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“Al encuentro de la luz verdadera”
(San Sofronio)
Homilía de la fiesta de la Presentación del Señor,
en el centenario de la capilla Stella Maris
Mar del Plata, 2 de febrero de 2012
Queridos hermanos sacerdotes, queridas Hermanas Adoratrices, autoridades civiles
y militares, en especial miembros de la Armada Argentina, y de la Prefectura, miembros
de la gran familia educativa del Colegio Stella Maris. Queridos fieles:
Celebramos la fiesta de la Presentación del Señor en el templo de Jerusalén,
cuarenta días después de su nacimiento. Se trata de una de las fiestas más antiguas del
calendario litúrgico, registrada ya en el siglo IV. Surgió en oriente y pronto se extendió
al occidente latino. Lo hacemos en el marco de esta hermosa capilla, que cumple los
cien años de existencia. Sabemos que se trata de un verdadero símbolo del barrio y
legítimo orgullo de esta ciudad de Mar del Plata. Según la tradición local, honramos
también en este día y en este lugar a la Santísima Virgen bajo la advocación de “Estrella
del mar” o Stella Maris. Por eso, la Armada Argentina la honra como su patrona. A ella
acuden también todos aquellos que están vinculados con el mar, de una u otra manera.
Y, en general, todo transeúnte que, al entrar aquí, siente que es peregrino en el mar de la
vida.
“Al encuentro de la luz”
Meditamos, en primer lugar, sobre el significado de esta fiesta que llamamos de la
Presentación del Señor. Popularmente se la conoció también como Nuestra Señora de la
Candelaria, en alusión a los ritos de la luz de los que hemos participado.
Según la ley de Israel, todo primogénito varón pertenecía al Señor, en recuerdo de la
primera pascua, cuando el ángel del Señor pasó salvando del exterminio a los
primogénitos de los hebreos, librándolos del castigo aleccionador reservado a los
egipcios opresores. De este modo, el fiel israelita recordaba que con mano fuerte el
Señor los sacó de la esclavitud de Egipto. Por eso, a los cuarenta días del nacimiento,
los primogénitos eran presentados en el templo de Jerusalén y en rescate por ellos se
ofrecía en sacrificio una res de ganado menor, o bien, en el caso de los pobres, un par de
pichones de paloma (cf. Ex 13,11-16).
Tal es el caso de María y de José. Detengámonos a contemplar este misterio de la
vida del Señor. La Virgen María y José, vienen con el Niño. Desde distintos roles, ellos
vienen a enriquecer al mundo, y sin embargo han presentado la ofrenda de los pobres.
Aquél que ofrecerá su propia vida en rescate por la multitud de los hombres, presenta en
su rescate dos pichones de paloma. Desde la desaparición del Arca de la Alianza, al
templo le faltaba un elemento. Ahora este niño viene a colmarlo. Llega la Virgen con el
gozo de su maternidad y se vuelve con el anuncio profético de la espada de dolor que le
atravesaría el alma.
Desde el inicio mismo del misterio de la Encarnación del Hijo de Dios, vemos a su
Madre íntimamente unida a su obra de salvación. Por eso, estamos ante una fiesta
conjunta del Señor y de la Virgen. Ella guarda en su corazón para rumiarlas y
repasarlas, cada una de las palabras y acontecimientos de los cuales es testigo.
Con este Niño en sus brazos, María se convierte en imagen de la Iglesia que se
presenta ante Dios con la riqueza de Cristo y para ofrecerse con él. Como dice el Papa
Pablo VI en Marialis cultus, “es la celebración de un misterio que realizó Cristo y al
que la Virgen estuvo íntimamente unida como la Madre del Siervo de Yahvé, ejerciendo
un deber propio del antiguo Israel y presentándose, a la vez, como modelo del nuevo
Pueblo de Dios, constantemente probado en la fe y en la esperanza por la persecución”
(MC 7).
En el rito de las candelas, que dio origen al nombre más popular de fiesta de la
candelaria, hemos celebrado, en realidad, la venida de Cristo al encuentro de su pueblo
en el templo de Jerusalén. El Israel fiel y creyente, está aquí representado por hombres y
mujeres que no se destacan por su condición social sino por su calidad religiosa. Ante
todo, María, la gran creyente. Junto a ella, José, el justo. El anciano Simeón lleno del
Espíritu Santo y la profetisa Ana.
Se trata del encuentro de Jesús, llamado por Simeón “luz para iluminar a las
naciones y gloria del pueblo de Israel”, con todos nosotros que somos su pueblo, que
salimos a su encuentro iluminados por su misma luz.
Así lo decía uno de los Padres de la Iglesia: “En efecto, del mismo modo que la
Virgen Madre de Dios tomó en sus brazos la luz verdadera y la comunicó a los que
yacían en las tinieblas, así también nosotros, iluminados por él y llevando en nuestras
manos una luz visible para todos, apresurémonos a salir al encuentro de aquel que es la
luz verdadera” (San Sofronio, Disertación 3, Sobre el Hypapanté).
Stella Maris y las Adoratrices
Esta Capilla tan significativa para nuestra ciudad, celebra también hoy a la
Santísima Virgen bajo la dulce invocación de Stella Maris. Como lo ha expresado
bellamente San Bernardo con oratoria insuperable, María es, en efecto “estrella del
mar”, hacia la cual mira el navegante en el riesgoso mar de la vida intentando llegar a
puerto. En un largo e inigualable sermón, rebosante de piedad mariana, gusta repetir el
estribillo: “Mira a la estrella, invoca a María”. También una célebre antífona de la
liturgia la invoca de este modo: “Madre del Redentor (Alma Redemptoris Mater),
Virgen fecunda, puerta del cielo siempre abierta, estrella del mar (Stella maris)”.
Así hoy la invocamos con gozo en este lugar. Así la invocan en especial las
Hermanas Adoratrices del Santísimo Sacramento, quienes desde hace un siglo están
vinculadas con este lugar, proyectando sobre la juventud la luz humanizadora del
Evangelio.
Ellas han sido fundadas en la ciudad de Córdoba, por un jesuita argentino, el R. P.
José María Bustamante, el 24 de septiembre de 1885, quien les imprimió el sello de una
espiritualidad ignaciana sólida, a fin de formar a las niñas y a las jóvenes en la plenitud
y madurez que el Evangelio de Cristo aporta al ser humano.
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Me complazco en citar una de sus frases, sobre las cuales se moldea la existencia de
cada religiosa de este Instituto. Según el fundador, la vida de la Adoratriz debe ser: “el
Sagrario donde Jesús se oculta, el Altar donde se inmola y la Custodia donde se
manifiesta”. Todo un programa, del cual vuelven a dar testimonio las religiosas que hoy
celebran los cincuenta años de su consagración en esta Congregación.
En el mar de la vida
Menciono también a los miembros de la Armada Argentina, y en general a los
hombres de mar, que ven en la Virgen bajo la advocación de Stella Maris el nombre de
la protección divina sobre su profesión, traducido en el bello rostro de esta imagen
venerable.
El fenómeno urbano de esta ciudad y puerto está vinculado para siempre con la
comunidad de inmigrantes, en su mayoría italianos, que trajeron los tres principales
valores sobre los cuales se construyó la Argentina que supo trascender ante el mundo:
sentido de familia, dedicación al trabajo y ansias de educación para sus hijos.
En horas de riesgo y también de esperanza para nuestra patria, de oscuridad y de
luchas, donde los cristianos católicos tratamos de proyectar sobre la sociedad la luz que
de Cristo hemos recibido, mirando hacia la “estrella del mar”, nos es grato concluir con
palabras del himno antes citado: “Estrella del mar, ven a socorrer al pueblo que tropieza
y se quiere levantar. Amén”.
+ ANTONIO MARINO
Obispo de Mar del Plata
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