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IES. MAESTRO HAEDO. ZAMORA. DPTO. DE GRIEGO. LITERATURA GRIEGA
TEMA V
TEMA V - LA ORATORIA GRIEGA : LISIAS.
ISÓCRATES. DEMÓSTENES
1. Oratoria y retórica
Parece claro lo que es la oratoria: es el arte de pronunciar discursos. Nadie lo duda. Sin
embargo, unido al término oratoria suele ir asociado otro, quizá más complejo en su definición:
retórica. El término es, por supuesto, griego (·htorik¾ tšcnh) y muchos autores (Gorgias,
Platón, Aristóteles, Cicerón, Quintiliano,etc.) se han aproximado a una definición de la retórica.
Esto dice Aristóteles:
Entendamos por retórica la facultad de teorizar lo que es adecuado en cada caso para
convencer.
Aristóteles, Retórica I, 1355b, 25
Y a partir de los autores romanos, sin duda los mayores estudiosos del asunto en la
Antiguedad, hemos heredado la definición de retórica como ars/scienta bene dicendi, esto es, el
arte/ciencia de hablar bien, es decir, de manera convincente. Nosotros, por nuestra parte,
queremos ensayar también una definición. Ahí va: la retórica es la técnica o conjunto de
recursos que tiene como fin conseguir una comunicación eficaz en la lengua hablada o escrita.
Debemos, entonces, plantearnos qué es una comunicación eficaz. Ningún acto de
comunicación es gratuito. Por la propia naturaleza de los constituyentes del acto de
comunicación, sin los cuales esta no es posible (emisor, receptor, mensaje, código, contexto y
canal), la comunicación siempre pretende un objetivo. Cierto es que en un acto comunicativo un
emisor se dirige a un receptor en un código que ambos dominan y en un contexto o situación
determinada. Pero es también evidente que cuando me dirijo a alguien, no lo hago porque sí; lo
hago con un propósito (más o menos elevado): desde obtener información a conseguir una cita
romántica, siempre nos comunicamos para algo. A veces lo conseguimos y a veces
fracasamos. Tal vez, si fuésemos rétores expertos, triunfaríamos más a menudo.
La retórica es, por tanto, una téchne eminentemente práctica. En realidad todos somos
rétores naturales, porque todos nos comunicamos, porque todos tenemos una gran experiencia
en actos de comunicación. O, en otras palabras, sabemos más o menos lo que funciona y lo
que no funciona porque lo hemos puesto en práctica muchas veces. Sabemos muy bien que
hay argumentos que convencen a nuestros amigos, pero no convencen a nuestros padres;
sabemos que hay otros que convencen a nuestros padres, pero no a nuestros profesores; y
otros, en fin, son capaces de persuadir a cualquiera menos a la persona a la que queremos
convencer.
Naturalmente, conseguir una comunicación eficaz, esto es, alcanzar nuestro propósito
depende de muchos factores, pero fundamentalmente de dos: de nuestra pericia como rétores
(crear argumentos convincentes, aportar ejemplos que apoyen nuestras tesis, despistar o
incluso engañar al contrario, etc.) y de nuestro conocimiento del receptor (su carácter, sus
puntos débiles, etc.).
Pues bien, los antiguos griegos también se comunicaban. Así que las observaciones
elementales que acabamos de hacer, también se las hicieron ellos. Y llegaron
aproximadamente a las mismas conclusiones que nosotros. La retórica es, pues, un arte
antiguo, apenas evolucionado, y, por tanto, muy actual. Podemos leer y comprender los grandes
tratados retóricos de Aristóteles o Cicerón perfectamente, sin extrañar como antiguo ni un solo
punto. Las herramientas pueden haber cambiado; las personas, no.
El gran mérito de los griegos fue compilar en forma de manual, es decir, con una intención
clara de estudio y aprendizaje, todas aquellas conclusiones sobre la comunicación a las que
cualquiera que se haya comunicado antes puede llegar: qué argumentos funcionan con qué
receptores en qué ambiente en qué momento; qué ejemplos vienen bien para construir una
argumentación; qué palabras y gestos cuadran bien a un emisor y a otro no.
IES. MAESTRO HAEDO. ZAMORA. DPTO. DE GRIEGO. LITERATURA GRIEGA
TEMA V
Por supuesto, esta técnica, que todos utilizamos aunque sea de forma espontánea, tiene su
aplicación más acabada y más noble en la producción de discursos más o menos formales.
Diríamos, por tanto, que la retórica es la teoría, y la oratoria, la práctica, el fruto (desde luego,
no exclusivamente, puesto que también en parte se aplica la retórica a la producción escrita),
Puede haber un extraordinario teórico de la retórica que sea un orador horroroso, pero no habrá
un gran orador que no domine la técnica retórica, incluso si no es consciente de ello.
Podemos tener la impresión de que en la sociedad actual, tecnificada y poblada por
ciudadanos aislados en medio de grandes ciudades, el dominio de la palabra no significa nada.
Sin embargo, nos equivocamos. Como hemos dicho antes, las herramientas cambian; las
personas, no. Nada puede hacerse sin la palabra, sin el debate, sin la noble lucha del
intercambio de argumentos, con independencia de la herramienta que se use para ello o de los
fines que pretendamos conseguir. Puedo poner mi capacidad oratoria al servicio del mal o del
bien; también pueden hacerlo los científicos con sus descubrimientos, lo cual no implica que la
investigación deba interrumpirse.
Pero si nos remontamos a la Atenas democrática del siglo V a.C., en que los ciudadanos
tenían libertad de palabra (παρρησία) en la asamblea, en los tribunales y en otras muchas
ocasiones de la vida social y política, nos daremos cuenta de que aquellos tipos comprendieron
que el dominio de la palabra era esencial. Así, la identificación entre rétor y político es casi total
y no es de extrañar que progresivamente la retórica sea el eje del sistema educativo del mundo
clásico. Dominar la palabra significaba dominar la asamblea, los tribunales o el ejército. Los
fines del político, el abogado o el general de turno no están ahora en tela de juicio: siempre ha
habido demagogos, letrados capaces de defender lo indefendible o carniceros que mandan a la
muerte a los ejércitos. Pero también ha habido líderes decentes, abogados honrados y
generales que han protegido la vida de sus soldados. Lo importante es comprobar que el
dominio de la palabra ha sido y es fundamental en una sociedad libre.
a. Tipos de discurso
¿Para qué hacemos discursos? Fundamentalmente para tres cosas: conmover, deleitar o
persuadir. Defendernos de ataques o atacar a nuestros contrarios; convencer a los demás de
que se tome determinada decisión o postura; agradar a los otros. Y esto es así antes y ahora.
No es de extrañar que los griegos distinguieran tres tipos de discursos de acuerdo con el lugar
en que se pronunciaban:
► Discurso simbuléutico (o deliberativo): Es el destinado a convencer a una persona o grupo de
que se tome determinada decisión. Es el típico discurso político, propio de las asambleas.
► Discurso dicánico (o forense): Es el destinado a la acusación o defensa en un tribunal de
justicia. Es, por tanto, el discurso judicial.
► Discurso epidíctico (o mostrativo): Es el destinado al elogio o censura de una persona o
hecho.
Podemos resumirlo todo en el siguiente esquema:
CLASE DE
DISCURSO
Dicánico o
forense
Simbuléutico o
deliberativo
Epidíctico o
mostrativo
CLASE DE
OYENTE
TIEMPO
Juez o tribunal
Pasado
Oponente político
Futuro
Espectador
Presente
TEMAS
MEDIOS
Lo justo y lo
injusto
Lo ventajoso y
lo desventajoso
Lo noble y lo
vergonzoso
Acusación y
defensa
Persuasión y
disuasión
Elogio y
censura
No obstante, y aunque los tipos de discurso sean esencialmente los mismos, la ocasión y las
circunstancias en que se pronuncian, pueden ser muy diferentes. Cuando el padre acusa al hijo
de haber roto el cristal de la ventana de un balonazo, el niño realizará un discurso de defensa
(esto es, jurídico) acudiendo a los humildes medios que a su edad puede utilizar; cuando una
pareja discute sobre si pasar las vacaciones en el mar o en la montaña, se realizan discursos
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TEMA V
simbuléuticos; si un tipo pronuncia un discurso en la boda de su mejor amigo, contando sus
virtudes y lo buen colega que es, realizará un discurso epidíctico. Por ello, desde la Antigüedad
se habla de discursos ligeros, graves e intermedios, de acuerdo con el asunto. Evidentemente,
el tema, la ocasión y el auditorio influyen en el tono y los medios usados en el discurso.
Podemos, por ejemplo, pedir una cosa a alguien. Pero, desde luego, todo hablante, antes de
hacer su petición, examinará una serie de factores: considerará qué es lo que va a pedir, a
quién se lo va a pedir (su carácter, su posición, su predisposición a concederlo o no), en qué
momento va a realizar la petición, etc. De la consideración de todos los factores, surgirá el
cómo se lo va a pedir. Si lo que pide son mil euros, no lo pedirá en los mismos términos que si
sólo pide diez; no se lo pedirá igual a un amigo que a un desconocido, etc. Así, los siguientes
mensajes de igual contenido no tienen igual forma:
- Préstame dos euros
- ¿Podría Vd. prestarme dos euros?
- Le quedaría enormemente agradecido si tuviera la bondad de prestarme dos euros
Cada uno de los mensajes es apropiado a una situación determinada. Si el mensaje se ajusta
a la situación, muy probablemente tendremos éxito; el mensaje será eficaz.
b. Officia oratoris y partes del discurso
En todo caso, para la confección de cualquier discurso, se exige al orador el dominio de cinco
artes u officia oratoris en la terminología latina:
► Inuentio (héuresis): Se trata de la recopilación de material (datos, ejemplos, paralelismos,
etc.) y la creación de los argumentos que serán la base del discurso.
► Dispositio (táxis): Es la disposición adecuada y eficaz del material recopilado no solo en las
distintas partes del discurso sino también dentro de cada una de ellas.
► Elocutio (léxis): Consiste en el embellecimiento del discurso a fin de que resulte más
atractivo y convincente
► Memoria (mnéme): Es la fase de memorización del discurso (en la Antigüedad los discursos
nunca se leían).
► Actio (hipócrisis): Es la puesta en escena; incluye desde la pronunciación hasta los gestos.
Y en cualquier discurso pueden distinguirse, al menos, cuatro partes (o cinco, si
consideramos la partitio); ejemplificaremos cada parte con fragmentos de Lisias.
► Exordium (prooímion): Es el comienzo del discurso. Se trata de tener al oyente bien
dispuesto, atento y receptivo a los puntos de vista del orador (captatio beneuolentiae).
Grande es la perplejidad que me produce este proceso, jueces, cuando pienso que, si yo no
hablo bien ahora, parecerá que no solo soy injusto yo, sino también mi padre, y me veré privado
de todas mis posesiones. Por consiguiente, aunque no soy hábil por naturaleza para estas cosas,
tengo que acudir en ayuda de mi padre y de mí mismo en la medida de mi capacidad.
Pues bien, las intrigas y la diligencia de mis enemigos ya las estáis viendo y no es preciso
hablar sobre ello; en cuanto a mi inexperiencia, la conocen cuantos me conocen a mí. Os
pediré, pues, un favor justo y fácil: que también a mí me escuchéis sin ira como a mis
acusadores. Y es que el que se defiende está necesariamente en inferioridad, aunque lo
escuchéis por igual: estos han preparado su acusación desde hace tiempo intrigando sin peligro
para sus personas; nosotros, en cambio, litigamos en medio del temor, la calumnia y el máximo
riesgo. Es justo, por ende, que tengáis más benevolencia para con los que se están defendiendo.
Porque creo que todos vosotros sabéis que son ya muchos los que, después de presentar
numerosas y terribles acusaciones, inmediatamente se probó que mentían de una manera tan
clara, que se retiraron odiados por todo el mundo debido a sus acciones. Otros, a su vez, han
sido condenados por prestar falsos testimonios y perder injustamente a hombres cuando ya no
había remedio para quienes lo habían sufrido.
IES. MAESTRO HAEDO. ZAMORA. DPTO. DE GRIEGO. LITERATURA GRIEGA
TEMA V
Por tanto, dado que semejantes cosas han sucedido con frecuencia tal como yo oigo, es
razonable, jueces, que vosotros no consideréis dignas de crédito las palabras de los acusadores
hasta que también nosotros hayamos hablado.
Lisias, Sobre los bienes de Aristófanes, 1-5
► Narratio (diégesis): Es la exposición de los hechos (de la forma más conveniente a nuestros
fines).
► Partitio: Una vez expuestos los hechos, hay que dejar claro en qué estamos de acuerdo y en
desacuerdo con nuestro oponente y anunciar por dónde seguirá nuestra argumentación. Esta
parte consiste, en suma, en poner en claro el asunto.
► Argumentatio (pístis): Con dos partes:
● Confirmatio: Es la parte del discurso donde aparecen y se ordenan los argumentos,
dando fuerza, autoridad y respaldo a nuestros puntos de vista.
Ya oís, señores: [la ley]ordena que si alguien deshonrara con violencia a un hombre o
muchacho libre, pague una indemnización doble; y si a una mujer de aquellas por las que está
permitidos matar, incurra en la misma pena. De esta forma, señores, considero merecedores de
menor castigo a los violadores que a los seductores: a unos les impone la muerte, a los otros les
señala una doble pena, por estimar que quienes actúan con violencia incurren en el odio de los
violentados, mientras que los seductores de tal forma corrompen el alma, que hacen más suyas
que de sus maridos a las mujeres ajenas; toda la casa viene a sus manos y resulta incierto de
quién son los hijos, si de los maridos o de los adúlteros. Razones por las cuales el legislador les
impuso la muerte por castigo. A mí, por consiguiente, señores, no sólo me absuelven del crimen
las leyes, sino que incluso me ordenan tomar tal castigo. De vosotros depende si éstas han de
ser soberanas o no valer nada. Yo, desde luego, creo que todos los Estados imponen sus leyes
con este fin: para que acudamos a ellas y consideremos qué habremos de hacer en los asuntos
en que tenemos problemas. Ahora bien, éstas aconsejan que, en tales casos, los agraviados se
tomen este castigo. Os ruego que tengáis el mismo criterio que ellas. Y es que, si no, concederéis
a los adúlteros tal libertad que incluso incitaréis a los ladrones a que digan que son adúlteros,
porque sabrán que, si aducen tal culpa contra sí y afirman entrar en las casas ajenas con este
fin, nadie les pondrá la mano encima. Todos sabrán, en efecto, que conviene decir adiós a las
leyes sobre el adulterio y temer vuestro voto. Pues éste es el más válido en todos los asuntos de
Atenas.
Lisias, En defensa por el asesinato de Eratóstenes, 32-36
● Refutatio: Es la parte del discurso destinada a destruir la argumentación del contrario
y todas sus pruebas (o, al menos, a debilitarla).
Pero considerad esto, señores: me acusan de que aquel día ordené a mi sirvienta que fuera en
busca del jovenzuelo. Yo, señores, pensaría que obraba justamente, cualquiera que fuera el
modo de sorprender a quien corrompía a mi mujer. Pues si le hubiera mandado a buscar por
conversaciones habidas, pero no por actos realizados, habría incurrido en falta; pero si lo
sorprendía, de cualquier modo que fuera, cuando ya todo estaba realizado y él había entrado en
mi casa a menudo, pensaría que soy hombre recto. Pero ved que incluso aquí miente. Y lo
sabréis fácilmente por lo que sigue. Como antes dije, señores, Sóstrato, que es amigo mío y está
conmigo en términos familiares, encontróme viniendo del campo a la puesta del sol y conmigo
cenó. Y cuando le pareció bien, se retiró para marcharse. Pues bien, considerad esto lo primero,
señores: si aquella noche andaba yo maquinando contra Eratóstenes, ¿acaso no me habría sido
más ventajoso cenar con aquel en otro lugar que hacerlo entrar en mi casa para cenar
conmigo? Pues de esta forma el otro habría tenido menos valor para entrar en mi casa. En
segundo lugar, ¿os parece que habría despedido a mi comensal y me habría quedado solo, en
vez de invitarle a que se quedara para ayudarme a castigar al adúltero? Finalmente, señores,
¿no os parece que habría hecho mejor en avisar de día a mis parientes, e instarles a que se
reunieran en la casa más próxima de mis amigos, en vez de andar corriendo por la noche tan
pronto como me enteré, sin saber a quién iba a encontrar en casa y a quién fuera? Y es que me
dirigí a casa de Harmodio y de fulano que no se hallaban en la ciudad (pues no lo sabía), y a
otros no los cogí en casa y marché con cuantos me fue posible tomar. Pues bien, si de verdad lo
tenía previsto de antemano, ¿no os parece que habría preparado incluso a mis sirvientes y se lo
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TEMA V
habría comunicado a mis amigos para entrar yo mismo con el menor riesgo (¿pues qué sabía yo
si aquél también tenía un arma?) y, además, para ejecutar mi venganza en compañía del mayor
número de testigos? Pues bien, sin saber nada de lo que iba a suceder aquella noche, tomé a
cuantos fui capaz. Subid mis testigos de estos hechos.
Lisias, En defensa por el asesinato de Eratóstenes, 37-42
► Peroratio (epílogon): Es la parte final del discurso; está destinada al resumen de lo discutido,
a provocar animosidad hacia el adversario y simpatía hacia los propios puntos de vista.
En fin, jueces, si alguien hace subir aquí a sus hijos y llora y se lamenta, vemos que vosotros
os apiadáis de los ninos por si van a verse privados de derechos por culpa del padre y perdonáis
las culpas de los padres en gracia a los hijos, pese a que todavía no sabeis si van a ser buenos o
malos cuando lleguen a la juventud; de nosotros, en cambio, ya sabéis que hemos sido fervientes
partidarios vuestros y que nuestro padre no ha cometido ningún delito. De manera que será
mucho más justo que favorezcáis a aquellos a quienes conocéis por experiencia que a quienes
no sabéis cómo van a ser.
Nos ha pasado lo contrario que a los demás hombres. Los demás os piden su absolución
poniendo delante a sus hijos; nosotros pedimos la absolución de este nuestro padre: que en vez
de poseedores de derechos no nos dejéis privados de todo derecho, que en vez de ciudadanos no
nos convirtáis en apátridas; al contrario, apiadaos de nuestro padre, ya anciano, y de nosotros.
Si nos perdéis injustamente, ¿cómo va a convivir este con nosotros con agrado, o nosotros
mutuamente, en el mismo lugar cuando somos indignos de la ciudad y de vosotros? Os pedimos
nosotros, tres como somos, que nos permitáis ser todavía más diligentes para con vosotros. Os
lo pedimos, en fin, por aquello que cada uno posea: el que tiene hijos, que se apiade de nosotros
por ellos, y el que tiene nuestra misma edad, que vote por compasión la absolucion de nuestro
padre. Y no seáis vosotros quienes impidan que hagamos bien a la ciudad ya que lo deseamos.
Sería una experiencia terrible el que hayamos sido salvados por los enemigos — quienes es
lógico que nos impidan salvamos— y, en cambio, no vayamos a encontrar en vosotros la
salvación.
Lisias, Sobre los bienes de Aristófanes, 34-36
c. Primeros pasos de la retórica
Pero para llegar a este estado de cosas, perfeccionado por los romanos, hubo de pasar
mucho tiempo, y muchos autores hicieron sus aportaciones al noble arte de la retórica.
Ciertamente, antes de la aparición de los primeros manuales de retórica, existen textos
literarios en que la retórica está presente (textos poéticos, por ejemplo); y evidentemente, los
oradores anteriores a la aparición de manuales ya practicaban esa retórica natural a la que nos
hemos referido antes.
Sin embargo, la invención de la retórica como técnica se atribuye a un griego de Siracusa
(Sicilia) de nombre Córax (y a su discípulo Tisias), quien hacia 476 a.C. inventó un método de
debate organizado para defender causas judiciales o políticas basado en la probabilidad: de dos
proposiciones una es más probable que sea cierta que la otra. Observemos un ejemplo clásico:
► Caso: Un hombre pequeño es acusado de pegar a un hombre más corpulento.
● Defensa del hombre pequeño: Eso no es probable, pues él es más grande y yo no me
arriesgaría a pegarle por miedo a su reacción.
● Argumentación del hombre grande: Él sabe que la gente considera improbable que él
me golpeara; así, se sintió seguro al hacerlo.
Observemos otro ejemplo; se trata de la disputa entre un maestro de retórica y su discípulo
que no quiere pagarle los honorarios:
● El maestro: Si ganas el juicio, debes pagarme porque eso demostraría el valor de mis
lecciones; si lo pierdes, deberás pagarme, porque el tribunal te obligará a ello. En cualquier
caso, pagas.
IES. MAESTRO HAEDO. ZAMORA. DPTO. DE GRIEGO. LITERATURA GRIEGA
TEMA V
● El alumno: No pagaré en ningún caso, porque, si pierdo, quedará demostrado que tus
enseñanzas carecían de valor; si gano, el tribunal me absolvería de pagar.
Esta retórica elemental fue recogida, ampliada y sistematizada por los sofistas, excelentes
lingüistas a quienes nos referiremos inmediatamente, y por profesores como Isócrates, que
concedieron una extraordinaria importancia a la retórica como base del sistema educativo por
ellos defendido. Y también los logógrafos (escritores de discursos para otros) como Lisias
(maestro en el estudio psicológico del discurso), y los filósofos contribuyeron al desarrolo del
arte: Platón aportó un notable desarrollo de la dialéctica; Aristóteles es el primer autor de un
tratado completo y serio de retórica. De todos ellos trata este tema.
2. El nacimiento de la sofística
Hacia mediados del s. V a.C., en el período comprendido entre los últimos filósofos fisicistas y
Platón se inicia en Atenas un movimiento intelectual que busca y encuentra principalmente su
campo de acción en una clase superior espiritual y económicamente, y que se extendió por el
mundo griego. Hace tiempo que se prepara ya este movimiento y cuenta con numerosos
antecedentes y factores desencadenantes, entre los que se pueden rastrear los siguientes:
a. Decadencia de la vieja ética aristocrática, basada en el valor, la defensa del honor y la
búsqueda de la gloria, ante la aparición de poderes plutocráticos nacidos con el comercio y las
finanzas.
b. Ampliación de horizontes culturales debido a las colonizaciones, que pusieron en contacto a
los griegos con otras formas de ver y valorar el mundo.
c. Individualismo creciente, superada la fase “heroica” de la historia griega, que ya comienza a
expresarse en la lírica.
d. Crítica acerba del mito y la religión tradicionales a causa de un creciente racionalismo.
e. Ruptura de la unidad del pensamiento y conocimiento humanos por filósofos como Heráclito
y Parménides.
Las consecuencias del movimiento fueron radicales y duraderas. Con él se acabó con todo un
mundo de ideas que jamás volverá a recuperarse. Toda idea tradicional es atacada, y
especialmente las religiosas. Desde los primeros tiempos hasta la época clásica, Grecia vive
con un horizonte seguro, anclada en la tradición de los antepasados. El mundo religioso
politeísta está bien afirmado, y ni siquiera las ideas de Jenófanes o Heráclito podían hacer
vacilar la creencia en la tradición: los dioses protegían el orden de una vida que ellos mismos
habían establecido, ordenaban totalmente la polis en todos sus aspectos: justicia, familia,
educación, relaciones de ciudadanía y hospitalidad, etc. Aunque existan disensiones, no hay
fuerzas lo suficientemente poderosas como para poner en peligro la unidad de la polis.
Los sofistas combaten este nómos, esta auténtica fuerza de la tradición y acaban por
destruirla no completa ni inmediatamente, pero sí en buena medida. Los juicios favorables y
desfavorables hacia este movimiento fueron muchos, pero nadie lo desprecia. Piénsese que
Platón, su enemigo más encarnizado, era el mejor conocedor de la sofística. Unos juzgaron el
movimiento como el inicio de la descomposición del espíritu griego y de los fundamentos de la
existencia humana; para otros, supone la plasmación del audaz avance del hombre, que
abandona lo seguro para renovar unos valores que parecían inmutables.
El movimiento sofístico parte del mundo jonio, de espíritu inquieto. Cuando el estudio del ser
está agotado no se ofrecen otras salidas que la dedicación a la técnica (ciencia) o la vuelta al
estudio del hombre y la sociedad aprovechando el pensamiento anterior (Empédocles,
Heráclito, Zenón, Jenófanes). Este es el camino de los sofistas (y también de Sócrates), y la
razón de su elección son las circunstancias socio-políticas. Ya se ha dicho que el movimiento
cuaja en Atenas, y, sin embargo, no hay un solo sofista ateniense. Atenas es un lugar próspero:
los jóvenes y sus familias pueden costearse una educación con los sofistas; y además es un
régimen democrático, lo cual exige hombres educados y elocuentes para la actividad judicial y
política. Esa es justamente la oferta de los sofistas: la formación de un joven para una vida de
éxito en la polis; y como en una democracia todo gira en torno a la palabra, no es extraño que la
base fundamental de esta educación sea la retórica, y con ella la gramática y la poesía (en tanto
que arte de manipulación de la palabra).
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La educación política integral exige asimismo el estudio de la sociedad, sus orígenes y
funcionamiento, del individuo y su relación con la colectividad y el planteamiento de asuntos
como la justicia, la ley y la naturaleza. Se plantea entonces (aunque quizá se encuentra en otros
muchos autores precedentes: Eurípides, Tucídides, etc.), la antítesis entre physis y nómos. La
physis es definida como “lo verdadero, natural, espontáneo e intrínseco”; el nómos se define
como “lo convencional, lo pactado, lo extrínseco”. Ninguno de los grandes sofistas se
plantearon expresamente la cuestión. Por Platón se puede deducir que Protágoras se decidía
por el nómos en tanto que la ley viene a perfeccionar el estado natural del hombre, salvaje y
autodestructivo, convirtiéndose en una garantía de supervivencia, dejándose translucir un
optimismo histórico, frente al pesimismo tradicional detectable desde Hesíodo.
El individualismo característico de los sofistas tiene su plasmación en el relativismo ontológico
y gnoseológico, que se sustancia en la frase de Protágoras “el hombre es la medida de todas
las cosas”, de interpretación dudosa. Así, dos juicios contradictorios son ambos verdaderos: el
sofista no puede enseñar lo verdadero, puesto que todo lo es; su misión es cambiar las
condiciones que hacen surgir determinados juicios, sensaciones y opiniones, para aprovechar
los más útiles, no los más ciertos. Sólo la palabra puede persuadir hacia lo más beneficioso
para el individuo y la sociedad. La palabra no sirve para describir la realidad sino sólo para
persuadir (Gorgias).
El termino sophistés era una denominación general que en los siglos V y IV a,C, se aplicaba a
músicos, poetas, adivinos y sabios en general. Es en los círculos socráticos y en el mundo de la
comedia es donde queda fijado especialmente para los miembros del grupo. Partiendo de todas
las consideraciones y principios anteriores, los sofistas son ante todo profesores de artes útiles:
retórica, matemáticas, geometría y astronomía, y comparten algunas características comunes:
en razón de la utilidad de sus enseñanzas, cobran por impartirlas; son gente jonia (salvo
Hipias), pero debido a sus constantes viajes son casi apátridas, gente libre de ataduras.
Exponen sus ideas en discursos o conferencias (epideíxeis), pronunciados en casas
particulares, gimnasios o ante otros sofistas. Ejercitan a sus alumnos en la discusión de temas
(tópoi) por contraposición de argumentos. Tal vez la mayéutica socrática les deba mucho. Los
puntos centrales de sus ideas son resumidos en discursos breves para ser memorizados. Y de
su fama, casi de estrellas del espectáculo, da cuenta el siguiente pasaje del Protágoras
platónico:
En esta noche pasada, aún muy de madrugada, Hipócrates, el hijo de Apolodoro y hermano
de Fasón, vino a aporrear con su bastón la puerta de mi casa a grandes golpes. Apenas alguien
le hubo abierto entró directamente, apresurado, y me llamó a grandes voces:
-¿Sócrates, dijo, estás despierto, o duermes?
Al reconocer su voz, contesté:
-¿Hipócrates es el que está ahí? ¿Es que nos anuncias algún nuevo suceso?
-Nada. contestó, que no sea bueno.
-Puedes decirlo entonces. ¿Qué hay para que hayas venido a esta hora?
-Protágoras -dijo, colocándose a mi lado- está aquí.
-Desde anteayer, le dije yo. ¿Acabas de enterarte ahora? [...] ¿Qué te pasa? ¿Es que te debe
algo Protágoras?
Él sonrió y dijo:
-¡Por los dioses!, Sócrates, sólo en cuanto que él es sabio, y a mí no me lo hace.
-Pues bien, ¡por Zeus!, si le das dinero y le convences, también a ti te hará sabio.
-iOjalá, dijo, Zeus y dioses, sucediera así! No escatimaría nada de lo mío ni de lo de mis
amigos. Pero por eso mismo vengo a verte, para que le hables de mi. Yo, por una parte, soy
demasiado joven y, por otra, tampoco he visto nunca a Protágoras ni le he oído jamás. Era un
niño cuando él vino aquí en su viaje anterior. Sin embargo, Sócrates, todos dicen que es
sapientísimo.
Platón, Protágoras, 310 a-e
Los sofistas no aportaron, pues, demasiado a la filosofía, pero sí a la ética, a la reflexión
política y al estudio de la sociedad. Como literatos son forjadores de la prosa culta y sientan las
bases de la retórica; son además pioneros en gramática y semántica. Sin embargo, los sofistas
IES. MAESTRO HAEDO. ZAMORA. DPTO. DE GRIEGO. LITERATURA GRIEGA
TEMA V
no forman una escuela y están lejos de defender opiniones comunes. Se puede decir que
comparten determinadas bases o puntos de partida analíticos, pero no iguales conclusiones.
3. Influencia de la sofística en el desarrollo de la retórica. Gorgias
Diríamos que la retórica (plasmada en la oratoria) es consustancial al ser humano. Parte de
una época en que la palabra tiene un poder mágico, el poder de destruir y crear (maldiciones) y
también el de curar (epoidé, encanto, ensalmo, katharmos) o hechizar (Orfeo y los poetas en
general). En estas circunstancias, no es fácil delimitar en la cultura griega, poesía, magia, mito,
religión o profecía. Pero quien domina la palabra, sea aedo, adivino, médico o general está muy
cerca de la perfección.
Si bien no es el creador de la retórica como téchne, el autor que hace posible la transposición
del poder mágico de la palabra de la poesía a la prosa es el sofista Gorgias. Nació en Leontinos
en 483 y fue embajador en Atenas en 427, enseñó retórica, especialmente epidíctica. Se cree
que fue discípulo de Empédocles. Su obra más importante, se llama Sobre el no ser o sobre la
naturaleza. En ella se lleva al extremo la teoría del conocimiento. Debe demostrar tres tesis:
“Nada existe; si algo existiese, no sería cognoscible; si fuese cognoscible, no sería
transmisible”. Por tanto, para Gorgias, conocimiento no es realidad; el objeto de conocimiento
no es cognoscible porque el ser no existe. Sólo la palabra (no la verdad) tienen poder y son
reales: erística y oratoria serán las bases de cualquier programa científico. Es ésta justamente
la base de la retórica gorgiana.
El poder de la palabra es para Gorgias el centro de su actividad: lo verdadero, imposible de
conocer, es sustituido por lo probable (e„kÒj), que trata de comprobarse por eliminación de
otras posibilidades (según el método de Córax y Tisias). Pero lo que verdaderamente aporta
Gorgias es el poder del sonido, del ritmo, que se plasma en la elección de vocablos y en los
juegos o figuras retóricas, aplicación sitemática y exageración sin medida de los medios que
utilizaba con naturalidad la poesía, buscando períodos equilibrados de iguales sílabas y
posiciones de los miembros, relaciones musicales entre palabras y finales en rima. Gorgias veía
el parentesco esencial entre discurso y poesía, que es un discurso sujeto a la métrica, en que
ambos pueden ejercer dominio sobre las almas. Es justamente el ritmo lo que hechiza al
oyente, lo engaña o convence y es capaz de despertar en él terrror, compasión o nostalgia, o
bien alegría o piedad: la palabra actúa como droga del alma. De esta manera el poeta antiguo
en su mundo religioso cede paso al orador, al sofista para quien dominar la palabra constituye
el centro de toda educación: el sofista se siente orgulloso de su arte en tanto que es poderosa.
De Gorgias conservamos las dos declamaciones retóricas más antiguas: la Defensa (o elogio)
de Helena y la Defensa de Palamedes, que inauguran el género epidíctico. Leamos aunque solo
sea el comienzo de la primera.
Decoro para una ciudad es la hombría, para un cuerpo la belleza, para un alma la sabiduría,
para una acción la virtud, para una palabra la verdad. Lo contrario de esto es indecoroso. Para
un hombre y una mujer, para una palabra y una obra, para una ciudad y una acción, es preciso
que lo digno de elogio se honre con elogio y que lo indigno se cubra de vituperio, pues tan
erróneo y necio es vituperar lo elogiable como elogiar lo reprobable. Es propio del mismo
hombre decir correctamente lo conveniente y refutar [...] a los que vituperan a Helena, mujer
sobre la que unísona y unánime ha sido tanto la opinión de los que han escuchado a los poetas
como la fama del nombre, por lo que se ha convertido en memoria de las desgracias. Mas yo
quiero, aportando una argumentación con mi discurso, suprimir la acusación contra esta mujer
de mala fama y, demostrando que mienten los que la vituperan y mostrando la verdad, suprimir
la ignorancia.
Gorgias, Defensa de Helena, 1-2
El discurso epidíctico es pues un discurso que versa sobre cualquier tema y su finalidad es el
ornato o el lucimiento personal. Dentro del género pueden distinguirse el panegírico, el
encomio, el discurso funerario y el erótico, en los que el orador sustituye al poeta y reclama sus
honores. Lo fundamental es, en cualquier caso, el poder de convicción, de persuasión
independientemente de la veracidad.
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TEMA V
Y ésta es, también, la base de la oratoria deliberativa (simbuléutica) ejercida primero en las
asambleas de reyes (basiléis), presididas por el soberano (wánax) y luego en los consejos
reales. Ya los héroes homéricos se revelan como oradores (Néstor, Ulises, Menelao), puesto
que las deliberaciones junto con la excelencia guerrera forman parte del ideal heroico.
Estos dos tipos de discurso provienen del mundo jonio, patria de filósofos e historiadores.
Pero sólo en Atenas cuajaron con fuerza debido a su aperturismo cultural, a su incipiente
democracia que exige políticos hábiles y estrategos buenos arengadores. Tras las Guerras
Médicas, el ideal de la educación se hace pragmático, como corresponde a una democracia
radical. Protágoras expone en La verdad su escepticismo metafísico, inaugura la erísitica y la
gramática: se somete a crítica lo divino y lo humano.
4. Atenas, patria de la oratoria
En Atenas, todo ciudadano puede acusar y defenderse. Los jurados, simples ciudadanos
legos en derecho, atienden más bien a las presentaciones, a la fluidez del discurso que a la
verdad. En su favor, el ateniense acudía a un synégoros (abogado) o a un logógrafo, o bien él
mismo se formaba en el arte del discurso. En el siglo V a.C. retórica, sofística y política son un
todo: políticos, jurados, sofistas, logógrafos y sicofantes forman parte de él.
El siglo V ateniense fue, pues, un siglo de crecimiento de la oratoria y de consolidación en la
técnica retórica. Desde Antifonte, el primer orador ático, imperfecto en su estilo, falto de viveza y
espontaneidad, hasta Andócides, un orador no sofista, destacado por su estilo llano y natural,
pasando por el historiador Tucídides en cuyo texto se insertan discursos de todo tipo, el siglo
está lleno de oradores que van abriendo el camino a los grandes maestros.que se dieron cita en
el siglo más importante de la elocuencia ática: el IV a.C.
Este siglo verá cómo la retórica ocupará el lugar de la poesía y se enfrenta a la filosofía como
materia educadora. La logografía se halla ya plenamente desarrollada y sistematizada. El
logógrafo redacta según los datos que le da el cliente y adapta el discurso a su personalidad. El
resultado es la monotonía, plasmada en fórmulas y frases hechas, pero también la variedad
(dictada por el caso y el tipo de cliente). Estos discursos no son estrictamente obras de autor,
puesto que el cliente colabora y se ven alterados de copia en copia. Ello hace que no se pueda
atribuir autoría a muchos discursos, aunque se pueden reconocer los rasgos esenciales de
cada orador.
5. Lisias
Sin duda fue el mejor logógrafo. Hijo de Céfalo, un siracusano propietario de una armería.
Ateniense solo de nacimiento, Lisias marcha a Turios con 15 años donde estudia retórica. En
404, los 30 tiranos le confiscan el taller y matan a su hermano Polemarco. El discurso Contra
Eratóstenes (en que Lisias acusa a Eratóstenes de la muerte de su hermano; de los pocos
discursos que pronunció personalmente) refleja muy bien la época. Tiene su sencillo estilo
habitual, pero más adornado, con presencia del eikós y una gran etopeya de Eratóstenes.
Trasibulo le concedió la ciudadanía, pero luego le fue retirada y paso a consagrarse a la
actividad logográfica.
Se le atribuyeron más de 400 discursos. A nosotros nos han llegado 30 y alguno, de los que
sólo 15 parecen auténticos a juzgar por su estilo: sencillez, no afectación, claridad, mesura,
gusto adaptación entre el fondo y la forma, realismo y simpatía en los retratos, gracia en la
narración. Destaca la perfecta adaptación entre el logógrafo y el cliente. Oculta su arte
reelaborando el estilo conversacional. La prosa sólo embellece la naturalidad y la sencillez. No
es un argumentador, pero su ático es puro, la expresión clara sus pensamientos y frases
breves; los períodos sencillos y acabados.
Sin duda, uno de los discursos logográficos más perfectos de Lisias es En favor del inválido.
El caso es como sigue: según la legislación ática, los inválidos o físicamente disminuidos tenían
derecho, si carecían de recursos y observaban buena conducta, a un subsidio estatal cuya
concesión debía ser ratificada por el consejo todos los años mediante un examen que
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TEMA V
confirmara la necesidad de la ayuda. Cualquier ciudadano podía personarse en el
procedimiento para discutir la procedencia de la concesión o prórroga: el acusado, antes de la
decisión final del consejo, podía defenderse, ante el acusador. En este caso, las circunstancias
que esgrime el acusador son tres: que el supuesto inválido es físicamente apto, que tiene
medios propios y que lleva una vida inmoral. La defensa es fácil para un orador hábil como
Lisias en el caso de esta persona modesta a quien se presenta como estupefacto o abrumado
ante el carácter absurdo de la acusaicón.
6. Isócrates
Fue logógrafo, orador epidíctico, profesor y publicista (436-338). Vivió los comienzos de la
guerra del Peloponeso, la batalla de Queronea, y luego la hegemonía de Esparta, la Segunda
Liga, la hegemonía tebana y practicó todos los géneros oratorios. De su labor como logógrafo
nos han quedado seis discursos en parte fragmentarios, de los cuales el más famoso es el
Eginético, pieza madura ya y formalmente acabada. El resto es de un estilo más elevado que el
de Lisias, menos gorgiano y más interesado en lo general, en los lugares comunes y en la
conexión de ideas.
Propugna un estilo basado en la frase, con harmonía en el enlace lógico de las ideas. Se
separa así de la mera palabra, evitando poetismos, metáforas audaces. Todo debe sonar bien
en la frase, sin hiatos, sin asperezas fónicas ni rítmicas entre los miembros. La unidad de
dicción es el período rítmico, eufónico y sin desniveles formales. No hay rupturas sintácticas ni
transiciones bruscas. A partir de Isócrates la prosa ática será cuidada, precisa y sin hiato. Pero
pese a su perfección formal, su dignidad, su eufonía, resulta una prosa sin vigor, sin variedad y
sin el nervio de Demóstenes. El estilo es fatigoso, de mucha verborrea, poco sincero por lo
perfecto e incluso pedante.
No entraremos en el contenido de sus discursos políticos. Baste decir que su pensamiento se
inclinó siempre en favor de la unidad panhelénica. Quiere poner fin al desgarramiento fratricida
que, tras la guerra del Peloponeso, no cesa de enfrentar a los pueblos griego en luchas
permanentes. Para ello defiende la unión de los griegos en una tarea común, la lucha contra los
bárbaros. Pero esta unidad sólo le parecía viable si era dirigida por un elemento “conductor”. Y
empeñado en la búsqueda de esta hegemonía anduvo de aquí para allá, pensando ante todo,
como buen patriota, en su querida Atenas y los muchos personajes que podrían plasmar su
sueño, para concluir en la idea de Filipo de Macedonia, lo que pareció una traición a la causa
nacional.
Pero la verdadera importancia de Isócrates es su labor como profesor, trabajo que ejerció
durante 55 años. Isócrates no era un filósofo ni un gran político ni un investigador; ni siquiera un
gran orador: su labor fundamental fue formar oradores y profesores de retórica, y convertir la
retórica en el centro de la formación de unos ciudadanos aptos para juzgar atinadamente cada
asunto y para intervenir con soltura en las conversaciones de la vida mundana, pues considera
que la palabra distingue al hombre del animal y es la condición de todo progreso, así se trate de
leyes, artes o invenciones mecánicas; el dominio de la palabra debe ser la culminación de
cualquier sistema educativo, pues brinda al hombre el medio de administrar justicia, expresar la
gloria y promover la civilización y la cultura.
En su escuela ateniense creó un ciclo de formación superior (de pago, por supuesto) de tres o
cuatro años, e hizo fortuna. La enseñanza impartida por Isócrates coronaba, al finalizar la
adolescencia, un ciclo de estudios previos. Las fases de su sistema educativo son las
siguientes:
- Fase preparatoria: Estudio de la gramática a través de los literatos, pero incluyendo también
los textos de historiadores y filósofos. A estos estudios deben añadirse los de matemáticas (de
gran valor formativo en tanto que ejercita y agudiza la mente) y la erística-dialéctica. En
definitiva, Isócrates exige un gran bagaje intelectual y de conocimientos previos.
- Fase superior: Exposición de los principios generales de la retórica y realización de ejercicios
prácticos basados en el estudio y comentario de modelos dados que se nutría de contenidos
históricos o filosóficos.
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Sin embargo, para Isócrates la retórica no es una ciencia mecánica o meramente técnica
(como para los sofistas), propia de virtuosos, sino que posee una importante dimensión ética y
moral: la palabra es lo que caracteriza al ser humano y lo que debe diferenciar al griego del
bárbaro; por tanto, la retórica debe transmitir valores, contenidos humanos, hermosos y
elevados con un alcance general. El hombre verdaderamente cultivado, el buen orador, es
aquel que tiene el don de dar con la buena solución a un problema o, al menos, con el mal
menor, con la solución más adecueada a la coyuntura, (kairós), y todo ello porque sustenta una
opinión (dóxa) justa.
En este sentido, Isócrates es un continuador de los sofistas (con quienes se formó) y, por
supuesto, se enfrenta a Platón y lo critica: la epistéme, el conocimiento cierto, es inviable en la
vida práctica; los alumnos deben formarse en la experiencia, en la práctica de la vida política;
deben forjarse una opinión razonable sobre cosas útiles y no romperse la cabeza en busca de
la certeza sobre algunos temas perfectamente inútiles. Así, frente a Platón, para quien la
especulación filosófica, la búsqueda de la verdad, era el grado más elevado de la formación
intelectual, Isócrates acepta la filosofía como un mero material y la dialéctica sólo como un
instrumento a disposición de una retórica cargada de valores positivos.
7. Demóstenes
a. Situación de Atenas tras la guerra
El año 404 había sido una fecha trascendental en la historia de Atenas. La guerra del
Peloponeso entre Atenas y Esparta fue un conflicto que no revistió carácter alguno de
elevación, simple choque de intereses económicos, empujado y camuflado, como suele ocurrir,
por la ambición de una estéril hegemonía panhelénica. Aquella guerra fratricida acabó con la
hegemonía de Atenas, que pasó a manos de los vencedores, los espartanos. Pericles había
muerto en la peste que se desencadenó en la ciudad y su muerte acarreó la división entre los
atenienses. Nicias encabezó el partido de los pacifistas y Cleón el de los exaltados, los que
preferían la violencia, la guerra.
El año 413 había perecido en Sicilia la flor y nata de la escuadra ateniense y el resto del
ejército. Morían también sus dos mejores estrategos: Nicias y Demóstenes. El año 404 el
espartano Lisandro, con el apoyo de los persas, limpió el Egeo de atenienses y entró triunfante
con su flota en el vencido puerto del Pireo. Atenas quedó en una completa bancarrota: su
ejército, su escuadra, su economía, su hegemonía, todo había sido barrido.
A la muerte de Lisandro, ocurrida en 395, los enemigos de Esparta empezaron a dar señales
de vida, formando una enorme coalición. Atenas salió beneficiada, pues los otros estados le
pidieron su ayuda y pudo la ciudad reconstruir su antiguo poder y rehacer su prestigio. Tras dos
guerras contra Esparta, hicieron que Atenas se encontrara con sus muros reconstruidos, y su
Liga reorganizada.
Pero aunque en política exterior había indiscutible reactivación, internamente no dejaba de
sentir los terribles efectos de la guerra, que había sido muy larga y había desgastado las
energías de la ciudad: la población disminuida, campos devastados, masas rurales
empobrecidas, que se concentran tumultuariamente en la ciudad, el comercio aminorado, la
producción reducida al mínimo. Además del desaliento y exacerbamiento del egoísmo. La gente
no pensaba más que en el lucro y en vivir lo mejor posible. Los ricos tendían a desentenderse
de las cargas que suponían los tributos al estado, los impuestos, las prestaciones y el servicio
militar, inventando toda clase de excusas para librarse de todo lo que les suponía sacrificio
personal o económico. La plebe, reducida a la miseria, era la peor tratada por las circunstancias
políticas. La diferencia de clases se había acentuado en gran manera y el pueblo bajo sólo
pensaba en ir al teatro con la entrada que le pagaba el estado, y en luchar contra los ricos.
En estas condiciones un sistema político basado en la democracia, estaba forzosamente
condenado al fracaso más rotundo, pues la base de la democracia es la honradez, buena
voluntad, responsabilidad individual, conciencia ciudadana y competencia de los individuos,
cualidades muy difíciles de tener en situaciones tan precarias para los pobres y tan oportunistas
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para los ricos. El sentimiento democrático del siglo V había ya perdido muchos puntos y había
descescendido entre el pueblo ateniense. Los ricos, preocupados sólo por su dinero y sin el
menor sentido ciudadano, no acudían ya a las asambleas, que habían sido la escuela principal
de política en Atenas, y hubo que remunerar a los asistentes, si no se quería ver los escaños
vacíos. El pueblo, la masa, acudía aunque nada más fuera para percibir el dinero que se le
daba y esa circunstancia hacía que la Asamblea estuviera representada por un populacho
ignorante, presa fácil de demagogos que con su palabra dominaban la Asamblea y la hacían
votar a su capricho y tomar las decisiones más descabelladas y contrarias al interés del mismo
pueblo que era engañado y arrastrado de una decisión a otra, a capricho y gusto del orador
político.
Todos buscaban soluciones a medida de su ideología y encuadradas en la política que
defendían, según los diversos partidos. Unos, como Isócrates, creyeron intuir el remedio de los
males en una monarquía unificadora absolutista (concretada luego en Filipo). Isócrates había
propuganado ideas de unificación de todos los griegos contra el enemigo común, que entonces
era Persia, y se había mostrado contrario al sistema democrático existente, quizá porque lo veía
ya corrompido y de difícil restauración en su anterior estado.
Otros seguían a Esquines. Pertenecía a la clase media de la ciudadanía. Al principio era
partidario de Eubulo, del partido pacifista. En el año 348 Esquines viajó por las polis invitando a
los helenos a que se unieran contra Filipo. Pero después se convirtió en uno de los líderes
promacedonios de Atenas. Era intérprete y portavoz de los anhelos de un grupo bastante
numeroso de la población: las capas pudientes, sin ningún interés en la política exterior activa
ateniense, pues sobre ellos recaían las mayores cargas económicas.. En esta situación, los
ciudadanos ricos consideraban la sumisión a Macedonia como una forma, la más adecuada, de
librarse de todas esas cargas, que ellos creían injustas e insoportables. En otro frente luchó
Demóstenes, con su sentido fuerte de patria, con su patriotismo a ultranza y con un concepto
del honor y la dignidad personal extraordinarios, que le hacían subir a la tribuna a gritar en pro
de la libertad de su país, pues lo demás lo había perdido. La época en que vivió Demóstenes
presentaba tonos sombríos en el presente, augurio de un futuro nada prometedor para Atenas.
b. Vida y obra de Demóstenes
En efecto, Demóstenes nació en 384 en el demo ático de Peania en el seno de una familia
acomodada: su padre tenía dos fábricas, una de armas y la otra de muebles; por eso, su
educación corrió pareja con los medios económicos de que disponía. Muerto el padre en 377,
comienzan a surgir dificultades en la vida de Demóstenes, dificultades que irán templando su
espíritu con aquella firmeza propia de su caracter indomable de que tanto hizo gala en las
luchas que debió sostener con sus enemigos personales, su propia familia y más tarde, cuando
entró de lleno en la palestra de la vida política de su ciudad.
El padre, antes de morir y siguiendo las costumbres de la sociedad de entonces, lo encargó a
la tutela de sus dos sobrinos, Afobo y Demofón. Contaba Demóstenes siete años. La psicología
de Demóstenes tuvo que resentirse con el cambio experimentado en la familia. Dicen que su
temperamento se volvió áspero e iracundo y su exterior descuidado y negligente, y hasta su
cuerpo comenzó a debilitarse. Así fue creciendo hasta llegar a la edad de los diecisiete años,
próximo ya a la mayoría de edad. En esta época quiso recobrar su herencia, sustanciosa por
cierto, y dedicarse a su administración. Pero, cuál no fue su sorpresa cuando, al entregarle lo
que quedaba de la misma, comprobó que sus tutores habían dilapidado casi todo lo que le
pertenecía. Su decisión fue llevar ante los tribunales a los dos tutores, pero la ley exigía que en
este género de causas fuera el acusador quien perorara personalmente en el juicio. Era aquélla
una situación verdaderamente conflictiva y penosa, pero que no acabó con los ánimos de
Demóstenes. En el año 364 intentó, por fin, encausar a sus tutores por el delito de despilfarro
de su herencia. Los dos discursos que pronunció se han conservado. Su elocuencia le otorgó el
triunfo, aunque los tutores se las arreglaron para no devolverle la herencia, a pesar del
veredicto favorable.
Atenas se iba recuperando del tremendo bache en que la había metido la guerra. La juventud
de Demóstenes coincidió precisamente con esta época de recuperación y renovación interior y
exterior. El espíritu ateniense iba sobreponiéndose poco a poco a su abatimiento e intuía la
perspectiva de recobrar su poder. Atenas, apoyada por -Tebas y Corinto, antiguas ciudades
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confederadas con Esparta, iba logrando reconquistar poco a poco su posición en el concierto
helénico. Después, Tebas se separó de Esparta, circunstancia que le brindó la ocasión a
Atenas para fundar la segunda Liga (377). El año 371 Esparta amenaza a Tebas, pero es
vencida en Leuctra por Epaminondas. Tebas toma la hegemonía de toda la Hélade. Ante el
crecimiento tebano, Atenas y Esparta conciertan la paz que otroga a Atenas la primacía
indiscutible en el mar y legaliza la nueva liga mediante tratados internacionales..
En 369 Tebas invade el Peloponeso. Atenas firma una alianza con Esparta en contra de los
tebanos. Demóstenes seguía en el retiro de su casa, preparándose para la vida política. En 363
es designado trierarca. Su actividad central es la logografía, escribiendo discursos para otros, lo
cual era una profesión lucrativa y formativa. Pero el salto a la oratoria política es inminente:
aunque joven, sus circunstancias vitales le han templado.
Filipo II ha aparecido en la escena de Grecia con todo el ímpetu de un rey joven y ambicioso.
Durante toda la existencia de Filipo, Demótenes será la encarnación viva del último espíritu de
resistencia contra las ambiciones hegemónicas del macedón. La política interna de Atenas es
un cúmulo de contradicciones capaz de desorientar al espíritu más sereno y aplomado. Reina
una conmoción enorme en todos los círculos de la ciudad: en lo social, en lo económico y en lo
político. Todos los partidos políticos, o mejor, las tendencias existentes en la ciudad,
capitaneadas por sus líderes más destacados, intentan ofrecer soluciones a los problemas que
se van planteando.
Filipo obtiene el poder efectivo en Macedonia en 359. A partir de 357 los aliados de Atenas
van haciendo defección concluyendo el proceso en 355 con un tratado promovido por el
pacifista Eubulo, que supone la derrota de Atenas. Eubulo forma un partido compuesto por
gentes adineradas, burguesas, pacifistas, realistas y prudentes, una prudencia rayana en el
miedo, que rechazaban toda intervención en el exterior y pretendían solamente seguir una
prudente política interior y económica. Aun sin formar parte de este partido, ésta parece ser la
línea inicial de Demóstenes: paz en el exterior y fortalecimiento de la influencia conservadora de
las clases pudientes en el interior.. Sin embargo, Demóstenes, que comprende la necesidad de
organizar la economía, no deja de percibir la tremenda amenza que supone Filipo para la
libertad de la ciudad y del mundo griego. Los movimientos de Filipo en Tracia hicieron ver al
orador que la cuestión no era intervención o no intervención, sino la salvación del estado.
Desde 351 vemos a Demóstenes intentando levantar al pueblo contra el macedón: había que
actuar y pronto. El orador prescinde de partidos y se dirige directamente al pueblo. Sin
embargo, se enfrentaba a una Atenas sin ideales, con horror al sacrificio, desunida, con un
sistema democrático caduco y podrido y con una quinta columna de atenienses al servicio de
Filipo que minaban la moral del pueblo, proponiéndole un Filipo salvador de Grecia.
Demóstenes lucha contra los demas oradores que halagan al pueblo y le dicen lo que quiere
escuchar. Las Filípicas son expresión de la lucha de Demóstenes. Las Filípicas intentan hacer
comprender al hombre de la calle un peligro que no veía con sus propios ojos y cuyo alcance no
llegaba a comprender con la inteligencia.
En la primera Filípica (ca. 349) Demóstenes no trata de halagar a la masa, sino de decirle la
verdad, por más amarga que sea y por más sacrificios que le exija. Llama la atención sobre la
necesidad de una decidida y enérgica preparación bélica contra Filipo: pide que se dupliquen
los armamentos. Filipo no debe sorprender a Atenas, y todos han de estar dispuestos a cumplir
con su deber. Era necesario dinero. El propio orador se ofrece para dirigir los asuntos
económicos; pero sacar dinero de los ricos era casi imposible. El dinero provendría del
theorikon. Sin embargo, el pueblo era reacio a ello. El pueblo, preso de su frivolidad y falta de
patriotismo, habría sido capaz de transigir con cualquier apuro y desastre político antes que
prescindir de los espectáculos. El partido de Eubulo, por su parte, necesitaba tener al pueblo
entretenido. Oigamos a Demóstenes:
Así pues, varones atenienses, afirmo que en primer lugar hay que equipar cincuenta
trirremes; después, que vosotros mismos estéis hechos a la idea de que, si ello es necesario,
habréis de embarcar en ellas personalmente y haceros a la mar. Además de eso recomiendo
que aprestéis para la mitad de los contingentes de caballería trirremes de transporte de
caballos y suficientes naves de carga. Eso es lo que considero necesario que esté previsto
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TEMA V
para hacer frente a las repentinas incursiones que desde su propio país hace a las
Termópilas, el Quersoneso, Olinto y donde quiere; pues es menester que tenga presente en
sus cálculos la posibilidad de que vosotros, abandonando esa excesiva despreocupación, tal
vez os pongáis en marcha [...] Ésas son las medidas que sostengo que todos deben aprobar
y los preparativos que en mi opinión conviene hacer; pero previamente afirmo, varones
atenienses, que es necesario que vosotros pongáis a vuestra disposición un contingente de
tropa que continuamente le haga la guerra y le cause daño. No diez mil ni veinte mil
mercenarios [...] sino un contingente que se obtendrá de la ciudadanía, y si vosotros elegís
general a uno solo o a varios o a fulano o a quien quiera que sea, a ése se obedecerá y se
seguirá. Y pido que a ese ejército se le proporcione aprovisionarniento.
Demóstenes, Filípicas, I, 16-20
La primera Filípica fue un fracaso. Nadie hizo caso al orador. Hizo falta que Filipo invadiera
determinadas ciudades costeras del Egeo, para que fueran evidentes las intenciones del
Macedón. Hasta los propios pacifistas se echaron a temblar pidiendo una unión de los griegos
contra Filipo, pero nadie respondió al llamamiento. Demóstenes, por su parte, al ver la situación
real de Atenas, sin ejército, sin dinero, sin aliados, sin posiciones estratégicas ni moral de lucha,
convencido por todo ello de la necesidad de hacer la paz con Filipo, recomendó esta única
aunque dolorosa salida. Hecha la paz. Filipo siguió conquistando territorios. En 346 Grecia
quedó prácticamente dominada por el macedón. Se produce un cambio de gobierno: en 343,
Demóstenes se convierte en el jefe político ateniense, frente al cual está el partido filipista de
Esquines. Su programa de gobierno era claro: prudencia, aun a costa de humillaciones,
paciencia, diplomacia y trabajo incesante hasta encontrar el momento oportuno para levantarse
con éxito contra Filipo
Filipo ha emprendido una nueva campaña en el Peloponeso donde apoya a las ciudades
contra Esparta. Demóstenes va al Peloponeso. Filipo pide explicaciones: en respuesta
Demóstenes pronuncia la segunda Filípica. Filipo seguía estrechando el cerco sobre Atenas, no
directamente, sino conquistando tierras en el norte y atacando las colonias atenienses.
En primer lugar, varones atenienses, si alguien al ver el poder que ha alcanzado Filipo y
la gran cantidad de sus dominios, no se inquieta y no cree que eso aporta peligro a la
ciudad ni que todo eso lo está preparando contra vosotros, expreso mi admiración, y quiero
pediros a todos por igual que me escuchéis las consideraciones que expondré en forma
breve por las cuales se me ocurre esperar lo contrario y considero a Filipo enemigo; con el
fin de que si parece que yo soy mejor previsor, me hagáis caso a mí, y si parecen serlo los
que no se inquietan y han depositado en él su confianza, os suméis a ellos. Así pues, yo
hago mis cálculos: ¿de qué se hizo dueño Filipo inmediatamente después de la paz? De las
Termópilas y de los asuntos de Fócide. ¿Y cómo se sirvió de ellos? Prefirió hacer lo que
convenía a los tebanos, no lo que interesaba a la ciudad. ¿Por qué? Porque, haciendo
examen de sus cálculos, en mi opinión, con vistas a la ventajosa ganancia y a someterlo
todo a su persona y no a la paz, ni a la tranquilidad ni a nada justo, vio correctamente esto:
que a nuestra ciudad y a nuestra manera de ser nada podría ofrecer ni hacer por lo que
vosotros os dejarais convencer de entregarle algunos de los demás griegos por utilidad
personal vuestra, sino que haciéndoos cuenta de lo justo y tratando de evitar la infamia
envuelta en tal transacción y previendo todo lo que conviene, si intentara hacer algo
similar, os opondríais de igual manera que si estuvierais en guerra.
Demóstenes, Filípicas, II, 6-8
En 341 Demóstenes pronuncia la tercera Filípica, destinada a la propaganda política en los
estados neutrales. Demóstenes trata de convencer al pueblo de que Filipo está en una guerra
no declarada con Atenas: toda Grecia está en peligro porque nadie ha parado los pies a Filipo.
Recuerda con palabras patéticas cómo toda la Grecia se había opuesto al poder Persa. Todos,
pues, a una deben unirse contra el peligro macedón y para ello se deben enviar embajadores a
todas las ciudades para aunar voluntades en contra del peligro común. Las palabras del orador
tuvieron un efecto positivo y diversas ciudades volvieron entrar en la causa ateniense.
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TEMA V
Pero ahora, Filipo se ha impuesto como vencedor a vuestra indolencia y
despreocupación, no ha vencido a la ciudad; ni vosotros habéis sido derrotados, sino que ni
tan solo os habeis movido.
Así, pues, si todos reconociéramos que Filipo está en guerra con la ciudad y
transgrediendo el tratado de paz, no sería menester que el orador dijera o aconsejase otra
cosa que la manera más segura o fácil de defendernos de él; pero toda vez que algunos se
encuentran en tan extraña disposición de espíritu que, aunque aquél va tomando ciudades y
retiene muchas de vuestras posesiones y a todos los hombres inflige tratamiento injusto, se
contienen ante unos cuantos que en las asambleas dicen reiteradas veces que algunos de
nosotros somos los causantes de la guerra. [...] Por eso yo, antes de nada, propongo y
defino esta cuestión: si está en nuestro poder deliberar sobre si hay que mantener la paz o
hacer la guerra. Si realmente le es posible a la ciudad mantener la paz y ello depende de
nosotros -para empezar por este punto-, yo, al menos, afirmo que debemos mantenerla y
pido al que haga tal propuesta que la presente por escrito, actúe en consecuencia y no ande
con engaños; mas si otro en la alternativa, teniendo las armas en la mano y una gran
fuerza militar a su alrededor os echa por delante como cebo el nombre de la paz, pero él
mismo se vale de las acciones de la guerra, ¿qué otra posibilidad queda sino la de
defenderse de él? Si queréis tan sólo declarar que estáis en paz, como hace aquél, no me
opongo, Pero si alguien supone que es paz la situación de la que se vale aquél para venir
un día contra nosotros una vez se haya apoderado de todo lo demás, en primer lugar está
loco, y luego se refiere a la paz de que goza aquél por parte nuestra, no de la que gozamos
nosotros por parte de aquél. Esto es lo que se compra Filipo con todo el dinero que va
gastando: que él personalmente os haga la guerra y vosotros no se la hagáis a él.
Demóstenes, Filípicas, III, 6-9
La cuarta Filípica fue también pronunciada en 341. En ella exhorta a enviar una embajada a
Persia, solicitando su ayuda como un mal menor. Persia así lo hizo interviniendo en las
ciudades atenienses del Quersoneso tracio. Filipo se dirige a Bizancio a fin de interceptar el
aprovisionamiento de trigo para Atenas. Demóstenes reforma el sistema de trierarquías,
haciendo recaer todo el peso impositivo sobre las clases acomodadas. Filipo cierra el círculo:
Beocia y el Ática están amenazadas directamente. Tebas y Atenas se unen en alianza, pero en
338, en la batlla de Queronea supone la derrota final de Atenas.
En 336 Alejandro sube al trono macedón. En 324 Demóstenes es acusado de corrupción, es
encarcelado y huye a Egina y Trecén. A la muerte de Alejandro vuelve a Atenas y organiza una
liga de resistencia que será derrotada en 332, fecha de su suicidio
El Demóstenes que ha pasado a la historia es el patriota de variedad de registros, hermosa
composición y perfección de estilo, el orador deliberativo que durante 16 años propugna el
enfrentamiento con Macedonia. Un hombre noble, sincero y desinteresado. Como orador, su
estilo es complejo, elevado y natural, patético pero grave, de palabra viva, sin literaturismos,
pero con recursos de estilo (metáforas, imágenes, hipérboles, paradojas, apóstrofes, etc.). Su
oratoria es variada, no escolar ni previsible. Sin duda, hablamos del mejor orador de todos los
tiempos (como lo reconoció el propio Cicerón).
ANTOLOGIA
Mucho estimaría, señores, que fuerais para mí en este asunto los jueces que seríais para vosotros
mismos si hubierais tenido semejante experiencia. Y es que sé muy bien que si tuvierais con los
demás el mismo criterio que con vosotros mismos, ninguno habría que no se encolerizara por los
hechos ocurridos. Todos estimariais pequeño el castigo para quienes han tramado tales actos. Cosa
que no se reconocería así solamente entre vosotros, sino en toda la Hélade: éste es el único crimen
por el cual los más débiles reciben la misma satisfacción que los más poderosos en democracias u
oligarquías. El más villano obtiene la misma que el más noble. Hasta tal punto, señores, consideran
todos los hombres que esta ofensa es la más terrible. Por consiguiente, pienso que todos vosotros
tenéis el mismo criterio sobre la magnitud del castigo y que ninguno está en disposición tan
IES. MAESTRO HAEDO. ZAMORA. DPTO. DE GRIEGO. LITERATURA GRIEGA
TEMA V
desdeñosa como para pensar que los culpables de tales actos tienen que obtener el perdón o que son
merecedores de un pequeño castigo.
Juzgo, señores, que mi obligación es, precisamente, demostrar que Eratóstenes cometió adulterio
con mi mujer y que la corrompió; que cubrió de baldón a mis hijos y me afrentó a mí mismo
invadiendo mi propia casa; que no teníamos él y yo ninguna clase de desavenencia, excepto ésta, ni
lo he realizado por dinero -a fin de verme rico de pobre que era- ni por ganancia alguna como no
sea la venganza que la ley me otorga. Os mostraré, por consiguiente, desde el principio todas mis
circunstancias sin omitir nada y diciendo la verdad. Ésta es la única salvación para mí, según creo:
si consigo relataros absolutamente todos los sucesos.
Lisias, Discurso de defensa por el asesinato de Eratóstenes, 1-3
Asistentes a este funeral: si pensara que es posible revelar con palabras la virtud de los hombres que
aqui yacen, podnría censurar a quienes me han encomendado hablar con pocos días de plazo. Pero,
como el tiempo todo no basta a ningún hombre para preparar un discurso que iguale las acciones de
éstos, por esta razón creo que también la ciudad, velando por los que aquí hablan, realiza su encargo
en un plazo corto. Piensan que de esta forma los oradores conseguirán mejor la benevolencia de los
oyentes. Con todo, mi discurso versa sobre éstos, pero mi emulación no es con sus acciones, sino con
quienes han hablado antes sobre ellas. Tal es la abundancia que ha proporcionado su virtud tanto
para quienes pueden componer poemas como para quienes quieren hablar, que han sido ya muchos
los elogios que han dicho los anteriores, y muchos los que han quedado por decir; suficientes para
que, incluso los venideros, puedan hablar. Pues no hay tierra ni mar alguno que no hayan conocido; y
en todas partes, y entre todos los hombres, quienes lloran su propia desgracia están cantando las
virtudes de estos
Lisias, Discurso fúnebre en honor de los aliados corintios, 1-2
Consejeros: con las muchas y terribles cosas que conozco acerca de Simón, jamás pensé que llegaría
éste a tal grado de audacia como para presentar reclamación, en calidad de agraviado, en un asunto
por el que debería él sufrir condena, y presentarse ante vosotros luego de haber jurado tan grande y
grave juramento. Pues bien, si fueran cualesquiera otros los que iban a fallar sobre mí, mucho
temería el peligro: veo que a veces se presentan intrigas y contingencias tales, que pueden resultar a
menudo inesperadas para los acusados. Pero, como vengo ante vosotros, tengo la esperanza de
obtener justicia. Lo que más me enoja, consejeros, es que voy a verme obligado a exponeros unos
sucesos tales, que por vergüenza he soportado los agravios, por si fueran muchos a compartirlos
conmigo. Mas, ya que Simón me ha puesto en tal aprieto, os relataré todo lo sucedido sin ocultar
nada. Y os pido, consejeros, no obtener compasión alguna si soy culpable. Pero si demuestro, sobre
el caso, que no estoy incurso en los juramentos de Simón y os parece que tengo hacia el mozuelo una
inclinación bastante más insensata de la que corresponde a mi edad, os suplico que no me tengáis por
más indigno: sabéis que enamorarse es connatural a todos los humanos, y que el más excelente y el
más prudente sería aquel que sabe llevar el infortunio con el mayor decoro. Para todo esto se me ha
convertido Simón, aquí presente, en un impedimento como voy a demostraros.
Lisias, Discurso de defensa frente a Simón, 1-4
EN FAVOR DEL SOLDADO
¿Qué habrán discurrido mis contrarios para desentenderse del proceso e intentar desacredítar mi
carácter? ¿Será porque ignoran que les concierne hablar sobre la causa? ¿O es que saben esto, pero,
como piensan que os va a pasar inadvertido, hacen su discurso sobre cualquier cosa más que sobre lo
que les corresponde? Sé claramente que sus discursos los hacen no con desprecio a mi persona, sino
al proceso. Ahora que si piensan que vais a condenarme persuadidos por sus calumnias, debido a
vuestra ignorancia, esto sería una sorpresa. Desde luego yo creía, jueces, que tenía un proceso sobre
IES. MAESTRO HAEDO. ZAMORA. DPTO. DE GRIEGO. LITERATURA GRIEGA
TEMA V
la acusación, y no sobre mi carácter. Pero, como la parte contraria me esta desacreditando, es preciso
que elabore mi defensa sobre la totalidad.
Lisias, En favor del soldado, 1-2
Jueces, no me parece difícil comenzar mi acusación, sino dar término a mis palabras. Los hechos de
estos hombres son tales en magnitud y tantos en numero, que ni con mentiras podría uno acusarlos de
acciones más terribles que las que tienen en su haber ni, queriendo decir la verdad, podría
enumerarlas todas. Antes bien, es fuerza que el acusador renuncie o que el tiempo falte. Paréceme
que nos acontece lo contrario que en tiempos pasados: antes los acusadores tenían que declarar su
enemistad –la que tenían hacia los acusados–. Ahora, en cambio, es necesario preguntar a los
acusados qué clase de odio tenían hacia la ciudad para atreverse a cometer contra ella semejantes
delitos. Con todo, no voy a pronunciar mis palabras como quien carece de odios e infortunios
privados, sino en la idea de que todos tenemos motivos sobrados para irritarnos ya sea por asuntos
privados o públicos. Pues bien, jueces, yo, que jamás he gestionado ningún asunto ni personal ni
ajeno, me veo ahora obligado por las circunstancias a acusar a éste, hasta el extremo de caer
frecuentemente en un gran desánimo, no fuera a elaborar la acusación en favor de mi hermano y el
mío propio sin dignidad y sin fuerza por mi inexperiencia. Con todo, trataré de informaros, lo más
brevemente que pueda, desde el principio.
Lisias, Contra Eratóstenes, 1-3