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INSTITUTU HIJAS DE MARÍA AUXILIADORA
fundado por san Juan Bosco
y por santa María Dominica Mazzarello
n. 874
En el corazón del mundo
A los 125 años de la muerte de María Dominica Mazzarello,
revivimos y anunciamos el amor por Jesús,
corazón del mundo.
La propuesta para la Fiesta de la gratitud 2006, formulada por las hermanas de la Inspectoría
piamontesa nos remite a la finalidad de nuestra vida consagrada: testimoniar y anunciar el
amor de Jesús, corazón del mundo. María Dominica y nuestras primeras hermanas hicieron de
ello la razón fundamental de su existencia.
La celebración de los 125 años de la muerte de nuestra Cofundadora nos invita a recorrer de
nuevo la experiencia humana y espiritual que ella vivió y comunicó a las hermanas, a las
jóvenes y a las seglares que eran parte integrante de la comunidad: una experiencia de amor
apasionado por Jesús y por las exigencias del Reino que la disponían a cualquier sacrificio para
aliviar las necesidades de la gente, no sólo de su tierra sino también de otros países del
mundo. Permanecer en el corazón de Jesús es contemplar y recibir con agradecimiento su
amor, descubrir que se da a cada hombre y mujer en la tierra y sentirse llamado a
testimoniarlo. El proyecto del Padre es hacer de Cristo el corazón del mundo (cf Ef 1,10)
Como FMA colaboramos con el Espíritu para que Cristo crezca en el corazón de las jóvenes y de
los jóvenes mediante la educación, con el estilo del sistema preventivo, que tiene como fuente
el corazón de Cristo y como modelo la solicitud materna de María (cf Const 7).
Quisiera desarrollar aquí, queridas hermanas, la intuición de la propuesta en preparación a la
fiesta del gracias que se expresa en los verbos: partir, permanecer, crecer. Partir para anunciar
el amor de Cristo; permanecer en su amor obteniendo fuerza de la contemplación, crecer juntos
en el mismo amor para que la vida sea abundante para todos.
Partir
Partir indica decisión, movimiento con vistas a alcanzar una meta. Es el verbo de la misión ad
gentes. La dimensión misionera forma parte de nuestra familia desde los orígenes. En el
artículo 75 de las Constituciones leemos que es “elemento esencial de la identidad del
Instituto”.
Podemos decir que la santidad de María Dominica y de las primeras hermanas es una santidad
de rostro misionero. Vivieron y fueron formadas en el pequeño centro de Mornese para ser
luego enviadas allí donde la necesidad del Reino apremiaba. Las FMA escogidas para partir
llevaron consigo un bagaje carente de cosas, pero tenían en el corazón la pasión del da mihi
animas, que las movía a relativizarlo todo con tal que Cristo fuese anunciado y amado. De este
modo superaban los miedos y el desánimo e iban al encuentro de lo nuevo no por deseo de
aventura sino por la necesidad de testimoniar el amor del Padre, revelado en Jesús. A estas
hermanas María Dominica recomendaba que mantuvieran el fuego encendido (cf C 4,11), que
lo reavivaran para que no se apagara (cf C 27,8). Lo que cuenta no es tanto partir, sino
estimular cada día el corazón en relación con Jesús, fuente de amor, y llenarlo del mismo
amor por las personas, por las jóvenes y los jóvenes. Muchas hermanas no han dejado nunca
su patria, pero han vivido profundamente la dimensión misionera, con el corazón dispuesto a
abarcar los amplios horizontes del mundo y la disponibilidad al servicio en el lugar donde la
obediencia las ha colocado. Hoy como ayer muchas FMA, aún desarrollando deberes poco
aparentes, tienen una resonancia apostólica sorprendente, como lo atestiguan jóvenes y
adultos que las han encontrado en su camino.
La Iglesia reconoce que hoy urge un renovado anuncio del Evangelio también en los países de
más antigua tradición cristiana. Las fronteras de la nueva evangelización nos piden que
renovemos el impulso y los métodos para que el evangelio de Cristo pueda anunciarse con
eficacia. El artículo 6 de las Constituciones invita a mantener vivo el impulso misionero de los
orígenes trabajando por el Reino de Dios en los países cristianos, en los todavía no
evangelizados y en los descristianizados.
El amor por Jesús y por aquellos que Él nos confía exige hoy un suplemento de discernimiento y
de sabiduría. El amor nos hace vigilantes, hace descubrir las nuevas pobrezas, indica de vez en
vez las formas y los lugares donde es necesaria una presencia educativa, mantiene en la
certeza de que el Dios de la vida nos manda para que cada hombre y mujer conozca su amor,
pueda vivir la dignidad de hijo/hija del único Padre.
Entre las nuevas fronteras de la misión, sobresale la de atender al fenómeno de la movilidad
humana, como se recuerda en el documento Erga Migrantes. Se trata de refugiados,
emigrantes, inmigrantes, nómadas, clandestinos. Hombres y mujeres huidos de la persecución
política o de la guerra, en busca de un trabajo, de una organización digna.. Personas que han
escogido este camino y otros, especialmente mujeres engañadas, esclavizadas, explotadas en el
trabajo y en el comercio del sexo, a veces en edad muy temprana.
¿Qué repercusión tiene en nosotras esta realidad? Ser misioneras en el corazón y en la vida es
abrir los ojos para conocer situaciones con frecuencia presentes allí donde estamos.; es
implicar, buscar, ponerse en red.
En la línea del proyecto Para una casa común, la Inspectoría piamontesa, en colaboración con
las instituciones locales, ha promovido un estudio en la misma zona de ‘Porta Palazzo’ en Turín,
habitada especialmente por inmigrantes. La esmerada investigación y, más aún, el contacto
directo con la gente, ha permitido ver las necesidades reales: escucha, acogida, integración,
educación, compartir, vivienda, trabajo, ayuda a las familias. Ha puesto particularmente de
manifiesto la soledad de los jóvenes, que con frecuencia pasan los días ociosos, creando
hostilidades para combatir el aburrimiento. En esta realidad sería muy positiva la presencia de
una comunidad de FMA con una fuerte identidad educativa que actuara en colaboración con
otras entidades existentes en el lugar.
Precisamente en esta zona, recorrida ya por don Bosco y por nuestras hermanas en el mil
ochocientos, este año queremos poner un signo de testimonio, formando una comunidad
intercultural que garantice proximidad a la gente, que anuncie la esperanza, especialmente a
las y a los jóvenes.
Permanecer
Permanecer para anunciar a Jesús y testimoniar la solidaridad no es eficaz sin la costumbre de
quedarse con Él, de entrar en su corazón, según la expresión de María Dominica (cf C 39).
Misión y contemplación son aspectos inseparables entre sí, como lo son el amor de Dios y del
prójimo.
Benedicto XVI, en su primera encíclica Dios es amor, así expresa esta reciprocidad: “Si el
contacto con Dios falta del todo en mi vida, puedo ver en el otro siempre y únicamente al otro y
no consigo reconocer en él la imagen divina. Pero si en mi vida olvido completamente la
atención al otro, queriendo ser solamente piadoso y cumplir mis deberes religiosos, entonces se
debilita también la relación con Dios. Entonces esta relación es solamente correcta, pero sin
amor” (n. 18).
En María Dominica hallamos un amor de entrega a Jesús y al mismo tiempo una delicada
solicitud hacia cada hermana, hacia la educanda que tiene sabañones en los pies o en las
manos, hacia aquella que llora, que siente añoranza. Y cuando aconseja a una hermana: “tu
corazón no lo dividas con nadie, que sea todo para Jesús (C 65, 3) no insinúa el
desprendimiento o la indiferencia hacia los demás, sino la libertad de espíritu para poder amar
profundamente a cada una. Permanecer en el corazón de Jesús es garantía de equilibrio. Para
María Dominica era su morada habitual, el lugar de encuentro privilegiado; representaba una
constante posibilidad de diálogo y de conocimiento.. Escribía: “Estoy en el corazón de Jesús” ( C
19,2; 22,21), “te dejo en el corazón de Jesús” (C 13,2; 14,5), “no pasa día sin que te introduzca
en su corazón” (C 62,4), “no nos conocemos personalmente pero sí en el corazón de Jesús” ( C
60,1)
Permanecer en el corazón de Jesús es establecer una especial sintonía con Él, revestirse de sus
sentimientos, mirar el mundo con sus ojos. La escucha sapiencial y la lectura creyente de la
realidad propuestas por el CG XXI se adquieren aprendiendo a conocer sus deseos, su voluntad.
La Palabra acogida y conservada en el corazón, como ocurrió en María, nos capacita para recibir
los datos que vienen del exterior y elaborarlos con sabiduría, descubriendo en ellos el designio
de Dios. Se realiza así una progresiva conformación del corazón y de la mente con Dios, por lo
cual llegamos a penetrar la superficie de las cosas más allá de las impresiones pasajeras. La
palabra de Dios nos permite discernir, nos inflama el corazón, nos mueve a conversión porque
hace resonar en nuestro espíritu la declaración del Señor: “Te he amado con amor eterno... tú
eres preciosa a mis ojos”; se hace luz que ilumina los pasos, es decir, induce a la acción. De la
palabra a la vida: éste es el paso requerido por Jesús, como leemos en la narración de la
parábola del Samaritano: “Ve y haz tú lo mismo”.
El rostro de Dios se refleja en el de nuestros hermanos y hermanas, que Él nos llama para amar
y servir. No sólo la Palabra, sino también la Eucaristía, creando una particular sintonía con el
corazón de Dios, genera una relación profunda con el prójimo.
En la carta apostólica Mane nobiscum Domine Juan Pablo II recordaba la estrecha relación
entre el convite eucarístico y el anuncio misionero. La Eucaristía no solamente da la fuerza
interior para el anuncio, sino también –en cierto sentido- el proyecto. De hecho es principio y
proyecto de misión (cf MND 24-25).
El horizonte vital de María Dominica está dominado por la presencia eucarística de Jesús. Una
presencia constantemente advertida, buscada, indicada.
Su experiencia y la de las primeras FMA nos lleva a preguntarnos: en qué medida nuestro estar
con Jesús, en la Palabra, en la Eucaristía, es verdaderamente vital? Las personas con quienes
nos relacionamos –hermanas, jóvenes, seglares- advierten que nuestro corazón está habitado
por Él?
Crecer
El dinamismo del crecimiento es esencial a la vida. Lo que no crece, poco a poco declina y
muere. Así ocurre en el ámbito espiritual, en las relaciones entre personas, en las
comunidades. Permanecer en el amor de Jesús significa penetrar cada vez más en sus
pensamientos, compartir sus proyectos, crecer en el impulso apostólico.
El primer lugar donde la vida crece es la familia. El Rector Mayor ha dedicado el Aguinaldo de
este año a la familia. Os invito a profundizarlo y a considerar sus orientaciones operativas. La
atención a la familia es particularmente urgente en una época en la que en muchas partes del
mundo sus valores, su rol, su misma existencia están marcados por desafíos inéditos. Por esto
es necesario que la educación preventiva de la que nos ocupamos parta de la familia, apele a la
responsabilidad de los padres al acoger la vida, en el sustento y en la atención educativa de los
hijos.
La joven María Dominica había tenido una experiencia significativa en su familia, rica no sólo de
hijos (estudios recientes hablan de trece entre los sobrevividos y los que el Señor llamó muy
pronto a sí), sino de valores humanos, relacionales, de fe: una fe que en el contexto parroquial
de Mornese –gracias a la renovación pastoral introducida por don Pestarino –se alimentaba de
la espiritualidad eucarística y mariana.
El sueño de María Dominica –reunir a muchas chicas para llevarlas a Jesús mediante la
educación- es compartido por otras jóvenes mujeres, decididas a abrazar el mismo proyecto. Si,
para realizarlo, deben dejar a la familia natural, es para crear una familia más grande donde
vivir una fuerte experiencia de comunión y de solidaridad entre ellas y con las muchachas
necesitadas. El proyecto se amplía gradualmente: arranca en una comunidad de seglares y se
desarrolla en una comunidad religiosa de dimensiones mundiales.
La fuerza de cohesión de esta familia, siempre en aumento, se debe a la fe en Jesús que
alimenta la comunión, infunde alegría, dilata los horizontes del corazón, alimentando el deseo
de testimoniar su amor en tierras de misión.
La comunidad-familia de Mornese crece y madura dejándose interpelar por la palabra de Jesús,
por las exigencias de las jóvenes, por la pobreza del lugar donde está inserta. Se construye
pacientemente cada día mediante el amor y el perdón. FMA, seglares, educandas son
interlocutoras activas del diálogo comunitario. Su presencia es ocasión para confrontarse y de
revisión que induce al cambio. Se trata de una comunidad en crecimiento, en continua
formación, capaz de reconocer sus límites y sus pobrezas, pero que sabe mirar más allá,
empeñada en conseguir ulteriores metas porque cultiva un espíritu universal. En ella, cada una
está atenta para purificar el propio corazón y consagrarlo por entero a Jesús y, juntas, cultivar
relaciones de reciprocidad que avivan las potencialidades de la otra persona y hacen crecer la
vida.
Las líneas orientadoras de la misión educativa de las FMA resaltan fuertemente el valor de la
familia y la dimensión comunitaria de la educación uniéndola a la experiencia carismática. En el
actual contexto globalizado e intercultural garantizar esta dimensión es indispensable para una
acción educativa eficaz.
El desafío del diálogo requiere educarse para el encuentro y la acogida de otras culturas y
religiones en actitud de reciprocidad. Exige una relación crítica y propositiva con el entorno. De
esta manera la comunidad educativa se convierte en ambiente que educa y se educa, espacio
para el crecimiento humano, la maduración de la experiencia religiosa, el don de sí, la
corresponsabilidad en la misión. El clima de familia que la caracteriza es la base carismática que
permite realizar una verdadera pedagogía del amor.
Crecer personalmente y comunitariamente en humanidad es condición para comunicar el amor
a la vida y la esperanza de un futuro mejor, para ofrecer casa y familia a los jóvenes privados
de un contexto humano seguro. Una comunidad educativa que vive sin ostentación, pero con
transparencia el evangelio respetando a quien tiene convicciones religiosas diferentes,
comunica el amor del Padre manifestado en Jesús, se pone en sintonía con la gente y sus
necesidades. Estar en el corazón de Jesús, vivir de su amor es penetrar con Él en el corazón del
mundo.
Queridas hermanas, os agradezco por lo que sois y hacéis junto con las comunidades
educativas, os confío a María Auxiliadora para que siga bendiciendo las familias y nuestras
casas transformándolas en lugares donde el amor de Dios y de todos sus hijos e hijas sea el
motivo que diariamente las hace crecer y las abre a una misión fecunda.
Que la Pascua de Jesús nos renueve y nos haga sus testimonios creíbles.
Roma, 24 marzo 2006
Afma. Madre
Antonia Colombo