliberadamente asesinados durante la
fallida insurrección de 1919 en Berlín, pocos días después de que los espartaquistas se
transformaran en el partido comunista de Alemania.
El fracaso de este alzamiento fue la primera demostración de las profundas diferencias
existentes entre Alemania y Rusia. La primera, y probablemente la más importante, era que el
ejército alemán no se había disuelto: se había separado de la monarquía y se había puesto de
acuerdo con el grupo mayoritario de los socialdemócratas dispuestos a sostener la república
democrática a condición de que ésta se opusiera con firmeza a la revolución soviética. Junto
con el ejército, también seguía en pie todo el aparato burocrático del antiguo Estado alemán.
Durante la guerra, en cambio, el proletariado industrial había sido incluido en el
sistema productivo mediante una serie de acuerdos que reconocían la importancia y la función
de los sindicatos. La mayoría de los obreros era fiel a los dirigentes tradicionales de sus
organizaciones y al partido socialdemócrata.
Faltaba, además -otro dato esencial de la revolución rusa- la presión de los campesinos
pobres y de los jornaleros agrícolas para una reforma agraria radical. Los campesinos alemanes
eran en gran parte propietarios y arrendatarios hostiles a cualquier proyecto de socialización y
colectivización, como ya lo habían podido comprobar los socialdemócratas.
La más larga experiencia de dictadura del proletariado fuera de Rusia -el gobierno de
Béla Kun en Hungría, del 21 de marzo al 4 de agosto de 1919- duró poco más de cuatro meses
y terminó con un rotundo fracaso. Así como en Alemania, también en Austria y Hungría el final
adverso de la guerra no había afectado a los partidos burgueses, sino a la socialdemocracia,
que, en general, asumió la misión de enfrentar a la revolución comunista y a menudo se vio
obligada a encabezar regímenes abierta o larvadamente autoritarios y antidemocráticos.
La profunda división en el campo de los partidos socialistas y en el frente de la
izquierda europea fue una de las consecuencias más graves de la revolución soviética.
Si bien había fracasado el "contagio" de la revolución rusa en la Europa del centro y del
este, la esperanza en una revolución europea y mundial no había muerto en Moscú. En 1919,
se convocó el primer congreso del Comintern (Internacional comunista) que contó con muy
pocos delegados ni tuvo demasiado eco. Más importante fue el segundo que sesionó en
Moscú en 1920; en él se formularon, en las "21 condiciones", los principios que debían aceptar
los partidos que pretendieran ingresar en la nueva internacional. Se exigía una ruptura total
con la socialdemocracia, la aceptación del centralismo democrático, la absoluta solidaridad con
las repúblicas soviéticas y la subordinación de cualquier objetivo a la revolución proletaria. De
las divisiones que la resolución provocó y consolidó en los más importantes partidos socialista
del centro y del este de Europa, nacieron los partidos comunistas.
El punto de partida del programa de los nuevos partidos era la denuncia del carácter
clasista de la sociedad capitalista-burguesa, que se basaba en la explotación de las masas
trabajadoras. Frente al poder burgués, estas últimas sólo contaban con un medio: organizarse
en un partido único y prepararse para la conquista violenta del estado, al cual debían utilizar
como instrumento para la edificación de la sociedad sin clases, y la extinción del estado mismo
En Alemania, en 1924, el partido comunista, formado con la fusión del pequeño grupo
espartaquista y los socialistas independientes, contó con tres millones y medio de votos. En
Francia, el partido socialista aprobó las 21 condiciones y en diciembre de 1920, en el Congreso
de Tours se fundó el partido comunista.
En Italia, en el congreso de Liorna, de enero de 1921, la mayoría del partido socialista
no aceptó las condiciones, un grupo minoritario encabezado por Amadeo Bordiga y Antonio
Gramsci, este último líder de los jóvenes socialistas y obreros de Turín, abandonó el partido y
fundó, en las mismas ciudad, el partido comunista italiano.
En 1920 en Moscú habían decaído las esperanzas de que la revolución proletaria se
expandiera rápidamente por Europa, y el tercer congreso del Comintern, en Junio de 1921, se
resignó a la nueva situación adoptando una táctica menos intransigente. Pero, entretanto, ya
se habían producido rupturas irreparables y quedaba sancionada, en el plano de los principios,
la oposición irreductible entre democracia "burguesa" por una parte y revolución soviética y
dictadura del proletariado, por otra.
En nuestro país un grupo de jóvenes obreros, con algunos viejos militantes del Partido
Socialista constituyó la vanguardia marxista en el Congreso Socialista realizado en los salones
del Teatro "Verdi" de Buenos Aires, en abril de 1917. En enero de 1918 fundaron el Partido
Socialista Internacional, germen del Partido Comunista, que tomaría definitivamente ese
nombre dos años después. Sus consignas fueron la defensa del pacifismo, el internacionalismo
proletario y el marxismo.
El comunismo argentino en sus años iniciales realizó una intensa actividad en el campo
de la solidaridad internacional contra el terror blanco en Europa, contra el fascismo italiano y
contra la agresión norteamericana a México. En noviembre de 1920, en las elecciones
comunales, los comunistas lograron el segundo concejal metropolitano. En 1921 nació la
Federación juvenil comunista (FJC) que editó el periódico Juventud Comunista y una
publicación infantil llamada Compañerito, que llegó a competir con la popular revista para
niños Billiken de Constancio C.Vigil
Películas sugeridas para estudiar las relaciones entre política y cine con referencia a diversas
representaciones cinematográfica de la historia de la revolución de Octubre.
Recomendamos ver cuatro films de diferentes épocas y géneros:
- Octubre de Sergei Eisenstein, film de propaganda bolchevique conmemorativo de los
acontecimientos de 1917.
- Dr. Zhivago del británico David Lean, es un film de Hollywood de la Guerra Fría.
- Reds de Warren Beatty también un film de una época de exacerbación anticomunista.
- El arca rusa de Aleksandr Sokurov, film de ensayo y reflexión histórica.
Los problemas políticos de la posguerra.
El fascismo italiano
El fin de la guerra y el ejemplo de la Revolución Rusa produjeron en Italia un período
de luchas sociales que no pudieron contener los gobiernos parlamentarios. La violencia
callejera y el enfrentamiento entre las fuerzas de la izquierda y de la derecha se hicieron
corrientes y no se detuvieron con las reformas electorales que introdujeron el sufragio
universal masculino y la representación proporcional. El Partido Liberal no encontraba
respuestas a problemas agravados por la inflación y el miedo a una revolución comunista.
Mientras la clase obrera apoyaba en masa a los socialistas y al recién fundado partido
Comunista Italiano, y los campesinos del sur optaban por el Partido Popular Italiano, la clase
media se transforma en el árbitro político. A finales de 1920, con el aumento del apoyo al PPI y
a los socialistas, buena parte de los italianos llegó a la conclusión de que el sistema político ya
no servía y que el liberalismo estaba acabado.
Un antiguo socialista, Benito Mussolini, unió a los descontentos – gran parte de la alta
y de la pequeña burguesía – y los reunió en un partido nuevo, el Fascista, cuyo nombre
derivaba de los llamados fascios o núcleos de acción.
Al término de la guerra, Mussolini había adoptado un nacionalismo agresivo y
proponía una reforma agraria, la abolición del Senado y la convocatoria de una nueva
asamblea constituyente. Ninguna de estas propuestas era novedosa pero Mussolini supo sacar
partido electoral a la violencia política creciente, sabiendo que sus propias bandas armadas
tenían mucho que ver con el problema.
A finales de 1921, el fascismo italiano ya había adoptado su perfil distintivo: se
comprometía a romper las huelgas, a disciplinar a los trabajadores, a dotar de voz política a los
representantes locales y a poner fin a los desordenes públicos generalizados.
En octubre de 1922 Mussolini dio un golpe de Estado, concentrando sus fuerzas y
haciéndolas confluir a la capital. Como consecuencia de la Marcha sobre Roma, el rey Víctor
Manuel III lo nombró presidente del Consejo de Ministros.
Luego de deshacerse de la oposición, Mussolini implantó en Italia el régimen fascista,
caracterizado por la exclusividad de un partido único, dotado de una milicia armada, los
llamados Camisas Negras; el control de la economía pública por las Corporaciones sindicales y
la intervención de todos los resortes del Estado. Durante quince años, Mussolini llevó adelante
una política de construcción de obras públicas y de revisión de tratados, preparando al pueblo
para la guerra. Para Mussolini, la guerra y la conquista eran síntomas de un Estado saludable y
buscaba así revivir las glorias del Imperio Romano.
La frustración y el empobrecimiento de las clases medias; el paro entre los
trabajadores de las ciudades; las ansias de tierras de los campesinos y una desilusión cada vez
mayor en la democracia explican la popularidad durante esos años de este régimen
autoritario.
El nacionalsocialismo y el ascenso de Hitler
Luego de la guerra, se instaló en Alemania un gobierno democrático que pasó a la
historia como la República de Weimar, ya que una asamblea proclamó en este lugar la
constitución que la regiría. Se trató de un período muy inestable, en el que el gobierno –
agobiado por el peso de las condiciones de la paz – debió enfrentar permanentes problemas
económicos y políticos. Estos últimos provenían tanto de la izquierda – como la sublevación
espatarquista o comunista de Berlín- como de la derecha. Desde este extremo, el gobierno
tuvo que enfrentar intentos de golpes de estado. Uno de ellos fue el alzamiento nacionalista
que se produjo en Münich en 1923 liderado por Adolfo Hitler, que proclamaba la instalación de
un régimen autoritario que destruyera al comunismo y preservara la “pureza de la raza aria”.
Aunque el golpe fracasó, Hitler recién empezaba.
La meta de los nazis era la supremacía racial. Para Hitler la historia no era el producto
de las luchas de clase ni de la competencia entre sectores rivales sino del nacimiento, el
conflicto y la caída de grupos raciales determinados por la biología. La humanidad comprendía
según él tres grandes grupos raciales: los que crean la cultura, los que la transmiten y los que
la destruyen. Los arios pertenecían al primer grupo y los judíos al tercero. Así, los nazis
explicaban la derrota en la Primera Guerra Mundial como resultado de la progresiva
degeneración de la sangre alemana producida por los judíos que habían debilitado al
nacionalismo con un espíritu internacionalista, individualista e igualitario y habían promovido
el mestizaje. Por lo tanto, con los judíos no se podía hacer pactos sino emplear el rigor y el
líder político tendría la misión divina de regenerar la raza. Sobre estos argumentos, Hitler
concluyó que un solo hombre debe tener la autoridad y el derecho de mandar. Para él, el
parlamentarismo y los partidos políticos se oponían al principio aristocrático y fundamental de
la Naturaleza: la autoridad del individuo. Además, la reinstauración de este orden “natural”
justificaba asimismo el imperialismo con el fin de asegurar espacio vital a los “superiores
racialmente”. Permanentemente Hitler apelaba a los sentimientos comunitarios del pueblo, a
la patria concebida como "sangre y suelo", y principalmente a la unión mística entre las masas
y el jefe.
Los obreros sin trabajo, las clases rurales y la pequeña y mediana burguesía provinciana fueron
inicialmente los sectores más sensibles a la propaganda nazi. La prédica anticapitalista junto
con la lucha contra el bolchevismo, la defensa de los valores tradicionales y la aversión a los
judíos, la exaltación de la patria y la denuncia a la traición a Alemania, encontraron eco
propicio en estos sectores sociales.
El extremismo radical y violento también se apoderaba de los jóvenes, que constituían
el 40 por ciento del partido nazi. La profunda división de la izquierda, entre socialdemócratas y
comunistas, era otra de las causas de la debilidad de la república. En las elecciones de
septiembre de 1933, los nazis que en 1928 habían obtenido doce diputados, conquistaron
ciento siete escaños con el 18 por ciento del electorado.
En el otoño de 1933, los nazis controlaban firmemente el poder: el Estado se
identificaba con el partido, se aniquilaba toda forma de pluralismo y el régimen totalitario
quedaba constituido.
Los totalitarismos
La comparación entre los regímenes autoritarios, denominados también totalitarismos,
es un lugar común entre los historiadores. En el caso de Alemania, Hitler se podía inspirar,
desde un plano formal, en dos modelos de Estado totalitario: la Unión Soviética y la Italia
fascista. Sin embargo, respecto de Rusia, las condiciones eran muy diferentes. El partido
bolchevique era verdaderamente el punto de apoyo del nuevo Estado; había dado sus cuadros
a la nueva burocracia, refundado el ejército, y constituido, aunque débil, las estructuras de una
elemental sociedad civil. En la revolución radical, ninguna institución tradicional había
conservado un mínimo de autonomía y de poder: la monarquía había sido destruida, la
aristocracia eliminada o emigrada y el ejército disuelto. También la dictadura bolchevique
había dispersado y eliminado físicamente a la clase política liberal, populista y
socialdemócrata, sin tradiciones ni raíces en las masas populares y desacreditada por el fracaso
de sus primeras experiencias de gobierno y por su intención de continuar la guerra. Sólo la
Iglesia ortodoxa conservaba probablemente una notable influencia especialmente en las áreas
rurales, pero, envuelta institucionalmente en la caída del antiguo régimen, carecía de peso
político. La identificación del partido con el nuevo Estado fue, por lo tanto, casi total. Estos
orígenes pueden contribuir a explicar el dominio indiscutido del partido en la historia de la
Unión Soviética, y la exaltación y el culto que durante mucho tiempo recibió incluso de los
partidos comunistas occidentales.
En cambio, el régimen de partido único instituido en Italia se apoyaba en otros
fundamentos. En primer lugar, no nacía de una revolución radical. Cuando, tras la marcha
sobre Roma, Mussolini fue llamado a dirigir una coalición que tenía mayoría parlamentaria, las
antiguas instituciones todavía sobrevivían: la monarquía en primer lugar, el parlamento, el
ejército, la burocracia, los partidos, la Iglesia. Sólo en 1925 comenzó la construcción del Estado
con partido único y se concibió el proyecto de un Estado totalitario
El hecho esencial fue la supresión de la libertad de expresión y de las organizaciones
políticas y sindicales, y la prohibición de cualquier forma de representación de las fuerzas
sociales. Pero el partido siempre permaneció subordinado a los órganos del Estrado, que
conservaron una notable autonomía. La presencia de la monarquía, aunque privada de muchas
prerrogativas y su antiguo prestigio, constituía un obstáculo a la plena aplicación del Estado
totalitario, y los fascistas más intransigentes, incluso Musollini, deseaban eliminar. El ejército y
la burocracia permanecían relativamente autónomos y el mismo Mussolini prefería gobernar,
y gobernó, con los gobernadores civiles y los funcionarios del Estado y no con los secretarios
federales del partido. La Iglesia no sólo conservó su autonomía en el campo doctrinal u
dogmático y su presencia en la educación, sino que logró también mantener sus propias
organizaciones (la Acción Católica) que, aunque declarándose apolítica, terminaron por
cumplir una importante función en la formación de una clase dirigente no asimilada
totalmente al fascismo.
El carácter que fue asumiendo, después de 1934, el régimen nazi era mucho más
"totalitario" que el fascista, incluso en el terreno institucional. Hitler acumuló los cargos de jefe
de gobierno y jefe del Estado. Se reconoció explícitamente al partido y al ejército como los
pilares más sólidos del nuevo Estado.
Investigaciones reciente apuntan a ilustrar cómo el pretendido "totalitarismo" de los
regímenes dictatoriales debe tenerse más como una tendencia que como algo totalmente
logrado y que, en todo caso, se pueden distinguir varios grados de realización. La articulación y
el pluralismo de las sociedades complejas pueden oponer resistencias activas y pasivas; en los
mismos partidos únicos pueden formarse varias corrientes y enfoques; existen las esferas de lo
privado y de lo social donde las ideologías totalitarias demoran en penetrar. Por lo demás, los
regímenes totalitarios, no obstante su esfuerzo por impedir la circulación de ideas y sostener
soluciones políticas y económicas "autárquicas", no pueden aislarse de la sociedad y del
contexto internacional. Su suerte depende, en última instancia, de la capacidad de administrar
la comparación, incluso militar con el campo internacional, y su duración obedece, no sólo a la
eficacia de los aparatos policiales y represivos, que son en todo caso la premisa y la sustancia
de la dictadura, sino a la promoción y la organización del consenso de las masas.
Se puede también agregar, y nos referimos sobre todo al fascismo y el
nacionalsocialismo, que acabaron con sus aliados conservadores de viejo tipo, precisamente
porque sentían y expresaban esta exigencia "moderna" del proselitismo masivo. Ellos se
presentan como movimientos populares o de amplias bases, aun cuando exalten la virtud de
los jefes y de los superhombres y la concepción elitista del poder.
Expansión de los regímenes totalitarios
Los regímenes democráticos parlamentarios, que habían sido el modelo político
prevaleciente después de la victoria de las grandes democracias en la primera guerra mundial,
no encontraron en Europa un terreno apto para desarrollarse. A mediado de los años treinta,
los regímenes autoritarios y "totalitarios", modelados según el ejemplo fascista o nazi,
parecían tener un porvenir prometedor. Fundados en la exaltación de los valores nacionales,
en las virtudes regeneradoras de la violencia y en cualidades heroicas y dominantes de los
"jefes", oponían a las débiles democracias la eficiencia y la estabilidad de los gobiernos, la
obediencia y laboriosidad de los ciudadanos, la capacidad para dominar la crisis económica, la
aspiración a crear un hombre nuevo. Proponían una nueva civilización rigurosamente fundada
en la pureza biológica de la raza aria, en el caso de la Alemania nazi, y más vagamente ligada a
las reminiscencias y al mito de la Roma imperial, en el pensamiento mussoliano. La solidaridad
de la nación, siempre pronta a levantarse en armas superaba la lucha de clases; el orden
jerárquico y la voluntad del jefe sustituían a la representación política; las masas se
encuadraban en una compleja red de organizaciones que promovían el consenso, satisfacían
las exigencias sociales y se adiestraban política y militarmente.
La guerra en España.
España había permanecido neutral durante la primera guerra mundial, pero no por ello
había encontrado soluciones y alivio a los grandes problemas que aquejaban su vida interna.
Fuertes tensiones sociales agitaban cuya unidad política y territorial estaba amenazada por la
diversidad de sus regiones y las reivindicaciones de autonomía de cada uno de ellas. Cataluña
era la región más avanzada económicamente; en Barcelona se habían desarrollado los
movimientos de izquierda más aguerridos y prosperaban tendencia autonomistas fundadas en
antiguas tradiciones.
En septiembre de 1923 el general Miguel Primo de Rivera, que había tomado el poder
con el apoyo del rey Alfonso XIII, constituyó un régimen autoritario basado esencialmente en
el respaldo del ejército. En 1929 se manifestaron múltiples señales de la intolerancia de
algunas unidades militares, y en algunos círculos estudiantiles e intelectuales, había
despertado el gobierno de Primo de Rivera.
Después de su muerte en 1930, no fue posible mantener la dictadura y la monarquía
fue arrollada por el voto popular en las elecciones de 1931, que dio una amplia mayoría a los
republicanos. El rey abandonó el país sin abdicar.
El nuevo Estado republicano pretendía asentar la nueva administración sobre bases
laicas, separando al Estado de la iglesia y limitando la influencia que tenían la enseñanza
religiosa y el clero en la vida política y social del país. También proyectaba una profunda
reforma agraria y la nacionalización de los servicios públicos. Pero el país estaba
profundamente dividido y las mismas fuerzas de izquierda, que debían apoyar las reformas
estaban muy lejos de coincidir. El rumbo político de estos proyectos dependía de los
resultados de la consulta electoral.
En España se concretó rápidamente la idea del Frente Popular, es decir, la unión de
todas las fuerzas de izquierda sostenida ya por el aporte organizativo y el fervor de los partidos
comunistas. El Frente venció en las elecciones, pero tanto las fuerzas de izquierda, en la que
prevalecían los comunistas y los anarquistas, como las de derecha, mantenían posiciones muy
radicales y la oposición de ambas formaciones dividía al país. Además, llos grandes
propietarios, casi toda la iglesia católica y las jerarquías militares veían en la victoria del frente
una amenaza mortal. La reacción no tardó en traducirse en la abierta rebelión de algunas
unidades del ejército que proyectaban apoderarse de las mayores ciudades españolas durante
el mes de julio de 1936. La resistencia popular, la fidelidad de algunas guarniciones y el apoyo
de la marina a la república impidieron que el golpe tuviera un éxito completo.
Sin embargo, el país se sumergía en la guerra civil. El general Francisco Franco fue
nombrado jefe de la rebelión "nacional" y pudo contar con las tropas estacionadas en
Marruecos que cruzaron el estrecho de Gibraltar y marcharon sobre Sevilla. En cambio, el
gobierno republicano contó con la resistencia y los recursos de Madrid, Barcelona y Valencia,
donde eran más fuerte los núcleos proletarios, estaban mejor organizadas las fuerzas
populares y eran más radicales las corrientes autonomistas, decididas a oponerse al programa
centralista y autoritario de los nacionales. También por ello, los vascos estuvieron de parte de
la república, con una amplia unión que comprendía incluso al clero católico, que en casi todo el
país se alineaba contra el gobierno republicano.
En agosto, el general Franco fue proclamado "Caudillo", título que indicaba la
orientación profascista del régimen y la adhesión al mito del jefe que ya se había encarnado en
el Duce en Italia y en el Führer en Alemania. Sin embargo, el movimiento franquista difería en
sus orígenes del nacionalsocialismo y del fascismo. La fuerza del franquismo radicaba
especialmente en el ejército, la iglesia y los grandes terratenientes. El punto de convergencia
más importante constituía la exaltación de la unidad y de las tradiciones nacionales,
contrapuestas a la ideología destructiva y al anticlericalismo de los "rojos". La apelación a las
raíces nacionales llevaba a acentuar los vínculos con la iglesia católica, de modo que el
franquismo podría definirse mejor como un fascismo clerical.
Dada la situación que se había creado en los comienzos de 1936, la guerra civil en
España se convirtió inmediatamente en un tema candente de las relaciones internacionales.
Italia se unió muy pronto a las tropas de Franco. Hitler envió material bélico y comenzó a
experimentar la eficacia de su aviación de guerra. Del otro lado, la Unión Soviética colaboró en
la organización de las brigadas internacionales, en las que se enrolaron muchos militantes
antifascistas de otros países.
El gobierno republicano, sostenido por la energía de los comunistas que, sobre todo en
Barcelona, se enfrentaron duramente a los anarquistas, y por la ayuda de las brigadas
internacionales, logró organizar una larga resistencia. Pero la balanza de las fuerzas se inclinó
claramente a favor de los "nacionales". Entre fines de 1938 y marzo de 1939 cayeron las
principales bases republicanas, ya aisladas entre si. Madrid fue ocupada en marzo de 1939.
El éxito de Franco reforzó la convicción de que el avance del fascismo y de sus aliados
en Europa era imparable. Japón, aliado a Alemania e Italia había comenzado la sistemática
invasión del territorio chino, conquistando Pekín, Shanghai, Nankín y la costa meridional de
China.
El ascenso de Stalin
Demócratas y socialistas fueron los autores de la Revolución de Febrero de 1917 que
terminó en Rusia con el Imperio de los zares. Ninguno de sus dirigentes fue capaz de frenar la
actuación revolucionaria del Partido Comunista, dirigido por Lenin y Trotsky. Los comunistas
tomaron el poder en las jornadas de la Revolución de Octubre de 1917 que tuvo como centro a
San Petersburgo. Como resultado, Lenin proclamó la dictadura del proletariado en Rusia,
nacionalizó la banca y la industria y entregó tierras a los campesinos. Desde un primer
momento, el gobierno emprendió una lucha a fondo contra la aristocracia y la burguesía.
En 1922, luego de vencer en la guerra civil contra la oposición contrarrevolucionaria
apoyada por potencias extranjeras, Lenin proclamó la Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas. Cuando murió en 1924, se desató una lucha por el poder entre sucesores en la que
triunfó Stalin, quien desde 1922 era secretario del Partido Comunista. Su victoria se debió a
una selección muy rigurosa y a un control estricto de los cuadros del partido y a una actitud de
desconfianza para aquellos dirigentes más brillantes como Trotsky, Zinoviev y Bujarin.
Trotski, el teórico y dirigente de mayor prestigio después de Lenin, había llegado a la
conclusión de que era imposible construir el socialismo en Rusia sin un desarrollo
revolucionario correspondiente en los países capitalistas más avanzados. Por ello predicaba la
"revolución permanente" y reclamaba rigurosas medidas contra la reaparición de tendencias
capitalistas en el campo, la lucha contra los kulaki -campesinos ricos- y, junto con ella, el inicio
de una política de industrialización.
En consecuencia, tenía serias reservas contra la NEP (Nueva Política Económica - un
plan para reactivar la economía-). En el frente opuesto se había alineado Bujarin, que creía
posible construir el socialismo en Rusia mediante un lento y gradual desarrollo fundado en la
alianza entre obrero y campesinos, en un proceso de acumulación capitalista en el campo,
llegando de este modo hasta el punto de incitar a los kulaki a "enriquecerse". Sólo la
recuperación de la producción y de la productividad agrícolas podría permitir un desarrollo
industrial equilibrado y sentar las bases para avanzar hacia el socialismo. La NEP era, por lo
tanto, el mejor camino para desarrollar este proceso.
Stalin apoyó la política de Bujarin, aunque nunca se manifestó a favor del
resurgimiento del capitalismo en el campo y condenó a Trotsky a la expulsión de su país.
Finalmente decidió abandonar la NEP y en 1928 se lanzó el primer plan quinquenal.
Una de las medidas fue la declaración de guerra a los kulaki e invitó a los campesinos a
ingresar en las grandes granjas colectivas, los koljoses. La tierra pertenecía al Estado, que la
cedía a perpetuidad a la administración de las granjas; cada miembro de la comunidad tenía
derecho a la propiedad de la casa, el huerto, una vaca y algunas cabras. Las dimensiones de
estas granjas colectivas eran muy variadas y podían llegar a agrupar hasta doscientas familias.
La colectivización era un medio para controlar directamente la producción, destinada
sobre todo al acopio estatal, y luego a compensar los servicios de los equipos de máquinas y
tractores -concebidos para difundir la mecanización agrícola -, a pagar insumos para los
cultivos (semillas, fertilizantes y todo lo necesario), y, finalmente, a retribuir a los koljosianos
según las jornadas de trabajo prestadas por cada uno.
Junto a los koljoses ya se habían instituido los sovjós, grandes centros gestionados
totalmente por Estado, que debían funcionar a la manera de grandes complejos industriales en
sectores agrícolas especializados y valerse de los medios más modernos.
La Segunda Guerra Mundial (1939-1945)
La Segunda Guerra Mundial, lejos de ser un hecho exclusivamente bélico y aislado, es
parte de un proceso histórico sumamente complejo, ya que su desarrollo generó profundas
transformaciones en los países que participaron, a la vez que afectó al conjunto de las
relaciones internacionales.
La Segunda Guerra Mundial fue la manifestación más acabada de la crisis
antiimperialista que estalló en 1914, y que no fue resuelta por los tratados de paz. Los
acuerdos políticos logrados en Versalles y por la Sociedad de las Naciones se mostraron frágiles
mientras que los conflictos de intereses que habían provocado la guerra, seguían vigentes en
gran parte.
El inicio de la Segunda Guerra fue provocado por la vocación expansionista del III
Reich. Su primer objetivo era anexar Austria, país en el que existía un partido nazi, apoyado
por un importante porcentaje de la población alemana, que apoyó decididamente la
intervención. El segundo objetivo fue la ocupación de la región de los Montes Sudetes que
estaba habitada por un número importante de alemanes. Esta circunstancia fue utilizada como
excusa por Hitler para ocupar Checoslovaquia.
Las potencias aliadas Francia e Inglaterra sólo protestaron, aceptando en los hechos
que Alemania se había rearmado -violando el Tratado de Versalles- y que estaba decidida a
profundizar su expansionismo. La invasión nazi a Polonia determinó que finalmente ambas
declararan la guerra a Alemania. Para evitar pelear simultáneamente en dos frentes, Hitler luego de invadir Polonia - firmó un acuerdo de paz con la Unión Soviética. El éxito lo acompañó
entre 1939 y 1940, años en que ocupó además Austria y Francia. Pero pese al sistemático
bombardeo a Londres, Gran Bretaña siguió resistiendo.
En 1941 la guerra se generalizó porque la lucha se extendió a la Unión Soviética y al
Océano Pacífico.
En el primer caso, Hitler evaluó equivocadamente el poderío de la Unión Soviética y la
invadió. Su principal objetivo era apoderarse de la zona petrolera del Cáucaso y tomar la
ciudad de Stalingrado, por ser un centro industrial y de comunicaciones muy importante. Sin
embargo, el Ejército Rojo derrotó a los invasores.
En el segundo caso -la "guerra del Pacífico-, el protagonismo lo tuvo Japón. En efecto,
este país veía que la generalización de la guerra ponía en serio peligro el funcionamiento de su
economía; en efecto, Japón importaba casi todas las materias primas necesarias para su
producción industrial, especialmente hierro, petróleo y caucho. Ante esta realidad, su primer
paso militar fue sobre China; pero cuando pretendió ocupar las áreas coloniales europeas de
Asia, Estados Unidos decidió intervenir, y lo hizo bloqueando la llegada de petróleo a Japón. La
respuesta de este país fue el ataque por sorpresa a la base naval norteamericana de Pearl
Harbour en Hawai. Estados Unidos, en consecuencia le declaró la guerra. Japón se alineó con
Alemania e Italia y ahora Japón), mientras que Estados Unidos lo hizo con los Aliados (Gran
Bretaña, Francia, la Unión Soviética)
En 1943 los aliados tomaron la ofensiva. Alemania ya no podía sostener más su
aparato militar y en los territorios ocupados crecía la resistencia de la población, como estaba
ocurriendo en Italia con los "partisanos", grupos armados antifascistas.
Por el oeste, los aliados desembarcaron en Normandía e iniciaron la liberación de
Francia. Por el este, los soviéticos se lanzaron sobre Berlín. Ante el desmoronamiento del III
Reich, las potencias aliadas se disputaban el privilegio de ocupar la capital alemana. Y la
recompensa sería -una vez concluida la guerra- el reparto de Europa.
Alemania capituló pero Japón seguía combatiendo. El acto final de la guerra fue
nefasto por sus consecuencias. El presidente norteamericano Truman ordenó lanzar bombas
atómicas sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki con la justificación de que este
terrible hecho convencería a los japoneses a rendirse inmediatamente.
La Segunda Guerra Mundial fue una "guerra total", en tanto los países que
intervinieron emplearon no sólo todo su potencial militar, sino que también pusieron en juego
sus recursos económicos y sus estrategias políticas. Es evidente que durante todo su
transcurso no se combatió exclusivamente para que el ejército enemigo se rindiera, sino para
ocupar territorios con recursos económicos relevantes.
Finalizada la guerra, Estados Unidos y la Unión Soviética se repartieron las zonas de
influencia y representaron dos modelos contrapuestos de organización económico-social y
político-institucional: el capitalismo y el socialismo. Europa, por su parte, que desde los inicios
del capitalismo había sido el centro de Occidente y el punto central de una red colonial
mundial, quedó divida en dos bloques y relegada a un segundo plano, tanto como región
productora como por su incidencia en el ámbito de las relaciones internacionales.
Los resultados de la Segunda Guerra fueron tan terribles que los del conflicto
desarrollado entre 1914 a 1918, cuyas consecuencias en pérdida de vidas y perjuicios
materiales habían aterrorizado a todos, parecían en comparación poco importantes. En primer
lugar, porque perdieron la vida seis veces más personas: entre 45 y 55 millones. Pero esto no
era todo. La crueldad había alcanzado extremos difíciles de imaginar. Una novedad fue que la
mayoría de los muertos no eran soldados sino civiles. Del total, se calcula que más de la mitad
de los muertos fueron habitantes de las ciudades bombardeadas, víctimas de los campos de
concentración, de las deportaciones, etc. Si en la Primera Guerra podía calcularse que hubo
unos 7 millones de heridos, para la Segunda ese recuento era casi imposible. Sólo en Japón
hacia el final del conflicto había 4 millones de inválidos permanentes.
No sólo estas fueron las consecuencias humanas del enfrentamiento. También el
avance de los ejércitos había producido, especialmente en Europa, oleadas de gente que huía
de lo que habían sido sus hogares. Se estima que en el Viejo Continente unos 50 millones de
individuos se trasladaban de un lado a otro buscando refugio, aunque la mayoría escapaba del
Este al Oeste. Estas personas eran clasificadas como “P.D.”, las iniciales de “personas
desplazadas”. Se los consideraba en esta categoría hasta que consiguieran que los repatriaran
o se les concediera permiso de inmigración en algún país donde pudieran rehacer su vida.
Las técnicas de combatir habían sido también distintas. Si la Guerra del 14 había sido
fundamentalmente defensiva y estática con soldados quietos en sus trincheras, la del 39 al 45
fue móvil, agresiva y mecanizada. El ejemplo más notable de esto fueron los bombardeos de
los centros urbanos. Para el fin del conflicto, ciudades como Coventry, Varsovia y Rotterdam
no eran más que una monumental acumulación de cascotes. En Alemania fueron destruídas 10
millones de viviendas (el 40% del total); en Gran Bretaña, 4 millones (el 30%) y en Francia 2
millones (el 20%). En Japón, una de cada cuatro casas había sido totalmente arrasada.
Las pérdidas materiales fueron mucho mayores. Por una parte, porque el escenario del
conflicto había sido más extendido y las acciones, además de desarrollarse en Europa, tuvieron
lugar también en el Norte de África y Asia. En Europa y en el Extremo Oriente la infraestructura
resultó profundamente afectada. El sistema de transporte estaba paralizado por las
destrucciones. Los puentes habían sido dinamitados para evitar el paso del enemigo y esta
táctica impidíó al reanudarse la paz que el transporte ferroviario pudiera mantenerse y, por
otro lado, las ruinas de esos mismos puentes hundidas en los ríos dificultaban la comunicación
fluvial. No sólo las vías de tren estaban fuera de uso sino que casi no quedaban locomotoras
para transitarlas. La guerra submarina había reducido la flota comercial europea y la de Japón
había disminuido a la décima parte. Por otra parte, en Europa y Asia Oriental los puertos de
mar estaban seriamente afectados. Finalmente, en ninguno de esos dos continentes quedaban
prácticamente camiones.
Naturalmente, las cosas no eran mejores en lo referido a la producción. En el sector
agropecuario faltaba mano de obra, se había reducido la cantidad de ganado (en Polonia y
Yugoslavia, por ejemplo, las cabezas de ganado eran menos que la mitad de las que había a
inicios del conflicto) y se carecía totalmente de fertilizantes. Muchas explotaciones estaban
destruidas y las tierras arrasadas o inundadas. El sector industrial carecía de materias primas o
no las podía conseguir por el descalabro del transporte. La maquinaria no había sido renovada
ni modernizada durante largos años, por lo que estaba obsoleta. Muchas fábricas habían
sufrido serios daños o estaban en ruinas y otras fueron desmontadas por los países que habían
ocupado los territorios. Por último, faltaba combustible (especialmente carbón, todavía muy
importante) para poner en marcha las máquinas que aún funcionaban
Este panorama desolador se traducía al fin del conflicto en dos serios problemas:
hambre y frío. Sin casas, sin comida y sin ropa abrigada, el frío invierno europeo de 1946
produjo tantas bajas como una nueva batalla y los estragos afectaban a vencedores y vencidos.
Tal vez haya sido el Primer Ministro británico, Winston Churchill, quien mejor definió la
situación de Europa cuando dijo: “Este noble continente contiene una inmensa y temblorosa
muchedumbre de seres humanos atormentados, hambrientos, desatendidos y confusos que
contemplan boquiabiertos las ruinas de sus ciudades y escrutan la oscuridad del horizonte en
busca de nuevos peligros, tiranías o terrores”.
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Tres dilemas para ir pensando en la novela “El lector”
1.- “El Lector” resalta entonces el sentimiento de culpabilidad del mundo alemán frente al
judío, como un pasado que marca el presente de quien no vivió ni participó de ello. Las nuevas
generaciones alemanas son consideradas igual de culpables como lo fueron sus progenitores.
En este punto del libro, se abre una visión de lo que tuvo que vivir la gente en la posguerra,
cuando ellos luchaban por un futuro mejor, eran vistos solo por su pasado, la nueva
generación tuvo que tomar las riendas de su nación y juzgar lo que se hizo, pero es muy fácil
juzgar las acciones una vez cometidas pero, ¿que habríamos hecho muchos en su lugar? Esta
es una pregunta que Hanna dirige al juez,
¿Cuáles hubieran sido sus respuestas?
2. - Debido a la manera contradictoria de defenderse ante el magistrado, Michael llega al
convencimiento de que Hanna es analfabeta, y la vergüenza le impide confesarlo, dejando que
el proceso continúe su curso hasta recibir la temible sentencia: cadena perpetua. Tampoco
Michael interviene contándole al juez lo que ha descubierto, y guarda ese silencio letal que
poco a poco va generando en quien esconde una verdad, el llamado sentimiento de la culpa.
¿Comprender el crimen, significa empezar a perdonarlo? ¿Castigar lo que no entendemos
completamente, nos convierte en verdugos? ¿El novelista que intenta entender, en lugar de
denunciar, se hace cómplice del escándalo? Y qué hay del «hipócrita lector», como lo llamó
Baudelaire, «mi semejante, mi hermano»... ¿Cómplice, también?
3.- Hay cinco mujeres acusadas por la muerte de varias prisioneras en el campo de
concentración del que eran guardianas. Entre ellas, Michael reconoce a Hanna... Y reconoce el
dilema que en adelante dividirá su vida. Entre el deseo de castigar la ignominia colectiva,
añadida a la traición amorosa que le hizo ella; y por otro lado: el verdadero amor que, como el
auténtico mal, es en el fondo irremediable.
«Quería comprender y al mismo tiempo condenar el crimen de Hanna. Pero su crimen era
demasiado terrible. Cuando intentaba comprenderlo tenía la sensación de no estar
condenándolo como se merecía. Cuando lo condenaba como se merecía, no quedaba espacio
para la comprensión».
¿Cuál es la posición de Ustedes frente a este dilema?
Sugerimos escribir las respuestas e intercambiar con sus compañeros.
Hasta la próxima clase.