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DE LA CONCIENTIZACIÓN AL EMPODERAMIENTO:
TRAYECTORIA DEL PENSAMIENTO FEMINISTA
EN LOS ESTUDIOS DE GÉNERO EN COLOMBIA
La visión del mundo se nos aparece como el mundo en sí mismo, y la
visión de la cual disponemos es un producto de los hombres. . . . El
varón se ha comprendido a sí mismo como ser genérico, y su
comportamiento se ha convertido en el modelo del comportamiento
humano.
Simone de Beauvoir, El segundo sexo
Me acuerdo que hace quince años, cuando estaba en segundo semestre
de la carrera, se me ocurrió hablar en una asamblea estudiantil. Nadie
me hizo caso, ni siquiera me oyeron. En esas asambleas casi nunca
hablaba una mujer. Hace poco, ya como profesora, me paré en otra
reunión pública y fue como si hubiera dejado de ser muda.
Testimonio personal, en Cali
Más de cincuenta años y un océano median entre el primero y el segundo de mis epígrafes.
Aunque uno alude a la visión y el otro al habla, ambos nos refieren a un mundo de privilegio masculino
en relación con la representación y la palabra; la historia narrada por la yuxtaposición de esos dos textos
es una historia de cambios profundos y acelerados. En este trabajo me propongo trazar a grandes rasgos,
algunos continuos, otros disconexos, la trayectoria de una revolución. O más bien, hacer algunos aportes
a este esfuerzo, que tendrá en el futuro que convertirse en un proyecto colectivo, de reconstruir el curso
de las transformaciones recientes en el pensamiento feminista, rastreando ciertos tramos del camino de
los estudios de género durante los últimos veintitantos años, aquí en Colombia.
Personalmente me siento muy lejos de poder hacer un balance detallado de estos estudios 1, pues
están involucradas demasiadas disciplinas.
Pero lo que intento hacer aquí no es una síntesis
renacentista, sino un esbozo de algunos puntos importantes en la evolución del pensamiento feminista en
el país. Me refiero al pensamiento feminista, y no simplemente al pensamiento sobre género, porque
existe un denominador común para las ideas sobre las realidades y las relaciones de género en campos
tan distantes entre sí como los estudios sobre sexualidad y salud reproductiva, o sobre participación
laboral y política, y la teoría literaria o la historiografía, y ese denominador es el pensamiento feminista.
De hecho, sólo en algunas posiciones dentro de los estudios de las masculinidades, y no en todas,
encontramos un esfuerzo consciente por distanciarse radicalmente del feminismo, construyendo un
campo autónomo. Es cierto que es posible encontrar muchos trabajos sobre género donde no se menciona
al feminismo; incluso es posible encontrar aquellos que profesan estar por fuera de él, pero no he
encontrado un solo escrito sobre género producido en Colombia que no esté fuertemente marcado por
ideas muy específicas del feminismo contemporáneo. Muchas veces, cuando se rechaza explícitamente el
feminismo en algún trabajo sobre género, la razón parece ser la incomprensión de lo que el término
realmente implica, en parte debido al cliché propagandístico sobre la feminista “anti-hombre”. De hecho,
la situación de las feministas en el mundo académico ha mejorado en los últimos veinte años: hemos
pasado de encontrar sólo exclusión, ridiculización y silencio por respuesta a nuestros esfuerzos, a que en
muchos círculos se reconozca la legitimidad de nuestro trabajo, o por lo menos se tolere nuestra
1Existen
varios balances recientes de los estudios de género, como puede verse en la bibliografía del presente trabajo.
Necesitamos que se realicen más de estos balances, sobre todo por temáticas específicas, pues los globales se hacen cada vez más
difíciles debido al volumen de trabajo existente.
presencia. Sin embargo, a pesar del reconocimiento alcanzado, persiste en muchos círculos una actitud de
renuencia y reticencia frente al feminismo.
Por lo tanto, es necesario hacer al menos algunas breves aclaraciones sobre las relaciones entre
“género” y “feminismo”. Aunque la exploración del tema a fondo necesitaría un ensayo extenso,
presentaré unas pocas ideas al respecto. En primer lugar, feminismo no es la cara inversa del machismo,
sino una posición que lucha contra éste. Desafortunadamente, la campaña anti-feminista desarrollada por
los medios durante décadas ha convencido a muchas personas que el feminismo es uno de dos polos en
un antagonismo entre hombres y mujeres. Evidentemente, en el movimiento podemos identificar
posiciones variadas, que han llevado a que se hable de “feminismos”, en plural. Sin embargo, si
existieran en él actitudes revanchistas, y aspiraciones a someter a los hombres a un “poder de las
mujeres” de tendencia excluyente, tales actitudes no merecerían llamarse feministas, sino a lo sumo
“hembristas”. Es más, si en un comienzo algunas feministas cometieron el error de culpar a los
individuos varones de haber creado malévola o conscientemente un sistema de subordinación social de la
mujer, o de sostenerlo, la casi totalidad de las feministas de hoy rechazaría de plano una posición tan
simplista (e incluso me atrevería a decir que todas las académicas lo harían).
En segundo lugar, necesitamos definir ambos términos antes de ver cómo se relacionan.
Feminismo es una posición política que parte del reconocimiento de la jerarquía social entre hombres y
mujeres, que la considera históricamente determinada e injusta, y busca eliminarla. En los últimos treinta
años, a partir de esta posición se ha producido en el ámbito mundial un cuerpo de teorías variadas y con
un alto grado de sofisticación intelectual, que ha recibido ya un amplio reconocimiento en el mundo
académico en Estados Unidos y Europa. Para citar sólo un ejemplo, un historiador de la psicoterapia
como Cushman atribuye a las feministas el desarrollo de un cuerpo de investigaciones que ha demostrado
la influencia de lo social en la construcción del género.2
En cuanto al género, éste es un término científico que se desarrolló inicialmente dentro de la
teoría feminista, y ha recibido distintas definiciones. Para Gayle Rubin, el “sistema sexo/género es el
conjunto de condiciones mediante las cuales una sociedad transforma la sexualidad biológica en
productos de la actividad humana, y en las cuales se satisfacen estas necesidades sexuales
transformadas”.3 En la definición posterior de Joan Scott, se habla de género como “un elemento
constitutivo de las relaciones sociales que se basa en las diferencias entre los sexos” y “una forma
primaria de las relaciones de poder”.4 Como vemos, ambas autoras hablan de la diferencia sexual como si
ésta antecediera al género. Aunque la definición de Scott incorpora dos elementos nuevos, el
reconocimiento de la transversalidad del género, y la atención a la influencia de los “saberes y discursos”
en relación con el género, éste aparece como una construcción cultural sobre la base de lo sexual. 5
Desde varias vertientes, sin embargo, se cuestiona hoy esta definición de género. Recientemente,
varias feministas han refutado la adscripción del sexo a la naturaleza y el género a la cultura. Por un lado,
2Cushman,
P. 1995. Constructing the Self, Constructing America. A Cultural History of Psychotherapy. Massachusetts: Wesley,
p. 18.
Gayle Rubin, 1975, “The Traffic in Women”, en Rayna Reiter, Ed., Toward an Anthropology of Women, New York: Monthly
Review Press, p. 159.
3
4Joan
Scott, 1990 (1986), “El género: una categoría útil para el análisis histórico”. En James Amelang y Mary Nash, eds.,
Historia y género: Las mujeres en la Europa Moderna y Contemporánea, Valencia: Edicions Alfons el Magnanim, p. 44.
5No
todas las feministas comparten esta idea de la primacía natural del sexo y la construcción sociocultural del género. Ya en
1969, en su obra Política Sexual, Kate Millet afirma que el sexo tiene dimensiones políticas que casi siempre se desconocen.
Algunas autoras, como Catharine McKinnon, advierten que la hegemonía de la heterosexualidad es la base del género, y usan los
términos sexo y género como equivalentes. Otras se oponen a la idea de que el género es una construcción social partiendo de un
cuerpo sexuado, y combaten la distinción entre sexo y género. Véase Moira Gatens, 1983, “A Critique of the Sex/Gender
Distinction”, en J. Allen y P. Patton (eds.), Beyond Marxism? Interventions after Marx. Sidney, pp. 143-160.
con base en la visión de la sexualidad en diferentes culturas, algunas antropólogas y filósofas comienzan
a cuestionar la idea de que los dos sexos son una realidad biológica inmutable.6 Por otra parte, en este
cuestionamiento encontramos la influencia de Foucault, cuyos tres volúmenes sobre Historia de la
Sexualidad analizan lo sexual como un producto de discursos y prácticas sociales en contextos históricos
determinados. La concepción del cuerpo como una entidad discreta, cerrada, sexualmente diferenciada,
con su correlato, el “sexo biológico binario” como algo ahistórico, esencial, resultaría ser una
peculiaridad de nuestra cultura, y no una verdad incuestionable.7 A la misma conclusión llega Thomas
Laqueur. Examinando las distintas teorías científicas sobre el sexo desde los griegos hasta nuestros días,
Laqueur reconstruye las maneras de concebirlo en la civilización occidental. Sexo, diferencia sexual,
sexualidad, se enmarcan en los discursos y las prácticas que estructuran las diferencias socio-culturales
entre hombres y mujeres.8
Desde una posición distinta, la de la crítica al concepto de la identidad fija (tanto la de género
como las de clase, etnia, generación, o nacionalidad), se ha puesto en cuestión el concepto generalizado
de género como algo establecido con base en el sexo biológico. Partiendo de una concepción lingüística
de la identidad como una “construcción discursivamente variable” del yo y de sus actos, Judith Butler
nos plantea que las identidades femeninas y masculinas son productos performativos 9 que se realizan en
un contexto cultural. Aparece así el género como “el medio discursivo/cultural por medio del cual se
produce una ‘naturaleza sexuada’ o un ‘sexo natural’”.10 Las concepciones culturales acerca del género,
entonces, construyen nuestras ideas sobre el sexo, y al mismo tiempo nos hacen creer que éste es
“prediscursivo”, o previo a la cultura, es decir, “natural”.
Desde esta perspectiva, sexo y género interactúan como realidades culturales. A partir de estas
reflexiones, entonces, podemos esbozar una nueva definición de género como el sistema de saberes,
discursos, prácticas sociales y relaciones de poder que en una época y en un contexto determinados les
da contenido específico a las representaciones del cuerpo sexuado, de la sexualidad y de las diferencias
físicas, socioeconómicas, culturales y políticas entre los sexos (y de las relaciones entre ellos). Vemos así
que toda la constelación de elementos que hoy se llaman “sexualidad”, desde las diferencias anatómicas
entre hombres y mujeres, hasta sus relaciones afectivas, pasando por su orientación sexual, estarían
enmarcados por los discursos culturales sobre los géneros.
Con base en estas definiciones, podemos plantear someramente algunas ideas sobre las
relaciones entre “género” y “feminismo”. Como ya se dijo, el primer término es una categoría científica,
mientras el segundo denota una posición política. Evidentemente, para muchas personas su trabajo
académico sobre género tiene una clara dimensión política. Sin embargo, me parece importante distinguir
entre los dos para fines analíticos, entre otras razones, porque no todos los investigadores o las
investigadoras que emplean o podrían emplear el concepto se auto-denominarían feministas. Por otra
6Para
una discusión más a fondo de este tema, véase Castellanos, “Travesías y peripecias de los estudios de género en el Valle del
Cauca: Historia de una legitimación”, en: Cultura y Región, Bogotá: CES (en imprenta).
7
Henrietta Moore (1994), A Passion for Difference. Bloomington: Indiana University Press, pp. 23-24.
8Thomas
Laqueur, 1994 (1990). La construcción del sexo. Cuerpo y género desde los griegos hasta Freud. Valencia:
Ediciones Cátedra, p. 33.
9La
autora alude aquí a la teoría de actos de habla, en la cual, partiendo del filósofo del lenguaje J.L. Austin, se concibe todo uso
de la palabra como un acto realizado (performed) que obedece a determinadas reglas, y cuyo sentido está fuertemente ligado al
contexto. Cada vez que hablamos, entonces, producimos cambios en el mundo que nos circunda, al afirmar, prometer, negar, etc.
Lo “performativo” (en español deberíamos decir “realizativo”, pero el anglicismo se ha impuesto) nos remite a esta cualidad
activa del habla, y a las reglas culturales que determinan el significado de estos actos.
10Judith
Butler, 1990, Gender Trouble: Feminism and the Subversion of Identity. New York: Routledge, p. 7.
parte, la evolución de las posiciones feministas tiene consecuencias muy fuertes para las concepciones de
género.
Presentaré dos ejemplos de la influencia de este movimiento político en los desarrollos
conceptuales de la categoría. En primer lugar, la articulación de las diferencias de género con otras como
las de clase y etnia (tendencia que Nancy Fraser ha denominado “las múltiples diferencias que se
intersectan”),11 tuvo su origen en una crítica al feminismo de lo que se ha llamado “la segunda ola”, la de
los años 60 y 70. Una de las premisas fundamentales de este feminismo, en su mayoría propuesto por
mujeres blancas de clase media o alta, era la “experiencia femenina” como algo común a todas las
mujeres, pues se suponía que las actitudes culturales que las mujeres encontrábamos ante la
menstruación, la virginidad, las relaciones conyugales, etc., eran universales. Sin embargo, las mujeres
chicanas, asiáticas, negras y lesbianas en Estados Unidos mostraron que “la experiencia de la mujer” que
se suponía paradigmática era la de la mujer heterosexual de la etnia y clase dominantes, y por lo tanto no
siempre válida para ellas. Ahora bien, estas reflexiones obligaron a las feministas académicas a tomar en
cuenta “las múltiples formas de subordinación de que son objeto las lesbianas, las mujeres de color 12 y/o
mujeres pobres y de la clase trabajadora”. Al hacerlo, se vio que el trabajo sobre género debía centrarse
“en sus relaciones con otros ejes de diferencia y subordinación que se entrecruzan con éste”. 13
Encontramos un segundo ejemplo de la relación entre género y feminismo en el fuerte impulso
que han recibido los estudios de género en Colombia a partir de los esfuerzos feministas por mejorar la
situación y la posición estratégica de las mujeres mediante el trabajo sobre planificación para el
desarrollo. Aprovechando el interés de diversas fundaciones extranjeras, así como del gobierno de países
como Holanda, Alemania y Canadá, muchas feministas colombianas se han cualificado para el trabajo
encaminado a promover el desarrollo social desde una perspectiva de género. Al mismo tiempo, este
esfuerzo se ha visto fuertemente articulado al mundo académico, ya que la formación del personal
calificado para este fin se hace en gran parte desde las universidades. Por eso, como veremos, los
primeros programas de postgrado de género en Colombia han versado sobre la temática del desarrollo. A
su vez, el fortalecimiento de la temática de género en las universidades ha redundado en una mayor
difusión editorial de diversas posiciones teóricas y políticas, que necesariamente ejercen influencia en las
prácticas del movimiento feminista.
Hechas estas aclaraciones, pasemos a trazar la trayectoria del pensamiento feminista en los
estudios de género en Colombia, sin tratar de caracterizar etapas bien demarcadas, sino sólo algunas
tendencias. Debo aclarar que pasaré muy rápidamente sobre los logros y avances de algunas temáticas
particulares, concentrándome en la evolución de las posiciones gruesas, que por lo general tienen
influencia en muchos campos y temas. Desafortunadamente, no podré aquí hacer justicia a temáticas tan
importantes como los estudios sobre la familia, o sobre la sexualidad, sobre las masculinidades, o incluso
la literatura de las mujeres, que es mi propio campo de trabajo. Sólo quiero señalar que el volumen de
trabajos hace cada vez más necesario realizar estados del arte de cada campo en particular. Por
considerar de fundamental importancia el presentar un panorama de los principales centros académicos
donde se realizan los estudios de género, reseñaré en un anexo los procesos de su institucionalización,
refiriéndome a los programas, centros y grupos que trabajan sobre el tema en el país.
“Multiculturalismo, antiesencialismo y democracia radical”, en Nancy Fraser, 1997, Justitia Interrupta. Reflexiones críticas
desde la posición ‘postsocialista’. Tr. M. Holguín , I. C. Jaramillo. Bogotá: Universidad del Los Andes, p. 230.
11
12El
término “de color”, que entre nosotros es rechazado por muchos activistas por considerarlo un eufemismo para evitar decir
“negro/a”, en Estados Unidos denota una coalición entre todas las personas que no se consideran blancas, es decir, personas
negras, hispanas, o asiáticas.
13Ibid.,
p. 239.
EVOLUCIÓN DEL PENSAMIENTO FEMINISTA EN COLOMBIA
El pensamiento feminista en Colombia, como en muchos de nuestros países, tuvo un fuerte
impulso en la primera mitad del siglo, durante la lucha sufragista. En las décadas de los 40 y los 50,
mujeres como Esmeralda Arboleda y Bertha Hernández de Ospina luchaban por conseguir el voto. Otras,
como María Cano, habían ejercido un papel fundamental en la consolidación del sindicalismo.
Una vez obtenido y ejercido el derecho al sufragio (hechos que ocurren en 1954 y 1957
respectivamente), y durante la década de los sesenta, va creciendo en Colombia, como en otros países de
América Latina, el debate sobre la mujer y sobre su relación con los procesos de desarrollo social, pero
los estudios por lo general no se hacen desde una perspectiva feminista. Se trata de investigaciones cuyo
objeto no es estudiar a la mujer misma, sino analizar la formación social “a través del estudio de la fuerza
de trabajo femenina”, con el fin de “entender cómo opera el modo de producción capitalista en su forma
dependiente”. Ante las condiciones de pobreza general de la población, se piensa que las desigualdades
entre los sexos son de carácter secundario.14
Primeros estudios de género: concientización y denuncia
Sólo a partir de 1975, “Año de la Mujer” promulgado por las Naciones Unidas, y sobre todo en la
década de los ochenta, comienza a hacerse sentir en el país lo que se ha denominado la “segunda ola” del
feminismo, iniciada en los sesenta en países como Estados Unidos y Francia. Moviéndose sobre la cresta
del Año de la Mujer y posteriormente la “Década de la Mujer” (1976-1985), aparecen en Colombia
múltiples grupos feministas, revistas, y algunos trabajos académicos, que serán los pioneros. 15 Una vez
iniciado, sin embargo, este proceso gradualmente adquiere su propio impulso. El trabajo feminista se
encamina primordialmente a la toma de conciencia de las mujeres sobre su experiencia en la vida
cotidiana, y sobre la idealización cultural del rol materno y del “eterno femenino” que mantiene a las
mujeres relegadas a una posición socio-económica y política subordinada y dependiente. Se trata de un
movimiento protagonizado sobre todo por mujeres de clase media y alta. Con frecuencia se hacían
intentos de “concientizar” a otras mujeres, incluyendo a las de sectores populares, sobre la “experiencia
femenina”.
Esos primeros estudios basados en una posición feminista no sólo constatan los cambios en “el
trabajo y la posición de la mujer en la sociedad”, recalcando su creciente incorporación a los procesos
productivos, sino que además, sin perder de vista el análisis de clase, comienzan a proponerse indagar
sobre el rol de la mujer en la reproducción social, incluyendo “aspectos tales como el matrimonio y la
familia, el trabajo doméstico, la sexualidad, la división sexual del trabajo dentro y fuera del hogar, las
relaciones de dominación y subordinación entre los sexos, las bases históricas de la ideología patriarcal,
el sentido de lo cotidiano en las relaciones sociales entre hombres y mujeres”. Estas investigaciones
permiten “una denuncia sistemática de las desigualdades vigentes en el campo de la división sexual del
trabajo”16. Como vemos, aunque el término “género” no aparece aún, sí están presentes dos elementos
14Marysa
Navarro, “Research on Latin American Women”, Signs, 1979 Vol 5, No. 1, citado en Magdalena León, “Presentación”.
En: Magdalena León, ed. Debate sobre la mujer en América Latina, Vol I., La realidad Colombiana. Bogotá: ACEP, 1982,
pp. 2-3.
15A
manera de ejemplo,me referiré a las Revistas Cuéntame tu Vida y La manzana de la discordia, en Cali, y Las Brujas, en
Medellín.
16Magdalena
León, “Presentación”. En: Magdalena León, ed. Debate sobre la mujer en América Latina, Vol I., .La realidad
Colombiana. Bogotá: ACEP, 1982.
fundamentales que aporta esta categoría a los estudios sobre la mujer: el énfasis en las diferencias y
relaciones entre hombres y mujeres, y la conciencia de que en estas relaciones interviene el poder.
En suma, para caracterizar en pocas palabras ese primer momento de los estudios de género en
Colombia, podemos decir que se trazaba un doble propósito: primero, la concientización de los
investigadores e investigadoras, así como de las mujeres en general, sobre aspectos de las relaciones de
género que habían permanecido ocultos, invisibilizados por una visión sexista de la sociedad, y segundo,
la denuncia de las desigualdades socioculturales de género y de la represión a la sexualidad femenina. En
cuanto a las temáticas y concepciones predominantes, podemos aplicar aquí la caracterización que hace
Gloria Bonder de la investigación de la mujer en América Latina a partir de la Década de la Mujer, sobre
aspectos como “la división sexual del trabajo, las dinámicas de la producción y reproducción, la
reconceptualización del trabajo doméstico, las teorías feministas sobre el género, y el énfasis en las
experiencias cotidianas de la mujer”.17
Feminismo de la igualdad y de la diferencia
Como vemos, en los primeros estudios de género en Colombia se enfatiza la necesidad de poner
de manifiesto las desigualdes y las situaciones injustas que vive la mujer. Por lo tanto, estas primeras
investigaciones pueden enmarcarse en lo que se ha llamado el feminismo de la igualdad, es decir, en la
búsqueda de la justicia social mediante la eliminación de las discriminaciones contra la mujer y las
barreras a su participación sociocultural. Sin embargo, un desarrollo importante en el pensamiento
feminista colombiano, que empieza a sentirse desde finales de la década de los ochenta, es la creciente
influencia del feminismo de la diferencia, desarrollado en Estados Unidos, Francia e Italia. Esta posición,
también llamada “feminismo cultural”, se basa en una revaloración de lo femenino, rescatando lo
positivo de la identidad de la mujer y de sus atributos culturales. Este feminismo opone la cultura
androcéntrica, que desprecia lo femenino y propende por un racionalismo a ultranza, a la “voz diferente”
de la mujer, exaltando su capacidad afectiva, sus maneras de relacionarse, y su tendencia a la
conciliación y a la paz.18
Aún cuando esta posición ejerce una influencia decisiva en todos los campos de los estudios de
género en Colombia, en mi opinión su mayor y más perdurable impacto se advierte en los estudios sobre
sexualidad. Véase, por ejemplo, los trabajos de María Ladi Londoño, quien reivindica la conservación
por parte de las mujeres de “la afectividad: la expresión de las emociones, el goce de la ternura, la
importancia de ese extraordinario mito que es el amor y su ligazón con la vivencia de la sexualidad”.19
En muchos trabajos recientes, sin embargo, sobre todo en el campo de la participación política y
la ciudadanía de la mujer, se advierte una clara tendencia a aunar los dos feminismos. Se piensa que
ambas posiciones no son excluyentes, sino complementarias, reconociendo que cada una tiene aportes
específicos que hacer a los estudios de género.
La mujer como sujeto activo y como protagonista
17Gloria
Bonder, “Research on Women in Latin America”. En: Aruna Rao, ed. Womens’s Studies International. Nairobi and
Beyond. New York: The Feminist Press, p.136.
una exposición más detallada de estas y otras posiciones feministas,véase Castellanos, 1995, “¿Existe la mujer? Género,
lenguaje y cultura?”, en Arango, León y Viveros, comp. Género e identidad. Ensayos sobre lo masculino y lo femenino.
Bogotá: Tercer Mundo, Uniandes, U.Nacional.
18Para
19“Sexualidad:
1999, p. 206.
resistencia, imaginación y cambio”. En: Portugal y Torres, ed. El siglo de las mujeres. Chile: Isis Internacional,
Ya en la década de los noventa aparece una nueva tendencia, que surge en parte por reacción a
algunos trabajos que habían presentado a la mujer como una víctima de situaciones socioculturales
adversas. Efectivamente, el propósito de hacer patente la subordinación y denunciar las desigualdades,
condición necesaria para la toma de conciencia, conduce en ocasiones a que se adopte una actitud de
protesta y se enfatice la condición de vulnerabilidad y desprotección de la mujer. En contraposición a
estas tendencias aparece una nueva perspectiva, sobre todo en los estudios sobre la participación
socioeconómica y política de la mujer en la sociedad, donde se reconoce que la mujer no es una mera
receptora pasiva de discriminaciones, sino un sujeto activo, que juega un papel social importante.
Estas nuevas perspectivas surgen también en un clima de concertación y reflexión nacional que
culmina en la Constitución de 1991. Durante el proceso de la Constituyente vemos el surgimiento de
nuevos actores sociales, y se gesta el propósito colectivo de una mayor participación ciudadana. Las
mujeres conforman mesas de trabajo que se convierten en el escenario propicio para dejar sentadas
nuestras aspiraciones de conseguir un reconocimiento pleno a nuestro papel como actoras políticas. La
Constitución, finalmente, es aprobada con varios artículos que son verdaderas conquistas jurídicas para
las mujeres, conquistas que estamos defendiendo con algún éxito, y que seguiremos defendiendo y
haciendo avanzar.
En el campo académico, esta tendencia encuentra antecedentes en algunas posiciones sobre el
trabajo de la mujer, en estudios de género de los 80, que incorporan perspectivas innovadoras. Entre éstas
tenemos, dentro de la crítica a la corriente desarrollista, el cuestionamiento de la supuesta “marginalidad”
o falta de integración de la mujer a los procesos de desarrollo. Se muestra, por el contrario, que lo
cuestionable es la forma de integración, es decir, cómo se utiliza la división sexual del trabajo para ubicar
en estos procesos a las mujeres, particularmente las de bajos recursos. Se llega así al reconocimiento de
que “la mayoría de las mujeres está integrada, pero en la parte más baja de un proceso . . .
inherentemente jerárquico y contradictorio”.20
Una década más tarde, ya después de la Constitución, las mujeres demuestran su madurez
política al producir una crítica al modelo de desarrollo vigente. La pregunta ya no es sólo si estamos o no
integradas, y cómo completar la integración, sino es válido ese modelo al que se pretende integrarnos.
¿Nos interesa o no incorporarnos a la concepción del desarrollo del sistema político actual, o deseamos,
más bien, transformarlo? Como lo plantea Jane Jaquette: “El surgimiento del movimiento de las mujeres
en América Latina tiene implicaciones que van más allá del mejoramiento de la condición de la mujer y
de plantear los temas de las mujeres dentro de sistemas políticos que han sido resistentes al cambio”. 21
Así surge, desde las mujeres mismas, un cuestionamiento del sistema que se basa en una nueva forma de
pensar la política y de pensar la democracia, donde, entre otras cosas, la discusión de lo personal, de las
vivencias, es central para la consecución de nuestras reivindicaciones. En las palabras de Magdalena
León: “. . . El significado de las acciones va mucho más allá: las mujeres construyen activamente una
nueva vida, resistiendo las más diversas formas de opresión, formulando utopías y soñando con un
mundo nuevo en el cual se redefinan las identidades tradicionales femeninas y masculinas”.
Otros estudios examinan el papel de la mujer en la construcción de muchos espacios urbanos en
Colombia, recuperando la memoria de la participaciónfemenina. Se narra una historia de invasiones, de
defensa de la toma de tierras, en la cual participan hombres, mujeres y niños, y luego “la organización de
las mujeres para hacer empanadas”, con cuya venta se construían piletas, puestos de salud, iglesias,
casetas comunales. En la frase jocosa pero acertada de Nora Segura, podemos decir que “la mitad de
nuestras ciudades está hecha de empanadas”.22
20Magdalena
León, op. cit., p.4.
S. Jaquette. 1994. “Los movimientos de mujeres y las transiciones democráticas en América Latina”. En: Magdalena León,
comp. Mujeres y participación política. Avances y desafíos en América Latina. Bogotá: Tercer Mundo, p. 136.
21Jane
22Nora
Segura, “Balance y perspectivas de los estudios de género en Colombia”, op. cit., p.23.
En muchos estudios del campo económico, una contribución novedosa consiste en poner en
cuestión el concepto mismo de trabajo en términos de salario o remuneración. Esta definición se emplea
en muchos informes oficiales que sirven de base para la toma de decisiones en la planificación y para la
definición de políticas. La concepción del trabajo como necesariamente relacionado con el mercado,
oculta el valor de la actividad doméstica, las tareas productivas de la mujer campesina y urbana, e incluso
el rol comunitario de las mujeres.23
En investigaciones más recientes, se reconoce el papel de las mujeres como actoras sociales que
buscan salidas económicas durante la actual crisis para aliviar la situación, muchas veces extrema, de sus
familias, haciendo una evidente contribución social. Un estudio, por ejemplo, analiza los efectos de la
reforma económica sobre la situación de la mujer. La mujer se constituye “en una variable de ajuste en el
contexto de los esfuerzos . . . [por] controlar la economía”.24 Sin embargo, se advierte que el papel de las
mujeres como factor de ajuste estructural en momentos de crisis no conduce al mejoramiento de su
calidad de vida. Después de analizar el complejo panorama de la inequidad entre los géneros, se critican
las políticas de empleo planteadas por el actual gobierno en el Plan de Desarrollo. La conclusión es que
se hace necesario plantear medidas específicas para reducir el impacto de las reformas en la situación de
las mujeres, y no continuar perpetuando lo que pudiéramos llamar la ceguera ante las diferencias de
género.
Finalmente, varios trabajos recientes insisten en el valor económico del trabajo doméstico, que
tiene el efecto de subsidiar la producción para el mercado y ahorrarle al estado la necesidad de socializar
ciertos servicios. Por otra parte, se reconoce que muchas actividades “estrictamente productivas y
vinculadas al mercado”, como la cría de animales menores, las huertas o la tienda de la esquina, “no son
contabilizadas ni consideradas trabajo por aparecer como una extensión del trabajo doméstico”. 25 De lo
anterior se desprende que muchas mujeres aparentemente “inactivas” desde la visión económica
tradicional, aportan con su trabajo no sólo a sus familias, sino a la sociedad y al Estado.
Hacia un mayor empoderamiento de las mujeres
Así vemos que cada vez más se tiende a reconocer un rol protagónico a las mujeres. Sin
embargo, aun cuando hoy se insiste en la necesidad de “empoderar” a las mujeres, de crear las
condiciones que les permitan actuar como sujetos sociales de derechos, accediendo a la ciudadanía plena,
en muchas ocasiones se enfatizan los “efectos” a los cuales están sometidas las mujeres, y se desconoce,
o se reconoce insuficientemente, su papel como gestoras de su propia subordinación. Efectivamente,
existe un consenso hoy sobre el hecho de que la contribución social que hacen muchas mujeres sigue
representando una doble o triple jornada laboral: la remunerada, la de las labores domésticas, y la
comunitaria. Su aporte, entonces, se hace en pro de sus familias y a costa de su propio bienestar.
Por este motivo, considero importante que los estudios de género se muevan hacia una mayor
comprensión de las formas en las cuales las mujeres contribuyen a su propia dominación, y de las razones
por las cuales lo hacen. Cuando las mujeres asumen un papel activo frente a las adversidades socio-
23Nora
Segura. 1998. “Balance y perspectivas de los estudios de género en Colombia”. En Presente y futuro de los estudios de
género en América Latina. (Memorias del Seminario de 1993). Ediciones La Manzana de la Discordia/Centro de Estudios de
Género, Mujer y Sociedad, Universidad del Valle, p. 16-17.
24Ana
Milena Yoshioka, “La mujer en el mercado laboral colombiano en la década de los 90”, (p. 3). Ponencia presentada en el
Simposio Internacional del Proyecto de Investigación “Reforma económica y cambio social en América Latina y el Caribe”,
organizado por la Universidad Javeriana en Cali del 27 al 29 de octubre de 1999. (Se prepara la publicación de las memorias).
25Fabiola
Campillo, “El trabajo doméstico no remunerado en la economía”, en Macroeconomía, género y estado (Bogotá:
Departamento Nacional de Planeación, 1998), p. 109.
económicas o políticas, pero lo hacen sólo con “fines pasivos”,26 es decir, luchando por mejorar las
condiciones de quienes las rodean, sin tomar en cuenta el bienestar propio, ni los fines y metas
personales, están, de alguna manera, contribuyendo a la inequidad que padecen, haciéndose cómplices de
ella. Esta es la posición que han asumido frecuentemente las mujeres en momentos críticos para sus
familias (como cuando se convierten en jefas de hogar por separación, abandono o muerte del marido
proveedor) y para sus comunidades (como cuando se atraviesa una recesión, una depresión o una guerra).
Después de plantear y mostrar la subordinación social de las mujeres, de indagar sobre sus
causas, y de reconocer los aportes sociales que ellas hacen, nos falta dar un paso más: reconocer el papel
que las propias mujeres juegan, como sujetos, en la producción o el afianzamiento de esta situación.
Pienso que los estudios de género se enriquecerán en la medida en que en ellos se incorpore una mirada
más cercana al papel que desempeña, en la situación económica y política de la mujer, la propia
subjetividad.27
Evidentemente, sobre nosotras las mujeres pesa toda una serie de condicionamientos
discriminatorios a nivel cultural, socioeconómico y político. A partir de dichos condicionamientos, nos
convertimos en sujetos sociales vulnerables, al menos ceteris paribus, es decir, comparativamente más
vulnerables que los hombres que tienen nuestras mismas condiciones de clase, edad, etnia, etc. Ahora
bien, ante esas discriminaciones, podemos tomar varias posturas diferentes: la primera, consiste en
ubicarnos solamente como pacientes, como locus de recepción pasiva de ellas, como si tal estado de
cosas fuera natural e inevitable (esta es la posición “resignada” que tradicionalmente se ha considerado la
más típicamente femenina). Una segunda actitud supone reconocernos como objeto de discriminaciones,
a fin de protestar por la injusticia, pero sin reconocer nuestra participación en permitir que ellas ocurran.
Con cualquiera de estas dos actitudes, las mujeres hacemos posible que esas situaciones se perpetúen.
Tanto la actitud de sumisión como la de protesta ante una discriminación que suponemos emanada
exclusivamente de situaciones exteriores a nosotras mismas, nos acercan peligrosamente al papel de
víctima. Ambas, además, facilitan la ubicación del interlocutor-varón en el papel recíproco de victimario,
papel que ejercerá él, o bien con la certeza de la bondad de la subordinación de la mujer, con la
certidumbre de que existe un fundamento natural y esencial para el privilegio milenario de los varones, o
bien con mala conciencia, con culpa ante este estado de cosas, pero al mismo tiempo con la sensación de
su inevitabilidad.
Sin embargo, existe una alternativa, una tercera posición, en la cual comenzamos a reconocer
tanto nuestra aceptación de la propia situación discriminada y subordinada, como la complicidad que
supone esa aceptación.
Es necesario aclarar inmediatamente que no me refiero a una complicidad plenamente consciente
ni voluntaria, ni mucho menos culposa, sino a la aquiescencia con aquel estado de cosas que nos
perjudica, aquiescencia que se efectúa mediante la falta de resistencia activa y eficaz. Se trata de una
aceptación que se opera en la propia subjetividad, donde se reconoce la autoridad del otro que nos
domina, allí donde precisamente podría rechazarse esa autoridad. No quiere decir esto que este rechazo
será siempre eficiente para impedir de manera inmediata la dominación, pues el uso de la fuerza y la
violencia podrían conducir de todos modos al sometimiento. Estoy lejos, también, de considerar a la
persona subordinada como culpable de su propia subordinación, pues no se trata del tipo de decisiones
26La
frase “fines pasivos” fue acuñada por Freud al caracterizar la feminidad en un artículo del mismo nombre. Según el padre
del psicoanálisis, las mujeres tendemos a desarrrollar una gran actividad, pero poniendo esta actividad al servicio de los demás, a
fin de conseguir los fines y objetivos de otros, y no los propios.
27Debo
aclarar que me refiero aquí a la subjetividad siguiendo el concepto de Foucault. En este autor, el término aparece en un
sentido diferente al tradicional, donde, por contraste, “subjetividad” nos remite a “falta de objetividad”. En La historia de la
sexualidad, en cambio, Foucault emplea el término para referirse a la cualidad de ser sujeto, es decir, a establecer ciertos tipos de
relaciones consigo mismo o consigo misma, relaciones que no son naturales ni individuales, sino basadas en determinados tipos
de discursos y “tecnologías” culturales, que circulan en la sociedad y están anclados en la historia.
donde intervienen la voluntad ni la responsabilidad moral. Se trata más bien de reconocer que el
instrumento más eficaz de dominación es el convencimiento íntimo de la inevitabilidad y la
invariabilidad de nuestra propia situación de sometimiento. Y de reconocer, al mismo tiempo, que el
rechazo interior pleno y decidido a la autoridad del dominador conducirá eventualmente a que se busquen
y se encuentren los mecanismos que conduzcan a la emancipación.
Esta perspectiva del problema se basa en una concepción de la influencia de los discursos y
saberes en los procesos sociales, y una concepción del poder ya no como pirámide monolítica, sino como
una red de interrelaciones en todos los ámbitos y niveles de la sociedad. El poder, desde esta visión, no se
tiene, como una cualidad inherente a determinados entes, sino que se ejerce, y se comparte entre los
dominadores y los dominados, quienes apuntalan su propia dominación al justificarla mediante el uso de
discursos de resignación, de victimización, o de auto-flagelación, de auto-subestimación, de desprecio
hacia la propia vulnerabilidad, hacia la propia “debilidad”. Debilidad que existe precisamente porque se
cree en ella.
Por este motivo, la tarea más urgente que las mujeres debemos emprender para lograr nuestra
emancipación es la de auto-convencernos y convencer a nuestras pares de la posibilidad de romper la
subordinación partiendo del rechazo interior al derecho masculinista y la autoridad viril sobre nosotras.
Para dar un ejemplo concreto, este cambio implicaría educar a las mujeres, tanto a las de sectores
populares como a las profesionales, para que no carguen sobre sus hombros la parte más onerosa del
ajuste estructural dentro de las nuevas realidades económicas, para que no acepten una doble jornada
laboral, sino que exijan equidad en la distribución del trabajo, tanto el remunerado y público como el
doméstico no remunerado. El cambio al que me refiero supondría, también, que las mujeres nos
uniéramos para exigir del Estado una política social más justa, con equidad de género.
La nueva frontera del feminismo, entonces, debe ser precisamente la de romper las limitaciones
que representan todas las formas en las cuales las mujeres hemos permitido que los varones, o los valores
viriles, ocupen los lugares que nosotras mismas debemos ocupar en nuestra propia subjetividad. Esto
quiere decir desalojar a los varones, a los valores viriles, de la posición en las cuales los sostenemos
dentro de nosotras mismas, como agentes de nuestras propias decisiones, como sujetos de nuestro propio
conocimiento y de nuestro propio deseo, como fuente de nuestra propia auto-estima, e instaurarnos cada
una de nosotras allí, en el sitio dejado vacío por ese varón desalojado, para desde allí ser verdaderas
interlocutoras de los sujetos con quienes interactuamos. Esto implica construir y agenciar nuestro propio
proyecto de vida, por supuesto siempre en diálogo con nuestro medio, basar nuestro sentido de valer en
nuestros propios logros, ejercer el papel de sujetos deseantes, y no sólo de objetos, en una relación
sexual. Implica, también, como condición necesaria, romper con todos los discursos sociales, políticos y
religiosos que nos han ocultado la posibilidad de asumirnos como sujetos plenamente humanos.
Solamente al reconocer y transformar en nosotras mismas nuestras complicidades milenarias con
las situaciones contra las cuales protestamos, podremos las mujeres avanzar en la ruptura de las
situaciones discriminatorias. Las mujeres de todas las clases sociales, en la actual crisis, debemos
negarnos rotundamente a cargar una vez más el peso de los ajustes inequitativos, y debemos llevar esta
actitud a la familia, a la relación amorosa, al sitio de trabajo, a la plaza pública.
Un feminismo como el que aquí he descrito, permitirá fortalecer gradualmente el proceso de
empoderamiento de las mujeres, y servirá de motor para unos estudios de género que muestren caminos
para la liberación. Estudios que incorporen procesos de sensibilización, feminismos de igualdad y de
diferencia, una concepción de la mujer como sujeto activa y protagónico, y una exploración de las formas
en las cuales la subjetividad femenina agencia su propia subordinación, para empoderar a la mujer. Es
decir, estudios que incorporen a lo nuevo aspectos de todos los enfoques de anteriores, pues nuestro
camino no se ha caracterizado por un desechar posiciones, sino por el ahondar cada vez más en
determinadas problemáticas y métodos, rescatando de ellos lo rescatable, para construir sobre esa base el
presente. La acción política y la producción de conocimientos se han alimentado y se alimentarán
mutuamente. El proceso cultural de construir las condiciones que hagan posibles las transformaciones
que buscamos no será fácil, pero nos permitirá completar una de las revoluciones más profundas y
significativas de la historia de la humanidad. Sinembargo, tengo la convicción de no estar hablando de
utopías, sino de procesos que ya se están dando, pero que debemos todas ayudar a construir.
GABRIELA CASTELLANOS LLANOS
Centro de Estudios de Género, Mujer y Sociedad. Universidad del Valle .
Santiago de Cali, 8 de Marzo de 2.000
ANEXO
PROCESOS DE INSTITUCIONALIZACIÓN DE LOS ESTUDIOS DE GÉNERO
Existen actualmente en el país tres centros de investigación específicamente sobre género, y un
fuerte componente de género en un departamento de estudios sobre familia, así como otros procesos que
pueden llegar a culminar en la creación de centros de este tipo en varias universidades. Me detendré en
las diversas formas en las cuales se han institucionalizado los estudios de género en Colombia,
incluyendo las regiones, ya que en muchos de los balances sobre el tema no se ha dado suficiente
importancia al panorama nacional, debido a la tendencia a restar importancia a las unidades académicas
por fuera de la capital.
Programa de Género, Mujer y Desarrollo de la Universidad Nacional
Cuando, en la segunda mitad de 1994, mediante un convenio colombo-holandés, se crea en la
Universidad Nacional de Bogotá el Programa de Género, Mujer y Desarrollo, el Grupo Mujer y Sociedad
que lo gestiona y articula llevaba ya siete años de existencia.28 Durante este tiempo, el Grupo había
realizado tres eventos nacionales de educación continuada, en 1988, 1990 y 1993, y había
institucionalizado tertulias mensuales en la Universidad, donde confluían las académicas y las
representantes de las ONGs y del movimiento de mujeres. Además, se habían realizado investigaciones y
la edición de un libro que compilaba varios trabajos de las integrantes del grupo. 29 Asimismo, éstas
participaban en asesorías para la elaboración de políticas así como a proyectos de intervención realizados
por instituciones gubernamentales.
La creación del Programa marca un hito en la institucionalización de los estudios de género en
Colombia, por tratarse del primer postgrado sobre el tema en el país. Sin embargo, el Programa no sólo
crea la Maestría de Género, Mujer y Desarrollo, y la especialización sobre el mismo tema, sino que
además contiene otros cinco componentes: el programa de investigaciones, el de extensión, el Fondo de
Documentación Mujer y Género, el programa de publicaciones, y el Taller de Formación Avanzada de
Docentes. Los postgrados están dirigidos tanto a personal académico como a profesionales que trabajan
sobre temáticas relacionadas con mujer y género y que buscan un espacio de reflexión. Sus contenidos se
articulan en torno a tres grandes temáticas: trabajo, poder e identidad, y exploran “críticamente las
intersecciones de las teorías feministas y las teorías de desarrollo”. 30 Iniciados en 1995, se encuentran ya
en la tercera promoción; hasta el momento se han graduado 9 estudiantes de la Maestría y 12 de la
Especialización. Debemos resaltar la trascendencia de contar en Colombia con programas de postgrado
28Gran
parte de los datos sobre la evolución del Grupo hasta la creación del programa son toma-dos de Donny Meertens, 1998,
“Los estudios de la mujer en Colombia: procesos, coyunturas, espacios”, en Estudios de la mujer en América Latina, Ed.
Gloria Bonder, Washington: Colección INTERAMER de la Secretaría General de la OEA.
29Grupo
Mujer y Sociedad, Mujer, amor y violencia, Universidad Nacional de Colombia y Tercer Mundo Editores (Bogotá,
1990).
30Donny
Meertens, op. cit., p. 81.
para la formación de personal especializado en el trabajo académico y de intervención social con
perspectiva de género. Este programa deberá constituirse en uno de los factores multiplicadores del
trabajo académico en esta temática, no sólo en Bogotá sino en todo el país, y de hecho ya lo ha
demostrado al formar a algunas personas provenientes de otros departamentos y regiones.
A partir de 1996, el Grupo Mujer y Sociedad, en asocio con la Corporación Casa de la Mujer de
Bogotá y la Fundación Promujer, inaugura la primera publicación académica seriada específicamente
sobre género que se produce en Colombia, la revista En otras palabras. Cada número incluye un dossier
sobre el tema de turno, y secciones permanentes de reseñas bibliográficas, entrevistas, etc. Ya han
circulado seis números, el último de los cuales salió en diciembre de 1999, con el tema “Mujeres, mitos e
imaginarios”.
El Centro de Estudios de Género, Mujer y Sociedad de la Universidad del Valle
Con el acicate de la creciente demanda de información sobre género confrontada en el ámbito
académico internacional, y sobre la base de los estudios sobre la mujer realizados por varias profesoras y
profesores desde la década de los 70, surge a fines de 1992 en la Universidad del Valle el Centro de
Estudios de Género Mujer y Sociedad. Sin embargo, la Resolución que lo crea oficialmente se produce
en agosto de 1993, convirtiendo al Centro en la primera unidad académica
sobre género
institucionalizada en el país.
El trabajo del Centro se presenta en tres frentes: En primer lugar tenemos la investigación, que
cuenta con las siguientes líneas: 1) Género, salud y sexualidad, 2) Género, cultura y comunicación, 3)
Género y educación, 4) Género, participación y democracia, y 5) Género e historia. Hasta el momento se
han terminado17 proyectos, varios de ellos con financiación externa, y algunos financiados con recursos
de la Universidad o propios; actualmente, cuatro se encuentran en desarrollo. En segundo lugar tenemos
la docencia, incluyendo varios cursos y seminarios de pre- y postgrado dictados por sus integrantes, y un
curso colectivo para estudiantes de todos los programas de pregrado titulado Identidades Femeninas y
Masculinas, que se ofrece semestralmente desde 1994, y en el cual participa o ha participado casi todo el
equipo docente. Este año se realizarán dos Diplomados, en Planificación con Perspectiva de Género en el
primer semesetre y en Género y Literatura en el segundo. El año próximo se piensa inaugurar la
Especialización en Género y Educación Popular. En tercer lugar, encontramos la extensión. En este
campo, se han realizado seis encuentros o conferencias internacionales, y una gran cantidad de charlas,
foros, mesas redondas talleres y conferencias, así como asesorías a doce proyectos de intervención
financiados por la FES, la Alcaldía de Cali y la Gobernación del Valle. Se han publicado cinco libros,
varios folletos, y tres boletines bibliográficos. Existe una Colección Especial Género y Mujer (GEMU),
que funciona en la Biblioteca Central, con una gran cantidad de materiales recopilados por medio del
Centro de Documentación sobre Género, que se vió obligado a desaparecer debido a las políticas de
documentación de la Universidad en 1996. Sin embargo, desde el Centro de Estudios de Género se
continúa la labor de orientación bibliográfica a los estudiantes de todos los programas de la Universidad.
Componentes de género del Departamento de Estudios de Familia de la Universidad de
Caldas
El Departamento de Estudios de Familia, adscrito a la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales
de la Universidad de Caldas, se autodefine como “una comunidad científica interdisciplinaria con una
perspectiva crítica y de género cuyo objeto de estudio, investigación y proyección es la familia”. Se
propone “Contribuir mediante la investigación, la formación y la extensión al desarrollo humano,
familiar y social”, y enfatiza su propósito de propender “por el cambio individual, familiar y social, en un
marco de democracia, respeto y equidad de género, clase, generación y etnia”. Desde 1995, se incluyen
componentes de género en varios cursos del pregrado y de la Maestría en Desarrollo Familiar, así como
cursos y seminarios específicamente dirigidos a la reflexión sobre la temática de género. Cuenta con un
Centro de Investigaciones y Atención a la Familia, en el cual se desarrollan algunos proyectos sobre
género, y con una Unidad de Documentación, que se “proyecta como centro importante de consulta y
referencia” sobre género y mujer, para el eje cafetero.31 Actualmente, se ofrece, entre otros programas,
una Especialización en Planificación del Desarrollo con Perspectiva de Género. Se trata, entonces, del
segundo postgrado en Género creado en el país, después de los de la Universidad Nacional.
La unidad académica de Desarrollo Familiar existía en la Universidad de Caldas desde la década
del 80, pero sólo a partir de 1993 se empieza a trabajar de manera “consciente y planeada en aspectos de
género”, a través del Seminario de Desarrollo Humano. Gradualmente, mediante esfuerzos de
autoformación, varias profesoras y profesores incorporan la perspectiva de género a su trabajo.
Posteriormente, en el marco de un convenio entre la Universidad de Caldas y la Dirección Nacional de
Equidad para la Mujer (ya difunta),32 y con la colaboración del proyecto PROEQUIDAD, de la
Fundación GTZ, se realiza un programa de formación teórica y metodológica del equipo docente de
Desarrollo Humano, sobre el tema de planeación con perspectiva de género. Este programa, de 280 horas
de duración, se desarrolla a lo largo de año y medio, y culmina en noviembre de 1999. En diciembre de
1999, la Dirección Nacional de Equidad, al desmantelarse, hace entrega al Departamento de Estudios de
Familia, como donación, de toda la documentación sobre género del proyecto PROEQUIDAD. Se facilita
así la introducción de la perspectiva de género, “en forma estructural y transversal, en todos los
programas del Departamento”.33
El Centro de Estudios de Género, Mujer y Sociedad de la Universidad de Antioquia
En 1997, el Grupo Interdisciplinario de Estudios de Género, conformado por profesores/as y
estudiantes de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas y del Instituto de Filosofía, logra la creación
de dicho centro, partiendo de la articulación del trabajo con otros tres grupos, el de Cultura Somática del
Instituto de Educación Física y Deporte, el de Salud de la Mujer de las facultades de Enfermería y
Medicina, y el de Salud Sexual y Reproductiva, de la Facultad Nacional de Salud Pública. Como
antecedentes, el Centro se apoya en los estudios sobre la mujer iniciados en la Universidad de Antioquia
desde la década del setenta, que culminan en la creación de la línea de investigación “Salud de la Mujer”
en el Postgrado de Salud Colectiva.
El Centro ha publicado el primer número de Cuadernos, recogiendo información y resultados de
investigación de los Grupos; se encuentra en preparación el segundo número. Cuenta con un seminario
permanente, en dos modalidades: una interna, para la discusión y puesta en común de las investigaciones
de los grupos, y una abierta a todas las personas interesadas en los temas.
Otros procesos
Existen otras universidades donde se registran procesos de institucionalización que podrían
culminar en la creación de centros o programas de estudios de género. En la Universidad Externado de
Colombia existe una fuerte tradición de investigaciones de prestigio sobre familia, sexualidad y aborto,
31Información
tomada del Portafolio. Departamento de Estudios de Familia, Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales,
Universidad de Caldas.
32La
Dirección Nacional de Equidad para la Mujer (DINEM), creada como organismo descentralizado durante la presidencia de
Samper, desapareció recientemente, durante la reestructuración administrativa realizada por el gobierno de Pastrana, y se redujo a
una Consejería Presidencial para la Mujer, entidad dependiente, sin presupuesto propio, y con menor alcance.
33Dalia
Restrepo R. 1998. (Departamento de Estudios de Familia, Universidad de Caldas). “El reto de la educación para el siglo
XXI: Construyendo una educación con equidad para mujeres y hombres. El caso de la Universidad de Caldas”. Mimeo, p. 7.
mientras que la Universidad de Los Andes puede llamarse la pionera en docencia sobre mujer y género,
pues se viene brindando cursos sobre esta temática desde 1979.34
Finalmente, en la Universidad del Atlántico existe desde 1995 el Centro de Documentación de la
Mujer Meira del Mar. En él participan seis profesoras de Ciencias Humanas y de Economía, quienes han
conformado el grupo interdisciplinario Mujer, Género y Cultura, cuyo objetivo es investigar sobre mujer
y género en la región Caribe. Se han realizado diplomados y talleres, así como la cátedra “Filósofas
contemporáneas”, y se encuentra en trámite la aprobación de la Especialización en Género, Planificación
y Desarrollo Humano. El grupo ha publicado algunos boletines y revistas, y en 1999 el Fondo de
Publicaciones de la Universidad del Atlántico publica Mujer, cultura y sociedad en Barranquilla.
1900-1930 de Rafaela Vos Obeso.
Aun cuando no se trata de un esfuerzo de institucionalización, sino de la producción de una sola
obra, vale la pena destacar la realización del proyecto de investigación que culminó en la publicación de
Familia y Género, Bibliografía y Guía Temática 1985-1997. En dicho proyecto participaron tres
unidades académicas de la Universidad de Antioquia, el Centro de Investigaciones Sociales y Humanas
(CISH), el grupo Familia, Cultura y Sociedad, y el Instituto de Estudios Regionales (INER), así como dos
organismos no gubernamentales, la Fundación para el Bienestar Humano, y la Promotora de Desarrollo
CODESARROLLO. Se realizó un inventario de 1,018 estudios sobre género y sobre familia, dando
cuenta del material escrito, publicado o disponible al público sobre estos temas en el Departamento de
Antioquia. Se incluyen obras producidas en todo el país. La Bibliografía fue publicada en 1999.
34Donny
Meertens, op. cit., p. 80.
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