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Corazón Domado
Lucy Gordon
Corazón Domado (1999)
Título Original: Taming Jason ()
Editorial: Harlequin Ibérica
Sello / Colección: Jazmín 1528
Género: Contemporaneo
Protagonistas: Jason Tenby y Elinor Lucinda Smith
Argumento:
Elinor sabía que iba a resultarle difícil conservar la calma y comportarse
como una profesional mientras tuviera que atender a Jason Tenby, un
hombre acostumbrado a dar órdenes. Al verlo herido y temporalmente
ciego, decidió mantener en secreto su identidad por el bien de su paciente.
Mientras lo cuidaba, trataba de domar su corazón, pero no pudo evitar
enamorarse de él, que pronto podría verla... y la reconocería como la mujer
a quien una vez consideró inadecuada para el matrimonio.
Lucy Gordon – Corazón Domado
Prólogo
NO IBA a llorar. Aunque deseara hacerlo, no iba a llorar para que el odioso
Jason Tenby no se enterara del daño que le había hecho.
Cindy Smith se tapó la boca con la mano para contener los sollozos. Desde el
coche, veía el paisaje borroso a causa de las lágrimas. Cada vez se alejaba más
del hombre al que amaba.
Jason Tenby estaba sentado a su lado, mirando a la carretera. No miró a
Cindy ni una sola vez, y ella sabía que a él no le importaba que tuviera el
corazón roto.
Cada músculo de su cuerpo reflejaba poder. Desde su rostro arrogante hasta
las manos fuertes con las que agarraba el volante.
Para él, el control era muy importante. Estaba muy enfadado porque su
hermano pequeño, Simon, había elegido a una chica corriente para casarse. Así
que se encargó de destruir el compromiso. Y lo hizo con total eficacia.
Aunque tenía tan solo veintitantos años, su rostro notaba autoridad. Su
familia vivía en Tenby Manor desde hacía varias generaciones, controlando las
fincas de los alrededores. Jason Tenby era el último dueño.
La chica que estaba a su lado no era del mismo estilo. Solo tenía dieciocho
años, era de constitución delicada y su rostro reflejaba indefensión. Durante su
corta experiencia de vida, había conocido la pobreza, pero no la maldad. Su
primer enfrentamiento con una fuerza implacable la dejó destrozada.
—Llegaremos a la estación dentro de cinco minutos —dijo Jason—. Con
tiempo de sobra para que tomes el tren.
—No tienes derecho a hacer esto —dijo ella enojada.
—Ya lo hemos hablado —dijo él con tono de aburrimiento e impaciencia—.
No habría funcionado. Hazme caso, Simon no es el marido adecuado para ti.
—Porque él es un Tenby y mi madre solía limpiaros el suelo -dijo en tono
amenazante.
—Mira, no...
—Decidiste romper nuestro compromiso en cuanto Simon nos presentó,
¿verdad?
—Sí, más o menos. Pero no hagas una tragedia de todo esto. Tienes
dieciocho años. Tu corazón sanará pronto.
— ¡Para ti es tan fácil! —gritó ella—. Tú das las órdenes y todo el mundo ha
de obedecerte. Pero yo no te obedecí. No acepté tu dinero ni escuché tus
razones sobre por qué no era la mujer adecuada...
—Solo intentaba...
—Así que como no pudiste hacer otras cosas, tú... —de repente perdió el
control—. ¿Cómo pudiste hacerlo? —gimoteó—. ¿Cómo puedes ser tan cruel?
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—Hemos llegado -dijo él deteniendo el coche—. No montes una escena. Ya
sé lo que opinas de mí y no me importa.
—No te importa nada, solo deshacerte de mí.
—Sin duda estaré mucho más contento en cuanto te subas al tren.
Cuando llegó el tren, él metió la maleta y apremió a Cindy para que subiese.
—No llores, pequeña —dijo en tono amable—. E intenta no odiarme.
Créeme, es lo mejor —cerró la puerta.
El jefe de estación tocó el silbato. Cindy abrió la ventana y se asomó para
mirar a Jason fijamente.
—Pero te odio. Te odio porque pisoteas a la gente y no te preocupas por sus
sentimientos. Te has deshecho de mí porque consideras que no soy lo
suficientemente buena. Voy a demostrarte que estás equivocado. Volveré.
—No vuelvas -contestó él con dureza—. Mantente alejada de esta familia.
El tren comenzó a moverse.
— ¿Has oído? —gritó ella—. Algún día volveré.
El no contestó, pero se quedó mirándola hasta que el tren desapareció.
Cindy creyó ver una expresión de sorpresa en su rostro.
Había jurado que regresaría. Pero solo por orgullo. ¿Cómo iba a regresar al
sitio de donde la habían echado con tanta crueldad?
Pero ocurrió.
Seis años más tarde, la enfermera Elinor Lucinda Smith regresó a Tenby
Manor. Era la última esperanza de su enemigo, Jason Tenby, que estaba ciego,
lisiado y solo...
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Capítulo 1
LA HABITACIÓN estaba a oscuras y en silencio. El hombre que estaba en la cama
yacía inmerso en el negro silencio de la desesperación.
La enfermera Smith lo observó un instante y dijo: —Buenas tardes, señor Tenby.
Silencio. Podía haber sido un muerto.
Llevaba los ojos vendados desde que tuvo el accidente en el que casi se muere.
Elinor sabía que las lesiones eran muy graves. Le miró las manos. Esas manos
grandes y crueles, como él mismo. Jason Tenby había demostrado su poder a todo
aquel que desobedecía, pero en esos momentos estaba indefenso y a la merced de
una mujer que lo consideraba su enemigo.
Elinor Smith tomó fuerza. Era enfermera y había jurado proteger a los enfermos y
a los indefensos. Ese hombre reunía las dos condiciones. No importaba que él
hubiera destruido su amor y la hubiera condenado a la soledad. Su trabajo era cuidar
de él.
—No quiero más enfermeras —dijo el hombre.
—Lo sé. Me lo dijeron en la agencia.
—Las dos últimas huyeron.
—Quiere decir que se fueron indignadas.
Jason Tenby refunfuñó.
— ¿También se ha enterado de eso?
—El jefe de la agencia me lo contó todo. Dijo que le parecía justo advertírmelo.
—Así que usted será la única culpable por no haberle hecho caso.
—Así es. Soy la única culpable.
—Me pregunto cuánto tardará en marcharse.
—Más de lo que se imagina —creía que lo mejor sería mantener la distancia con
su paciente. Compadecerse de él solo serviría para hacerlo enfadar. Había llegado al
límite de su paciencia y estaba a punto de sobrepasar la cordura.
Ella echó una ojeada a la habitación. Los muebles y la cama eran de roble. La
alfombra y las cortinas eran marrones.
Era un dormitorio muy masculino. El hombre que vivía en aquella casa gastaba
muy poco en cosas personales. Era un hombre duro. Un hombre desconsolado.
— ¿Y cuál es su nombre? —preguntó él.
—Enfermera Smith.
—Me refiero a su nombre de pila.
—Creo que, de momento, será mejor que me llame enfermera Smith.
—No quiere que la tutee, ¿no?
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—Así le resultará más fácil gritarme.
—Supongo que sí. Dígame cómo es.
—Llevo un uniforme blanco y unos zapatos negros.
Ella intuyó que él estaba intentando imaginarse su cuerpo.
— ¡Eres de las buenas! —comentó.
—Estoy aquí para ayudarlo, señor Tenby. Eso es lo que importa. Quiero verlo en
pie y caminando, como antes.
— ¿Y cree que eso puede ocurrir? ¿Ha leído los informes? —preguntó él con tono
amargo.
—Sí. El establo se prendió fuego. Usted fue a rescatar a un caballo y el tejado se
desplomó encima suyo.
—El caballo ni siquiera estaba allí. Alguien ya lo había sacado.
—Es duro tener que pasar por todo eso para nada. Tuvo suerte de que no se hizo
quemaduras graves.
—Sí, todo el mundo me dice que tuve mucha suerte —dijo él.
—En cierto modo, lo protegieron las vigas que le cayeron encima. Gracias a ellas,
las quemaduras han sido superficiales y han cicatrizado. Igual que sus costillas. Tiene
la espalda dañada y la vista, pero, con suerte, eso no durará mucho tiempo.
—Me habla igual que todo el mundo. Pero tampoco se lo cree.
Era cierto. Ella no creía que él pudiera recuperar la vista ni la movilidad. Pero él
tenía que creerlo por si acaso había alguna posibilidad.
—Creo que puede conseguirlo si todos lo intentamos —dijo ella—. Y eso es lo que
vamos a hacer.
El se tapó las vendas de los ojos con las manos. Elinor notó que el hombre estaba
algo revuelto en su interior.
— ¡Márchese, por favor! -dijo con voz temblorosa—. Déjeme tranquilo.
—Por supuesto —ella cerró la puerta con fuerza para que él notara que se había
marchado.
La señora Hadwick, el ama de llaves, la esperaba en el pasillo.
—Sus maletas están arriba —dijo—. Le mostraré el camino.
Elinor había decidido visitar a Jason antes de subir a su dormitorio. Siguió a la
mujer por el pasillo y, de repente, se dio cuenta de dónde la llevaba.
—Esta habitación... -dijo ella.
—Es la mejor habitación de invitados -dijo la señora Hadwick y abrió la puerta—.
Le subiré un té —y se marchó.
La habitación era enorme. En el centro tenía una cama con dosel. Había un
tocador, una mesa, una silla y un cómodo sillón. Las ventanas tenían unas cortinas
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que llegaban hasta el suelo. Todo estaba igual que seis años antes, la última vez que
ella durmió allí.
Hasta ese momento, había conseguido controlar los recuerdos, pero en aquella
habitación no fue capaz de hacerlo.
Era como si Simon estuviese con ella, joven y guapo, lleno de amor y entusiasmo,
como el primer día que la llevó a esa casa y la presentó como su futura esposa. Iba
conduciendo su coche deportivo con un brazo alrededor de los hombros de ella.
Atravesaron la avenida de robles y cuando vieron la casa, ella exclamó:
—Simon, nunca lo hubiera imaginado... ¿esa es tu casa?
— ¿Cuál es el problema?
—Nunca había estado en un sitio como este. Me crié en una de esas casas
destartaladas que hay a las afueras del pueblo. Mi madre trabajaba limpiando en la
fábrica de tu padre.
El soltó una carcajada.
—No, ¿de verdad? Cuéntame.
—Solía hacer el turno de mañana. Un día me llevó con ella. Estaba prohibido,
pero si no me habría tenido que quedar sola en casa. Pero tu hermano me vio.
— ¿Jason? ¿Quieres decir que ya lo conoces? ¿Crees que se acordará de ti?
—Yo tenía ocho años. No me reconocerá. Y prométeme que no se lo dirás.
—Lo prometo.
—Pon la mano sobre tu corazón. Oh, cariño, no tenía que habértelo contado.
—Querida, eso me hace mucho daño. Si no confías en mí, ¿en quién vas a confiar?
—Oh, no quería decir eso. De verdad. Claro que confío en ti, ¿pero no te das
cuenta? No pertenezco a este sitio.
—Pero estamos hechos el uno para el otro -dijo muy serio.
Lo amaba desesperadamente.
Cuando se aproximaron a la casa vieron a un hombre en la entrada. Ella lo
reconoció a pesar de que cuando lo vio en la fábrica solo era un adolescente. Era
Jason Tenby.
Era moreno, alto y de complexión fuerte. Tenía la piel bronceada, como si pasase
mucho tiempo al aire libre. Llevaba unos pantalones de montar y una chaqueta de
lana. Estaba de pie en las escaleras y parecía un patriarca observando sus dominios.
— ¿Cómo está, señorita Smith? —dijo con voz aguda. Ella tuvo la sensación de
que el tono era burlón, como si se mofase de su apellido vulgar.
Le dio la mano para saludarlo. El la agarró con fuerza, como transmitiéndole que
él tenía el poder.
Ella recordaba muy bien su primera tarde en Tenby Manor. Era la primera vez
que estaba en una casa en la que la gente se ponía elegante para cenar. Por lo menos,
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ella pudo estar a la altura de las circunstancias ya que tenía un vestido largo y unos
pendientes de zafiro que le había regalado Simon. Estaba muy guapo con el traje de
chaqueta y la corbata negra que llevaba. Pero, aunque lo mirara con buenos ojos, la
figura de su hermano le hacía sombra.
Simon tenía veinte años, era de palabra fácil, delgado y de aspecto aniñado. Jason
tenía veintiocho años, razonaba sus comentarios y tenía autoridad.
Simon la encandilaba. Jason la atemorizaba.
Se parecían ligeramente. Jason era de facciones duras, su boca y su barbilla
dejaban ver que se impacientaba ante la gente que no estaba de acuerdo con él. Sin
embargo, su boca también tenía algo que reflejaba humor, sensualidad y encanto.
Cindy se ponía nerviosa cuando él la miraba, parecía que sus ojos se tragaban la luz
para no dejar ver sus pensamientos.
Las paredes del comedor estaban decoradas con los retratos de los antepasados
de la familia Tenby. Ella estaba segura de que no utilizaría los cubiertos adecuados o
de que rompería alguna de las copas de cristal. Pero no le fue tan mal como esperaba.
Jason conversó con ella de manera cordial, y no dio muestra alguna de haberla
reconocido. Después de enseñarle la casa, se sentaron en la biblioteca.
— ¿Y cómo conociste a mi hermano? —preguntó Jason y le tendió una copa de
jerez.
— ¿No te lo ha contado Simon?
—Me gustaría escuchar tu versión. El tiende a... ¿adornar las cosas?
—Tiene mucha imaginación -dijo ella. Quizá a Jason no le gustaba que su
hermano fuera así, pero a ella le encantaba.
—Mucha —repitió Jason sonriente. Ella también sonrió, y durante un instante
hubo un momento de comprensión entre ambos.
—Yo estaba trabajando en una zapatería -dijo ella desafiante—. Y Simon entró a
comprarse unos zapatos.
Estuvo dos horas y se marchó con cinco pares, según le dijo a Cindy esa misma
noche, porque no podía dejar de mirarla.
— ¿Has trabajado en alguna otra cosa? —preguntó Jason.
—Iba a estudiar para enfermera, pero mi madre se puso enferma y me quedé
cuidándola hasta que murió.
— ¿Y después no comenzaste tus estudios?
—Bueno, entonces conocí a Simon -dijo ella con una amplia sonrisa.
Miró a Jason y vio que él la miraba fijamente.
— ¿En que trabaja tu padre? —preguntó él.
—Falleció hace diez años.
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Joe Smith se cayó a una zanja cuando volvía borracho a casa, se quedó dormido
en el agua y nunca más despertó. Ella imaginaba lo que pensaría de esa historia un
hombre tan estricto como Jason.
Cindy vio que Jason fruncía el ceño mientras la escuchaba. De repente, él se
acercó y dijo:
—Eres la hija de Brenda Smith. Al principio no quise creerlo...
Así que la había reconocido.
—Sí, así es.
—Y nos conocimos en la fábrica. ¡Bueno, bueno! ¿Un poco más de jerez?
Ella dio un sorbo y él preguntó de repente:
— ¿Por qué has elegido ese vestido?
La pregunta pilló a Cindy desprevenida y ella contestó con sinceridad.
—Lo eligió Simon.
—Me lo suponía. Imagino que también lo pagaría él.
—Yo no se lo pedí...
—No digas nada más. Conozco a mi hermano. Ese vestido es demasiado
moderno para ti.
—Pensé que sería el apropiado —balbuceó ella.
—Quieres decir que querías vestirte con elegancia para parecer lo que no eres.
¡Qué idea más ridícula! ¿A quién crees que vas a engañar?
Al ver que ella se sonrojaba, él añadió con un tono más suave:
—No te lo tomes tan a pecho. Soy un hombre sencillo, un hombre duro, y digo las
cosas claras. Y hablando en plata, Simon y tú os equivocáis.
—No puedes decir eso si solo nos has visto una tarde.
—Podría decirlo en solo un minuto.
Por suerte, Simon entró en aquel momento. Jason no dijo nada más y Simon y ella
se fueron a dar un paseo por el jardín.
—Sabe quién soy —dijo ella—. Me ha reconocido. No tiene gracia... —dijo cuando
Simon soltó una carcajada.
—Lo siento, cariño. ¿Qué ha dicho?
—Ha dicho: «Eres la hija de Brenda Smith, no puedo creerlo». Oh, Simon ¿sabes
lo que eso significa? Se dio cuenta en la cena y no dijo nada.
— ¿Te ha dicho por qué se ha dado cuenta? —preguntó Simon con curiosidad.
—No. ¿Y qué más da? Se ha reído de mí todo el rato.
—Le gusta quedar por encima de todo el mundo. ¿Qué más te ha dicho?
— ¿Te parece poco? Me desprecia porque no tengo un pasado honorable.
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La risa de Simon resonaba aún en su cabeza. Qué joven tan encantador y qué
generoso.
— ¿A quién le importa el pasado?
Se llamaba Elinor Lucinda, pero Simon la llamaba Cindy, de Lucinda, pero
también de...
—Cindy de Cenicienta —bromeó él—. Mi pequeña cenicienta —su pobreza le
encantaba—. Me encanta regalarte cosas —le dijo aquella noche mientras paseaban
bajo los árboles—. Voy a cubrirte de diamantes.
—Pero yo no quiero diamantes. Solo tu amor, cariño. Nada más que tu amor.
—También te lo daré. Atado con un gran lazo y junto a todo lo que pidas.
Llena de placer, apenas se percató de que habían llegado a la casa. Vio que Jason
estaba junto a las escaleras y que había escuchado las extravagantes promesas de
Simon. Como ella habló en voz baja lo más seguro es que Jason no escuchase su
respuesta.
Antes de que Jason se volviera, ella vio que su expresión era de enfado.
Jason nunca mencionó nada acerca de lo que había oído, pero dejó claro, en más
de una ocasión, que Simon dependía económicamente de él. Simon lo confirmó.
—Heredé lo que me dejó mi padre, pero Jason me lo administrará hasta que yo
cumpla veinticinco años -dijo encogiéndose de hombros—. ¿Y qué? ¿Cómo va a
evitar que utilice mis tarjetas de crédito? Y cuando me gaste el dinero, ¿cómo va a
negarse a pagar? Después de todo, es mi dinero. No te preocupes por eso.
Era su filosofía de vida. No había que preocuparse. Y en cierto modo, las cosas
siempre le salían bien. Era fácil creer que siempre sería así, sobretodo porque ella
estaba hechizada por él.
Cindy sabía que no era una casualidad que sus dormitorios estuvieran en los
lados opuestos de la casa. Las precauciones de Jason eran innecesarias. La chica aún
no se había ofrecido por completo al hombre que amaba, y como él respetaba sus
deseos, ella lo amaba aún más. Pronto llegaría el día en que compartiesen sus
cuerpos igual que compartían su alma y su corazón.
Así que la decisión de Jason de mantener a su hermano lejos de la cama de ella
era un insulto. No podía haberle dicho más claro que la consideraba una persona
interesada. Al menos se lo había oído decir cuando, por casualidad, halló a los dos
hermanos conversando.
—Pequeño idiota. Ni se te ocurra acercarte a su cuarto... Lo último que quiero es
que dejes embarazada a esa chica...
Cindy desapareció antes de que ellos la vieran. Le hubiera gustado desaparecer
de Tenby Manor. Pero, gracias a su fuerza interior, decidió quedarse y luchar por su
amor. Incluso contra Jason Tenby. Y sabía que era un gran adversario.
— ¿Por qué no devuelves a Simon al mar? —le preguntó Jason en una ocasión—.
Encontrarás otro pez más adecuado para ti.
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—Nunca amaré a nadie más que a Simon.
—Entonces eres tonta.
— ¿Y Simon? ¿El también es tonto? —preguntó ella con más valor del que sentía.
—Sí, porque cree en la misma clase de amor que tú. Yo ya sé cómo se apasiona. Le
encanta ser romántico, colocar a la chica en un pedestal, comprarle regalos, todo sin
pedir nada a cambio.
Lo dijo con tanta ironía que a ella le entraron ganas de vengarse.
—No puedo imaginarme que tú no pidas nada a cambio.
—Entonces, se te da bien juzgar a las personas. El romanticismo está muy bien,
pero soy yo el que después tiene que recoger los pedazos de corazón roto.
—Te equivocas. Entiendo que te preocupes por tu hermano, pero yo no voy a
romperle el corazón...
—Solo su cuenta corriente, ¿no?
—Es un poco malvado pensar eso...
—Mira, he visto algunos de los regalos que te ha hecho... los ha comprado con el
dinero que no tiene.
—No se lo he pedido.
—Seguro que no. No hace falta que lo hagas. Disfruta siendo espléndido. Bueno,
yo también puedo ser generoso... con una finalidad —mencionó una cantidad de
dinero.
— ¿Estás intentando comprarme? —preguntó ella con rabia.
—Tómatelo como quieras. Es una buena oferta.
— ¿Y mi autoestima? ¿Cómo voy a recuperarla?
—Es una buena estrategia, subiré un poco la oferta, pero no mucho.
—Aunque me ofrecieras el doble, no me interesa.
—No, no exageres. No voy a doblarla.
Se dio la vuelta furiosa, dispuesta a alejarse. Pero en el último momento decidió
girarse para mirarlo a los ojos.
Cindy acostumbraba a levantarse temprano para ver el amanecer desde su
ventana en la finca Tenby. Ese instante le hacía olvidar toda la tensión acumulada
que estropeaba su estancia en aquel sitio maravilloso.
Aquella mañana vio a Jason montado en Damon, un semental negro. Simon lo
había descrito como «una bestia feroz que intenta matar a todo aquel que se le
acerca», pero Jason lo montaba como si fuera un pony.
Controlaba a la bestia sin esfuerzo y la camisa que llevaba hacía resaltar sus
músculos.
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«Cree que puede controlarlo todo», pensó ella, «las tierras, su hermano, el mundo
entero. Pero no dejaré que me controle».
Un instante más tarde, él se detuvo bajo su ventana.
— ¿Sabes montar? —gritó mirando hacia arriba.
—Yo... Sí —contestó ella.
—Bien. Te buscaré una montura.
Había cometido un gran error. Su madre trabajó una vez para un hombre que
tenía un viejo pony. El dejaba que la niña jugara con el animal, ella aprendió a
ponerle la silla y lo montaba mientras deambulaba de un lado a otro. Pensaba que
eso era montar a caballo.
Le dieron un caballo de verdad, de los que hay que montar con decisión. Ella no
sabía cómo hacerlo.
Siempre se avergonzaría de lo que ocurrió después.
El caballo no la obedecía, iba por donde él quería y Cindy se sentía cada vez más
humillada. Intentó dominar la situación, pero el caballo salió trotando hasta el
riachuelo, se detuvo de golpe y Cindy acabó en el agua.
Jason la ayudó a salir.
— ¿Por qué dijiste que sabías montar? —preguntó enfadado.
—Sé montar, pero no un animal como ese —insistió ella y se quitó la chaqueta
empapada. Debajo llevaba un jersey blanco, que también estaba empapado.
— ¿A qué te refieres con «un animal como ese»? —gritó él—. Es un caballo. Tiene
cuatro patas y no tiene cuernos. Es para que lo monte un niño, siempre y cuando el
niño sepa montar. ¿Dónde has aprendido? ¿En un caballito de madera?
— ¡Basta! —gritó ella—. ¡Deja de intimidarme!
— ¿Intimidarte, niña estúpida? Intento evitar que cometas el error más grande de
tu vida —parecía que había perdido el control. La agarró de los hombros con
fuerza—. Deja de pretender ser lo que no eres, ¿has oído? Vete de aquí. Simon no es
el hombre adecuado para ti.
—Eso lo diré yo. Simon me quiere y yo lo quiero —él la sacudió con fuerza. Ella
intentó soltarse pero no pudo.
— ¿Qué sabes tú del amor?
Se miraron fijamente. Ambos estaban furiosos. Cindy era de naturaleza dulce y
tranquila, pero, de repente, dejó de contenerse y demostró su ira. Se quedó
sorprendida. Y su enemigo también. Podía verlo en sus ojos.
— ¡Eh!
La voz de Simon los sorprendió. Jason masculló algo y la soltó. Simon se bajó del
caballo, se quitó la chaqueta y se la puso a ella. Jason montó de nuevo y se alejó
galopando y sin mirar atrás.
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Aquella tarde, Simon grabó sus iniciales en el tronco de un roble, la besó y dijo:
—Podía haberle dado un puñetazo por sujetarte así. ¿Sabes que estabas casi
desnuda?
Ella se sonrojó y se rió.
—No tienes que tener celos de tu hermano. Es el último hombre en el que me
fijaría. No sé cómo puede gustarle a las mujeres.
—Jason sabe ser agradable, cuando quiere. Pero cuando quiere ser desagradable...
¡cuidado!
—Y ahora quiere ser desagradable —murmuró ella—. Pero eso no cambiará nada
entre nosotros, ¿verdad?
—No lo permitiremos —le aseguró él.
Había confiado ciegamente en que Simon resolvería cualquier problema. Pero Jason
se las arregló para separarlos como se había propuesto.
Ella no se imaginaba que pudiera hacerlo de manera tan cruel y malvada.
Elinor sabía que estaba loca por haber regresado al lugar donde todas las cosas le
traían recuerdos amargos. En un principio, no quiso aceptar el trabajo y se lo dieron a
otra persona. Pero la enfermera tuvo un problema familiar y la directora de la
agencia le pidió a ella que ocupara el puesto. Decidió que quizá era el momento de
enfrentarse a viejos fantasmas.
La recibió la señora Hadwick, que trabajaba desde hacía mucho tiempo para los
Tenby y que estaba ausente la primera vez que Elinor fue a aquella casa.
Decidió no decirle a Jason quién era. Smith era un apellido común y además él no
la reconocería por el nombre de Elinor, ya que siempre la había llamado Cindy.
Lo hacía por su bien. Decirle la verdad solo serviría para ponerlo más nervioso, y ya
tenía bastantes problemas.
Ella también estaba nerviosa. Había prometido que regresaría y así lo había
hecho, desafiando el mandato de Jason de que se mantuviese alejada de su familia.
Había hecho esa promesa guiada por el dolor y la pasión, pero con el paso del tiempo
la pasión se había desvanecido y Cindy decidió trabajar día y noche para convertirse
en enfermera.
No tenía vida social. No quería saber nada del amor. Mientras las otras chicas
salían con chicos, ella estudiaba, y así llegó a ser la primera de la clase.
Se convirtió en una mujer desenvuelta y elegante. No tenía nada que ver con la chica
vulgar que había ido a Tenby Manor.
O eso creía, hasta que vio a su enemigo otra vez.
Recordó la primera vez que lo vio y como ella se agarraba a la mano de Simon
para sentirse segura. Después pensó que era la enfermera Smith, muy cualificada y
con muchas ofertas de trabajo. Y Jason Tenby era un hombre ciego y desdichado que
necesitaba su ayuda.
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Sabía que había aceptado una tarea demasiado dura. Intentó borrar esa idea de su
cabeza. Había aprendido a ser fuerte. Y tenía que serlo, por su paciente. Eso es lo que
él era. Solo un paciente.
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Capítulo 2
CUANDO la enfermera Smith cerró la puerta, Jason Tenby se quedó tumbado en
la oscuridad, obligándose a escuchar. El cuerpo le dolía de la tensión, tenía la cabeza
a punto de estallar y hasta parecía que el silencio resonaba en sus oídos.
Le hubiera gustado poder relajarse, pero no sabía cómo. Era el heredero de los
Tenby. Su padre había muerto cuando él tenía veintidós años y le dejó el peso de un
montón de tareas como herencia.
La tradición familiar lo hacía responsable de todos los trabajadores de la finca y
de la fábrica. Tenía que asegurarse de que siempre tuvieran trabajo.
Jason nunca había rechazado ninguna obligación.
Había saldado las deudas y conseguido que las tierras fueran cada vez más
prósperas. Pero había pagado su precio. No había rechazado las cosas placenteras de
manera consciente, pero las había relegado a un futuro lejano.
—No dejes que ningún hombre, ni por supuesto ninguna mujer, crea que sabe
más que tú —le aconsejó su padre—. Eres el mejor. Nadie debe ser mejor que tú.
Al cabo de los años había aprendido el valor de aquel consejo. Al que él añadió:
—Nunca demuestres al mundo que tienes miedo. Había tenido mucho miedo.
Miedo de no ser capaz de hacer el trabajo, de que la gente opinara que él no era el
adecuado para realizarlo.
Pero nadie lo había preparado para el terror que sentía en aquel momento. Lo
acechaba en la oscuridad diurna y esperaba para atacarlo mientras dormía.
Llenaba el vacío de su vida. Tenía miedo a las pesadillas. Miedo al futuro, a la
gente a la que podía oír pero no ver, al equipo médico porque sabía más que él.
Las enfermeras llegaban y se marchaban debido a su mal humor. Pero había
llegado una que no se rendiría. El lo sabía por su comportamiento, por su voz. Ella
era fuerte y tenía seguridad en sí misma. Se enfrentaría a él.
Enseguida llegaría el director de la fábrica para hacer el informe semanal y recibir
las instrucciones de Jason. Intentó aclarar sus ideas para que pareciera que estaba en
condiciones para el puesto. No quería pensar en lo que lo esperaba: años de ceguera
e invalidez, ya que si no el miedo se apoderaría de él.
—Señora Hadwick...
—Llámame Hilda, cariño.
—Gracias, Hilda. Y a mí llámame Elinor —dijo con una sonrisa—. Siento
molestarte, pero ¿podrías ofrecerme otro lugar para dormir? Quiero estar junto a mi
paciente por la noche.
—Hay una habitación justo enfrente de la suya —dijo el ama de llaves—. Pero es
como un armario.
Era muy pequeña, solo cabía una cama, una silla y un armario.
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—Estaré bien -dijo Elinor—. Lo que importa es que esté cuando él me necesite.
Hilda la miró con aprobación.
—Ninguna de las otras pensaba lo mismo. Todas se alegraron de alejarse de él.
No es el mejor paciente.
—No, ya me he dado cuenta.
—Cuando sucedió, pensé que se iba a volver loco. Siempre ha sido un hombre tan
activo, y de repente, no puede ver, ni moverse. Sería terrible si... —se calló. Era como
si no pudiese continuar hablando.
—Tú lo aprecias, ¿verdad? —dijo Elinor con sorpresa. Era difícil imaginar a
alguien que apreciara a Jason Tenby.
—Oh, sí —dijo Hilda—. Se ha portado muy bien con Alf y conmigo. Cuando Alf
perdió el trabajo, Jason le dio trabajo en la finca. Eso es lo que a ti te parece. Que solo
se preocupa por sí mismo.
Elinor no contestó. Tenía razones para saber que Jason solo se preocupaba por sí
mismo.
Mientras hacían la cama, Hilda le contó cosas de la familia.
—Ya no quedan muchos. Solo Jason, su hermano Simon y su hermana. Ella se
casó y se fue a Australia. Simon vivió aquí hasta hace un par de años. Ahora está en
Londres.
Elinor sabía que Simon se había marchado porque la última enfermera se lo había
contado. Era un alivio saber que no lo vería.
Cuando se separaron, la expresión de su rostro estaba llena de amargura. La
llamó cosas horribles. No era culpa suya. Jason había forzado la situación. Pero
Simon se había creído lo peor. ¿Por qué?
—Pero con un poco de suerte, volverá a formarse una familia. Estamos esperando
el día en que Jason traiga a su prometida a casa. En cuanto se recupere, se casara con
la señorita Virginia.
—Con Virginia Cavenham? —preguntó Elinor sin pensar.
—Sí, ¿la conoces?
—No, pero he oído hablar de los Cavenham.
La familia Cavenham era muy conocida. Elinor no conocía a Virginia, pero había
oído que era el orgullo de la familia. Simon hablaba de ella como la futura novia de
Jason ya desde que Elinor fue allí por primera vez. Era una chica apropiada.
—Ambas familias se conocen desde hace mucho tiempo y todos sabían que era
probable que Jason se casara con alguna de las dos chicas -dijo Hilda.
— ¿Y si él no hubiese aceptado? —preguntó Elinor.
—Entonces podría haberse casado con Jean Hebden, o con una de las Ainsworths
—eran los nombres de las familias ricas y terratenientes de la zona.
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—Pero, ¿y si buscase algo diferente a los Cavenham, los Hebdens, o los
Ainsworths?
—La propiedad se casa con la propiedad —dijo Hilda—. O con el dinero. Así es
como las familias importantes han sobrevivido al paso de los años.
Cuando Hilda se marchó, Elinor pensó en ella y en cómo sus pocas posesiones
cabían en aquel pequeño espacio. Tenía un uniforme de repuesto, alguna ropa
elegante, algunos jerséis y dos pares de vaqueros. Su ropa interior era blanca, sin una
sola flor o encaje.
Con el maquillaje, ocurría lo mismo. Nada especial. Sus libros apenas llenaban
una estantería, excepto un par de novelas, casi todos eran de medicina. Le gustaba
estar al día de los últimos avances.
Podía dar una explicación ante tanta austeridad. Le gustaba llevar poco equipaje.
No le gustaba acumular trastos.
Pero en realidad sabía que no tenía mucho que añadir a su vida. Una vida triste.
Un corazón marchito. Aunque lo intentara, sabía que no podía negarlo.
Se vio reflejada en el espejo del armario. Era una mujer joven, pero su boca dejaba
ver un poco de tensión. Las arrugas que comenzaban a formarse en su cara eran
producto de largas noches de estudio, días de trabajo, años sin vacaciones y sin
sentimientos. Sin nada.
Pero su piel tenía el resplandor de la juventud. Sus rasgos estaban marcados, su
boca era grande y en las comisuras de los labios todavía quedaba algo de
sensualidad. Sería preciosa si su cara tuviera un poco más de ánimo. Y si sus ojos
azules brillaran gracias al amor o a la risa, sería irresistible.
Pero el amor y la risa habían desaparecido mucho tiempo atrás.
Comenzó a recordar, las imágenes pasaban por su mente y ella intentaba
contenerlas. Sabía que el horror y la miseria llegarían más tarde.
La cena de bienvenida. Simon alardeando de que Jason se había rendido, aunque ella
sabía que Jason nunca se rendiría. Desconcertada. Temerosa. Imaginándose qué
estaba tramando Jason.
El día de la fiesta, llegó un catering con cestas de comida y vino y preparó el
comedor. En medio de la agitación, los dos hermanos se encerraron en el estudio de
Jason y tuvieron una fuerte discusión. Ambos salieron de allí con cara de disgusto.
—No pasa nada, cariño —dijo Simon cuando ella le preguntó—. Solo es Jason
haciéndose notar. Olvídalo. Ve a ponerte guapa para esta noche.
Pero había algo de preocupación en su tono de voz y ella lo notó. Se había dado
cuenta de que a veces la miraba pensativo.
Los invitados la saludaron sonrientes, pero miraban a Jason de reojo como para
averiguar qué pensaba. Ella también quería averiguar qué había tras su sonrisa.
Durante la fiesta, sus temores fueron aumentando.
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Después de la cena, alguien se sentó al piano y la gente comenzó a bailar. Ella
bailó con Simon y la gente aplaudió.
Jason se acercó a ellos y le tendió la mano, invitándola a bailar. Cindy se quedó
admirada de lo bien que bailaba.
—Sonríe -dijo él—. Es tu noche triunfal.
—No me siento triunfadora —le aseguró—. Solo contenta. Quiero a Simon de
verdad. Si te lo creyeras...
—Yo me creo todo, pero me gustaría no creerlo.
—Entonces, si me crees...
— ¿Nunca se te ha ocurrido pensar que Simon no es la persona que tú crees?
Ella sonrió. De repente, tuvo una idea.
— ¿Qué pasa? ¿Por qué sonríes?
—Porque ahora comprendo qué es lo que te molesta.
— ¡De verdad! -dijo él con ironía—. Entonces es hora de que hablemos.
Se dirigieron a la biblioteca.
Las imágenes pasaban por la mente de Elinor. No quería seguir recordando. No
era necesario revivir el dolor.
Pero, por alguna razón, no podía dejar de hacerlo. Recordó el momento en que
entraron en la biblioteca y la sensación de que por fin había conseguido quedar por
encima de aquel hombre despiadado. Le hubiera gustado apartar a aquella inocente
chica del peligro. Pero ya no podía hacer nada.
—Cuéntame acerca de eso que se te ha ocurrido -dijo Jason.
—Se me ha ocurrido que... tú conoces el lado oscuro de Simon, ¿no?
— ¿Así que reconoces que tiene un lado oscuro?
—Claro. Todos lo tenemos —se sintió segura y añadió-: Tú lo tienes.
En lugar de ofenderse, él sonrió y dijo:
—Continúa. No puedo esperar a oír el resto.
—De acuerdo, yo no conozco su lado oscuro. Pero él tampoco conoce el mío.
— ¿Tú qué?
—Ah, yo también lo tengo -dijo ella riendo—. Soy muy gruñona por las mañanas.
No me imagino a Simon siendo un gruñón, pero estoy dispuesta a averiguar que
me equivoco. Cuando se ama a alguien de verdad, se quiere incluso a sus fallos,
porque son parte de esa persona.
Siguió hablando y observó la expresión de sarcasmo que tenía Jason. No entendía
el porqué.
Él estaba furioso.
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—Crees que lo sabes todo, ¿no?
—Sé sobre el amor, Jason. Quiero a Simon y él me quiere. Nada nos separará.
Permaneceremos unidos y superaremos lo peor.
Ella sonrió y él Contuvo la respiración.
— ¡Inocentona! —gritó—. ¡Eres una cría! ¡Y una idiota! Ingenua...
La agarró por los hombros y la miró fijamente. De repente, escucharon la voz de
Simon en el pasillo. Ella notó que Jason se ponía tenso y, al instante, él la abrazó con
fuerza, le acarició el cuerpo y la besó en la boca.
Cindy lo vio todo negro. No recordaba nada más de aquel momento. Solo lo que
sucedió después. Simon estaba pálido e impresionado.
—Maldita zorra mentirosa —gritó—. Creía que me amabas, pero te habías
propuesto conseguir una pieza mejor, ¿no? ¡Confiaba en ti!
Ella intentó protestar, pero él no la dejó.
—Te quiero. Hubiera dado mi vida por ti, pero en cuanto me he dado la vuelta, te
lanzaste a los brazos de mi hermano. ¿Qué tramabais?
—Nada —gritó ella—. Por favor, Simon, no es lo que piensas.
—Está muy claro. Cindy, ¿cómo has podido hacerme esto?
Los invitados estaban detrás de él, escuchando cómo le habían partido el corazón.
—Escúchame —suplicó ella gimoteando.
— ¡Que te escuche! No quiero saber nada más de ti. Vete de mi vista.
— ¡Ya está bien! —intervino Jason—. Ya lo has dejado claro, Simon. Ahora, déjalo.
Se acabó.
—Sí, se acabó —contestó él—. ¡Se acabó!, Cindy. Y yo que creía que estaríamos
siempre juntos.
Se volvió y subió por las escaleras. Ella lo siguió, pero él cerró la puerta con llave
y no respondió cuando ella la aporreó. Cindy se sentó en el suelo, llorando.
Al cabo de un rato, llegó Jason y le dijo que los invitados se habían marchado.
Ella lo miró con los ojos llenos de lágrimas.
—Lo hiciste a propósito.
—Sí, lo hice a propósito. Vamos, levántate.
El la agarró y la ayudó a ponerse en pie. Cindy se marchó con él porque no podía
hacer nada más. No tenía a nadie más que a Simon, y él le había dado la espalda.
Jason la acompañó a su habitación y dijo muy serio:
—Haz tu maleta. Te irás por la mañana.
Ella confiaba en poder ver a Simon, pero al amanecer escuchó el ruido de un
coche, abrió la ventana y lo vio marchar.
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Se había marchado para siempre. Desilusionado. Creyendo que ella lo había
traicionado.
Era su hermano el que lo había traicionado, quien la besó cuando Simon estaba a
punto de entrar. ¿Por qué Simon no la comprendía? ¿Por qué se había creído lo peor?
Jason insistió en llevarla a la estación. Cindy dejó allí todos los regalos y las joyas que
le había dado Simon.
Pero dejaba mucho más que eso: la juventud, los sueños, la esperanza, el amor, y
la creencia de que el mundo era bueno.
En aquel momento, mirándose al espejo, comprendió que le habían quitado todas
esas cosas, y que detrás de su imagen había una mujer vacía.
Cerró la puerta y se dirigió al piso de abajo.
Habían cambiado la cocina desde la última vez que estuvo allí. La vieja era una pieza
de anticuario. La nueva tenía vigas de roble en el techo y sartenes de bronce colgadas
en las paredes. Los fogones eran modernos y Hilda estaba orgullosa del cambio.
—Tuve que decírselo —dijo refiriéndose a Jason—. A él le gustan las cosas
antiguas, pero yo le dije que quizá era la cocina apropiada para la Reina Victoria,
pero no para mí.
— ¿Ha venido alguna vez a Tenby Manor la reina?
—preguntó Elinor.
—Eso dicen. Y no me sorprende. Total, que aguanté un tiempo con esa cocina,
pero al final decidí que o la quitaban, o me marchaba.
— ¿Y qué dijo el señor Tenby? —Dijo: «Hilda, Tenby Manor no sobreviviría sin
ti». Y al día siguiente vino un hombre a tomar las medidas.
Elinor se quedó muy sorprendida. Jason Tenby había escuchado a Hilda. Claro
que reformando la cocina se incrementaba el valor de la casa.
Se abrió la puerta y entró un perro de aguas lleno de barro.
—Bob, ¿dónde te habías metido? —dijo Hilda. Le ofreció una galleta y el perro se
la tragó—. Es de Jason. Ahora nadie le dedica mucho tiempo. Pobrecito. Se pasa la
vida paseando por la finca.
—Del señor Tenby? El no... —Elinor estuvo a punto de decir que Jason no tenía
un perro cuando ella estuvo allí—. No parece que sea la clase de hombre que cuida
de una mascota.
—Es más que una mascota. Gana todos los concursos de perros. Es puro pedigrí.
Ahora no lo parece porque está lleno de barro.
«Me lo creo», pensó Elinor. «Incluso el perro de este hombre es de pedigrí».
Bob se acercó a ella.
— ¡Aléjate de mí! -dijo muy seria. Después añadió-:
Es que sus patas...
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—Sí, no quieres que te manche el uniforme limpio -dijo Hilda.
Elinor asintió, pero un poco avergonzada por haber extendido su rabia hacia
Jason al pobre animal. Solo porque él poseía el pedigrí que ella no tenía.
Para disimular, comenzó a comentar cosas sobre la casa.
—Es un sitio muy grande para que lo lleves tu sola.
—No estoy sola. Limpio la habitación de Jason porque a él no le gusta que entren
extraños, pero el resto de la casa lo limpian dos asistentas que vienen del pueblo. Alf
hace diversos trabajos y cuida de la huerta.
Se concentró en la cena que estaba preparando.
—Carne con verduras, con mucha salsa —dijo—. Se lo preparo todos los días. Y
de postre un pudín. Si por lo menos se lo comiera todo. No importa, haré que se
ponga fuerte.
Elinor no le dijo a Hilda que no conseguiría fortalecer a Jason mediante platos
que, evidentemente, no lo tentaban. No era el momento.
Oyó que alguien bajaba por las escaleras, salía de la casa y se marchaba en coche.
—Debe ser el director de la fábrica --dijo Hilda—. Ha venido para recibir órdenes.
—Quieres decir que ha estado con el señor Tenby? —preguntó Elinor.
—Viene dos veces a la semana. El doctor Harper, el médico de Jason, intentó
detenerlos, pero Jason se puso tan furioso que tuvo que ceder.
—Creo que será mejor que hable con el señor Tenby.
Encontró a Jason tumbado y en silencio. Le resultó difícil saber si estaba despierto o
no.
— ¿Por qué me mira? —preguntó en tono irritable.
—Lo siento, no me he dado cuenta.
—Sé que me estaba mirando. ¿No sabe que esa es una de las peores cosas? La
gente te mira y se cree que no te das cuenta. Se creen que ser ciego es lo mismo que
ser estúpido.
—Señor Tenby, no quiero que se considere un ciego...
— ¡Estupendo! —solté él—. No soy ciego, solo que no veo nada.
—De momento. Puede que no sea para siempre, y es mejor que no adquiera la
mentalidad de un ciego.
—Las enfermeras debían de ponerse de acuerdo. La última me dijo justo lo
contrario. Que tenía que adaptarme a la realidad.
—Adaptarse a la realidad antes de que ocurra es rendirse —dijo Elinor en tono
tranquilo.
Hubo silencio.
—Así que puede decir cosas con sentido —gruñó Jason.
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—Se impresionaría de la cantidad de cosas que puedo decir con sentido —
contestó ella.
—Bien, de momento, puede quedarse. Pero una cosa...
Se incorporó sin avisar y la agarró por los brazos.
—Señor Tenby...
—Quédese quieta.
La sujetó con una mano y con la otra recorrió su brazo hasta llegar al cuello del
uniforme. Después la soltó.
—Quítese ese maldito uniforme y póngase algo civilizado —ordenó—. Me pone
enfermo que lleve eso.
—Muy bien, señor.
—Muy bien, señor —repitió él—. Habla en un tono tan tranquilo. Tiene una voz
tan neutra. Me gustaría poder verle la cara.
—También tengo una cara neutra —le aseguró—. Tráteme como a una máquina.
—Hay muchas máquinas en mi fábrica. Huelen a grasa, y no a flores del campo
como usted.
Elinor se quedó asombrada. No se ponía perfume y utilizaba jabón sin aroma.
¿Qué había notado él que no notaba el resto del mundo?
—He venido porque no me gusta que venga mucha gente a verlo. Todavía
necesita descansar y creo que debíamos...
—No, creo que usted debía escucharme —la interrumpió-. He estado enfermo el
tiempo que podía permitírmelo. Hay mucho trabajo por hacer y nadie en quien
pueda confiar para hacerlo. Así que si tengo que hablar con el director o con el
administrador, lo haré. Espero que le quede claro.
—Perfectamente. Si cree que está bien como para dar órdenes, no tengo nada que
decir.
—No intente ser más lista que yo. Es mi enfermera, no mi guardiana. No quiero
que me mimen demasiado.
—Me alegro de oírlo.
—Entonces, ¿qué es eso de que se ha mudado a la habitación de enfrente? ¿Eso no
es mimarme?
—Eso es parte de mi ética profesional. Mientras siga enfermo, prefiero estar cerca
de usted por la noche.
— ¡Váyase al infierno! Ahora mismo se cambia a la otra habitación. ¿Ha oído?
—Lo he oído. Pero me quedaré ahí.
—Entonces, le diré a Hilda que cambie sus cosas.
—No lo hará. Hilda ya tiene bastantes cosas que hacer como para que la meta en
esto. ¿Quiere pelear? ¡Estupendo! Pelearemos. Pero no meta a Hilda en esto.
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El apretó los dientes.
—Creo que el destino se ha vuelto en mi contra. No tengo bastante con estar aquí
tumbado como un inútil, sino que además tiene que venir una arpía dando órdenes.
El jefe soy yo, por si no lo sabía.
—Supongo que si grita así se enterará todo el mundo
—respondió Elinor.
—Grito porque es la única manera de que me escuchen. Hará lo que yo digo,
cuando yo lo diga, y punto.
Ahora, váyase antes de que me enfade.
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Capítulo 3
ANTES DE que Elinor pudiera protestar escuchó ruido en el pasillo y alguien llamó a
la puerta.
—Traigo la cena —dijo Hilda.
Metió el carrito en la habitación y Elinor notó que Jason hacía un amago de
sonrisa.
— ¡Cómo me cuidas, Hilda! ¿Para qué necesito otra enfermera?
La cara de Hilda se iluminó de placer.
—Deja de decir tonterías y obedece a la enfermera —lo regañó Hilda.
— ¡Vale, vale!
— ¿Le coloco la mesa? —Hilda se dirigió hacia una mesa que tenía un lado
abierto para poder colocarla sobre la cama.
—No, la enfermera Smith lo hará —le dijo Jason—. Gracias Hilda.
El volvió a ponerse serio en cuanto Hilda cerró la puerta.
—La mesa está por ahí en algún sitio -dijo él.
— ¿Lo ayudo a sentarse?
—No... Sí, ¡maldita sea!
Elinor le rodeó los hombros con un brazo y él se agarró al otro. Tuvo que hacer un
esfuerzo para no retroceder ante el recuerdo de la última vez que él la había
agarrado. A pesar de que su corazón latía muy rápido, consiguió mantener la calma.
Lo ayudó a sentarse y le colocó una almohada para que se apoyara. Después puso
la comida en la mesa y la colocó sobre la cama.
— ¿Qué ocurre? —preguntó él al notar que ella dudaba.
—Hilda le ha subido una salsera, señor Tenby. ¿Quiere salsa? —eligió sus
palabras con cuidado. Había cuidado a ciegos otras veces y sabía que odiaban las
salsas porque siempre se ponían perdidos.
Jason permaneció quieto, pero la expresión de su cara cambió, como si de repente
hubiera recibido la muestra de comprensión que estaba esperando.
—No, no la quiero —admitió—. Hilda es un encanto, pero no piensa.
— ¿Hay algo más que pueda hacer por usted?
—Si se refiere a si tiene que cortarme la comida, no.
—Entonces, me marcho.
—Sí, váyase a cambiar sus cosas de habitación.
Ella se marchó sin decir nada más. Ya en su habitación se quitó el uniforme, pero
no cambió sus cosas de sitio.
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Hilda le había preparado la comida. Había servido la mesa en el comedor, estaba
claro que pensaba que Elenor se merecía ese trato. Pero después de comer sola,
Elinor decidió que en el futuro comería en la cocina con Hilda. Llevó los platos y la
ayudó a recoger.
—Por cierto, he subido a ver cómo estaba —dijo Hilda—, y me ha dicho que
cambie tus cosas de sitio.
—No —dijo Elinor.
—No te preocupes. Lo escuché con mi oído sordo.
— ¿Y cuál es?
—Depende —dijo Hilda—. Tú haz lo que quieras. Elinor se rió. Hilda le caía muy
bien.
Cuando regresó a la habitación de Jason lo primero que él le preguntó fue:
— ¿Se ha quitado ya el uniforme?
—Sí, llevo ropa normal.
—Déjame tocarla —él tendió su mano como dando una orden.
—Por qué no se lo cree, señor Tenby?
—Porque no puedo creerme nada de nadie —gritó.
Después de un momento de silencio, añadió:
—Lo siento. Cuando se vive en la oscuridad, solo hay desconfianza, no sé cómo
explicarlo...
—No hace falta. Ha sido mi culpa. Debo ser más comprensiva. Venga -ella le
agarró la mano y se la colocó sobre el brazo para que él sintiera el tacto de su jersey.
Retiró la mano enseguida.
—Gracias. No era necesario. Por supuesto que la creo.
Había comido muy poco. Se le había caído un poco de comida sobre la cama. Ella
la limpió sin decir nada y retiró la mesa.
—Voy a leerme las notas de mi compañera —dijo ella—. Mañana hablaremos sobre
su tratamiento.
Tenía miedo de que él mencionara algo acerca de la habitación, pero como no dijo
nada, se marchó.
Quería estar sola. El día había sido duro. Bajó a respirar aire fresco.
El viento movía las flores. Elinor se puso el abrigo y caminó contra el viento. Así
conseguiría deshacerse de los fantasmas.
Pero los fantasmas la esperaban en cada esquina. Estaba Simon, un chico
sonriente que la esperaba con los brazos abiertos. Y corriendo hacia él, estaba el peor
de los fantasmas, ella cuando era joven, rebosante de alegría.
Se detuvo junto a un roble y se apoyó en él para enfrentarse a los recuerdos. Todo
podía haber sido diferente.
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Al cabo de un rato, respiró hondo y continuó andando.
Cuando estuvo allí la última vez era verano. Pero esta vez era finales de marzo,
justo cuando entra la primavera. Los árboles aún estaban desnudos, aunque a punto
de brotar. Ella no lo veía así. Para ella, la primavera había dejado de existir.
La casa estaba en lo alto de una colina y tenía vistas al valle. Era como si los
Tenby tuvieran que controlarlo todo. Trescientos años antes un Tenby con mucho
dinero construyó aquella casa. En el valle estaba el pueblo, Hampton Tenby, y allí la
fábrica Tenby & Son, que era la que proporcionaba empleo a la gente de los
alrededores.
EL lema de la familia Tenby era: «Cuidado con el rugido del león», y con él
quedaba resumido el poder que tenían. Era perfecto para Jason, un león que debido a
sus heridas se había vuelto peligroso. El viento era cada vez más fuerte y ya estaba
anocheciendo. Las ventanas parecían doradas a causa de la luz. Elinor sintió un
escalofrío. Como durante seis años no se había permitido sentir nada, no estaba
preparada para los sentimientos contradictorios que experimentaba en esos
momentos.
Jason Tenby la había destrozado. Podía haberse vengado ese mismo día, si
hubiese querido. Pero no era vengativa. Solo deseaba no haber regresado a aquel
sitio.
Cuando por la noche fue a ayudar a Jason, parecía que él estaba muy cansado.
Tenía los labios en tensión, así que ella le preguntó:
— ¿Tiene dolores?
—Físicos, no. Es solo la idea de la noche. Por favor, dame algo para dormir.
—Me parece que la última enfermera le permitía abusar de las pastillas para
dormir.
—Quizá comprendía mejor que tú lo que se siente al estar atrapado.
— ¿Atrapado?
—En la oscuridad..., y en el silencio. A veces escucho la radio, pero al cabo de un
rato también me siento atrapado.
—Le daré algo para esta noche —dijo Elinor—. Y ya hablaremos mañana.
Le dio una pastilla e intentó acomodarlo un poco más. El la retiró.
—Buenas noches —dijo él.
—Buenas noches, señor Tenby.
Era muy pronto para meterse en la cama, así que bajó a la cocina para charlar con
Hilda. Cuando volvió al piso de arriba, se detuvo frente a la puerta de la habitación
de Jason y se quedó impresionada por los ruidos que provenían del interior. Gemía
como un alma atormentada. Dudó unos instantes y entró sin hacer ruido.
El le había pedido que dejara las cortinas abiertas y la luna iluminaba la cama.
Pudo ver que Jason estaba quieto un momento, pero que enseguida volvía a agitarse.
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Elinor se acercó a la cama. No sabía si debía despertarlo para que dejara de estar
atormentado.
Pensó que esa era la razón por la que él no quería que se quedara en la habitación
de enfrente. No quería que escuchara sus pesadillas.
— ¿Por qué... por qué? —susurró Jason.
—Señor Tenby —ella se acercó para comprobar si estaba despierto.
De repente, él se volvió con brusquedad y le dio un golpe en un lado de la cara.
Continuó revolviéndose y parecía que no se daba cuenta de lo que hacía. Aún
estaba dormido.
Ella le sujetó el brazo con suavidad.
—No pasa nada—dijo ella—. Todo está bien. Estoy aquí.
— ¿Dónde? —preguntó él.
—Aquí a su lado. Tóqueme —ella le tomó la otra mano y la colocó sobre su brazo.
El murmuró algo. — ¿Qué ocurre? —susurró ella y colocó la cara junto a la suya
para intentar entrar en su pesadilla sin despertarlo.
—No eres real —gruñó él.
—Sí, soy de verdad, y estoy aquí para ayudarlo.
—Nunca fuiste real..., todo fue un sueño...
—Esta vez no —dijo ella sin saber de quién hablaba.
—Intenté hacerlo bien, pero no te encontré...
—Tiene mucho tiempo —le aseguró.
—Es demasiado tarde... te esfumaste...
—Pronto podrá contármelo —le dijo Elinor.
Estaba quieto, pero estaba sudando y respiraba muy rápido. Ella le secó el sudor
con un pañuelo y él se calmó un poco, pero seguía agarrado a e1 como si su vida
dependiera de eso.
—No te vayas —murmuró.
—No, no me iré, mientras me necesite.
El recorrió los brazos de Elinor con las manos, llegó al cuello y después a la
cabeza. Agarró el pelo que tenía entre sus dedos y comenzó a acariciar los mechones.
Elinor respiró hondo. Cuidar de él era una cosa, pero en el trato no entraban esas
intimidades con su enemigo. Despacio, temblorosa, le agarró la mano e intentó
soltarse. Pero él agarraba con tanta fuerza que ella no se atrevió a hacer un
movimiento brusco.
Jason le soltó el cabello, pero continuó acariciándole la cara. Cuando llegó a los
labios, ella se puso muy tensa. El paró y ella se quedó pasmada por las sensaciones
que recorrían su cuerpo.
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Eran sensaciones cálidas, deliciosas y prohibidas. Su corazón latía con fuerza y
apenas podía respirar.
De repente, el miedo se apoderó de ella. No sabía por qué tenía miedo de aquel
hombre indefenso. Tenía que ver con algo que no podía recordar, que no quería
recordar. Debía salir de allí, en ese mismo instante, pero la cara de dolor de Jason la
retenía.
— ¿Por qué te fuiste? —susurró él.
—Tuve que hacerlo. Sabes por qué -dijo sin saber lo que decía.
¿Por qué había dicho eso? Las palabras le habían salido sin pensarlas.
—Sí, yo sé por qué. Pero si yo hubiese podido... lo intenté... pero era demasiado
tarde. ¿Te das cuenta, era demasiado tarde?
La abrazó más fuerte y la atrajo hacia sí. Antes de que ella pudiera detenerlo, la
besó. Ella se quedó paralizada, pero por dentro se revolvía de terror.
Y de rabia. Jason Tenby conseguía lo que quería incluso dormido y enfermo.
Llevaba dentro el instinto de mando y de posesión.
—Suélteme —insistió ella intentando liberarse.
—No... —susurró él—. No debes marcharte. Quizá te desvanezcas en la oscuridad
y no podría soportarlo. Quédate conmigo, no me condenes a la desesperación.
Ella no supo que contestar. Lo que él decía no tenía sentido. Lo peor de todo era
que sus palabras encontraron un hueco en el corazón de Elinor. En aquellos
momentos, él no daba órdenes, sino que suplicaba. Y ella no era capaz de mantener
la rabia ante sus súplicas angustiosas.
La besó de nuevo y, de repente, ella no encontró las fuerzas para resistirse. Tenía
sentimientos y pensamientos contradictorios. Debía detenerse, él podía despertarse,
debía marcharse, pero sus labios eran tan cálidos y la besaba de manera tan
seductora...
Ella comenzó a besarlo. Era una locura, pero no podía evitarlo. El mundo podía
acabarse y ella estaba allí, indefensa, atrapada por la magia que se burlaba de los
comportamientos apropiados y de la hostilidad. En aquella dimensión no existían los
amigos ni los enemigos, solo los amantes.
Y, de pronto, todo terminó. El dejó caer las manos sobre la cama como si se le
hubiera acabado la fuerza y ella quedó libre.
El fin de la magia fue casi tan sorprendente como el principio. Elinor sintió que su
corazón latía con fuerza y tenía escalofríos. Pero para él, todo había terminado.
Se retiró despacio para no despertarlo. Jason respiraba despacio y ella supo que por
fin dormía tranquilo.
Elinor se marchó a su dormitorio. Se quedó de pie y a oscuras, temblando y
horrorizada por lo que había pasado. No había sucedido nada. Su paciente estaba
alterado y ella lo había tranquilizado. Eso era todo. Al menos, eso era lo que debía
pensar.
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El sonido del viento la despertó. La lluvia caía sobre las ventanas y parecía que
hacía un día deprimente.
Se preguntó qué ocurriría cuando entrase en la habitación de Jason. ¿La noche
anterior, estaría profundamente dormido?
¿Se acordaría de algo?
Lo encontró tumbado y le pareció que estaba tenso.
—Buenos días —dijo ella—. ¿Ha dormido bien, señor Tenby?
Con esa pregunta quiso transmitirle que la noche anterior no había escuchado
nada. El se relajó un poco.
—Estupendamente, gracias.
—No hace muy buen día —dijo ella para dar conversación—. Supongo que habrá
oído la lluvia.
Hablaba por hablar. Decía todo menos lo que en realidad pensaba.
¿Con quién hablaba en sueños? No sería con Cindy Smith, ¿verdad?
Escuchó pasos por el pasillo y al darse la vuelta vio que Bob entraba en la
habitación.
— ¡No! -dijo ella al ver que estaba empapado. Antes de que pudiera detenerlo, el
perro ya había saltado a la cama.
Jason se quejó cuando Bob se tumbó encima de él. Lo abrazó y dejó que lo
lamiera. Fue la primera vez que Elinor lo vio reír con sinceridad.
—Buen chico, buen chico -dijo él.
Lo abrazó otra vez y el perro se revolvió de placer. Elinor los miró fascinada. La
cara de Jason resplandecía con amor y ternura. Parecía un hombre diferente.
—Eh, te vas a meter en un lío —le dijo al perro al sentir que estaba mojado—.
Imagino que habrá puesto perdida la cama, ¿no?
—Más o menos. No importa. No es el fin del mundo.
—Ha debido dejarse la puerta abierta. Normalmente no lo dejo entrar.
— ¿Por qué no? Parece que lo adora.
—No es su lugar. No tiene por qué aguantar mi mal humor.
—Quizá, si le hiciera más compañía, estaría de mejor humor. Y claro que es lugar
para él. Intenta decirle que no está solo para que juegue con él, sino también para
consolarlo. Ese es su trabajo y usted le está negando la oportunidad de realizarlo.
—Le dará más trabajo a usted.
—No importa, las sábanas y los pijamas se pueden lavar. Ahora le traigo una
chaqueta limpia.
— ¿Y no le importa?
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—Señor Tenby, yo tengo una función, y agradezco toda la ayuda que me pueda
prestar Bob.
—Eso no es lo que me dijo la última enfermera.
—Considere a Bob como parte del equipo de enfermeras. Pero tú, perrito -dijo
acariciándole la cabeza—, estás bajo mis órdenes. La próxima vez, me dejas que te
seque primero.
— ¿Has oído? —preguntó Jason al perro—. Tienes que hacer lo que te digan.
Supongo que los dos tenemos que hacerlo.
Elinor mandó salir al perro para que fuera a comer.
—Y a usted, le traeré el desayuno cuando esté afeitado y presentable —le dijo a
Jason.
Elinor retiró la sábana de arriba y ayudó a Jason a quitarse la chaqueta del pijama.
Tenía una gran cicatriz en el pecho como consecuencia de la operación que le
realizaron para evitar que las costillas le atravesaran los pulmones.
Elinor observó que estaba mucho más delgado y comprendió por qué Hilda se
empeñaba en fortalecerlo.
Se dio cuenta de lo solo que estaba en aquella casa, con solo empleados para
cuidar de él. ¿Dónde estaba su hermano? ¿Y su novia? ¿Dónde estaba alguien que lo
quisiera?
Por supuesto, él había conseguido que se alejaran, igual que lo consiguió con ella.
— ¿Dónde tiene la ropa limpia? —le preguntó.
—En la cómoda, a la izquierda de la ventana.
Elinor encontró una chaqueta y se la dio. El masculló la palabra gracias y se
movió como para evitar que ella le ofreciera ayuda para ponérsela. Ella dejó que se la
pusiera solo y se marchó a buscar una sábana.
Cuando Elinor terminó de hacer la cama, él dijo:
—No hace falta que me llames señor Tenby, solo Jason.
—Muy bien, Jason.
—Y quiero saber cómo te llamas.
—Elinor —dijo ella—. Iré por el desayuno.
—Va a venir el capataz de la finca —dijo él.
—Entonces será mejor que se lo coma todo para estar en plena forma.
Una hora más tarde, cuando llegó el capataz, Elinor se marchó a dar un paseo. Ya
no llovía y había salido el sol. Las hojas de los árboles estaban mojadas y la luz les
daba un toque de magia.
Pero Elinor no se fijó en nada. Solo pensaba en la mujer que había aceptado, contra
su voluntad, asistir al hombre que odiaba y que en la primera noche traicionó a sus
principios de enfermera.
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Lo odiaba, pero había dejado que le diera un abrazo para besarla y además le
había gustado. Ella podía, debía haberse resistido. Pero no lo hizo, por el bien del
paciente, por supuesto. Corría el riesgo de que se despertara y se encontrara en una
situación embarazosa. Al paciente había que protegerlo a toda costa.
De momento, con eso se conformaba. Pero tarde o temprano, tendría que
enfrentarse a la verdadera razón. Y eso significaba abrir una puerta que había
mantenido cerrada durante seis años.
Caminó durante un par de horas, hasta que vio pasar el coche del capataz.
Regresó y cuando estaba cerca de la casa sintió un pequeño temblor en la tierra. Se
volvió y vio a un caballo montado por una mujer joven que se dirigía hacia ella.
La mujer se bajó del caballo cerca de Elinor y pasó delante de ella sin mirarla.
Elinor se preguntó indignada quién sería esa mujer a la que le importaba tan poco
el resto del mundo.
Encontró a Jason cansado. Le tomó la temperatura y vio que tenía fiebre. Pero no
le dijo nada para no ponerlo nervioso.
— ¿Quién ha venido? —preguntó él. Había oído que alguien caminaba por la
gravilla del jardín.
Elinor miró por la ventana.
—Una mujer joven a caballo. Pasó por delante de mí por el camino.
—Virginia -dijo él.
Elinor acababa de hacer la cama cuando la puerta de la habitación se abrió. La
señorita Virginia Cavenham tenía treinta años, era guapa y altiva. Caminaba con la
seguridad de una persona que ha nacido en una familia rica y privilegiada. Los
pantalones de montar resaltaban sus bonitas piernas, la chaqueta era de alta costura
y en el cuello llevaba un pañuelo blanco de seda pura. Llevaba demasiado maquillaje
para estar en el campo y el aroma de su perfume invadió la habitación.
—Cariño —exclamó y se acercó a Jason para abrazarlo.
—Bueno, al fin has venido —dijo él con buen humor.
—Cariño, ya sé que he tardado unos días más, pero es que en Londres hay tanta
gente me ha llevado más tiempo de lo que pensaba. Y todo el mundo me ha
preguntado por ti.
—Muy amables.
—Todos están muy afectados por lo que te ha pasado, pero se alegraron cuando
les dije que te estás recuperando.
—Me alegro de que les hayas dicho eso —la voz de Jason tenía algo de tensión,
pero Elinor estaba segura de que Virginia lo ignoraría.
La impresión que le dio la mujer joven fue muy desfavorable. Parecía que Virginia no
se percataba de lo que le pasaba a aquel hombre.
— ¿Recibiste mi postal?
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—Sí, Hilda me la leyó -dijo Jason.
—Me costó muchísimo encontrar la adecuada -de repente reparó en que Elinor
estaba en la habitación y soltó una carcajada—. Oh, no, otra vez no, Jason, ¿has
vuelto a echar a otra enfermera con tus gritos nocturnos?
El sonrió un poco.
—Me temo que sí. Esta es la suplente, la enfermera Smith.
Virginia se puso en pie y se acercó a Elinor para saludarla.
—Smith —repitió--, que nombre tan dulce para una enfermera.
—Depende -dijo Elinor sin darse por aludida.
—Creo que eres una santa por cuidar del pobre Jason.
Ninguna de las enfermeras lo soportaba. Espero que te esté pagando montones de
dinero.
—Cobro mi sueldo habitual -dijo Elinor con frialdad.
—Bueno, pronto pedirás dinero por peligrosidad. Lo comprenderé.
Intentaba ser encantadora. Pero Elinor no se dejó llevar por su encanto.
—Es muy amable -dijo Elinor con educación.
Virginia la miró con curiosidad, como si se hubiese ofendido por que Elinor no
mostraba suficiente entusiasmo.
— ¿No te he visto antes en algún sitio? —preguntó.
—Casi me atropellas -dijo Elinor—. Hace ya más de una hora.
Virginia debía de haber llegado a la casa mucho antes que ella ya que iba a
caballo. Que no lo hubiera hecho significaba que, antes de ir a ver a su prometido, se
había ido a dar un paseo de placer.
—Sí, me encanta este sitio y he dado una vuelta antes de venir. Me apetece un
café. Hilda sabe cómo me gusta. Y trae uno para Jason.
—Para mí no -dijo Jason.
—Cariño, deberías tomártelo —miró a Elinor—. Date prisa, por favor.
Elinor regresó al cabo de un rato y dejó una bandeja sobre la cama.
—No le has traído uno a Jason —se quejó Virginia.
—El señor Tenby dijo que no quería —le recordó Elinor.
—Pero yo te dije que le trajeras uno -dijo Virginia.
—Señorita Cavenham -dijo Elinor—, el señor Tenby es mi paciente y mi jefe.
Acato sus órdenes.
Se marchó de la habitación sin decir nada más. Estaba muy enfadada.
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Capítulo 4
EN EL PISO de abajo había un pequeño invernadero que Elinor utilizaba para
trabajar. Era más espacioso y más luminoso que su dormitorio.
Elinor anotó la temperatura de Jason y la hora. Al cabo de un rato vio que llevaban el
caballo de Virginia a la puerta delantera. De repente, Virginia entró en el
invernadero. Había recuperado su buen humor.
—Jason dice que estás haciendo un trabajo estupendo, así que espero que pronto
pueda levantarse.
—No sé cómo de pronto —dijo Elinor—. Las heridas son bastante graves.
—Pero podrá ver otra vez, ¿verdad?
—Confío en que sí.
—Es un hombre muy importante. Habría muchas cosas que se perderían si Jason
no fuese capaz de atenderlas.
El tono era un poco acusatorio, como si fuera culpa de Elinor el que Jason no se
recuperara del todo.
—Puede estar segura de que cumplo con todas mis responsabilidades —le
aseguró Elinor.
—Bueno, pronto tendrás a Andrew para que te ayude.
— ¿Andrew?
—El médico de Jason. No debería dedicarse a la medicina general. Es un médico
muy bueno. Le han ofrecido trabajo en muchos hospitales, pero tiene demasiados
ideales. Quería trabajar en las zonas rurales, donde pudiera ser útil. Ahora está de
vacaciones, pero regresará en un par de semanas.
Virginia se marchó y al cabo de un momento Elinor la vio montar en el caballo y
alejarse galopando. Elinor se clavó las uñas en la palma de la mano. Había algo de la
señorita Virginia Cavenham que no le gustaba.
—Muchas gracias por no traerme el café —le dijo Jason en cuanto Elinor entró en
la habitación—. Virginia no comprende nada.
Elinor se resistió a la tentación de decirle: «es su prometida, debería entender».
—Me gustaría que la próxima vez que venga yo estuviese fuera de la cama -dijo
Jason.
—Eso depende de cuándo venga otra vez. Si viene mañana...
—No, dentro de una o dos semanas.
—Puede que para entonces ya vayas en silla de ruedas—vio que él agarraba la
sábana—. Lo siento, Jason, pero todavía te queda tiempo para poder andar.
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—Lo sé. Es más, he llegado a un punto en el que hasta una silla de ruedas me
parece bien. Tendrás que encargar una. Hasta ahora me he negado a que la trajeran.
Ella se sorprendió de lo que añadió después.
—No soy tan malo como parezco, Elinor. Es solo que no estoy acostumbrado a
estar incapacitado. Pero imagino que eso le ocurre a todo el mundo.
—Sé que es muy duro.
—Quizá esperaba que me maldijeras.
Ella suspiró. Lo había maldecido muchas veces. Pero no por estar así.
—Claro que no —dijo ella—. Puedo aguantar más de lo que crees.
—Casi me tienta comprobarlo. Puede que sea un reto interesante -dijo con una
media sonrisa.
—Hazlo, si eso te entretiene.
Podía haberse callado. Jason se puso serio otra vez y dijo: —Ya no hay nada que
me entretenga. ¿Queda correo por abrir?
—Solo una carta. Tiene un matasellos de Londres.
—Será de Carole, mi cuñada.
— ¿Tu...?
—Está casada con mi hermano pequeño, Simon. Es una mujer muy agradable.
Durante un instante, para Elinor se detuvo el mundo. El sobre que tenía delante
era de mentira. Las palabras de Jason resonaban en su cabeza. «Está casada con mi
hermano pequeño, Simon».
Simon estaba casado. Simon estaba casado.
«Te llevaré a casa para que conozcas a Jason, y nos casaremos lo antes posible».
Se había casado con otra mujer. Era culpa de Jason Tenby. Una vez más, la
amargura se apoderó de ella. Se volvió y se acercó a la ventana.
— ¿Estás ahí? —preguntó Jason.
—Sí, sí... estoy aquí.
—Léeme la carta de Carole.
Elinor se obligó a regresar a la cama y a actuar como si nada hubiera pasado.
—Mi querido Jason —leyó--, espero que cuando recibas esto te encuentres mejor
que cuando yo estuve en Tenby Manor...
—Vinieron cuando tuve el accidente —interrumpió Jason—, y Carole se quedó un
tiempo. Continúa.
—Simon y yo acabamos de regresar de nuestro viaje por América. Ha sido más
duro de lo que esperábamos, pero hemos traído algunas cosas que pueden
interesarte...
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—Sabía que ese viaje era una pérdida de tiempo. No estamos preparados para
vender a los Estados Unidos. Eso llegará después. Pero mi hermanito quería hacer el
viaje.
— ¿Cuántos años tiene tu hermanito? —preguntó Elinor intentando que su voz
sonara neutral.
—Veintitantos.
—No es tan pequeño. Hablas como si fuera un niño.
—Para mí es como un niño.
— ¡Un niño feliz! Hasta que el último día se enfrentó a ella porque Jason le hizo
creer que Cindy lo había traicionado.
—He de admitir que Nueva York me ha gustado mucho —Elinor continuó
leyendo—. Ha sido como nuestra segunda luna de miel. Simon y yo somos muy
felices. No puedo tener un marido más encantador... —dejó de leer porque Jason
carraspeó. Pero le sirvió de excusa, leer aquello era más duro de lo que pensaba.
— ¿Qué ocurre? —dijo ella al oír su carraspeo—. Parece que no la crees.
—Sé que está loca por Simon y que insiste en creerse lo mejor acerca de él.
—Quizá es que una mujer debe creerse que su marido es bueno.
Jason suspiró.
—Bueno, quizá les vaya bien. Ella es una mujer agradable y Simon habla muy
bien de ella. Según él, ella es el amor de su vida y hasta que la conoció no había
conocido al amor verdadero y todas esas cosas.
«Mi querida Cindy, tú eres la primera chica a quien amo. Nunca me había sentido
así. Sé que nunca amaré a nadie más».
—Todas esas cosas... —Jason hablaba solo—. Yo hice todo lo posible para hablar
con él. Quizá me equivocaba.
— ¿No querías que se casara con ella? —preguntó Elinor.
—No, no quería.
— ¿No era la mujer adecuada?
—Creía que no lo era por varias razones...
—Pero él no te dejó entrometerte —a pesar de la tristeza que sentía, Elinor
hubiese felicitado a Simon en aquel momento.
—Ella es un poco mayor que él, y... ¿Por qué estoy hablando de esto contigo?
Léeme el resto de la carta.
Carole alabó a Simon en los dos párrafos siguientes y después se despidió
deseándole a Jason que se recuperara pronto.
Cuando terminó, Elinor se quedó en silencio. Estaba destrozada, pero al final se
recuperó.
—Iré a ver si Hilda ya ha preparado la comida.
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— ¿Estás bien? —preguntó él—. Me da la sensación de que te pasa algo. No te
importa leerme el correo, ¿verdad?
—No —contestó ella.
Pero tuvo que detenerse nada más salir para respirar hondo. Simon había
desaparecido de su vida muchos años atrás, y no tenía por qué afectarla. Además, ya
no le importaba. En realidad, no le importaba nada.
Cuando consiguió convencerse de eso, bajó las escaleras.
A Elinor le llevó poco tiempo descubrir que Jason empeoraba las cosas al no
querer adaptarse a las circunstancias. La tensión acumulada dificultaba su
recuperación.
Debía recibir tres visitas semanales del fisioterapeuta, pero Jason o bien anulaba
las citas o bien las interrumpía para contestar el teléfono. Elinor habló con Brian, el
terapeuta, y gracias a su diplomacia consiguió que aceptara intentarlo de nuevo. Después intentó convencer a Jason. El no se negó pero puso todas las dificultades
posibles hasta que ella se cansó de ser diplomática y le preguntó:
— ¿Quieres volver a andar, o no?
—Como si sirviera de algo que me toqueteen —gruñó.
—Señor Tenby, yo no me meto en sus asuntos. Por favor, no se meta en los míos.
Los masajes ayudan a que sus músculos se mantengan en forma. Brian vendrá
mañana a las dos.
—El gerente de la fábrica va a llamar...
—Tendrá que esperar a que Brian se haya marchado.
Jason resopló con fuerza.
—Eres una mujer muy cabezota.
— ¡Sí, lo soy! Y me alegro de que te des cuenta.
Brian resultó ser un hombre nervioso que molestaba a Elinor tanto como Jason.
Hablaba sin parar y podía volver loco a cualquiera. Pero era muy bueno en su
trabajo. Elinor lo observaba de cerca, ella sabía algo de fisioterapia y se le estaba
ocurriendo una idea.
—A mí tampoco me gustaría tenerlo cerca —le confesó a Jason cuando Brian ya se
había marchado—. Pero sabe lo que hace.
Le contó su plan. Brian iría una vez cada quince días y ella le haría el resto de las
sesiones. Jason aceptó con desgana, pero después de la primera sesión admitió que se
encontraba mejor.
Elinor había ganado la primera batalla.
Gracias al talento de Elinor, Jason fue recuperándose, pero insistía en mantenerse
al mando de sus negocios y eso le quitaba toda la fuerza que ella le daba.
—No puedes seguir así —dijo ella.
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—Eso lo tendré que decidir yo.
—No estás bien para trabajar.
—Enfermera Smith, tengo una fábrica y una finca de veinte mil acres que dirigir
Entre las dos, contrato a mil quinientas personas a quienes tengo que pagar. Ellos
cuentan conmigo para que sigan teniendo trabajo. Y eso no puedo dárselo si estoy
enfermo.
— ¿Pero no hay gerentes?
— ¿Gerentes! No sirven para nada. Este sitio funciona porque yo estoy pendiente
de todo —ese era el Jason de siempre, arrogante, dominante y sentencioso—. Ahora
deje de opinar acerca de lo que no sabe.
Eso fue el detonante. Elinor hizo algo que nunca había hecho. Perdió la paciencia
con un paciente.
—Te diré una cosa que sí sé —dijo furiosa—. Sí tus ayudantes son unos inútiles,
pregúntate por qué. ¿Quién los ha enseñado?
— ¿Qué?
—Estás muy orgulloso de estar pendiente de todo, pero si un día no puedes
hacerlo, dejarás a todo el mundo en la estacada.
—Eso no va a ocurrir
—Eso es lo que tú crees. Pero si sigues así, vas a sufrir un colapso. Y todo el
mundo que depende de ti irá detrás. Eso es muy egoísta. No tienes que echarme,
porque me voy.
Salió sin esperar su respuesta y cerró la puerta.
Estaba horrorizada por su comportamiento. No le había echado a Jason una
charla constructiva, sino que se había dejado llevar por la rabia personal.
Se moría de vergüenza.
Salió de la casa y no se detuvo hasta que llegó al lago. Lanzó una piedra y se
quedó mirando cómo se hundía, deseaba que todos sus problemas pudieran
desaparecer con tanta facilidad.
¿Qué le había hecho regresar allí? Era una locura, pero confiaba en que si se
comportaba como una profesional lo podría soportar. Pero ya sabía que ese hombre,
incluso seis años después, conseguía que actuara de manera bochornosa.
Había salido sin abrigo y, al levantarse la brisa, tembló de frío.
—Será mejor que regrese para hacer las maletas —murmuró—. Tengo que
marcharme de aquí ahora mismo.
Se encontró con Hilda en la escalera.
— ¿Qué ha pasado?
—Que le he dicho un montón de verdades.
—Oh, cariño.
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—Elinor respiró hondo y abrió la puerta de la habitación de Jason. El volvió la
cabeza al oír el ruido.
—No debiste haberte marchado tan rápido —parecía cansado pero tranquilo—.
La primera norma para cuando se dicen las cosas claras es quedarse para ver cómo se
derrumba el enemigo.
La palabra enemigo sorprendió a Elinor. Era como si Jason tuviese doble visión.
—Siento lo que dije. No tenía derecho.
—Segunda norma: no lo estropees con disculpas.
—Eso está muy bien, pero yo soy una enfermera y lo que he hecho no es de
profesionales.
—Y ser una profesional es lo más importante para ti, ¿no es así?
—Le doy mucha importancia.
—Mucho más que otras cosas, me pregunto por qué.
—Señor Tenby, ya me he disculpado y estoy dispuesta a marcharme
inmediatamente...
—Quieres decir que estás deseando escapar. Pensé que era más valiente que las
otras.
— ¿No quieres que me vaya?
—Ven aquí —tendió su mano como para que ella la agarrara. Elinor estuvo a
punto de tomarla, pero se contuvo.
—Todo lo que dijiste es cierto -dijo él—. Me di cuenta en cuanto lo escuché. Te lo
hubiera dicho si me hubieras dado la oportunidad. Odio delegar en otros. Pero ya sé
que tengo que dejar que la gente haga más cosas, por lo menos.., hasta que pueda
ponerme al mando de nuevo.
Estaba suplicando. Necesitaba creer que algún día se recuperaría, porque sin esa
esperanza no sobreviviría. Le estaba suplicando que no le dejara perder la esperanza.
—Por lo menos hasta entonces —dijo ella. — ¿No te irás? —preguntó él.
—No, no me iré.
—Quiero tu palabra de honor, por favor.
—Te doy mi palabra.
Al escuchar aquello, él relajó los hombros.
— ¿Qué te ha hecho saltar así sobre mí?
—No me gustaría ver que mi trabajo ha sido una pérdida de tiempo.
— ¿Estás segura de que solo es eso?
Esta vez fue ella quien se puso tensa. Incluso con vendas en los ojos, Jason veía
demasiado.
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—Solo es eso —dijo ella—. Y quiero que me prometas una cosa. Me quedo con la
condición de que a partir de ahora seas un paciente modelo.
—No sé cómo hacerlo.
—No te preocupes, yo te enseñaré. El sonrió.
—De acuerdo. Lo intentaré.
El le ofreció la mano y ella la aceptó. Y por segunda vez en ese día regresó al
pasado.
Aquel día de verano Simon la llevó allí y le presentó a su hermano, se saludaron
dándose la mano y ella se sintió atrapada por la gran mano de Jason. El no la agarró
muy fuerte, pero ella pudo sentir la fuerza que irradiaba.
Ella adoraba a Simon, pero enseguida supo que su hermano mayor le hacía
sombra.
Mientras sostenía otra vez la mano de Jason, sintió que él estaba muy débil y de
pronto una extraña sensación se apoderó de ella.
Estaba tan solo, luchando contra su sufrimiento. No pedía compasión, pero sí
amistad. Lo que le había dicho sobre su profesionalidad era un reproche. Era una
enfermera excelente, pero él necesitaba algo más, y ella no se lo quería dar.
Sintió un escalofrío. El le agarró más fuerte la mano y le preguntó:
— ¿Qué ocurre?
—Nada —contestó ella intentando disimular—. He estado mucho tiempo fuera y
creo que me ha entrado frío.
—Entonces ve a ponerte algo de abrigo. No puedo permitirme que te pongas
enferma. Me llevas de cabeza, pero he de admitir que eres la única que sabe lo que
hace.
Los días siguientes, Elinor observó que la relación entre ellos había cambiado.
Quizá desde el día que ella perdió el control y él se lo tomó bien, pero también
porque desde que llegó allí cada vez se respetaban un poquito más.
Ella no podía olvidar el momento en que él le agarró la mano para pedirle, en
silencio, su amistad. No podía decirse que fueran amigos, pero si camaradas
luchando contra un enemigo común.
El siguió siendo un paciente difícil, y ella una enfermera cabezota. Ambos sabían
que podían decirse las cosas claras sin que hubiera resentimientos por parte de
ninguno. El la llamaba «la mujer dragón», pero siempre con una sonrisa que hacía
que aquellas palabras no fueran ofensivas.
Jason estaba más sonriente y hablaba de forma animada. Pero no la engañaba.
Elinor sabía que Jason seguía teniendo fantasmas atrapados en el interior, y que poco
a poco se enfrentaba a ellos. Seguía teniendo miedo al futuro, pero lo había relegado
a otro plano.
Ella no sabía qué había sucedido con su hostilidad.
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No había desaparecido, pero parecía que la había dejado aletargada para más
adelante.
—Te traigo el correo —le dijo Elinor una mañana, diez días después de que
Virginia regresase a Londres—. Hay un sobre azul con matasellos de Londres.
—Virginia. Será mejor que me la leas.
— ¿Estás seguro de que quieres que lo haga?
—No, ¿pero se te ocurre alguien más?
—Hilda, alguien que conozcas bien.
—Creo que una voz impersonal sonará mejor, ¿no crees?
Tenía razón. Era solo que no quería leer las palabras de amor que Virginia le
escribía. Pero no tenía otra opción.
—Cariño, ¿cómo te las arreglas sin mí? —leyó—. ¿Esa dragona que tienes como
enfermera te cuida bien? En serio, cariño, no sé de dónde las saca la agencia...
—Lo siento —interrumpió Jason—. No tienes que leer más.
—Está bien. No te preocupes —dijo Elinor—. Como dijiste, es impersonal. ¿Por
dónde iba? Ah, sí.
—No sé de dónde las saca la agencia. Espero que sus conocimientos de enfermera
sean mejores que sus habilidades sociales.
—Eso lo dice porque no me trajiste la taza de café
—dijo Jason.
—Me dijiste que no querías —le recordó ella.
—Y Virginia te había dicho que sí. No le gusta que no la obedezcan.
—Pero tu eres mi jefe, ella no.
—Lo sé. Solo intento explicarte su punto de vista para que entiendas que no
quiere decir nada con esas palabras.
Elinor podía haberle dicho que si Virginia lo amaba de verdad, debía intentar
comprenderlo. Pero no dijo nada.
La carta relataba la intensa vida social de Virginia durante su estancia en Londres.
Era una carta extraña para escribírsela a un hombre enfermo.
—No te imaginas lo mucho que te echo de menos
—continuó leyendo—. Me da tanta pena pensar que estás ahí tumbado sin poder
moverte. Pero pronto terminará todo y podremos estar juntos otra vez...
— ¿Qué pasa? —preguntó Jason al oír que Elinor se había callado.
—Es solo que... que no entiendo por qué no podéis estar juntos.
— ¿Perdona?
—Si te echa tanto de menos, ¿por qué no está aquí?
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— ¿Es asunto tuyo?
—Lo siento. No, no lo es.
—Dame la carta —ordenó.
Ella la dejó sobre su mano en silencio.
— ¡Estoy seguro de que tiene cosas que hacer, enfermera!
Elinor salió de la habitación. Jason se quedó atento hasta que escuchó el ruido de
la puerta. Estaba furioso.
A los treinta y cinco años, Jason Tenby podía alardear de que nunca se había
enamorado. Era un hombre de pelo en pecho y las mujeres habían tenido una
función en su vida. En la adolescencia tuvo algunos líos con las chicas de la zona que
lo seducían con sus encantos. Después tuvo una relación con una viuda que no lo
exigía demasiado. El la ayudaba a mantener a sus dos hijos y ella estaba allí siempre
que él la necesitaba. Después de unos años, ella se casó otra vez y se separaron sin
pena ni dolor.
Simon era lo contrario a él.
No le importaba el dinero y se encaprichaba fácilmente de las mujeres. En
concreto, uno de sus líos amorosos era la causa de las pesadillas de Jason. No le
gustaba cómo provocó la ruptura del compromiso de su hermano, pero tampoco
creía que se hubiera equivocado.
Si hubiera tenido que convencerse de que la vida amorosa era más complicada de
lo que merece la pena, solo habría tenido que fijarse en la vida de su hermano.
Sabía que tarde o temprano tendría que casarse para concebir al heredero que
evitaría que las tierras cayeran en manos de su hermano Simon.
Virginia era la elección perfecta. La hija de unos amigos de sus padres, ella
comprendía su forma de vida y compartía los mismos valores aunque no los mismos
intereses. A ella le gustaba la vida social londinense y él la aborrecía. Pero no
importaba. Ella haría un buen papel como la señora de Tenby Manor y como la
madre de sus hijos, y eso era lo que él quería.
Con ella sucedía lo mismo. El hombre con el que deseaba casarse se había
arrepentido. Ella tenía treinta años y estaba encantada de aceptar la propuesta de un
viejo amigo. Se comprendían mutuamente.
Las palabras de Elinor lo habían molestado porque sugerían que ella lo veía como
un hombre traicionado. Él nunca se había considerado así, y la idea de que alguien
sintiera lástima por él lo aterraba.
Parecía que Elinor tenía la idea romántica de que una prometida debe ser el
compañero del alma. El no consideraba a Virginia como su compañera del alma, y
tampoco estaba muy seguro de saber qué era eso.
Posiblemente alguien que comprende tan bien a su pareja que ni siquiera tiene
que hacer preguntas, que la acepta tal y como es, y que solo con su presencia le da
fuerzas para enfrentarse a la oscuridad.
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A medida que se le pasaba el enfado, se percató de que la persona en quien
pensaba era Elinor Smith. Sonrió. Deseaba poder decírselo. Estaba seguro de que ella
apreciaría la broma.
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Capítulo 5
ELINOR consiguió persuadir a Jason para que probara a dejar las pastillas para
dormir. Comenzó a darle masajes en el cuello y en los hombros a última hora de la
noche y parecía que eso lo ayudaba a dormir. Incluso él lo admitía.
—Y es mejor que las pastillas porque al día siguiente no me deja atontado —dijo
una noche mientras se quitaba la chaqueta del pijama para recibir el masaje—. Tenías
razón.
— ¡Lo has admitido! —dijo ella—. Sé que preferirías tragarte alfileres antes de
admitir que tengo razón.
—Cierto.
Comenzó a darle el masaje en los músculos de la espalda, que al final de la noche
siempre los tenía muy tensos. Gracias al firme movimiento de sus dedos, se fueron
relajando.
Aquella noche, Jason estaba de muy buen humor porque había conseguido
mantener a uno de los clientes de la fábrica.
—Los buitres se ciernen sobre mí porque creen que estoy débil -dijo bostezando—
. Uno de ellos ha intentado quitarme a uno de mis mejores clientes. Y casi lo
consigue.
— ¿Cómo lo has evitado?
—He llamado al cliente para ofrecerle algo mejor y he hablado dulcemente con él
hasta que lo he convencido.
— ¿Dulcemente? ¿Tú?
— ¿Te sorprende, eh?
—Bueno, suponía que el enfrentamiento era más tu estilo de trabajo.
— ¿Crees que me conoces?
—Conozco cuántas cosas tienes bajo tu control.
—No me gusta esa expresión. Sugiere tiranía y yo no soy así. No podría
encargarme de todo si me comportara como un toro encerrado.
—Ah, eso te describe perfectamente.
— ¿Por qué tienes tantos prejuicios sobre mí?
—No los tengo.
—Sí los tienes.
—Eres un hombre poderoso. Cuando todo el poder lo tiene una sola persona,
normalmente siempre hay alguien que sale mal parado.
— ¿Y quién dice que todo el poder lo tenga una sola persona? Ya estás otra vez.
¿Cuándo me he convertido en un monstruo?
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«Cuando me abrazaste contra mi voluntad y destrozaste mi corazón», pensó
Elinor.
—Exageras —dijo ella—, O quizás soy yo. Provengo del otro lado... donde la
gente no tiene poder.
—Y el jefe de tu padre siempre era el enemigo, está claro.
—Mi padre rara vez tenía trabajo, pero mi madre sí trabajaba.
— ¿Y tenía un tirano como jefe?
De repente, ella recordó su primer encuentro con Jason Tenby, hacía mucho
tiempo, cuando era una niña su madre la llevó a la fábrica y él la descubrió.
El le dijo:
—No debías estar aquí.
Brenda apareció enseguida.
—Nos íbamos, señor.
— ¿Usted es la señora Smith, no? —incluso entonces Jason sabía el nombre y la
situación de cada empleado—. Siento lo de la muerte de su marido. Pero ahora será
mejor que se vayan.
Brenda agarró la mano de su hija y salió de allí murmurando:
—Dios mío, no dejes que me despidan.
No la despidieron. Y al día siguiente el encargado le ofreció un turno mejor y un
poco más de dinero.
— ¿Por qué has dejado de moverte? —preguntó Jason.
—Lo siento —Elinor continuó con el masaje.
— ¿Bueno, y cómo era el jefe de tu madre?
—Generoso —dijo Elinor—. Se portó muy bien con ella.
—Pero eso no te hizo cambiar de opinión, ¿no?
—Lo hizo de una manera tan distante que era difícil estarle agradecida.
— ¿Pero no es la acción lo que cuenta?
Ella recordó la cara de alivio que tenía su madre cuando le contó que le habían
subido el sueldo y cambiado el turno.
—Sí —dijo—, lo que cuenta es la buena acción. El quiso ser amable, y lo fue.
Elinor se preguntaba por qué nunca había tenido eso tan claro.
—Si eres el que está al mando, has de ser duro -dijo Jason.
— ¿Pero por qué es tan importante ser duro?
—Es lo único que sé. Y si hubieses conocido a mi padre, lo entenderías. El vivía
según la tradición familiar, había que dejar mejor herencia que la que se recibía.
— ¿Y supón que quisieras hacer algo diferente? —preguntó ella con curiosidad.
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—Imposible. Si se es un Tenby, hay que ser capaz de dirigir la fábrica y las tierras,
y de hacerlo todo mejor que los empleados.
— ¿Y tu hermano? —preguntó intentando parecer natural.
—Simon? Papá no era tan duro con él. Nos llevamos ocho años, y era un niño
mimado. Además, tiene mucho encanto. Ha conseguido cosas que yo nunca
conseguí.
— ¿Y eso te importaba?
— ¿Quieres decir que si estaba celoso?
—Sería normal que tú estuvieses resentido porque os trataran de distinta manera.
—Bueno, si es lo que quieres oír, sí, ¡claro que estaba celoso! Yo trabajaba y él
vagueaba. Se engaño pensando que todo lo que quería era suyo. Si se metía en un lío,
se las apañaba para salir de él.
—Hablas como si no te cayera bien.
Jason se dio la vuelta para estar frente a ella, y aunque no pudiera ver, Elinor tuvo
la sensación de que la estaba mirando.
— ¿Caerme bien? Es mi hermano. Es un Tenby.
— ¿Y eso significa que tiene que caerte bien?
—Significa que tenemos que estar unidos.
—Háblame de tu hermano. ¿Cómo era?
— ¿Por qué dices cómo era? —preguntó Jason—. No está muerto.
—Claro que no —dijo ella—. Solo quería decir...
Ella quería hablar del Simon de hacía seis años, del chico guapo que era su amor y
que con su risa iluminaba el mundo para ella. Quería que Jason le recordara la
felicidad que él había destruido. Y ella estuvo a punto de traicionarse a sí misma.
— ¿Cómo podría explicarte cómo es él? No se me dan muy bien las palabras. A
Simon sí, demasiado bien. Le han metido en muchos problemas, y yo siempre he
tenido que recoger los pedazos.
Ella se quedó callada. Su corazón latía deprisa. ¿Estaba a punto de escuchar su
propia historia?
— ¿Sabes de lo que me arrepiento? -dijo despacio, como si acabara de descubrir
algo.
—Cuéntame.
—Ni de las cosas malas que hice, ni de las buenas que no hice, sino de las que
hubiera hecho mejor si hubiese sabido cómo. Uno se promete a sí mismo que luego
dará una explicación, pero, de repente, es demasiado tarde y uno desea... —suspiró—
. Bueno, da igual, desear no es bueno. Hice lo que hice, con la mejor intención, pero
todo salió mal. Me gustaría saber cómo terminó después de todo.
— ¿Cómo salió qué?
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El bostezó. El masaje comenzaba a hacer efecto.
—Nunca sabemos lo que le estamos haciendo a otra persona. Yo creí que todo
saldría bien, pero ella lloraba... nunca había oído llorar a alguien así.
Ella le tomó la mano.
—Jason...
—No te vayas —dijo él.
Ella no contestó, pero se quedó allí sujetándole la mano.
El la agarró más fuerte, después se relajó. Dormía. Elinor estaba sentada en la
cama sin moverse, pensando en lo que él había dicho. Tenía que tener algún sentido.
¿Por qué pensaba que él hablaba de la chica a la que se le rompió el corazón?
—Tienes razón —susurró ella—. Nunca sabemos qué es lo que le hacemos a los
demás. Y quizá sea mejor. ¿Qué se puede hacer cuando ya es demasiado tarde?
Obedeciendo a un impulso inexplicable, ella le acarició la mejilla. Después salió de la
habitación.
Desde que lo dejaba entrar en la habitación de Jason, la relación entre Elinor y
Bob mejoró. Cuando ella salía a pasear, el perro la acompañaba y pronto se hicieron
amigos.
Ya habían cesado las lluvias y el sol calentaba. El jardín estaba lleno de flores. A
mediados de abril, Elinor salió a pasear y Bob se acercó a ella con una pelota que
llevaba en la boca.
—Está bien —rió ella—. Juguemos.
Le lanzó la pelota y el perro fue a buscarla. Durante unos instantes, Elinor consiguió
olvidarse de todo y disfrutar del juego con una criatura para la que todo era muy
sencillo.
Bob regresó y dejó la pelota junto a los pies de Eh- flor. Ella la recogió, pero en
lugar de lanzársela la mantuvo en alto fuera de su alcance. El perro ladraba y ella
reía. Al final, Bob dio un salto y le mordió la manga del jersey, ella se desequilibró y
se cayó. Los dos bajaron rodando por una pendiente que acababa en la carretera que
llegaba hasta la casa.
Elinor vio que un coche daba un frenazo y tocaba el claxon. Ella estaba tirada en
el suelo y prácticamente debajo de las ruedas del coche.
— ¿Quieres suicidarte? —preguntó una voz masculina. Ella se puso en pie. Tenía
el pelo lleno de flores silvestres.
—Lo siento. Ha sido un accidente.
El conductor era un hombre de unos treinta y tantos años.
—Serás boba... —suspiró--. Te has cortado en la mano. Soy médico. Cuando
lleguemos a la casa miraré a ver si tienes algo más.
—Gracias, pero aparte del corte no me he hecho daño.
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—Eso lo diré yo.
—Soy enfermera y le aseguro que no me he hecho daño.
— ¿Una enfermera? ¡Madre mía! No me digas que te han confiado a ese hombre
enfermo de ahí dentro. ¡Pobrecito!
—Soy la enfermera Elinor Smith —dijo indignada—. Y estoy muy cualificada.
— ¿En qué? ¿En idiotez? ¿En jugar con perros?
—Estoy fuera de servicio, ¡por favor!
El sonrió.
—Yo soy el doctor Andrew Harper. Me había enterado de que había llegado otra
enfermera. Sé cómo puede ser Jason, pero es un poco pronto para que te tires debajo
de un coche, ¿no crees? Súbete.
Se subió al coche y Bob subió detrás. Mientras regresaban a la casa, observó al
doctor.
Andrew Harper tenía el pelo castaño. Llevaba una chaqueta de lana que debió de
costarle cara, pero que estaba en mal estado por el uso.
—Estaba deseando conocerlo —dijo ella.
—Por la manera en que lo dices, me hace sospechar algo. No me habrás
preparado una trampa.
—La señorita Virginia me dijo que usted era un genio de la medicina.
— ¡0h, cielos! ¿Qué va contando por ahí? No, déjame adivinarlo. Que soy
demasiado bueno para dedicarme a la medicina rural. Que los mejores hospitales
compiten por conseguir mis servicios, ¿a qué sí?
—No del todo -dijo sonriente—. Solo dijo hospitales. Lo de los mejores lo ha
añadido usted.—Bueno, pero he acertado. ¿A qué sí?
— ¿Y no es cierto?
—Virginia es mi prima. Siente que he estropeado el nombre familiar por haber
elegido la medicina rural.
— ¿Quiere decir que es uno más de la alta sociedad? —bromeó.
—Eso me temo. La diferencia entre Virginia y yo es que para ella eso define su
mundo y a mí no me importa nada.
—Entonces debe conocer a Jason muy bien.
—Fuimos al colegio junto, peleamos por las mismas chicas, nos defendimos de los
extraños. Pobre chico.
—Me ha autorizado a encargar una silla de ruedas. Espero que llegue en
cualquier momento.
—Bien. Salir de esa habitación lo animará.
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Cuando llegaron a la casa subieron juntos las escaleras. Al llegar a la habitación
de Jason, Andrew se detuvo y quitó una flor de la cabeza de Elinor.
—Te has dejado una —le dijo mostrándole la flor.
Ella se rió y dijo:
—Será mejor que me cambie de ropa.
Al ver que se metía en la habitación pequeña, Andrew arqueó las cejas. La
observó de cerca, pero no dijo nada y entró en la habitación de Jason.
Los dos hombres se saludaron de forma amistosa. Jason recibió a Andrew con
una pequeña bronca y se sintió mejor.
—Lo sé —dijo Andrew—. Es detestable.
— ¿Cuándo terminará? ¿Cuándo podré levantarme? ¿Cuándo podré ver? Y no me
digas que tenga paciencia o te tiro algo.
—Nunca te diría una tontería como esa. Sé que es duro, Jason, pero recuperarse
lleva tiempo.
—Hablas como la enfermera Smith. ¿La has conocido?
—Sí, hace un momento. Casi la atropello. Ha salido de la tierra como un gnomo.
— ¿Como qué? ¿Intentas ser poético, Andrew?
El doctor soltó una carcajada.
—Supongo que sí. Conocer un milagro hace que un hombre se ponga poético.
¿Cómo puede una criatura tan divina tener un nombre tan vulgar como Smith?
— ¿Criatura divina? —repitió Jason asombrado—. Es un dragón, un dragón
bueno, pero que escupe fuego. El día que llegó le pregunté qué aspecto tenía y me
dijo que llevaba un uniforme blanco y medias negras.
Andrew se rió.
—Cuando yo la he visto llevaba vaqueros y un jersey, estaba tirada en el suelo y
el pelo le caía sobre los ojos.
— ¡De qué color tiene el pelo? No quiero preguntárselo a ella.
—Así que está manteniendo distancia profesional. Muy apropiado.
De repente, Jason se vio atrapado en un sueño extraño. Había recuperado la vista,
pero no veía la cara de la mujer que tenía entre sus brazos. Sentía su aroma a flores
silvestres y oía su dulce voz. Pero su rostro estaba oculto hasta que ella se volvió y él
reconoció la cara de una persona que no quería recordar. Intentó protestar pero sus
labios eran suaves y lo besaban con delicadeza.
Él movió la cabeza como para dejar de pensar. ¿Por qué lo atormentaba ese
sueño?
— ¿Qué has dicho? —le preguntó a Andrew.
—He dicho que tu enfermera está manteniendo distancia profesional.
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—Sí —dijo él—. Por supuesto. Descríbeme cómo es.
—Es joven, tendrá unos veintitantos años, y tiene el pelo liso hasta los hombros y
lleno de flores. Se las estaba quitando mientras hablábamos.
—Flores en el pelo —murmuró Jason—. Si, así es como yo... —se calló y se
sonrojó—. ¿Es alta o baja?
—Alta, como el tallo de una flor, con piernas muy largas. Tiene los ojos azules
como el agua de un lago.
Continuó utilizando términos que podían aplicarse a una diosa pagana. Jason
escuchaba con interés intentando acoplar esa imagen de la perfección con la cabezota
enfermera Smith.
— ¿Cómo es que tenía flores en el pelo? —preguntó.
—Estaba jugando con Bob. El saltó sobre ella y rodaron por la cuesta hasta la
carretera. He parado justo a tiempo.
—Y entonces, te enamoraste de ella -dijo Jason con ironía.
—No bromees. Ella es una invitación al amor, con una sonrisa tan grande como el
sol.
— ¿Elinor? ¿Estás loco?
—Desde la última hora.
Jason oyó el ruido de la puerta y después la voz de Elinor.
—Buenas tardes, doctor.
—Buenas tardes, enfermera —contestó el doctor Harper.
— ¿Y qué lleva puesto ahora, Andrew? —preguntó Jason.
—Un uniforme blanco y planchado —contestó él.
—Te he dicho que no te pusieras esa ropa —dijo Jason.
—Me la he puesto por respeto al doctor.
—Déjame ver tu mano —insistió Andrew.
—Ya me la he curado —Elinor le enseñó la gasa que se había puesto sobre la
herida—. ¿Qué está haciendo?
—Hacerle una cura adecuada, como te dije que haría.
— ¿Intenta decirme que no soy capaz de poner una simple gasa?
—Estoy seguro de que te las has arreglado con una sola mano, pero yo puedo
utilizar las dos, así que lo haré mejor. Ahora quédate quieta y deja de protestar.
Jason suspiró de puro placer.
—No sabes cuánto me gusta escuchar cómo dan órdenes a la mandona de la
enfermera Smith.
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Pero su ánimo duró poco. Momentos después, Elinor se rió y él se quedó
paralizado. ¿Qué había sucedido para que ella se riera? ¿Qué aspecto tenía? ¿Le
brillaban los ojos como sugería su voz?
El tono de su voz era diferente. Normalmente lo controlaba tanto que a Jason le
costaba mucho imaginarse la cara de Elinor. Pero, en aquel momento, tuvo la
sensación de que había descubierto la otra cara de aquella mujer, aquella que
invitaba a un hombre a llegar más lejos. Fue la primera vez que consideró en Elinor
no solo una enfermera, sino una mujer.
Llamaron a la puerta y se oyó la voz de Hilda.
—Ya ha llegado la silla, está abajo.
—Ahora bajo -dijo Elinor.
—Andrew —dijo Jason en cuanto ella se marchó—, quiero que me ayudes tú a
subirme en la silla. Diles a las mujeres que se vayan, incluso a Elinor.
—Pero son ellas las que más tarde tendrán que ayudarte.
—Lo sé, pero dame la oportunidad de probarla primero. Ya sabes cómo soy. No
puedo soportar que nadie me vea incapacitado. Y menos ella.
— ¿Qué pasa con ella?
—Nada. Es la mejor enfermera que he tenido nunca. Pero tiene algo esquivo.
Sabía que no era tan malo. Quizá también debía haberle dicho que, además de ser
esquiva, Elinor lo tranquilizaba. Y si ambas cosas eran contradictorias, no sabía
explicar por qué. Pero era cierto.
Llevaron la silla a la habitación de Jason. Elinor captó la mirada de Andrew,
asintió y salió de la habitación.
Minutos más tarde, apareció Andrew empujando la silla que había bajado
despacio por las escaleras.
Al verlos, Elinor sintió algo extraño, como una sensación de peligro. No quiso
analizarla, pero era algo parecido a la lástima.
Elinor siempre se había controlado para no sentir lástima por sus pacientes. Pero,
d pronto, un sentimiento de desesperación se apoderó de ella, como si estuviera
unida con el corazón de aquel hombre herido.
Vivir una vida invivible, ser un inútil cuando se está acostumbrado a tener el
poder, ¿hay algo peor que eso?
Se recuperó, pero se quedó temblando, como si ya no fuera la misma mujer.
Llevaron a Jason al exterior y él levantó la cabeza para inhalar el aire fresco.
—Se está bien aquí —dijo al fin—. Tomémonos un té aquí fuera.
—Voy a prepararlo —dijo Elinor. Necesitaba alejarse de Jason, para alejar esos
sentimientos. Estaría bien al cuidado de Andrew.
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Pero mientras preparaba la bandeja del té, Andrew entró corriendo con el
teléfono móvil en la mano.
—Tengo que marcharme, es una emergencia. Volveré pronto, y me gustaría que
nos reuniéramos para hablar un buen rato.
—Sí, es una buena idea.
Llevó la bandeja a la terraza donde estaba Jason y le explicó que Andrew había
tenido que marcharse.
Jason ya no llevaba los ojos vendados, pero sí un antifaz negro. Sus heridas
habían cicatrizado, pero todavía no podía darle la luz. Si se quitaba el antifaz
demasiado pronto, sería desastroso. Levantó la cara hacia el sol para sentir su calor.
—Hace un día precioso —dijo él—. Puedo sentirlo, quizá pronto... —se cayó y
continuó—. No me digas nada. No tengo derecho a pedirte que me des esperanzas.
—Claro que tienes derecho. Si no te las doy yo, ¿quién te las va a dar?
—Me he prometido no sentir lástima de mí mismo.
—No, la autocompasión no es tu estilo -dijo ella.
—No estoy tan seguro. ¿No he sentido lástima de mí mismo? Luchando contra el
mundo. Atacando a todo aquel que intentaba ayudarme. Por lo menos podía intentar
comportarme como una persona civilizada, ¿no?
Mientras ella buscaba una respuesta, él continuó:
—Está bien, puedes decírmelo claro.
—No hace falta —contestó ella—. Ya te lo has dicho todo. Has hecho lo que
ninguna enfermera podía hacer por ti.
—Ninguna enfermera, excepto tú... —tendió la mano y ella la agarró—. Tú eres
diferente. Ten un poco de paciencia conmigo.
Ella le apretó la mano y él le devolvió el apretón.
— ¿Amigos? —preguntó él.
—Amigos.
No podía decir otra cosa. «Amigos», no era del todo cierto. ¿Pero qué es lo que
era cierto? Ya no estaba segura.
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Capítulo 6
ELINOR se despertó al oír un grito que parecía que venía del infierno. Se puso en pie
y en un segundo llegó hasta la habitación de Jason. El estaba retorciéndose en la
cama, luchando de forma desesperada contra algo, intentando cubrirse la cara con
los brazos.
— ¡No! —gritó él—. ¡No, no!
—Jason, despierta —gritó ella—. ¡Despierta! No pasa nada. Estás soñando.
El no la oía. No conseguía librarse del terror. Su ceguera hacía que todo fuera
peor. Alguien que pudiera ver abriría los ojos y al ver la realidad se desharía de la
pesadilla. Pero para Jason eso no era posible. Estaba atrapado en la pesadilla
moviéndose con brusquedad. Elinor estaba preocupada por si se hacía daño en la
espalda, que ya tenía lesionada. Lo rodeó con los brazos todo lo fuerte que pudo.
— ¡Jason, despierta! ¡Por favor! No pasa nada, estoy aquí.
Al fin pareció oírla. Dejó de moverse y se quedó entre sus brazos, temblando y
exhausto.
—Oh, Dios. Oh, Dios —susurró él.
Se aferró a ella. La abrazó y escondió su cara contra el pecho de Elinor.
Ella respondió de forma instintiva, abrazándolo más fuerte. En ese momento era
una enfermera intentando tranquilizar a su paciente atormentado.
—Está bien. Estoy aquí, Jason... Jason...
—Quédate conmigo —dijo él—. No puedo soportarlo...
—Mi vida... — apenas se daba cuenta de lo que decía, pero se desconcertó al ver
que él se acercaba más a ella. No tenía nada que ver con lo que habitualmente sentía
cuando tranquilizaba a un paciente. Sentía algo salvaje. Quería sujetarle la cabeza
para siempre, y susurrarle palabras tranquilizadoras y de consuelo.
— ¿Qué soñabas? —preguntó—. ¿Podrías contármelo?
—Con el fuego. Intentaba salir de allí, pero estaba perdido, no encontraba la
salida y el calor era terrible. Veía cómo se caía el techo sobre mí y cómo todo se
volvía oscuro. Todavía puedo sentir el calor... y el miedo...
Le costó mucho admitir sus miedos, y necesitaba a alguien que lo ayudara.
— ¿Sueñas eso a menudo?
—Hacía mucho que no lo soñaba. Creí que se me había pasado, pero hoy lo he
vuelto a soñar.
—Has trabajado mucho y has tenido una recaída. ¿Ahora estás completamente
despierto?
—Sí, estoy despierto. Si se puede decir así. La pesadilla siempre está presente, da
igual que esté despierto o dormido. Al final, no hay salida. Nunca tendré escapatoria.
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Le hubiera gustado decirle que recuperaría la vista y que saldría de esa horrible
situación. Pero no estaba del todo segura y tenía que ser sincera. El sintió que ella
dudaba y la agarró más fuerte.
—Es mentira, ¿verdad? Siempre seré ciego.
—No lo sé —susurró ella.
—Ayúdame, Elinor! Por favor, ayúdame.
Desesperado, se dispuso a quitarse el antifaz que cubría sus ojos. Ella intentó
detenerlo.
— ¡No! ¡Jason, no!
—Tengo que saberlo —gritó—. ¿Crees que puedo aguantar sin saberlo?
—Pero es demasiado pronto -dijo ella—. Puedes hacerte más daño. No
desperdicies tu oportunidad.
—No hay ninguna oportunidad, y lo sabes. Déjame saber la verdad de una vez.
— ¡No! Elinor utilizó todas sus fuerzas para sujetarlo. El abandonó la pelea y se
derrumbó entre sus brazos.
Las palabras no servían de nada, solo la ternura serviría de algo.
Había salido de la cama demasiado rápido y no se había puesto la bata. Solo
llevaba un camisón fino que dejaba sus hombros al aire. Tenía la sensación de que iba
medio desnuda. Se hubiera tapado, pero no tenía con qué.
Poco a poco se olvidó de todo, excepto de que Jason tenía la cara apoyada en su
pecho y que el calor de sus cuerpos se intercambiaba. Sentía calor desde los pies
hasta la cabeza.
Ella intentó soltarse pero no lo consiguió. Había algo que hacía que siguiera
sujetándolo.
Jason estaba temblando y se agarraba a ella con fuerza.
—Está bien. Estoy aquí —murmuró ella. Había dicho esas palabras cientos de
veces, pero nunca con ese significado.
—Menos mal, si no estuvieses aquí no creo que pudiera soportarlo. Creía que era
fuerte, pero no es cierto. Solo me espera la muerte. No dejes que me vaya.
Ella bajó la cabeza para rozarle la frente con los labios.
—No —murmuró—. Estoy aquí, abrazándote.
Comenzó a respirar más despacio, pero ella sabía que la pesadilla no había
desaparecido.
—Cuéntame, Jason. Cuéntame lo que ocurrió aquella noche.
—Por favor, ¿no crees que ya he sufrido suficiente?
—Sí, pero tenemos que hablar de ello para que desaparezca. Confía en mí.
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Ella vio que Jason fruncía el ceño. El levantó una mano. Encontró la cara de Elinor
y el pelo que le caía hasta los pechos.
— ¿Estás ahí? —susurró él—. No pareces más que un sueño, una voz que sale de
la oscuridad. Algún día te llamaré y no estarás.
—Estoy aquí, estoy aquí. Tócame, soy de verdad.
—A veces creo que eres lo único real que hay en el mundo.
—Cuéntame. Confía en mí. ¿Qué ocurrió aquella noche?
—Trabajé hasta tarde. Salí a respirar un poco de aire fresco y vi el humo. Hice
sonar la alarma y corrí hasta los establos —se calló.
— ¿Y luego?
El se retiró.
—No quiero hablar de eso.
El lo recordaba. Las llamas, el rojo brillante del fuego, la paja ardiendo, lo último
que vio.
—Debes hacerlo —dijo ella—. No puedes cambiarlo, pero puedes convertirlo en
algo que puedas sobrellevar. Continúa.
—Al principio el fuego no era tan grande. Saqué los caballos que estaban cerca de
la puerta. Había un chico ayudándome, él iba por un lado y yo por otro.
— ¿Sacaste los caballos con relativa facilidad?
—Al principio, estaban cojeando y era difícil acercarse a ellos. Pero abrimos las
puertas y salieron corriendo, ellos podían ver el exterior —se calló otra vez. Estaba
temblando—. Hacía tanto calor. Se oían las llamas y los caballos relinchaban
aterrorizados. Habíamos sacado a la mayoría, pero quedaban algunos al final. El
sudor me caía en los ojos... —dejó de hablar.
— ¿Qué ocurre? —preguntó Elinor.
—No quería volver a entrar. Hubiera dado lo que fuera por no hacerlo.., pero los
otros iban a hacerlo... eran chicos jóvenes. No podía dejar que lo hicieran solos. Me
pareció reconocer a Damon. Es mi caballo. Lo oía, pero no podía verlo.., estaba
seguro de que estaba allí... Pero no estaba. Me abrí camino entre el humo, pensaba
que mis pulmones iban a estallar... después escuché un ruido y levanté la vista...
¿Estás ahí?
—Sí, estoy aquí, estoy aquí —dijo ella—. Toma mi mano.
El la agarró con tanta fuerza que le hacía daño, pero ella no intentó retirarse.
— ¿Y entonces? —preguntó.
— ¡No, ya no más! Eres como esos malditos psiquiatras que intentaban que
hablara en el hospital.
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—No, no soy como ellos. Soy tu amiga, Jason. No voy a marcharme dentro de una
hora. Estaré aquí todo el tiempo que quieras. Y la próxima vez que tu mente esté
atrapada en el establo, yo estaré aquí. Intenta contarme qué sucedió después.
Con mucho esfuerzo, continuó.
—Miré hacia arriba y el fuego brillaba tanto que podía verlo a pesar del humo. Y
entonces, la viga se cayó encima de mí. Es lo último que vi... pero todavía oigo los
gritos..., y el ruido de las llamas. ¿Dónde estás?
—Aquí, aquí —ella lo arropó—. No escuches a las llamas. Escúchame a mí. Estoy
aquí, Jason. Estoy aquí.
—Si hubieses estado allí —murmuró—, no me habría ocurrido nada.
— ¿Qué les pasó a los otros? A los ayudantes, a los caballos.
—Todos salieron.
— ¿Nadie más salió herido?
—Me dijeron que no. He hablado con los ayudantes y dicen que están bien y que
sacamos a todos los caballos.
—Pero tú no lo crees, ¿verdad?
—Por supuesto que... si ellos lo dicen... están todos bien.
—Sí, claro que están bien. El único herido eres tú.
Poco a poco, Elinor notó que Jason dejaba de temblar. Lo recostó sobre la
almohada pero continuó sujetándole la mano. Estaba extenuado a causa de la
pesadilla.
—Me alegro de que estuvieras tan cerca —murmuró él—. Al otro lado del
pasillo...
—Vete a dormir —susurró ella—, no me fui cuando intentaste echarme y no me
voy a ir ahora que me necesitas.
El sonrió.
—Cabezota.
—Como una mula —admitió ella—. Y como tú.
— ¡Mmm!
Cuando Jason se quedó dormido, Elinor regresó a su habitación. No se acostó,
sino que se acercó a la ventana y abrió la cortina.
Eran las cinco de la mañana y ya estaba amaneciendo. Los árboles se movían con
el viento y se esperaba un día primaveral.
Pero Elinor no lo notó. Estaba mirando a lo lejos, intentando comprender por qué
abrazar a su enemigo había sido la experiencia más dulce de su vida.
Desayunaron juntos en el invernadero. Jason estaba tranquilo, pero su rostro
todavía reflejaba el sufrimiento de la noche. Elinor se preguntaba cómo serían las
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cosas si él pudiera ver. ¿Podría mirarla a los ojos? ¿O se avergonzaría de que hubiera
presenciado su debilidad?
— ¿Hace buen tiempo como para salir? —preguntó Jason.
—Sí, hace un día precioso.
—Entonces, llévame bajo los árboles y hablaremos.
Había algo en su voz que ella nunca había notado.
Pasearon durante un rato disfrutando del precioso día. Jason le lanzó la pelota a
Bob, el perro la recogió y la dejó caer a sus pies. Elinor se la dio a Jason otra vez. El
no se quejó de que lo ayudara y ella se imaginó sobre qué quería hablar.
Al fin, él dijo:
—Creo que ya lo estoy asumiendo. No voy a abandonar, Elinor, pero estar furioso
tampoco ayuda, ¿verdad?
—No, no ayuda mucho.
— ¿Pero qué tengo que hacer? ¿Cuál es el siguiente paso?
—Quizá recuperes la vista y el movimiento —comenzó a decir con cuidado.
—Pero creo que todo está en mi contra...
—Jason, no tengo una bola de cristal...
—No, está bien. Intento enfrentarme a lo peor. Pensé que no podría soportarlo,
pero tengo que hacerlo, he de intentarlo…, si supiera por dónde empezar.
—No hay un punto concreto —murmuró ella.
— ¿Qué?
—No se puede buscar, está todo el tiempo, a cada momento.
—Tú lo sabes, ¿verdad?
De repente, ella sintió el peligro y se retractó.
—Todo el mundo lo sabe... a su manera.
—No, tú sabes. Te ha sucedido algo. Comprendes cosas que otra gente no
comprende. Siempre lo noto. ¿No puedes contármelo?
—No es nada, Jason. Te equivocas, te estás imaginando todo. ¡Toma!
Tomó la pelota y se la lanzó a Bob. Elinor estaba temblando por lo que casi había
sucedido. Se había olvidado de todo menos de las necesidades de Jason, y en su
deseo por ayudarlo, se había metido en terreno peligroso. Pero se dio cuenta a
tiempo. Podía retraerse y refugiarse dentro de sí, donde estaba a salvo. Porque si uno
no siente, no pueden herirlo.
Miró a Jason. Parecía asombrado. Ella sintió remordimientos. Le había pedido
ayuda y ella se la había negado. Se hubiera sentido mejor si él le hubiera gritado y
acusado. Pero estaba demasiado cansado para luchar, y ella no podía soportarlo.
Pensó decirle: «Te diré todo lo que quieras saber, si eso te ayuda».
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Pero lo que le salió fue:
—Se está levantando viento. Creo que es mejor que regresemos.
—Por supuesto —dijo él.
Lo llevó hacia la casa, pero se detuvo en el último momento.
—Sé que han terminado de reconstruir los establos. Quizá debieras visitarlos.
— ¿Estás segura de que es una buena idea?
—Creo que te alegrarás de hacerlo.
Se dirigieron hacia allí. Podían escuchar los relinchos y el ruido de los cascos
sobre las piedras.
Un hombre estaba sacando una yegua del establo. Al ver a su jefe sonrió y gritó:
— Eh!
— ¡Fred! —dijo Jason y levantó la mano para saludarlo.
—Me alegro de verte.
El caballo relinchó y Jason levantó la mano para acariciarlo.
—Dandy también se alegra de verte —dijo Fred.
—Buen chico -dijo Jason mientras colocaba la mejilla sobre el hocico del caballo. A
Elinor le pareció que Jason fruncía las cejas de la emoción.
— ¿Cómo es el nuevo edificio, Fred?
—Es enorme. He mejorado algunas cosas como me dijiste, y ahora es como un
palacio. ¿Quieres que te lleve?
—No, saca a pasear a Dandy -dijo Jason—. Ya vamos nosotros.
Cuando se quedaron a solas, le pidió a Elinor que entraran.
El edificio nuevo era grande y luminoso. Había cinco pesebres a cada lado y los
caballos asomaban la cabeza para curiosear.
Elinor se detuvo en cada uno de ellos para que Jason tocara a cada animal y viera
que no estaban heridos. Al principio, le leía los nombres que había escritos, pero él le
pidió que no se los dijera.
—No me lo digas, deja que adivine. Todos son únicos. Este es Tansy, ¿verdad?
—Verdad.
—Es una yegua joven. La tengo desde hace tres años. Es un poco más lenta de lo
que esperaba, pero es tan cariñosa que no quiero deshacerme de ella.
Tansy lo olisqueaba mientras él hablaba. Jason terminó riendo.
En la siguiente parada ocurrió lo mismo.
—Este es Rosie —dijo riendo y le dio un beso—. ¿A que sí?
—Sí —dijo Elinor. Rosie era el caballo que un día la tiró al río.
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—Es una pilla —dijo Jason—. Con ella nunca se sabe dónde puedes acabar. Una
vez tiró a una persona al agua. Fue culpa de la chica, que era tonta, dijo que sabía
montar y no era cierto.
—Qué tontería -dijo Elinor—. ¿Vamos al siguiente?
El siguiente caballo relinchó en cuanto reconoció a Jason.
— ¡Damon! Deja que te acaricie. ¿Estás bien? Le acarició el cuerpo hasta donde le
llegaban las manos y pareció alegrarse.
—Sí —murmuró—, sí.
Pasaron un rato más en el establo para que Jason pudiera sentirlo todo.
—Me gustaría volver ya -dijo al fin.
Ella lo llevó a la casa. Allí lo esperaba su secretaria.
— ¿Estás bien, Jason? —preguntó Elinor.
—Sí, estoy bien. Gracias, Elinor. Ya sé por qué lo has hecho. Ahora es cierto. Los
caballos están bien. Ahora lo he comprobado y no es lo mismo que cuando me lo
dijeron. También...
— ¿Sí?
—No sé... no importa. Está bien.
No sabía cómo decir lo que pensaba... que la próxima vez que soñara con el fuego
de los establos, no estaría solo. Ella estaría allí. Y no sería tan terrible.
Desde entonces, visitaron los establos cada día. A Jason le sentaba bien estar junto a
los caballos.
El clima era cada vez más cálido y Elinor insistía en dar un paseo al aire libre
todos los días. El cada vez estaba más animado, aunque a veces tenía que esforzarse.
Se había propuesto hacer lo correcto, y eso era estar animado costase lo que costase.
Elinor observaba su lucha interior, y lo ayudaba cuando podía. Pero sabía que él era
el único que podría encontrar su salvación.
Una tarde, cuando se marchó la secretaria, Elinor vio que Jason estaba en el
estudio dando golpecitos con los dedos sobre el escritorio.
—No es culpa suya -dijo él cuando oyó entrar a Elinor—. No es su culpa, ya lo sé.
— ¿Qué?
—La señora Horton. Es una buena secretaria, pero tiene una voz que es como el
rechinar de un cristal. Nunca lo había notado, pero después de escucharla diez
minutos leyendo en alto, estoy a punto de golpearme contra la pared. ¿Por qué no
todo el mundo tiene una voz como la tuya?
—Puedo leerte todo el correo, si quieres. Y tú puedes dictar las respuestas en una
grabadora.
Tengo una, pero no encuentro la mitad de las teclas.
—Entonces compraremos otra mejor.
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—Me estás manejando, ¡mujer terrible!
—Solo intento facilitarte la vida.
- ¡Grr!
—Jason...
—Vale, vale. Soy insoportable. Lo damos por sentado.
—Por supuesto. Tiemblo de miedo.
—Sería bueno verte temblar. ¡Enfermera sabelotodo!
— ¿Lo peor que puedes llamarme es enfermera?
—Si supiera de algo peor, te lo diría.
Su tono era gracioso más que hostil y ella soltó una carcajada.
— ¿Qué diablos! Sálvame, Elinor. Voy a volverme loco.
Elinor fue a Hampton Tenby y compró una grabadora fácil de usar. Después de
leerle todo el correo, él grababa las respuestas y la señora Horton escribía las cartas al
día siguiente.
Elinor también consiguió que Hilda aligerara la dieta de Jason. Cambió las
comidas fuertes por tortillas y fruta. Jason comenzó a comérselo todo.
—No sé cómo me las habría arreglado sin ti —le dijo una noche mientras lo
acostaba—. Supongo que todos los pacientes te dirán lo mismo.
—Nunca he tenido otro paciente como tú.
—Te olvidas de añadir: afortunadamente.
—Quizá sí —dijo ella riéndose—. Buenas noches.
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Capítulo 7
TODOS LOS días, Elinor tenía que comprobar los reflejos de Jason, y lo peor era
descubrir que sus piernas tenían la misma poca vida que el día anterior. Ambos
sabían que para ser capaz de volver a caminar, debía de estar recuperando el
movimiento.
Gracias a los masajes que ella le daba sus músculos habían recuperado parte de la
fuerza y estaban listos para pasar a la acción.
Ante la desilusión de cada día, él solo encogía los hombros y cambiaba de tema.
Reprimía el sentimiento de dolor y lo ocultaba con un ánimo fingido con el que no
conseguía engañar a Elinor.
Si ella hubiese querido venganza, allí la tenía. Pero, sin embargo, lo que sentía era
un gran dolor en su corazón y la frustración por no poder hacer nada para ayudarlo.
Un día, sin querer, dejó escapar su frustración.
—No te pongas triste —le dijo él—. Gracias a ti esto es soportable. Es malo, pero
sin ti, todo hubiera sido muchísimo peor.
Además de tristeza, Elinor tenía sentimientos de culpabilidad. Podía soportarlo todo,
menos su bondad.
Buscaba tertulias y programas de radio que interesaran a Jason y por las tardes
los escuchaban juntos. El podía escuchar un serial a solas, pero no una tertulia, ya
que normalmente se exaltaba con las opiniones y necesitaba a alguien con quien
descargarse. Elinor lo contradecía lo justo para provocarlo y así mantenían animadas
discusiones.
Encontraron un interés común. Ambos disfrutaban con las series televisivas de
detectives y policías y Elinor le explicaba lo que sucedía en la pantalla. Sus
encargados seguían visitándolo con frecuencia y poco a poco volvió a hacerse cargo
de todo. Era un tipo de vida. Y para un hombre que no podía andar ni ver, era una
vida completa. Pero Elinor sabía que poco a poco se estaba volviendo loco.
Se había acostumbrado a tener el sueño ligero para estar pendiente de su
paciente. Le costaba dormirse y estaba atenta a cualquier sonido que indicara que
Jason estaba sufriendo. Si él no podía dormirse, ella entraba y le ofrecía un vaso de
leche caliente, aunque al final siempre terminaba llevándole un whisky con soda y
hielo, como a él le gustaba.
—Existe una mujer entre mil que sepa servir el whisky perfecto —le dijo una
noche—, pero tú lo has hecho bien desde el primer día. Dos dedos de whisky y un
poco de soda, justo como me gusta. ¿Eres clarividente o algo así?
Ese fue uno de sus fallos, servirle el whisky sin preguntarle cómo le gustaba. Lo
recordaba del pasado. Pero salió del paso sin problema.
—Por supuesto que soy clarividente. Y no debía de servirte ninguno a estas horas,
pero si no lo hago sé que me gritarás y me asustarás.
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— ¿Asustar a la mujer dragón?
—Hace un momento era una mujer entre mil —bromeó ella.
—Lo eres. Y también eres insoportable.
Ella se rió, sin ofenderse.
—Lo dices porque soy la primera enfermera a la que no has conseguido torear.
—Son habladurías. Soy un hombre pacífico.
—Claro que sí, siempre y cuando todo el mundo baile a tu ritmo.
—Bueno —dijo con un suspiro—, ahora nada baila a mi ritmo, ¿no?
—Lo siento, Jason.
—No pasa nada. Una pequeña observación no va a apabullarme. Soy duro.
Ponme otro whisky y vuelve a la cama. De la manera que te trato, necesitas dormir
todo lo posible.
A Jason le gustaba hablar de los problemas de la finca y de la fábrica mientras
Elinor le daba masajes en las piernas. Ella no decía más que: «Sí», «No» y « ¿Cómo lo
has solucionado?» Pero eso era lo que él quería. Era una manera de sacar sus
pensamientos.
—Me gustaría poder volver a la fábrica -dijo él un día.
—Puedo llevarte un día.
— ¿A un hombre ciego en silla de medas? No. Cuando vuelva lo haré andando.
—Trabajaremos para conseguirlo —le aseguró.
Jason habló durante un rato. Elinor había estado despierta casi toda la noche, así
que aunque era por la mañana estaba cansada y contestaba de forma mecánica. Creía
que él no se daba cuenta, pero él le preguntó:
— ¿Ocurre algo?
—No, nada.
—Me pregunto si me lo dirías si hubiese algo que te preocupara.
—No. Estoy aquí para tratar tus problemas, no los míos.
— ¿No crees que paso demasiado tiempo pensando en mis problemas? Quizá me
sentara bien hablar de los tuyos.
—Pero yo no tengo problemas -dijo muy seria.
—Eres una mentirosa, enfermera Smith. Tu voz está llena de problemas.
—Jason, por favor...
—Maldita sea, ¿no puedes dejar de ser enfermera durante cinco minutos? ¿Sabes
lo que podría suceder si yo fuera un hombre normal?
—Tú eres...
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—Podría invitarte a cenar... nada serio, solo una noche agradable, hablando
durante una comida, con un vaso de vino. Hablaríamos de mí, pero también de ti.
Me contarías tus sueños y tus deseos, y me hablarías de la vida que te ha hecho
ser así. Pero porque soy ciego, tú sabes todo de mí y yo no sé nada de ti. ¿Te
imaginas lo humillante que es eso?
—Eso no es justo, Jason. Hablas como si fuera mi culpa, pero así es como son las
cosas entre una enfermera y su paciente...
—Pero yo no quiero ser un paciente, quiero ser un hombre.
—Lo siento —dijo ella—. Tenía que haber comprendido cómo te sientes y...
— ¡Ya basta de disculparte! ¡Ya basta de complacerme!
—Yo... —Elinor se detuvo antes de pronunciar las palabras fatales.
—Si dices que lo sientes. Romperé algo —amenazó él.
Silencio.
—Interesante. Cuando no puedes hablar como una enfermera, no eres capaz de
hablar de nada.
—Bueno, ¿y qué quieres que diga? —preguntó ella—. ¿Que tu carácter es
horrible?
—Sería la verdad.
—Entonces por qué crees que me gustaría cenar contigo? Si quieres que te trate
como a un hombre normal, actúa como tal. Deja de refirme en cuanto digo algo que
no debo, y si eres capaz de hablar conmigo amablemente durante cinco minutos,
quizá acepte.
—Eso es sinceridad —dijo él al cabo de un momento.
—Sí, lo es —estaba demasiado fatigada como para ser diplomática—. Eso es lo
que estabas buscando.
—Tienes razón. Es lo que buscaba y lo he conseguido. ¡Oh, lo he conseguido! No
estoy seguro de que vaya a invitarte a cenar, mujer dragón.
— ¡Perfecto, no lo hagas!
—Bueno, de todos modos no habrías venido. Mi comedor es bueno en historia,
pero no en entretener a las mujeres. Hay muchas fotos de antepasados en las paredes,
¿pero dónde está la luz tenue, la música, la buena comida y el vino?
—No hay mejor comida que la de Hilda y ella me ha dicho que tienes una buena
bodega.
— ¿Así que aceptas?
— ¡Sí!
Cayó en la trampa como alguien que tropieza en un escalón. Lo miró con
exasperación.
—Me has engañado.
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—Sí. Y me encanta haber sorprendido a la mujer dragón.
— ¿Podrías dejar de llamarme así?
— ¡No! —su expresión era triunfal.
La exasperación se tomó en resignación y, por muy poco, en ternura. El tenía tan
poco. ¿Cómo iba a negarle ese pequeño detalle?
—Está bien -dijo ella—. Cenaremos juntos una noche.
—Mañana.
—Hablaré con Hilda...
—No lo harás. Tú eres la invitada. Dile a Hilda que venga a hablar conmigo del
menú. Y tú vete a elegir tu vestido más bonito.
No tenía nada que pudiera llamarse «vestido bonito». Además de los vaqueros y
del uniforme, tenía un traje de chaqueta que no era lo adecuado para el tipo de noche
que él sugería.
No podía insinuar que daba igual lo que se pusiera, porque sería como burlarse
de su ceguera.
—Aquí no tengo nada adecuado que ponerme —dijo ella—. No suelen hacerme
este tipo de invitaciones cuando trabajo.
—Entonces tendrás que comprarte algo, a mi cargo. Considéralo como una
terapia para el paciente. Significa mucho para mí.
—Bueno, si lo pones así...
—Un vestido nuevo, preferiblemente largo. La peluquería, los zapatos...
Ella se rió.
—Está bien.
—Será mejor que te vayas al pueblo ahora mismo. Vete. Ah, y Elinor...
Ella se paró en la puerta.
Jason se sentía ridículo.
—Lo siento -dijo él.
Ese tipo de compras despreocupadas habían desaparecido de su vida. Y hacer
una para Jason Tenby le parecía increíble.
Sabía exactamente lo que quería. Se había adentrado en la mirada de Jason y
había descubierto el mundo que lo volvía loco. Ella lo ayudaría a imaginar que había
escapado de él, aunque solo fuera por una noche.
Buscaba algo de vestir pero que también pudiera utilizar en otras ocasiones.
Pasó por delante del escaparate de una tienda y se quedó traspuesta. Había un
vestido de gasa en tonos naranjas, marrones, verdes y amarillos. Era como el
amanecer y el atardecer. Era como el vino, la risa, la tierra, el aire y el fuego. Cantaba
sobre la vida y hacía que la vida fuera maravillosa.
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Sabía que había otros vestidos, pero no los había encontrado, ni escuchado su
canción. Sintió una terrible necesidad de tener aquel vestido.
Entró, en parte deseando que no le quedara bien, pero le quedaba perfecto. Tenía
el presentimiento de que era cosa del destino, pero lo que no sabía era si el destino
estaba a su favor o en su contra.
Se lo probó antes de preguntar cuánto costaba. Y cuando le dijeron el precio,
carraspeó. El precio era elevado, pero el vestido era especial y le pareció adecuado.
Después de aquello, no tenía poder sobre sus acciones. Se compró unas sandalias
elegantes y un conjunto de ropa interior de seda. Junto a la tienda había un salón de
belleza y pidió hora para el día siguiente.
Regresó a Tenby Manor, confundida entre la culpa y la ilusión. Sus compras la
convertirían en una persona diferente y, de pronto, lo deseaba con locura.
— ¡Disfrutaría de ser una persona diferente durante unas horas!
¿Pero cómo reaccionaría Jason cuando le diera la factura?
Reaccionó gritando entre risas.
— ¡Caray, debe ser un gran vestido!
—No es solo por el vestido —admitió ella—. Me he comprado otras cosas.
—Bien, dime.
—Unas sandalias, unas medias...
— ¿Y? —por su tono suponía que había algo más.
—Y ropa interior. Tuve que hacerlo, porque el vestido es un poco escotado y no
tenía nada adecuado para ponerme...
—Mujer dragón, te estás sonrojando.
—No. No seas ridículo.
—Tu voz te delata -dijo él—. Descríbeme la ropa interior. Quiero todos los
detalles.
—No te los pienso dar. Si crees que he malgastado tu dinero, estaré encantada de
pagarte los extras.
— ¿Te refieres al sujetador y a las bragas? —preguntó sonriente.
—Sí, y a una combinación.
— ¿De raso?
—Sí.
— ¿De qué color?
—Melocotón.
— ¿Pega todo?
—Perfectamente.
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—Parece que es dinero bien gastado —dijo contento.
—Eso sin incluir la cita de mañana.
—Has tirado la casa por la ventana, ¿eh?
—Le he pedido a Hilda que haga un poco de té. Iré a ver si ya está listo.
Era una excusa para salir de allí. Como Jason había notado, ella se había
sonrojado. Estaba temblando desde los pies a la cabeza debido a las imágenes íntimas
que Jason había forzado entre ellos.
Él nunca vería la ropa interior. Tampoco sabía qué aspecto tenía ella, todo era
producto de su imaginación. Sin embargo, ella tenía la sensación de que la imaginaba
tal y como era. Era como si tuviera la capacidad para desvestirla, y eso hacía que se
sintiera incómoda.
Al día siguiente, cuando fue al salón de belleza, todos sabían que se había
comprado el vestido de la tienda de al lado.
—Debe de ser para una ocasión muy especial —le dijo la peluquera.
—Sí, supongo que sí.
Eligió un peinado no muy elaborado. Dejaron que su cabello cayera libremente
sobre sus hombros pero con elegancia.
La peluquera le enseñó un montón de pinturas de colores que hacían juego con su
vestido. Elinor en un principio dudó, pero después, cuando vio cómo la habían
dejado, se disiparon todas sus dudas.
Quien la miraba era una extraña, una extraña guapa y elegante. Una mujer
deseable, que sabía que era de una cosa más —le dijo la peluquera.
Le echó un poco de perfume por el cabello y el cuello. Elinor sintió el aroma
provocador y dijo:
— ¿Qué es eso?
Riéndose, la peluquera le nombró un perfume famoso.
—Pero eso cuesta doscientas libras -dijo Elinor.
—Bueno, solo te he puesto un poquito para una tarde especial. El no será capaz
de resistirse.
Sin duda, era un perfume destinado a una mujer que quisiera ser irresistible.
Elinor deseaba no habérselo puesto para aquella ocasión. Complementaba a su
ropa interior, y Jason se daría cuenta enseguida.
Tenía miedo de que todo se desvaneciera cuando esa tarde se pusiera el vestido.
Pero cuando se vio reflejada en el espejo, se sintió como Cenicienta antes del baile.
Hilda había entrado en el juego gustosamente y había preparado uno de sus
mejores platos. Por lo menos, eso era lo que Elinor creía, ya que no la habían dejado
entrar en la cocina desde el día anterior.
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—Creo que es maravilloso lo que estás haciendo por él —le dijo Hilda mientras la
ayudaba a vestirse para que no se estropeara el peinado—. ¡Si él pudiera verte! Me
rompe el corazón pensar en lo feliz que está Jason por lo de esta noche, cuando va a
perderse gran parte.
—Sí, hace que pensemos en las poquitas cosas que le quedan -dijo Elinor.
—Recuerdo cuando invitaba a cenar a una chica en los viejos tiempos -dijo
Hilda—. A veces invitaba a una distinta cada noche. Eso era antes de la señora
Virginia, claro.
—Por supuesto —dijo Elinor—. Era un poco diablillo, ¿no?
—Más que un poco —dijo Hilda—. Cuando era un muchacho, era como uno de
esos sultanes de los harenes. Nunca le importaba lo que pensaran los demás.
Excepto...
— ¿Excepto qué? —preguntó Elinor.
—Hace unos años pasó una cosa. No sé muy bien qué, pero lo afectó mucho, y
después cambió. Comenzó a comprender mejor los problemas de la gente. Antes era
un poco brusco para eso.
—Sí, no pensaba que fuera comprensivo.
—Oh, siempre ha sido buena persona. Se portaba bien con la gente, pero, de
repente, se volvió amable.
—Y no sabes lo que le hizo cambiar?
—No, querida. Yo estaba en el hospital y Jason me pagó una casa de
convalecencia, así que estuve fuera unos meses —se levantó para mirarla—. ¡Estás
preciosa!
Elinor había recibido órdenes de mantenerse alejada del comedor mientras Hilda
hacía los preparativos. Se acercó y vio que la puerta estaba cerrada. Respiró hondo y
llamó.
—Entra -dijo Jason.
Entró y al verlo sentado en la silla de ruedas se detuvo. Iba vestido con un traje
negro, zapatos de piel, una camisa blanca y una pajarita negra. Llevaba unos gemelos
de diamante. Jason se había vestido para ella.
El sitio también estaba arreglado para la ocasión. Tenía las mejores flores de los
invernaderos y la chimenea estaba encendida.
Habían retirado la mesa grande y colocado una más pequeña, para dos personas.
Elinor se sorprendió al ver que habían sacado la vajilla de porcelana que se utilizaba
para las ocasiones especiales. Junto a cada plato había tres copas de cristal fino que
costaban una fortuna.
Ella sabía el valor que tenían porque la noche de la fiesta maldita las había visto.
Jason las había sacado en su honor, igual que en esa ocasión.
Y después, la había destrozado.
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— ¿Elinor? —preguntó.
—Sí, estoy aquí -dejó de recordar—. Has tirado la casa por la ventana.
—Para hacerte el honor -dijo galantemente. Señaló a la mesa—. ¿Te gusta?
—Es preciosa -dijo ella—. Las flores...
Él tendió la mano y ella colocó la suya encima. Manejando la silla de ruedas con
la otra mano, llevó a Elinor hasta el fondo de la habitación. Ella notó que él
escuchaba el sonido de su vestido al andar y que inhalaba el aroma de su perfume.
—Dime cómo vas vestida -dijo él.
Ella le describió los colores otoñales y el tacto sedoso. El asintió complacido.
En la mesa había dos copas ya servidas. Jason se acercó y las agarró a la primera,
Elinor supo que había estado practicando el movimiento. Le dio una de las copas y
levantó la suya para brindar.
—Por una velada agradable -dijo ella.
—Por la mejor noche que he tenido eh meses. Gracias por hacer esto, Elinor. Para
mí es muy importante sentirme otra vez persona —respiró hondo—. Realmente
sabes cómo elegir un perfume.
—Ha sido por casualidad -dijo enseguida—. Me lo han puesto en la peluquería,
sin preguntármelo.
— ¿Y eso te molesta?
—Hace que me sienta extraña, como si intentara ser lo que no soy.
— ¿Por qué dices eso?
—Intentar ser lo que no eres.
Recordó que una vez él le dijo las mismas palabras.
—Solo es una frase. Podía haber dicho cualquier otra cosa.
—Sí, supongo que sí. Es extraño, a veces tengo la sensación de que hay un
fantasma en esta habitación.
Ella contuvo una exclamación, pero lo miró fijamente. Se preguntaba si él lo sabía.
— ¿Tú crees en los fantasmas? —preguntó él.
—No en los muertos.
—Yo tampoco. Pero en los vivos, en los sentimientos de una persona que
quedaron por el aire...
—Oh, sí —dijo ella—. En esos sí creo.
—Sabía que lo entenderías —el se recompuso—. Hilda ha dejado la comida en el
carrito. ¿Te importa hacer los honores?
Elinor comenzó a servir. Cuando terminó, él le acarició el vestido, y asintió al
tocar lo suave que era. Después le tocó los brazos, su roce era delicado, pero a ella le
pareció que ardía.
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— ¿Te importa? —le preguntó él.
Ella estaba temblando, pero contestó:
—No. He intentado vestirme como tú querías.
— ¿Puedo subir más?
Ella sintió el peligro, pero se obligó a decir:
—Por supuesto.
Elinor acercó una silla y tocó la mano de Jason para indicarle que estaba
preparada. El le acaricié los hombros, el cuello y la mandíbula. Después el cabello.
—Pararé si te estoy molestando, Elinor.
—No -dijo ella. Después de todo, solo era una terapia. Pero el pulso comenzó a
acelerársele y le entró miedo de que él lo notara.
Cuando él le acarició la boca, se puso nerviosa, recordó la primera noche, cuando
él había hecho lo mismo. Su corazón latía igual de rápido que entonces.
Intentó no pensar en nada, pero no podía dejar de mirarle la boca. Era grande y
tenía los labios gruesos. Podía recordar lo que sintió cuando él la besó de manera
seductora y consiguió que ella comenzara a besarlo. No podía negarlo, los recuerdos
hicieron que se sonrojara. En cualquier momento, él se daría cuenta, y eso no debía
ocurrir. Ella se puso tensa y Jason se retiró.
—No sé lo que me pasa —dijo él—. Supongo que no debí de hacer eso.
—No te preocupes, en serio.
—Estabas temblando. Lo siento.
No, no estaba temblando. Solo que no estoy acostumbrada a vestir así. Tengo un
poco de frío por los hombros. Empecemos a comer.
Se sentó enfrente de él. La mesa era tan pequeña, que estaban muy cerca.
—Gracias por hacer este gran esfuerzo —dijo él—. Puede que pensases que no
cambiaría nada, pero sí lo ha hecho. No solo el perfume, también el vestido. Me
encanta.
Ella no sabía qué hacer. El hombre que conoció hace años nunca se hubiera
comportado así. En seis años había cambiado. Ella tampoco era la misma. Quizá solo
era la desesperación. Antes él no sabía lo que era sentirse inseguro.
—Yo sé que es muy importante para ti poderte imaginar las cosas -dijo ella.
—Sí. Así que ayúdame un poco más. ¿Llevas todo lo demás?
—No sé a qué te refieres -dijo ella.
—Sí lo sabes.
—Ah, ¡las sandalias! -dijo con tono de inocencia—. Sí, las llevo puestas.
Era agradable bromear con él, y también oír su risa.
—No hablaba de las sandalias, ya lo sabes.
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—Entonces no sé de qué estás hablando -dijo tranquila, aunque lo sabía
perfectamente. Se dio cuenta de que estaba siendo sexualmente atractiva, y como no
estaba acostumbrada se asustó de lo mucho que le gustaba.
Se sintió un poco culpable por la señorita Virginia, pero se le pasó enseguida. Si la
prometida de Jason se hubiese molestado en estar allí, él no tendría que divertirse de
esa manera.
—Me refiero, como ya sabes, a la combinación de color melocotón y al conjunto
de braga y sujetador.
— ¡Ah, eso! —dijo como sorprendida.
Jason se rió e intentó tocarla. Ella le dio la mano y él la besó.
—Sí, eso.
—No necesitas saber nada de eso.
— ¿Por qué no?
—Porque llevo un vestido encima.
—Así que tampoco podría verlo —acabó la frase—. Elinor ¿no te das cuenta?
Aunque pudiera ver el vestido, intentaría imaginarte sin él. ¿No me digas que es la
primera vez que un hombre te desnuda mentalmente?
A pesar de la vergüenza que sentía, consiguió decir:
—Desde luego, nadie me lo había dicho. ¡Desvergonzado! Suéltame la mano y
deja que te sirva más comida.
Él se rió otra vez, pero no como un inválido, sino como una persona normal. No
le soltó la mano. Ella recordó las palabras de Hilda: «. . .como uno de esos sultanes
que están en un harén...»
Elinor sonrió, deseando haber conocido a Jason en aquella época. De repente, se
puso seria y recordó que sí lo había conocido.
En un instante, el pasado se apoderó de ella, volvía a ser la pequeña Cindy Smith.
¿Qué hacía allí, creándose fantasías con Jason Tenby?
Entonces vio el rostro de Jason, sonriente y lleno de confianza. El pasado se
esfumó. Ella le apretó la mano.
— ¿Quieres comer o no? —le preguntó.
—Mejor que nada. ¡Deprisa, mujer! Sirve a este hombre hambriento.
Ella se no y comenzó a servir la comida.
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Capítulo 8
CUANDO terminó de servir los platos intentó retomar una conversación normal.
—Me alegro de que te guste la ropa que he elegido. Aunque no sea un vestido
largo, como tu querías.
—No importa. Así te lo podrás poner para ir a fiestas.
—Eso es cierto.
—Me olvidaba. Tú no vas a fiestas.
— ¿No voy?
—No tenías un vestido adecuado para ponerte esta tarde —le recordó.
—Porque voy de un trabajo a otro. Me gusta viajar con poco equipaje —él no
contestó y se concentró en la comida. Alguien arañó la puerta y Elinor fue a
investigar. Bob entró y se tumbó bajo la mesa. A pesar de que intentaron echarlo, se
quedó allí.
Elinor estaba encantada de que estuviera allí, porque hablando del perro, no
sacaron temas de conversación peligrosos.
Al final, ella le ordenó a Bob que saliera y el perro obedeció. Cerró la puerta y
regresó a la mesa riendo. Jason también sonreía.
—Normalmente, cuando ceno con una mujer, no le dejo que esté conmigo —dijo
él—. Es tu culpa. Desde que lo dejaste entrar en mi habitación, está imposible.
—Tienes razón. Es mi culpa —se sentía un poco mareada. Quizá había tomado
demasiado vino.
—Sentémonos más cómodos —dijo él.
Había un pequeño sofá junto al fuego. Jason colocó la silla junto al sofá y Elinor
vio cuáles eran sus intenciones. Al ver que había practicado cómo sentarse él solo, se
alegró de no haberle ofrecido ayuda. Se sentó a su lado.
—Suenas diferente cuando te ríes —dijo él.
—A todo el mundo le pasa.
—No, me refiero a algo más. La mayor parte del tiempo te escondes del mundo
tras una barrera. Pero cuando te ríes la barrera se levanta. No demasiado, solo un
poco, lo justo para que sea tentador.
Ella suspiró. ¿Cómo podía estar tan cerca de la verdad ese hombre? ¿Era solo un
sexto sentido debido a su ceguera, o era que ella siempre lo había malinterpretado?
— ¿Qué ocurre, Elinor? ¿Por qué te has callado? ¿He estado a punto de descubrir
tu secreto?
Ella hizo un esfuerzo por recuperarse.
—No tengo secretos.
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—No, no, eso estaría bien para la enfermera Smith, pero yo no he invitado a la
enfermera a cenar. Háblame, como si no fuera ciego.
« ¿Si no fueras ciego, me habrías echado hace tiempo?», pensó ella.
—Sabes, después de todo este tiempo, ni siquiera sé dónde has nacido -dijo Jason.
Eso no era difícil. Ella sabía que le iba a preguntar por su pasado y estaba preparada.
—En un pueblo, parecido a Hampton Tenby —dijo—. Vivíamos en una casa
pequeña.
— ¿Siempre quisiste ser enfermera?
—Sí, supongo que sí -dijo ella y rellenó los vasos—. Mi padre se encontraba mal a
menudo. Eso es lo que me decía mi madre, llegaba a casa y se derrumbaba en la
cama. Yo no entendía lo que era encontrarse mal.
— ¿Bebía?
—Sí. Yo solía estar con él intentado hacer que se encontrara mejor. Él se quedaba
dormido y despertaba sereno, yo creía que lo había curado. Hasta que otra vez se
encontraba mal.
—Pobre niña —murmuró Jason—. Qué responsabilidad para una niña.
—Cuando estaba sereno, era encantador y yo quería que fuera así todo el tiempo.
Pero cuando yo tenía doce años, se cayó en un hoyo y perdió el conocimiento,
cuando lo encontraron, tenía pulmonía. Fuimos a verlo al hospital, pero se murió sin
despertarse.
—Y tú lo querías —dijo Jason.
—Sí. Yo era demasiado joven como para saber lo malo que puede resultar beber,
y era muy injusta con mi madre. Creía que todo era su culpa por no comprenderlo.
Una vez...
Se calló porque recordó algo malo.
— ¿Una vez...? —preguntó Jason.
—Yo tenía diez años. Estaba discutiendo con mi madre: « ¿Por qué eres tan mala
con Papá?» Ella me miró y me dijo: «Por favor, querida, no digas eso». Entonces se
marchó y más tarde la encontré llorando. ¡Oh, Mamá!
Jason oyó que su voz era temblorosa y le tomó la mano.
— ¿Qué ocurre? ¿Estás llorando?
—Es solo que... no había pensado en ello desde hace mucho tiempo -dijo ella—.
Era tan injusta, y la hacía tan infeliz. Pero yo no comprendía nada...
— ¿Cómo ibas a comprenderlo? Eras una niña. No seas tan dura contigo misma.
—Sé que tienes razón. Cuando crecí vilo que realmente sucedía. Al final nos
llevábamos muy bien. Pero me hubiera gustado pedirle perdón antes de que muriera.
—Seguramente ella también lo había olvidado —sugirió Jason.
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—Lo sé, pero al recordar cómo lloraba..., ya es demasiado tarde —ella dijo
susurrando—, es terrible darse cuenta de que es demasiado tarde.
—Sí, -dijo él—, lo es.
Ella no sabía qué le había pasado. Nunca le había contado a nadie ese incidente,
ni siquiera a Simon. Era más, hasta esa noche, no lo había recordado. Pero le pareció
normal contárselo a Jason, e incluso, que él la comprendiera.
«Demasiado tarde... tú desapareciste...», le dijo él aquella primera noche
refiriéndose a una mujer a quien no mencionó, pero a la que besó con desesperación.
El sabía que «demasiado tarde», eran las peores palabras del mundo.
— ¿Qué estás haciendo? —preguntó al oír un ruido.
—Abrir la última botella de vino. Quizá no debiera. Beber mucho me da dolor de
cabeza.
—Entonces es que has bebido vino barato. Este no te hará nada. He traído el
mejor vino, en tu honor —sujetó su vaso para que ella lo rellenara.
Cuando retiró todo de la mesa, ella se acercó a la ventana.
—Antes de que cierres las cortinas, dime lo que ves
—dijo Jason.
—Está oscuro, pero hay luna llena. Puedo ver el lago a lo lejos, y la avenida de
robles. Incluso puedo ver algunas luces del valle.
—Debe ser bonito.
—Lo volverás a ver, Jason.
—Nunca me preocupé de fijarme bien cuando podía ver. Siempre tenía mucho
que hacer, y no tenía tiempo para pararme a mirar. Daría cualquier cosa por poder
pararme a mirar ahora.
No tenía nada que decirle. No quería decir nada más por si acaso él detectaba en
su voz que solo confiaba a medias en lo que decía. Jason era capaz de captar cosas
superficiales, cosa que antes no hacía.
Ella regresó al sofá. Se sentía relajada, y le resulté fácil contestar cuando Jason
dijo:
— ¿Cuántos años tenías cuando murió tu madre?
—Diecisiete. Trabajé en varias cosas durante un tiempo, luego comencé a estudiar
para enfermera. Desde que me gradué he trabajado en esto.
— ¿No te olvidas de algo? —preguntó Jason.
—Qué quieres decir? —preguntó Elinor.
—Hay algo en tu voz que me intriga desde el primer día.
— ¿Qué le pasa a mi voz?
—No le pasa nada, es como si hubieras borrado toda tu vida de un golpe.
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—Es mi voz de profesional.
—Eso pensaba, pero... Está bien, no es asunto mío.
—No, no lo es —dijo ella.
—No te enfades. Creía que nos estábamos haciendo amigos, y que podías
contarme cosas. Pero tienes razón, no tengo derecho a entrometerme.
—No lo estás haciendo. Pero hay cosas que no puedo contarte.
— ¿A quién se las cuentas? ¿Hay alguien con quien puedas hablar de ellas?
-No.
—Pobre Elinor. Estás atrapada en el desierto. Igual que yo.
—Tú saldrás de ese desierto, Jason.
— ¿Y tú cuándo saldrás del tuyo?
De repente, sintió un impulso irresistible de decir la verdad.
— ¿Qué más da? Un desierto puede ser un sitio muy seguro.
— ¡Por favor! No eres lo suficiente mayor como para saber eso.
—Jason, por favor, olvida esta conversación. No sé por qué lo he dicho.
—Lo has dicho porque es verdad. Has abierto un poco la barrera, pero ahora la
has vuelto a cenar, ¿a que sí?
— ¿Supón que sí? —dijo ella enfadada—. ¿Por qué no puedo guardarme las cosas
para mí? Quizá no quiero salir del desierto. Quizá lo necesite. No me obligues, Jason.
Déjame tranquila donde me siento segura.
—Lo siento. No tengo derecho a pedirte que confíes en mí. Has sido muy amable
al hablarme de ti.
Su tono era frío y formal. Elinor presentía que la noche maravillosa se acababa de
estropear.
—Jason, yo...
—He disfrutado de nuestra cena —dijo él con el mismo tono—. Pero quizá sea el
momento de que termine... ¡Cielos! —gritó. Se incorporó e intentó agarrar a Elinor.
— ¿Qué ocurre? Estoy aquí —lo tomó de las manos—. Dime qué te pasa.
—Mi pie. Es como si tuviera agujas clavadas. ¿Has oído? Tengo agujas en el pie.
—Eso es maravilloso. ¿Estás seguro?
— ¿Seguro? Me está volviendo loco, pero es estupendo. Elinor, tengo
sensibilidad. — ¿Sabes lo que eso significa?
—Sí, lo sé. Significa que estás recuperando la sensibilidad en las piernas.
—Y eso quiere decir que voy a caminar otra vez, ¿verdad?
—Sí... bueno, probablemente... es buena señal.
— ¿Buena? Es lo mejor que me ha sucedido en meses. ¡Elinor!, ¡Elinor!
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Jason tiró de ella y Elinor cayó entre sus brazos. El la abrazó con fuerza.
Ella protestó un poco antes de sorprenderse ante su propia respuesta, había pasado
de ser una enfermera a ser una mujer. Sentía que la fuerza recorría el cuerpo de
Jason. Ya no era un inválido, sino un hombre que volvía a la vida.
La besó con delicadeza, transmitiéndole su ardiente deseo e invitándola a que
hiciera lo mismo. Podría ser que el resto de su vida estuviera incapacitado, pero
todavía podía besar a una mujer hasta volverla loca. Exploró su boca con la lengua,
buscando el fuego de su dulce piel.
Todo el cuerpo de Elinor estaba ardiendo. Ella sintió las caricias en el cuello, los
hombros, los pechos... Sintió que él estaba perdiendo el control y que, de un
momento a otro, ella perdería el suyo. En cualquier momento...
—Jason, ¡no!
—Elinor.
—No... suéltame... suéltame...
Él la soltó. Ella se puso en pie y se retiró.
Se vio reflejada en el espejo. Estaba despeinada, tenía el rostro colorado debido a
la pasión y los ojos le brillaban de placer. Tenía un tirante del vestido descolocado,
como si hubiese estado a punto de quitarse la ropa y ofrecerse a ese hombre. Tenía
los pechos erectos y estaba desenfrenada.
Se alegraba de que él no pudiera ver lo que había provocado en ella. Pero él lo
notaría, porque a él le ocurría lo mismo y cualquier hombre con deseo sabía
interpretar la ardiente respuesta de una mujer.
Al mismo tiempo deseaba ver la expresión de sus ojos.
—Lo siento —dijo él—. No tenía derecho a hacer eso. ¿Qué es lo que me ha
pasado? Por favor...
—Estabas contento —dijo ella—. Y yo me alegro por ti. Eso es todo.
Ella lo vio temblar y cuando él volvió a hablar tuvo que hacer un esfuerzo para sonar
normal.
—Son buenas noticias, ¿verdad, Elinor?
—Es lo mejor. Vamos a conseguirlo.
Intentaban volver a dirigir su relación hacia un punto en el que al día siguiente no
se avergonzaran al verse.
—Es tarde, deberías estar en la cama -dijo ella—. Yo recogeré las cosas.
Llevó el carrito con los platos a la cocina. Cuando regresó, Jason se había sentado
en la silla de medas y la esperaba junto a la escalera. Tenía un aspecto triunfal y a
Elinor se le encogió el corazón de ternura.
Habría hecho cualquier cosa por que las cosas le salieran bien a Jason.
Lo llevó arriba y lo ayudó a meterse en la cama.
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—Intenta dormir bien. Mañana te haré unas pruebas, así que tendremos un día
ocupado.
— ¿Dormir? ¿Después de las buenas nuevas? Vale, vale, lo que tú digas, mujer
dragón.
—Sí, soy una mujer dragón y no lo olvides —intentó decirlo en un tono animado,
pero tenía miedo de que le temblara la voz.
Intentó tocarlo lo menos posible mientras lo arreglaba para la noche. Necesitaba
quedarse a solas con sus pensamientos.
Cuando la casa se quedó en silencio, Elinor salió y caminó bajo las estrellas. Lo
que había sucedido le había llegado al alma. Su enemigo la había besado de forma
apasionada y a ella le había gustado. No fue como la vez que la besó mientras
soñaba. Esta vez fue un beso en toda regla, decidido y masculino. Y ella respondió
con fuego.
Ella respondió contra su voluntad, pero descubrió que estaba esperando ese beso.
Había abierto una puerta en su mente y desde ella podía ver todos los recuerdos que
había reprimido durante seis años.
Aquella noche, en la biblioteca, Jason la abrazó para separarla de su hermano.
Pero en cuanto la rozó con los labios, ella sintió un escalofrío que nunca había
sentido.
Descubrió que el verdadero placer se sentía cuando el beso de un hombre era
seductor, y fiero. A ella no le gustó y sintió miedo, pero gracias a los movimientos de
su boca, entró en la espiral del éxtasis y se dejó llevar hasta que comenzó a besarlo.
El se quedó tan sorprendido como ella. Lo había notado en sus ojos, oyó cómo
decía su nombre con otro tono de voz. Y, de repente, se encontró con que ella
también lo besaba, deseando que aquello durara para siempre.
Y eso era lo que Simon vio.
Durante el breve instante que estuvo entre los brazos de Jason, ella vislumbró la
pasión como nunca había soñado. La respuesta involuntaria de su cuerpo fue una
traición al hombre que amaba. Jason había hecho que se estremeciera como Simon
nunca lo haría. Y Simon lo había visto. Se merecía todas las palabras que él le gritó.
Esa era la verdad, la verdad que durante seis años ocultó y que casi había
olvidado.
Y esa noche, otra vez entre sus brazos, la ilusión se hizo añicos. Jason Tenby no
era solo su enemigo.
También era el hombre que anhelaba de todo corazón.
Al día siguiente, entró temprano en la habitación de Jason.
— ¿Cómo van los alfileres?
—Peor —dijo él—. Ahora los tengo en las dos piernas. Vuelvo a sentir cosas.
¡Pensé que nunca iba a ocurrir! En poco tiempo, estaré caminando.
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—Jason, por favor, no te emociones tan pronto. Es muy buena señal, pero caminar
aún te llevará tiempo. Deja que compruebe tus reflejos, después llamaré a Andrew.
Las pruebas confirmaron que estaba recuperando sensibilidad y a Jason le dolía el
alma. Ella no volvió a advertírselo, pero lo miró y deseó que más tarde no tuviera
que decepcionarse.
Todavía tenía un obstáculo por superar. Antes de bajar por el desayuno, dijo:
—Si hubiese sabido que ese vino era tan fuerte, no habría bebido tanto.
—Yo también habría bebido menos. ¿Me porté mal?
Ella se rió.
—Te comportaste como un hombre que acababa de recibir noticias estupendas.
— ¿Y a esos se les perdona todo? —preguntó él.
—No hay nada que perdonar —le aseguró.
Y reconstruyeron la verdad de forma que ambos pudieran aceptarla.
Pronto llegaría el momento en que retirarían el antifaz de los ojos de Jason. Se
había convencido de que todos los obstáculos se podían superar y estaba deseando
que llegara ese día.
Elinor no estaba tan segura. Necesitaba que alguien hablara con Jason, y cuando
Andrew llamó para invitarla a cenar, ella aceptó encantada.
Estuvo a punto de arrepentirse cuando él le dijo:
—Hay un restaurante nuevo que tiene el mejor vino y la mejor comida que hayas
probado nunca.
—Oh, no, una hamburguesería está bien.
—De hamburgueserías nada. Te voy a invitar a un sitio con clase. Ponte ese
vestido del que me ha hablado Hilda.
De repente se le ocurrió que Andrew se tomaba la invitación como una cita. Ella
había estado tan preocupada por Jason que no había pensado en esa posibilidad.
Pero ya no podía echarse atrás sin ser maleducada, y de todas formas, tendría la
oportunidad de hablar sobre Jason.
—Si te parece bien, mañana por la noche saldré —le dijo a Jason—. Voy a cenar
con Andrew.
—Creí que íbamos a escuchar la radio —dijo él—. Es el último episodio de la
serie.
—Oh, se me había olvidado.
Habían escuchado juntos todo el serial y habían discutido acerca de quién era el
asesino. No estar allí para escuchar el desenlace era hacerle un desprecio.
—Llamaré a Andrew y cambiaré de día.
—No tiene sentido. No voy a morirme porque salgas una noche.
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Andrew pasó a recogerla la tarde siguiente. Ella bajó a saludarlo y subió a
terminar de maquillarse. El la esperó en el estudio, con Jason.
—Me he recetado un whisky —dijo Jason—. No te ofrezco uno porque vas a
llevar en coche a la persona más importante de mi vida en estos momentos.
Andrew sonrió.
—No dejes que Virginia te escuche decir eso.
—Es diferente -dijo Jason un poco tenso.
—Seguro. No puedo imaginarme a mi prima cuidando a un enfermo. Por cierto,
¿cómo está Virginia? En Londres, comprándose su ajuar, supongo.
—No, ese era el plan original, pero de momento está en espera -dijo Jason—.
¿Dónde vas a llevar a Elinor?
—Al Dandelion. Un buen sitio. Por lo menos será el lugar adecuado para que
luzca el vestido que lleva puesto. Cuando la conocí era como un gnomo. Hoy parece
el espíritu del bosque.
— ¿Piensas algo? —preguntó Jason al oír esas floridas palabras.
—En el amor —contestó Andrew—. ¿Cuánto va a estar Elinor abrió la puerta.
Jason oyó el sonido de sus pasos y Andrew dijo:
— ¡Estás preciosa!
Elinor se rió.
—Gracias.
—Ese color hace que tu piel brille. ¡Vas a hacer que la gente te mire!
Jason cerró los puños. ¿Por qué diablos no se marchaban? Aspiró el aroma del
perfume de Elinor y le recordó a las rosas y a todas las cosas buenas de la tierra.
— ¿Estás seguro de que estarás bien sin mí esta noche? —preguntó Elinor.
—No te preocupes, Alf me llevará arriba y Hilda me ayudará a acostarme.
—Sí, pero...
—Mujer dragón -dijo Jason—, si llega el día en el que no me las pueda arreglar sin
ti, me pego un tiro.
— ¿Eso es un sí?
—Sí.
—Hilda está aquí si tú...
—Marchaos —dijo Jason broma—. Pasadlo bien.
Andrew se rió.
— ¿Está lista la señora?
—Estoy lista, caballero.
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Jason escuchó el ruido de la puerta al cerrarse. Otra vez estaba solo. Escuchó
alejarse el coche de Andrew. Ya podía soltar las manos.
Hilda entró a llevarse las cosas de la cena.
— ¿Qué aspecto tenía, Hilda?
— ¡Estaba preciosa! Alta y delgada, y con esas piernas. Cuando yo era joven,
soñaba con tener unas piernas como esas. Y ese vestido de seda, como los árboles en
otoño.
—Él dijo que hacía que brillara su piel —murmuró Jason.
— ¡Ese hombre se está enamorando! —dijo Hilda—. Se nota a la legua. Pronto
serán una pareja.
— ¿Quieres decir que ella también se está enamorando? —preguntó Jason—.
Estoy seguro de que no. Solo se han visto dos veces.
—Él también la ha visto solo dos veces —señaló Hilda—. Pero ya está loco por
ella. ¿Por qué no va a enamorarse ella? Una chica joven como esa. Harían tan buena
pareja.
—Espléndida. Buenas noches, Hilda.
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Capítulo 9
NO HABÍA peligro de que Elinor se enamorara de Andrew, pero hacía mucho
tiempo que no salía por la noche. Se sorprendió un poco al ver lo caro que era el
restaurante. De alguna manera, eso hacía que la ocasión fuese más íntima de lo que
ella quería, pero Andrew se comportaba de forma desenfadada y no tenía sentido
montarle un espectáculo.
La cena estaba deliciosa y Andrew hizo todo lo posible para entretenerla. Todo lo
que no tenía de guapo, lo tenía de entretenido, y enseguida hacía reír a Elinor.
—Me alegro de que me hayas invitado a salir —le dijo ella cuando el camarero les
llevó el vino. Estaba observando la cantidad de vino que le servía y no se percató del
gesto de esperanza que hizo Andrew—. Así tengo la oportunidad de hablar de Jason
contigo. He tenido una idea y quiero saber qué opinas de ella.
—Ah -dijo Andrew.
Ella le contó cómo había sido la primera visita de Jason a los establos y todas las
que hicieron después.
—Creo que le ha sentado muy bien.
—Estoy seguro de ello -dijo Andrew—. Fue una idea estupenda.
—Pero todavía le queda mucho para poder montar. Todavía no sabemos si podrá
andar, pero, aunque no lo haga, podría montar.
—Sí, he oído hablar de técnicas de monta para discapacitados.
—No dejes que Jason te oiga llamarlo así —le advirtió Elinor—. Pero sí me
gustaría encontrar más información sobre eso, así, cuando llegue el momento, podré
ayudarlo.
— ¿Tú sabes montar?
—No —contestó ella enseguida.
Andrew sonrió.
—Me gustaría que vieras la cara que has puesto. Juraría que te he tocado un
nervio. Venga, cuéntame qué pasó. ¿Te caíste de un burro?
—No importa. Estamos hablando de Jason.
—Pero yo prefiero hablar de ti. Quizá debieras aprender a montar. Jason me deja
sus caballos cuando yo quiero. Podemos pedirle uno, te vienes conmigo y te enseño.
—Y él no sabrá que lo hago por él. No quiero decirle nada todavía. Se deprimiría
si supiera que pienso que su futuro va a ser así. Andrew, eres una maravilla.
Al verla radiante y con los ojos brillantes, él contuvo la respiración. Estaba
preciosa. Quitaba el aliento. Y sabía que él no era la causa.
—Por supuesto, no debería ser yo —dijo Elinor—. Virginia debería estar aquí
ayudándolo. ¿No lo ama?
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—Estoy seguro de que se quieren, pero a Virginia no le pega estar junto a un
enfermo.
— ¿Y Jason es su tipo? ¿Un hombre que quizá nunca se recupere del todo?
¿Andrew, crees que tiene oportunidad de recuperarse?
—Elinor, yo sé lo mismo que tú. Sabremos más cuando se quite el antifaz. Ahora,
¿podemos dejar de hablar de esto? Te he invitado a cenar porque quiero disfrutar de
tu compañía. ¿Quién quiere que también esté aquí Jason?
—Lo siento -dijo ella sonriendo—. Suelo pensar en el trabajo.
— ¿Quieres decir que te pasa lo mismo con todos los pacientes?
—Por supuesto.
— ¡Hmm!
El restaurante tenía su propio cabaret. Actuaba un comediante que hacía las
típicas bromas pero que era bastante bueno. De vuelta a casa todavía se estaban
riendo.
—Le echaré un vistazo a mi paciente antes de irme —dijo Andrew y subió las
escaleras con ella.
De repente a Elinor le entró la risa. Intentó aguantársela pero no lo consiguió.
— ¿Qué pasa? —preguntó Andrew.
—Esa mujer del público. ¿Recuerdas lo que él le dijo?
—Sí, y su cara —él también se rió.
—Shh. Jason debe estar durmiendo -dijo Elinor.
—No, se ve luz por debajo de la puerta.
Hilda apareció en camisón y con los rizos puestos.
—Te he esperado despierta, cariño —susurró—. Pensé que te gustaría tomar una
taza de té.
—Perfecto —contestó Elinor.
Andrew se metió en la habitación de Jason y lo encontró sentado junto a la
ventana, escuchando la radio. La apagó y preguntó en tono animado:
— ¿Qué tal os ha ido?
—Bien y mal —contestó Andrew.
— ¿Y eso qué significa?
—Que por lo que a mí respecta, la he encontrado. La mujer única.
— ¿Y cuándo es la boda?
—Hay un pequeño problema -dijo Andrew mirando a Jason.
— ¿Qué problema? ¿No me digas que hay otro hombre en su vida?
—Oficialmente no, pero creo que puedo tener competencia.
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—Me gustaría que me dijeras las cosas claras –dijo Jason.
—Eso es justo lo que no puedo hacer.
— ¡Deja de ser tan misterioso!
—Mira, no me gusta anticipar las cosas. Tómatelo despacio, ya sabes, no te
precipites en la primera cita y esas cosas.
—Creo que eres muy listo.
— ¿Te encuentras mal?
—No, supongo que hoy he trabajado mucho.
Elinor entró con una bandeja de té y tres tazas.
—Deberías estar en la cama —le dijo a Jason.
—Tú también —se quejó él—. Saliendo por ahí mientras tu paciente está
abandonado.
—No me vengas con que te he abandonado —replicó ella—. Hilda te trata como
una madre.
El notó el tono relajado de su voz, al que no estaba acostumbrado. Los había oído
subir las escaleras, pararse en el descansillo y reírse. Se preguntaba si era la Elinor
Smith que él conocía.
Los diez minutos siguientes se hicieron eternos. Nunca le había ocurrido que su
amigo tuviera una conversación tan banal. Andrew no paraba de hablar y Jason
pensó que nunca se marcharía. Al final, hizo caso omiso de las buenas maneras y
bostezó.
—Será mejor que te vayas, Andrew —dijo Elinor—. Mi paciente tiene que
descansar y ya es más de medianoche.
—Sí, es tarde —afirmó el paciente.
— ¿Quieres que te ayude a meterte en la cama? —preguntó Andrew.
—Todavía no estoy listo.
—Pero acabas de decir...
—Buenas noches, Andrew.
—Buenas noches, perro viejo.
Jason oyó que Andrew se reía, después el sonido de un beso y finalmente el ruido
de la puerta.
El sonido de un beso.
—Lo has pasado bien? —preguntó.
—Oh, sí —dijo ella.
—Estoy seguro de que Andrew es muy buen anfitrión.
—El mejor —dijo ella con inocencia—. Hace reír.
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—Ya os he oído mientras subíais por la escalera.
— ¿No te hemos despertado, verdad?
—No.
— ¿Cómo se creía que iba a dormirse si ella estaba fuera hasta tan tarde?
—Venga, cuéntame -dijo ella.
— ¿Qué quieres que te cuente?
— ¿Quién era el asesino? ¿El marido o el primo de Australia?
—El primo. Tenías razón.
—Ya lo sabía. Cualquiera lo hubiera sabido.
—Estás despedida.
— ¿Otra vez? ¿Cuántas veces lo has hecho?
—He perdido la cuenta —bostezó.
—Es hora de que te vayas a la cama.
—Está bien —se acercó a la cama y giró la silla para colocarse.
— ¿Puedes subir tú? —preguntó Elinor. Jason había aprendido un movimiento
con el que podía meterse en la cama. Pero si estaba muy cansado, no siempre le salía.
—Hoy no -dijo él—. Tenía que haberle dejado a Andrew que me ayudara. ¿Te
importa?
—Claro que no.
Se puso delante de él y se inclinó para que pudiera apoyarse en sus hombros. Le
agarró el cuerpo y se enderezó. Ese roce la puso nerviosa. Deseaba tenerlo más cerca
y juntar sus caras, pero no debía hacerlo, porque pertenecía a otra mujer, porque
estaba enfermo y confiaba en ella, dependía de ella. Nunca le había costado tanto ser
una profesional.
— ¿Tienes suficiente energía para darme un masaje? —Por supuesto. Date la
vuelta.
El se quitó la chaqueta del pijama y esperó a que lo tocara. Las manos de Elinor
eran únicas, suaves, pero con la fuerza suficiente para relajar no solo su cuerpo, sino
también su mente. Era un placer que le tocara la piel.
— ¿Así está bien? —preguntó ella.
—Baja un poco más. Esta tarde me ha dolido toda la columna.
—Curioso, eso no suele ocurrir.
—Es porque te marchaste y me dejaste —bromeó—. En cuanto no estás, me hago
añicos.
Ella le hizo un masaje por toda la columna, intentando no fijarse en su belleza.
Era difícil mantenerse alejada cuando estaba impregnada de ternura.
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Y de algo más que ternura.
Era su enfermera, y era una desgracia sentir tanto placer al tocarlo, al
contemplarlo. Era alarmante que todos esos años de dura disciplina no le sirvieran
de nada. Los pensamientos prohibidos persistían en su cabeza.
Había decidido olvidar sus besos, pero no era fácil hacerlo. En ese instante los
sentía en sus labios y recordaba lo que era querer a un hombre.
Estuvo a punto de dejarse llevar y acariciar la espalda de Jason con los labios.
—Eso me gusta —dijo Jason.
Sorprendida, ella volvió a la realidad y se dio cuenta de que, mientras soñaba,
había dejado de mover las manos con fuerza y solo lo estaba acariciando. Comenzó a
darle el masaje otra vez, hasta que él dijo:
— ¡Au!
—Lo siento.
—Por cierto, tengo algo que decirte.
— ¿Jason...?
—Se me ha caído un poco de té caliente en las piernas y lo he sentido.
—Eso es maravilloso. ¡Oh, y yo no estaba aquí!
—Sí, me hubiera gustado compartirlo contigo en ese momento. Pero supongo que
pronto te marcharás si vas a dejar que Andrew te atrape.
—No seas tonto. Hemos estado toda la tarde hablando de ti.
Ella terminó el masaje y él se volvió.
— ¿Y supongo que no he oído cómo te besaba?
—Solo en la mejilla. Para ser educado. Ahora, ¿quieres dejar de decir tonterías e
irte a dormir?
— ¡Sí, enfermera! ¡No, enfermera! ¡Llené tres bolsas, enfermera!
Ella se rió y a él se le erizaron los pelos de la nuca. Oyó que se cerraba la puerta.
Sabía que se había portado fatal. Que la había engañado para tenerla entre sus
brazos, y que había sido tan bonito como lo recordaba.
¿Lo habría notado ella? ¿Habría oído cómo latía su corazón cuándo acercó su cara
a la de ella? Lo invadieron los recuerdos y él se llenó de alegría. Debía de estar
avergonzado. Pero no lo estaba.
Se tumbó con las manos detrás de la nuca, sonriendo. Estaba recuperando la
sensibilidad, y no solo en las piernas. Esa noche podía pensar en el amor, cosa que no
había hecho en meses.
Y además, Andrew solo la había besado en la mejilla.
— ¿Tienes los periódicos? —preguntó él al día siguiente mientras desayunaban
en el invernadero.
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—Todos. ¿Por dónde quieres que empiece?
—Sáltate los titulares. He oído las noticias en la radio. Me apetece algo ligero.
—Vale. ¿Como qué? ¿Los chistes? ¿Los ecos de sociedad? El señor Mengano se ha
fugado con la señora Mengana y están...
— ¿Qué ocurre? —preguntó Jason al ver que se callaba.
—Yo... Nada, se me ha caído el periódico.
—No. Lo habría oído. ¿Qué pasa, Elinor?
—Está bien. Hay una foto de la señorita Virginia en la página de los ecos de
sociedad.
— ¿Con quién está? —preguntó Jason.
—Con Freddie Sutherland —dijo Elinor y leyó—. Aparentemente es un
millonario que posee una casa en Mayfair y un apartamento en Nueva York. Se ha
divorciado recientemente.
— ¿Y crees que Virginia quiere convertirse en la próxima señora Sutherland?
—Bueno... están bailando muy agarrados. Aun así, eso no significa nada.
Supongo que bailará con mucha gente.
—Salió con Freddie durante un tiempo, pero él se casó con otra. Hace tiempo que
no sé nada de ella —Jason puso una mueca de dolor—. Lo único que aún puedo leer
es lo que no está escrito.
—Oh, Jason, lo siento.
— ¿Te importa dejarme a solas? Y no dejes que entre nadie.
Ella se marchó y fue a la cocina para advertir a Hilda. En el último momento se
dio la vuelta y vio a Jason en el invernadero, tenía los puños cerrados y dio un golpe
en la mesa. Después levantó los puños y apoyó su frente en ellos.
— ¡Maldita sea! —dijo Elinor en la cocina—. Maldita sea por no tener corazón...
— ¿Qué ha pasado? —preguntó Hilda.
—La señorita Virginia está saliendo en Londres con Freddie Sutherland, un
millonario. ¿Cómo se atreve?
— ¿Jason lo sabe? —preguntó Hilda.
—Lo han publicado en los ecos de sociedad y yo no me he dado cuenta. ¡Podría
matar a esa mujer!
— ¿Cómo se lo ha tomado?
—Quiere estar solo, y lo he visto... ¿Cómo ha podido hacerle esto?
—Bueno, si te disgustas tú, no vas a ayudar a Jason.
— ¡No estoy disgustada!
— ¿Por qué estás llorando?
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—No lo estoy. Bueno, solo un poco.
Elinor salió de allí y se dirigió al camino de robles. Se apoyó en uno de ellos para
intentar aliviar su dolor.
Acarició la corteza del árbol y encontró unas letras grabadas hacía mucho tiempo.
Eran una S y una C entrelazadas, Simon y Cindy, cada vez menos visibles. Como
el amor.
¡Qué dulce había sido ese amor una vez!
Y ya estaba desplazado por el nuevo sentimiento que luchaba por aflorar.
¡Estaba equivocada! Al ver que Jason no le daba importancia a la ausencia de
Virginia, ella pensó que no le importaba. Pero la infidelidad de su prometida lo había
destrozado. Elinor deseaba no haberlo visto golpeando la mesa. Era un gesto de
desesperación.
Y por qué tenía que importarle a quién amara Jason Tenby? Ella era su enfermera,
tenía que animarlo y cuidar de él. Pero no amarlo.
Escondió la cara entre sus manos.
Al cabo de una hora. Jason la mandó llamar.
—Tenemos que hablar —le dijo cuando ella llegó al invernadero.
Elinor se sentó junto a él. Estaba muy pálido y a ella la afectó.
—He llamado a Virginia. Cualquier día anunciará su compromiso con Freddie.
—Lo siento -dijo Elinor desesperada.
—No lo sientas. Algo así tenía que pasar. No tengo el corazón roto, Elinor. Nunca
he estado enamorado de ella.
—Por favor, Jason, no tienes por qué fingir. He visto lo triste que estabas...
—Sí, lo estaba, pero no por Virginia. Pensamos que era conveniente que nos
casáramos, pero yo no la amaba.
— ¿No? —preguntó sin aliento.
—Ni ella a mí. Y solo una mujer muy enamorada puede atarse a un ciego
inválido.
—No hables de ti de esa manera.
— ¿Por qué no? Es verdad. Debí de haberme enfrentado a ello antes, en lugar de
esperar a que ella me dijera que nunca volveré a ser un hombre.
— ¿Te ha dicho eso?
—No en palabras. Es más, ha sido muy educada. Pero las acciones dicen más
cosas. No quiere perder más tiempo conmigo. Y tiene razón.
Elinor apenas podía hablar de la rabia que sentía. Si Virginia hubiera estado allí se
habría vengado de ella por hacerle más daño aún a ese hombre que ya sufría
bastante.
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—Pero hay cosas que están a tu favor. Probablemente puedas volver a caminar...
— ¿Y a ver?
—No lo sé.
—El médico que me trató los ojos es muy buena, pero me dijo que tengo menos
de un cincuenta por ciento de posibilidades de recuperar la vista. ¿Y de que me
sirven las piernas si no puedo ver? Me resulta extraño lo claro que se ve todo detrás
de este antifaz. Me veo como el mundo me ve. Eso es lo que me entristece, yerme a
través de los ojos de Virginia, como un hombre del que cualquier mujer sensata se
mantendría alejada.
Elinor intentó decir algo, pero no pudo. La facilidad con la que Jason aceptaba la
desesperación le dolía más que todos sus enfrentamientos del pasado. Deseaba
abrazarlo y prometerle que lo protegería del mundo, pero sabía que era lo peor que
podía hacer. Sería reforzar su condición de inválido.
—Has intentado darme ánimos —dijo él—. Quizá lo que debieras hacer ahora es
enseñarme a afrontar lo que me toca. ¿Puedes hacerlo?
Una vez estuvo a punto de hacerlo, pero se retractó y se negó a decirle algo que
podría ayudarlo porque a ella le habría hecho mucho daño. Pero en esos momentos
no le importaba que el supiera que ella también había conocido la desesperación.
—Quizá pueda. Una vez me dijiste que yo comprendía... y lo hago.
—Cuéntame. Si alguna vez he necesitado tu ayuda, es ahora.
—Me sucedió algo, hace mucho tiempo, que me destrozó. Por lo menos, así me
sentía yo...
Le resultaba muy duro y se calló, pero al ver a Jason continuó.
—Perdí lo que más quería en el mundo y de una manera que aún no puedo
soportar recordar. Me marché y me escondí donde nadie me conocía, y lloré. Cuando
dejé de llorar, noté algo extraño.
— ¿Qué había pasado?
—Nada. Absolutamente nada. El resto del mundo había seguido adelante como si
yo no hubiese llorado ni un momento. No sirve de nada...
—Sucumbir a la amargura —añadió él.
—Sí. Es una etapa que hay que pasar, darse cuenta de que es para siempre y
comenzar a vivir una nueva vida. Espero que para ti no dure siempre, pero...
—Sigue.
—Pensaba que todo se había terminado. No me parecía posible seguir viviendo
con tanto dolor. Pero lo hice. Solo que cambié. Me convertí en alguien fuerte que veía
las cosas de otra manera. Y supe que la vida todavía tenía sentido.
— ¿Supongo que todo eso te lo hizo un hombre?
—Sí.
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—Pero las chicas siempre tienen relaciones dolorosas. Siempre hay otra persona
—al ver que ella no contestaba, añadió—: Lo siento, he metido la pata. Para ti no
fue así, ¿verdad?
—No, no fue así. Yo no decidí no volver a amar a un hombre. Pero después de
unos años descubrí que me había convertido en una mujer incapaz de amar.
—No hables así de ti —dijo él.
—Puedo ver, andar y hablar, pero a menudo siento que falta una parte de mí.
Puedes aprender a vivir, Jason, claro que puedes.
— ¿Pero te ha merecido la pena vivir?
—Tengo cosas muy importantes, mi trabajo y un lugar en el mundo. No es el sitio
que quería, pero es un buen sitio.
—Pero eso no es lo que te he preguntado. Aunque supongo que me has dado la
respuesta.
Ella no dijo nada. Al cabo de un momento, él le apretó la mano y ella hizo lo
mismo.
Aquella tarde, Elinor paseaba por el jardín y vio que en la habitación de Jason
había luz.
Ese día no le había dicho toda la verdad. Le dijo que ella no podía volver a amar.
Tenía que decírselo. Si tenía que ayudarlo, él tenía que saber que ella comprendía
cómo era una vida incompleta.
Pero esa no era la verdadera razón. Había otra que ella no se atrevía a admitir.
Había renunciado al amor, pero este apareció en la oscuridad y la pilló desprevenida.
Después de seis años su corazón volvía a nacer. Y como todos los nacimientos, era
una especie de agonía tras la que se ocultaban años de infinito placer.
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Capítulo 10
COMO HABÍA prometido, Andrew llegó un día preparado para montar. Jason
estaba con la señora Horton y apenas sonrió cuando Elinor le dijo que salía un par de
horas.
Le dejaron a Tansy para que montara, la yegua mansa de la que Jason había
hablado. Andrew le había llevado un casco y, bajo sus instrucciones, ella fue
tomando confianza.
—Lo estás haciendo muy bien —le dijo el segundo día.
—Ella es un encanto -dijo Elinor acariciando el cuello de Tansy—. Nunca me
asusta.
—Es perfecta para que vayas a montar con Jason. De momento, él no podrá ir
muy rápido. Por lo menos hasta que pueda andar.
—Pero si pudiera elegir, preferiría recuperar la vista.
—Pronto lo sabremos, pero me temo que no tiene muchas posibilidades.
Elinor había pensado mencionarle a Jason que estaba aprendiendo a montar a
caballo, pero no tuvo oportunidad porque el sobrino de Hilda trabajaba en el establo
y ya lo había contado. Para su sorpresa. Jason estaba molesto.
—No te estaba mintiendo —le dijo indignada por su comentario—. Estoy
pensando en el día que puedas volver a montar, y no te he dicho nada porque
estabas muy ocupado. No hagas una montaña de un granito de arena.
—Se supone que tienes que estar aquí cuando te necesito, no por ahí citándote a
escondidas.
Él sabía que todo era absurdo, pero no soportaba imaginarse a Elinor en
compañía de Andrew, montando a caballo y riendo entre los árboles.
— ¡Citas secretas! —dijo Elinor—. He intentado buscar la manera de serte más
útil. ¿Y por qué no puedo ver a Andrew?
—No se me ocurre una razón —dijo él—. ¿Podemos olvidarnos de esto?
— ¡Por supuesto! —soltó ella.
El sabía que se había pasado y, al momento, puso su mejor sonrisa.
—Lo siento, Elinor.
—Deberías sentirlo -dijo ella en tono amistoso como diciéndole que lo
perdonaba—. Te iba a decir lo de Andrew. Me ha estado enseñando a montar para
que pueda ir a montar contigo.
—Va1e, iremos ahora mismo!
—Irás cuando la mujer dragón te lo diga —dijo ella sonriente—. Y eso no ocurrirá
hasta que tus piernas estén un poco más fuertes. Es hora de que intentes dar unos
pasos. Esta mañana he encargado un andador.
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— ¿Un qué?
—Es más estable que las muletas. Te ayudará mucho al principio.
—Entonces empecemos ahora mismo.
Pasó las manos por el andador y cuando ya lo controlaba dijo:
—Vamos.
Ella lo ayudó a apoyar los pies en el suelo y se colocó al otro lado del andador,
sujetando a Jason por las axilas.
Jason se levantó de la silla de ruedas, y por primera vez en semanas, apoyó todo
el peso en las piernas. La sensación era aterradora. Luchó por mantener el control.
—Mis piernas son de mantequilla, no puedo...
—Sí puedes -dijo ella rodeándolo con los brazos.
Él se apoyó en sus hombros.
—Así me siento más seguro.
—Bien. Como mejor te sientas.
— ¿Bailamos? —preguntó bromeando.
—Bailaremos juntos, te lo prometo.
—No puedo moverme.
—Dale tiempo. Acostúmbrate primero a estar sobre tus pies.
—Vale, quedémonos así.
Pero no fue buena idea. Jason había recuperado la fuerza y la salud, y a esa
distancia no se podía escapar de su vibrante masculinidad, ni de la calidez de su
cuerpo. El la agarraba mucho más cerca de lo necesario. ¿Cómo iba a comportarse
como una profesional, si él se lo ponía tan difícil?
—Creo que es suficiente por hoy -dijo ella con voz temblorosa.
—Pero yo estoy muy contento así. No te importa que me apoye en ti, ¿verdad?
—No dijo ella—. Es mi trabajo.
— ¡Diablos! Ya sabes a lo que me refiero.
— ¡Compórtate!
—Sí, mujer dragón.
—Y no me llames así.
—Detenme —bromeó él.
—Lo que sea necesario para animar al paciente.
Él acercó la boca a su oreja de forma que pudiera sentir su cálida respiración.
— ¿Te digo lo que me animaría ahora mismo?
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—Creo que no debías -dijo ella intentando ignorar las deliciosas imágenes que
pasaban por su cabeza—. Es más, creo que debías sentarte.
—No hasta que haya dado unos cuantos pasos.
—Vale. Colocaré el andador un poco más adelante y pon tus manos sobre él.
Apoya tu peso en él, da un paso adelante.
Despacito, Jason fue colocando un pie detrás del otro. Apretaba los dientes,
sudaba, pero ¡lo había conseguido!
— ¿Lo has visto? —gritó.
—Sí —dijo ella riendo y llorando—. ¡Lo has hecho! Oh, Jason, ¡lo has conseguido!
— ¿Dónde estás? —la encontró y se apoyó en ella—. ¡Lo hemos conseguido!
—Está bien —dijo ella un poco mareada—. Ahora siéntate antes de que tus
piernas flojeen.
—Creo que voy a tumbarme y así me puedes dar un masaje.
Poco a poco regresaron hasta la cama, él estaba cansado y apoyaba casi todo su
peso en Elinor.
—Eres tan delicada. ¿Cómo puedes sostenerme?
—Soy suficientemente fuerte para lo que necesitas
—dijo ella.
—Me resulta extraño que no me importe apoyarme en ti. Antes lo hubiera odiado,
pero ahora me resulta normal. ¿No nos habremos conocido antes?
Ella se quedó paralizada.
— ¿Conocemos... antes?
—En otra vida, quizá. Tal vez por eso me siento como si te conociera desde hace
años. Me pregunto si éramos amigos, enemigos u otra cosa.
Ella respiró hondo. Ese era un terreno peligroso.
—No sueles ser tan fantasioso.
—Tú haces que lo sea. Es más, haces que sea muchas cosas que no eran antes. Me
pregunto por qué.
Debía decirle la verdad, si no lo hacía, llegaría un momento en que él recordara y
se pensaría lo peor.
—Jason...
Intentó buscar la manera de hacerlo, iba tan absorta en sus pensamientos, que no
se dio cuenta de que había una pequeña alfombra. Jason se tropezó en ella y se
agarró a Elinor, ambos perdieron el equilibrio y se cayeron sobre la cama, riéndose.
—Lo siento —dijo Jason sin estar preocupado.
—No, la que lo siente soy yo. Tenía que haber visto la alfombra.
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El no tenía intención de soltarla.
—Unas veces me preocupa más ser ciego que otras. Si pudiera ver tus ojos, sabría
si quieres que te bese, o no.
«Lo que quiero es levantarme y continuar con mi trabajo». Elinor estuvo a punto
de pronunciar esas palabras sensatas.
Pero estar entre los brazos de Jason, sintiendo el latir de su corazón, le impedía
decir nada sensato.
—No necesitas ojos para saber eso, Jason —su voz era dulce, como si perteneciera
a otra mujer, a una que estuviera cómoda entre los brazos de su amado.
El la agarró más fuerte.
— ¿Cómo voy a saberlo, Elinor?
—Así —susurró ella y le rozó los labios con su boca.
Después de ese movimiento, él se dejó besar y saboreó el placer. Por una vez, no
temía a la oscuridad. Ella era la oscuridad, la ternura y la dulzura. La cercanía de sus
cuerpos era oscuridad, sus labios y su lengua eran la oscuridad. La oscuridad era
preciosa.
— ¿Ahora lo entiendes? —murmuró ella.
—Pregúntamelo luego otra vez. Creo que vas a tener que convencerme.
Ella se rió y él perdió el control. La abrazó con fuerza. Tenía sensibilidad
suficiente para sentir el cuerpo de Elinor sobre el suyo, y para sentir que su cuerpo
era precioso. Le acarició la cintura, y el con- tomo de sus caderas.
Sabía que se arrepentiría. Se atormentaba innecesariamente pensando en que no
podía ser. Pero no había sentido el placer desde hacía mucho tiempo y deseaba a esa
mujer.
Intentó girarse para que ella quedara debajo de su cuerpo. Pero todavía no tenía
suficiente fuerza en las caderas ni en las piernas, ni suficiente sensibilidad. Solo
sentía que deseaba a esa mujer, y no poder hacer mucho más lo volvía loco.
— ¡Maldita! —gruñó.
— ¿Qué ocurre? —murmuró ella, negándose a abandonar ese maravilloso
momento.
—Todo está mal. No puedo soportar besarte así, si no puedo... ¿Cuánto queda
para que sea normal?
—Eso depende de cuánto te esfuerces.
—Usar las muletas. Montar a caballo. Empieza por traer aquí el andador.
—Ahora no. Voy a darte un masaje.
—No sé si voy a soportarlo —dijo medio en broma, medio desesperado.
—No importa. Pronto llegará el día.
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El día en que descubrirían si podía ver, el día en que podría caminar solo y
funcionar como un hombre. El día en que él sabría cuánto tenía que ofrecerle, y en el
que ella encontraría una respuesta.
Los siguientes días, Elinor se percató de que habían dado un gran paso. Ya sabían
lo que sentían y no tenían que hablar de ello.
Jason se esforzó para poder andar. Enseguida cambió el andador por las muletas
y cada vez tenía más sensibilidad en las piernas.
— ¿Cómo te va con el caballo? —le preguntó una tarde—. ¿Crees que ya puedes
protegerme? —dijo con una sonrisa.
—Puedo intentarlo —dijo ella—. Pero aún es pronto para que montes a Damon.
Tendrás que montar en Rosie, con una silla especial.
—Que estoy seguro de que ya has encargado.
—Te está esperando en el establo.
Al día siguiente fueron al establo y con un poco de ayuda se montó en el caballo.
Elinor se montó en Tansy y salieron hacia el prado.
— ¿Cómo vas? —preguntó ella.
—Estupendamente, teniendo en cuenta que no puedo ver adónde vamos. No
puedo controlar a Rosie con las piernas, pero como es muy mansa, no importa.
Al cabo de un rato, él dijo:
—Vamos al río. Hay un sitio cerca del puente donde hay un tocón de un árbol. Si
lo utilizamos, me podré bajar.
Ella encontró el sitio, se bajó del caballo y lo ató. Se subió al tocón y ayudó a
Jason. Cuando ya estaba en el suelo se apoyó en un árbol y rodeó a Elinor por la
cintura.
—Aunque muera por hacerlo, pienso besarte apoyado en mis pies.
El la besó y ella entendió lo que le quería decir, que habían terminado sus días de
invalidez y que dentro de poco podría contar con él.
Los problemas se desvanecieron. Ese era el hombre que amaba. Y se lo diría de todas
las maneras menos con palabras.
—Basta, no puedo respirar —protestó ella.
—No quiero que respires. Quiero que te olvides de todo menos de mí...
—Siempre...
—No como un paciente, como un hombre. No lo entiendes, ¿o quieres que te bese
otra vez?
—No, Jason, por favor...
El la ignoró y la besó. Ella tenía que defenderse, él había recobrado su fuerza y
con ella su autoridad. Cuando la soltó, respiraba con fuerza.
— ¿Por qué no puedo verte la cara? ¿Por qué?
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—Pronto la verás —prometió ella—. Pasado mañana.
— ¿Y si no puedo?
Allí estaba... el pensamiento que lo aterrorizaba. Dos días más tarde, iría Andrew
para destapar los ojos de Jason, y sabrían cuál era su futuro. Entonces, su vida
comenzaría de nuevo, o se estancaría en la desgracia.
Suponte que puedo caminar, pero no ver —dijo él—. ¿A que sería una broma de
mal gusto?
—No te anticipes —dijo ella—. Tenemos que esperar hasta entonces —él aún la
estaba sujetando. Ella apoyó la cabeza en su hombro, como si fuese ella la que
necesitara apoyo.
—Intentaré no ser pesado —prometió él y la besó en la cabeza.
—Puedes ser todo lo pesado que quieras -dijo ella—. Para eso estoy aquí.
— ¿Quieres que te diga para qué estás aquí? No, mejor no. No me ayudaría a
estar tranquilo. Dame un besito e intentaré pensar en cosas buenas.
Ella se rió al escuchar cómo insinuaba sus deseos.
—No te rías, mujer dragón. No, a menos que quieras que me vuelva loco.
Ayúdame a subirme en Rosie. Y compórtate.
Elinor se despertó de pronto. Se quedó quieta para ver si oía ruidos en la
habitación de Jason.
Era la noche anterior al gran día, y ambos se habían acostado tarde. Ella sabía que
él estaba despierto. Cruzó el pasillo y se metió en su cuarto.
— ¿Tú tampoco puedes dormir? —preguntó él.
—He dormitado, pero me he despertado y sabía que me necesitabas —se sentó
junto a él en la cama.
—Has debido oírme pensar en ti. Mañana ocurrirá lo que quería, pero las
próximas horas van a ser las peores de mi vida. Podré superarlas si te quedas
conmigo.
—Me quedaré contigo todo el tiempo que quieras —le prometió.
—Eso puede ser mucho tiempo —murmuró.
— ¿Qué?
—Nada, no he dicho nada.
Le agarró la mano con fuerza, como si fuera lo único en lo que pudiera agarrarse.
—Quédate conmigo —susurró—. No me dejes solo esta noche.
—No me iré. Ahora duerme.
Ella lo miró de forma protectora. Por su respiración supo que se había dormido, le
levantó la mano y la apoyó contra su pecho.
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Al cabo de un momento, tomó una decisión. Se quitó la bata y se metió en la cama
con él. Aunque Jason dormía, sintió que ella estaba allí y se dejó abrazar.
Jason había dicho que solo una mujer muy enamorada podría quedarse junto a él.
Con Simon el amor había sido algo idílico, pero Jason era un hombre diferente que la
necesitaba de otra manera. Con él el amor era patético, triste, feliz, devastador y
terrible. En parte era deseo, en parte ternura.
Los problemas se acercaban. Si él recuperaba la vista, la reconocería y querría una
explicación. Si se quedaba ciego y la quería, ella tendría que contarle la verdad. ¿La
comprendería?
El se movió y escondió la cara entre los pechos de Elinor, provocándole deseos
que la torturaban. Ella lo deseaba tanto.
—Se quitó el camisón y le ofreció su cuerpo desnudo. El comenzó a acariciarla.
Elinor, que durante mucho tiempo había permanecido fría, sintió un ardor
interior. Ningún otro hombre la había hecho sentir así. Ni siquiera Simon.
El también estaba volviendo a la vida, podía amar a una mujer con su cuerpo y
con su corazón. Ella no pudo contenerse y comenzó a acariciarle el cuerpo.
Quizá aquel instante era como un pequeño robo. Si ella tenía que marcharse y no
volverlo a ver, por lo menos tendría esa noche, en la que había sido suya. No una
enfermera, sino una mujer que se ofrecía en cuerpo y alma al hombre que amaba.
Ella murmuró palabras tranquilizadoras para no despertarlo.
—Estoy aquí, cariño.
Andrew llegó puntual. Todo el mundo en Tenby Manor estaba nervioso. Jason
estaba arriba, escondido por si tenía que enfrentarse a lo peor.
Jason saludó a Andrew animado, pero estaba muy pálido.
—Adelante, vamos a ver qué pasa.
Andrew le retiró el antifaz, pero Jason no se movió, ni siquiera abrió los ojos.
Elinor lo observó sin respirar. El se quedó quieto y bajó la cabeza. Ella lo
comprendió. Tenía miedo de dar el último paso.
Se arrodilló junto a él.
—Jason —dijo tomándole las manos—. Jason, no pasa nada. Estoy aquí contigo.
Mírame, cariño.
Jason comenzó a temblar.
—Mírame —repitió ella—. Abre los ojos.
—No puedo.
Ella le acarició la cara.
—Una vez dijiste que te volvía loco no saber cómo era yo. Ahora tienes la
oportunidad de averiguarlo. Saldrá bien. Confía en mí.
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«Por favor, que no me equivoque, ¿cómo podrá soportarlo? ¿Cómo podré
ayudarlo?».
— ¿No tienes miedo, verdad?
—No tengo valor, excepto el que tú me das.
—Entonces acepta el mío. Déjame que te ayude.
El levantó la cara y abrió los ojos despacio, enseguida los volvió a cerrar, echó la
cabeza hacia atrás y se tapó la cara con las manos.
— ¡Oh, no! ¡Por favor, no! —gritó Elinor.
—La luz. ¡No puedo soportar la luz!
Pasó un segundo antes de que ella comprendiera la realidad. Elinor se tapó la
boca de alegría.
—No la ha visto desde hace mucho tiempo -dijo Andrew sonriente—. La luz le va
a molestar al principio, además le costará un poco enfocar bien.
Jason bajó la cabeza y miró a Elinor. Una sonrisa apareció en su rostro.
—Elinor —susurró—, eres preciosa.
—Oh, Jason, Jason... —comenzó a llorar. El le agarró la cara. Tenía los ojos
brillantes. La miró y a ella casi se le para el corazón.
—Gracias —dijo él—. Gracias por sacarme de esto. Por estar ahí en la oscuridad...,
y ahora en la luz. Por ser preciosa. Por ser como yo te había soñado. Por ser tú.
La besó.
Andrew salió de la habitación. Ninguno de los dos se enteró.
—Puedes ver —dijo Elinor—. Dime lo que ves.
—Puedo ver igual de bien que antes.
— ¡Menos mal! —susurró ella.
Elinor estaba un poco mareada. Todo sucedía demasiado rápido.
Por alguna razón, el dolor de Jason era el suyo. Y lo mismo sucedía con la
felicidad. Elia lo miró a los ojos y sonrió.
Al fin se dio cuenta de que Andrew no estaba allí, y en ese momento escuchó
gritos de júbilo que provenían del piso inferior.
—Andrew ha debido contárselo a todos -dijo ella—.Estaban todos esperando en
el vestíbulo. Todos quieren verte.
—Yo solo quiero estar contigo... contemplar tu cara. Tocarla y besarla, y volverla
a mirar.
— ¿Es como esperabas? —preguntó nerviosa.
—Sí —dijo él—. Pero es extraño, siempre he tenido la sensación de saber cómo
eres.
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El corazón de Elinor latía con fuerza. Jason la reconocería en cualquier momento.
Debía decírselo, sin esperar más.
—Jason, yo...
Llamaron a la puerta y Hilda preguntó:
— ¿Puedo entrar?
—Supongo que no está bien dejarlos ahí fuera —dijo Jason—. Pero pronto
estaremos juntos, tú y yo y... tengo tantas cosas que decirte.
El resto del día lo dedicaron a las celebraciones.
Jason saludó a sus empleados, después se dirigió a los establos, con las muletas,
para ver a los caballos. Era maravilloso verlo saludar a los viejos amigos y comprobar
que estaban sanos y salvos.
Pero a cada momento miraba a Elinor, como para comprobar que seguía allí.
Sabía que llegaría el momento de estar a solas con ella.
Al final de la tarde, admitió que estaba cansado.
—Has hecho un sobreesfuerzo —dijo Elinor—. Es hora de que descanses.
—Sí, enfermera -dijo en tono burlón.
Quizá Hilda se imaginaba algo porque cuando entraron en la habitación, se
encontraron con dos copas de champán. Brindaron, se miraron a los ojos y sonrieron.
Jason estaba pálido a causa del día agotador, pero no podía esconder su alegría.
Cuando ella lo ayudó a acostarse, él la tumbó a su lado y la abrazó.
Era su primer beso de igual a igual. El primer beso en el que ella podía arriesgarse
y entregarle su corazón.
Y así lo hizo, le dijo en silencio que él era toda su vida, y que si quería, ella sería lo
mismo para él.
—Elinor —murmuró—, Elinor...
Lo dijo de una manera especial, como si estuviese nombrando algo sagrado y
precioso.
— ¿Lo de anoche no fue un sueño, verdad?
—No, no fue un sueño -dijo ella con alegría.
El pasado estaba olvidado. El no era el hombre que había odiado, era el hombre
que amaba, y que amaría hasta la muerte.
— ¿Tengo que decirlo? —susurró él.
—No, cariño. No hace falta, pero...
Ella quería escuchar las palabras de amor, sobre todo porque al fin era libre para
mostrar sus sentimientos. Había tantas formas de amar, y tenían tantos años por
delante. Ese era el momento que había esperado durante seis años, aunque no lo
sabía, y estaba dispuesta a disfrutarlo al máximo.
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—Jason —murmuró ella.
—Me encanta oírte mencionar mi nombre.
Lo repitió una y otra vez, y Jason sonrió de felicidad. La miró con adoración.
De repente, pareció como si algo se le hubiera ocurrido. Su sonrisa se desvaneció y
puso cara de sorpresa, de incrédulo, de impresión.
—Tú —exclamó-. ¡Tú!
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Capítulo 11
JASON hablaba despacio, como incapaz de creerse sus propias palabras.
—Eres la chica con la que quería casarse Simon, te trajo aquí un verano, Cindy
Smith.
El se separó un poco y la soltó. La expresión de su rostro era fría como el hielo, a
pesar de que momentos antes estaba lleno de adoración.
—Cindy Smith —repitió—. ¡No puedo creerlo! Y todavía...
Elinor se había imaginado tantas veces ese momento, pero nunca había pensado
en su mirada llena de reproches. Se levantó de la cama.
—Sí. Elinor Lucinda Smith, a quien tú conociste como Cindy.
— ¡Cielos! —susurró él.
Se levantó bruscamente de la cama y se agarró a la mesilla para estabilizarse.
Elinor fue a sujetarlo pero él la apartó.
— ¡No! Aléjate de mí. Quédate ahí y deja que te mire. Ella no se movió. Lo
miraba, esperando que se le pasara la rabia. Era normal que estuviese enfadado, al
principio.
Pero enseguida cambiaría y todo estaría bien.
Elinor esperó, y esperó. Pero su mirada no se relajaba y ella comenzó a sentir
miedo.
—Dijiste que volverías para vengarte —dijo al fin—. Y lo has hecho.
—No —protestó ella indignada—. Dije que volvería, pero no para vengarme.
— ¿Para qué si no? Has tenido una buena oportunidad. Todo este tiempo me has
tenido a tu disposición.
—No he pensado en eso —dijo ella—. Has sido como un paciente cualquiera.
El hizo un gesto de incredulidad. Elinor respiró hondo para combatir los
sentimientos violentos que se apoderaban de ella. El amor y la comprensión que
hubo entre ellos quizá nunca habían existido.
—Recuerdo que miraste por la ventana del tren y me advertiste que volverías.
Nunca había visto tanto odio en tu cara.
—Tenía razones para odiarte. Me destrozaste porque pensabas que no era
adecuada para tu familia. Pero te dije que te demostraría lo contrario. Entonces
volvería. Solo quería que admitieras que soy mejor de lo que creías.
El se apoyó en la pared, decidido a afrontar ese momento sobre sus pies.
—Perfecto, has sido sincera conmigo. Pero no me dijiste quién eras. Todo este
tiempo has sabido la verdad, pero yo no. Eso es lo que no puedo soportar. Te has
debido divertir mucho.
—No te he dicho nada por tu bien.
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Lucy Gordon – Corazón Domado
—No intentes engañarme...
—Ya tenías bastante tensión.
—Estoy decepcionado -dijo con sarcasmo—. Te has atrevido a vengarte, ahora
atrévete a aceptarlo abiertamente. ¿Ha sido una buena venganza, verdad? Me hiciste
creer que eras una persona en la que podía confiar. Te he contado cosas que nunca le
he contado a nadie. Incluso... —se estremeció—. Y tú mientras disfrutando.
— ¿Cómo te atreves? No sabes nada de mí. No lo sabías entonces, y no lo sabes
ahora. Yo no quería este trabajo. Intenté no aceptarlo, pero alguien falló en el último
momento. Si no, nunca me hubiera acercado aquí.
—Pero de alguna manera, te obligaste a hacerlo. Me preguntó por qué. No sería
porque así tendrías la oportunidad de verme destrozado, ¿no? —había mucha
amargura en su voz.
— ¿No puedes entender que no quería saber nada de ti?
Él le dio la espalda y se acercó a la ventana. Quería mirar otra cosa que no fuera el
rostro de quien lo observaba cuando él no podía ver. Recordó las noches que ella
había pasado junto a él, escuchando cómo abría su corazón
A Jason siempre le había resultado más fácil actuar que hablar, pero en su
presencia las palabras fluían con facilidad, palabras de soledad, de miedo y de
vulnerabilidad. Y todo el tiempo...
Al pensar en cómo había expuesto su alma ante esa mujer, gruñó en voz alta.
Se acercó para mirarla. Sí, era Cindy. Y ya sabía por qué no la había reconocido desde
el principio. ¿Qué tenía que ver esa mujer con la niña llorona que desapareció hacía
seis años?
Tenía los mismos ojos, azules y bonitos. Pero su boca era distinta, su
vulnerabilidad menos evidente y su fuerza más pronunciada. ¿Cómo se había
convertido en otra mujer?
Después recordó las palabras con las que ella lo había consolado, y que habían
evitado que él se perdiera en un infierno. También recordó otras cosas. Labios
acariciándolo en la oscuridad, la compasión envolvente que había conseguido
mantenerlo cuerdo.
Todo basado en una mentira. Cerró los puños, el sudor le corría por las cejas.
Elinor lo observaba, invadida por el temor. Había regresado al pasado, cuando
Simon la acusaba y le gritaba palabras horribles sin piedad. Con qué facilidad se
creyó lo peor. Esta vez era Jason quién se creía lo peor. Sintió que se estaba
ahogando. Los dos eran iguales: duros, incapaces de perdonar, o de comprender.
Incluso sabiendo eso, no estaba preparada para oír lo que Jason dijo después:
—Me pregunto si de verdad deseabas que volviera a ver —dijo con ironía—. Iba a
pedirte que te casaras conmigo, ya lo sabes. Si me hubiera quedado ciego podrías
haber continuado con el engaño. Y eso hubiera sido lo más divertido. Pero cuando
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recuperé la vista, no te reconocí. Me pregunto cuándo me lo ibas a decir.., o más bien,
si me lo ibas a decir.
—Iba a decírtelo. Iba...
No podía aguantar más. Se dio la vuelta y salió corriendo de la habitación.
Cuando iba por la mitad del pasillo se detuvo.
—No —dijo enfurecida—, esta vez no. No voy a salir huyendo.
Había salido de la habitación con lágrimas en los ojos. Regresó con la cabeza alta
y el corazón de piedra.
— ¿Cómo te atreves a hablarme así? —preguntó furiosa—. Hace seis años me
acusaste de que planeaba casarme con tu hermano por su dinero. Ahora me acusas
de que planeaba casarme contigo. Te engañas a ti mismo. Ninguna mujer sensata
querría casarse con un hombre cruel, de mente cerrada e incapaz de perdonar.
Créeme, Jason, no hay suficiente dinero en el mundo por el que merezca la pena
casarse contigo. Deberías estar avergonzado.
El lo sabía. Sus mejillas sonrojadas lo delataron.
—He llegado demasiado lejos —dijo—. Retiro el último comentario. Pero no
puedes quedarte aquí. Será mejor para los dos que mañana te marches.
—No.
— ¿Qué has dicho?
—No me iré. Una vez me echaste y yo me fui asustada como una niña. Pero ya no
soy una niña asustada. Voy a quedarme para terminar mi trabajo.
— ¡Eres un demonio! Llamaré a la agencia...
—Querrán saber por qué, Jason. ¿Qué vas a decirles? ¿Qué soy una mala
enfermera? No les dirás eso porque no es verdad, y tú no eres un mentiroso.
No le dijo que no podría decirles la verdad, pero por su cara supo que él ya lo sabía.
—Crees que eres muy lista, ¿no, enfermera Smith?
—No, creo que estoy aquí para trabajar, y pienso hacerlo. Puedes caminar un
poco, pero no lo suficiente. Cuando estés preparado para enfrentarte al mundo,
entonces habré conseguido lo que quería. Después, no volverás a verme.
Cada vez estaba más enfadada.
—No puedo creer que me hayas juzgado tan rápido —continuó—. He hecho todo
lo posible para que te recuperases, no solo como enfermera, sino quedándome
despierta pensando en cosas que pudieran ayudarte. No quería venir aquí. Eras mi
enemigo, pero no te he odiado. No he sentido nada —le tembló la voz—. Eras un
paciente y tenía que cuidarte. En cuanto terminara, me marcharía. Pero me
necesitabas, y el paciente es lo primero. No te dije que era Cindy porque en las
condiciones que estabas hubiera sido peor. No estaba disfrutando. Estaba pensando
en ti. Una vez tomé la decisión tenía que cumplirla. Y, créeme, no era tan importante.
—Mira...
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—Cállate. Estoy hablando yo, y por una vez en su vida, Jason Tenby va a
escuchar. Me he portado muy bien contigo y me merezco algo más que me des la
espalda. Empezaba a pensar que habías cambiado. ¿No es gracioso? Parecía que el
hombre intolerante y arrogante que conocía había aprendido a ser amable y
comprensivo. Pero me equivocaba, no has aprendido nada.
Desafiante, tomó la copa de champán y la levantó como para brindar.
—Por tu pronta recuperación y por que me marche pronto! Un alivio para los dos.
Y durante el resto de tu vida sabrás que se lo debes a una mujer a quien despreciaste.
Esa será mi venganza.
— ¡Menuda venganza!
— ¡Vivirás con ella! —dijo y dejó el vaso.
Sin esperar su respuesta, salió de la habitación y de la casa. Si en ese momento
hubiese podido salir de su vida, lo habría hecho. El orgullo y la rabia se apoderaban
de ella. Que tontería pensar que Jason Tenby se había vuelto más dulce. Por dentro
era más duro y orgulloso que nunca.
¿Pero qué importaba? No podía estar dolida porque no sentía nada. Se había
permitido no sentir nada. Así había estado seis años, y así estaría siempre. Estaba a
salvo. Nunca más la afectaría nada. Nada.
Su decisión casi se vino abajo cuando vio a Jason al día siguiente.
Su aspecto era como si hubiese estado toda la noche peleando. Tenía ojeras, y su
boca estaba tensa, como la primera vez que lo vio. Ella miró a otro lado para no verlo.
Él la miró cuando entró en la habitación vestida con el uniforme de enfermera.
—Quiero disculparme por lo que te dije anoche -dijo él.
—No importa. Fue la reacción ante la sorpresa. No hace falta hablar más de ello.
—Pero yo quiero hablar de ello. Tenías razón en todo lo que dijiste. Fui un
desagradecido al tratarte así. Lo siento.
—No pasa nada.
— ¡Maldita sea! ¡Deja de hablarme así! Todo lo que dices sale del Manual de la
Enfermera: «Nunca te ofendas si el paciente actúa como un cretino. Pásalo por alto y,
sobre todo, no lo trates como a un igual».
—Bueno, no somos iguales. No debemos olvidar que somos paciente y enfermera.
Lo que importa es tu recuperación. No tengo ningún sentimiento más.
— ¿Es verdad eso, Elinor? ¿Imaginé que nosotros...?
—Creo que debemos hablar de su tratamiento, señor Tenby. Tenemos mucho
trabajo por hacer.
Con el corazón destrozado, Jason reconoció la voz que escuchó el primer día que
ella llegó: eficiente, fría, muerta. También notó que su mirada era distante. Se estaba
convirtiendo en un autómata, delante suyo.
—Elinor —dijo él—. Escúchame, por favor...
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—Ayer hiciste demasiadas cosas —dijo el autómata—. Te sugiero que hoy te lo
tomes con más calma.
—Muy bien —dijo él, rindiéndose por el momento.
—Tengo que apuntar unas cosas. Te veré después del desayuno.
Normalmente desayunaban juntos, pero no le quedaba más remedio que hacer las
cosas a su manera. Desayunó pensando en lo que veía que le estaba pasando a Elinor.
Estaba pálida y tensa, y él se preguntaba si había pasado tan mala noche como él.
Peor, si su rostro revelaba la verdad.
Se podía haber mordido la lengua. Había hablado en estado de shock, y se
arrepentía de todo. Por la noche se preguntó cómo se habría sentido si hubiese
sabido quién era ella desde el principio, y supo que habría sido mucho peor. Y que
una vez que el inocente engaño había comenzado, ella tuvo que continuar.
Aquel debía de ser el día más feliz de su vida, sin embargo, tenía una terrible
sensación de pérdida. Sabía que era el culpable, pero la mujer que había conocido
durante los últimos días nunca habría reaccionado de esa forma tan rencorosa.
Había perdido a Elinor. En su lugar, había una extraña. Ni Elinor ni Cindy. Era
como llorarle a un muerto.
De algún modo, la rutina se fue estableciendo. Pasaron dos semanas, él estaba
cada vez más fuerte y caminaba con más seguridad.
Pero su compañera se había marchado. Elinor llevaba el uniforme, lo llamaba
señor Tenby y nunca pasaba con él más tiempo del necesario. El estaba triste, pero
podía soportarlo. Lo que lo atormentaba era la infelicidad de ella.
Veía cómo adelgazaba, que tenía ojeras. No era un hombre sensible, pero el amor
le daba intuición y sabía que lo que a ella la preocupaba no era solo una simple
disputa. Era como si le hubieran dado un golpe en el corazón y le hubieran robado el
ánimo.
Hubiera dado cualquier cosa por reparar lo que había hecho. Pero no sabía cómo
hacerlo y ella no se lo diría. El tiempo avanzaba y, si no descubría la respuesta,
pronto la perdería.
Insistió varias veces en que fueran a montar a caballo. Siempre paraban en el
mismo Sitio, junto al río, porque así él podía bajarse con facilidad. Ella lo ayudaba y
se alejaba de él, pero una vez Jason la agarró antes de que ella se alejara y la besó.
—No —protestó ella.
El la ignoró y la besó con deseo. Elinor sabía que era peligroso. Había pensado
mucho en Jason y decidido olvidarlo. Pero su cuerpo no entendía de decisiones e
insistía en responder a sus besos.
Ella hizo un gran esfuerzo para resistirse, pero no pudo escapar a su pasión, ni a
la de Jason.
—Quería saber si era real. Lo que hubo entre nosotros... no era mi imaginación.
—Lo que hubo ha terminado.
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Él la besó otra vez, recordándole el deseo que sentía por el hombre al que amaba.
Elinor había tomado la decisión de olvidarse de él y no podía hacer caso de su
corazón. No podía permitirse la debilidad.
—Suéltame, Jason, suéltame. Algo en su tono de voz lo advirtió del peligro. Ella soltó, pero continuó
rodeándola con un brazo.
—Elinor, no hagas esto —suplicó—. Cuando dos personas comparten lo que
nosotros, no se puede actuar como si no existiera.
Ella no contestó, pero lo miró con tanto sufrimiento que él contuvo su respiración.
—Pensé que me amabas —dijo él—. ¿Fue todo una ilusión? ¿Solo sentías lástima
por tu paciente?
Ella negó con la cabeza, era incapaz de hablar a causa de la emoción.
—Entonces tenemos que hablar —dijo él.
Se sentó en el tocón. Elinor ató a los caballos y se sentó también. Aunque hacía
calor, estaba tiritando. Jason deseaba abrazarla, pero algo le decía que si lo hacía ella
saldría corriendo para siempre.
—Tenemos que hablar —repitió—. Te quiero, Elinor.
—Por favor, Jason... —se quejó.
—Escúchame. Si Virginia no hubiera roto nuestro compromiso, lo hubiera hecho
yo. Quería habértelo dicho antes, pero siempre había algo por medio. Es contigo con
quien me quiero casar.
Ella se rió.
—Una vez consideraste que no era adecuada para casarme con un Tenby...
— ¡Al diablo con eso! En mi familia somos todos unos advenedizos con suerte.
Ninguno de ellos tiene tu generosidad y tu compasión. Seremos una familia mejor
cuando tú formes parte de ella.
— ¡No! —lloró—. Es demasiado tarde.
—Mírame —fue a agarrarla pero ella se alejó antes de que lo hiciera.
—No te alejes de mí, cariño —suplicó—. No puedo seguirte.
Pero ella se quedó distante, apoyada contra un árbol, mirándolo con reproche. El
sabía que ella estaba al borde de la crisis, y le dolía presionarla, pero era una
oportunidad que no podía desaprovechar.
Habló con cuidado.
—Una vez me hablaste del hombre que hizo que tu vida fuera incompleta. Fue
Simon, ¿verdad? ¿No me digas que todavía estás enamorada de él?
Elinor negó con la cabeza.
— ¿Entonces qué es lo que te hizo refugiarte en ese lugar seguro?
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—Tú —dijo ella—. Hace años, cuando hiciste que Simon me echara.
—Pero no destrocé vuestro compromiso porque no fueras adecuada para Simon,
lo hice porque eras demasiado buena para él. Había visto las veces que les había roto
el corazón a otras chicas. Simon es encantador por fuera, pero por dentro es cruel,
frío y rencoroso. Incluso contigo. ¿Recuerdas nuestro primer encuentro en la fábrica,
cuando tú eras una niña?
—Sí, y tú me reconociste y me lo echaste en cara cuando nos volvimos a ver.
—Elinor, yo nunca te reconocí. Simon me lo dijo una hora después de
presentamos.
—Pero me prometió que no lo haría.
—Traicionar a la gente es su manera de divertirse. Me han dicho que hace que el
amor sea maravilloso, pero por dentro solo es un egoísta. Tú eras tan dulce, joven e
inocente. Tenía que protegerte. Las palabras no servían de nada. No me habrías
creído. Por eso intenté asustarte, te ofrecí dinero. Nada funcionó. Después me enteré
de que unos hombres lo presionaban para que les pagara unas deudas que él no
podía pagar. Le dije que no le daría ni un centavo hasta que no te alejara de allí. Me
echó todo un discurso acerca de que no mandara sobre su amor, pero créeme,
enseguida buscó la manera de culparte a ti. Cuando te besé esa noche, fue un acto de
desesperación. Sabía que nos había visto y le di la excusa que necesitaba. Después de
eso hice que te fueras rápido, porque cuando nos besamos, nunca pensé que
sucedería eso... ¿lo recuerdas?
—Sí, lo recuerdo —dijo en voz baja.
—Ninguna mujer me había afectado tanto. Pero eras casi una niña. Y estabas
enamorada de Simon. ¿Cómo iba yo a...? Tenía miedo de mi mismo, de cómo me
comportaría. Pensé que encontrarías a alguien más en poco tiempo. Pero nunca había
oído llorar a nadie de esa forma, y entonces supe que algo había salido mal. Desde
que te fuiste nunca he estado tranquilo. Así que intenté encontrarte. Estaba
hechizado por el sonido de tu llanto. Busqué durante meses pero no pude
encontrarte.
El esperó a ver si ella decía algo, pero Elinor solo miraba la hierba.
—Después de aquello cambié. Empecé a observar cómo afectaban mis acciones a
la otra gente. Te debo eso, igual que todo lo demás. Y ahora, seguramente...
— ¿Ahora? No existe el ahora, ¿no lo entiendes?
—Mírame a los ojos y dime que no me amas.
Ella negó con la cabeza.
—Entonces, ¿por qué? ¿Por qué me enfado de manera irrazonable? He actuado
como un cerdo, pero ¿no puedes perdonarme? Cuando se quiere a otra persona, se
perdona.
—La gente normal, sí. Pero hay algo en mí que no me deja. No es incapacidad
para perdonar. Es miedo. No puedo aceptar los riesgos del amor.
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— ¿Entonces qué? -dijo enfadado—. ¿Vas a esconderte en tu refugio? ¿Para
siempre?
—Sí, si yo quiero.
— ¿Sabes a lo que te estás condenando?
—Esa es mi elección. Déjame sola, Jason. No dejaré que vuelvas a hacerme daño.
No puedo.
El la miró. Hubiera hecho cualquier cosa para que dejara de sufrir.
—Mi pobre niña —dijo él.
— ¡No me llames así! No soy tuya. Nunca seré tuya y menos ahora. Es demasiado
tarde.
Ella se puso en pie y se dirigió a los caballos. Comenzó a desatar a Tansy, pero, de
repente, se quedó sin fuerzas y se apoyó en el cuello de la yegua.
Jason la miraba, y sus ojos se llenaron de angustia.
— ¿Qué he hecho? —susurró.
Elinor estaba presente cuando el gerente de la fábrica dijo:
—Tendremos el baile anual dentro de tres semanas. ¿Quiere que lo cancelemos?
—Por supuesto que no -dijo Jason.
—Y puede decirles que el señor Tenby estará allí —dijo Elinor —. De pie. Ambos
se miraron.
—Estás muy segura —le dijo Jason cuando se quedaron a solas.
—Estoy segura.
—Solo si tú vas también.
—No me lo perdería por nada.
—Ah, sí. Tu venganza.
En otro momento, él hubiera bailado con ella para practicar, se hubieran reído y
besado. Sin embargo, Elinor le daba ejercicios para que practicara él solo. Jason
deseaba tocarla, pero después de la última vez, tenía miedo de herirla.
Cuando llegó el día, ella se puso el vestido que él le había comprado.
—Estás preciosa —le dijo él.
El estaba muy guapo. Iba con el mismo traje de chaqueta que se puso la noche
que cenaron juntos. Hacían una pareja estupenda. Jason bajó las escaleras con la
ayuda de un bastón.
AIf los llevó hasta Hampton Tenby. La empresa había alquilado el salón del
ayuntamiento para la ocasión. Fueron los últimos en llegar y todos los esperaban
ansiosos.
— ¿Te llevo el bastón? —preguntó ella.
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—No, esta vez no.
— ¿Crees que estás preparado para hacerlo solo?
—Solo no, contigo.
—Tienes razón —dijo ella.
Entre ellos las cosas se habían suavizado. Jason salió del coche y esperó a que
Elinor llegara junto a él. La agarró del brazo, como si fuera lo más normal del
mundo.
— ¿Preparado? —preguntó ella.
—Listo.
Juntos avanzaron paso a paso. Ella sintió que él avanzaba cada vez con más
seguridad.
Cuando entraron por la puerta principal, los asistentes gritaron de alegría. Todos
los empleados habían acudido a ver el regreso de Jason Tenby.
El director saludó a Jason y a Elinor. Cuando entraron en el salón de baile, la
orquesta tocó Hail the Conquering Hero Comes. Elinor supo por los aplausos que
Jason era muy apreciado por sus empleados.
Ella lo miró, caminaba con la cabeza erguida. Deseó no haberlo mirado, porque él
la miró a los ojos y a ella se le encogió el corazón.
Ella no quería recordar lo que sentía por él, para que no afectara a su decisión de
marcharse. Pero dominaría la situación, era la noche que esperaba. Después podría
marcharse y refugiarse en un sitio seguro, donde no existiera el dolor.
¿Cómo iba a olvidar cuando él le ofreció el puesto de honor, separó la silla y
esperó a que se sentara, dejando claro delante de todo el mundo que ella era alguien
especial?
Mientras cenaban, la gente se acercaba a la mesa para saludar a Jason. Después de
la comida, los discursos, y después los brindis.
Jason se puso en pie y permaneció derecho mientras los demás le decían palabras de
ánimo.
El león había regresado triunfal.
—La mayoría de vosotros no conoce a la mujer que está sentada a mi lado —dijo
él—, pero ya era hora de que lo hicierais, porque sin ella yo no estaría aquí. Se llama
enfermera Elinor Smith, pero yo la llamo Mujer Dragón, porque ha tenido que ser
como un dragón para conseguir que yo me recuperase.
La gente se rió. Jason continuó:
—Soy el peor paciente del mundo, pero ella me ha soportado y me ha enseñado a
sobrevivir.
Hizo un breve resumen de las últimas semanas y de lo mucho que le debía. Elinor
lo escuchó con un nudo en la garganta. Nunca podría olvidar aquello.
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Al final, él levantó su copa de champán.
—Os pido que brindéis conmigo por la mejor enfermera del mundo.
Todo el mundo se puso en pie y brindó. Elinor se tapó los ojos, pero Jason le tomó
la mano y la besó. Ella lo miró, pero sus lágrimas apenas la dejaban ver.
Por suerte, él no le pidió que hablara y los discursos continuaron. El se acercó a
ella y le preguntó:
—No lo he hecho tan mal ¿verdad?
—No, has sido muy amable.
Terminaron los discursos y llegó la hora de bailar. Jason tendió la mano.
—Me prometiste —le recordó—, que algún día bailaríamos juntos.
La llevó hasta la pista. Recordaría aquello durante los años de soledad que la
esperaban, la cercanía de su cuerpo, el ardor de sus ojos.
Bailó un poco tieso y apoyándose en ella.
Pero bailó,
—Ves como aún te necesito —murmuró—. Siempre te necesitaré.
—Ya no más —suspiró—. Oh, Jason, no debías haber hecho esto.
—Después de todo la venganza no es tan dulce?
—Sabes que no quería decir eso. Para mí esto no es una venganza, es una tortura.
—No es peor que lo que nos espera. Eso es lo que quiero que recuerdes, que
bailamos juntos y que te dije que te quería, pero que tú lo estropeaste todo, por
orgullo.
—No es por orgullo, Jason. Créeme. Es miedo. Supongo que no soy tan fuerte
como creía.
—Se supone que el amor destierra al miedo —le recordó—, pero solo si el amor es
lo suficientemente fuerte. Y si tú no me amas lo suficiente... entonces será mi culpa.
Elinor tenía los ojos llenos de lágrimas. La música seguía sonando y ellos bailaron
ante los aplausos de los amigos de Jason.
Era su momento triunfal, pero era muy amargo. Jason la comprendió. La conocía
tan bien que era capaz de leer sus pensamientos. Estaba más lejos de él que nunca.
Comenzó a desesperarse. Lo había intentado todo.
El baile terminó. Le dolían las piernas y necesitaba pensar, pero la esposa del
director se acercó a él y comenzó a hablarle de caballos. Él le contestaba de manera
mecánica.
—Sí, son preciosos... tuvimos suerte de que se salvaran..., fui al establo y lo
comprobé yo mismo...
De repente dejó de hablar y se le iluminó la cara.
— ¡Eso es! —murmuró--. Qué tonto he sido. Que ciego tan tonto y estúpido.
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Capítulo 12
ELINOR aceptó quedarse un par de días más hasta que Andrew fuera a hacer la
última visita.
—Querrá hablar contigo —le dijo Jason—. Has seguido el caso más de cerca.
Su tono era tan frío que ella podía hacer como si estuviese de acuerdo con facilidad.
Era evidente que Jason había aceptado su decisión. Elinor pasaba mucho tiempo
fuera y jugaba con Bob.
—Ya no más —le dijo al perro cuando le llevó la pelota.
Cuando se acercó a la casa vio un coche aparcado que no conocía. Era un coche
bueno, de alguien que tenía dinero.
Entró en la casa intentando que no la vieran. Y de repente oyó la voz que una vez le
había atrapado el corazón.
—Y lo siguiente que supe fue que habían aceptado mis condiciones... claro que,
sabía que lo harían...
—Simon —susurró ella.
El estaba en el estudio y la puerta estaba abierta. Elinor intentó moverse, pero no
encontró las fuerzas. Tenía que subir las escaleras, pero la tentación de verlo era más
fuerte.
Jason la llamó.
—Entra, Elinor.
Al entrar vio a Jason y a un hombre joven. Era gordo y se notaba que vivía bien.
Por su ropa y su reloj de oro se podía ver que tenía dinero.
— ¿Cómo estás? —le dijo Simon—. Así que tú eres el ángel que ha salvado a
Jason.
—Sí, soy la enfermera de Jason.
—Me alegra saber que ha estado en buenas manos. Todos hemos estado muy
preocupados por él.
«No lo suficiente como para visitarlo», pensó Elinor. Quería escapar. Había algo
en él que no le gustaba. De repente, le cambió la cara.
— ¿Tú eres...? ¿No nos conocemos?
—Hace seis años —dijo ella en tono tranquilo.
—Es cierto. Cindy, la pequeña Cindy Smith. Bueno, es maravilloso. ¡Ven aquí!
El la rodeó con el brazo. Ella consiguió evitar que le diera un beso en la mejilla. El
la soltó.
—Cindy! ¡Mi pequeña Cindy!
—No soy la pequeña Cindy. Desde hace seis años.
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Elinor sabía que Jason los estaba mirando.
—Ven a conocer a mi esposa —dijo Simon—. Cariño, esta es la salvadora de
Jason.
Elinor se sorprendió al verla, Jason le había dicho que era algo mayor que Simon,
pero al menos le llevaba diez años.
—Es maravilloso lo que has hecho por él. Dice que lo has ayudado más que nadie
—lo dijo con tanta sencillez que sus palabras la afectaron más que las de Simon.
Cuando se disponía a marcharse, Jasin la siguió y le dijo:
—Espero que cenes con nosotros.
— ¿No quieres estar a solas con tu familia?
—Sabes que no.
— ¿Los has hecho venir, verdad?
—Quería que lo vieras tú misma.
— ¿A qué estás jugando, Jason?
—Nunca nada me había importado tanto.
A Elinor le resultaba extraño cenar con Simon y Jason. Simon hablaba casi todo el
rato y Carole, cuando hablaba, miraba primero a su marido.
«Le tiene miedo», pensó Elinor «Cómo se puede tener miedo de Simon?».
Recordó lo que le había dicho Jason acerca de él.
Una chica de dieciocho años, cegada por el amor, no se habría dado cuenta de que
él era estúpido. Pero ya no tenía dieciocho y Simon la estaba poniendo nerviosa.
Cuando terminaron de cenar se fue arriba, pero cuando estaba a mitad de la
escalera oyó que Simon la llamaba y la alcanzó en el rellano.
—Buscaba el momento para estar a solas contigo. Oh, Cindy, que guapa estás.
—Me llamo Elinor.
—Para mí siempre serás la dulce Cindy.
—Eso no es lo que me dijiste la última vez que te vi
—le recordó.
—Eso fue hace mucho tiempo. ¿Por qué hablar del pasado?
—Fue por dinero, ¿verdad? Jason te amenazó con cortar el grifo si no te deshacías
de mí.
—Bueno, el dinero es necesario para vivir.
—Entonces, ¿por qué me pediste que me casara contigo? Sabías que era pobre.
—Pero estar enamorado de ti era muy divertido. Te adoraba. No sabes cuánto.
—Creo que sí sé cuánto.
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—Pensé que Jason se alegraría de que sentara la cabeza. Pero no fue así. Qué más
da, ¿a quién le importa eso ahora?
—Sí, creo que hay que olvidarlo. Ya estás casado.
—Carole es un encanto, ¿verdad? Y tiene mucho dinero.
—Si no, no te habrías casado con ella.
—Carole y yo nos entendemos. En serio, es una lástima que hayas cuidado de
Jason tan bien. Ya sabes, ¿no?
—Sí, sé lo que quieres decir.
—Pero ya es tarde. Ven y dame un beso como en los viejos tiempos.
-Como me pongas un dedo encima, te daré una bofetada. Y quizá Carole te retiré
el dinero que te da.
Dejó de sonreír. Se convirtió en el hombre que realmente era, del que Jason la
había advertido.
— ¡Zorra! —soltó.
Andrew llegó temprano al día siguiente para darle el alta a Jason y felicitar a
Elinor por su trabajo. Elinor le dio las gracias y fue a terminar de hacer su maleta.
Oyó que Andrew se marchaba en coche.
Bajó a buscar un libro y oyó que Carole hablaba en el invernadero. Parecía que
estaba llorando.
—No me importaría tanto si no me hubieras mentido.
—No te he mentido —dijo Simon.
—Dijiste que no la conocías.
—De hace años, nada más.
—Estabas enamorado de ella.
— ¡No! Ella intentó cazarme, pero nada más.
—No te creo. La llamaste pequeña Cindy. ¿Por qué la llamas Cindy si se llama
Elinor?
—Vale, vale, era un mote. ¿Y qué? ¿Tengo que confesarte cada cosa que hice en el
pasado? En serio, Carole, si no dejas de ser celosa, me buscaré a otra mujer y será tu
culpa.
Se oyeron gemidos.
—Ya estamos con lloriqueos.
— ¿Por qué me hablas así? Oh, cariño. Éramos tan felices. Dijiste que me querías.
¿Qué ha pasado?
— ¡Eh, vamos! No seas tonta. Sabes que me importas mucho.
Elinor estaba impresionada por lo que había oído. Ya se sorprendió por el deseo
de Simon de que Jason muriera, pero eso... ya era demasiado.
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Lucy Gordon – Corazón Domado
Carole dijo algo que Elinor no entendió.
—No vamos a discutir por dinero, ¿no? —dijo Simon—. Vale, gasto mucho, pero
¿y qué? Anda, dame un cheque, ¡buena chica! Y termina de hacer las maletas, quiero
irme de aquí.
— ¿Hoy? Pero sabes que a mí me gusta mucho estar aquí...
—No podemos. Tengo una cita en Londres esta tarde.
Elinor retrocedió un poco al ver que salía Simon. El subió las escaleras y no la vio.
— ¿Ahora lo comprendes?
Jason la había estado observando. La tomó del brazo y la llevó hasta la librería.
—Se casó con Carole por dinero y ni siquiera la trata bien. Podías haber sido tú la
que lloraba.
—Sí. Pero no hacía falta que hicieras esto, Jason. Te creía.
—Solo con tu cabeza. Como yo con los caballos. No me creí que estaban a salvo
hasta que no los toqué. Nada sustituye a la experiencia de uno. Otra cosa que te
debo.
Carole apareció por la puerta. Ya no lloraba.
—Tenemos que irnos. Tengo una cita en Londres y no me acordaba.
Elinor sintió que Jason le había quitado un peso de encima. Había sufrido el
trauma de la noche que él la besó durante seis años, y se alegraba de no ser ella la
que se había casado con Simon.
Podía marcharse de allí con la mente tranquila, y encontraría fuerzas para rehacer
su vida.
—Tenías razón acerca de Simon —le dijo a Jason—. Era muy joven y no me di
cuenta.
—Pero ahora ya lo has visto. ¿Así que podemos...?
—Jason, yo me voy...
—Entonces estaba equivocado. ¿No puedes perdonarme?
—No hay nada que perdonar. Pero han sucedido muchas cosas. ¿Cómo vamos a
encontrar la paz juntos, tú y yo?
—No era en la paz en lo que estaba pensando. Eso es para los mayores. Cuando
nos hagamos mayores ya pensaremos en la paz. Pero lo que sí sé es que ninguno de
los dos la encontraremos con otra persona.
—Nunca habrá otra persona para mí. Pero no me presiones, por favor, Jason.
— ¿Te vas de verdad?
Ella asintió.
—Entonces te llevaré a la estación.
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Lucy Gordon – Corazón Domado
Ella intentó no pensar durante el trayecto a la estación. La última vez fue horrible,
pero esta vez era peor.
El tren llegó. Jason abrió la puerta y metió la maleta. Elinor entró y lo miró a
través de la ventana, igual que hacía mucho tiempo.
—Nos queda un momento. Todavía puedes cambiar de idea.
—Es demasiado tarde —dijo ella—. Adiós, querido. No me odies por ser cobarde.
Intenta entender que hago lo que debo.
—Nunca te odiaré. Solo a mí. Si no puedes aceptar mi amor es porque te he
herido. Viviré sintiéndome culpable. Pero algún día... Elinor... seguramente...
—Algún día es dentro de mucho -dijo angustiada y lo besó.
—Adiós, mi vida —susurró entre lágrimas.
—Adiós..., adiós...
El tren comenzó a moverse. Ella le acarició la cara por última vez y se separaron.
La distancia entre ambos era cada vez mayor.
—Elinor —llamó—. ¡Elinor!
De repente, ella se dio cuenta de lo que estaba haciendo. No solo se condenaba a
sí misma, sino también al hombre que amaba. Lo había protegido y ahora lo
abandonaba.
«El amor es más fuerte que el miedo». El se lo había dicho, y era cierto.
El tren estaba a punto de dejar la estación y cada vez iba más rápido. Abrió la
puerta y saltó cayendo sobre sus rodillas. Vio al hombre que amaba, casi más que a sí
misma, al fondo del andén.
— Jason! —lloró intentando decirle todo en una sola palabra.
Comenzó a correr hacia él. Al mismo tiempo, él soltó el bastón y dio los primeros
pasos. Poco a poco, fue recuperando la confianza al ver la realidad.
Jason también comenzó a correr. Iba con los brazos abiertos para sujetarla contra
su corazón el resto de su vida.
Fin.
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