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REPARTIDO n·2.
¿Qué es conocer algo?
“El hombre aspira a saber no sólo por una necesidad pragramática, sino
también por una necesidad teórica que, forma parte de su constitutiva y
vital exigencia de orientación. Ahora bien –saber- supone para el hombre –
creerse en posesión de la verdad- acerca de lo que sea, es decir, sentirse con
la seguridad interior que llamamos certeza y, al mismo tiempo, sentirse
ante la auténtica realidad considerada, ante la verdadera realidad enfocada,
ante su verdad o completa desnudez ( Del griego ALETHEIA , verdad, es
un vocablo compuesto, exactamente equivalente a des-velación, descubrimiento, des-tape)
Que el hombre esta a menudo cierto de cosas de todo tipo, es un hecho
incuestionable. La pregunta de este eterno –aguafiestas- que es el filósofo
es ésta… ¿Y tiene derecho a estarlo?, ¿se corresponde siempre la
certeza con la verdad? También es un hecho incontrovertible que nos
consta que NO a veces hemos descubierto posteriormente que nuestra
certeza había encubierto sin advertirlo, una falsedad, o sea, que habíamos
estado en el error (Certeza ilegítima, infundada) La pregunta del filósofo,
aunque incomoda, no puede soslayarse en absoluto (…)”
“El problema del conocimiento es complejo, en la medida que se investiga
sobre si es efectivamente posible que el pensamiento “alcance” la realidad
y la transparente fielmente, si esto es posible, “por qué cause”(facultades,
órganos) tal asunción se lleva a cabo, finalmente, si hay algo que nos
permita discriminar en qué pensamientos está asunción o verdad seda y en
que otros no, es decir, el problema llamado de los criterios de verdad.”
“La parte de la filosofía que se ocupa de esta temática ha recibido distintos
nombres; TEORÍA DEL CONOCIMIENTO, GNOSEOLOGÍA,
EPSITEMOLOGÍA. Una serie de polémicas surgidas entorno a qué debe
entenderse por “conocer o saber auténtico”, ha hecho que estas tres
designaciones que primeramente, atendiendo sólo a la certeza subjetiva que
todo saber implica parecen sinónimas, hayan venido a significar,
atendiendo a otros factores, cosas, al menos parcialmente distintas si se
entiende por “conocimiento”, el científico, entonces se usa el termino
epistemología. Si se admite que además del conocimiento propiamente
científico, que existen otras formas legítimas de conocer, aunque de valor
diverso, el término preferido es gnoseología, teoría del conocimiento.”
(L. Cuellar, J. Rovira. Introducción a la filosofía.)
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El problema del conocimiento.
“… ¿Hay algo que esté fuera del alcance del conocimiento humano?
¿Altera el conocer aquello que es conocido? ¿Es necesario distinguir
las cosas que pueden ser conocidas directamente de aquellas que
sólo puedan serlo indirectamente? Y si esto es así, ¿Cuál es la
relación entre ellas? Tal vez sea filosóficamente errado hablar del
conocimiento de los objetos, y es posible que podamos mostrar
como lo que parece un ejemplo de conocimiento de un objeto se
reduce siempre al conocimiento de que algo es el caso. En este
sentido, lo conocido debe ser verdadero mientras lo creído pero
también puede ser falso. Pero también es posible creer algo que es
realmente verdadero sin conocerlo. ¿Acaso, entonces, debamos
caracterizar el conocimiento por el hecho de que si conocemos que
algo es de una manera u otra no podemos equivocarnos? Y si esto es
así, ¿Se sigue de ello que lo conocido es necesariamente verdadero o,
de algún modo, indubitable?
Pero si esta inferencia es correcta resultaría que usualmente
pretendemos conocer mucho más de lo que realmente conocemos.
Tal vez, aunque resulte paradójico, ni siquiera conozcamos algo,
pues se podría sostener que no hay afirmación alguna que no
pueda, en si misma, ser susceptible de duda. Sin embargo algo debe
fallar en un argumento que toma todo conocimiento inaccesible. Es
indudable que podamos justificar algunas de nuestras pretensiones
de conocer. Pero ¿De qué modo podemos justificarlas? Y ¿En qué
consistiría el proceso de justificación?”
(A.J. Ayer. Filosofía y conocimiento.)
Posturas frente al conocimiento.
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“El dogmatismo es una postura anti-filosófica por excelencia. Pues si
supongo que estoy en posesión de la verdad se vuelve estéril toda
indagación. Sin embargo, es necesario reconocer que el dogmatismo no es
extraño a la historia del pensamiento filosófico. Muchos filósofos, si bien
parten de una reflexión crítica y revulsiva a otros pensadores, terminan por
plantear su alternativa como la verdad última. Es decir, a veces en forma
inadvertida el filósofo resulta traicionado el camino que el mismo ha
emprendido.
Al dogmatismo se contrapone el escepticismo, como aplicación rigurosa de
la duda crítica. No en un sentido desviado que el término ha tomado hoy en
el lenguaje vulgar, como “un no creer en nada”. Desde su etimología la
postura escéptica supone escrutar las verdades, hacerse cuestión de las
cosas, problematizarlas allí donde creen haber llegado a hacerlas
incuestionables. La conciencia de los límites del conocimiento humano y
sus contradicciones conduce, en ocasiones, a un escepticismo radical. En
este caso, el sujeto se limita a marcar la imposibilidad de que el hombre
pueda alcanzar cualquier certeza y a indicar la duda y la suspensión de todo
juicio como las únicas posturas coherentes. Esta postura también es
negadora de la filosofía pues la concibe como una empresa inútil.
Hay un escepticismo que es inseparable de la filosofía. Como dice M.
López Gil “es el que trata de resguardarla suprimiendo todo acabamiento,
toda palabra última, toda fundamentación final.” Es casi una exigencia
ética para el filósofo aplicar su mirada lúcida, haciendo uso de la duda
como método orientado a destruir y reconstruir la argumentación. En este
sentido, la seguridad y la comodidad intelectual no son compañeras de la
filosofía. La conciencia filosófica es corrosiva, vive en desasosiego, en
conflicto consigo mima.”
(M.Berttolini, M.Langón, M. Quintana.
Materiales para la construcción de cursos de filosofía.)
El escepticismo.
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“Según el escepticismo, el sujeto no puede aprehender el objeto. El
conocimiento, en el sentido de una aprensión real del objeto, es imposible
según él. Por eso no debemos pronunciar ningún juicio, sino abstenernos
absolutamente de juzgar. (…)
Su vista se fija exclusivamente en el sujeto, en la función del conocimiento,
que ignora por completo la significación del objeto. Su atención se dirige
íntegramente a los factores subjetivos del conocimiento humano (…)
(…) Por errado que el escepticismo sea, no se le puede negar cierta
importancia no se le puede negar cierta importancia para el desarrollo
espiritual del individuo y de la humanidad. Es, en cierto modo, un fuego
purificador de nuestro espíritu, que limpia éste de prejuicios y errores y le
empuja a la continua comprobación de sus juicios. Quien haya vivido el
principio: “Yo sé que no podemos saber nada” procederá con la mayor
circunspección y cautela en sus indagaciones. En la historia de la filosofía
el escepticismo se presenta como el antípoda del dogmatismo. Mientras
este llena a los pensadores e investigadores de una confianza tan
bienaventurada como excesiva en la razón humana. El escepticismo hunde
el taladrante aguijón de la duda en el pecho del filósofo, de suerte que éste
no se quieta en las soluciones dadas a los problemas, sino que se afana y
lucha continuamente por nuevas y más hondas soluciones.”
(J. Hessen. Teoría del conocimiento.)
Conocimiento.
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(Del latín, cognoscere, llegar a conocer, saber, que a su vez remite al
griego, gignoskein, saber, reconocer.
PSICOL. Término final del proceso psicológico por el cual la mente
humana capta un objeto. En este sentido, es una representación que supone
un proceso de conocimiento.
EPIST. Relación que se establece entre un sujeto y un objeto, mediante el
cual el sujeto capta mentalmente (aprehensión) la realidad del objeto. El
proceso del conocimiento, así entendido, constituye el objeto de estudio de
la teoría del conocimiento. En la filosofía actual, se prefiere definir al
conocimiento como “Saber proposicional” o un “saber que”, analizando el
uso de las palabras “conocer” o “saber” (que en inglés se identifican, to
know) conocer, en este caso, consiste en saber que un enunciado es
verdadero o falso.
Para que exista conocimiento, es necesario que se cumplan las tres
condiciones siguientes (S es el sujeto, y P cualquier enunciado que el sujeto
dice saber):
1) Condición de “verdad”: “Si S sabe que P, entonces, P s verdadero”.
2) Condición de “creencia”: “Si S sabe que P, entonces, S cree q P.”
3) Condición de justificación: “Si S sabe que P, entonces, S tiene
razones en creer que P.”
Dicho de otro modo, “S sabe que P si y sólo sí es verdad que P, S cree
que P y, además, S está justificado en creer que P.”
En un lenguaje corriente, para saber algo, es necesario que ello sea verdad
que lo creamos y que tengamos razones para creerlo (y que ninguna de
estas razones sea falsa)
De forma breve, “conocimiento” es una creencia verdadera justificada. El
conocimiento científico puede definirse como una creencia racional
justificada “Conocer” puede distinguirse de “saber” y; en sentido estricto
debe hacerse. En este supuesto, “conocer” indica un contacto consciente
con el objeto conocido a través de la experiencia y, en concreto, de la
percepción, en oposición a “saber” que es un conocimiento por conceptos e
ideas. Saber es, así, exclusivo y propio del hombre, mientras que tanto los
hombres como los animales conocen. Se conocen cosas; se saben verdades
o proposiciones verdaderas.
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Diccionario de filosofía, en CD ROM. ED, Herder (96-98).
Autores: J. Cotés Morató. A. Martinez Riu.
Massimo Piattelli: diferencia entre creer y saber
Intuitivamente, tenemos muy clara la diferencia entre creer y saber.
Saber es algo «más» que simplemente creer, incluso que creer
después de haber valorado la situación. Creer algo que es
verdadero, después de haberlo valorado, nos aproxima al saber,
pero no nos lo pone aún al alcance de la mano. Para llegar a saber,
partiendo del creer, necesitamos alguna justificación racional de
nuestro creer, pero no una justificación cualquiera. Si las razones por
las que creemos no están bien conectadas con la verdad de lo que se
cree, no podemos decir que «sabemos». El filósofo y lógico inglés
Bertrand Russell, uno de los más grandes pensadores modernos y
gran experto en problemas de la racionalidad, imaginaba el
siguiente caso: Piero le pregunta a Pino: «¿Qué hora es?». Pino mira
por la ventana y ve que el reloj del campanario señala las ocho. Le
dice, pues, a Piero: «Son las ocho». Supongamos que en aquel
momento sean realmente las ocho, pero que el reloj del campanario,
sin saberlo Piero ni Pino, esté roto y esté señalando
ininterrumpidamente las ocho desde hace un mes. ¿Podemos decir
que Pino y Piero saben que son las ocho? ¡Desde luego que no! Y sin
embargo creen algo que es verdad (porque, por casualidad, son
precisamente las ocho) y tienen buenos y fundados motivos para
creerlo (los relojes de los campanarios acostumbran a señalar la hora
exacta). ¿Qué les falta para que podamos decir que poseen un
conocimiento verdadero? ¿Por qué no nos atrevemos a decir que
«saben» que son las ocho? Lo que falta, dicho a la llana, es la
conexión precisa entre lo que creen y lo que es verdad. Lo que creen
(que son las ocho) y lo que es verdad (son las ocho) coincide, pero
sólo por un capricho del azar. Y creo que todos estamos de acuerdo
en que el capricho no es una «cola» para pegar lo que creemos y lo
que efectivamente es verdad. Una coincidencia afortunada no es
suficiente para transformar en verdadero saber una creencia
«acertada».
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