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INTRODUCCIÓN A LA ÉTICA COMO
DISCIPLINA FILOSÓFICA.
El término ética proviene del griego ethos, que tiene dos sentidos
fundamentales. En su sentido más antiguo significaba residencia,
morada, lugar donde se habita; se usaba sobre todo en poesía para
referirse a las guaridas de los animales, a sus lugares de pasto y
encuentro. Más tarde se aplicó también a los hombres con el
significado de su país.
Esta acepción , que no es la más común ha sido potenciada por algunos
filósofos modernos como Martín Heidegger pero ahora ya no referida
al país exterior sino al lugar que el hombre lleva en sí mismo.
El ethos es el suelo firme, la raíz de la que brotan todos los actos
humanos. Pero la significación más usual y que tendría que ver más
con la ética según la tradición es la de modo de ser o carácter que
se va adquiriendo con la práctica.
Posteriormente el lenguaje fue evolucionando y la usó para
referirse a "La manera de actuar, coherente, constante y
permanente del hombre para llevar a cabo lo bueno".
Ya tenemos, el concepto clásico de lo que siempre se ha entendido por
ética. Cuando los latinos se ven forzados a traducir esa palabra a
su lenguaje propio utilizan el vocablo "moralitas", que a su vez se
origina de la raíz "mos", o "mores" que significaba simultáneamente:
costumbres y maneras permanentes de actuar o comportarse.
Al no disponer el latín de dos palabras para referirse a los dos
conceptos que el griego podía diferenciar, muy pronto "moralitas"
sustituye a éthos y ëthos, y por lo tanto, en adelante una palabra
sola va a significar tanto el modo de ser o la predisposición propia
de cada uno en lo que tiene que ver con lo bueno, como las conductas
acostumbradas o "de hecho".
Es del vocablo latín "moralitas" que proviene la palabra "moral" del
lenguaje castellano.
Del análisis etimológico podemos ver que la palabra latina
"moralitas" incluye no solo las acciones humanas en "cuanto vividas
de hecho" sino también las acciones humanas en cuanto elegidas como
rectas de acuerdo con el mundo de valores permanente.
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Cuando se le usa como sustantivo ("La Ética" ) se da a entender un
saber específico dentro de las disciplinas humanas que tiene como
objeto la fundamentación racional de lo que debe ser la
responsabilidad del ser humano para alcanzar lo bueno o lo recto.
En ese sentido, denominaría el saber filosófico coherente y
sistematizado (en teorías orgánicas) sobre las características que
deben tener los valores, principios, normas y virtudes para que el
ser humano se realice como tal en su transcurrir histórico.
Ese saber sistematizado implica una concepción de lo que son los
derechos y deberes que le corresponden como individuo que vive en
sociedad, así como las prohibiciones, sanciones y todos los tipos de
medios adecuados para alcanzar "el bien" en la interacción humana
El conocido e importantísimo filósofo alemán Immanuel Kant recogió
en tres preguntas cuya sencillez contrasta con la complejidad de su
sistema, todo lo que constituye nuestro horizonte de preocupaciones
e intereses vitales y especulaciones filosóficas: ¿qué puedo conocer?;
¿qué debo hacer? Y ¿qué me es permitido esperar?
La segunda de las interrogantes se refiere al mundo de la acción
humana entendida como acción moral individual , social y política.
En unas épocas más que en otras pero en todo momento, a la filosofía
le han preocupado además de cuestiones especulativas y teóricas
acerca del conocimiento o de la realidad, las cuestiones prácticas ,
aquello que puede hacer al hombre feliz u orientar su conducta
individual o colectiva. Sobre este asunto han reflexionado los
filósofos y se han constituido los sistemas éticos.
En el proceso socializador por el que el individuo hace suya la
cultura humana , aprende a organizar los múltiples estímulos que le
llegan.
Este cúmulo de indicaciones es un primero y muy importante bagaje
cultural que orienta al hombre en su acción.
Se trata de un conjunto de pautas de conducta de muy distinta índole.
Reglas de cortesía, de higiene, consejos de sabiduría popular,
recomendaciones de precaución ante posibles peligros, creencias
religiosas que exigen determinadas prácticas rituales, y otras que
calificamos de expresas prescripciones morales.
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El proceso moralizador se inscribe en el proceso socializador y sigue
los mismos pasos que éste.
Lo que al principio significa solamente un ajuste al grupo social y
por el grupo social, poco a poco se va convirtiendo por la
interiorización y por el distanciamiento reflexivo y crítico, en una
manera más personal de ser y de autodefinirse en la práctica.
El sentido de la obligatoriedad moral comienza en el grupo familiar
pero termina por vivirse en la soledad de la conciencia del individuo.
Este, a medida que vive, es capaz de distanciarse, de criticar esas
prescripciones recibidas, de sustituirlas, de proponerse conductas y
objetivos distintos.
El otro aspecto de la moral que aparece como inseparable del
fáctico es el aspecto normativo o el de las reglas de acción a las
que debe ajustarse la conducta humana. Este da a la conducta
moral su carácter de obligatoria que el sujeto experimenta como lo
que debe hacer en su doble sentido de hacer u omitir.
Entendemos que norma es un enunciado que indica una conducta que
hay que seguir. Ahora bien reglas hay muchas y muy variadas, son
las obligatoriedades que se le exigen al hombre.
De modo que necesitamos saber de qué tipo son éstas y cómo se
distinguen de otras normas, como las legales o las políticas o las de
circulación o las de cortesía.
La obligatoriedad moral no puede entenderse sin libertad en el
hombre, libertad previa, entendida como cierta capacidad de
autodecisión por parte del hombre y libertad para la realización de
la conducta normativa.
La obligatoriedad moral no es una determinación a obrar que se
impone irresistiblemente. Al contrario, cuando alguien se ve obligado
a actuar, bien sea por coacción externa o por impulso interno, no
tiene sentido la pregunta de si actuó bien o mal, porque actuó por
necesidad.
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Sólo cuando actúa por elección cabe exigir al agente una acción
obligatoria que encauza o dirige su conducta porque el ha aceptado
previamente que sea así.
La norma moral exige una aceptación previa interna y personal de
tal manera que, podemos afirmar que ésta , a diferencia de las demás
que pueden ser impuestas desde el exterior sin más aceptación por
parte del sujeto, es la característica esencial.
De poco sirve que aseguremos al agente de circulación nuestra
aversión a la norma que impone llevar el cinturón de seguridad ,
para evitar la multa que por tal incumplimiento nos impone. Esta
interiorización de la obligación es lo que expresamos con el término
conciencia ,”me siento obligado en conciencia”, decimos, entendida en
este caso como capacidad de descubrir en nosotros la norma moral.
Al menos en este sentido, se puede afirmar que las normas morales,a
diferencia de las otras, se las da el hombre a sí mismo, no en vano él
es el sujeto moral , aunque puedan tener su origen en él mismo, en su
razón o fuera de él.
Definición de conciencia. Conocemos un uso del término conciencia
propio de los procesos psíquicos de conocimiento: designa el nivel de
advertencia del sujeto cognoscente respecto de determinados
procesos o hechos.
Por ejemplo, no tenemos conciencia de la mayor parte de nuestros
procesos fisiológico “perdemos la conciencia” cuando dormimos o
cuando sufrimos un desmayo, etc. Pero existe otro uso específico de la
conciencia . Designa un tipo de conocimiento relacionado con la
capacidad de juzgar y de distinguir lo que es bueno de lo que es malo,
lo que debe ser hecho o evitado. Este es el que buscamos.
Con frecuencia experimentamos una especie de juicio interior de
aprobación o repulsa de lo que nos disponemos a hacer o incluso de lo
que ya hemos hecho, “esto que vas a hacer es un robo, no debes
hacerlo”, nos parece escuchar. todos tenemos la experiencia de
tensiones personales como consecuencias de veredictos de este
orden.
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Si analizamos el lenguaje ordinario o nos asomamos a la literatura,
encontraremos frecuentes imágenes o metáforas que se refieren a
este hecho de la conciencia moral ; “voz interior”, “juez implacable”,
“guía segura “ , “gusano que corroe”…
Tras estas expresiones , que en realidad no son sino formas
metafóricas de hablar, se esconde la tendencia a clasificar la
conciencia ; es difícil desarraigar esa inclinación a imaginar la
conciencia como algo distinto de nosotros mismos, cuando , en
realidad, no es otra cosa que nuestra capacidad racional de
valorar nuestro comportamiento, de emitir juicios sobre si lo que
hacemos o hacen los demás se ajusta o no a la norma moral asumida
por cada uno, vigente normalmente, además, en el grupo social de
pertenencia.
De ahí nace el sentido de obligatoriedad y el reconocimiento del
propio deber por parte del hombre.
Es, pues , esta capacidad que experimenta el ser humano de elaborar
un juicio moral sobre sus propios actos lo que constituye para la
ética la conciencia.
Estructura del acto moral.Se ha tratado de establecer una cierta
estructura del acto o la acción moral distinguiendo en el mismo
diversas fases o momentos articulados entre sí.
Son los siguientes: el motivo, la elección del fin, el establecimiento de
los medios y las consecuencias que se siguen.
Motivo.
Por motivo entendemos tal como decimos en la psicología, aquello que
impulsa a la acción, que mueve al sujeto a obtener un determinado
fin.
En efecto , un mismo fin puede ser buscado por diversos y aún opuestos
motivos .
Un estudiante, por ejemplo puede proponerse obtener buenas notas
porque quiere quedar bien ante los compañeros, porque simplemente
lo considera su deber, por contentar a sus padres, porque quiere
entrar a la universidad,…, a partir del psicoanálisis de freud
sabemos que existen motivos inconscientes que , sin embargo, influyen
en la conducta del individuo.
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Conocemos además , otras causas de motivos no concientes , como son
los “impulsos incontenibles”, las “pasiones violentas” o los “hábitos
incorregibles”. Únicamente los motivos de los que el sujeto es
conciente y de los que se siente conocedor y capaz de dominar son los
que pueden y deben ser tenidos en cuenta a la hora de calificar
moralmente un acto. Esta consideración nos puede llevar, por
ejemplo , a tratar un drogadicto más como un enfermo que como
responsable moral , si suponemos que su adicción es el motivo que le
impulsa irremediablemente a buscar la droga y los medios para
obtenerla.
Elección del fin. Todo acto humano se realiza en vistas a un fin. El
acto moral exige que el sujeto sea conciente también del fin que se
propone: es lo que se llama la anticipación imaginativa del
resultado.
Normalmente la elección de un fin es un acto preferencial, es decir,
supone el conocimiento previo de varios fines posibles, con frecuencia
contradictorios entre sí, la elección de uno de ellos y la decisión de
ponerlo como meta es lo que da al acto moral el carácter de
voluntario.
Los medios. La fase que viene a continuación es la del
establecimiento o elección de los medios necesarios para alcanzar
finalmente el resultado que se busca. Tampoco esto es indiferente
para la valoración moral.
Así , no se justifican de la misma manera el soborno , la calumnia, o el
esfuerzo y la inteligencia.
El fin no justifica los medios, por altos que sean los fines y
respetables motivos.
Las consecuencias. Si con las fases señaladas ya queda completado
el acto en sí por parte de quien lo realiza, no lo está aún en sus
consecuencias, es decir, en el modo como afecta a los demás.
El sujeto no puede desentenderse de la repercusión que sus acciones
tienen en la convivencia social , cuya regulación también es un
elemento del acto moral.
Aparece así el doble carácter subjetivo-objetivo del acto moral; si
bien es cierto que se presenta como actividad de un sujeto conciente
del fin que pretende, de los motivos que le mueven y de los medios que
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pone, tiene un lado objetivo insoslayable que le supera, como es el
resultado objetivo de tal acción, los medios que emplea, las
consecuencias que se siguen.
Javier de Echano y otros. arjé…
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