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CLAVES PARA EL CATEQUISTA EN EL CONTEXTO DE LA MISIÓN-MADRID
Y DE LA NUEVA EVANGELIZACIÓN
1.- El catequista es un creyente
La catequesis será buena y fecunda si el catequista es un creyente; es decir, si conoce la fe, si tiene
una experiencia personal, si su fe se traduce en un estilo de vida coherente, si participa de la vida de
la Iglesia, sobre todo, si participa en la eucaristía dominical.
El catequista ha de ser un creyente que siente el Misterio de Cristo como el motor de su vida;
alguien que siente que la fe es la razón de ser de su vida y la vive como su primera y fundamental
preocupación.
La fe, como nos recuerda el Papa en Porta Fidei, no puede ser considerada como un presupuesto
obvio de la vida común (PF 2).
El catequista, por tanto, ha de ser en primer lugar un creyente y un apóstol, el cual, sintiéndose
partícipe del apostolado de Cristo, siente la necesidad de compartir la fe que ha recibido y la vive
tanto en la espera personal como en la pública, sin disociaciones. Algo que no es fácil para nadie,
por eso vivir la fe exige en el creyente una actitud de conversión continua.
En este sentido, el catequista ha de sentir la necesidad de convertirse continuamente; primeramente,
en cuanto creyente y de un modo más específico en cuanto transmisor de la fe.
Es necesario que todos los catequistas hagan un examen de conciencia y se pregunten: ¿Cómo
preparo la catequesis?, ¿cómo he cuidado el acto catequético?, ¿qué cuidado he tenido con los
instrumentos?, ¿qué he hecho en la catequesis?, ¿qué tipo de testimonio he dado en un mundo
descristianizado como en el que vivo?
El catequista nunca ha de olvidar que transmitir la fe es un ejercicio muy concreto de la caridad
cristiana; y si los niños están bien educados en la fe serán grandes misioneros de la fe.
2.- El catequista vive en la comunión de la Iglesia
Cada uno debe responder personalmente al Señor, pero mi “sí” al Señor debe estar integrado en
el “sí” de la Iglesia. De hecho, solo podemos decir “sí” al Señor si lo recibimos en la comunión de
la Iglesia, puesto que a Cristo solo se le encuentra plenamente en ella.
El catequista, por tanto, ha de sentirse apoyado por su comunidad de fe, sintiéndose en todo
momento dentro de la gran familia de los hijos de Dios.
Es la Iglesia local la encargada de trasmitir la fe, por tanto, toda catequesis ha de ser vivida en
comunión con la Iglesia diocesana; en comunión con el Obispo. Y debe tener en cuenta cuáles son
los lugares principales de la catequesis:

La familia (cuyo carácter es insustituible, pero que, cuando no ha realizado su función,
los catequistas han que intentar suplirla del mejor modo posible).
1

La parroquia, en cuanto concreción de la Iglesia diocesana en un espacio determinado.

El colegio, siempre y cuando cumpla las siguientes condiciones:
– Los catequistas sean creyentes.
– Se transmita la fe de la Iglesia.
– Los contenidos de la fe sean los del Catecismo de la Iglesia Católica, sintetizados en
el Credo.
– Exista relación, no sólo de conocimiento sino también efectiva, con el párroco.
– Las celebraciones se hagan de acuerdo con la parroquia.
– Haya sintonía con el arciprestazgo y con la vicaría
– En cuanto a la eucaristía dominical, ésta tendrá lugar de modo ordinario, en la parroquia a
la que asistan los padres del niño.
Con respecto a la duración de la catequesis de iniciación cristiana de niños, lo normal es que sean
tres años, tal y como señala el III Sínodo Diocesano, habida cuenta del estado de fe en que se
encuentran la inmensa mayoría de los niños cuando comienzan la catequesis.
El criterio último de la duración de la catequesis no ha de ser una norma estricta sino el bien del
niño. Por ello, será necesario diversificar la catequesis siempre que sea posible. En este sentido,
puede ser conveniente acortar el tiempo de la catequesis en aquellas situaciones particulares donde
se compruebe que el niño pueda recibir consciente y dignamente el Cuerpo del Señor. En todo caso,
es deseable que haya unidad dentro de los arciprestazgos, en orden a evitar la dispersión.
3.- El catequista, fiel a los contenidos de la fe
Toda la fe aparece compendiada en el Símbolo o Credo (fórmula que resume el contenido de la fe).
La importancia del Símbolo aparece atestiguada por san Agustín, el cual, en su sermón sobre la
entrega del credo, dice: «El símbolo del sacrosanto misterio que recibisteis todos a la vez y que hoy
habéis recitado uno a uno, no es otra cosa que las palabras en las que se apoya sólidamente la fe de
la Iglesia, nuestra madre, sobre la base inconmovible que es Cristo el Señor. […] Recibisteis y
recitasteis algo que debéis retener siempre en vuestra mente y corazón y repetir en vuestro lecho;
algo sobre lo que tenéis que pensar cuando estáis en la calle y que no debéis olvidar ni cuando
coméis, de forma que, incluso cuando dormís corporalmente, vigiléis con el corazón»
(Sermo 215, 1).
Los primeros cristianos aprendían de memoria el Credo y este año de la fe queremos que la
catequesis se centrara en la explicación de los contenidos del Credo. Contenidos que debemos
meditar, estudiar, relacionarlos con otros ámbitos del saber y con los problemas de la vida. Es una
tarea que bien hecha nos resultará fascinante. Sobre todo, porque ciertamente en el mundo en el que
vivimos los conceptos y realidades de la fe resultan sorprendentes y contrastantes: Padre, Hijo y
Espíritu Santo.
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Los contenidos de la fe tienen que llegar al corazón; quienes nos escuchan cuando les hablamos de
la fe tienen que saber que es algo que nos nace de dentro y que está conectado con lo más íntimo e
interior. Razón por la cual a veces resulta difícilmente expresable con palabras.
No olvidemos cómo la gente reaccionaba ante Jesús, cuando comenzaron a escuchar su predicación
y a ver los signos que realizaba. Cristo les resultaba sorprendente y suscitaba interrogantes que
tocaban lo más profundo del ser humano: ¿qué pasa con la muerte, con la vida, qué es la paz, qué la
justicia, por qué hay crisis? Cristo es alguien que responde a todas esas preguntas.
Todo acto de fe es una experiencia mística. Sí, mística; y no hemos de tener miedo a esta expresión
como si solo estuviera reservada para Santa Teresa de Jesús o San Juan de la Cruz. Se trata de una
experiencia mística porque apunta a la Trinidad y su centro es Cristo. De ahí que la catequesis tenga
que ser al mismo tiempo cristocéntrica y trinitaria. Creemos en la Trinidad porque Cristo ha venido,
es el Dios con nosotros; el Dios invisible que se ha hecho visible. Ante Jesús es fácil decir el Sí de
la fe, el Sí al Dios que es amor.
Por tanto, el catequista ha de vivir y transmitir gozosa y fielmente los contenidos de la fe. Para este
fin, contamos con la ayuda insustituible del Catecismo de la Iglesia Católica, que es un acto del
magisterio apostólico vivo en orden a la transmisión fiel e íntegra de la fe.
Sin querer ahora entrar en la historia y la evolución de los Catecismos, sí es necesario recordar que
cada época ha tenido su Catecismo. Y puesto que las circunstancias eclesiales y sociales cambian y
se transforman, la Iglesia siente la llamada que Dios le hace a renovarse. Así lo hizo con el concilio
de Trento, del que nació el Catecismo Romano, y también lo ha hecho con el concilio Vaticano II,
cuyo Catecismo es el aprobado por Juan Pablo II en 1992. Así pues, el actual Catecismo de
la Iglesia Católica está destinado a la transmisión de la fe en esta época postmoderna y en
el contexto de la nueva evangelización. Si un catequista desconoce el Catecismo, su catequesis no
irá bien.
Es necesario que cada catequista valore el Catecismo, porque es un instrumento muy rico. Rico en
contenidos, rico en fuentes litúrgicas, teológicas, espirituales, de devoción popular; y todo ello
presentado de una forma ordenada, sistemática, sencilla y básica.
Al mismo tiempo, habrá de hacer uso de los métodos pedagógicos que ofrecen las ciencias del
hombre, aunque sin perder de vista que se trata solamente de métodos y que, por tanto, han de estar
al servicio de la pedagogía de la fe y no viceversa.
Es la teología la que debe inspirar los métodos y no al revés. La pedagogía catequética ha de estar
necesariamente al servicio de la transmisión de la fe, de los contenidos de la fe que deben ser
asimilados y conocidos. Por eso es importante poner en su debido lugar la tarea de la memorización,
tan desvalorizada por algunas corrientes pedagógicas contemporáneas. De todos modos,
el catequista no debe olvidar que es mucho más que un mero transmisor de aquellos contenidos que
los niños deben aprender de memoria. El catequista ha de testimoniar que él vive lo que enseña;
más aún, que cree y ama lo que enseña.
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El catequista, a la hora de transmitir la fe ha de tener en cuenta las dimensiones que la componen:

La dimensión intelectual.

La dimensión testimonial.

La dimensión litúrgica y sacramental.

La dimensión oracional.
Y todo esto no lo hace de forma aislada y solitaria, el catequista se ha de sentir apoyado y
acompañado por la comunidad, por la parroquia, por la iglesia diocesana, por la iglesia universal.
4.- El papel del sacerdote en el ámbito de la catequesis
El papel del sacerdote dentro de la catequesis no puede reducirse a la de la simple coordinación de
la misma, puesto que él, en cuanto maestro de la fe y padre espiritual, debe considerarse como el
primer catequista de su parroquia; alguien que tiene máxima responsabilidad.
La misión-Madrid nos invita a potenciar una catequesis misionera, de la que ha de sentirse
responsable de una manera muy directa el sacerdote junto al equipo de catequistas.
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