Download LA ESTRELLA Y EL GRILLO

Document related concepts

The Giving Tree wikipedia , lookup

Transcript
LA ESTRELLA Y EL GRILLO
Ángela C. Ionescu (Rumania)
─Ya eres mayor y puedes quedarte solo en casa ─le habían
dicho antes de marcharse.
Él se había quedado callado, los había mirado a todos sin saber
si bromeaban o hablaban en serio, sin creerse todavía que iban a
marcharse y dejarle.
─No tendrás miedo, ¿verdad?
─No.
Solo había podido contestar eso, una sola palabra, porque no
quería que le temblara la voz y porque prefería tener los dientes
apretados, igual que tenía los puños dentro de los bolsillos de los
pantalones.
─Es que no hay por que tener miedo. La casa es la de siempre.
Pero la casa no era como siempre. Estaba vacía y silenciosa,
llena de muebles y cosas sin vida, llena, pero solitaria y muy triste.
─Eres un buen chico ─le habían dicho al final, y luego le
habían besado todos, uno por uno, antes de irse. Se habían
despedido así, como si fueran a faltar mucho tiempo, como si
fueran a marchar muy lejos, como si ya no fueran a volver.
─No soy mayor ─susurró el niño─. No bastante mayor.
Pero aunque solo había sido un susurro, su voz sonó tan extraña
en la casa, sin nadie, que se calló enseguida.
Después se fue a otra habitación para ver si allí era distinto. Era
la habitación de su hermano mayor; sus cosas estaban dispuestas
como de costumbre, los libros de estudio encima de la mes, y la
radio y los cascos; en un rincón , la fotografía de los de su clase, su
hermano en la última fila, con los más altos, como siempre. Y todo
estaba igual de quieto, todo parecía abandonado, ¡Y había tanto
silencio! Se le ocurrió encender la radio y el estallido de la música
fuerte y chillona le asustó y le pareció que se metía allí sin tener
derecho, así que la apagó enseguida.
El comedor estaba ordenado, las sillas colocadas muy derechas,
en sus sitios, la suya al lado de la de su madre, la de su padre algo
más separada de las demás. Encima de la mesa estaba el jarrón con
flores blancas y amarillas. El niño se acercó a olerlas y se sintió un
poco más contento. Las flores olían muy bien, sobre todo las
blancas, y eran alegres. El reloj de la pared movía, indiferente, su
péndulo, a un lado y a otro, y al niño le pareció tan machacón que
lo miró con rabia.
Se fue después a la cocina, que era uno de los lugares que más
le gustaban de la casa: solía haber olores apetitosos, cosas buenas
por los platos, y voces y risas, unos que entraban y otros que salían
porque todos, cuando llegaban a casa, iban primero a la cocina, y
antes de marcharse, también solían pasar por allí. Pero la cocina
estaba oscura, no había ningún olor ni ningún sonido. Encendió la
luz, pero no vio platos con cosas buenas. Todo estaba recojido y
limpio, todo guardado en los acajones y en los armarios.
─Parece como si no viviera nadie aquí ─murmuró el niño─ .
Parece como si todos se hubieran marchado hace mucho tiempo.
Apagó la luz y se fue al cuarto donde solía trabajar su padre.
Miró las cosas que tenía encima de la mesa y que tanto le
gustaban: el tintero antiguo, la bandeja con lápices y plumas, los
sujetalibros de bronce con las cabezas de dos indios, el abrecartas
de marfil y, sobre todo el pisa papeles de cristal con extraños
dibujos dentro. El calendario estaba en la hoja de tres días atrás,
pero el niño sabía que no debía tocar nada, así que lo dejó y salió.
Fue recorriendo muy despacio el pasillo, intentando convertirlo
en un largo paseo, y por fin llegó de nuevo a su habitación.
Abrió la puerta y en cuanto entró, lo vio.
Estaba sentado en su silloncito favorito, mirando hacía el cielo
estrellado que se veía por la ventana. Tenía encima de la ventana el
libro de cuentos que más le gustaba y sujetaba con una mano el
muñeco de madera algo descolorido y mordisqueado que había
sido su primer juguete y el que más había querido.
2
Cuando el niño cerró la puerta, el otro se volvió, le miró y
sonrió. Era una sonrisa que le pareció haber visto muchas veces,
una sonrisa que le hizo sonreír a él también casi sin darse cuenta.
─¿Cómo has entrado? ─pregunto el niño.
─Estaba aquí.
─¿Desde cuándo?
─No sé. ¿Y tú? ¿Desde cuándo estás aquí?
─Pues… desde siempre… no sé.
─Ya lo ves.
El niño se acercó un poco más y le miró mejor. Le parecía que
lo conocía., que le había visto otras veces y también que le había
oído hablar, pero, por otro lado, estaba seguro de que era la
primera vez que le veía y le oía. Le parecía que le recordaba, pero
no sabía de qué, ni de cuándo, ni de dónde.
─¿Qué hacías?
─Te estaba esperando para enseñarte como brilla hoy la
estrella.
El niño lo sabía: era la estrella de luz verdosa que se veía justo
en el ángulo de la ventana.
─¡Ah! ─dijo mientras se asomaba para verla─. Es mi estrella
preferida.
─Claro ─contestó el otro─, ya lo sé. También para mí es la
mejor. Lo mismo que éste es el libro más bonito y este muñeco, el
que más quiero.
─¿Igual que yo?
─Sí.
─Fue mi primer juguete.
─Ya. Y el mío. Yo también he jugado mucho con él.
─¿Cuándo?
─Cuando jugabas tú.
─¿Sí?
─Sí ─dijo el otro y volvió a sonreír igual que antes, y el sonrió
inmediatamente también.
Luego el niño dijo:
─Se han ido todos y me han dejado…
3
Iba a decir “me han dejado solo”, pero se paró antes.
─Sí, nos han dejado.
─Dicen que ya soy mayor.
─No somos mayores… todavía. ¿Verdad que no?
─¡Claro! Pero ellos no lo saben.
Puede que no. Muchas veces no saben las cosas, o se creen
cosas que no son, y otras que son no se las creen.
─¡Es verdad! ─casi gritó el niño.
Después se sentaron los dos juntos en el mismo sillón y se
quedaron mirando la estrella de brillo verdoso largo rato, en
silencio. Fuera, en algún lugar no muy lejano, empezó a cantar un
grillo, primero muy tímidamente, solo cri-cri de vez en cuando,
luego con más fuerza y más seguido, luego más y más. Y el canto
del grillo era como la voz de la estrella, como si ella, de alguna
manera, por tanto mirarla, hubiera bajado hasta ellos un poco. Los
dos escuchaban con los ojos puestos en los destellos, con la
respiración algo contenida para no perder un sonido, intentando
entender, entender…
Al fin el otro suspiró suavemente y dijo en voz baja:
─¡Cuántas veces la hemos mirado desde esta ventana! Y
siempre es diferente.
─Sí ─contestó el niño.
Luego se quedó se quedó un momento pensativo. Después de un
rato dijo:
─Así que tú la mirabas conmigo… Estabas aquí…
Y el niño suspiró de pronto, con ganas de reír, o de cantar o de
gritar muy fuerte, un grito muy agudo. Salió de la habitación y
echo a correr por el pasillo. El otro le siguió también corriendo y el
ruido de sus pasos era como el eco de los suyos, y los dos rieron y
cada risa era como el eco de la otra porque eran iguales, y los dos
terminaron jadeando y la respiración de uno era como la del otro
repetida.
Volvieron saltando sobre un solo pie a la habitación y se
sentaron a leer el libro de cuentos preferido. Cuando llegaron al
dibujo del puente sobre un río que brillaba con la luz de la luna
4
escondida detrás de los árboles, a los dos se le cerraban los ojos. Se
acostaron y el niño apagó la luz. Desde la cama, poniendo la
cabeza un poco torcida sobre la almohada, aún se podía ver la
estrella; todavía a se oía el canto del grillo.
Cuando todos los demás volvieron a casa, fueron a ver al niño y
sonrieron al verle dormido. Pero no vieron que estaba abrazado a
otro niño, los dos con las cabezas muy juntas, algo ladeadas sobre
la almohada.
5