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¿CUÁNDO LLEGARÁ LA ANSIADA RECUPERACIÓN DE LA ECONOMÍA MUNDIAL?
Guillermo de la Dehesa, Presidente del CEPR, Centre for Economic Policy Research
Si por recuperación se entiende cuando las distintas economías del mundo van
a poder volver a crecer a sus tasas de crecimiento potencial, la única respuesta realista ante
esta pregunta tan repetida es la siguiente: Por supuesto que no en 2003 y probablemente sólo
bien entrado 2004. Es decir, si todo marcha bien, hacia el último trimestre de 2004 y a lo largo
de 2005, hay una elevada probabilidad de que la economía mundial esté creciendo, de nuevo,
a su tasa de crecimiento potencial de entre el 4% y el 4,5%, en lugar del 2% en 2001, el 2,7%
en 2002 o el previsto 2,9% en 2003. El crecimiento potencial de EEUU es del 3% al 3,25%
mientras que el de la UE es sólo del 2,25% al 2,50%, pero tiene mayores probabilidades de
alcanzarlo antes la UE que EEUU. Ahora bien, este escenario es sólo válido siempre que no
haya nuevos choques externos o internos imprevistos, tales como nuevos ataques terroristas,
nuevas epidemias o nuevas guerras, que lógicamente, retrasarían todavía más dicha
recuperación. Existen varias razones económicas que apoyan esta respuesta:
El fin de la guerra de Irak despeja parcialmente una incertidumbre importante
que afectaba a su duración, su coste y al precio del petróleo, pero no es una condición
suficiente para que dicha recuperación tenga lugar inmediatamente después, ya que existen
problemas coyunturales y estructurales en la economía mundial que hacen que esta ya
estuviese en una situación muy débil y vulnerable antes de dicha guerra y que dichos
problemas necesitan todavía tiempo para solucionarse.
En primer lugar, los años de tasas de crecimiento potencial en los 90,
coincidieron con un precio medio del petróleo de unos 16 -17 dólares por barril de Brent. Entre
1999 y 2002 subió a un promedio de 25 -26, después, en lo que va de 2003, ha estado por
encima de 30 en promedio y ahora después de la guerra, ha vuelto al escalón previo de 25
dólares, lo que ya en sí es una ayuda, pero no se ha desmoronado como pensaban muchos
optimistas. Es decir, la economía mundial sigue sufriendo un choque petrolífero, de cerca de 10
dólares por barril, respecto de sus años de crecimiento potencial. Se ha calculado, con cierto
rigor, que cada aumento de 10 dólares del barril de petróleo supone un menor crecimiento
mundial de un 0,5% aproximadamente, al cabo de un año. No es previsible que, en los
próximos años, el precio del barril pueda volver a unos niveles de precios como los años 90.
Como mucho, podría volver a situarse en una banda de entre 21 y 25 dólares. Pero para
conseguirlo, habría que esperar a que Venezuela vuelva a poder producir y exportar sus
niveles habituales, previos a sus problemas políticos internos, a que se inviertan miles de
millones de dólares en poner al día y recuperar la producción iraquí y a que no surjan nuevos
problemas o tensiones en otros países productores, como ha ocurrido recientemente en Nigeria.
En segundo lugar, conviene no olvidar que, desde 1995 hasta 2002, el único
motor del crecimiento mundial ha sido EEUU, al que ha contribuido en aproximadamente dos
tercios del total. A pesar de su mayor debilidad actual, todavía lo sigue siendo, ya que este año
se espera que crezca un 2,2%, frente a un 1% de la Unión Europea o un 0,8% de Japón. Para
colmo, el resto de Asia, que se encontraba con unas expectativas de crecimiento de más del
6% para este año y que iba a poder ayudar a EEUU a dinamizar el crecimiento del resto del
mundo, puede verse muy negativamente afectada por la explosión de la llamada “neumonía
vírica o atípica” que, por el momento, no parece que pueda controlarse, lo que puede restar
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notablemente a su crecimiento esperado, aunque sea sólo durante este año. De momento se
espera que el crecimiento de esta región pueda llegar a caer un punto porcentual en 2003,
respecto a las previsiones de hace un mes. Es decir, no es fácil que la economía mundial
repunte cuando sus actuales motores están creciendo muy por debajo de su potencial y lejos
de sus tasas de los años 90.
En tercer lugar, la economía mundial no ha llevado a cabo, todavía, el ajuste
suficiente para absorber tanto el pinchazo de la burbuja bursátil más importante del último siglo
como su resaca posterior. Aun queda mucho por hacer, especialmente en EEUU, pero también
en la UE. Es verdad que las empresas de EEUU han realizado un ajuste masivo de reducción
de sus costes laborales, de sus necesidades de financiación y de su inversión. Sin embargo,
todavía la mayoría de ellas se encuentra muy apalancada y en déficit, cuando lo lógico es que
tuviera ya un pequeño superávit financiero, como tradicionalmente ocurre al final de la recesión
o al principio de la recuperación, que les permitiese reanudar sus procesos normales de
inversión. El problema es que, por un lado, la utilización de su capacidad instalada es todavía
muy baja lo que hace que la rentabilidad marginal de la inversión también lo sea, con lo que no
existan incentivo para invertir en nuevo capital y, por otro lado, la debilidad de las cotizaciones
bursátiles hace que las expectativas futuras de rentabilidad de la inversión sigan siendo
reducidas. Además, la recuperación de la inversión se ha dado siempre con posterioridad a un
aumento del consumo de las familias. Sin embargo, los consumidores norteamericanos se han
ajustado mucho menos que las empresas al desmoronamiento de las cotizaciones bursátiles,
ya que han conseguido seguir gastando gracias a la fuerte reducción de tipos de interés, a la
rebaja de impuestos, a la refinanciación barata de las hipotecas sobre sus viviendas, facilitada
por unos tipos reales cero o negativos y a que el aumento del precio de los activos inmobiliarios
ha compensado, en parte, la fuerte caída de los precios de los activos financieros. Esto hace
que el consumo en EEUU siga siendo muy vulnerable a una caída de los precios inmobiliarios,
a una nueva caída de la bolsa o a un aumento de los precios del petróleo.
La situación en la Unión Europea es también preocupante. Las empresas se han
ajustado menos que las americanas, en buena parte por limitaciones y costes mayores de
despido y porque los tipos de interés y el coste de su deuda se han mantenido más elevados.
De hecho la inversión lleva contrayéndose desde 2000 y no muestra ningún indicio de repunte.
Aunque los efectos del colapso de la burbuja han sido algo menores sobre el consumo, ya que
las familias europeas tienen un menor porcentaje de acciones en el total de su riqueza
financiera, los precios de las acciones han caído en mayor medida que en EEUU. Además, ha
habido menores incentivos a mantener la demanda interna ya que la política monetaria ha sido
menos expansiva que la americana y aunque la fiscal si ha sido expansiva, lo ha hecho, en
buena parte, de forma pasiva, es decir más por el juego de los llamados “estabilizadores
automáticos” que por una reducción de impuestos personales y, además, sigue limitada por le
Pacto de Estabilidad. Por otro lado, las reformas estructurales, necesarias para hacer la
economía más flexible y para poder recuperarse antes, o no se han hecho o se están haciendo
lenta y parcialmente.
En cuarto lugar, la recuperación no puede llegar sostenida y estable mientras no
se reduzcan los enormes desequilibrios actualmente existentes. El déficit presupuestario de
EEUU puede alcanzar el 5% del PIB este año, cuando existía un fuerte superávit en 2000, y su
déficit por cuenta corriente de la balanza de pagos puede llegar a alcanzar este año el 6% del
PIB y va a seguir creciendo mientras EEUU crezca más rápido que la UE y Japón. Este déficit
se compensa, casi en su totalidad, con un superávit por cuenta corriente de la UE, de Japón y
del resto de Asia, lo que significa que están exportando ahorro a EEUU, con lo que este puede
conseguir financiarlo. Dado que dicho déficit, por definición, mide la diferencia entre el ahorro
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nacional y el gasto nacional, significa que la economía de EEUU y sobre todo su sector privado,
(ya que el sector público tiene un déficit creciente para compensar el déficit privado) va a tener
que ajustarse todavía mucho más. Dicho ajuste lo puede conseguir, bien a través de un mayor
ahorro interno de las familias y de las empresas, lo que supone matemáticamente una caída
del consumo y de la inversión interna y, por tanto, una potencial nueva recesión; bien a través
de una continuada depreciación del dólar que impulse las exportaciones de bienes y servicios,
reduzca las importaciones y cierre poco a poco la brecha externa, o bien a través de una
combinación de ambas. La otra alternativa, que es que la UE, Japón y los países en desarrollo
sigan financiando dicho déficit, tiene una probabilidad cada vez menor ya que llega un
momento en que es más rentable la inversión interna.
Las soluciones a este problema no son nada fáciles. Una nueva recesión en
EEUU sería catastrófica ya que reduciría el crecimiento mundial y retrasaría la recuperación.
Una depreciación continuada del dólar significa que la UE y Japón van a tener que crecer
exclusivamente generando mayor demanda interna y de momento esta es muy débil en ambos
y no parece que existan tampoco suficientes estímulos monetarios y fiscales para fortalecerla,
aunque, sin duda, la apreciación del euro va a aumentar la demanda de consumo por el mero
hecho de incrementar el poder adquisitivo de las familias de la zona euro.
Todos estos argumentos avalan una postura de enorme prudencia y realismo
ante el futuro cercano de la economía mundial, que va a depender de que cada país y cada
región haga sus deberes, con políticas de ajuste y de reforma, para conseguir que, a medio
plazo, se pueda volver a una nueva etapa de crecimiento potencial estable y sostenible, lo que
necesita un cierto tiempo.