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LA ORGANIZACIÓN SOCIAL;
CLASIFICACIONES Y TIPOLOGÍAS
Franquearemos, en esta segunda parte, una etapa importante. En los capítulos precedentes,
la acción social ha sido analizada exclusivamente en el contexto de los diversos elementos
culturales (modelos, valores, símbolos, ideologías) que la condicionan, la ordenan y la
motivan. Si nos atuviéramos a esta sola perspectiva, mereceríamos con razón el reproche de
establecer una ecuación entre toda la realidad social y la cultura, de reducir la sociología a
lo que se da en llamar el «culturalismo». Una determinada antropología, en particular la
emanada de B. Malinowski, no ha eludido totalmente este escollo. La aproximación
culturalista, aun cuando pueda constituir un excelente punto de partida en sociología (no el
único, sin embargo), debe a fin de cuentas abrirse a una visión más global de la realidad
social.
Ha llegado, pues, el momento de ensanchar nuestra visión de la acción social. La
situaremos ahora en un contexto más amplio que el de la cultura sola, es decir, en el
contexto de la organización social total. Veamos primero lo que esto significa. Podremos
emprender luego la exposición de lo que nosotros consideramos como las dos tradiciones
sociológicas del estudio de la organización social.
CULTURA, ESTRUCTURA Y ORGANIZACIÓN SOCIAL
Hemos insistido anteriormente en la necesidad de distinguir, en la acción social, el plano de
las conductas de los actores y el plano de los conjuntos sociales o colectividades. El estudio
de la organización social se sitúa totalmente al nivel macrosociol6gico de los conjuntos
sociales. De ahí la necesidad de una segunda distinción, entre los elementos culturales de
una colectividad, por un lado, y, por otro, lo que vamos a llamar aquí sus elementos
estructurales.
Elementos culturales
Para comprender el sentido de estas expresiones, analizaremos un ejemplo concreto, el de
la universidad. La acción de los diferentes actores que pueblan y componen una universidad
se inspira en un universo cultural característico de todas las universidades y propio, al
mismo tiempo, de cada uno de ellas. Dichos actores tienen en común ciertos valores sobre
todo: respetan el conocimiento bajo sus diferentes formas, otorgan un valor a la
investigación, tienen en gran estima el trabajo intelectual. Estos ideales no se realizan a
idéntico título en la vida de cada profesor, de cada estudiante y de cada universidad. Pero
no por esto dejan de ser valores a los que se aspira en toda universidad. Para convencerse
de ello, es suficiente imaginar la reacción que provocaría un rector cualquiera en una
universidad cualquiera, si pretendiese elogiar públicamente la ignorancia, el oscurantismo,
la pereza y la pasividad intelectual.
A los valores universitarios corresponden unos modelos muy concretos de conducta,
válidos para el conjunto de los actores de la universidad (el silencio en la biblioteca, por
ejemplo), y unos modelos inherentes a los diferentes roles que conlleva la organización
universitaria. Se podría, pongamos por caso, deducir el código ¿ti.. co, más implícito que
explícito, que regula la conducta del profesor universitario, en lo que respecta al tiempo que
debe consagrar a la preparación de su materia, a sus estudiantes, a la investigación; en lo
que atañe a la calidad y objetividad de sus lecciones, a la parte que debe asumir de las
diversas tareas administrativas, a sus relaciones con su jefe de departamento, con su
decano, con el rector, con el personal administrativo y con el secretariado; en lo que
concierne a su asiduidad y a su modo de vestir. También se podrían multiplicar asimismo
fácilmente los ejemplos del simbolismo en el que se halla inmersa la vida universitaria. En
la universidad, lugar de transmisión del saber, el lenguaje hablado y escrito ocupa
evidentemente un lugar privilegiado, a propósito de todos los procesos de comunicación
que exige la función educativa universitaria. Pero también cabe encontrar ahí un
simbolismo propio de la vida universitaria, por cuyo medio se estructuran las relaciones
entre los actores: símbolos de rol, de posición, de prestigio, de autoridad; símbolos de
participación en ocasión de las fiestas, de los aniversarios, de las ceremonias, de las
manifestaciones artísticas, deportivas, políticas, etc.
Elementos estructurales
Pero todo esto, que compone el universo cultural de la universidad, no es más que un
aspecto de la vida universitaria considerada en su totalidad. El análisis concreto de una
universidad nos revelará otros muchos elementos, no culturales en este caso. He aquí los
principales:
1. En primer lugar, vemos a los diferentes actores entregarse diariamente a buen número de
actividades o tareas diversas: asistencia a clase, participación en seminarios o en trabajos
prácticos de laboratorio, redacción, investigación en la biblioteca, recepción de visitantes,
conservación de los inmuebles, control de los libros, mecanografía, reuniones de comités,
etc. Todas estas actividades están ordenadas a las funciones particulares de la universidad
(docencia e investigación), y cada una de ellas concurre a su modo al desenvolvimiento de
tales funciones.
2. Cada una de esas actividades individuales y colectivas cobra un sentido por referencia a
la contribución que aporta a las funciones o a los objetivos de la universidad, mediante lo
que se ha dado en llamar la división del trabajo, por la que se precisan los status y los roles.
La distribución de las tareas entre todos los actores de la universidad determina el hecho de
que unos enseñen, otros estudien, otros administren, otros aseguren el trabajo de secretaría,
otros cuiden de los inmuebles y el mobiliario, etc.
3. El cumplimiento de esas diversas tareas entraña la creación de buen número de redes de
relaciones sociales. No es necesario que cada profesor conozca a todos los estudiantes, pero
sí debe conocer a algunos en particular. Un decano no está obligado a conocer a los
carpinteros, a los cerrajeros, a los conserjes, a los pintores que trabajan en la universidad;
pero el jefe de los talleres sí debe conocer a cada uno de ellos, etc.
4. Las redes de relaciones sociales y la división del trabajo se formalizan en marcos
organizados, llamados facultades, departamentos, secciones, institutos, servicios
administrativos. Cabe también encontrar conjuntos de personas reagrupadas en sindicatos,
asociaciones, clubs, partidos, movimientos, y hasta sociedades secretas.
5. Más allá de los marcos formales en cuyo seno se reagrupan y trabajan los diferentes
actores, las redes de relaciones sociales implican la formación de grupos menos formales,
más espontáneos: círculos de amigos, pandillas, grupos no organizados de discusión, de
investigación, de preparación de exámenes.
6. Las relaciones sociales se inscriben en el marco de diversas jerarquías, constituidas por la
escala de los diversos niveles de autoridad, de los títulos y estatutos, de los grados, etc. La
escala en cuestión resulta de las distinciones entre profesores, entre estudiantes más jóvenes
y estudiantes más avanzados en la carrera, entre las categorías o clases a propósito de la
contratación y promoción del personal no docente.
7. Las relaciones sociales en el seno de la universidad pueden caracterizarse por la
colaboración, pero pueden también incluir una parte de competición, de competencia entre
actores o entre grupos de actores (entre facultades, entre departamentos, entre institutos,
entre sindicatos), o pueden asimismo dar lugar a relaciones de oposición, conflicto o lucha
más o menos larvada. Son otras tantas modalidades de relaciones sociales.
8. Las actividades de los diversos actores de la universidad, y las redes de relaciones que se
constituyen en su seno, dependen, en parte, de las diversas condiciones físicas o materiales.
No es indiferente, por ejemplo, que el campus sea extenso o reducido, que los inmuebles se
hallen concentrados en un mismo lugar o se distribuyan sobre una vasta superficie, que
sean nuevos o vetustos, que estén situados en el centro de una gran ciudad o en el campo.
El trabajo y las relaciones sociales de los actores están asimismo condicionados por la
estructura y la disposición de los locales: anfiteatros, aulas y seminarios, laboratorios,
bibliotecas, despachos de los profesores, centros recreativos o culturales, restaurantes,
residencias. El mobiliario de esos locales también cuenta, así como la cantidad y calidad de
los diversos objetos materiales utilizados por los actores en sus diferentes actividades:
libros, documentos, aparatos de laboratorio, medios audiovisuales, etc.
9. La universidad tiene unas exigencias financieras y debe disponer de fuentes especiales de
financiación. Estas fuentes pueden ser varias: subvenciones del Estado, derechos de
inscripción de los estudiantes, donativos. Las actividades de los actores se verán afectadas
diversamente según que los recursos financieros de que dispone la universidad provengan
de una fuente concreta y no de otra, o sean más o menos limitados, y según que la
universidad esté precaria o abundantemente dotada, o que su desarrollo resulte entorpecido
o favorecido.
10. Una universidad está también situada en el tiempo, factor que le confiere una edad. Su
organización y sus actividades podrán variar de una universidad nueva a una que sea rica y
encierre muchas tradiciones a la vez.
11. Finalmente, el medio en que se halla inmersa condiciona también la vida de una
universidad. Podrá variar de una universidad radicada en un país industrializado a otra
enclavada eh una joven nación en vías de desarrollo. El hecho de estar rodeada de otras
instituciones universitarias o de encontrarse aislada, el hecho de estar inserta en un régimen
político totalitario o en un régimen democrático, etc., influyen si mismo sobre la vida de
una universidad.
Todos estos aspectos de la vida universitaria, que precisan, condicionan, determinan o
encuadran la acción social de los actores, no pueden ser asimilados sin embargo a lo que
cabe identificar como la cultura de la universidad. Tales aspectos son generalmente
conocidos bajo la expresión «elementos estructurales» de la organización social.
Las definiciones de la cultura son abundantes en sociología y en antropología; pero, en
cambio, es muy difícil dar con una definición satisfactoria de los elementos estructurales.
Los autores suelen limitarse, por regla general, a una enumeración más o menos larga de
los mismos, como acabamos de hacer aquí, y como también lo hace el sociólogo canadiense
Fernand Dumont en el texto siguiente: «La sociología y la antropología giran
incesantemente, sin alcanzar a establecer todavía una delimitación precisa, en torno a una
distinción fundamental entre estructura y cultura. De un lado, bajo la figura de la estructura,
la realidad social es considerada como una forma objetiva en la que se subrayan los datos
demográficos y económicos, como también ciertos aspectos de la organización social (por
ejemplo, aquellos que se plasman en status y roles) y determinadas agrupaciones que
parecen imponerse a las primeras percepciones concretas (la noción o las clases, pongamos
por caso). De otro lado, bajo las imágenes adoptadas por la noción de cultura, la realidad
social se presenta como configuración espiritual o “conciencia colectiva”, como un
universo mental del que participan los individuos y por el que son definidos»’.
Cabría además clasificar los elementos estructurales en dos subgrupos distintos: los
elementos morfológicos y los elementos estrictamente sociales. Míle Durkheim y sus
discípulos, y entre ellos Marcel Mauss y Maurice Halbwachs sobre todo, han recurrido a la
expresión «morfología social» o «substrato morfológico» para designar «a la masa de los
individuos que integran la ‘sociedad, a su modo de disponer del suelo, de la naturaleza y de
la configuración de las cosas de toda índole que afectan a las relaciones colectivas» 2• Los
elementos morfológicos de la universidad serían pues en particular los enumerados antes
con los números 8, 9 y parte del 11. Los elementos estrictamente sociales estarían 0stituidos
por todas las modalidades de estructuración de las relaciones sociales en agrupados en
organizaciones en asociaciones, en jerarquías, en redes de colaboración, de competición de
conflicto etc.
Definición de la organización social
Cualquiera que sea el valor que quepa otorgar por ahora a esta subdivisión, lo que hemos
querido evidenciar aquí es el hecho de que todos esos elementos llamados estructurales
forman parte de la vida colectiva de la universidad y contribuyen a su organización en
estrecha vinculación con los elementos culturales. Elementos estructurales y elementos
culturales están íntimamente asociados y en constante interacción. La cultura refleja
elementos estructurales, se inspira en ellos para crear modelos, símbolos, sanciones; para
precisar el contenido normativo de los roles. Los elementos estructurales, por su lado,
obedecen en cierta medida a las representación a los valores, a las ideologías, a los
símbolos de la cultura, al tiempo que pueden también condicionados y a menudo resistiese
a ellos o contradecit1os. Importa, pues, saber distinguir, para los fines del análisis, entre
elementos culturales y elementos estructurales. Pero importa asimismo, para los fines de la
síntesis, saber interpretar ambas clases de elementos y captar sus interacciones. Porque, en
definitiva, de la síntesis de los elementos culturales y estructurales se desprende lo que cabe
denominar la organización social de una colectividad, que definiremos ahora como la
ordenación global de todos los elementos que sirven para estructurar la acción social, en
una totalidad que ofrece una imagen, una figura particular diferente de las partes que la
componen y diferente también de otras posibles ordenaciones.
De la universidad (en general) puede pues decirse que presenta una organización social que
la distingue de otros tipos de ordenación de la acción social (fábrica, familia, tribunal de
justicia). Cabe también la afirmación de que una universidad concreta (la Universidad de
Harvard, la Universidad de París, la Universidad de Montreal) posee una organización
social que la caracteriza y le confiere una identidad propia, distinta de la de otras
universidades. El ejemplo utilizado ilustra quizá con singular claridad la distinción entre
elementos culturales y elementos estructurales y su síntesis en una organización social. Este
mismo procedimiento analítico y este mismo esquema teórico pueden, sin embargo,
aplicarse a cualquier otra colectividad: la fábrica, la ciudad, la región, la clase social, la
profesión, la familia, el parentesco, la sociedad global ofrecen una organización social, en
el sentido antes apuntado, organización en la que se entremezclan los elementos
estructurales y los elementos culturales.
En el vocabulario aquí adoptado, la organización social es, pues, para cualquier
colectividad de actores sociales, el contexto analítico más completo en el que se inserta la
acción social. La organización social, en efecto, resulta de la totalidad de la acción social en
el seno de una colectividad dada, habida cuenta de todos los elementos culturales y
estructurales, de todas las variables, de todos los factores que determinan, organizan,
orientan y suscitan la acción de cada uno de sus miembros.
En esta segunda parte de nuestra Introducción a la sociología general, nuestro objeto es
precisamente el estudio de la organización social. Significa esto que hemos accedido
plenamente al plano macrosociológico. Para situarnos a este nivel de un modo más
completo aún, veremos sobre todo cómo la sociológía ha abordado el estudio de la
organización social de las sociedades globales. En primer lugar, porque, al ser las
colectividades concretas más completas, las sociedades globales dan lugar al análisis
sociológico más general. En segundo lugar, el estudio de la organización social de otras
colectividades más reducidas (medio laboral, familia, organización burocrática) nos
obligaría a abarcar un dominio demasiado vasto y sumamente diversificado.
NOTA DE SEMÁNTICA
Pero, antes de emprender esta investigación, se impone una previa observación relativa a la
semántica. Resulta divertido, deplorable a veces, pero siempre paradójico el hecho de que
los sociólogos y los antropólogos apenas hayan sabido utilizar de una manera colectiva los
símbolos lingüísticos. Pesa sobre ellos la triste reputación de no entenderse cuando hablan
entre sí. En el terreno macrosociológico sobre todo, se dan quizá las mayores vacilaciones
tocante al vocabulario: los términos se mezclan y confunden caóticamente y se nos escapan
de los dedos.
De ahí la necesidad de recurrir a lo que el lingüista R. Jakobson da en llamar la «función
metalingüística» del lenguaje, función que cabe encontrar «cada vez que el destinador y (o)
el destinatario juzgan necesario verificar si utilizan realmente o no el mismo código».
Vamos a precisar pues la terminología que hemos adoptado aquí.
Tipos sociales
Durkheim, como veremos más adelante, recurrió a la expresión tipos sociales» para
designar lo que aquí damos en llamar la organización social, la de las sociedades globales
en particular ‘. M. Steinmetz siguió su ejemplo , pero la expresión no hizo fortuna. Por lo
demás, resulta ambigua, dada su íntima dependencia de la tradición tipológica a la que
luego nos referiremos.
Estructura social
De otro lado, muchos autores utilizarían la expresión «estructura social» allí donde nosotros
hablamos de organización social . La expresión «estructura social», en efecto, aparece
abundantemente en la antropología y la sociología contemporáneas. Pero no es menos
ambigua que la precedente. Veremos, en un capítulo ulterior, cómo la noción de estructura
se presta a discusión. Y hoy más que nunca. De hecho, hemos recurrido ya a la expresión
«los elementos estructurales», para diferenciarlos de los elementos culturales. Procediendo
de este modo, nos hemos sometido a una práctica bastante corriente, tanto en francés como
en inglés. Se ha visto, por ejemplo, cómo Fernand Dumont establecía una distinción entre
estructura y cultura. El sociólogo norteamericano Seymour Lipset, por su parte, opone y
compara las «condiciones estructurales» y los «factores culturales» en su explicación del
desarrollo económico . Habiendo utilizado ya el término «estructura» en ese mismo sentido,
y habiendo también insistido mucho, en los capítulos precedentes, en el carácter
«estructurado» de la acción social, no podíamos ahora prestar al mismo término un tercer
significado, con el consiguiente riesgo de confusión.
Organización social
Por lo que respecta a la fórmula «organización social» aquí adoptada, ofrece el
inconveniente de que el término «organización» es actualmente utilizado en sociología en
otro sentido preciso, a saber: para designar las ordenaciones formalizadas de roles
poseedoras de un carácter burocrático y que persiguen funciones definidas. Así, por
ejemplo, se dirá de la universidad que es una organización burocrática, al igual que una
empresa industrial, una firma de negocios, el Estado, un hospital, el ejército, etc. No
obstante, se habla en general de la organización en este ultimo sentido, y de la organización
social en el sentido antes definido, hecho que, cuando menos, reduce los riesgos de
confusión. Añadamos al pasivo del término la circunstancia de haber conocido una historia
un tanto agitada en la antropología inglesa, lo que evidentemente constituye un obstáculo
para nuestro propósito.
Pero, pese a todo, en A Dictionary of the Social Sciences, Robert Faris define la
organización social en los términos siguientes: «En las ciencias sociales, organización
social designa un conjunto relativamente estable de interrelaciones funcionales entre los
elementos componentes (personas o grupos), conjunto del que resultan unas características
que no se encuentran en esos elementos por separado, hecho que da lugar a una entidad sui
generis» . Esta definición de la organización social se aproxima a la nuestra en la medida
suficiente para convencernos de que utilizamos la expresión en cuestión en un sentido
relativamente corriente.
Formas sociales
Apuntemos, en fin, la posibilidad de recurrir a la expresión «las formas sociales» para
designar la organización social. El sociólogo alemán G. Simmel la ha popularizado, para
indicar «las formas que afectan a los grupos de hombres unidos para vivir los unos junto a
los otros, o los unos para los otros, O lOS unos con los otros»
Pero Simmel tuvo la desafortunada idea de oponer «la materia de la vida social» a las
formas de la vida social, distinción de la que no pudo luego desprenderse y que vicia toda
su sociología. Sin embargo, todavía se da a veces el caso de que algunos autores
contemporáneos utilicen la expresión de Simmel para designar la organización social °.
Pero, en realidad, su empleo es tan raro que recurrir a ella casi hubiese sido por nuestra
parte una forma de desviación.
DOBLE TRADICIÓN EN EL ESTUDIO DE LA ORGANIZACIÓN SOCIAL DE
LAS SOCIEDADES
Resuelto el problema semántico, podemos ahora acceder plenamente a la sociología de la
organización social.
Cuando se intenta comprender de qué modo la sociología ha abordado el estudio de la
organización social de las sociedades globales, se advierte fácilmente la existencia de una
doble tradición. Llamaremos clasificatoria a la primera, y analítica a la segunda.
Las dos tradiciones
En la tradición clasificatoria, la sociología procura captar los rasgos comunes y los rasgos
diferenciales que cabe observar cuando se procede a comparar entre sí a las sociedades
concretas e históricas, c miras a reagrupar a todas las sociedades conocidas en algunas
grandes clases o tipos. La intención manifiesta estriba aquí en alcanzar una tipología o
clasificación que permita reducir a algunas grandes categorías la multiplicidad y la variedad
de las sociedades existentes.
La sociología de tradición analítica responde más bien al deseo de elaborar un esquema
conceptual y teórico que dé cuenta de la organización de la sociedad, de su funcionamiento,
de la ordenación de sui diferentes partes, de su coherencia interna, de sus divisiones y
contradicciones, de su movimiento y de su transformación. El objetivo que se propone es
construir un «modelo» teórico que permita analizar l.i sociedad en su totalidad y en sus
partes, comprender y explicar su organización y su transformación.
Su común intención de universalidad
Esta doble tradición es característica de la labor científica en casi todos los terrenos. Toda
investigación científica consiste en una reconstrucción mental de la realidad, con miras a
descubrir el orden subyacente a la diversidad y a la incoherencia aparentes de los
fenómenos observados. En primer lugar, el sabio logra percibir ese orden no aparente,
reduciendo el considerable número de fenómenos registrados a unas cuantas clases
constituidas de acuerdo con determinados criterios, por los que se establecen las
semejanzas o las diferencias existentes entre los fenómenos. Una clasificación permite no
solamente reducir la totalidad de los hechos o fenómenos a un número manipulable de
unidades, sino también situar cada hecho con respecto al contexto global al que pertenece.
En segundó lugar, el investigador reconstruye el orden subyacente de los fenómenos
mediante la elaboración de un modelo abstracto, lógicamente coherente, que vierte en
proposiciones generales los principios de la organización .y del movimiento de los
fenómenos observados.
La clasificación y el análisis teórico tienen pues una intención de universalidad, pero en dos
sentidos diferentes. La clasificación se aplica a la constitución de un número reducido de
clases en las que quepa alojar todos los hechos observados. El análisis teórico persigue la
elaboración de un esquema teórico que dé razón de todos los fenómenos. Esta misma
intención de universalidad se reistra tanto en sociología como en las demás ciencias. Anima
a las los tradiciones aquí mencionadas.
Importa también subrayar el hecho de que ambas tradiciones — en sociologías como en las
demás ciencias — no son independientes la una de la otra. Las tentativas de clasificación de
las sociedades han ayudado a formular las cuestiones pertinentes a las que debe responder
la teoría analítica. De otro lado, los progresos de la tradición analítica permiten revisar y
perfeccionar las clasificados antiguas, y sobre todo los criterios utilizados en la elaboración
de las tipologías. Más adelante veremos a muchos autores atenerse a ambas tradiciones,
según tome uno en consideración una parte u otra de su obra.
Consagraremos este capítulo y el. siguiente al estudio de las clasificaciones de las
sociedades propuestas por determinados autores. Abordaremos luego (capítulos viii y ix)
las teorías analíticas en sociología.
TIPOLOGÍA DE LAS SOCIEDADES: DOS PROBLEMAS
Para mejor esclarecer lo que seguirá a continuación, conviene subrayar inmediatamente el
hecho de que la clasificación de las sociedades plantea sobre todo dos problemas
principales: el del criterio o criterios utilizados para reagrupar y distinguir las sociedades,
y el del carácter evolucionista de las tipologías.
El problema de los criterios
¿Cuáles son los caracteres o los elementos de las sociedades que resultan lo bastante
dominantes o lo suficientemente fundamentales como para servir de principios a una
clasificación y conferir a ésta un valor y un alcance universales? Este problema se
encuentra en la raíz de no pocos debates en sociología. Los investigadores no están de
acuerdo sobre la respuesta que debe darse a esta cuestión. El lector advertirá que una serie
de opciones básicas entre sociólogos o «escuelas sociológicas» tienen aquí su origen
principal. No puede decirse, por desgracia, que la sociología contemporánea haya
alcanzado la unanimidad a este respecto, aun cuando este problema no sea hoy tan
apasionadamente discutido como lo fue en los comienzos de la sociología. Cabe pues
encontrar en sociología buen número de clasificaciones de las sociedades, elaborada cada
una de ellas a partir de un criterio diferente. Si bien son numerosas las tipologías, no están
tan alejadas las unas de las otras como sería de suponer. Es posible transcribir — como
haremos aquí — algunas de las más representativas y conocidas clasificaciones. Será
suficiente para indicar las tendencias principales de esta parte de la sociología, desde sus
orígenes hasta nuestros días. El lector advertirá que, a pesar de todo, se desprende de ellas
una cierta unanimidad respecto a los principales tipos de sociedades.
El problema del evolucionismo
El segundo problema planteado es el del carácter evolucionista o histórico inherente a toda
clasificación de las sociedades. En efecto, tan pronto como se procede a comparar unas
sociedades entre sí, con miras a delimitar sus rasgos comunes y sus rasgos diferenciales, se
ve uno obligado a distinguirlas según su grado de desarrollo, a ordenarlas según sean más o
menos «avanzadas», más o menos «evolucionadas», o también según el tipo de evolución
que las caracteriza en un momento dado. Toda sociología comparada acaba pues por
formular un juicio sobre el nivel de progreso en el que se sitúan las diferentes sociedades, y
por ordenarlas conforme a un cierto orden de desarrollo. Como observa Talcott Parsons,
resulta imposible considerar la cultura y la organización social de una tribu del centro de
Australia y las de la URSS como si estuvieran en todos los puntos en pie de igualdad.
Independientemente de todo juicio de valor sobre la calidad humana o moral de esas dos
sociedades, preciso es concluir que la segunda está más «avanzada» que la primera desde
varios puntos de vista ‘. Los criterios utilizados para clasificar las sociedades son, por esta
misma razón, criterios a cuya luz se enjuicia el grado de «avance» de las sociedades. Se
comprende pues un poco mejor lo que decíamos antes sobre la posibilidad de que se
enfrenten, aquí opciones fundamentales de la sociología.
La sociología comparada es pues inevitablemente evolucionista. Significa esto que se aplica
a la reconstrucción de las diversas etapas sucesivas del desarrollo de las sociedades, desde
los estadios más antiguos o «primitivos» hasta los más avanzados. De ahí que, en ete punto,
vaya la sociología a la par con la antropología, ciencia cuyas investigaciones se han
aplicado sobre todo a las sociedades menos avanzadas. La sociología es también tributaria
de la historia, en lo que respecta al conocimiento de las sociedades antiguas y al
conocimiento del pasado de las sociedades contemporáneas.
Pero es sabido que el evolucionismo, muy en boga y muy practicado en las ciencias
sociales a fines del siglo xix y comienzos del xx, ha caído luego en el descrédito. Al
perderse el interés por el evolucionismo, se perdió también el otorgado a la sociología
comparada, en aras de la sociología más analítica que estudiaremos en los capítulos
siguientes. Tal es la razón de que la mayoría de los autores cuyas obras vamos a estudiar
ahora sean por regla general bastante antiguos. Sin embargo, de unOS años a esta parte, se
registra un nuevo interés por el evolucionismo, sobre todo en antropología y actualmente en
sociología también. Hasta cabría hablar de un cierto «neoevolucionismo», que asume,
modificándolas, algunas tesis de los primeros evolucionistas, como tendremos ocasión de
observar más adelante. Se asiste pues, por esto mismo, a un renovado interés por los
estudios de sociología comparada y por los intentos de elaboración de tipologías de las
sociedades globales o de determinadas partes de la sociedad.
Ofreceremos aquí algunas clasificaciones de las sociedades, a tenor de los criterios que
diferentes autores han utilizado para compararlas entre sí y para determinar su estadio de
desarrollo en la evolución social. En los criterios utilizados por los sociólogos, cabe
distinguir dos tipos: unos criterios son externos a la organización social misma, como el
estado de los conocimientos o de las técnicas de trabajo, o bien conciernen solamente a una
parte de la organización social, como, por ejemplo, la estructura del poder o las relaciones
económicas; otros criterios, en cambio, inciden directamente sobre las características de la
organización social misma, como sucede, por ejemplo, cuando se adopta como criterio el
grado de simplicidad o de complejidad de la organización social.
Para una mayor claridad en la exposición, adoptaremos esta distinción en la presentación
que sigue ahora.
1. CRITERIOS EXTERNOS A LA ORGANIZACIÓN
SOCIAL Y CRITERIOS PARCIALES
AUGUSTE COMTE: EL ESTADO DE LOS CONOCIMIENTOS
Auguste Comte (1798-187) es generalmente considerado como el padre de la sociología,
por cuanto fue el primero en designarla con este término, tras haberla denominado primero
«física social*, y, sobre todo, porque dio la primera formulación sistemática de la misma,
particularmente en su Cours de phiosophie positive, cuyos seis volúmenes publicó entre los
años 1830 y 1842, y en su famoso Discours sur l’esprit positif.
Tres principios básicos
Tres principios están en la base de la sociología de Comte y la esclarecen enteramente. En
primer lugar, es imposible, a juicio de Auguste Comte, comprender y explicar un fenómeno
social particularmente sin citarlo en el contexto social global al que pertenece, como es
imposible en biología explicar un órgano y sus funciones sin considerarlos en su relación
con el organismo entero. Este principio, el de la primacía del todo sobre las partes, se aplica
al análisis de lo que Comte llama «el orden espontáneo de las sociedades humanas», objeto
de la «sociología estática»; y se aplica también — y esto es lo que más particularmente nos
interesa aquí — a la sociedad histórica, a la evolución de las sociedades en el tiempo,
objeto de la «sociología dinámica». En efecto, la sociedad de una época dada sólo puede
comprenderse y explicarse con referencia a su historia o, mejor aún, con referencia a la
historia de la humanidad entera. La sociología de Comte es pues, necesariamente, una
sociología comparada, cuyo marco general es la historia universal.
El segundo principio afirma que la línea directriz de la historia humana viene dada
principalmente por el progreso de los conocimientos. El hombre actúa conforme a los
conocimientos de que dispone. Sus relaciones con el mundo y con los demás hombres
dependen de sus conocimientos de la naturaleza y de la sociedad. No es que «las ideas
guíen al mundo». Los conocimientos y, más exactamente, los modos de conocimiento son
los que constituyen el elemento dominante de la historia. Aun cuando no quepa hablar de
un determinismo de los conocimientos a propósito de Comte, no es menos cierto que existe,
según este autor, una coherencia necesaria, por ser lógica, entre el estado de los
conocimientos y la organización social. Más adelante veremos por qué y cómo es así.
El tercer principio, en fin, afirma que el hombre es idéntico en todas parles y en todos los,
tiempos, en razón de su constitución biológica y en razón, sobre todo, de su sistema
cerebral. Cabe pues esperar que la sociedad evolucione en todas partes de idéntico modo y
en el mismo sentido, y que la humanidad entera se encamine hacia un mismo tipo más
avanzado de sociedad.
La «ley de los tres estados»
Una vez establecidos estos tres principios, resulta más comprensible la clasificación de las
sociedades propuestas por Auguste Cointe. Una ley histórica que Comte decía haber
descubierto nos da la clave de esa clasificación: nos referimos a la «ley de los tres estados»,
según la cual el progreso de los conocimientos humanos atraviesa tres estadios o estados:
1. El estado teológico, estado en el que el hombre explica las cosas y los acontecimientos
atribuyendo, o bien a las cosas mismas, o bien a seres o a fuerzas sobrenaturales e
invisibles, su propia naturaleza, su voluntad, sus sentimientos, sus pasiones, etcétera.
Cuando el hombre presta a las cosas vida y acción, el pensamiento es «fetichista», fase
inicial del estado teológico; y cuando, en un segundo tiempo, proyecta el hombre
determinadas características de la naturaleza humana (virtudes, vicios, motivaciones, etc.)
sobre unas potencias sobrenaturales, aparecen sucesivamente el politeísmo y el
monoteísmo.
2. El estado metafísico, estado que se caracteriza por el recurso a entidades abstractas, a
ideas, en cuya virtud se cree poder explicar la naturaleza de las cosas y la causa de los
acontecimientos. El hombre trata entonces a esas entidades abstractas como si fueran
auténticos agentes o personas, circunstancia que induce a Comte a afirmar que tales
entidades sustituyen a las potencias sobrenaturales del estadio teológico.
3. El estado positivo, estado en el que el hombre intenta, mediante la observación y el
razonamiento, percibir las relaciones necesarias entre las cosas y entre los acontecimientos,
y explicarlas por medio de la formulación de unas leyes. Este estado se diferencia
fundamentalmente de los precedentes, en primer lugar porque el hombre se hace más
modesto y renuncia a conocer la naturaleza íntima de las cosas y las causas primeras y
finales; y, en segundo lugar, porque los conocimientos aseguran al hombre el dominio y el
control del universo. El estado positivo es evidentemente, a los ojos de Comte, el estadio
superior al que debe finalmente acceder cada hombre, cada ciencia y la humanidad entera.
Verificación de esta ley
La sucesión de los tres estados se verifica doblemente. En la evolución individual de cada
persona, primero. «Cada uno de nos. otros — escribe Comte —‘ al contemplar su propia
historia, ¿no recuerda acaso que ha sido sucesivamente, respecto a sus nociones más
importantes, teólogo en su infancia, metafísico en su juventud y físico en su madurez?» 12•
Pero si todo individuo puede actualmente acceder al estado positivo, el de «físico», es
porque los conocimientos se han hecho, en nuestro siglo, cada vez más positivos, gracias al
progreso de las ciencias. Antaño, el adulto sólo podía ser «teólogo» o «metafísico»,
conforme al estado de los conocimientos de la época en que vivía.
En la historia de las ciencias se verifica pues principalmente la sucesión de los tres estadios.
La evolución de las ciencias nos muestra, en efecto, cómo cada una de ellas ha alcanzado la
madurez a medida que se desprendía progresivamente de las consideraciones teológicas y
metafísicas para hacerse positiva. No todas las ciencias, sin embargo, han conocido este
progreso al mismo ritmo y simultáneamente. Lo que explica la diferencia de su evolución
en el tiempo es el hecho de que aquellas que versan sobre «los fenómenos más generales o
más simples, al ser necesariamente los más ajenos al hombre» 13, pudieron acceder
primero al estado positivo. Comte establece, a partir de esta -observación, una jerarquía de
las ciencias basada en los tres criterios siguientes: el grado de complejidad de los
fenómenos que estudian, la exterioridad de su objeto con respecto al hombre y el momento
en que accedieron al estado positivo. La matemática fue la primera ciencia que se
desprendió del pensamiento teológico y metafísico a fin de hacerse positiva. Siguieron
luego, sucesivamente, la astronomía, la física, la química y la biología.
Necesidad de una nueva ciencia: la sociología
Esta jerarquía de las ciencias nos revela que el conocimiento positivo se aplicó primero a
los objetos más externos o ajenos al hombre (números, astros), para aproximarse luego
progresivamente al hombre, mediante la química y, sobre todo, la biología. Pero para
completar el cuadro de las ciencias es preciso crear ahora una verdadera ciencia positiva del
hombre, de la historia humana y de la sociedad, una «física social» o sociología. La
inexistencia de dicha ciencia explica la presente anarquía social, porque, si bien es cierto
que el hombre conoce ya la naturaleza en grado suficiente como para dominarla y
controlarla, concibe sin embargo todavía la ‘sociedad y la historia de una manera teológica
y metafísica. Importa pues la consecución del triunfo definitivo del reino de la razón
positiva en ese último bastión de la teología y de la metafísica que es el conocimiento del
hombre y de la sociedad. He aquí el único modo de asegurar a la historia humana una
dirección fundada, no ya en la ficción y la imaginación, características de los estados
teológico y metafísico, sino en un conocimiento científico de las leyes sociales en la
previsión y en una acción eficaz. Mediante la sociología se propone Comte aplicar a los
fenómenos sociales el adagio «saber para prever, prever para actuar», que asegura ya al
hombre un cierto control de la naturaleza.
Tales son, a juicio de Auguste Comte, los fundamentos teóricos y prácticos de la nueva
ciencia de las sociedades. La sociología tiene pues una doble vocación: contribuir al
progreso de los conocimientos completando el cuadro de las ciencias positivas, y facilitar el
paso definitivo de la sociedad y de la humanidad entera al estado positivo. Comte concibe
la sociología como conocimiento y acción a la vez. O, hablando en términos más exactos, la
sociología será acción porque será conocimiento. La organización y la historia de la
sociedad actual, en efecto, obedecen todavía a la representación de índole teológica o
metafísica que los hombres tienen de la misma, por cuanto éstos establecen, organizan y
dirigen la sociedad de acuerdo con la idea que se forjan de ella. Al no disponer de un modo
positivo o científico de conocimiento de la sociedad y de su historia, se producen
desórdenes, crisis, un estado permanente de anarquía social. Incumbe pues a la sociología
aportar al hombre, junto con un conocimiento más exacto de los mecanismos de la sociedad
y del sentido de la historia, el instrumento necesario a la asunción de su destino.
Se trata de una afirmación tanto más cierta para Comte cuanto que la historia pasada nos
enseña que, a cada estadio de los conocimientos, corresponde un tipo particular de
sociedad. La evolución de las sociedades, al igual que la de los individuos y conocimientos,
obedece a la ley de los tres estados. Dicha ley, por cuanto resume el progreso de los
conocimientos, es la gran ley de la historia. De ahí que Comte distinga tres tipos principales
de sociedades correspondientes a los tres estados de los conocimientos.
La sociedad militar
Cuando los conocimientos ofrecían una índole predominante. mente teológica, la sociedad
era de tipo militar. Existe, en efecto, una profunda afinidad entre el modo teológico de
conocimiento y la sociedad militar: ambos son fundamentalmente autoritarios y están
jerárquicamente unificados. De ahí que los jefes políticos estuvieran, en el origen de la
humanidad y durante mucho tiempo, investidos de un carácter sagrado e incluso sacerdotal
que les aseguraba, al igual que al clero, un poder absoluto y total. Sin duda, la autoridad
civil y la autoridad religiosa, en los casos en que se hallaban diferenciadas, entraban a
menudo en conflicto. Pero cabe observar que, pese a la existencia de tales conflictos, se
apoyaban y sostenían siempre mutuamente.
La sociedad militar de espíritu teológico, siendo por naturaleza anticientífica, era
necesariamente agrícola, basada en la propiedad y explotación del suelo. Su célula central
era la familia, unidad económica principal por cuyo medio se transmitían no solamente la
propiedad de los bienes, sino también el poder político e incluso el poder sacerdotal.
En los orígenes de la humanidad, se necesitaba una sociedad fuertemente controlada para
establecer y mantener el orden social, para asegurar el paso del nomadismo al cultivo de la
tierra, para garantizar la seguridad de las personas y de las colectividades, para organizar y
estructurar la vida común. La sociedad militar respondía a estas necesidades. Gracias a ella,
la humanidad se dísciplinó y conoció los primeros rudimentos de civilización.
La sociedad de los legistas
Al estado metafísico de los conocimientos corresponde la sociedad de los legistas. Dicha
sociedad se caracteriza por una neta distinción entre el poder espiritual y el poder temporal,
y por la independencia progresiva de este último con respecto al primero. La debilitación de
la autoridad religiosa favorece la consolidación de la autoridad civil, cuyos poderes
aumentan. Las nociones de Estado y de patria se hacen preponderantes. Se resquebraja la
antigua unidad asegurada por la autoridad religiosa. Surgen entonces das grupos de
hombres que contribuirán poderosamente a la definición y ampliación de las funciones y
del poder del Estado: los ministros, en quienes deben los reyes delegar una parte creciente
de su autoridad, y los diplomáticos, consagrados a establecer y manipular las relaciones
entre Estados. Ministros y diplomáticos adquieren su autoridad en detrimento de los
generales, que quedan en adelante sujetos al poder civil.
Pero lo que especifica singularmente a este tipo de sociedad es el hecho de representar una
«edad crítica». En el orden de los conocimientos, el estado metafísico aparece como una
etapa transitoria, como una fase crítica, que sirve para poner en entredicho los prejuicios
religiosos establecidos, denunciarlos y preparar así el advenimiento del estado positivo.
Éste último estado no podía emerger directamente del estado teológico, sino que debía
pasar por esa fase crítica.
Otro tanto ocurre en el caso de la evolución social. La sociedad de los legistas socava el
imperio y la unidad de la sociedad teocrátíca: constituye un período de desorganización, en
el que abundan las crisis y las revoluciones. Pero todo esto era necesario, puesto que la
sociedad positiva no podía suceder inmediatamente a la sociedad militar,
fundamentalmente religiosa, anticientífica y autoritaria. En la historia occidental, el período
crítico se inició en el siglo xiv y se prolongó a lo largo de cinco siglos, desembocando en la
Revolución francesa, en el parlamento y en las naciones modernas.
La sociedad industrial
La sociedad de transición de los legistas preparaba la tercera etapa, la que actualmente
atraviesa la humanidad, la etapa de la sociedad industrial, correspondiente al estado
positivo de los conocimientos. Las ciencias positivas aplicadas al orden natural están en
trance de transformar las condiciones laborales, con la aparición de la industria. Ésta, en
opinión de comte, está «destinada, bajo las inspiraciones de la ciencia, a desarrollar la
acción racional de la humanidad sobre el mundo exterior» . La industria es, en cierto modo,
la punta de lanza de la mentalidad positiva, cuya influencia alcanzará finalmente a la
totalidad de la sociedad. Por la industria, y también por la enseñanza de las ciencias
positivas, se difundirá la mentalidad positiva, provocando una transformación radical de la
organización social al mismo tiempo que una reforma profunda de las mentalidades.
De ahí que, a juicio de Comte, la sociedad industrial está todavía en sus comienzos. Pero
cabe ya la posibilidad de discernir las principales características que revestirá en el futuro:
a) La mentalidad científica dominará la sociedad industrial. El progreso del pensamiento
positivo es ineluctable, a expensas del pensamiento teológico y metafísico condenados a
desaparecer. Raymond Aron escribe a este respecto: «Las ideas rectoras de Auguste Comte
en los años de su juventud no son personales. Recogió en el ambiente de su época la
convicción de que el pensamiento teológico pertenecía al pasado; de que Dios había
muerto, según la fórmula empleada por Nietzsche; de que el pensamiento científico
presidiría en adelante la inteligencia de los hombres modernos» 15
b) La industria es la primera manifestación concreta y social del espíritu científico, pero
también será el corazón, el núcleo de la sociedad industrial. La sociedad militar se asentaba
sobre la célula familiar. La sociedad de los legistas, sobre la nación. La sociedad industrial
girará en torno a la industria . y a la producción industrial.
c) El aumento de la producción por la industria se efectuará en virtud de una concentración
de los trabajadores, de las masas obreras, en torno a las fábricas, en las ciudades. La suerte
de esas masas obreras, hoy proletarias, mejorará con el aumento de los recursos y gracias a
la instrucción.
d) Las desigualdades sociales son inherentes a la estructura de la sociedad: la riqueza y el
poder están necesariamente en manos de un reducido grupo de personas. La propiedad
privada no está pues condenada a desaparecer. Se mantendrá como el motor de la economía
industrial. En cuanto al poder, sufrirá una profunda transformación. La estructura feudal y
el monarquismo, vestigios de la sociedad militar y teocrática, desaparecerá
irremediablemente. El Estado de los legistas y el parlamentarismo están también
condenados a un fin próximo. Dos nuevos grupos de personas accederán al poder: los
industriales y sus ingenieros, que organizarán y administrarán la industria y el trabajo; los
sabios, en particular los «sociólogos» o especialistas en ciencias sociales, que heredarán
una parte del poder político y a quienes se confiará la ordenación de la sociedad.
e) La nueva sociedad industrial está llamada a conocer crisis y revoluciones. Pero se trata
de una fase transitoria. La paz internacional y social progresará a medida qut. la industria se
desarrolle, que el espíritu científico o positivo se difunda y que la acción de los sabios y de
los sociólogos ejerza su influencia sobre la organización y la historía de las ‘sociedades.
f) La sociedad industrial atraviesa en sus comienzos un período de trastornos sociales
porque padece una excesiva especialización, de la que resultan una serie de divisiones y
luchas entre diferentes grupos de intereses (empresarios y empleados, productores y
consumidores). La especialización está llamada a disminuir con el progreso técnico y
gracias a una mejor organización del trabajo y de la sociedad. Pero la ignorancia y la falta
de moral social son las fuentes principales de los actuales conflictos. Instruidas en las
ciencias positivas, las masas comprenderán y aceptarán las exigencias de la vida social y
los imperativos de la historia. Las ciencias positivas, la sociología sobre todo, están pues
llamadas a suscitar una nueva moral, fundada no ya en Dios ni en ideas abstractas, sino en
el respeto a la comunidad social y en un mejor conocimiento de la función de cada
individuo y de cada grupo respecto al bienestar de la sociedad. Gracias a la nueva moral
social, la sociedad industrial no conocerá ya la guerra y cada vez menos la revolución. Al
final de su vida, Comte llegó sin embargo a la conclusión de que la moral social necesitaba
un soporte religioso. Se erigió entonces en el iniciador de una nueva religión sin dios,
exclusivamente laica, fundada en el culto a la humanidad.
g) La sociedad industrial acabará con las grandes naciones nacidas de la época militar y
fruto de la acción de los diplomáticos y de los ministros. Las grandes naciones estallarán en
una multitud de pequeiíos países, cada uno de los cuales apenas contará con algunos
millones de personas. Tales países no se constituirán ya en torno a la idea periclitada de
nación, sino en función de la producción industrial.
El pensamiento social de Comte
Como el lector ya habrá advertido, la evolución de la sociedad industrial que Comte creía
discernir a principios del siglo xix difería profundamente de la que predecían los socialistas
de su tiempo: SaintSimon, Proudhon, Marx y Engels. Auguste Comte no estimaba que la
desaparición de la propiedad privada fuera una idea científicamente válida y demostrable.
Tampoco admitía que dicha desaparición pudiera entrañar la formación de una sociedad
igualitaria. Comte, por lo demás, tampoco era un liberal. No compartía el optimismo de los
economistas que atribuían a la libre competencia virtudes providenciales y mágicas.
En realidad, Comte es ya «el hombre de la organización». Anuncia la burocratización de la
sociedad industrial. Prevé el creciente papel de los tecnócratas de la industria y del poder
político. Más aún, Comte se erige en defensor de una sociedad ordenada de acuerdo con la
racionalidad de los planificadores y organizadores. La sociedad industrial de Comte es, en
definitiva, el plan.
Influencia de la sociología de Comte
A diferencia de los sociólogos socialistas, la influencia ejercida por la obra de Comte no se
inserta en una corriente ideológica y militante. Sin embargo, no es ni mucho menos
desdeñable. En primer lugar, Comte fue el primero que expuso y sistematizó una sociología
científica. No cabe duda de que la sociología de Comte estaba demasiado exclusivamente
influida por el modelo de las ciencias naturales. También es cierto que estaba
excesivamente marcada por la reflexión filosófica, circunstancia que contribuía a hacer de
su obra una sociología de la humanidad más que una sociología de las aitil’. concretas. Es
innegable, en fin, que Comte atribuía a la xcitihjlp excesivas funciones sociales. Sin
embargo, previó claramenrt qur mentalidad t&nicocientíflca desbordaría los límites de las
dezxias slk la naturaleza e invadiría el ámbito de las ciencias humanab t. ciales, y que la
sociedad industrial recurriría ampliamente a últimas.
En segundo lugar, Comte fue el primer sociólogo que analia profundidad la sociedad
industrial. No la concibió primordiainn como una sociedad burguesa o capitalista, a
ejemplo de los scitjt logos socialistas. Se esforzó por comprender la sociedad industñdl qt
cuanto tal e intentó bosquejar su futuro. Desde este punto de vrnu una larga tradición
ininterrumpida vincula a Comte con la socucLlu. gía contemporánea.
En cuanto a las previsiones de Comte relativas a la evohxióa ¿Ir la sociedad industrial, la
historia no le ha dado siempre La Iza(m Auguste Comte erró en su apreciación de las
posibilidades de vivencia de la ideología nacional. No supo calibrar el papel que ¿ei4.
empeñaría el Estado. Exageró el alcance histórico y moral de La aza. trucción. La sociedad
industrial, finalmente, no ha aporrado La ura que .Comte daba por descontada. Pero, por el
contrario, captó d - pacto del espíritu tecnicocientffico sobre la mentalidad y so&e La
organización social de la sociedad industrial. Supo prever la alarización de la sociedad
industrial. Comprendió las tendencias orgarii. zadoras inherentes a este tipo de sociedad y
predijo el lugar q actualmente ocupan los tecnócratas. Finalmente, veremos en las pginas
siguientes que la oposición establecida por Comte entre la io. ciedad militar y la sociedad
industrial ha tenido un amplio «o ca sociología y cabe encontrarla todavía bajo formas
diversas en La io ciología contemporánea.
MARX Y ENGELS: LAS RELACIONES DE PRODUCCIÓN
Karl Marx (1818-1883) y Friedricli Engels (1820-1895) —importa asociar a ambos
colaboradores — fueron contemporáneos .k Auguste Comte. Como él, fueron a un tiempo
teóricos y reformadores. Como él, propusieron también una interpretación de la sociedad
ercn1potán’ y quisieron predecir el desarrollo inmediato de su üria. Pero ahí acaban casi
todas las convergeflC- En todo lo firmis1 su sociología difiere profundamente de la de
Comte.
¿Fueron Marx y Engels sociólogos?
Tal vez sorprenda el lugar otorgado aquí a Marx y a Engels en r pensamiento sociológico.
Es cierto que su contribución a la soóoLogía no es explícitamente reconocida por la
mayoría de los sociók : demasiados prejuiciOs y estereotipos — tanto por parte de los
uauxistas como del ladó de los no marxistas — vician la comprenjién de la obra de Marx y
oscurecen su interpretaCió1 En lo que a coEIos respecta, asumimos el juicio del sociólogo
belga Henri Janar Algunos, aunque pretendan lo contrario — nos referimos sotttce todo a
quienes proclaman que el marxismo es un método cien- tíSico —, practicar. el marxismo
como una fe. A su juicio, Marx, Engels y Lenin llevan siempre razón y de algún modo lo
han preisro todo... Pero, en opinión de otros — entre los que abundan no os burócratas COfl
pretensiones de practicar una sociología “opet ional” —, el marxismo ha caducado;
pertenece a la fase de los ndes sistemas de filosofía social... Esta actitud es tan abusiva
como la primera. La superioridad de Marx sobre los restantes gran- ¿es sistemas del siglo
XIX estriba en el hecho de que su dialéctica una prefiguraCión en líneas generales correcta,
de la aproxima ción sociológica funcional. De ahí que no haya llevado a cabo una 6loscíía
social, sino la primera acrosOciolOg digna de este nombco... Un poco de sociología induce
a menospreciar el marxismo. Mucha, en cambio, aproxittla a él»
Georges Gurvitch es más explícito aún: «Marx fue el mayor y menos dogmático de todos
los fundadores de la sociología, pese a todos los dogmatismos filosóficos o políticos que
creen poder invocarle... 1arx fue, primero y ante todo, un sociólogo. Y la sociología es lo
que constituye la unidad de su obra... El Capital — que combate los prejuicios del «hombre
económico” abstracto, el «fetichismo” de la mercancía y del capital, las “leyes económicas”
universales a que se referían los economistas clásicos — es incomprensible, en cuanto obra
científica si no se la considera como una sociología económica reveladora de que los
fenómenos económicos, las actividades econóinicas y las categorías económicas pierden su
sentido y su carácter propio cuando se hallan disociados del conjunto de la sociedad, de su
estructura, del tipo de esta última, del “fenómeno social total”, del “hombre total”. Desde
este punto de vista, la afirmación de que Marx ha reducido toda la vida social a la vida
económica es radicalmente falsa, ya que hizo exactamente lo contrario: demostró que la
vida económica no es más que una parte integrante de la vida social, y que nuestra
representación de lo que acontece en la vida económica resulta falseada en la medida
misma en que no advertimos que, bajo el capital, la mercancía, el valor, el precio, la
distribución de los bienes, se ocultan la sociedad y los hombres que forman parte de la
misma... El interés de la referencia de Marx al hombre total, a la sociedad total, al acto
total, no estriba en su filosofía humanista, sino en su búsqueda de una nueva dimensión,
descuidada por los filósofos y los economistas: la realidad social considerada en todos sus
niveles de profundidad y estudiada por la sociología que capta los uluctuables conjuntos de
la vida social en unos tipos» .
Más circunspecto que Gurvitch, Henri Lefebvre escribe: «Por múltiples razones, . . Marx
izo es una sociólogo, aunque sí hay una sociología en el marxismo» . Lefebvre es sensible
al hecho de que la obra de Marx desborda los marcos especializados, y necesariamente
estrechos por lo tanto, de las diversas ciencias sociales modernas:
ciencia política, economía política, sociología, psicología social, antropología. Marx ha
abordado la realidad social de una manera global, histórica, económica, política y
sociológica a la. vez. Lefebvre niega pues la identificación de la obra de Marx con una u
otra de esas disciplinas, lo que sin embargo no es óbice para que admita, como Georges
Gurvitch y Henri Janne, la importante contribución de Marx y Engels a la sociología
contemporánea.
Dos textos de Marx
Para analizar el pensamiento sociológico de Marx y Engels, partiremos de dos textos de
Marx en los que éste da un breve resumen de los fundamentos de su sociología. El primero,
frecuentemente citado, pertenece al prefacio que Marx escribió para su fascículo Crítica de
la economía política: «En la producción social de su existencia, los hombres establecen
relaciones determinadas, necesarias, independientes de su voluntad. Esas relaciones de
producción corresponden a un concreto grado del desarrollo de sus fuerzas productivas
materiales. El conjunto de tales relaciones forma la estructura económica de la sociedad, la
base real sobre la que se asienta un edificio jurídico y político, y a la que responden unas
formas determinadas de la conciencia social. El modo de producción de la vida material
domina en general el desarrollo de la vida social, política e intelectual. La conciencia de los
hombres no determina su existencia, sino, al contrarío, su existencia social es la que
determina su conciencia. A un cierto grado de su desarrollo, las fuerzas productivas
materiales de la sociedad entran en colisión con las relaciones de producción existentes, con
las relaciones de propiedad en cuyo seno habían discurrido hasta el momento, y que no son
más que su expresión jurídica. Estas condiciones, todavía ayer formas de desarrollo de las
fuerzas productivas, se convierten en pesados obstáculos. Se inicia entonces una era de
revolución social. El cambio que afecta a los fundamentos económicos va a la par con una
sacudida más o menos rápida de todo ese enorme edificio... Reducidos a sus líneas
principales, los modos de producción asiática, antigua, feudal y burguesa aparecen como
épocas progresivas de la formación económica de la sociedad»
El segundo texto es tal vez más simple y más claro. Recoge algunas ideas del primero y
añade otras nuevas. Pertenece a un artículo publicado por Marx en 1849, bajo el título
Trabajo asalariado y capital. «Los hombres, al producir, no están solamente en relación con
la naturaleza. Sólo producen si colaboran de algún modo e intercambian sus actividades.
Para producir, establecen entre sí unos vínculos y unas relaciones bien determinados: su
contacto con la naturaleza, o, dicho de otro modo, con la producción, se efectúan
únicamente en el marco de tales vínculos y relaciones sociales.
»Esas relacíones sociales que vinculan a los productores entre sí, las condiciones en que
intercambian sus actividades y participan en el conjunto global de la producci6n, difieren
naturalmente de acuerdo con las características de los medios de producción. Con la
invención de un nuevo ingenio de guerra, el arma de fuego, toda la organización del
ejército se modifica necesariamente y resultan transformadas las condiciortees en que los
individuos componen un ejército y pueden actuar en cuanto tal. Lo mismo cabe decir de las
relaciones de los diversos ejércitos entre sí.
»Signiílca esto que las relaciones sociales conforme a las cuales los individuos producen,
las relaciones sociales de producción cambian y se transforman a tenor de la evolución y
del desarrollo (le los medios materiales de producción, de las fuerzas productivas. Las
relaciones de producción, tomadas en su totalidad, constituyen lo que se ha dado en llamar
las relaciones sociales, y en particular una sociedad llegada a un estadio determinado de
evolución histórica, una sociedad concreta y perfectamente caracterizada. La sociedad
antigua, la sociedad feudal, la sociedad burguesa constituyen otros tantos conjuntos de
relaciones de producción de ese tipo, cada uno de los cuales representa una estadio
particular de la evolución histórica de la humanidad»
Fuerzas productivas y relaciones de producción
De estos textos se desprende que Marx y Engels, al tiempo que impugnaban el idealismo y
el intelectualismo de la filosofía tradicional, se consagraban a la búsqueda de una
perspectiva más realista y más objetiva del hombre, de la sociedad, de la historia.
Concebían al hombre primordialmente como a un «ser de necesidades»: necesidades
elementales de nutrición, de vestido, de cobijo; necesidades más refinadas de comodidad.
La satisfacción de tales necesidades implica al hombre en una lucha con la naturaleza y con
las fuerzas de la naturaleza, obligándole a desarrollar unas técnicas laborales y a elaborar
unos modos de organización del trabajo colectivo. Esas exigencias matetiale5 de la
existencia humana, que los filósofos han ignorado siempre, constituyen para Marx y Engels
el dato primero y fundamental: en efecto, por y a través de esta praxis, de esta actidad
material sobre la naturaleza y sobre sí mismo, desarrolla el hombre su conciencia, su
conocimiento, su visión del mundo; sobre esta praxis se levanta toda la organización social
y política; esa praxis, en fin, es la que esclarece la historia de las sociedades y de la
humanidad. De ahí la expresión materialismo histórico para designar el pensamiento de
Marx y Engels, expresión que, por lo demás,’ nunca fue utilizada por ellos.
Puede pues decirse que toda la sociología de Marx y Engels gira en torno a la idea de que la
producción de los bienes necesarios a la satisfacción de las necesidades constituye la
actividad principal del hombre y la base de toda vida social. Las condiciones en que se
opera esa producción determinan la organización de las sociedades y condicionan su
historia.
La producción de bienes está primordialmente condicionada por lo que Marx y Engels
llamaban «las fuerzas productivas» que comprenden las riquezas naturales, el conjunto de
los conocimientos y de las técnicas utilizados en la producción y los modos de organización
del trabajo. Se, trataría, en expresión de Raymond Aron, de «la capacidad de producir de
una sociedad concreta» ‘. La capacidad de producción ha evolucionado con el paso del
tiempo. Ha aumentado gracias al progreso científico y cnológko. Ahora bien, la historia
nos, demuestra que, a un determína4o estado de desarrollo de las fuerzas productivas
corresponde un tipo concreto de «relaciones de producción» que son el conjunto de las
relaciones establecidas entre los hombres con miras a la producción. O, con mayor
exactitud, las relaciones de producción son esencialmente, a juicio de Marx y Engels,
«relaciones de propiedad» es decir, relaciones de trabajo entre propietarios de las fuerzas
productivas y no propietati0s entre «explotadores y explotados», entre clase dominante y
clase dominada. Estas relaciones de producción no son fruto de la voluntad de las personase
ni de un contrato social: son «necesarias», por cuanto vienen determinadas en su base por
las condiciones materiales la producción.
La lucha de clases
Las relaciones de producción, cuyo conjunto constituye la estructura económica de una
sociedad, son por su misma naturaleza relaciones contradictorias o conflictivas entre grupos
de intereses opuestos. Esas relaciones conflictivas se cristalizan y traducen en las relaciones
y en los conflictos de clase, en «la lucha de clases», consecuencia ineludible de las
relaciones de propiedad. La clase dominante organiza y sostiene el «edificio jurídico y
político» que responde a sus intereses y que, en líneas más generales, corresponde a su
«conciencia social», es decir, a su modo de percibir y concebir la sociedad de acuerdo con
el lugar que ocupa en ella. Así se explica que la organización social y política de una
sociedad dada sea el reflejo de su estructura económica.
Pero el progreso de las fuerzas productivas hace que éstas «entren en colisión» o en
contradicción con las relaciones de producción, que acaban por convertirse en «obstáculos»
al desarrollo de la producción. Se abre entonces una era de cambio social más o menos
rápido, que desemboca en la transformación de la antigua sociedad en otra nueva, más
adecuada al estado actual de las fuerzas productivas. Dicha transformación se opera sobre
todo por la lucha organizada que la clase oprimida, alienada de los medios de producción,
del poder político e incluso de la cultura, emprende contra la clase dominante. Cobrando
progresiva conciencia de las contradicciones existentes entre las fuerzas productivas y las
relaciones de producción, contradicciones que contribuyen a su alienación, la clase
oprimida se entrega a la acción revolucionaria, con miras a derrocar el orden establecido y
mantenido por la clase dominante. Marx ha descrito este proceso revolucionario al
comienzo del Manifiesto comunista: «La historia de toda sociedad hasta nuestros días no ha
sido más que la historia de las luchas de clases. Hombre libre y esclavo, patricio y plebeyo,
barón y siervo, en constante oposición, han desarrollado una guerra ininterrumpida, abierta
unas veces, disimulada otras; una guerra que siempre concluía, o bien en una
transformación revolucionaria de la sociedad entera, o bien en la destrucción de las dos
clases en lucha» .
Clasificación de las sociedades según Marx y Engels
Esta perspectiva histórica ha inducido a Marx y a Engels a examinar detenidamente los
diferentes tipos de sociedades que se han sucedido históricamente. Se comprende ahora que
Marx y Engels hayan intentado definir esas sociedades a partir del estado de desarrollo de
las fuerzas productivas y a tenor de las relaciones de producción resultantes de las mismas.
Marx lo indica claramente en el texto ya citado de su artículo Trabajo asalariado y capital.
Sin embargo, contrariamente a Auguste Comte, Marx y Engels apenas elaboran su
clasificación de las sociedades. El pasado les interesaba menos que el presente y el futuro.
Comte analizó la sociedad moderna sobre todo en cuanto sociedad industrial, cuya
interpretación buscaba él en sus antecedentes históricos. Marx y Engels, en cambio,
estudiaron preferentemente la índole capitalista y burguesa de Ja sociedad moderna, y se
propusieron ante todo hacer una crítica sistemática y, así lo esperaban, decisiva del
capitalismo.
Marx y Engels, sin embargo, transcribieron, en varios lugares de su obra, un bosquejo de la
idea general que ellos se forjaban de la sucesión histórica de los diversos tipos de
sociedades. El lector ha encontrado dos ejemplos de ello en los extractos de sus obras antes
citados. Las exposiciones más elaboradas se contienen, sin embargo, en la primera parte de
La ideología alemana, y sobre todo en la Contribución a la crítica de la economía política
de Marx, como también en Los origenes de la familia de Engels. De hecho, la clasificación
de las sociedades segiin Marx y Engels evolucionó en la medida misma en que se
precisaban sus ideas y se ampliaban sus investigaciones. Por lo demás, ya se habrá
comprobado que Marx menciona cuatro tipos de sociedad en el primer extracto ya citado, y
tres en el segundo.
Previo estudio de las diferentes partes de la obra de Marx y Engels, cabe establecer una
clasificación de las sociedades en seis tipos.
La comunidad tribal
La comunidad tribal es la más antigua forma conocida de sociedad. Es, en expresión de
Marx, «una ampliación de la familia», siendo la familia la primera célula social que ha
existido. También puede decirse que la comunidad tribal resulta de la reunión de varias
familias por medio del matrimonio o por otros medios. La división del trabajo es muy
limitada en la comunidad tribal, apenas más elaborada que en la familia. Esa división
corresponde a unas técnicas de trabajo arcaicas y a una pobre productividad. El objetivo del
trabajo no es, propiamente hablando, la producción, sino ms bien la estricta subsistencia de
la colectividad y de sus miembros.
La propiedad privada de los bienes de producción cuenta muy poco en esa comunidad: el
tipo de propiedad en ella imperante es «comunal», es decir, el territorio o el suelo pertenece
a la tribu en conjunto, considerándose cada miembro productivo de la misma como un
copropietario. En tales condiciones, la organización social resulta muy simple, fundándose
en la familia y en los lazos de parentesco, y la jerarquía social es apenas existente.
La comunidad tribal fue, al principio, nómada y pastoril, antes de echar raíces y hacerse
agrícola. En la medida misma en que esa comunidad se. amplió y se desarrolló el comercio,
hicieron su apa. rición la guerra y el intercambio, y la comunidad tribal recurrió
progresivamente a la esclavitud, a juicio de Marx «ya latente en la familia», para aumentar
su productividad.
La comunidad tribal Constituye pues una forma de «comunismo primitivo», según una
expresión utilizada a veces para designarla. Los propios esclavos, primera forma de la
explotación del hombre por el hombre, también fueron considerados a menudo como una
propiedad comunal. Se trata asimismo de una sociedad sin clases sociales.
La comunidad tribal es un tipo de sociedad singularmente importante, por cuanto fue, de
hecho, el tronco común del que brotaron los tres tipos siguientes de sociedad.
La sociedad asiática
La sociedad asiática es la continuación más directa de la comunidad tribal. Efectivamente,
no se registra en ella propiedad privada alguna de los medios de producción. Todas las
tierras son propiedad del poder supremo, pasando a convertirse las familias o los grupos
locales en los concesionarios de su dominio. Se trata, pues, de una forma evolucionada de
la propiedad comunal, compartiendo cada familia con la autoridad superior la propiedad de
las tierras. Los excedentes de Ja producción pertenecen a la autoridad suprema o a la
comunidad local, que los utilizan con miras al interés común.
El régimen político de semejante sociedad suele estar sometido a la autoridad de un
déspota. De ahí la expresión «despotismo oriental» para designar a este tipo de sociedad.
Pero el régimen político también puede revestir aquí un carácter democrático, cuando la
autoridad se concentra sobre todo en el grupo de los jefes de familia.
En este tipo de sociedad, la ciudad puede no tener importancia alguna. Se trata de una
sociedad primordialmente rural o integrada por pequeñas comunidades locales
considerablemente autónomas desde el punto de vista económico, dada la combinación que
pueden llevar a cabo entre la industria y la agricultura. Las ciudades, sin embargo, pueden
desarrollarse en esa sociedad al amparo del comercio exterior, o bien en caso de que los
jefes utilicen el excedente de la producción para dar trabajo a una mano de obra.
La sociedad asiática es también, por regla general, una sociedad sin clases. En caso de
producirse, se encuentran en su estado más primitivo. De otro lado, por diversas razones
sobre las que Marx vaciló, la sociedad atica es la más estable, la menos apta a la evolución
y al cambio.
La sociedad asiática ha existido y existe aún en Oriente (de ahí, evidentemente, su nombre),
sobre todo en determinadas regiones de la India, en las sociedades precolombinas de
Méjico y Perú, y entre los antiguos celtas
La ciudad antigua
La ciudad antigua se constituyó originariamente por la reagrupación de varias tribus. El
ejemplo clásico más evolucionado es la antigua ciudad griega y romana. El eje de
desarrollo y el centro de esa sociedad es la ciudad, no el campo. El poder y la riqueza se
concentran en la ciudad. El campo es un territorio dependiente de la ciudad y se desarrolla
en función de la misma.
En su origen, la organización social de la ciudad es esencialmente militar, y la guerra
constituye el único medio de apropiación y conservación de la tierra. De ahí que la
propiedad de la tierra sea comunal y nacional. La tierra pertenece a la comunidad nacional,
al Estado. Sólo los ciudadanos, miembros de esa comunidad, pueden participar de la
propiedad común. Pero muy pronto, paralela. mente a la propiedad comunal, aparece y se
difunde la propiedad privada mobiliaria e inmobiliaria. Sin embargo, la propiedad comunal
(ager publicus) es siempre importante. De otro lado, sólo gracias a su participación en la
comunidad tiene derecho el ciudadano a beneficiarse de la propiedad común y a poseer
también unos bienes personales. En Roma,. por ejemplo, ese derecho únicamente fue
reconocido al prixIcipio a los patricios. Se extendió luego a los plebeyos, pero jamás a ios
esclavos. El derecho a la propiedad de los esclavos, como a la de los restantes bienes,
conserva pues un fundamento comunitario: los esclavos forman una mano de obra común
compartida por los ciudadanos propietarios.
Esta división de la propiedad va a la par con la división de! trabajo, de modo que la ciudad
antigua es una sociedad clasista, en la que las principales relaciones de clases se establecen
entre ciudadanos y esclavos. Pero se advierten también en su seno otras oposiciones:
oposición entre los Estados, que se hacen la competencia y se declaran la guerra; oposición
entre la ciudad y el campo, que se afirma por primera vez en este tipo de sociedad;
oposición entre industria y comercio en el seno de la ciudad; situación difícil, en fin, de los
pequeños campesinos, primer proletariado rural.
La sociedad germánica
La sociedad germánica medieval constituye un buen ejemplo de otro tipo de sociedad, que
también cabe encontrar en otras latitudes. Es una ‘sociedad rural. La ciudad, cuando existe,
no es más que la residencia del rey y de su corte, y carece de toda base económica.
Lo que caracteriza a la sociedad germánica es el hecho de estar fundada sobre el
desperdigamiento y la autonomía de la pequeña hacienda. Cada unidad familiar vive de
manera independiente en la finca de la que es propietaria, finca que explota para sus
necesidades. No hay concentración de propietarios, sino más bien una yuxtapo. sición de
unidades de trabajo y de pequeños propietarios.
Estamos ante una sociedad atomizada y muy individualista. La propiedad comunal, cuando
existe, no pasa de ser un suplemento a la propiedad privada. Se trata, en este caso, de una
tierra poseída en común por pequeños propietarios y destinada a unos fines muy
específicos. La pertenencia a la comunidad no tiene pues relación alguna con la propiedad,
contrariamente a lo que acontecía en la ciudad antigua, en la que dicha pertenencia fundaba
el derecho a la propiedad, y contrariamente también a la sociedad asiática, en la que daba
derecho a participar de la copropiedad. La pertenencia a la comunidad se plasma más bien
en una lengua común, en unos vínculos de sangre, en una religión, etc. Se trata de una
comunidad con escasa cohesión, comunidad que sirve sobre todo para asegurar a los
pequeños propietarios la protección en caso de guerra, además de ciertos pequeños
servicios.
La campiña de Quebec de los siglos xvm y xix correspondía con bastante exactitud a este
tipo. de sociedad: su economía rural se basaba en fincas cultivadas individualmente por
unidades familiares; los pequeños propietarios eran relativamente independientes los unos
de los otros y muy individualistas; en las más antiguas aldeas, incluso hoy cabe encontrar la
«comuna», propiedad colectiva destinada sobre todo al pasto del ganado durante el verano.
La sociedad feudal
En Occidente, tras el ocaso de la ciudad antigua y la ja’ua de los barbaros, la sociedad
/eudal pudo desarrollarse a paz fr una sociedad de tipo germánico o a partir de una sociedad
iautIl ti4, desorganizada y sujeta al pillaje. La sociedad feudal puede sa táneamente rural y
urbana, pero es siempre de origen nn’at propiedad del suelo está en manos de grandes
propietarios, çt. hacen fructificar sus tierras instalando en ellas a los siervos,, ¿g quienes
exigen unas rentas a cambio de su protección.
La sociedad feudal rural es una sociedad clasista, muy jerw zada, que opone una clase de
señores y de grandes propietarios clase de los siervos Éstos unicamente pueden trabajar y
vivir ç. cias a su dueño y en la propiedad del mismo. A esta jerarquía iiatall y a la gran
hacienda corresponde en la ciudad la jerarquía coq tiva, a la que deben pertenecer todos los
pequeños artesanos, jeria quía que establece y mantiene las relaciones entre maestros, y
aprendices.
La división del trabajo es relativamente limitada. Se evida sobre todo entre la ciudad y el
campo, y, en el seno de la ciudad.. se halla estructurada por la organización corporativa.
Pero iíl tardíamente se produce en la ciudad feudal la división entre in&is. tria y comercio.
La corporación feudal prepara ya el capitalismec sirve para proteger a los artesanos, cuyos
capitales, modestos a dominan el trabajo de los oficiales y aprendices.
La sociedad capitalista burguesa
La sociedad capitalista burguesa se caracteriza por un desarrollo técnico y una división del
trabajo más avanzados que en todos los demás tipos de sociedad, y por unas relaciones de
clases más neta. mente afirmadas. Esta sociedad está singularmente marcada por el dominio
ejercido por una clase nueva, clase constituida gracias al auge del comercio y de la
industria: la clase burguesa de origen urbano. Gracias a la acumulación de capitales
importantes, esa clase abre nuevos mercados comerciales, crea la manufactura y acrecienta
Marx, Engels y Comte
Antes de concluir esta breve exposición de una parte de la obra de Marx y de Engels, será
útil comparar la sociología marxista con la de Comte. Preocupó a Comte, como a Marx y a
Engels, el estado de la sociedad industrial contemporánea. Su sociología tuvo a un tiempo
como origen y como finalidad la reforma social, al igual que la de Marx y Engels. Se trata
pues de dos sociologías claramente «comprometidas». Pero, para Comte, la sociología
misma es ya una solución al problema social. A su juicio, el conocimiento positivo,
científico, de la sociedad permitirá a la humanidad una mejor dirección y conocimiento de
sí misma. La acción a la que invita la sociología de Comte es la educación de las masas en
el nuevo espíritu positivo, acción a la que el propio Comte consagró buena parte de su vida,
dando semanalmente cursos populares, del tipo que hoy llamaríamos «de educación de
adultos». La sociología de Marx, por el contrario, desemboca en la acción revolucionaria,
mediante la organización de las masas proletarias con miras ‘al hundimiento de la clase
burguesa.
Cabría aquí una amplia discusión sobre el postulado «intelectualista» o racionalista de
Comte y el postulado «materialista» de Marx y Engels. Pero semejante discusión nos
llevaría demasiado lejos. Indiquemos solamente que el «materialismo económico» de Marx
y Engels es en realidad — como comprobaremos en la tercera parte de la presente obra —
menos simple de lo que tanto marxistas como no marxistas dan a menudo a entender.
Subrayemos más bien otra distinción, más inmediatamente pertinente a nuestro propósito.
La evolución de las sociedades descrita por Comte es meridianamente unilineal. Su
principio, de la unidad de la raza humana induce a Comte a creer que las sociedades deben,
todas y uniformemente, atravesar los tres estados descritos en ‘su famosa ley. Admite, sin
duda, la posibilidad de que ciertas condiciones de clima, de recursos naturales, de
aislamiento y hasta quizá de raza puedan influir sobre el ritmo de esta progresión, pero no
acepta que puedan modificar su curso. .Comte prevé la marcha de la humanidad hacia la
unidad, en la unanimidad del estado positivo.
Marx y Engels, por su parte, son mucho más sensibles a las variaciones históricas y a la
diversidad de las vías de evolución. Creen, en particular, que la comunidad tribal se halla en
el origen de diversos tipos de sociedad: sociedad asiática, ciudad antigua, sociedad
germánica. Las condiciones locales, los diversos factores psíquicos, económicos y sociales
pueden pues multiplicar los caminos de la historia. Por otra parte, ciertos tipos de sociedad
cuentan con más elementos dinámicos inscritos en la estructura misma de su organización
que otras. Tal es el caso de la ciudad antigua, de la sociedad germánica y de la sociedad
feudal, que llevan en sí promesas de evolución inexistentes en la sociedad asiática, más
estable y menos favorable al cambio. La perspectiva más flexible y más histórica de Marx y
Engels, perspectiva que desemboca en un evolucionismo multilineal, corresponde al punto
de vista del neoevolucionismo moderno mucho más que la teoría evolucionista rectilineal
de Auguste Comte.
FERDINAND TÓNNIES:
LOS FUNDAMENTOS PSÍQUICOS DE LAS RELACIONES SOCIALES
Comparada con las clasificaciones evolucionistas o históricas propuestas por Comte, Marx
y Engels, la tipología de Ferdinand Tannies (1855-1936) se revela muy diferente, tanto por
el criterio utilizado como por las clases o categorías sociológicas que la integran y que
forman el núcleo central de la sociología de Tónnies. Comprobaremos más adelante la
particular influencia que la obra de Tinnies ha ejercido sobre la sociología.
Las dos voluntades
El punto de partida adoptado por Tónnies releva de la psicología individual. Tónnies sufre
aquí la influencia de una cierta «escuela psicológica» de las ciencias sociales, muy
impotazn tml Alemania a fines del siglo xix. Las investigaciones de esta aiud se aplicaban,
o bien a la «psicología de los pueblos» (caso ¿e rus y Steinthal), o bien a los, fundamentos
psíquicos del ¿n1hs. (Caso de R. Von Ihering y O. Gierke) o de la economía icfliiiitt
(A. Wagner). TZinnies, por su parte, emprende el análisis & lli fundamentos psíquicos de
las relaciones sociales que compoacti lkt trama de toda colectividad. Estas relaciones
sociales son, a juaciict ¿Ir TLinnies, relaciones entre «voluntades» humanas, entendido aqill
dl término «voluntad» en un sentido vago, muy impreciso w mi bien global, aplicado para
designar el conjunto de los meczngnu que motivan y orientan la conducta de los hombres
entre sL
Ahora bien, la voluntad humana, así entendida, se presenta gijss dos formas harto diferentes
e incluso opuestas: la Wesenwdk, qu cabe traducir por «voluntad orgánica», y la Kürwille o
vozta reflexiva». La voluntad orgánica es una voluntad «natural, cuanto está directamente
vinculada al organismo biológico, ¿nl que extrae su principio, su fuerza y su impulso. La
voluntad ornita es la expresión directa de la necesidad vital del hombre y tambio ¿It su
entidad global, hecha de estados biológicos, de sentimienizcis de pensamientos. La
voluntad orgánica no excluye el pensamicntzn, sino que lo integra en el conjunto de las
motivaciones y ¿e lina mecanismos de la acción humana. Ahí radica precisamente la
pniznii. pal diferencia entrç la voluntad orgánica y la voluntad reflexiva: &a iMtima está
dominada por el pensamiento y es, en consecuelxli*., artificial, por cuanto se trata de una
voluntad que el hombre b debido forjarse por añadidura, en cierto modo, sometiendo una
par de su acción al control de la racionalidad y de la inteligencia. La voluntad orgánica es
pues, segtn Tñnnies, «una voluntad que incluye el pensamiento», en tanto que la voluntad
reflexiva es ta pensamiento que abarca la voluntad».
Loas formas de las voluntades
La voluntad orgánica reviste tres formas, a tenor de los difeimites niveles de actividades a
los que corresponde. Al nivel de la ii4ad vegetativa «interna» del organismo, la voluntad
orgánica d deseo; al nivel de la actividad «animal», por la que el orgawsmo se mantiene en
relación con el mundo externo, la voluntad az.inica corresponde al hábito; al nivel de las
actividades mentales, n 6n, la voluntad orgánica cobra la forma de la «memoria», que es, a
juicio de Ti3nnies, la capacidad de reproducir los actos aptoS piados a la obtención de fines
específicos. El hábito y la memoria eseín estrechamente vinculados entre sí. De otro lado,
ambos se .dquieren por el aprendizaje, lo que explica que constituyan el fun¿amento de la
moralidad. La conjunción que se opera entre las tres xrnas de la voluntad orgánica confiere
a cada persona su peculiar etrícter moral.
La voluntad reflexiva reviste asimismo tres formas «simples»: la reflexión, la conveniencia
y el concepto. Transcribimos aquí, en p.ilabras de 3. Leif, un sucinto resumen del
pensamiento de Tónnies: *b reflexión es la consideración de la intención o del objetivo; la
cunveniencia es la búsqueda de las razones, una vez elegido el objetivo; el concepto, en fin,
es la representación racional y general de los objetos o de los obetivOS» 26• Aií.adamos
también la existencia, en opinión de Tónnies, de formas «complejas» de la voluntad tetkxiva. Pero sería superfluo proceder ahora al análisis de las mismas.
Oposición de las dos voluntades
Ambas voluntades, la orgánica y la reflexiva, imprimen a la actividad humana orientaciones
diferentes, contrarias incluso. J. Leif resume la oposición entre ambas voluntades en los
términos siguientes: «Voluntad orgánica y voluntad reflexiva son opuestas por naturaleza.
Una traduce los impulsos del corazón, mientras que la otra es la expresión de una actividad
de la cabeza. La primera releva del ámbito de lo concreto orgánico y afectivo. La segunda
es puramente intelectual y abstracta».
La oposición entre esas dos voluntades se plasma en las conductas diferentes por ellas
animadas. La voluntad orgánica está en el origen de la acción inspirada por las pasiones,
por el amor o el odio, por la amistad o la repugnancia, por ci valor o el miedo, por la
bondad o la malicia, etc. Toda acción racional, calculadora, que obedezca al interés
personal, a la ambición, a la búsqueda de poder o de dinero, es, por el contrario, expresión
de la voluntad reflexiva.
En cada persona se enfrentan ambas voluntades, venciendo necesariamente una de ellas. De
ahí que la voluntad orgánica esté más consolidada en algunas personas, y en otras la
voluntad reflexiva. Tal es la razón de que Tónnies distinga a los individuos según la
voluntad dominante en ellos.
La oposición existente entre las dos voluntades en cuestión no se trasluce solamente en las
actividades individuales y en los individuos. También se advierte en los grupos y en las
categorías sociales. La psicología individual de Tinnies se transforma entonces en una
psicología social. Tónnies, por ejemplo, explica el contraste entre los sexos por las dos
voluntades: la mujer obedece más a la voluntad órgánica, por ser más sensible, más
intuitiva, más sentimental que el hombre. Éste, en cambio, más comprometido que la mujer
en una vida activa y a menudo dura, debe obedecer más a la voluntad reflexiva. Asimismo,
los poetas, los artistas, los hombres de genio poseen en general una naturaleza más
«femenina»: la voluntad orgánica prevalece en ellos. Durante la infancia y la juventud, el
ser humano está animado sobre todo por la voluntad orgánica. más primitiva y más natural.
En la edad madura y en la vejez, por el contrario, la voluntad reflexiva progresa y domina
cada vez más. La instrucción, en fin, favorece la voluntad reflexiva, en la medida misma en
que suscita y afina el espíritu crítico y desarrolla la racionalidad y la libertad de
pensamiento. Las clases instruidas de la sociedad se distinguen pues de las demás por el
hecho de que la voluntad reflexiva domina en ellas, mientras que las clases no instruidas
obedecen más bien a la voluntad orgánica.
Relaciones comunitarias y relaciones societarias
Si los dos tipos de voluntad pueden así distinguir y oponer entre sí las conductas
individuales, y las categorías o grupos de personas, se comprende también que distingan y
opongan dos tipos de relaciones sociales entre los hombres. La acción de los hombres, en
las relaciones que les unen entre sí, viene guiada por una forma u otra de la voluntad, al
igual que el resto de su conducta. Así se explica la fórmula de Tónnies antes transcrita,
según la cual las relaciones sociales son relaciones entre voluntades humanas. Las
relaciones sociales que obedecen a la voluntad orgSica son las que Tónnies llama
comunitarias. Las relaciones sociales inspiradas por la voluntad reflexiva se denominan
societarias. Estas dos formas de relaciones sociales constituyen, a los ojos de Tónnies, las
calegorJas /undamentales de toda la realidad social. Cabe, en efecto, incluir en una u otra de
esas categorías todas las formas de la vida social humana. No cabe duda de que las
relaciones comunitarias y las relaciones societarias jamás se encuentran en estado puro y
exclusivo en las colectividades concretas. Nó existe grupo que descanse únicamente en
unas relaciones comunítarias o en unas relaciones societarias. El carácter comunitario y el
carácter societario de las relaciones sociales son, pues, categorías de la «sociología pura» o
teórica. La observación de la realidad social concreta permite, sin embargo, aislar
analíticamente esas dos formas de las relaciones sociales y determinar en cada caso cuál de
las dos es dominante. Las agrupaciones, las colectividades en que privan las relaciones
sociales de índole comunitaria forman un tipo de organización social, la «comunidad»
(Gemeinscba/t). Aquellas en que predominan las relaciones societarias constituyen el tipo
opuesto de organización social, la «sociedad» (Gesellschaft).
La comunidad
La comunidad está integrada por personas unidas por vínculos naturales o espontáneos,
como también por objetivos comunes que trascienden los intereses particulares de cada
individuo. El sentimiento de pertenencia a una misma colectividad domina el pensamiento
y las acciones de las personas, garantizando la cooperación de cada miembro y la unidad o
la unión del grupo. La comunidad constituye pues una totalidad orgánica, en cuyo seno la
vida y el interés de los miembros se identifican con la vida y el interés del conjunto.
Este tipo de organización social reviste concretamente tres formas principales: la
comunidad de sangre (la familia, la parentela, el clan, etc.), que es la comunidad más
natural, de origen biológico, y consiguientemente la más primitiva también; la comunidad
de lugar, que se forma por la vecindad y que cabe encontrar en las aldeas o en los medios
rurales; y, por fin, la comunidad de espíritu (establecida sobre la amistad, la concordia, una
cierta unanimidad de espíritu y de sentimientos), comunidad que se encuentra sobre todo en
los pueblos pequeños en los que se conocen las personas, en la comunidad nacional y en los
grupos religiosos.
Subrayemos, de paso, que esos tres tipos de comunidad corresponden, en el espíritu de
T3nnies, a las tres formas de la voluntad orgánica: el primer tipo corresponde al placer, por
tratarse del más biológicamente natural y primitivo; el segundo, al hábito, por cuanto se
funda en la proximidad física, en la cohabitación en un mismo territorio reducido; el
tercero, a la memoria, esencial a toda comunicación mental y espiritual entre los hombres.
La sociedad
En la sociedad, al contrario, las relaciones entre tas personas se establecen sobre la base de
los intereses individuales. Son pues relaciones de competencia, de rivalidad, o, por lo
menos, relaciones sociales que llevan impreso el sello de la indiferencia por todo lo que
concierne a los demás. La comunidad está hecha de relaciones «cálidas», fuertemente
impregnadas de afectividad. La sociedad, en cambio, es la organización social de las
relaciones «frías», en las que privan la diversidad de intereses y el cálculo.
El intercambio comercial constituye el ejemplo más típico de una relación societaria. Cada
sujeto del intercambio procura sacar el mayor provecho posible. Tal es la regla del juego.
El comercio, los negocioS, el trabajo industrial son, pues, formas de organización social de
carácter societario. La gran ciudad, lugar privilegiado de la actividad comercial e industrial,
es también una forma de so. cieclad. Lo mismo cabe decir del Estado, superpuesto a esas
duda- des, que protege o defiende intereses económicos y debe a menudo someterse a los
mismos; que represerta, en fin, los intereses particulares de una comunidad nacional. El
derecho nacido del derecho romano es asimismo, en opinión de TónnieS, una instituciófl de
tipo societario, por cuanto se inspira en un concepto del hombre razonable, reflexivo, y
consiguientemente responsable; es, de otro lado, la expresión de una noción esencialmente
contractual de las relaciones sociales. La ciencia es también un mundo societario
exclusivamente racional, crítico, lógico y universal. La opinión pública, en fin, se considera
ilustrada por estar calcada sobre el pensamiento científico, en el que, por lo demás, se
inspira. Discurre, de otro lado, en torno al Estado y a los intereses del mismo. La opinión
pública es, pues, otra forma de actividad societaria.
De la comunidad a la sociedad
En su obra póstuma, El espíritu de los tiempos modernos, Tbnníes se propuso aplicar su
sociología de la comunidad y de la sociedad a la evolución hitórica del moderno Occidente.
Para Tónnies, los tiempos modernos incluyen necesariamente la edad media, habida cuenta
de que el período que los historiadores dan en llamar los tiempos modernos, período cuyo
comienzo sitúan a fines de la edad media, sólo puede explicarse realmente por esa misma
edad media, con la que constituye una unidad- Ahora bien, la historia occidental, desde la
edad media hasta nuestros días, puede definirse como la transición de una organización
social de carácter comunitario a una organización social de carácter societario. Los
principios de la organización social de la edad media eran sobre todo la unidad f a- miliar,
los lazos de sangre, los vínculos de vecindad, de aldea y de burgo. Señores y siervos
compartían, a efectos prácticos5 la propiedad de las tierras. El derecho consuetudjni0
reflejaba USOS y costumbres propios de un espíritu comunitario. El Estado político era
prácticamente inexistente. La comunidad de pensamiento se realizaba en la unanimidad
religiosa.
La aparición y el progreso del individualismo fueron los factores que desencadenaron la
evolución y finalmente el estallido de la comunidad medieval, para dar lugar a la sociedad
moderna. Ese individualismo se tradujo primero en la «comercialización» progresiva de las
relaciones entre dueños y subordinados: los señores exigieron a sus siervos rentas cada vez
más elevadas; los artesanos se organizaron en corporaciones para protegerse los unos de los
otros; los príncipes gravaron con impuestos a sus súbditos; la propia Iglesia comercializó
las relaciones entre los fieles, el clero y Dios. Relaciones de oposición y dominación
sustituyeron entonces a las relaciones de unión y cooperación. Pero la dominación no podía
por menos de originar los movimientos de emancipación a los que se asiste desde fines de
la edad media: emancipación de los siervos y de los campesinos, liberación de las ciudades
y del comercio, reivindicaciones políticas y económicas, libertad de conciencia religiosa,
igualdad de derechos del ciudadano. La libertad y la igualdad que reclamaron y obtuvieron
los individuos entrañaban, a su vez, la aparición de un nuevo tipo de entendimiento entre
los hombres y la aparición, por consiguiente, de un nuevo tipo de organización social: el
acuerdo contractual. Éste reconoce la divergencia de los intereses individuales y la erige en
sistema. El acuerdo contractual sustituye al acuerdo comunitario y al sentimiento de
pertenencia. La evolución, desde la edad media hasta nuestros días, se resume pues del
modo siguiente: la organización social de tipo societario, urbano, industrial, capitalista,
democrático y científico ha sustituido progresivamente a la antigua comunidad medieval,
de tipo comunitario, rural, artesanal, corporativo, jerárquico y religioso.
La sociología de Tinnies desemboca, como puede advertirse por la lectura de sus últimas
obras, en una aplicación histórica. Las dos categorías fundamentales de la sociología pura,
comunidad y sociedad, se encarnan en dos tipos de sociedades concretas e históricas, que
cabe comparar entre sí y cuya sucesión en el tiempo es posible seguir, como también
cabría, sin duda alguna, compararlas en el espacio, a propósito de un mismo período
histórico.
Primer intento de teoría fundamental
La obra sociológica de Ti5nnies ha ejercido una influencia muy profunda, debido,
evidentemente, a los fundamentos psicológicos que este autor creyó poder prestarle. La
psicología de Tinnies no ofrece actualmente más interés que el de servir de trasfondo a su
tipología de las relaciones sociales y de la organización social. Las aplicaciones que hace
de su psicología a los grupos de personas son a menudo, por lo menos, simplistas. En
particular, la oposición que introduce entre el hombre y la mujer supone unos
temperamentos masculino y femenino inscritos en la naturaleza biológica del hombre y de
la mujer, siendo así que estudios más recientes demuestran que la cultura juega un
importantísimo papel en la diferenciación de los rasgos psíquicos entre los sexos.
El éxito de la sociología de Tónnies se basa sobre todo en el hecho de constituir la primera
tentativa de elaboración de un modelo que releve de la teoría fundamental, modelo cuya
aplicabilidad a las sociedades concretas e históricas quiso luego demostrar Tinniess.
Gemeinschaft und Gesellschaft señala el inicio de la teoría sociológica general. A este
título, la obra de Tnnies pertenece tanto a la tradición’ analítica como a la tradición
comparada y clasificatoria, en lo que respecta al estudio sociológico de la organización
social.
Las tipologías bipolares
Por lo que respecta a la clasificación de las formas de organización social, sobre la que
descansa toda la sociología de T3nnies, digamos que inaugura una larga serie de tipologías
bipolares o dicotómicas, más o menos directamente inspiradas en la de Tnnies. Sin duda,
debe tenerse en cuenta el hecho de que Tnnies no fue el primero en proponer semejante
dicotomía. Nuestro autor se inspiró explícitamente en la de Henry Sumner Maine. En su
estudio sobre el derecho antiguo, el derecho romano en particular, Maine había sacado la
conclusión de que la evolución del derecho arrancaba de un derecho definidor del estatuto
de las personas para desembocar en un derecho regulador del contrato entre personas. En
esta evolución jurídica, Maine veía el reflejo de una evolución de la sociedad, evolución
marcada por «la disolución gradual de la dependencia familiar y el progreso de la
obligación individual» . El derecho del estatuto de las personas está estrechamente
vinculado al predominio de la familia. El derecho contractual resulta del individualismo
creciente. Se advierten aquí ciertas ideas tomadas directamente de Maine por Tinnies, en
particular la del progreso del individualismo en la historia y la de la consolidación
concomitante del derecho contractual.
La originalidad de T5nnies consistió en la elaboración de sus dos tipos de organización
social como dos «tipos puros», según una expresión popularizada por Max Weber, es decir,
como dos tipos abstractos, tan diferentes el uno del otro que representan dos polos
extremos- y absolutamente opuestos. La realidad concreta jamás alcanza semejante grado
de «pureza». Se sitúa en un punto cualquiera entre esos dos polos, generalmente más
próxima al uno que al otro. A Max Weber incumbió sistematizar esta metodología, que
Tnníes, en realidad, bosquejó solamente, aunque sí aplicó.
Este método, método del «tipo puro» o del «tipo ideal», ha sido utilizado en sociología por
varios autores, para tratar diferentes realidades. Sin pretender ser exhaustivos,
mencionemos en particular la distinción de Charles Cooley entre, de un lado, los «grupos
primarios», que son, como la familia pongamos por caso, grupos reducidos en los que las
relaciones sociales son personalizadas e íntimas y ejercen una profunda influencia sobre la
formación de la persona (en este sentido sobre todo son considerados como primarios); y,
de otro lado, los restantes grupos más extensos a los que pertenece el individuo. Cooely
prefirió no llamar «secundarios. a estos últimos. Pero otros muchos sociólogos, adoptando
su distinción, no han vacilado en hacerlo.
Howard Becker, por su parte, distingue entre sociedades sagradas y sociedades profanas
(secular»). Karl Popper opone la socicdad abierta a la sociedad cerrada. Mac Iver compara
las relaciones comunitarias y las relaciones «asociacionales». Más adelante veremos
también la distinción de Spencer entre sociedad militar y sociedad industrial; la de
Durkheim, entre solidaridad mecánica y solidaridad orgánica; la de Redfield, entre sociedad
arcaica (folk society) y sociedad urbana. Por lo demás, todos los análisis y todas las escalas
de actitudes en psicología social y en sociología se basan sustancialmente en dicotomías
parecidas, tales, como por ejemplo, tolerancia. segregacionismo, integracionismo,
«localismo Politismo», etc. Tinnies es, pues, el iniciador de un método que, por muy
criticado que haya sido y lo sea aún, como tendremos ocasión de comprobar más adelante,
no ha dejado de ser fructífero y ampliamente utilizado en sociología, en antropología y en
psicología social.
Influencia política de Tiinnies
La influencia de Tinnies no se limitó solamente al ámbito de la sociología. Actuó también
sobre la vida política y nacional alemana. Es harto evidente, en efecto, que la simpatía de
Tónnies se inclinaba del lado de las relaciones de carácter comunitatio, relaciones que, en
definitiva, identificaba él con una especie de moral natural. La intención de Ti3nnies, por lo
demás, fue la de hacer una obra moral tanto como sociológica. Ha podido afirmarse que su
obra contribuyó a la proliferación de los movimientos románticos y nacionalistas alemanes,
incluido el nazismo. Pero preciso es admitir que Tórinies no fue el Único sociólogo que
manifestó su inclinación personal. Otros muchos sociólogos no han sabido ocultar mejor su
simpatía por la «superioridad» de la sociedad moderna sobre las sociedades menos
avanzadas. Los juicios de valor personales están siempre presenes en el umbral de la puerta
que el sociólogo abre para contemplar el mundo.
II. CRITERIOS INTERNOS A LA ORGANIZACIÓN SOCIAL
Las clasificaciones presentadas en la primera parte de este capítulo tienen todas ellas su
principio fuera de la organización social propiamente dicha. Para Comte, la organización
social deriva del progreso de los conocimientos. Según Marx, es una superestructura de las
relaciones de producción o de las formas de apropiación de los medios de producción. En
opinión de Tbnnies, el principio de la organización social se sitúa en la psique individual,
siguiendo el tipo de «voluntad» inspirador de la acción humana y de las relaciones sociales.
Vamos a considerar ahora tipologías que cabe calificar como más propiamente
«sociológicas», por cuanto sus autores han buscado el o los principios o criterios de las
mismas en modalidades características diferentes a tenor de las cuales se estructura la
organización de las sociedades.
HERBERT SPENCER: COMPLEJIDAD CRECIENTE DE LAS SOCIEDADES
La ley general de la evolución
Toda la obra filosófica de Herbert Spencer (1820-1903) estuvo consagrada a demostrar la
posibilidad de reconstruir la unidad del saber humano a partir de. una sola gran ley
científica, universal- mente aplicable: «la ley general de la evolución». Inspirándose en los
estudios— los de Lamarck y Darwin sobre todo — que, en el siglo xxx, probaron la
veracidad de las teorías evolucionistas o transformistas en biologíasgenética, Spencer
formuló una ley general según la cual la evolución de todos los cuerpos se opera por el paso
de un estadio primitivo, caracterizado por la homogeneidad o la simplicidad de la
estructura, a unos estadios cada vez más avanzados, marcados por una heterogeneidad
creciente de las partes, heterogeneidad que va acompañada de nuevos modos de integración
de esas partes. Cuanto más un cuerpo consta de partes diferentes y heterogéneas, y cuanto
más compleja es su organización, tanto más puede decirse que es «avanzado» o
«evolucionado». La especialización de los órganos, a condición de ir acompañada de una
integración del conjunto, es, en efecto, un factor de progreso para un cuerpo dado, por
cuanto resulta que éste amplía su radio de acción y multiplica sus probabilidades de
supervivencia en «la lucha por la vida» (siruggle bi live) que impera en todo el orden de la
naturaleza.
Ahora bien, a juicio de Spencer, la sociedad debe ser considerada como un ser vivo que
obedece a esta ley de la evolución, al igual que los organismos biológicos. Para subrayar
claramente el vínculo existente entre la evolución biológica y la evolución social, Spencer
considera la sociedad como una realidad «supraorgánica», cuya evolución puede asimilarse,
en no pocos aspectos, a la seguida por los seres orgánicos. Así, pues, tras haber demostrado
cómo su ley de la evolución se aplica en biología y en psicología, Spencer acaba por aplicar
esa misma ley al desarrollo de las sociedades. Se comprende perfectamente que el nombre
de Herbert Spencer se haya convertido en el símbolo de la teoría evolucionista de la
segunda mitad del siglo XIX.
En la perspectiva que le era propia, Spencer debía pues ensayar la definición de diferentes
tipos de sociedades, correspondientes a otros tantos estadios de la evolución humana y
social. Su ley universal de la evolución, aplicada a la historia de las sociedades, debía, a su
juicio, facilitarle el descubrimiento de esos estadios y la demostración de su sucesión
cronológica o.
De las sociedades simples a las sociedades complejas
Fundándose en los estudios etnográficos que por aquel entonces estaban a su alcance,
Spencer se propuso demostrar que, conforme a la ley de la evolución, las sociedades
humanas fueron en su origen pequeñas comunidades simples, indiferenciadas, homogéneas,
que evolucionaron en el sentido de hacerse cada vez más complejas, más diferenciadas,
más heterogéneas. Las sociedades más simples son grupos nómadas, carentes de toda
organización política, que viven de la caza y de la pesca, para las que utilizan medios
técnicos muy primitivos, de modo que la división del trabajo se reduce en esos grupos a su
más expresión. Las sociedades van haciéndose más complejas o más heterogéneas, a
medida que se componen de grupos diferentes cada vez más numerosos y a medida que
esas sociedades se jerarquizan; a medida que la autoridad politica se organiza y diferencia;
a medida que las funciones económicas y sociales se multiplican, y a medida que la
producción exige una división de las tareas cadi vez más elaborada.
Primera tipología
El criterio de la complejidad creciente de la organización social induce a Spencer a
distinguir cuatro tipos de sociedades, correspondientes a cuatro estadios de la evolución
social. Cada tipo de sociedad se subdivide, a su vez, en subtipos:
1. Las sociedades simples. Spencer distingue en ellas cuatro subtipos: las que carecen de
toda autoridad política, las que tienesi un jefe ocasional, las que sólo poseen una autoridad
imprecisa e inestable, y, en fin, aquellas en que la autoridad política se ha organizado de
una manera permanente. Dentro de esos subtipos, Spenccr distingue además entre las
sociedades nómadas las sociedades seminómadas y las sociedades sedentarias. Todos estos
subtipos de Las llamadas sociedades «simples» ofrecen en común el hecho de no darse en
su seno grupos distintos poseedores de una cierta cohesión. La autoridad polftica, caso de
existir, se ejerce directamente sobre todos los miembros de la sociedad, sin pasar por
autorídades intetmedias.
2. Las sociedades compuestas. Spencer distingue también c ellas unos subtipos, según
tengan un jefe ocasional (nunca se da el caso de que carezcan de una autoridad), una
autoridad inestable o una autoridad permanente, y también según sean nómadas,
seminómadas o sedentarias. En estas sociedades, sobre todo en caso de hiberse organizado
el poder político, cabe observar niveles intermedios dotados, cada uno de ellos, de una
autoridad sujeta a la autoridad suprema: así, por ejemplo, los jefes de familia o de dan, los
jefes militares o religiosos, que gozan de una jurisdicción determinada y cuyos poderes
estén sujetos a la autoridad suprema o son coordinados por ella. La existencia de grupos de
familias, de clanes, de «mitades (especie de clanes que dividen a la tribu en dos mitades)
confiere a estas sociedades un carácter más complejo que el de las sociedades simples.
3. Las sociedades doblemente compuestas. En ellas se desdoblan los grupos, se multiplican
las autoridades y deben ser elaborados, nuevos modos de integración. Estas sociedades son
siempre sedentarias. Disponen de una organización del poder que es, o bien inestable, o
bien estable. En estas sociedades se desarrollan las ciudades y los medios de transporte,
progresan las técnicas de trabajo, aparece y se formaliza el derecho positivo.
4. Las sociedades triplemente compuestas. Se trata de las grandes civilizaciones que han
dado lugar a los imperios y a las grandes religiones, y han impulsado el progreso de las
ciencias y de las artes. Las grandes naciones modernas, los países industrializados
pertenecen, evidentemente, a esta última clase.
Segunda tipología
Pero Spencer no se detiene aquí. En efecto, juzga posible y hasta necesario elaborar una
segunda clasificación de las sociedades, paralela a la primera y superpuesta de algún modo
a ella. Spencer distingue aquí dos tipos de sociedades netamente opuestos entre sí, cuando
los consideramos en sus puntos extremos. Esta segunda clasificación es pues, propiamente
hablando, una tipología dicotómica o bipolar, como la de Tinnies. Esos dos tipos opuestos
de sociedades son la sociedad militar y la sociedad industrial.
La sociedad militar
La sociedad militar, la más antigua, comprende sobre todo a las sociedades simples y a las
sociedades compuestas. Casi todas estas sociedades, en efecto, están permanentemente en
pie de guerra, ya sea porque deben conquistar nuevos territorios, ya sea porque deben
defenderse de los agresores reales o eventuales. La guerra es pues una actividad dominante,
necesaria y permanente en las sociedades menos evolucionadas. La función militar priva
sobre la función de producción o más exactamente, la segunda está condicionada por la
primera y de ella depende.
De ahí que toda la organización social entera esté calcada sobre la organización militar. La
sociedad en cuestión es regida, administrada y organizada conforme al modelo del ejército.
Es una saciedad muy centralizada, rígidamente jerarquizada, en la que los poderes político,
religioso y militar están fusionados o vagamente diferenciados. La propia religión tiene un
carácter militar, tanto en su lenguaje como en su representación de los poderes
sobrenaturales. Ofrece asimismo un carácter absoluto, autoritario, que exige y valora la
sumisión completa y ciega. También el trabajo está organizado a menudo sobre una base
militar, y, en algunas sociedades de este tipo, la autoridad de los jefes abarca incluso los
más pequeños detalles de la vida cotidiana.
En resumen, el carácter dominante de tales sociedades estriba en el hecho de que los
hombres están sometidos a lo que Spencer da en llamar la cooperación obligatoria.
La sociedad industrial
La sociedad industrial, según Spencer, está aún en formación, pero lo que conocemos ya de
ella permiteS delimitar su carácter principal: la autonomía y la libertad de las personas. Esta
tendencia se ha manifestado históricamente en varios sectores de la vida social:
instituciones politicas cada vez más democráticas, autoridad menos agobiante del Estado
sobre las actividades y la vida privada de las personas, individualismo religioso creciente,
progreso de la libertad de comercio y de trabajo, etc. El auge del individualismo tiene su
explicación en el hecho de que, a medida que las sociedades vivieron en paz entre sí, se
orientaron cada vez más hacia las actividades de producción. La necesidad de una
organización militar se hizo sentir menos. -El ejército pasa así a convertirse en una
estructura más de la sociedad, en vez de constituir su estructura central. La función militar
se subordina pues a la función productora, contrariamente al orden vigente en la sociedad
militar.
En consecuencia, a la cooperación obligatoria característica de la sociedad militar sucede la
cooperación voluntaria, típica de la sociedad industrial. El contrato, cuya progresiva
implantación en el derecho antiguo había evidenciado Henry Maine, constituye la forma
principal y. más perfecta de la cooperación voluntaria. El contrato está también llamado a
ser, en la sociedad industrial ya acabada, el vínculo más general, más universal.
Cabe resumir el pensamiento de Spencer del modo siguiente: en la sociedad militar, una
autoridad central fuerte y constriñente es la que, gracias a la guerra permanente, establece y
sostiene los vínculos sociales y la cooperación necesarios a la sociedad; en la sociedad
industrial, la cooperación sé efectúa espontánea y libremente, fruto del encuentro de los
intereses individuales, razón ésta por la que la relación contractual es entonces el vínculo
social más típico y, eventualmente, más generalizado.
Spencer, Comie, Tinnies y el evolucionismo
La sociología de Spencer nos remite evidentemente a la de Comte. En ambas, la sociedad
industrial es opuesta a la sociedad militar, empleando Spencer la misma terminología que
Comte. Si bien sus respectivas descripciones de la sociedad militar son globalmente casi
idénticas, no cabe decir lo mismo de la sociedad industrial. Para Comte, la nueva sociedad
industrial será burocrática y planificada, sujeta a la autoridad de los ingenieros y de los
sabios. Spencer, al contrario, lee en la evolución de la sociedad industrial la marcha hacia
una sociedad individualista, libre, en la que la autoridad política quedará reducida a su
mínima expresión; el orden impedirá en ella como consecuencia de un acuerdo implícito
resultante de Ja convergencia y complementariedad de los intereses individuales.
Spencer tal vez comprendió mejor que Comte que la nueva sociedad industrial favorecería
una autonomía creciente de las personas. Pero incurrió en el error de considerar el
individualismo como un principio de organización social. La verdad es que Comte entrevió
con mayor claridad que Spencer las tendencias burocráticas inherentes a. la sociedad
industrial y el papel que en ellas desempeñan actualmente los tecnócratas y los «peritos».
Contrariamente a T6nnies, a quien inquietaba el progreso de un individualismo juzgado por
él como amoral, y hasta como inmoral, Spencer, ardiente defensor del liberalismo
económico, amiasociacionista convencido y hombre ferozmente opuesto al socialismo,
encontraba en la historia una justificación científica de sus ideas. Creía poder demostrar que
el individualismo era compañero inseparable del progreso.
Filósofo del evolucionismo y del liberalismo económico y politico, Spencer, como
fácilmente puede comprenderse, gozó de un amplia audiencia en su tiempo, sobre todo en
los países anglosajones. Los comienzos de la sociología norteamericana llevan su impronta.
Pero, tras haber sido rechazado muy pronto el evolucionismo por los antropólogos ingleses
y norteamericanos, la obra & Spencer fue considerada largo tiempo como perteneciente a la
prehistoria de la sociología. Más adelante veremos que el. neoevolucionismo en
antropología y en sociología sostiene hoy unas tesis extrañamente próximas a las de
Spencer.
ÉMILE DURKHEIM: LOS TIPOS DE SOLIDARIDAD
Aun cuando la influencia de Spencer se hizo sentir sobre todo en los medios anglosajones,
la escuela francesa, sin embargo, le debe algo. Émile Durkheim, en efecto, discutió
ampliamente las tesis de Spencer, circunstancia que le llevó a «corregir» y a transformar
algunas teorías spencerianas, y consiguientemente adoptarlas. Imposible pues comprender
la obra sociológica de Durkheim, sus primeros estudios sobre todo, sin referirnos a Spencer.
El paso de lo simple a lo compuesto
Respecto a la clasificación de las sociedades, Durkheim admite que «Spencer ha
comprendido muy bien que la clasificación metódica de los tipos sociales no podía tener
otro fundamento» que el paso de lo simple a lo compuesto Y enuncia a su vez «el principio
de la clasificación» de los tipos sociales en los términos siguientes: «Se empezará por
clasificar las sociedades según el grado de composición que ofrecen, tomando por base la
sociedad perfectamente simple o de segmento único. En el seno de estas clases, se
procederá a la distinción de variedades diferentes según se produzca o no una coalescencia
completa de los segmentos iniciales» ‘.
Durkheim, sin embargo, reprocha a Spencer que no precisara mejor lo que él entendía por
«simplicidad» de una sociedad y que identificara la sociedad simple con «una cierta
tosquedad organizativa»Durkheim da luego su propia definición: «Por sociedad simple hay
que entender, pues, toda sociedad que no encierre en su seno otras sociedades más simples
que ella; que no solamente esté actualmente reducida a un segmento único, sino que
además no presente indicio alguno de una segmentación anterior» Estimamos, sin embargo,
que Durkheim, con esta definición, en realidad no ha hecho más que expresar con mayor
claridad que Spencer la noción spenceriana de simplicidad.
Tras haber definido el criterio de una clasificación de las sociedades, Durkheim no
emprende la elaboración de esa clasificación. A lo más, enumera sucintamente algunos
tipos sociales que, por lo demás, apenas son diferentes de los de Spencer. De otro lado, los
presenta de una manera menos elaborada que el propio Spencer.
Las dos solidaridades
En otro punto habría de ser original la contribución de Durkheim. Spencer había presentado
dos clasificaciones de las sociedades, entre las que no parecía existir vínculo alguno.
Durkheirfl demostraría, por su parte, cjue ambas dasificaciOfles están estrechamente
vinciladas, o más exactamente, que la evolución de la cooperación está íntimamente
asociada a la creciente complejidad de las sociedades- Según Durkheim, Spencer había
captado acertadamente la autonomía creciente del individuo a través de la evolución social,
pero había analizado mal sus causas y sus consecuencias.
Es cierto que, en las sociedades primitivas o arcaicas, la personalidad individual está en
gran medida absorbida por la sociedad; o también, según la terminología de Durkheim, que
la «conciencia colectiva» recubre casi completamente la «conciencia individual». El
hombre primitivo piensa, siente, obra tal como se lo prescribe o manda la colectividad a
que pertenece. La coacción externa que sufre es demasiado poderosa como para que se
desarrolle su conciencia individual. Ésta, por el contrario, se afirma mucho más en la
sociedad moderna. El hombre se sacude entonces una coacción demasiado inmediata o
excesivamente apremiante, y gana sobre la conciencia colectiva un cierto margen de
autonomía personal.
Es así, no porque, como creyera Spencer, la autoridad fortísima de una sociedad militar
centralizada se haya debilitado progresivamente, como consecuencia de la disminución de
las guerras. Al contrario, la sociedad primitiva no es más centralizada que la sociedad
industrial. Durkheim pretende incluso demostrar que no está totalmente centralizada. La
sociedad primitiva, en efecto, está constituida por la yuxtaposición de grupos similares.
Una tribu está integrada por un determinado número de familias o de clanes, todos ellos de
la misma naturaleza, todos ellos desempeñando las mismas funciones. El principio que late
en la base de la organización social de semejante colectividad no es pues la diversidad de
los grupos y de las personas, sino su similitud. El ínculo que une a esos grupos y a esas
personas constituye pues un tipo de solidaridad particular, la solidaridad por similitud,
denominada por Durkheim solidaridad mecánica. A la solidaridad mecánica corresponde
necesariamente un estado fuerte de la conciencia colectiva, por cuanto una sociedad de esta
índole, para sobrevivir, no puede tolerar las desemejanzas, la originalidad, los
particularismos, ni en los individuos ni en los grupos.
El progreso de la división del trabajo es lo que inducirá a la transformación de la sociedad
de solidaridad mecánica. El principio mismo de la división del trabajo es la diversidad de
las personas y de los grupos, principio directamente contrario al de la solidaridad por
similitud. El progreso de la división del trabajo no puede pues por menos de disolver y
destruir la solidaridad mecánica. Pero no desemboca en una cooperación puramente
espontánea o voluntaria, como pretendía Spencer. La división del trabajo da más bien lugar
a un nuevo tipo de solidaridad, basada en la complementariedad de partes diversificadas. La
conjunción de unos intereses complementarios no es, de suyo, un principio de
individualismo puro, libre de toda coacción. Se trata más bien de un vínculo social nuevo,
de otro principio de solidaridad, con su moral propia, principio que origina un nuevo tipo
de organización social. Por no estar ya basada esta solidaridad en la similitud de las
personas y de los grupos, sino en su interdependencia, Durkheim la denomina solidaridad
orgánica. Por ser la diversidad su fundamento, este tipo de solidaridad supone y hasta exige
una mayor autonomía de las personas, una conciencia individual más grande.
Tipos de derecho y tipos de solidaridad
Solidaridad y estados de la conciencia individual o de la conciencia colectiva son, sin
embargo, realidades psíquicas o subjetivas, difíciles de discernir y calibrar concretamente.
¿Cómo distinguirpues los dos tipos de solidaridad? El derecho sería, a juicio de Durkheim,
el índice objetivo capaz de facilitar esa distinción. A lá solidaridad mecánica y a un estado
fuerte de la conciencia colectiva corresponde un derecho que Durkheim llama represivo,
cuya Lunción consiste en castigar todo lo que una sociedad considera o define como
criminal. El predominio del derecho represivo es expresión de una fuerte repugnancia hacia
todo lo que constituye una amenaza para la unidad y la existencia del grupo. A la
solidaridad orgánica consecuente al progreso de la división del trabajo, por el contrario,
corresponde un derecho restitutivo, cuya finalidad no consiste en castigar, sino en poner
nuevamente a las partes en la situación en que debieran estar normalmente, de no mediar
falta alguna. El contrato y la legislación que protegen esa finalidad son su ejemplo más
típico.
El progreso del derecho restitutivo permite, pues, medir el grado evolutivo de una sociedad.
Indica, que la división del trabajo está más desarrollada, que la conciencia individual priva
sobre la conciencia colectiva, que la solidaridad orgánica sustituye a la solidaridad
mecánica.
Los dos tipos sociales
Aun adoptando la tipología de Spencer, Durkheim acaba as! por elaborar lo que él
denomina dos «tipos sociales», dos tipos de sociedad, harto diferentes de las sociedades
militar e industrial de Spencer. La diferencia esencial entre ambas tipologías estriba en el
principio de orden o de organización social invocado por los dos autores. La sociedad de
solidaridad mecánica es una sociedad primitiva, como la sociedad militar; la división del
trabajo es aún elemental o está débilmente desarrollada. Pero la fuerte coacción que cabe
observar en esa sociedad proviene, no de la coerción ejercida por una autoridad central de
carácter militar, como creía Spencer, sino más bien de una conciencia colectiva fuere
resultante de la similitud de las partes constitutivas, conciencia colectiva que se refleja en
un derecho primordialmente represivo o penal.
Por su parte, la sociedad de solidaridad orgánica es, como la sociedad industrial, una
sociedad más avanzada, por cuanto la división del trabajo ha progresado en ella. Pero, a los
ojos de Durkheim, la diversificación de las partes, que cabe observar en ese tipo de
sociedad, origina nuevas reglas morales basadas en la cooperación, una cooperación que no
es espontánea, smc’ que está inscrita en el hecho mismo de la interdependencia de las
partes. El derecho restitutivo es su formulación jurídica. La solidaridad orgánica no exige,
pues, la disolución de la autoridad política y la desaparición de toda reglamentación, como
pretendía Spencer. Requiere, por el contrario, que diversas autoridades formulen una
reglamentación más amplia y más compleja que la necesaria en la sociedad de solidaridad
mecánica.
Durkheim logra así reconciliar el individualismo, muy bien percibido por Spencer en la
sociedad industrial, con el poder creciente del Estado, que Spencer no quiso reconocer. «El
lugar del individuo - escribe Durkheim — es mayor y el poder gubernamental menos
absoluto. Pero no se da contradicción alguna en el hecho de que la esfera de la acción
individual se amplíe al mismo tiempo que la del Estado, ni en el hecho de que las funciones
no inmediatamente emplazadas bajo la dependencia del aparato regulador central se
desarrollen al mismo tiempo que este último».
Autonomía de las personas y organización social
Seguramente, una de las más importantes contribuciones sociológicas de Durkheim es la de
haber mostrado que la autonomía creciente de las personas, inherente al progreso de la
división del trabajo, está vinculada a un tipo concreto de organización social. La autonomía
personal no resulta de una ausencia de normas, de modelos, de control social, como creyó
Spencer. Durkheim ha evidenciado, en su estudio sobre el suicidios que esta ausencia de
normas, que él llama anomía, es, al contrario, de una índole propia para originar reacciones
patológicas: suicidios, criminalidad, delincuencia, etc. La organización social de la
sociedad industrial no es espontánea, no puede contar tan sólo con la cooperación
voluntaria. La colaboración entre miembros y grupos diferentes y complementarios exige
un consenso sobre unos valores, unos modelos, y requiere, por lo tanto, un cierto control
social. La sociedad industrial, al igual que cualquier otro tipo de sociedad, no está fundada
sobre la libertad completa de las personas. La caracteriza el hecho de que la mayor
diferenciación social que cabe encontrar en ella permite a sus miembros optar entre varias
normas y entre varios valores. Las personas pueden así ejercer más su propio juicio. Mejor
aún: la división del trabajo fomenta la diversidad entre las personas, como también entre los
grupos. Es una sociedad que exige la desemejanza más que la similitud, la
complementariedad más que la identidad. Pero esta mayor autonomía de las personas no es
el corolario de una disolución de la organización social, sino el resultado de las exigencias
funcionales de un cierto tipo de sociedad global.
TALCOTT PAKSONS: LP. CAPACIDAD DE ADAPTACIÓN
Parsons y el neoevolucionismo
El abandono del evolucionismo en las ciencias sociales, a comienzos del presente siglo,
llevó a una neta indiferencia por los estudios comparados de las sociedades. De unos años a
esta parte, se asiste, en sociología y en antropología, a un retorno a las teorías
evolucionistas, al nacimiento de lo que cabría llamar un neoevolucionismo y, por esto
mismo, a la revitalización de los estudios comparados.
Puede sorprender al lector ver el nombre de Talcott Parsons asociado al neoevolucionismo.
En efecto, Parsons, cuya teoría general será objeto de un análisis detallado en un capítulo
ulterior (capítulo xx), se ha ganado, con razón o sin ella, la reputación de ser un sociólogo
del «estatismo» social. Se ha dicho que sus teorías no tienen en cuenta la historia, que
minimizan el cambio social y que consideran los factores de cambio solamente como
marginales al sistema social cuyo modelo ha construido él. En realidad, la obra de Parsons
ha seguido una especie de ciclo. Se inició con un análisis copioso de algunos pioneros de la
sociología, Durkheim y Weber en particular. El interés otorgado por estos autores a la
evolución y a la historia no ha escapado evidentemente a Parsons . Parsons quiso luego
consagrar varios años de investigación a la elaboración de una teoría general, consciente de
lo mucho que necesita la sociología una teoría de esta índole. Sólo tras haber construido un
modelo teórico sumamente abstracto, cree Parsons poder volver ahora a los estudios
comparados, provisto de un instrumento intelectual más apropiado que el adoptado por los
sociólogos del siglo XIX. Esto es lo que ha emprendido en sus publicaciones más recientes
Pero, como muy justamente observa, todo estudio comparado de las sociedades es, por esto
mismo, necesariamente evolucionista. A comienzos del presente capítulo, hemos recogido
su observación, a. saber, la imposibilidad de comparar la organización social de una tribu
aislada del centro de Australia con la de una gran nación moderna como la URSS o los
Estados Unidos, considerándolas en pie de igualdad desde todos los puntos de vista. Preciso
es admitir que una está más «desarrollada» o es más «avanzada» que la otra, pese a todo lo
que estos términos puedan encerrar de impreciso o de claramente peligroso. El estudio
comparado de las sociedades exige, pues, la emisión de un juicio sobre el grado de
desarrollo de la organización social.
Problema del criterio objetivo
Evidentemente, el escollo que acecha entonces al investigador estriba en el hecho de que
semejante juicio sea mucho más la expresión de un «juicio de valor» que de un «juicio de
realidad», para tomar el vocabulario de Durkheim; es decir, que el sociólogo defina el
desarrollo a partir de juicios morales o a la luz de una filosofía social o política. Para evitar
la interferencia de los juicios de valor, importa, según Parsons, definir un criterio
auténticamente «objetivo» de clasificación y ordenación de las sociedades. No es éste el
lugar indicado para discutir el considerable problema epistemológico que plantea esa
«objetividad» de un principio de clasificación en las ciencias humanas. El lector habrá
adivinado ya su importancia, por el estudio efectuado desde los comienzos del presente
capítulo.
T. Parsons resuelve este problema mediante la adopción de un criterio lo más conforme
posible al utilizado por la biología genética. En efecto, según Parsons, no hay solución de
continuidad entre la evolución orgánica y la evolución sociocultural. ,Un criterio cuya
validez ha sido probada por la biología genética presenta pues, para nuestras disciplinas,
una garantía de objetividad bastante indiscutible. He aquí el criterio en cuestión: una
sociedad es más «avanzada» en la medida en que su organización social revela una mayor
capacidad de adaptación generalizada. Todo proceso vital, tanto el de un organismo
biológico como el de una especie animal o el de una sociedad, es un proceso de adaptación
a unas realidades externas e internas, a unas situaciones estables o a unos cambios lentos o
bruscos. Pero la adaptación no significa aquí solamente una adecuación a unas condiciones
dadas, sino que consiste también en el esfuerzo exigido por el paso a un estado más
satisfactorio, más productivo; o también, a un estado que corresponda mejor a las aptitudes
latentes y a las energías disponibles. La adaptación no es pues únicamente pasiva, sino que
es además una forma de creatividad y de innovación. Por consiguiente, un ser vivo dotado
de una mayor capacidad de adaptación que otro, está mejor dispuesto para sobrevivir y
progresar.
Diferenciación e integración
Partiendo de este principio, Parsons asume de un nx6a voco las teorías evolucionistas de
Spencer y de Durkheirn. Gcm que, en el caso de las sociedades, la capacidad de adapeacáar
ralizada se trasluce sobre todo en la complejidad crecic e organización social. El proceso de
«diferenciación’, pasa a tirse así en un criterio capital para la apreciación de La cs’ds social.
La diferenciación seopera por la división de unidadta,. llenan dos o más funciones, en
subunidades, cada una de 1» desempeña por lo menos una de las funciones de la unidad
ciit. La familia campesina, por ejemplo, era a un tiempo una residencia y una unidad de
producción; con el progreso de La &iüdiflt del trabajo,. la función de producción es
transferida de La fztxiflia sU establecimiento comercial, a la fábrica, a la oficina. Pero
pticiiø i añadir que la diferenciación no es, de suyo, un indicio de ,vnw* j lo es solamente a
condición de que las funciones de la unidad ginal sean desempeñadas de una manera
«mejor adaptadai. pos’ tlai nuevas subunidades que la afectuada antes por la unidad pinlL
El proceso de diferenciación exige una reordenación en dos. de integración de las partes. La
multiplicación de sul4hi no debe desembocar en la desorganización o en la anarquía. síno’
4rn un nuevo orden entre las unidades y las subunidades. En fin — esto distingue a la
evolución social de la evolución orgánica — lh* procesos de diferenciación y de
reintegración requieren nca. ciones en el universo de los valores. En una organizacidn
iwirii,1l cuya complejidad vaya en aumento, el sistema de valores mis s’t’ piado es aquel
que trae consigo los valores más generales, es aquel cuyas aplicaciones a situaciones
específicas son menos y menos precisas, y cuyo alcance es más amplio y más universaL
Em una sociedad simple, los valores pueden ser más directamente cIi. citos para cada
situación o acontecimiento. En una sociedad pleja y diferenciada, al contrario, los valores
deben expresars’c ¿e una manera más general, con miras a su aplicabilidad a una lidad de
situaciones o de acontecimientos.
Tales son las líneas fundamentales del esquema teórico de 5.s evolución y de la sociología
comparada propuesto por Parsons. luego a su aplicación, distinguiendo tres estadios
principade desarrollo de las sociedades, correspondiente cada uno de
silla, a un tipo concreto de organización social.
Las sociedades primtivas.
Las sociedades primitivas son las sociedades menos diferenciadas. $ aiguo grado de
diferenciación se hace patente a diferentes ni¿e análisis. En primer lugar, el sistema de
parentesco coas- un elemento central de la organización social en estas sociedadlis. como
muy bien han demostrado los antropólogos. Ahora bien, el de parentesco puede ser más o
menos diferenciado. En tribus australianas, por ejemplo, los grupos de parentesCOs Ilsi
dines, no se diferencian entre sí por ninguna función particular su par ninguna jerarquía,
contrariamente a lo que cabe observar
ita muchas otras sociedades primitivas. Con razón se estima pues esas tribus australianas
son menos avanzadas que otras socieda. ies primitivas. Cuando el sistema de parentesco es
diferenciado,
k ser terreno abonado para la germinación de la organización ririca y administrativa de la
tribu; en y por el parentesco se crea ,consolida el poder político. Por otra parte, la familia y
la parentela &sclnpeñan funciones económicas de producciófl de ayuda mutua, ¿le
comercio, cumpliendo así el papel de auténticas estructuras ecosi micas.
En su estudio sobre Las lormas elementales de la vida religiosa, nkheim evidenció el
carácter religioso, o, quizá más exactamente, sxrado, de la sociedad primitiva. Parsons
asume y desarrolla el ¿stflisis de Durkheim, mostrando cómo, en la sociedad primitiva la
telígión sirve para expresar de una manera simbólica la organización sedal, para así
reforzarla. La religión primitiva no tiene pues un carácter universal, por cuanto está siempre
íntimamente asociada a una sociedad particular y, consiguiefltem’1te, poco se diferencia de
ella. Este localismo sociológico de las religiones primitivas se ptasrna sobre todo en las
creencias y en los ritos, que sirven primordialmente para expresar, de un modo mitológico,
y hacer revivir os orígenes y la historia de la tribu.
Por otra parte, la religión, y más aún la magia, son a menudo un complemento de las
técnicas utilizadas para la caza, la pesca, el cultivo, la guerra. En cierto modo, la religión y
la magia forman prácticamente parte de la tecnología propia de cada sociedad primitiva.
Las fronteras sociales, políticas y culturales, en fin, son a menudo imprecisas entre las
sociedades primitivas. Las tribus no aparecen como unidades netamente delimitadas las
unas de las otras.
Evidentemente, se trata de características generales. El propio Parsons describe, con la
ayuda de ejemplos concretos, cómo ciertas sociedades son más primitivas que otras. Las
sociedades primitivas son más «avanzadas», sobre todo cuando han elaborado una
organización política suficientemente diferenciada, y más aún en el caso de que esa
organización política empiece a distinguirse de las funciones religiosas.
Las sociedades intermedias
El elemento que establece la diferencia principal entre las sociedades primitivas y las
sociedades intermedias es, en opinión de Parsons, la escritura. La idea no es nueva. La
antropología de lengua inglesa utiliza desde hace mucho tiempo la expresión non-literate
societies para designar a las sociedades primitivas. Pero Parsons da varias explicaciones de
este hecho. La escritura ha servido sobre todo para otorgar mayor autonomía a la cultura, es
decir, para hacerla más independiente del contexto concreto y variable de las interacciones.
Garantiza, por esto mismo, a la cultura una mayor estabilidad. De ahí que la historia haga
su aparición con la escritura. La escritura confiere también a la cultura una mayor
universalidad, favoreciendo así, en particular, los procesos de difusión tanto en el espacio
como en el tiempo. La escritura ayuda a estabilizar una parte de las relaciones humanas,
sobre todo gracias a los contratos escritos. En fin, aun admitiendo que la escritura haya
podido contribuir a anquilosar el pensamiento en razón del rígido respeto prestado a los
textos clásicos, Parsons subraya las posibilidades nuevas de innovación cultural que trae
consigo también la escritura.
Las sociedades intermedias son pues sociedades necesariamente dotadas de la escritura.
Parsons, sin embargo, distingue asimismo dos etapas en el seno de este estadio, o dos
subtipos de sociedad intermedja. Su distinción descansa sobre dos criterios principales: ci
uso que se hace de la escritura y el tipo de religión. En el primer subtipo, denominado por
Parsons sociedad intermedia arcaica, la escritura es empleada exclusivamente para fines
técnicos o útiles, como, por ejemplo, la contabilidad, la administración los ritos
magicorreligios o5 etc. La religión, por su parte, es de tipo «cosmológico». No ofrece ya el
carácter sociológico que reviste en las sociedades primitivas, pero persiste como una
especie de sobrenaturalización de la naturaleza física: astros, animales, fenómenos natura.
les, etc. El estadio arcaico de la sociedad intermedja tiene su mejor exponente en el Egipto
antiguo, en los imperios mesopotámico, persa, azteca, maya e inca.
El subtipo más avanzado, denominado por Parsons sociedad intermedia histórica, se
distingue del anterior por el hecho de incluir una clase social superior totalmente instruida.
La escritura no conoce entonces únicamente una Utilización práctica, sino que sirve
también de instrumento para la reflexión general e incluso abstracta, para la acumulación de
una tradición literaria, filosófica, científica. En segundo lugar, la religión reviste un carácter
universal y sistemático. Es, propiamente hablando, «sobrenatural», por cuanto se diferencia
y se libera de todo orden natural, tanto sociológico como cosmológico. Los casos con que
Parsons ilustra y explicit3 este estadio son el imperio chino constituido a partir del año 200
a.C., la India antes de la invasión musulmana, los imperios musulmanes y el imperio
romano.
Además de la escritura y de la religión, otras varias características diferencian a las
sociedades intermedias de las sociedades primitivas. Parsons insiste sobre todo en la
existencia de una organización política bien estructurada, que adopta generalmente la forma
de realeza en el estadio arcaico, para asumir luego formas más complejas en el estadio
histórico. Un sistema de estratificación social divide a la sociedad, de un modo bastante
rígido por regla general, en varios rangos, órdenes, estratos o clases, y de una manera
mucho más compleja que en las sociedades primitivas. Todas las sociedades intermedias,
en fin, tienen sus fronteras sociales, políticas y culturales mucho mejor definidas
generalmente que en el caso de las sociedades primitivas.
Las sociedades modernas
Las sociedades modernas se distinguen de las anteriores todo por la existencia de un
derecho que ofrece dos rasgos eseacii.. les: un cara’cter universalista, inspirado por lo que
Weber ha dada en llamar la racionalidad formal, y un procedimiento elaborado, mr cado
por ese mismo carácter. Semejante derecho es necesariamente indicio de una acusada
autonomía del aparato normativo de una sociedad (reglas de conducta, modelos, valores)
con respecto a Las exigencias inmediatas a menudo cambiantes de los intereses econ6.
micos y políticos, y con respecto también a la influencia de los factores biológicos y
psíquicos personales. Por consiguiente, la cultura, considerada en las normas de conducta
que regulan la interacción de los miembros de una sociedad, es más estable, menos sujeta a
los cambios bruscos.
Parsons admite que este criterio del derecho, utilizado por para distinguir a las sociedades
modernas de las sociedades intermedias, no es simple ni de fácil aplicación. De otro lado,
no c comprende muy bien por qué el derecho romano no cumple, a los ojos del autor, las
dos condiciones por él formuladas. Pero resulta difícil explicitar más y calibrar el tipo de la
sociedad moderna de Parsons, porque poco más o menos esto es todo lo que él nos dice al
respecto, al menos hasta el momento: su estudio ha versado sobre los dos primeros tipos, y
Parsons se ha reservado el análisis del tercero para una próxima obra.
Las sociedades semillero
Hay, sin embargo, otro aspecto del estudio de Parsons digno de mención. Parsons ha
considerado de un modo particular el caso especial de determinadas sociedades que han
servido de semillero (sedbed): sociedades que no han sobrevivido, pero que han ejercido
una profunda influencia sobre otras que no han sucedido directamente a las primeras según
una secuencia evolucionista. Tal es el caso, en particular, de Israel y de la Grecia antigua.
Una pane importante de la cultura de esas dos sociedades se ha prolongado en otras
sociedades, muy diferentes, sin embargo, de lo que fueron aquéllas en su tiempo.
Evolucionismo multilineal.
Inútil seguir aquí de una manera detallada a Parsons. Esta última parte de su estudio sirve,
sin embargo, para ilustrar el hecho de que Parsons rechace, como él mismo dice
explícitamente, un esquema co1ucionista unilineal- Afirma que no es necesario suponer un
origen único para la evolución humana y social, como pretendieron los evolucionistas
clásicos. Tampoco es realista el intento de buscar una evolución cuyo trazado siguiera una
curva perfectamente dibujada. La evolución humana y social ha sido múltiple y variada.
Nos ofrece muchos casos de sociedades fuertes y bien asentadas que no han podido
sobrevivir a diversas crisis o a determinadas pruebas. Otras sociedades han desaparecido,
pero han ejercido una influencia profunda, como Israel y Grecia- No pocas sociedades, las
sociedades primitivas en particular, se han fijado en un «nicho» y no han llevado a término
los saltos necesarios para pasar a estadios más avanzados. La evolución social no podía ser
menos compleja que la evolución biológica.
Parsons expone aquí muy bien el punto de vista del neoevolucionismo contemporáfle, que
es por lo demás la única posición aceptable, si se desean soslayar las simplificaciones
abusivas del evolucionismo del siglo xix. En esta perspectiva, los estadios que cabe
delimitar no son etapas que toda sociedad deba necesariamente atravesar para alcanzar la
«madurez», como Auguste Comte había imaginado. Tales estadios corresponden más bien
a determinados umbrales singularmente importantes o significativos franqueados por
ciertas sociedades, y a partir de los cuales han podido luego emprender nuevos derroteros.
Factor explicativo En cuanto a la pretensión de explicar la evolución social, con todas sus variaciones y todas
sus variantes, por un factor causal único, dice Parsons que nos hace retroceder a la infancia
de las ciencias del hombre. Debemos admitir hoy que la interpretación de la evolución
exige una teoría analítica capaz de tener simultáneamente en cuenta una gran diversidad de
factores y una variabilidad no menos grande de las condiciones. Los evolucionistas del
siglo XIX adolecieron de una teoría de esta índole. Cabe creer, con Parsons, que la
sociología ha alcanzado un progreso teórico suficiente como para justificar la esperanza en
una próxima elaboración de un esquema analítico e interpretativo de la evolución social.
Este optimismo, sin embargo, no es aún compartido por todos los sociólogos
contemporáneos.
Digamos finalmente que Parsons, al tiempo que impugna toda forma de determinismo
social, deduce que el elemento dominante en la evolución, cuando se la considera a muy
largo plazo, es la diferenciación progresiva que se opera entre la cultura y la ozganización
social, entendida esta última en el sentido estricto de la totalidad de interacciones y
estructuras de la sociedad. Esta diferenciación entraña una mayor autonomía y una superior
estabilidad de la cultura. De ello resulta también un peso mayor de la cultura en la historia y
en la evolución de las sociedades más avanzadas. Preciso es admitir, por lo menos, que
Parsons ha prestado a la idea de la diferenciación superior que caracteriza a las sociedades
más «avanzadas», idea ya enunciada y desarrollada por Spencer y Durkheim, un sentido
renovado y unos fundamentos teóricos más elaborados.