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SOCIEDAD TRADICIONAL Y SOCIEDAD TECNOLÓGICA
Como habrá podido comprobarse en el capítulo anterior, la fuente primera de la
investigación sociológica, la que constituye siempre su principal punto de apoyo, es el
deseo de comprender me3or la sociedad moderna. Desde principios del siglo XIX, los
observadores se percataron claramente de que la revolución industrial transformaba las
condiciones de vida de los hombres y alteraba la organización social. La sociología se ha
constituido a instancias del esfuerzo por describir esos cambios, explicarlos y prever su
curso futuro.
Para analizar la nueva sociedad en vías de gestación y discernir sus principales
peculiaridades se hizo patente la necesidad de compararla con otros tipos de sociedad. De
ahí nació la sociología comparada y evolucionista. También se dejó sentir la necesidad de
contrastar la sociedad moderna con aquella que es más diferente de ella, con la más
primitiva. Cuanto más violento era el contraste entre esos dos tipos de sociedad, tanto
mayor relieve cobraban los rasgos que caracterizaban a la sociedad moderna. De ahí la
aparición de las tipologías dicotómicas Y el éxito que habían de conocer.
No resulta difícil discernir, en la sociología contemporánea, el legado de las diversas
clasificaciones estudiadas en el capítulo precedente. Las tipologías dicotómicas en
particular son las que siguen siempre ejerciendo una mayor influencia, Cabe encontrarlas,
casi todas, en la distinción o la oposición que la sociología contemporánea establece entre
lo que ella denomina la sociedad tecnológica y la sociedad tradicional. Dado que esta
distinción entre dos tipos extremos de sociedad viene a ser como el telón de fondo de buena
parte de la sociología moderna, se hace necesario proceder a una presentación y a una
discusión suficientemente elaborada de la misma. Tal es el objeto del presente capítulo.
I. LA SOCIEDAD TRADICIONAL
LA ESTRUCTURA ECONÓMICA DE LA SOCIEDAD TRADICIONAL
Una economía simple
La estructura económica de la sociedad tradicional es simple, porque, para satisfacer sus
necesidades, los miembros de esa sociedad utilizan directamente los bienes que les’
proporciona la naturaleza. sometiéndolos tan sólo a un mínimo de transformación. Para
subvenir a su subsistencia, echan mano de uno de los recursos siguientes: cultivo del suelo,
cría de ganado, caza, pesca, recolección de frutos, de hierbas, de raíces, etc. Los miembros
de la sociedad tradicional suelen practicar simultánea o sucesivamente dos o varias
actividades de este tipo: la pesca o la caza, por ejemplo, coexisten con un poco de
agricultura; o también, la cría de ganado y la agricultura alternan según las estaciones. Es
raro, sin embargo, que una de esas actividades no sea predominante, pasando a desempeñar
la otra o las otras una función complementaria. Los etnólogos acostumbran a clasificar las
sociedades tradicionales de acuerdo con su actividad predominante: pueblos agrícolas,
cazadores, pescadores, pastores, recolectores 2, De hecho, la organización social puede ser
diferente, a tenor de la actividad principal que cultivan. La adopción de la agricultura es
singularmente importante, por cuanto determina el paso de una sociedad nómada a una
sociedad sedentaria.
Respecto a la vivienda y al utillaje, la sociedad tradicional recurre a los materiales que le
presta su medio natural: madera, piedras, arcilla, ‘hojas, osamentas de animales, etc. Por lo
que respecta al vestido, que puede ser más o menos rudimentario, se emplean la pelusa o la
piel de los animales, la lana, las cortezas, diferentes plantas (lino, cáñamo, etc.). En el caso
del vestido suele darse el mayor grado de transformación de la materia bruta: tratamiento de
las pieles, tejido, tinte de los tejidos, etc.
Un segundo factor confiere a la economía tradicional su simplicidad. Nos referimos a la
tecnología arcaica empleada en esas diversas actividades productivas. Se considera arcaica
la tecnología que ofrece los tres rasgos siguientes: recurso a la energía bruta de la
naturaleza, como la fuerza animal, el viento, el agua; utilización de herramientas que
constituyen la prolongación directa de los miembros del cuerpo humano (el martillo o la
maza prestan al brazo y al puño una fuerza superior para golpear); empleo de armas
simples, como el hacha, las flechas, el dardo, etc.
La economía tradicional, en fin, es simple porque se funda en una división del trabajo
sumamente elemental, consistente, por regia general, en distribuir las tareas entre los sexos
y entre las «clases de edad». Tareas diferentes son confiadas a los hombres y a
las mujeres. Los niños y los ancianos cultivan actividades más simples o menos fatigosas.
La división del trabajo, por ser rudimentaria, es a menudo estricta y rígida: los hombres no
aceptan los trabajos atribuidos a las mujeres, y viceversa. Añadamos, sin embargo, que
determinadas especializaciones de índole profesional pueden darse también en la sociedad
tradicional: tal es el caso, por ejemplo, del hechicero, pero también lo es de los diferentes
tipos de artesanos que se especializan en la fabricación de diversos objetos.
Una economía de subsistencia
Una tecnología arcaica y una división elemental del trabajo sólo pueden dar lugar a una
productividad muy escasa del trabajo humano. De ahí se deriva lo que ha dado en llamarse
una economía de subsistencia, característica de la sociedad tradicional. En este tipo de
economía, la sociedad produce los bienes de inmediata necesidad para su subsistencia y su
defensa. Acumula excedentes sólo para un corto período (unos días, unos meses, un año a
lo más). El problema del abastecimiento es pues casi cotidiano. De ahí que ocupe un lugar
preponderante tanto en la actividad de cada uno como en el pensamiento y en las
conversaciones de los miembros de este tipo de sociedad. La carestía y el hambre son una
constante amenaza para la economía de subsistencia. Si la caza o la pesca no son
abundantes, o resulta dañada la recolección, puede sobrevenir el desastre a toda una
comunidad humana. Esto explica que, en ciertas sociedades donde la situación es
singularmente precaria, la cualidad principal que se exige del jefe, y su preocupación
mayor, sea la de asegurar la subsistencia del grupo.
En estas condiciones, la sociedad tradicional sólo excepcional mente es exportadora. Por
otra parte, los medios de transporte de que dispone son muy lentos. Su área de contactos es
pues limitada. Los intercambios — cuando existen — sólo pueden efectuarse entre
sociedades inmediatamente contiguas y afectan únicamente a un reducido número de
artículos. Incluso dentro de los límites mismos de una sociedad tradicional, los
intercambios comerciales son a menudo casi inexistentes o muy escasos. La moneda no
existe o, caso de existir, es muy poco utilizada. El trueque es la principal forma de
intercambio y se efectúa a menudo de una manera ritual y ceremonial en ocasión de una
fiesta, de unos juegos, de un duelo, etcétera más que para fines propiamente comerciales.
Una sociedad reducida
La economía de subsistencia tiene importantes implicaciones demográficas. Explica, en
primer lugar, el hecho de que la sociedad tradicional sea siempre numéricamente reducida y
sea muy exigua la densidad de población. Dados los recursos naturales con que cuenta para
sobrevivir y la tecnología arcaica de que dispone, la sociedad tradicional debe disponer de
un territorio suficientemente vasto con respecto a su población. Por otra parte, el
crecimiento demográfico de este tipo de sociedad no puede ser rápido. En caso contrario,
pronto se rompería el equilibrio entre la población y los recursos naturales. En la práctica, a
causa de las condiciones higiénicas desfavorables y de los conocimientos médicos
rudimentarios, la esperanza de vida es muy limitada, y harto elevada la mortalidad infantil.
Las emigraciones y las guerras concurren también, llegado el caso, a la reducción de la
presión demográfica. Existe pues un índice demográfico máximo u óptimo que toda
sociedad tradicional está obligada a respetar.
LA ORGANIZACIÓN SOCIAL DE LA SOCIEDAD TRADICIONAL
La parentela
La organización social tradicional gira en torno a dos ejes principales: la parentela y los
grupos de edad. La parentela se funda en el reconocimiento de los lazos de la sangre y de
los vínculos de alianza, por el matrimonio, que unen a un conjunto de personas. Esos lazos
dan lugar a una compleja red de relaciones entre individuos de diversas edades, relaciones
basadas en unos derechos, deberes y obligaciones explícitamente definidos y regulados por
normas y prescripciones a veces muy estrictas. Por su pertenencia a una parentela, toda
persona se ve obligada a alimentar ciertos sentimientos con respecto a diversas personas, a
prestar más respeto a unos individuos que a otros, a ayudar a determinadas personas en
mayor medida que a otras, etc.
Funciones de la parentela
En la sociedad tradicional, la parentela desempeña importantísimas funciones. La parentela
confiere a cada miembro su «personalidad social»: una persona está integrada en la
sociedad tradicional por el lugar que ocupa en el sistema de la parentela. El nombre por la
que es conocida, y que la designa, a menudo no es más que una descripción de ese lugar
(«Pedro de Héctor»). Muchos misioneros y etnólogos, para ser admitidos en sociedades
tradicionales, han debido hacerse adoptar por una familia, hecho que les valía un nombre,
un status y sobre todo la confianza de la gente. No pertenecer a grupo alguno de parentela,
en una sociedad tradicional, es ser un extranjero, lo que a menudo equivale a ser un
enemigo, siquiera potencial.
La parentela constituye además una amplia red de interdependencia y ayuda mutua, en
razón de las numerosas obligaciones que crea entre sus miembros. En caso de necesidad,
siempre puede contarse con la ayuda de los miembros de la parentela. En una economía de
subsistencia, esa ayuda es a menudo preciosa para quienes se benefician de la misma, del
mismo modo que puede resultar costosa y pesada para quienes deben contribuir a ella. En
un capítulo ulterior se verán los problemas que puede acarrear este hecho a los países
tradicionales en vías de industrialización.
Pero, por encima de todo, cabe decir que la parentela constituye en casi todas las
sociedades tradicionales el esqueleto de la organización social. Toda la vida colectiva de la
comunidad se estructura en torno a la parentela y asume sus formas. Muchas sociedades
tradicionales, por ejemplo; están divididas en clanes o en «mitades», que no son más que
grupos de parentela: todos los miembros de un clan o de una «mitad» se consideran de
algún modo parientes. En tales sociedades, casi todas las actividades religiosas, recreativas,
económicas o militares se organizan conforme a las delimitaciones de los clanes o de las
«mitades». El poder político nace también con harta frecuencia del poder de los jefes de
familia o de los jefes de clan. Incluso se da el caso de que la división en grupos de parentela
se concretice en la ordenación física del poblado y en la localización de las residencias, a
fin de asegurar que los miembros de un mismo clan o de una misma «mitad» sean vecinos.
En la sociedad tradicional, la parentela es pues un factor esencial de diferenciación social:
opera distinciones y reagrupaciones en el seno de la sociedad. Pero constituye asimismo un
importante factor de integración social. Inspirándose en el Essai sur le don, de Marcel
Mauss, Lévi-Strauss ha demostrado que, en estas sociedades, el matrimonio es
primordialmente un modo de intercambio de mujeres creador de una compleja red de
vínculos entre los grupos de parentela, los clanes y las «mitades». Estos grupos, por
consiguiente, están intervinculados por una serie de obligaciones diversas, de deudas, de
responsabilidades y de relaciones afectivas que aseguran las solidaridad de la sociedad
global e impiden su disgregación en grupos más reducidos.
Complejidad de las formas de parentela
Sin embargo, no debemos imaginar que, por estar basada en la parentela, sea simple esta
organización social. Contrariamente a su estructura económica, la organización social de
las sociedades tradicionales es a menudo harto compleja, por cuanto las formas de parentela
son a su vez complejas. El antropólogo norteamericano Murdock ha demostrado que no
existen menos de veinte tipos principales de formas de parentela, con diferentes variantes
6• En la práctica, el antropólogo que entra en contacto con una nueva sociedad debe a
menudo consagrar mucho tiempo a la tarea de desmadejar los lazos de la parentela, lazos
que cada miembro de la sociedad parece sin embargo comprçnder con meridiana claridad.
Da la impresión de que las sociedades tradicionales se han especializado de algún modo en
el arte de inventar y aquilatar las formas de parentela, puesto que éstas constituyen el
núcleo de su organización social.
Las categorías y grupos de edad
El segundo eje de la organización social de las sociedad, tradicionales es el de las
categorías y grupos de edad que horizontalmente los grupos de parentela. En la sociedad
tradicional, derechos y obligaciones son inherentes a las varias etapas de la vida humana.
Estos derechos y deberes han dado lugar, en todas las sociedades tradicionales, a un rico
simbolismo destinados a expresarlos, hecho que prueba su importancia. Por lo di paso de
una edad a otra viene a menudo señalado por ceremonias, y fiestas, a las que Van Gennep
ha dado el nombre de “ritos de transición”.
En Francia
Un pasaje del libro de André Varagnac, De la préhistoire monde moderne, resume
perfectamente la historia y el lugar de las categorías de edad en las sociedades
tradicionales. Hablando de h vida social p;ehistórica anterior a la edad de los metales,
V*rapiu escribe: «Las familias estaban ciertamente organizadas en agraçn. ciones
comunales. La comunidad, la tribu (que podía estar «anai. tuida por varios poblados) estaba
asimismo fuertemente esmxTztJ. rada conforme a un tipo de organización que 1os
etnógrafos han de. nominado “clases de edad”. Todos los miembros de la comnni4 estaban
insertos, de acuerdo con su edad media, en un grupo pai. ticular. Los niños, los jóvenes, los
padres y las madres, los zxfa. nos, etc., integraban respectivamente tales grupos, grupos que
r caracterizaban por derechos y deberes especiales, por situadoj comportamientos
particulares. Todos los habitantes formaban c?.ltlgatoriamente parte de esos grupos
sucesivos. Los etnógrafos han verificado este tipo de segmentación, de articulación social,
en poblaciones más arcaicas desconocedoras de la división socia! en castas o en clases.
Ahora bien, las investigaciones de los soci6kign. y folkloristas en todos los países de
Europa han evidenciado la supervivencia, hasta nuestros días, de esa antiquísima
organización social, pese a los cuatro mil años de metalurgia y, consiguientemente, pese a
la división de las sociedades en castas y en clases socioeconómicas» . El propio Varagnac
ha estudiado esa “supervivencia” de las clases de edad en la sociedad contemporánea. En
otra obra suya, nos ofrece un magnífico ejemplo de las categorías y grupos de edad en el
antiguo campesinado francés. Inspirándose en folklore de las diversas regiones francesas
con miras a delimitar el simbolismo prestado a las etapas de la vida humana, Varagauic
distingue ocho categorías de edad:
1. La primera edad (de la concepción al final de la lactancia). El feto y el bebé, seres
frágiles e indefensos, precisan protección, sobre todo porque están «sujetos a los ataques de
los espíritus malignos y de los brujos... Desde su nacimiento, los bebés debían ser
guardados, noche y día, por un adulto, a menudo armado». A cambio, el bebé que pertenece
aun al más allá de donde viene, es para el hogar que le recibe prenda de santificación y de
bendición.
2. Los niños. El término de la lactancia, que por regla general no se producía antes de que
el niño cumpliera la edad de dos o tres años, señala el paso a la infancia. El niño es
considerado aún como un «mensajero del otro mundo», pero puede ahora atraer las
bendiciones del cielo no solamente sobre su hogar, sino también sobre los otros que visita,
como lo demuestran ciertas fiestas y ceremonias descritas por Varagnac.
3. Los jóvenes. Los jóvenes de ambos sexos están investidos todavía de ciertas funciones
magicorreligiosas, lo que les vale un lugar especial en determinadas fiestas y ceremonias.
Pero su rol social se afirma cada vez más. En el caso de las chicas, se trata de un período de
«autonomía temporal», previo a su definitiva sujeción al hombre por medio del matrimonio.
Son pues objeto del «amor cortés». Los muchachos tienen más responsabilidades cívicas:
«deben preparar la formación de nuevos hogares, controlar la paz doméstica y, en líneas
generales, cuidar de las buenas costumbres que definen los deberes y los derechos propios
de las categorías de edad... Constituyen el núcleo esencial de la fuerza militar ¿e la
comunidad... Parece, en fin, que en diversas regiones han sido particularmente encargados
de la conservación de las vías de comunicación. . . »
4. Los recién casados. El matrimonio es un auténtico «rito de transición» que modifica
profundamente el status de los dos nuevos cónyuges. Éstos forman, durante su primer año
de matrimonio, una categoría particular, intermedia entre la juventud y la edad madura. El
folklore que les concierne es muy rico. Varagnac lo resume en estos términos:
«Determinado número de costumbres relativas a los casados de menos de un año proceden
de un simbolismo sexual elemental. Otras están en relación con el nacimiento de un hijo.
Algunas imponen a los casados de menos de un año el pago de unas cuotas. Las hay que les
valen unos donativos. Algunas les someten a novatadas. Otras les convierten en jefes
temporales de la juventud... »
5. Los padres y las madres de familia. «El nacimiento del hijo separa al nuevo matrimonio
del grupo de los jóvenes»: accede progresivamente a una nueva categoría, más difusa pero
netamente diferenciada por la autoridad que se le atribuye y las muchas y pesadas cargas
que recaen sobre’ ¿1. «Dueños de los trabajos y del consumo cotidiano, los padres y las
madres de familia son también los artífices responsables de la acumulación de las reservas
y las riquezas.. - Conservar el capital vivo — gente y ganado del patrimonio familiar — y
las reservas perecederas: lucha de cada día y de cada noche contra un universo de peligros
invisibles..,»
6. Los viudos y las viudas. Se espera de los viudos y de las viudas que asuman solos y con
valor las responsabilidades del antiguo hogar. El campesino francés no veía con buenos
ojos las segundas nupcias con una persona más joven. El viudo o la viuda que que contraía
nuevo matrimonio corría el riesgo de ser víctima de una «cencerrada» por parte de los
jóvenes que se consideraban privados de una posible cónyuge.
7. Los ancianos. El matrimonio del último hijo señala el paso a esta categoría de edad. Un
rico, folklore tiene lugar con ocasión de este matrimonio, folklore cuyo simbolismo trasluce
el retiro al que acceden los padres ancianos. Es el período del ocaso físico, de la jubilación
laboral y sexual.
8. Los difuntos. Éstos forman, a juicio de Varagnac, una auténtica categoría de edad, por
cuanto siguen viviendo en medio de los vivos, siquiera por un período de tiempo. Tienen
diversas exigencias frente a los vivos, merecen ciertas, consideraciones y pueden, llegado el
caso, castigar o recompensar, según se les preste o no ayuda.
En Quebec
Varagnac insiste en el hecho de que las categorías de edad no eran las mismas en todo el
campesinado francés. Se daban algunas variantes de una región a otra. A este respecto, el
antropólogo norteamericano Horace Miner nos ofrece un interesante punto de comparación.
En su monografía de la aldea rural de St-Denis de Kamouraska en Quebec, en donde
permaneció en los años 1936 y 1937, Miner ha identificado seis categorías de edad:
1. Los niños pequeños, es decir, los niños desde su nacimiento hasta su ingreso en la
escuela. Se trata de un período de relativa independencia unida al aprendizaje del que se
hacen cargo los progenitores, así como los hermanos y hermanas de más edad. Es un
período no productivo, en el que impera el juego entre niños y a veces también con los
adultos.
2. Los niños en edad escolar, es decir, los niños de seis a diez o quince años. Constituye el
inicio de «la vida sería»: el niño debe frecuentar la escuela y, en casa, ha de empezar a
prestar pequeños servicios, de acuerdo con su sexo. Este período viene señalado por dos
ritos de transición religiosos singularmente importantes: la primera comunión hacia la edad
de siete años y la comunión solemne que, hacia los doce años de edad, anuncia el comienzo
de la adolescencia.
3. Los adolescentes. La conclusión de los estudios señala el paso definitivo de la infancia a
la adolescencia. El universo de las relaciones sociales se amplía para el adolescente:
participa en las «veladas», tiene su grupo de amigos con quienes se en diversas ocasiones.
De otro lado, participa activamente en los trabajos del campo o de la casa. Varagnac no
había distinguido entre adolescentes y jóvenes, distinción claramente yada por Miner.
4. Los jóvenes. El paso a esta categoría de edad se traduce progresivamente por los cambios
en el modo de vestir, por el derecho a fumar en el caso del muchacho, por el inicio de las
reflaciones y sobre todo por las responsabilidades crecientes lis preparación de su futuro.
5. Los padres y las madres de familia. No parece darse en una categoría especial de recién
casados, como la descrita por Varagnac a propósito del campesinado francés. El
matrimonio introduce más directamente en la edad madura en St-Denis qa entre el
campesinado francés. Tras el importante rito de transmición del matrimonio, Miner observa
una transformación progresiva en la pareja: la mujer adopta unos vestidos más largos y más
oscuros, no se riza ya el pelo, el período del amor cortés ha concluido. El hombre se deja el
bigote. Pero, sobre todos asumen ambos, como los campesinos franceses, responsabilidades
cada vez más pesadas.
6. Los ancianos. El matrimonio del último hijo no parece haber tenido en St-Denis la
importancia que revestía entre el campesinado francés. Tal vez en el momento en que el
anciano matrimonio cede sus tierras y sus bienes al hijo que habrá de va- cederle, accede al
retiro, en cuyo transcurso se ocupará de prepararse bien para la muerte y asegurar su
salvación eterna.
Aun cuando Miner no considere específicamente a los difuntos como una categoría de
edad, da sin embargo buen número de indicciones reveladoras de que los difuntos siguen
presentes en el espíritu de los vivos, difuntos a cuyo respecto los vivos tienen ciertas deudas
y deben cumplir ciertas obligaciones.
Globalismo de la organización social
Un aspecto notable de las categorías de edad, ampliamente subrayado por Varagnac y
Miner, es el hecho de que lo mágico, peligroso y lo profano se mezclen y confundan en
ellas. Tanto en los ritos de transición como en los derechos y deberes atribuidos diferentes
categorías, se observa casi siempre una fusión de lo sobrenatural y de lo temporal. Este
hecho, por lo demás, nos lleva a comprobar que, en líneas generales, la organización social
de las sociedades tradicionales está estrechamente vinculada a lo sagrado. Se accede a un
estatuto o se cambia de estatuto pasando por unos ritos mágicos o religiosos. El poder a
todos los niveles, familia, parentela, sociedad global, es religioso y político a la vez. Aun
cuando se dé una distinción entre el poder político y el poder religioso, ambos se mantienen
siempre estrechamente interdependientes y asociados. El ciclo anual de la vida cotidiana
está también jalonado de buen número de fiestas religiosas y sociales a un tiempo. Tales
fiestas tienen a menudo por objeto a una categoría o a un grupo de la organización social,
pueden imponer a los padres o a una categoría de edad responsabi1idades bastante pesadas
en lo que atañe a la preparación y al desarrollo de las ceremonias rituales (bailes, cantos,
juegos, intercambios, etc.).
La fusión de lo sagrado y de lo profano confiere a la organización social de la sociedad
tradicional un cierto globalismo un carácter unitario, que ha inducido a buen número de
antropólogos a considerar este tipo de sociedad como un conjunto muy integrado,
la que no siempre es así. El hombre de la sociedad tradicional obedece a unas normas, a
unos modelos de conducta, que le son impuestos en nombre de lo sagrado y en nombre de
la sociedad a la vez. De ahí la posibilidad de que, con una misma acción, incurra en unas
sanciones inmediatas y en unas sanciones en el más allá. El poder político reivindica el
apoyo de los espíritus sobrenaturales Y el peso & la tradición y del derecho. Los actos
legales (tratados, matrimonios, promesas etc.) encierran asimismo un carácter mágico. El
destino global aquí abajo y en el otro mundo se juega pues con harta frecuencia en la
conducta social de los miembros de la sociedad tradicional.
El control social
A esto se añade el hecho de que, en la sociedad tradicional, el control social se ejerce de
una manera -directa e inmediata, por cuanto su universo social es muy reducido y todos sus
miembros se conocen. En la aldea, el desviante se hace notar más pronto que en la gran
ciudad y sufre una sanción casi inmediata. En una comunidad reducida, que vive replegada
sobre sí misma, el control de cada individuo por todos los demás se ejerce de una manera
casi constante. Entre los mecanismos de control existentes en la sociedad tradicional,
debemos otorgar un lugar particular al «comadreo», estudiado por varios antropólogos.
Rompiendo la monotonía y la rutina de la vida cotidiana, el comadreo hace las veces de la
prensa escrita o hablada. Aporta un elemento de novedad y de diversión a una vida social
que a menudo carece de ellas, tanto más cuanto que la imaginación no deja de mezclarse en
todo ello. Se comprende, pues, que el comadreo constituya un poderoso factor de control
social.
Por consiguiente, puede afirmarse que cada miembro de la sociedad tradicional pertenece a
ésta de una manera global e incondicional. Según la terminología de Parsons, el individuo
está vinculado a ella de un modo más difuso que específico. De ahí que la organización
resulte en este caso estable y muy bien trabada.
LA MENTALIDAD DE LA SOCIEDAD TRADICIONAL
El empirismo
Uno de los prejuicios más tenaces que ha retrasado los progresos de la antropología
moderna ha sido el de creer en la existencia de una «mentalidad primitiva» esencialmente
diferente de la del hombre civilizado. Lévy-Bruhl ha sido sin duda el representante más
típico de esta teoría. Él fue quien la formuló con mayor claridad y del modo más exagerado,
aun cuando, al final de su vida, puso en entredicho sus propias hipótesis.
Lévy-Bruhl oponía a la «mentalidad lógica» de la civilización occidental la «mentalidad
prelógica» del hombre primitivo, alegando que esta última operaba sobre la base de ciertos
principios fundamentalmente diferentes de los principios de. la lógica racional. En
consecuencia, el primitivo no podía establecer las mismas relaciones que nosotros entre los
objetos, por cuya razón desembocaba en clasificaciones diferentes de las nuestras, por
cuanto establecía entre las cosas o entre los acontecimientos .relaciones fundadas en
principios completamente extraños a los nuestros. Lévy-Bruhl concluía con la afirmación
de que ambas mentalidades son definitivamente irreconciliables.
Esta teoría está hoy completamente abandonada. No porque se niegue la existencia de
algunas diferencias entre esas dos mentalidades, sino porque se han buscado las diferencias
por otros caminos.
En primer lugar, preciso es admitir la existencia de un considerable lote de conocimientos
científicamente válidos en el seno de las sociedades tradicionales, incluidas las más
«primitivas». Muchos hechos lo demuestran. En las sociedades más arcaicas, los hombres
poseen un conocimiento profundo de la naturaleza, de las propiedades de las plantas, de los
movimientos de los astros, de las costumbres de los animales, etc. Pero tales conocimientos
son esencialmente empíricos. Les falta el marco y el fundamento teóricos que constituyen
la ciencia moderna. Forman un conjunto de informaciones heteróclitas, parciales y
yuxtapuestas que, aun. cuando sean todas ellas verdaderas y por consiguiente útiles y
prácticas, no constituyen por esto una ciencia. Cabe, por ejemplo, predecir el tiempo que
hará según el vuelo de los pájaros, las provisiones con que se hacen ciertos animales, los
reumatismos, etc., y engañarse muy raras veces. Pero el conjunto de estos conocimientos no
constituye una ciencia meteorológica fundada teóricamente. Las previsiones de los
meteorólogos pueden resultar a menudo más falsas que las de los indios o campesinos.
Poco importa. No por esto es menos cierto que el conocimiento de los primeros es de tipo
científico, mientras que el de los segundos es de índole empírica.
Naturaleza del empirismo tradicional
Lévi-Strauss, autor que ha analizado profundamente la mentalidad tradicional, recurre, para
explicarla, a una clarificadora comparación entre el chapucero y el ingeniero. El chapucero
posee unos conocimientos empíricos, prácticos y eficaces: unos «trucos». Sabe compartido
de los materiales y de las herramientas. Se las arregla con medios rudimentarios. Puede
efectuar buen número de trabajos , casa, sin contar para ello con un bagaje teórico
complicado, E ingeniero, aun cuando a veces se vea superado por el en lo que atañe a la
buena conservación de su propia casa, pone sin embargo, conocimientos teóricos y
experimentales más avanzadas que le permiten concebir y dirigir vastos trabajos. Los
conocim3ess del chapucero no son menos científicamente válidos que los del ingeniero. Lo
que ocurre es que no son del mismo orden ni del mismo nivel. Los conocimientos del
chapucero se mantienen al nivel del empirismo, mientras que los del ingeniero pertenecen
al orden de la ciencia experimental.
El conocimiento empírico es el resultado de una paciente y atenta observación de las cosas.
Se constituye por la acumulación ¿e informaciones y datos detallados y fragmentarios. Su
fundamento no es ni la deducción lógica ni la experimentación en laboratorio, sino más
bien una larga tradición de exactitud. Descansa sobre el hecho de que los vuelos de los
pájaros jamás han engañado sobre el tiempo que hará. Este tipo de conocimiento es,
propiamente hablando, tradicional, por cuanto su garantía es precisamente la tradición
transmitida desde tiempos inmemoriales. Llegamos as! sentido más profundo y real de la
expresión social «tradicional.
El conservadurísmo
En esta perspectiva se comprende que el cambio y la innovación no sean bien acogidos y
hasta parezcan peligrosos. Ponen en entre dicho y pueden destruir la base misma del orden
intelectual y de la relación mental y práctica con las cosas. ¿Acaso no es más seguro seguir
confiando en los conocimientos útiles, probados por el tiempo, que aceptar unas ideas
nuevas, sobre todo cuando éstas son extrañas al proceso intelectual habitual? El
conservadurismo característico b mentalidad tradicional es, pues, básicamente una
protección contra todo lo que amenaza a la tradición como base del orden intelectual y de la
adaptación felizmente conseguida al orden natural.
El pensamiento mítico
Para mejor comprender ese conservadurismo, debemos volver a la comparación con el
chapucero. Existe una diferencia importante entre la mentalidad del chapucero y la del
primitivo. El primero sabe de la existencia de una ciencia teórica que ignora o conoce poco,
pero que respeta. El segundo ignora su existencia, o, caso de conocerla, no se interesa por
ella o hasta la desprecia, como se desprende de los varios testimonios aportados por
Lévi.Strauss. Porque en la sociedad tradicional, la mitología hace las veces de ciencia 6ñca.
El mito forja la unidad de los conocimientos dispares y beteróclítos: en él cobran los
conocimientos su significado y su coherencia. En la sociedad tradicional, la mitología hace,
a un tiempo, las veces de ciencia natural, de historia y de ciencia social. Narra, más que
explica, por qué las cosas son como son. Relata su origen y desarrollo. Menciona a sus
autores lejanos. De este modo, la mitología contribuye a fundar la tradición en un orden
humano y suprahumano a la vez, en el que se conjugan lo sagrado, lo cotidiano y útil.
Relaciones de lo sagrado y de lo profano
EL importante papel del pensamiento mítico en el ámbito de los conocimientos explica
también otro rasgo característico de la mentalidad tradicional: la fusión de lo sagrado y de
lo profano. Mircea Eliade ha ilustrado abundantemente cómo, en la mentalidad tradicional,
los objetos y los acontecimientos remiten a «otra cosa», a un orden invisible que existe y
discurre paralelamente al orden visible, orden invisible del que este último forma parte,
puesto que lo aparente no es más que una parte del cosmos total, del que otra parte no
menos real permanece oculta a nuestros ojos. Este orden invisible es el orden de lo sagrado,
que completa al orden visible y le confiere su verdadero significado. Los acontecimientos y
las cosas no se explican pues solamente en sí mismas, sino que su verdad necesita ser
«revelada» por referencia al universo sagrado, porque ahí está su «modelo» original y su
fuente. Así se explica la gran riqueza de símbolos «teofánicos» en toda sociedad
tradicional.
Otro tanto cabe decir de la vida colectiva, que se adapta también a un modelo invisible. Las
clases de la sociedad, la disribuci6n de las casas, el cielo del año o de la vida humana están
calcados sobre el orden sagrado. Las fiestas, por ejemplo, que por regla general son
abundantes y constituyen etapas determinadas en el ciclo anual, están destinadas a
promover la participación de la comunidad en el desarrollo de acontecimientos invisibles
que se repiten anualmente. La percepción que de su sociedad tienen los miembros de la
sociedad tradicional y las explicaciones que dan de la misma (su “sociología natural”) se
integran pues necesariamente en una vasta cosmogonía, en la que el orden natural y el
orden social pertenecen a un orden superior que les sirve al mismo tiempo de ejemplar. Así
se comO prende mejor lo que antes hemos dado en llamar el «globalismo» de la
organización social de la sociedad tradicional, su carácter unitario, a cuyo respecto el
pensamiento mítico es a un tiempo el origen y el soporte.
Circunscrito en unos límites geográficos reducidos, el pensamiento tradicional no por eso
desemboca menos, a través del mito, en todo el cosmos entero. Pero se trata de un cosmos a
cuyo respecto casi todas las sociedades tradicionales se autoperciben como su centro.
Mircea Éliade observa que, en muchas religiones, un árbol, una inontaija, un templo, un
santuario, una ciudad son considerados como el centro y el pilar del mundo 14 Muchos
antropólogos han llamado la atención sobre el hecho de que el nombre & un pueblo o de
una tribu significa al mismo tiempo “hombre” «humanidad». El extranjero es generalmente
considerado como alguien que pertenece a otra especie humana o como un hombre inferior,
cuando no como un enemigo. De ahí los ritos de adopción, a los que ya nos hemos referido,
para admitir al extranjero en el seno de la comunidad.
El pensamiento mágico
En el contexto del pensamiento mítico y sagrado, la magia, tan presente siempre en la vida
de la sociedad tradicional, resulta comprensible. La magia consiste esencialmente en la
manipulación, por el hombre, de fuerzas o energías invisibles, depositadas desde el
principio en las cosas o que, simplemente, forman parte de la naturaleza de éstas. La magia,
a diferencia de la religión, es necesariamente eficaz, a condición de conocer y practicar con
exactitud los ritos. La magia tiene pues, como la técnica y los conocimientos empíricos, un
objetivo práctico de aplicación; Como muy bien ha demostrado Malinowski, la magia no
sustituye sin embargo a la técnica ni desprecia la ciencia empírica, sino que más bien las
completa y prolonga. Los trobriandeses descritos por Malinowski, por ejemplo, no utilizan
la magia cuando pescan en las lagunas en que abunda el pescado y no hay peligro alguno.
Pero recurren a ella para la pesca en alta mar, más incierta y peligrosa. La magia es a la
ci6n lo que el mito es al pensamiento. Ambos operan la síntesis de lo sagrado y de lo
profano, la integración de lo visible y de lo invisible.
II. LA SOCIEDAD TECNOLÓGICA
LA ESTRUCTURA ECONÓMICA DE LA SOCIEDAD ‘FECNOLÓGICA
Medio natural y medio técnico
Georges Friedniann ha evidenciado las características que diferencian a lo que él ha dado
en llamar el medio natural y el medo técnico. El medio natural es aquel en el que el hombre
vive m contacto directo e inmediato con la naturaleza, cuyos ritmos asume adaptándose a
las exigencias e imposiciones del entorno físico. En un medio natural vive y se organiza la
sociedad tradicional.
El medio técnico, por el contrario, interpone entre el hombre y la naturaleza una red de
máquinas, de técnicas complejas, de conocimientos; de objetos fabricados, transformados,
adaptados. El hombre no depende ya de la naturaleza, sino que tiende más bien a someterla
a sus propias necesidades, a sus deseos, a sus ambiciones. Explota la naturaleza en la
acepción literal de la palabra, la domina y la utiliza para sus propios fines. El medio técnico
es, como observa Friedmann, un «nuevo medio», dada su reciente aparición en historia de
la humanidad. Es el resultado de la revolución industrial, es decir, del paso de la
herramienta manual a la máquina, del trabajo manual al trabajo mecanizado; y también lo
es del descubrimiento de materiales nuevos y energías aun inexplotadas. El medio técnico
es realmente característico de la sociedad moderna. Es a un tiempo su causa y su producto.
Medio técnico y economía de producción
Como consecuencia de la expansión del medio técnico, la estructura económica de la
sociedad tecnológica resulta infinitamente más compleja que la de la sociedad tradicional.
La economía tecnológica es una economía de producción, economía que se caracteriza por
una productividad muy elevada del trabajo humano, que completa el empleo de la máquina,
de la electricidad, de la electrónica, de la energía nuclear. Es asimismo una economía que
exige estar siempre en expansión: lanzamiento al mercado de nuevos productos y extensión
a nuevos mercados. Contrariamente a la economía de subsistencia, la economía de
producción no puede estabilizarse, so pena de retroceder. Su estado más natural es el
dinámico. La economía tecnológica es pues necesariamente extensa, internacional por
naturaleza, fundada sobre una amplia red de intercambios activados por un uso abundante
del crédito y la moneda. El espectro de la carestía domina la sociedad tradicional, mientras
que la superproducción constituye la amenaza constante que pesa sobre la economía
tecnológica. La única solución es, en tal caso, la expansión del mercado, interno y externo,
y finalmente una reducción de las horas de trabajo del hombre. A la postre, la economía de
producción desemboca, paradójicamente en la «civilización del ocio».
Tres factores más de productividad elevada
La tecnología, sin embargo, no es suficiente para explicar por sí sola el aumento de la
productividad. Otros tres factores concurren a este resultado. Debemos referirnos, en primer
lugar, a la inversión de enormes capitales. La revolución industrial Sólo ha sido posible por
las considerables fortunas convertidas en fondos para la creación de las primeras
manufacturas, de las máquinas, de las industrias modernas, de los medios de transporte y de
comunican’ La sociedad tecnológica requiere, pues, un complejo aparato monetario, basado
tanto en el crédito como en la propia moneda.
En segundo lugar, la economía tecnológica sólo ha sido posible gracias a una división cada
vez mayor del trabajo. En su análisis Sobre la riqueza de las naciones, Adam Smith ha
evidenciado, con su clásico ejemplo de la manufactura de alfileres, cómo la productividad
se multiplica cuando el trabajo en cadena sustituye a la confección completa del alfiler por
cada trabajador. Más que cualquier otra, la sociedad tecnológica ha impulsado al máximo la
división del trabajo, hasta desembocar en la atomización de las tareas, fenómeno que
Georges Friedmann ha denominado «el trabajo a migajas». Pero esta fragmentación no se
registra únicamente en la fábrica. Toda la sociedad se caracteriza por la especialización de
las funciones, por la profesionalización.
En tercer lugar, la sociedad tecnológica ha operado un considerable desplazamiento de la
mano de obra, del sector de producción llamado primario a los sectores secundario y
terciario. El sector primario es el de la explotación de los recursos naturales. Comprende la
agricultura, la pesca, la caza, la cría de ganado, las minas. El sector secundario abarca todas
las actividades de transformación de la materia bruta en productos elaborados. Comprende
todas las formas de actividad industrial. El sector terciario abarca todas las actividades de
comercio, de transporte, de comunicación, los servicios profesionales y públicos, las
profesiones y, en líneas generales, los empleos no manuales. Como han demostrado los
economistas Colin Clark y Jean Fourastié , en un gráfico que reproducimos aquí, desde los
inicios de la era industrial se registra un trasvase de la mano de obra, del sector primario,
antes dominante, al sector secundario primero, y luego cada vez más al sector terciario. En
los países más industrializados, se advierte una saturación y hasta un comienzo de
disminución del sector secundario en beneficio del sector terciario, en el que se prevé ya
una próxima concentración de la mayoría de la mano de obra, como consecuencia de la
escolarización masiva de la población y del progreso de la automatización.
Ruptura entre productor y consumidor
Esta evolución de la división del trabajo y de la estructura del empleo ha entrañado una
importante consecuencia, característica de la sociedad tecnológica: la ruptura entre el
productor y el consumidor. En la sociedad tradicional, la familia consume lo que ella
misma produce: es a un tiempo unidad de producción y unidad de consumo. En la sociedad
tecnológica, la familia es por regla general solamente una unidad de consumo. El trabajador
produce para un mercado que a menudo desconoce. Su lugar de trabajo nada tiene que ver
con su lugar de residencia. La producción se distingue radicalmente del descanso, del ocio
y del consumo.
Elevación constante de las necesidades de consumo
Merece subrayarse, en fin, una última característica de la economía industrial, a saber, el
hecho de que la expansión sostenida de semejante economía descansa, en definitiva, sobre
una elevación constante de las necesidades de consumo. Como muy bien ha demostrado
Halbwachs, y tras él Chombart de Lauwe, las necesidades humanas no son fijas ni están
definitivamente establecidas: evolucionan con los ciclos económicos. «Las fases de
expansión (económica) suscitan la aparición de nuevas necesidades que procuran luego
consolidarse» 20 En ocasión de un período de prosperidad económica, determinadas
necesidades se hacen más refinadas: tal es el caso de las necesidades relativas a la
alimentación, al vestido, a la vivienda. Se crean asimismo nuevas necesidades: la necesidad
de la televisión, y del automóvil ha pasado a ser, en la civilización occidental, casi tan
elemental como la necesidad de alimentación. Surgen también nuevos órdenes de
necesidades: necesidades intelectuales, estéticas, espirituales. El «nivel» de las necesidades
no es, pues, un dato abstracto o general, sino una realidad psicocultural móvil, o que al
menos, puede serlo. En la sociedad industrial, esta movilidad del nivel de las necesidades
constituye el resorte principal de aquello que los economistas dan en llamar la elasticidad
de la demanda, factor esencial a la expansión industrial. La publicidad y todas las formas de
«promoción» de los productos tienden a aumentar la demanda elevando cada vez más el
nivel de las necesidades de los consumidores. He aquí una situación inversa a la que
prevalece en la sociedad tradicional, sociedad en la que el nivel de las necesidades es bajo y
casi estable.
LA ORGANIZACIÓN SOCIAL D1 LA SOC1LDAD TFCNOLÓGICA
Una organización social compleja
Resulta bastante fácil discernir determinados ejes de la organización social de la sociedad
tradicional, como la parentela y los grupos de edad; pero la cosa es ya mucho más difícil en
el caso de la sociedad tecnológica. Ésta, en efecto, comporta un mayor número de
elementos o de estructuras que la sociedad tradicional. fumo a la parentela, que sigue
desempeñando ciertas funciones precisas, y además de las categorías de edad que subsisten,
como lo prueba en particular la importancia que, de unos años a esta parte, ha adquirido la
llamada «cultura de los jóvenes», la sociedad tecnológica comprende también unas
profesiones unas clases sociales, unas asociaciones voluntarias, unos partidos políticos,
unas iglesias, unos sindicatos y otros grupos de intereses, etc. Puede también afirmarse que
el carácter dominante de la organización social de la sociedad tecnológica es su
complejidad, hasta el punto de que, pese a todos los estudios de que ha sido objeto, sigue
siendo muy difícil dar una descripción completa y coherente de la misma. Por lo demás, en
sociología, con harta frecuencia se denomina «sociedad compleja» a la sociedad
tecnológica, con miras a oponerla a la sociedad tradicional relativamente más simple (o
que, por lo menos, así nos lo parece).
Muchos sociólogos han evidenciado la multiplicidad de los roles que debe asumir una
misma persona en la sociedad tecnológica. Un mismo individuo es a un tiempo padre de
familia, empleado de una oficina o trabajador en una fábrica, miembro de un club, de un
partido político, de una unión obrera, de una iglesia, de diversas asociaciones. Los riesgos
de «conflictos de roles» son consiguientemente mayores que en la sociedad tradicional.
Semejante sociedad impone pues a sus miembros un considerable número de relaciones
calificativas por Parsons de «específicas», es decir, unas relaciones en las que la persona
compromete solamente una parte de sí misma. Debe asimismo adaptarse a unas reglas que
Parsons denomina «universalistas», por cuanto ‘el particularismo equivaldría a una
auténtica anarquía. Se trata de otros tantos modos de expresar la complejidad de la sociedad
tecnológica: la fragmentación de la personalidad corresponde, al nivel de los individuos y
de su conducta, a la diversidad de las estructuras de la sociedad.
Una sociedad polarizada en torno a la producción
Sin embargo, en caso de tener que condensar en una fórmula lo que caracteriza a la
organización de la sociedad tecnológica, diríamos que dicha sociedad gira principalmente
en torno a la producción a sus condiciones y a sus consecuencias. El hombre de la sociedad
tecnológica debe ser un productor, y esto no sólo en el ámbito industrial, sino también en el
orden intelectual, artístico, político e incluso religioso (se piden incesantemente «ideas
nuevas», «valores nuevos», una «nueva filosofía», descubrimientos científicos). Este
hombre debe producir mucho y sin cesar, porque él mismo y los demás consumen ingentes
cantidades de bienes materiales, de ideas, de imágenes, de obras de arte, de ídolos de toda
índole. Tal es la razón de que la sociedad tecnológica se caracterice en particular por el
lugar preponderante que ocupan el mundo del trabajo y, por esto mismo, la estructura y la
organización económicas. No cabe duda de que el trabajo está siempre presente en la vida
cotidiana de la sociedad tradicional, siendo la subsistencia uña lucha de cada día. Pero no se
encuentra en ella un universo del trabajo organizado, estructurado y dominante como en la
sociedad tecnológica. Sólo se advierte, como se ha dicho ya, una estructura económica
rudimentaria y simple.
A nadie debe, pues, sorprender que Marx haya atribuido al trabajo productivo y a la praxis
un lugar central en su definición del hombre, ni que haya prestado a lo económico un papel
preponderante en la historia humana. Aplicado en todo caso a la sociedad industrial que se
constituía ante sus ojos, su análisis era válido.
Veamos ahora con mayor detalle cómo esa preponderancia de la producción y del mundo
del trabajo se concretiza en la organización social.
Predominio del «status» adquirido
Partamos del hecho siguiente. En la sociedad tradicional, los dos ejes en torno a los cuales
gira la organización social confieren a las personas unos status cuyos fundamentos son
puramente biológicos: lazos de sangre y edad. Esto ha hecho decir a Ralph Linton21 que,
en este tipo de sociedad, la persona goza de un status asignado (ascribed status), es decir,
un status social que recibe al nacer o al acceder a las diferentes etapas de su vida, sin tener
que ganarlo ni necesariamente merecerlo (por ejemplo, el status de hijo, de cuñado, de
joven, de anciano). En la sociedad industrial, por el contrario, se hace dominante el status
adquirido (achieved status), es decir el status social que una persona obtiene por lo que ella
hace, status que deriva de su propia actividad. Se trata, pues, de un status que puede
«mejorar», en caso de que el sujeto lo desee o sea capaz de ello. El status asignado se opone
al status adquirido, de modo parecido a como el ser se opone al hacer. Cuando se desea
conocer a alguien en la sociedad tradicional, se pregunta: «De quién es hijo?» En la
sociedad tecnológica, en cambio, se pregunta: «Qué hace?», o también «,qué hace su
marido?». Así pues, por el universo del trabajo sobre todo se obtiene el status adquirido y
Ja personalidad social a él inherente. De ahí que todo cuestionario propuesto por cualquier
encuesta incluya casi obligatoriamente una o dos preguntas relativas a la ocupación del
consultorio. Estos datos son mucho más útiles que su nombre y sus lazos de parentesco, ya
que nos permiten situarle con bastante exactitud en la sociedad, por lo que nos dicen
respecto a su nivel de educación, a sus ingresos, a ciertos hábitos de su vida, y hasta, en
algunas ocasiones, al lugar de su residencia.
Una sociedad profesionalizada
Por tratarse de una sociedad de producción, la sociedad tecnológica es, desde el punto de
vista sociológico, una sociedad profesionalizada. De un lado, el mundo del trabajo es
sumamente diversificado en ella; se fragmenta en una multitud de ocupaciones que resultan
de una incesante división de las tareas. Esa inmensa red de ocupaciones diversas alcanza a
la sociedad entera. Es omnipresente. La encontramos en todas partes, hágase lo que se haga.
Esa omnipresencia es la que, de otro lado, determina el hecho de que con respecto a esa red
de ocupaciones deba cada persona definir su identidad social y la de los demás. Por y en esa
red, adquiere el individuo un status preciso y reconocible. En este contexto, estar en paro no
acarrea solamente una pérdida de ingresos, sino también una pérdida de status, una cierta
decadencia social. Lo que muchas mujeres encerradas en el hogar y muchos estudiantes
dicen sufrir es exactamente el verse privados de un status reconocido en esta sociedad de la
división del trabajo y de la producción.
Las ocupaciones de la sociedad tecnológica, aunque numerosas y diversificadas, se
distribuyen, sin embargo, conforme a un jerárquico. Sorprende comprobar cómo, sin previo
acuerdo, los miembros de una sociedad tecnológica tienen todos metida en la cabeza
idéntica representación de la distribución jerárquica de las ocasiones. Buen número de
sociólogos han verificado este hecho mediante una encuesta empírica sobre lo que se ha
dado en llamar «la escala de prestigio de las ocupaciones». Encuestas similares efectuadas
en varios países industrializados han demostrado incluso que, con escasas variantes, casi la
misma escala de prestigio se registra en los Estados Unidos, en Gran Bretaña, en Francia,
en la URSS, en Japón, en Canadá. Esta casi unanimidad resulta más notable cuanto que es
generalmente bastante difícil explicar satisfactoriamente por qué y según qué criterios una
ocupación más prestigiosa que otra.
Una sociedad burocratizada
El mundo del trabajo de la sociedad cnol6gica adopta asimismo otro carácter particular
muy importante: su elevado grado de burocratización. Max Weber es sin duda el autor que
más profundamente ha analizado la burocracia occidental, y la burocracia en general. A él
en particular se debe la confección del cuadro de los rasgos principales de una burocracia
«en estado puro». Los resumiremos del modo siguiente: 1.°, la burocracia es esencialmente
una organización racional del trabajo de un gran número de personas que concurren a la
producción del mismo bien o del mismo servicio; 2, la burocracia es siempre una
yuxtaposición jerárquica de jurisdicciones de responsabilidades, de modo que cada dividuo
es responsable de su trabajo ante un superior inmediato, quien a su vez es responsable ante
otro superior, y así sucesivamente hasta el escalafón más elevado; 3,0, unas reglas
detalladas precisan las tareas de cada persona, el modo como debe llevarlas a cabo, la
jurisdicción de sus responsabilidades el superior de quien depende, etc.; 4.°, el burócrata es
remunerado con un tratamiento fijo, establecido conforme a unas normas que tienen en
cuenta su formación anterior, su antigüedad, su experiencia, su competencia; 5.°, el ingreso
en la burocracia y la promoción de un escalafón a otro tienen lugar de acuerdo con unos
criterios objetivos y definidos que permiten juzgar acerca de la competencia del candidato
para ocupar la plaza; 6.°, el burócrata no es propietario de la plaza que ocupa, ni tampoco
de sus instrumentos de trabajo.
Una vez más, se trata de las características propias de una burocracia «en estado puro». En
la práctica, las burocracias pueden diferir más o menos de ese modelo, hasta el punto
incluso de hacerse irracionales e ineficaces. Tal es en particular lo que les han reprochado
ciertos críticos modernos
La burocracia no nació en el siglo pasado, sino que siempre ha existido. Estuvo muy
desarrollada en el Egipto antiguo, en donde hasta un profeta se convertía en funcionario,
como lo demuestra la historia transcrita por la Biblia del israelita José vendido por sus
hermanos como esclavo, personaje que, tras haber sabido interpretar un sueño del faraón,
llegó a primer ministro y tuvo a su cargo la aplicación de la política económica resultante
de su interpretación del sueño del faraón. En la sociedad moderna, la multiplicación de las
ocupaciones y el desarrollo de las grandes empresas han hecho a la burocracia más
necesaria que nunca. El Estado, la empresa industrial o comercial, los bancos, el sistema
docente, las instituciones hospitalarias, las iglesias, los sindicatos y hasta los movimientos
sociales son otras tantas organizaciones de tipo burocrático. La burocracia no es, pues,
exclusiva del sector público, puesto que cabe encontrarla también en el ámbito de la
empresa privada. Antiguas profesiones independientes (la medicina, el derecho, el
comercio) se burocratizan cada vez más.
Una sociedad urbana
Un universo del trabajo profesionalizado y burocratizado supone fuertes concentraciones de
población: la sociedad tecnológica es, pues, necesariamente una sociedad urbana. Por lo
demás, la gran ciudad es tal vez el símbolo más aparente y la realidad más impresionante de
la sociedad tecnológica. La ciudad moderna es, en todo caso, la ilustración más perfecta del
«medio técnico» del que habla Georges Friedmann. Ha sido también objeto de buen
número de estudios sociológicos, a los que aquí sólo nos cabe remitir al lector.
Predominio de la estructura económica
El predominio del mundo del trabajo va necesariamente acompañado de un predominio de
la estructura económica, en la organización social. Imposible disociarlos. El lugar que
ocupa la estructura económica en la sociedad tecnológica se evidencia por varios indicios.
Así, por ejemplo, el poder político se ha separado ciertamente del poder religioso, pero sólo
para aproximarse al poder económico. Los hombres políticos no pueden desinteresarse de
quienes detentan los poderes económicos: financieros, grandes empresarios, jefes
sindicales. Éstos han pasado a convertirse en una especie de poder agazapado tras el trono,
poder que ejerce su influencia de todos los modos posibles. Conocidos son, por ejemplo,
los hobbys de toda índole que rodean al gobierno de los Estados Unidos. Los demás
gobiernos no están exentos de similares presiones.
El dinero se convierte, además, en una medida precisa y esencial, utilizada de una y mil
maneras. Toda la organización actual del trabajo en las sociedades tecnológicas se hundiría
sin la medida monetaria. El tiempo consagrado al trabajo, la competencia del trabajador, su
experiencia, su antigüedad, los servicios prestados anteriormente, todo se calcula en valor
monetario, que se convierte así en el patrón principal: «un hombre vale tanto», «cada año
de experiencia vale tanto», «una consulta vale tanto o tanto, según requiera una hora o una
jornada entera de trabajo», «el tiempo es oro».
El dinero es también medida del prestigio, de la autoridad, de los deberes y
responsabilidades inherentes a un cargo. La cualidad de las personas no cuenta en absoluto:
«el puesto determina el salario». Así, en la universidad, se considera que el sueldo del
rector debe ser superior al de los decanos, el de un decano superior al de los profesores (o,
por lo menos, al de la mayoría de profesores). Otro tanto cabe decir del sueldo de la
secretaria del rector con respecto al de la secretaria del decano; El dinero sirve así de
símbolo de los niveles jerárquicos en una burocracia y en la sociedad entera.
Una sociedad de clases
Las clases sociales constituyen otra realidad socioeconómica de primera importancia en la
sociedad tecnológica. Sus raíces como muy bien demostró Marx, se encuentran en las
relaciones de producción y en el acceso diferencial a los medios de producción. Las clases
sociales se dan simultáneamente en las estructuras en el mundo del trabajo y en la totalidad
de la organización. No debe, pues, sorprender que precisamente en las sociedades
cronológicas hayan cristalizado las clases sociales, hayan tomada en y conciencia y se
hayan convertido en un elemento central de la historia moderna: las clases sociales son el
resultado directo de una sociedad de producción y de trabajo. Derivan de situaciones
económicas diferentes entre quienes detentan los medios de (capitalistas, burgueses,
grandes propietarios, empresarios) diversos grupos de trabajadores (trabajadores rurales,
trabajadores industriales, artesanos, oficinistas, técnicos). Los intereses eaxj6im. cos, aun
cuando a veces son complementarios, resultan también con harta frecuencia divergentes,
cuando no opuestos, entre administradores y capitalistas de una parte, y trabajadores de
otra. Pero cabe también observar a menudo divergencias de intereses ce diferentes grupos
de trabajadores: por ejemplo, entre trabajadores rurales y trabajadores urbanos, entre
empleados y obreros industriales, de modo que las «luchas de clases» pueden oponer a los
trabajadores entre sí, como oponen a empresarios y a trabajadores.
La concentración de muchos trabajadores en la gran empresa y en la ciudad ha posibilitado
una toma de conciencia colectiva de los intereses comunes a todos los miembros de una
misma categoría o de un mismo grupo económico. De ahí que sólo en el medio industrial y
urbano pudiera constituirse la clase social, en el sentido estricto de la palabra, y
desarrollarse una auténtica conciencia ¿ir clase y de la lucha de clases.
Asociaciones voluntarias y movimientos sociales
La toma de conciencia de intereses comunes no es, sin embargo, exclusiva de las clases
sociales. También ha dado lugar a un buen primero de asociaciones voluntaria y de
movimientos sociales de vida índole, desde el partido político basta las sociedades secretas
de cooperación o de conspiración, pasando por los sindicatos, las prociaciones nacionales,
los clubs de diversión, las corporaciones profesionales las sociedades religiosas o
filantrópicas, los movimientos reformistas o revolucionarios, etc. Cada una de estas
asociaciones puede convertirse en un «grupo de presión» frente a quienes detentan los
poderes (hombres políticos jefes religiosos, administradores, etc.), a fin de promover o
defender sus particulares intereses.
Multiplicidad de las élites
A esta muitiplici1ed de asociaciones corresponde una multiplicidad de élites, otro carácter
distintivo de la sociedad tecnológica. Entendemos por élites a las personas o grupos que
representan o ¿icen representar a una comunidad cualquiera (etnia, clase social, grupo de
trabajadores, etc.). El sistema de las élites es relativamente simple y generalmente estable
en la sociedad tradición mientras que, en la sociedad tecnológica, es sumamente compleja y
variable. Las ¿lites se suceden en esta última a un ritmo veloz. Tropiezan unas con otras,
entran en conflicto y se oponen. Aun cuando la sociedad tradicional Conoce asimismo
divisiones internas y luchas, parece, sin embargo, que el conflicto constituye un elemento
permanente de la organización social fragmentada y diversificada de la sociedad
cnol6gica.
Al término de este sucinto análisis, se comprende mejor por qué a veces se designa a la
sociedad tecnológica con la expresión «sociedad compleja». Efectivamente, lo es en
muchos aspectos, hasta el punto de resultar muy difícil la delimitación de sus principales
ejes de organización. Tal vez se comprenda también por qué la sociología ha nacido en el
seno de semejante sociedad, cada la necesidad de ésta de conocerse y comprenderse mejor.
LA MENTALIDAD DE LA SOCIEDAD TECNOLÓGICA
Comparada con la mentalidad tradicional, la mentalidad de la sociedad tecnológica está
profundamente desmitificada, aun cuando no sea difícil detectar en ella numerosos
vestigios de pensamiento mágico y mítico. La desmitificación en cuestión se observa, de un
lado, en el ámbito de los conocimientos y de las actitudes mentales y, de otro, en el orden
moral.
Desmitificación de los conocimientos: la racionalidad
En el ámbito de los conocimientos, se dice a menudo que «la ciencia ha desmitificado el
mundo», es decir, ha sustituido muchas explicaciones de carácter mítico por explicaciones
racionales o científicas, menos poéticas sin duda y más brutales, pero con pretensiones de
ser más «objetivamente» verdaderas, por fundarse en la experimentación y en el
conocimiento científico. A este estado de espíritu y a las actitudes prácticas de él
resultantes ha dado Max Weber el nombre de racionalidad, que él opone al tradicionalismo.
La racionalidad se basa en la convicción de que las cosas tienen su explicación en sí
mismas, y no fuera de ellas, ni en el mito ni en la tradición. Una verdad es admitida y
reconocida, no porque siempre lo haya sido ni porque se la considere «revelada», sino
porque es demostrable lógica o experimentalmente, es decir, de una manera «objetiva». En
el terreno de la acción práctica, la racionalidad entraña la búsqueda constante de los medios
más objetivamente eficaces con miras a unos objetivos definidos como realizables. Los
objetivos y los medios no se dan ya por adquiridos, sino que están siempre sujetos a
revisión y corrección.
Esta actitud mental y práctica de racionalidad está, evidentemente, en el origen de la
revolución industrial y del progreso científico y técnico. Dentro de la organización social,
esta misma actitud racional se concreta en la burocracia: la burocracia, siquiera
intencionalmente, se autoconcibe, en efecto, como una aplicación del pensamiento racional
a la organización eficaz del trabajo de un conjunto de personas.
Fe en la ciencia y en el progreso
La racionalidad se reduce pues, en definitiva, a la fe en la ciencia, que es sin duda el
fundamento principal y el rasgo más característico de la mentalidad tecnológica. Fe en la
ciencia que explora los secretos de la naturaleza, desmitifica los orígenes del mundo y de la
especie humana, explica los mecanismos de la organización económica y social, revela
incluso los misterios del pensamiento y del alma humana. Se trata pues de la fe en una
ciencia generalizada, que todo lo abarca, y cuya capacidad de explicación se extiende a
todos los dominios y carece de límites. Por lo demás, la ciencia es aceptada y reconocida
como siempre movible, cambiante, en estado de constante progreso. La fe en la ciencia
desemboca pues necesariamente en la fe en el progreso, y en el progreso indefinido.
En el orden científico, evidentemente, esta fe en el progreso se muestra más firmemente
establecida que en cualquier otra parte: lo que sorprende al hombre de la sociedad
tecnológica no es el descubrimiento de una vacuna contra la poliomielitis, sino el hecho de
que se tarde tanto en descubrir las causas del cáncer. Porque, a sus ojos, ningún problema
científico puede mantenerse largo tiempo sin solución. Lo mismo cabe decir de los
problemas técnicos, de los problemas económicos y sociales, de los obstáculos al bienestar
individual y colectivo de los hombres. El cambio, la innovación no constituyen ya
amenazas, sino más bien la vía esencial del progreso, es decir, del mejoramiento de las
condiciones de la vida humana.
En contraste con la mentalidad tradicional, la mentalidad tecnológica valora el cambio
porque valora el progreso. Ambos son indisociables: la convicción de que «siempre es
posible mejorar las cosas» entraña el hecho de que no sólo se acepte el cambio y se confíe
en él, sino que sea también deseado y buscado. El hombre de ciencia, el administrador, el
hombre político son juzgados por el progreso al que contribuyen en sus respectivos
dominios. Sociedad de producción y valoración del progreso se conjugan para reforzarse
mutuamente: la sociedad de producción, siempre en expansión, descansa sobre la
innovación constante y requiere una mentalidad favorable al cambio.
Valoración de la instrucción
Es normal que la valoración de la instrucción corra parejas en la racionalidad y la fe en la
ciencia: la primera es vía y condición de las segundas. De hecho, en la sociedad tecnológica
es donde el sistema escolar está más desarrollado, más extendido y más diferenciado de la
institución familiar. En muchos países, se ha dado una larga oposición a la ley que impone
a cada niño la escolaridad obligatoria hasta una determinada edad, por considerarla un
atentado, al derecho de la familia. Dicha ley existe actualmente en todos los países
industrializados y en muchos países en vías de desarrollo porque se estima que la
instrucción es un derecho de la pero, hasta constituye un deber de la persona. El derecho del
niño a la instrucción tiene prioridad sobre el derecho de la familia so hijo: he aquí un
importante cambio de actitud ilustrativo de profunda transformación de la mentalidad con
respecto a la ciencia.
Resulta fácil, sin embargo, detectar en la sociedad tecnológica cierta ambivalencia tocante a
la instrucción: al tiempo que se la considera esencial y útil, se teme su exceso. Se desconfía
del hombre «demasiado instruido» en las ideas abstractas y carente de realismo. La
expresión «los intelectuales» es utilizada con harta frecuencia en un sentido peyorativo. El
folklore popular presenta ciertas caricaturas del intelectual «nebuloso», eternamente
distraído, “idealista”. En los Estados Unidos, se describe al intelectual bajo las apariencias
del eggbead, aquel cuya cabeza ha absorbido tantos conocimientos que ha acabado por
adquirir la forma de un huevo. De hecho, en una sociedad obsesionada por la producción, la
investigación y el arte puros o desinteresados necesitan siempre demostrar que «un día u
otro pueden servir de algo», en cuyo defecto apenas encuentran un lugar en ella. Cabe
observar siempre un conflicto b. tente, declarado a veces, entre los teóricos y los prácticos,
entre los investigadores y los administradores, entre los hombres de pensamiento y los
hombres de acción.
Hervidero de ideas
Los progresos de la instrucción y de la ciencia entrañan otra importante consecuencia: la
sociedad tecnológica es un hervidero de un medio en el que la problematización es casi
permanente. La racionalidad, para desplegarse cabalmente, exige un amplio margen de
libertad de pensamiento. En un país totalitario, de quienes no se desconfía es de los
universitarios, profesores y estudiantes, porque el gusto de la libertad tiene más
posibilidades de germinar con ellos. El clima de libertad y de discusión supone una
mentalidad que acepte el cambio y la innovación, y sea capaz de tolerar los conflictos de
valores que no pueden por menos de sobrevenir de una manera casi constante. Esos
conflictos entre valores diferentes o contradictorios corresponden, en el ámbito de la cultura
y de las ideas, a los conflictos entre las élites y entre las asociaciones, a los que nos hemos
referido antes a prop6sito de la organización social. Cuanto más la sociedad tecnológica
desarrolla y generaliza la instrucción, tanto más crea nuevas fuentes de espíritu crítico, de
aspiraciones a la libertad de pensamiento y de expresión, y, por vía de consecuencia, de
conflictos de valores. Es pues un tipo de sociedad que exige de sus miembros una
considerable adaptabilidad a la novedad, y la capa2dad de defenderse contra la inseguridad
psíquica resultante de la misma. Desde este punto de vista, la sociedad tecnológica no
infunde tanta «seguridad» en sus miembros como la sociedad tradicional.
Desmitificación moral: la secularización
Todo esto nos lleva al terreno del orden moral. La desmitificación del mundo por la
racionalidad y por la ciencia ha entrañado una radical transformación de los fundamentos
de la vida moral, transformación a la que se ha creído poder dar el nombre de
secularización. En efecto, se observa en la mentalidad tecnológica una debilitación de las
motivaciones que cabría calificar como «de inspiración metasocial», es decir, de las
motivaciones que se inspiran en imperativos morales basados en consideraciones
mitológicas o teológicas, en aras de una moral más exclusivamente social. Individual y
colectivamente, los hombres se mueven menos que en la sociedad tradicional por motivos y
sanciones de índole sobrenatural: deseo de salvación eterna, temor a las espíritus, abandono
a una Providencia, etc. El hombre, la vida temporal, el bienestar individual y colectivo
están más valorados por sí mismos, independientemente de toda referencia a «otra cosa», es
decir, a un orden sagrado suprahumano.
Distinción entre lo sagrado y lo profano
No significa esto necesariamente que la religión esté en trance de desaparecer de la
sociedad tecnológica. Es innegable que la vida religiosa sigue existiendo. En ciertos casos,
se advierte incluso un resurgimiento de la vida y de las actividades religiosas. Pero la
secularización se caracteriza de una doble manera. En primer lugar, por una distinción neta
y radical, en los espíritus y en las instituciones, entre lo sagrado y lo profano. La vida
religiosa no posee ya, como en la sociedad tradicional, un carácter colectivo y societario.
La organización social no está ya enteramente implicada en las actividades y en el ciclo
religiosos. A ejemplo del poder político que se distingue radicalmente del poder religioso,
la sociedad tecnológica reviste un carácter laico: el mundo del trabajo y de la vida profana
es netamente distinto del mundo de la oración y de las relaciones con el orden sobrenatural.
Esta distinción se evidencia en las instituciones, que pierden la connotación religiosa o
confesional que antes poseían (Estado, escuelas, asociaciones voluntarias, etc., se hacen
neutros), y en la actividad diaria de las personas, en donde la vida religiosa asume un
carácter más individualista y en cierto modo más interiorizado.
Pluralismo religioso y moral
En segundo lugar, la secularización de la sociedad tecnológica reviste asimismo la forma
del pluralismo religioso y moral. No se observa ya en la sociedad tecnológica la
unanimidad religiosa y moral que suele caracterizar a las sociedades tradicionales. Tanto en
el terreno religioso como en el moral, el espíritu crítico y la libertad de pensamiento
entrañan una gran diversidad de opciones personales, un fraccionamiento de las
solidaridades religiosas y una multiplicidad de actitudes morales diversas y hasta
contradictorias a veces. Tal es la razón de que la cultura de la sociedad tecnológica no
ofrezca la misma unidad ni la misma cohesión que la cultura de la sociedad tradicional. En
la primera, coexisten «credos» diferentes, conductas que se inspiran en valores y en
morales también diferentes, circunstancia que determina incluso la constitución de
«subculturas», observables sobre todo en este tipo de sociedad. El pluralismo cultural es, en
el terreno de la mentalidad, la traducción de la complejidad con la que hemos caracterizado
a la organización social de la sociedad tecnológica.
Sentimiento de superioridad
Finalmente, un último aspecto de la mentalidad tecnológica merece ser subrayado — aun
cuando sea de un orden totalmente distinto —, a saber, su enorme sentimiento de
superioridad con respecto a la sociedad tradicional. Si en la sociedad tradicional se asimila
la humanidad a la tribu, en la sociedad tecnológica se tiene la convicción de monopolizar la
luz, la ciencia y la verdad. En realidad, de la gran ciudad, centro cerebral y neurálgico de la
sociedad tecnológica, suelen partir y difundirse las ideas nuevas, los movimientos de
reforma, las modas, etç. La cultura tecnológica y urbana es de índole propia para penetrar y
apoderarse de las sociedades tradicionales circundantes. Es muy raro el caso inverso. De
ahí que el hombre de la ciudad no deje de considerar sin conmiseración y con cierto
menosprecio al campesino, a quien juzga como a un ser retrasado. Existe, a este respecto,
un rico folklore urbano para caricaturizar al campesino lento y cachazudo, con barro en los
pies y una cesta de gallinas colgada del brazo. Tratar a alguien de «pueblerino» o de
«payés» equivale a veces a una injuria.
Pero también aquí cabe observar una cierta ambivalencia. Con la conmiseración se mezcla,
en el espíritu del hombre de la ciudad, cierta envidia frente al hombre del campo, que vive
inmerso en la naturaleza, y es dueño y señor de su finca. En el corazón del hombre urbano,
prisionero de su medio romántica por la vida natural, tanto mas idealizado cuanto que
definitiva, sólo la conoce a través de : ealizada el campo, o a través del camping en torre o
apanetienda. que planta u mihm*
III TIPOS IDEALES Y SUBTIPOS
Dos tipos ideales
Los dos tipos de sociedad antes descritos son en realidad, construcciones mentales,
denominadas o Max Weber “tipos ideales”. Tipos ideales, no en el sentido d i Max Weber
sino en el sentido de «tipos puros> Po; superlore•s y ejeiivzi concreta corresponde en todos
sus >a os que ninguna boran evidentemente a partir de p tos Los tipos idea!es e de
sociedades reales, pero cuyos servaciones empíricas rd denados con la intención de llevar
ementos son bosquejados __ cada uno de los rasgos y la totalid:d agun modo hasta ci una
imagen o un concepto «en estado e cuadro, a fin de tr dos tipos de sociedad no p
ciones de sociedades reales. Son más b pretenden pues ser o, en expresión de Margaret Me
d ien instrumentos inte)ie modelos conceptuales nos han a,«modelos conceptuales».
contrastar la sociedad moderna con eh o aqul, en particular. ella, tipo que hemos
denominado tipo de sociedad más dif ras a resaltar mejor las características ;de a
tradicional, n esa. e am as sociedades.
El debate Lewis-Redfield
Importa, sin embargo, decir aquí que la distinción entre sociedad tradicional y sociedad
tradicional y sociedad tecnológica (o sociedad urbana, o sociedad industrial, según los
autores) ha sido objeto de diversos ataques por parte de algunos sociólogos y antropólogos
y ha dado lugar a encendidos debates. El ataque más violento viene indiscutiblemente del
antropólogo Oscar Lewis que, veinte años después de Robert Çld, r elaboró el estudio de la
misma aldea mexicana, Tedio, de la vida social en esa aldea, una descripción mi diferente a
la ofrecida por Redfield, insistiendo sobre todo en clientes de tensiones y de conflictos que
Redfield babia descuidado conclus1° es que Redfield se vio inducido a falsear la realidad
del modelo de «sociedad tradicional» que presidio su ana litas de la aldea en cuestión A
este modelo, Lewis reprocho sobre el hecho de dar de la realidad social una imagen
excesiva Jaime integrada, demasiado estable, imbuida aun enteramente de incesto
romanticismo rous Seaufllafo ante las sociedades primitivas critica no carece
evidentemente de fundamento y nos pone en contra una debilidad de la tipologia bipolar, al
menos tal mo ha sido utilizada a menudo.
Pero Redfield, a su vez, o sin razon, responde que su análisis Tepoztlafl no resulta
necesariamente inva1id° por los descubrimientos de Lewis, cuanto una misma realidad
social puede idearse bajo varios aspectos comp1emetos no forzosamente, de modo que
Unos modelos diferentes de análisis pueden editar la revelación de aspectos diferentes de
una misma restos Edad. Redfleld insiste en el hecho de que no propone su modelo
& sociedad tradicional con exclusión de cualquier otro, ni le atribuye
valor absoluto. Pero defiende su método como uno de los que
aptos para revelar ciertos aspectos de la realidad.
Accedemos aquí a un principio etodológio sumamente importante en sociología, a saber,
que una misma realidad social puede revelarse bajo diversas facetas, bajo diversos ángulos
(diremos, otro capítulo, que incluye diversas «estructuras»). Una perspectiva no es
necesariamente más «verdadera» que otra, ni excluye todas las que pueden ser posibles.
Frente a la complejidad de la realidad social, preciso es admitir que ningún método posee el
monopolio de la verdad y de la validez. La diversidad de las perspectivas facilita
generalmente «tomas» complementarias de las que cabe finalmente deducir una cierta
percepción global, aunque sin saber jamás sí la realidad contiene o no otros aspectos
todavía ignorados.
Subrayemos, sin embargo, el hecho de que, en realidad, más allá de una simple cuestión de
método, una concepción de la sociología opone a Lewis y a Redfield, por cuanto el primero
defiende una sociología (y una antropología) centrada primordialmente en el estudio de los
conflictos, mientras que el segundo se sitúa más bien dentro de la tradición funcionalista.
He aquí una cuestión sobre la que volveremos en los próximos capítulos.
Doble condición de validez de esta tipología
Pese a las críticas de que ha sido objeto, la tipología bipolar sigue siendo el marco principal
de la sociología comparada. A condición, sin embargo, de que no olvide dos realidades
esenciales. En primer lugar, que los dos tipos de sociedad pueden coexistir en el seno de
una misma sociedad global concreta. En efecto, puede afirmarse que, si bien hay sociedades
que son exclusivamente tradicionales, no hay ninguna, sin embargo, que sea íntegramente
una sociedad tecnológica. En todas las sociedades modernas, incluso en las más
industrializadas, Canadá, Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, URSS o Japón, unas
formas de sociedad tradicional — en el campo y, para el caso de América del Norte, entre
las tribus indias — cohabitan con la civilización tecnológica.
En segundo lugar, es necesario subrayar la existencia de no pocas variantes en la sociedad
tradicional. El ingente número de estudios antropológicos y etnológicos existente es prueba
elocuente de este hecho.
La sociedad tecnológica, por su parte, parece también encaminarse hacia la diversificación.
En ambas, cabe observar diversas formas de transición, en número siempre creciente.
No es éste el lugar indicado para examinar detalladamente esas distinciones. Pero, para
completar el cuadro bosquejado en las páginas precedentes, presentaremos los principales
subtipos de sociedad tradicional y de sociedad tecnológica.
SOCIEDADES ARCAICAS Y SOCIEDADES CAMPESINAS
De acuerdo con la sugerencia de Robert Redfield cabe distinguir dos subtipos principales
de sociedad tradicional: la sociedad arcaica y la sociedad campesina. Podemos sobre todo
diferenciarlas entre sí de dos maneras.
Modos de subsistencia y tecnología
En primer lugar, la sociedad campesina está necesariamente integrada por agricultores y (o)
pastores, mientras que la sociedad arcaica suele buscar su subsistencia en la caza y en la
pesca. La sociedad campesina es, pues, mucho más sedentaria que la arcaica, por estar
estrechamente vinculada al suelo. De otro lado, para el cultivo de la tierra, la sociedad
campesina recurre a la domesticación de animales (buey, búfalo, caballo, etc.), mientras
que en las sociedades arcaicas es mucho más raro que se asocie el animal a los trabajos del
hombre. A la par con la domesticación de animales, la sociedad campesina se beneficia de
un utillaje más considerable y más perfeccionado que la sociedad arcaica. Finalmente, se
registra en la sociedad campesina un derecho regulador de la propiedad del suelo. Éste
puede pertenecer a un gran propietario en un régimen feudal o señorial, o a la colectividad,
o a un grupo de familias, o cada familia individual. En la sociedad arcaica, la propiedad del
suelo, cuando existe, es mucho más desdibujada, más flexible, y jamás está regulada por un
derecho tan detallado como el vigente en la sociedad campesina.
Cabe pues considerar, en la evolución humana y social, a la sociedad campesina como más
«avanzada» que la sociedad arcaica. La sociedad campesina es fruto de la primera gran
revolución técnica, la revolución agrícola, que progresivamente ha hecho al hombre,
vinculándole al suelo mediante la propiedad inmobiliaria.
Relaciones con la ciudad
La segunda diferencia entre la sociedad campesina y la sociedad arcaica estriba en el hecho
de que la primera se sitúa generalmente en la órbita de centros urbanos y en el marco de
una «gran civilización», mientras que la segunda está aislada, encerrada en sí misma, con
su gobierno propio, con sus leyes peculiares, sin más relaciones que las mantenidas con
algunas sociedades cercanas ¿e su misma especie. La sociedad campesina, en cambio,
conoce la cít4d. o sabe al menos de su existencia. Puede incluso mantener c d medio urbano
relaciones frecuentes: la ciudad es el mercado para excedentes de su producción agrícola;
es el lugar de atracción & los jóvenes que abandonan el campo; puede ser también el lugar
de residencia del gran propietario de las tierras o de la pesca que otorga los créditos a los
campesinos; la ciudad es asimiszna la sede principal del gobierno, etc. La sociedad
campesina sufre pix, en grados diversos según los casos, la influencia de la dudad, ¿e sus
modas, de ‘sus ideas, de sus invenciones, de sus leyes, de su gobierno, de sus guerras, de
sus ciclos económicos, etc.
Salida de su aislamiento, puesta bruscamente en contacto cosa la sociedad urbana o
tecnológica, la sociedad arcaica corre muda más el peligro de desorganizarse o de sufrir,
por lo menos, violento choque y conocer hondas perturbaciones. La sociedad campesina,
por su parte, posee un largo hábito de coexistencia con la ciudad, ha desarrollado a su
respecto mecanismos de defensa y protección, y ha aprendido desde mucho tiempo atrás a
asimilar a su modo y a su propio ritmo lo que le aporta la sociedad urbana.
Estudios antropológicos y sociológicos de las sociedades campesinos
Cuando Redfleld describe lo que él da en llamar folk society, está claro que piensa sobre
todo y quizá exclusivamente en la sociedad arcaica. Es algo singularmente evidente en su
artículo del «American Journal of Sociology» que antes hemos citado. El propio Redfield
cuenta cómo la antropol0g, tras haber concentrado su atención exclusivamente en las
sociedades arcaicas, ha “descubierto” progresivamente las sociedades campesinas gracias a
los estudios efectuados en América latina, en África y en Oriente ‘. En ocasión de su
estudio sobre la aldea mexicana de Tepóztlafl, al nos hemos referido anteriormente,
Redíield saca la conclusión al que la sociedad campesina constituye un tipo de sociedad
«intermedia entre la tribu y la sociedad moderna» u, idea que luego ha desarrollado y
sistematizado u, Algunos antropólogos y ciertos geógrafos son sobre todo quienes estudian
hoy los medios rurales. Los 5ociólogos, por su parte, se han consagrado más bien al análisis
& la sociedad tecnológica y urbana, descuidando quizá demasiado tos medios rurales.
Existe sin embargo una cierta tradición de «sociología rural» digna de ser reemprendido y
ampliada.
Hasta comienzoS del siglo xix, la inmensa mayoría de los hombres vivían en sociedades
tradicionales, campesinas o arcaicas. Así sucedía en todos los contineflte Pero una minoría
más o menos importantes según las civilizaciones y las épocas, habitaba en las ciudades.
Éstas, evidentemente, no datan de la era industrial, ya que tienen una historia de por lo
menos 5000 años, historia que probablemente se remonta hasta 7000 y 8000 años atrás.
Hasta el siglo XVIII, sin embargo, la ciudad era bastante diferente de la actual, por cuanto
se trataba de una ciudad preindustrial. Si, como acabamos de ver, la sociedad campesina
puede ser considerada como un tipo social intermedio entre la sociedad arcaica y la
sociedad moderna, la ciudad preindustrial puede ser considerada asimismo como otro tipo
de sociedad intermedia entre la sociedad tradicional y la sociedad tecnológica. A este título,
forma una categoría particular, que merece ser estudiada en cuanto tal.
Las ciudades preindustriales han sido objeto de buen número de estudios por parte de
arqueólogos e historiadores. Gideon Sjoberg se propuso, a partir de tales estudios, elaborar
el «tipo puro» (que él denomina constructed type) de la ciudad preindustrial. Resumiremos
aquí sus principales características.
Organización social
La ciudad preindustrial nunca alcanzó las proporciones de Ja ciudad moderna: sólo unas
pocas contaron con más de 100 000 habitantes, oscilando la mayoría entre los 5000 y los 10
000. Su organización está rígidamente jerarquizada en clases y (o) en castas: en la cúspide,
urja reducida clase o casta dominante, rica y poderosa; a veces, una cierta clase media; un
grupo aún más desfavorecido de parias, y, en algunas ocasiones, una masa de esclavos. La
movilidad social es casi inexistente: se vive y se muere en la clase o casta en que se ha
nacido.
La jerarquía social se traduce de varios modos en la vida social. En la ecología de la ciudad,
por ejemplo: las clases o castas están enclavadas en sectores fácilmente identificables. La
indumentaria, los modales, el lenguaje, el nivel y el tipo de vida suelen ser muy diferentes
de una sociedad a otra. Sólo la clase dominante tiene acceso a la instrucción. En sus manos
se concentran también buena parte de las riquezas y todo el poder político, económico y
religioso. La autoridad y el poder de esta clase se fundan en la tradición y en ciertos
principios absolutos (el «derecho divino» o una superioridad humana hereditaria).
Estructura económica
Desde el punto de vista económico, la ciudad preindustrial es un centro de fabricación
artesana y de comercio. Los artesanos y los comerciantes suelen estar agrupados en
corporaciones dotadas de funciones jurídicas (control de la competencia y de la calidad de
la mercancía) y educativas (formación de aprendices). Muy a menudo, las ocupaciones
están también reagrupadas por calles, que llevan el nombre del oficio que en ellas se
practica. Pero el comercio padece una falta de «estandarización» de los precios, de la
moneda, de los pesos y medidas, y a veces se resiente también de la mala calidad de los
productos.
Integración política y social
Desde el punto de vista político, el poder es generalmente autoritario y no democrático. El
monarca se rodea a menudo de una corte de grandes señores y se hace asistir .por un
personal de burócratas reclutados conforme a unas bases más particularistas que
universalistas: el nacimiento cuenta mucho, pero también es posible comprar plazas de
burócratas.
La religión, en fin, constituye un poderos9 factor de control e integración. Estrechamente
vinculada al poder político, es general mente única, colectiva y casi obligatoria. Las fiestas
y las ceremonias religiosas son las principales ocasiones que reúnen a los grupos, tan
separados, de esa sociedad. Los extranjeros que no comulgan con la religión colectiva son
puestos aparte y relegados a menudo entre los parias.
Ciudad preindustrial, sociedad tradicional y sociedad tecnológica
Como el lector habrá advertido, la ciudad preindustrial incluye ciertas características de la
sociedad tradicional: su unanimidad religiosa, su concepto del poder y de la autoridad.
Difiere de ella, sin embargo, por la concentración de la población, por los modos de vida,
por la impermeabilidad que distingue a los grupos constitucional de la sociedad. Pero la
ciudad preindustrial es ya un «medio orgánico» que prefigura la ciudad moderna. Esta
última, por lo &imí,,, encontraría en la primera el medio favorable a su desarrollo. El
efecto, en las ciudades preindustriales se ha forjado y operable revoluci6n industrial.
Por otra parte, la ciudad preindustrial se distingue también la ciudad moderna, en particular
por su economía artesana, w ínfimo nivel de vida para la inmensa mayoría de sus
habitantes. psir su sistema de clase cuya rigidez es tal que mejor sería hablar ¿e sistema de
casta, y por su unidad religiosa y cultural. Se comprenderá ahora por qué hemos preferido
oponer a la sociedad tradicional La sociedad tecnológica, y no la sociedad urbana: esta
última se ¿es. dobla en dos subtipos, la ciudad preindustrial y la ciudad moderado muy
diferentes la una de la otra.
SOCIEDAD INDUSTRIAL Y SOCIEDAD POSTINDUSTRIAL
Hemos dicho ya que un determinado número de autores oponen la sociedad tradicional a la
sociedad industrial. Si hemos preferido hablar de sociedad tecnológica, es porque desde
hace algún tiempo un número creciente de sociólogos ha empezado a decir que, l menos en
los países más avanzados, la sociedad industrial está trance de evolucionar, ante nuestros
ojos, hacia otro tipo de sociedad. Las características de esta «nueva sociedad» no parecen
sin embargo estar aún netamente dibujadas, dado que se vacila mucho en atribuirle un
nombre: unos hablan de sociedad postindustrial actitud ciertamente prudente!), otros de
sociedad de masas, otros de sociedad de consumo, o de sociedad opulenta, y hasta se ha
hablado recientemente de sociedad posmoderna. Lo que se quiere decir es que la sociedad
industrial y la sociedad postindustrial son dos subtipos de la sociedad tecnológica, cada vez
más diferenciados.
La sociedad industrial, por su parte, tomó forma en el mundo occidental a fines del siglo
xviii y comienzos del XIX. Era el resultado de la revolución técnica, científica e intelectual
que se produjo en es-época, y del impacto que esa revolución tuvo sobre el trabajo, las
costumbres, las .ideas, la organización socioeconómica, las estructuras políticas, etc. Hacia
ese tipo de sociedad evolucionan jct1mente buen número de los llamados países en vías de
desarrollo, C,to se verá en un capítulo ulterior. Lo descrito antes bajo el nombre de
sociedad tecnológica corresponde muy bien al subtipo sociedad industrial, al menos tal
como ésta se ha realizado en su norma más «avanzada» en el mundo occidental de la
primera mitad ¿el siglo XX.
Sin embargo, con la llegada de la segunda mitad del siglo XX, La sociedad occidental ha
empezado a conocer transformaciones tan profundas que, al parecer, asistimos hoy al
nacimiento de un nuevo subtipo de sociedad tecnológica. Así como la sociedad industrial e
mostraba a los filósofos de comienzos del siglo XIX en su fase de gestación así también la
sociedad postindustrial, según la conocemos hoy, se encuentra a su vez en un estado
embrionario. De ahí que la «nueva sociedad» postindustrial tenga todavía mucho en común
con la sociedad industrial. La descripción de la sociedad tecnológica antes transcrita se
aplica aún muy bien a ella. Ciertas características, sin embargo, se afirman ya como
distintivas y propias de esa nueva sociedad. Vale la pena que mencionemos aquí algunas.
Predominio del sector terciario
En primer lugar, crece muy rápidamente en la sociedad post- industrial el sector terciario de
producción y de empleos, hasta el punto de preverse, como se ha indicado ya antes, que ese
sector muy pronto acogerá a la mayoría de la mano de obra. El trabajador típico de la
sociedad postindustrial no será tanto el obrero, el trabajador manual, cuanto el técnico, el
ingeniero, el administrador, el oficinista. Tal es el resultado del progreso técnico. Muchos
obreros son progresivamente sustituidos por máquinas cada vez más automatizadas, gracias
sobre todo al desarrollo de la electrónica y de la cibernética. La automación requiere, a su
vez, un nuevo personal de técnicos y más empleados en las oficinas, el comercio, los
transportes, los servicios, etc. La clase obrera, núcleo de la sociedad industrial del siglo
XIX, sufre asimismo una honda transformación debida a los cambios tecnológicos que han
entrañado una rápida evolución de los medios y relaciones de producción. Se habla incluso
de una «nueva clase obrera», más compleja que la del siglo xix, en la que se hallan reunidos
antiguos artesanos y técnicos modernos, y en donde los, niveles de especialización se
multiplican, y cuyas actitudes sindicales y políticas son más diversificadas
Civilización del ocio
El incesante progreso técnico en la producción entraña asimismo dos importantes
consecuencias. En primer lugar, la disminución de las horas de trabajo. Es innegable que
los comienzos de la revolución industrial se caracterizaron por una desvergonzada
explotación de la mano de obra obrera, como consecuencia de la dura competencia
existente entre los empresarios capitalistas y del afán del lucro que les animaba: no era raro
que la semana laboral fuera de 70 a 80 horas, tanto para las mujeres y los niños como para
los hombres, retribuida con salarios muy bajos y en unas condiciones higiénicas pésimas.
Tal era aún la situación a fines del siglo XIX
Actualmente, la semana laboral normal alcanza tan sólo la mitad de lo que fue antaño, hasta
el punto de afirmarse hoy que se ha accedido ya a la «civilización del ocio», por la que se
entiende no sólo que él trabajador se beneficia de muchas más horas de ocio, sino también
que ese mismo ocio se convierte en un problema, en la medida en que no es utilizado para
la elevación del nivel cultural de la colectividad entera y de cada uno de sus miembros. La
organización comercial del ocio ha cobrado un auge extraordinario, hasta el punto de
convertirse en un importante sector de la actividad económica: piénsese, por ejemplo, en las
considerables sumas invertidas en los distintos deportes (deportes privados, deportes
profesionales) y en las competiciones deportivas, en el cine, en las salas de diversión de
toda índole, en el turismo, etc. La «sociedad de consumo» consiste, en buena parte, en el
consumo de ocios.
Importancia de la instrucción
La segunda consecuencia del reciente progreso técnico es seguramente la expansión sin
precedentes que conoce actualmente el sistema docente y la importancia cada vez mayor
que se presta a la instrucción. No hace aún mucho tiempo, la mayoría de la población sólo
podía beneficiarse de la enseñanza primaria, siendo la enseñanza media privilegio de un
reducido número de jóvenes. Actualmente, en las sociedades más industrializadas, la
inmensa mayoría de los jóvenes emprenden estudios secundarios. Se habla asimismo de
«educación permanente» como corolario necesario, a la vez, de una civilización del ocio y
de una tecnología en constante progreso. Por primera vez en la historia de la humanidad,
pronto veremos sociedades cuya población habrá cursado en su casi totalidad al menos
parte de los estudios secundarios. Es demasiado pronto para predecir qué tipo de sociedad
resultará de todo esto, pero es innegable que este hecho constituye un poderoso factor de
transformación social y cultural, que tendrá un profundo impacto sobre la nueva sociedad
postindustrial.
Medios de comunicación de masas
Entre los progresos de la tecnología, uno de los que más afectan a la vida social
contemporánea, y sobre todo a la mentalidad moderna, lo constituyen indudablemente las
técnicas de comunicación de masas. El cine, la radio, la televisión se han sumado a la
imprenta, que ha conocido a su vez progresos considerables, hasta el punto de que el libro
de bolsillo debe contarse prácticamente entre las técnicas de comunicación de masas. Se
habla de una nueva de masas», en parte porque las técnicas modernas de comunicación se
dirigen simultáneamente a masas considerables de oyentes, a quienes bombardean
incesantemente con ideas nuevas, imágenes, mineros, y en quienes suscitan, mediante la
publicidad o de otro modo, aspiraciones y necesidades siempre renovadas. Varios estudias
han sido consagrados ya a la influencia ejercida por estos media hemos hablado de ello a
propósito de la socialización (cf. cap q. Pero se trata de un campo muy poco explorado aún.
En todo campo puede afirmarse que el «hervidero de ideas» característico de la sociedad
tecnológica adquiere sin duda alguna mayores proporciones por la vía de las técnicas
modernas de comunicaci6n, que esfuerzos cada día al oyente a escuchar debates, en los que
incluso se ve inducido a tomar una parte activa. De otro lado, las comunicaciones & masas
borran las fronteras entre regiones y entre países, y su primera también las del pensamiento.
Con el uso que muy pronto se hará ¿st los satélites, la comunicación cobrará más que nunca
una dimensión planetaria. La interdependencia entre las culturas regionales y nacionales, en
y por la «cultura de masas», se convierte en un hecho tan importante y vital como la
interdependencia de las económicas nacionales.
Multitud anónima» y estructuras políticas
Quizá sea en el terreno político sobre todo donde las consecuencias de la sociedad de masas
han sido y son aún más analizadas y más apasionadamente discutidas. Varios
investigadores han insistido en el hecho de que asistimos, en la sociedad de masas, a una
debilitación de las antiguas estructuras locales e intermedias que, tanto en la sociedad
industrial como en la sociedad tradicional, aseguraban la integración social de los
individuos: oficios, profesiones, asociaciones voluntarias, clases sociales. La acción política
descansa actualmente en vastas organizaciones o movimientos de masas, en los que los
individuos sólo pueden participar de una manera anónima, impersonal y, en definitiva, muy
aislada. Una nueva forma de alienación está en trance ¿‘e caracterizar a esta sociedad, la de
la «multitud anónima. En una sociedad tan atomizada, los fundamentos del gobierno
democrático estarían gravemente comprometid05, dado que la çesentació1 pluralista de los
diferentes intereses y de los diferentes puntos de vista es cada vez menos posible, no
prestándose ya a ello la estructura misma de la sociedad, El poder político podría entonces
concentrarse exclusivamente en las manos de los profesionales de la política, de los
tecnócratas y de un determinado número & especialistas en la manipulación de la opinión
política. Por otra paute, los movimientos de contestación o de oposición están asimismo
frecuentemente inspirados por un extremismo que no es menos antidemocrático. La
sociedad de masas constituiría pues un medio favorable a la aparición de nuevas formas de
dictadura y de totalitarismo
Movimientos sociales y participación
Aun cuando este análisis no deje de tener su parte de verdad, su pesimismo ha sido de algún
modo atenuado por las recientes investigaciones relativas a los movimientos sociales y
políticos. a las manifestaciones de protesta y a las varías formas de extremismo político .
Estos estudios han puesto particularmente de relieve la elaboración de nuevos modos de
participación social y política a través de tales movimientos, han evidenciado asimismo el
hecho de que, en esos movimientos, algunos grupos, estratos o clases sociales encuentran
una nueva identidad, una conciencia colectiva, e intentan integrarse o reintegrarse en la
sociedad global que hasta entonces los había olvidado o dejado de lado. En realidad, la
sociedad de masas ha reavivado sentimientos de pertenencia y solidaridad en grupos
anteriormente desorganizados y pasivos, como, por ejemplo, los negros norteamericanos o
los pobres y los asistidos sociales. Que unos movimientos de contestación quebranten, en
consecuencia, «las reglas del juego» de la democracia quizá, en definitiva, es menos
atribuible a la sociedad de masas en sí misma que a la sociedad de opulencia en la que las
diferencias entre status y entre niveles de vida resultan singularmente manifiestos, más
acentuados que antaño y cada vez menos tolerados y tolerables. Por otra parte, se ha
demostrado que precisamente en las capas sociales que han sufrido largas frustraciones y
una prolongada alienación, y han gozado de menos instrucción, cuajan las actitudes
totalitarias . Estas capas sociales son las que más implicadas están en los movimientos
«contestatarios».
Agitación y contestación
Es probable que la sociedad de masas esté destinada a conocer una existencia bastante
agitada y propicia a las perturbaciones. Por el «hervidero de ideas» que suscita, por las
aspiraciones que aviva y provoca en los individuos y en las colectividades, por las nuevas
necesidades a que da lugar y por las frustraciones que implica, la sociedad de masas se
caracterizará, muy probablemente, no tanto por la «estandardización» y la nivelación
culturales, que a menudo se le atribuyen, como por una permanente agitación social y por
unos movimientos «contestatarios» más o menos violentos. Tal vez sea éste uno de los
rasgos más sobresalientes de esa nueva sociedad. Lo que hasta el momento conocemos de
ella da pie a esta previsión.