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Unidad 3
LIBERALISMO Y NACIONALISMO (1776-1870)
A finales del siglo XVIII una primera oleada revolucionaria (Estados Unidos y Francia)
abrirá una nueva etapa de transformaciones que significaron el fin del Antiguo Régimen y el
inicio de un ciclo revolucionario burgués, marcado por el parlamentarismo y una nueva
sociedad de clases.
Aunque la derrota napoleónica comportó la restauración del Antiguo Régimen, las ideas
liberales no habían desaparecido y una nueva oleada revolucionaria (1820, 1830 y 1848) luchó
por derrocar el absolutismo. Además, el reconocimiento de la soberanía nacional alentó el
nacionalismo y de la descomposición de los viejos imperios surgieron naciones nuevas como
Italia y Alemania.
1. LA INDEPENDENCIA DE LOS ESTADOS UNIDOS.
Con este hecho se inicia un primer capítulo de un ciclo revolucionario que supera la
barrera atlántica y se extiende por Europa.
1.1. La situación de las colonias: las causas de la rebelión
En la costa este de Norteamérica existían trece colonias que eran propiedad de la
corona británica. La sociedad colonial era el resultado de sucesivas oleadas de inmigrantes y
no había en ellas ni rastro del rígido sistema feudal europeo; ni siquiera existía una nobleza
hereditaria y disponían de una cierta autonomía, aunque los grandes asuntos venían impuestos
desde la metrópoli. Los colonos estaban descontentos ante una metrópoli que no les permitía
enviar representantes al Parlamento inglés, les obligaba a pagar impuestos y les imponía un
monopolio comercial sobre su territorio.
Además, en sectores influyentes de esta sociedad habían penetrado las ideas de
igualdad, tolerancia y libertad que les llegaban de la Europa ilustrada.
Tras variar revueltas motivadas por el pago de impuestos, una nueva medida inglesa
provoca un nuevo levantamiento: la concesión del monopolio de la venta del té a la Compañía
de las Indias, lo cual perjudicó a los comerciantes de las colonias. La respuesta fue el conocido
como “Motín del Té” (1773), en el que unos desconocidos disfrazados de indios lanzaron al
mar el cargamento de té que la Compañía tenía en el puerto de Boston. Este hecho dio origen a
los primeros enfrentamientos y al inicio de la guerra.
1.2. La Guerra de Independencia.
En el enfrentamiento pueden distinguirse dos etapas:
A) En la primera fase (1775-1777), los colonos americanos lucharon contra los
británicos con sus propios recursos, sin recibir más ayuda que la de algunos soldados europeos
voluntarios. En el aspecto político, destacan la Declaración de Derechos del Hombre de Virginia
y la Declaración de Independencia en Filadelfia (1776) (doc. 1), redactada por un comité
presidido por Thomas Jefferson, verdaderos antecedentes de la Declaración de Derechos de
1789 en Francia. En el aspecto militar, destaca la primera gran derrota del ejército británico en
Saratoga (1777). Esta batalla descubrió a las naciones europeas rivales de Gran Bretaña, las
enormes posibilidades que les ofrecía a su intervención en la guerra de América, tanto
económica como territorial.
B) En la segunda fase (1778-1782), el ejército británico en las colonias quedó
desabastecido gracias a la intervención de tropas francesas, españolas y holandesas. Ello hizo
más fácil la labor del ejército colonial que en 1781 derrotaba definitivamente a las tropas
británicas en Yorktown. La paz en las colonias concluyó con el tratado de Versalles (1783),
por el que se reconocía la independencia de los Estados Unidos de América.
1.3. La organización del nuevo Estado.
Pero el final de la guerra no garantizó la unidad de las trece colonias. Cada uno de los
nuevos Estados tenía su propia constitución y el gobierno de la nación se hacía difícil al tener
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mayor poder el Congreso que el Gobierno. Por esta razón se elaboró una nueva Constitución
(1787) (doc. 2). El texto constitucional aseguraba la separación de poderes, establecía una
forma de gobierno republicana, con amplios poderes para el presidente y una estructura
federal para el nuevo Estado. La constitución se completaba con una Declaración de Derechos
que garantizaba amplias libertades. George Washington fue elegido el primer presidente de los
Estados Unidos.
2 . LA REVOLUCION FRANCESA.
La revolución francesa es un cambio profundo en las estructuras sociales, económicas
políticas y culturales que acontecen a finales del siglo XVIII. Es el paso de una sociedad basada
en la hegemonía aristocrática a nuevas formas sociales burguesas y la consolidación del
sistema capitalista actual. Se la considera por todo ello el modelo clásico de Revolución
burguesa.
2.1. Causas de la Revolución Francesa.
Atribuir una única causa a la Revolución es demasiado simplista. En un principio
podemos distinguir tres grupos de causas: económicas, sociopolíticas e ideológicas.
2.1.1. Causas económicas:
Desde mediados del siglo XVIII comienza en Francia una fase de aumento constante
de los precios, produciéndose hambrunas que llevan a las masas a posturas radicales.
Al margen de la crisis económica se asiste a una crisis financiera del Estado francés.
Desde el fin de la “Guerra de los Siete Años”, el Tesoro público no deja de disminuir y los gastos
de aumentar (doc. 3). Los impuestos no cubrían los gastos necesarios y el déficit, crónico, se
dispara.
2.1.2. Causas sociopolíticas:
Jurídicamente la sociedad francesa estaba dividida en
A) Los privilegiados: Tanto la nobleza como el clero pertenecen a este grupo definido por sus
privilegios fiscales, políticos, jurídicos y honoríficos.
B) Los no privilegiados: Son los pertenecientes al Tercer Estado, sometidos política y
económicamente. Pagan impuestos y les está vedado todo acceso a los puestos de la
Administración del Estado pese a ser la base económica de la sociedad. Este grupo está
compuesto por la burguesía, clases populares urbanas (artesanos, obreros de las
manufacturas y los llamados “sans culottes1) y el campesinado.
A nivel político el Estado francés se encuentra en crisis por un sistema, el absolutismo,
que desprecia al resto de fuerzas, encontrándose sin apoyos. El rey gobierna sin el
parlamento, al que no se acude desde principios del siglo XVII.
2.1.3. Causas ideológicas:
Para llevarse a cabo una revolución se precisa más cosas que dificultades económicas,
descontento social o crisis política. Es necesario un tipo de ideología unificadora y unos
instrumentos que la difundan. Ese componente ideológico lo constituye el pensamiento
ilustrado, que debilita los fundamentos ideológicos del Antiguo Régimen. Los clubes (Bretón,
el de los Feuillants, Cordeliers, Salón francés) se encargarán de transmitir esos valores
ilustrados a las masas.
2.2. Fases de la revolución francesa.
2.2.1. La revuelta de los privilegiados:
La grave crisis financiera del Estado francés a finales del siglo XVIII, forzó a diversos
ministros de hacienda (Turgot, Calonne, Brienne, Necker) de Luis XVI a tomar medidas que
permitieran salvar al país de la bancarrota. De todas ellas, la más problemática era intentar
hacer pagar impuestos a los estamentos privilegiados. Éstos respondieron a la propuesta con
Sans cultotes: militantes revolucionarios parisinos de baja condición social que llevaban pantalones en vez de
los ajustados calzones cortos o culottes de la alta sociedad.
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una verdadera “revuelta de privilegiados”: sólo los Estados Generales2 tenían competencia
para establecer nuevos impuestos; si el monarca los quería debería convocar Los Estados
Generales.
Para llevarse a cabo las elecciones a fin de elegir los representantes en los Estados
Generales se crearon asambleas en cada una de las circunscripciones. Cada estamento elaboró
sus “Cuadernos de Quejas” (doc. 4) en los que todos mantienen la necesidad de limitar los
poderes del rey. Pero mientras la nobleza y el clero se aferran a sus privilegios, el Tercer
Estado pide la renuncia a los privilegios.
Las elecciones se celebran en la primavera de 1789, reuniéndose los Estados Generales
a primeros de mayo. El Tercer Estado boicoteó el voto por estamento y la reunión en cámaras
separadas, considerándose suficientemente representativo y constituyéndose en Asamblea
Nacional (17 de junio). Luis XVI, como respuesta, cierra la sala donde se reúne el Tercer
Estado, ante lo cual, éstos deciden trasladarse a Paris y reunirse en un local destinado al juego
de la pelota, donde se realiza el “Juramento del Juego de la Pelota”, afirmándose que donde
quiera que ellos se reúnan allí estaría la Asamblea Nacional. Varios días después se les añaden
algunos representantes de los otros estamentos, aceptando la asamblea conjunta para elaborar
una constitución. El rey cedió y el 27 de junio comienza el período de la Asamblea
Constituyente.
2.2.2. La Asamblea Nacional Constituyente:
El temor a una reacción de la monarquía y de la nobleza en contra de la nueva situación
llevó a los diputados del Tercer Estado, a la burguesía, a buscar el apoyo del pueblo y el
movimiento revolucionario se radicalizó. El 14 de julio, el pueblo de París asaltó la Bastilla
(cárcel real y, por tanto, símbolo del absolutismo) y tomó las armas para defender las ideas
revolucionarias ante el temor de un ataque de las tropas monárquicas. Las noticias de París se
extendieron por el campo francés y una verdadera revuelta antiseñorial se apoderó del país
(“La Grande Peur”), en la que los campesinos queman los archivos de la nobleza para destruir
toda prueba de sus obligaciones feudales.
La situación se calma con las reformas llevadas a cabo por la Asamblea Constituyente
que representaban el fin jurídico del Antiguo Régimen. El decreto del 4 de agosto significaba
la abolición del régimen señorial con la supresión de los estamentos, la servidumbre personal,
los diezmos, las rentas y la justicia señoriales; también se establecía la igualdad ante el
impuesto, las penas y el acceso a los cargos públicos. El 26 de agosto la asamblea elaboró la
Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano (doc. 15), redactada por Sieyès y
Mirabeau, que proclamaba la libertad, la igualdad entre los hombres y la soberanía nacional.
Dentro de la Asamblea Nacional fueron distinguiéndose diversos grupos políticos.
Los partidarios de la monarquía constitucional, grupo al que pertenecía una parte
de la nobleza (LaFayette, Sieyès) que llevara el peso de las medidas adoptadas durante la
Asamblea Constituyente. Su ideología se inclinaba hacia un liberalismo moderado.
A su derecha en la Asamblea se situaban los tradicionalistas, partidarios del Antiguo
Régimen y de paralizar las reformas, y que conspirarán junto con el rey para volver a la
monarquía anterior.
En la izquierda se encontraban dos grandes grupos: los girondinos, liderados por
Brissot, de ideología liberal que derivarán hacia el republicanismo. Representaban los
intereses de la gran burguesía de provincias, defensora de la ley y de la propiedad. El otro
grupo era el de los jacobinos, dirigidos por Robespierre y Danton, representantes de los
intereses de la pequeña burguesía y de las clases populares (entre las que se encontraban los
más radicales, los sans-culottes).
En este ambiente de gran efervescencia política, a pesar de la resistencia de los
privilegiados y la actitud contraria de la monarquía, la asamblea Constituyente llevó a cabo una
intensa labor reformadora: una Constitución (1791), (doc. 5), creación de 83
departamentos, Constitución Civil del Clero y una serie de medidas económicas (abolición
Estados generales: asamblea nacional francesa en la que los principales estamentos o “estados” del reino
estaban representados en órganos separados.
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de las aduanas interiores, libertad de comercio y de propiedad y de trabajo; prohibición de
gremios y desamortización de los bienes de la Iglesia).
Finalizada su tarea con la aprobación de la Constitución. La Asamblea Constituyente se
disuelve y en octubre de 1791 se elige una nueva asamblea.
2.2.3. Asamblea Legislativa (1791-1792)
La Asamblea legislativa, compuesta por una mayoría de burgueses moderados
(girondinos), se propuso proseguir la labor iniciada por la A. Constituyente, pero pronto se vio
desbordada por dificultades internas y externas.
Existe un enfrentamiento continuo con el rey que no acepta su papel constitucional,
quien en junio de 1791 había intentado escapar, sin éxito, hacia la frontera. Gran parte del clero
(refractarios) y de la nobleza se oponen igualmente. Por su parte, el pueblo esta deseoso de
una mayor profundización en las reformas para que se solucionen sus problemas económicos.
Desde el exterior se ve con gran alarma los sucesos ocurridos en Francia y deciden
acudir en ayuda del rey. La actitud hostil de las potencias extranjeras, especialmente
Austria, provocará finalmente la guerra (abril de 1792). Cuando el jefe de los ejércitos
prusianos y austriacos, el duque de Brunswick, lance un manifiesto contrarrevolucionario y
amenace con destruir París si se ejercía alguna violencia contra el rey, provocará el pánico en
las clases populares
y también evidenciará la posición de Luis XVI, claramente
antirrevolucionario.
Con la guerra se radicalizan las posturas. El 10 de agosto de 1792 estalla en París una
insurrección popular, protagonizada por los sans-culottes y liderada por Danton. Tras esta
revuelta se destrona al rey y se disuelve la Asamblea, convocándose unas elecciones para
elegir por sufragio universal masculino una nueva asamblea, ahora republicana: la
Convención.
2.2.4. La Convención Nacional (1792-1794).
La nueva asamblea, la Convención, se inició en septiembre y el gobierno quedó en
manos de la burguesía moderada republicana, los girondinos. Durante su mandato el rey fue
juzgado y condenado a muerte por alta traición. La condena se cumpliría en enero de 1793,
causando un gran impacto en toda Europa que propiciaría la creación de una gran coalición
contra Francia.
La situación interna tampoco mejoraba, el hambre aparecía y la contrarrevolución
amenazaba en algunas zonas (La Vendeé). Esta situación fue aprovechada por los jacobinos
quienes en junio de 1793 imponen una nueva Convención. Una nueva Constitución (1793)
estableció los nuevos principios de la democracia social.: afirmación de la soberanía popular y
sufragio directo y universal, eliminación absoluta de la feudalidad, y proclamación del derecho
a la existencia sobre cualquier otro, incluido el de la propiedad.
Se estableció un gobierno revolucionario, el Comité de Salvación Pública, a cuyo frente
se situó Robespierre, que suspendió algunas garantías constitucionales, mientras la situación
de guerra pusiera en peligro la Revolución, y se utilizó el Terror (doc. 6), un estado de
excepción, para perseguir, detener y, en su caso, guillotinar a los sospechosos de actividades
contrarrevolucionarias. Ante la guerra y la crisis económica se tomaron toda una serie de
medidas para favorecer a las clases populares y que fueron signo del nuevo carácter social de
la República: venta en pequeños lotes de los bienes expropiados a la nobleza para que pudieran
ser adquiridos por los campesinos, una ley que fijaba el precio máximo de los artículos de
primera necesidad, la obligatoriedad y gratuidad de la enseñanza primaria y un proceso de
descristianización, que comportó la sustitución del calendario cristiano por el que se iniciaba
con la proclamación de la República.
Las reformas de Robespierre y su forma de gobernar concitaron muy pronto la oposición
de la mayor parte de la burguesía. Cuando la guerra dejó de ser un problema, gran parte de los
diputados de la Convención se pusieron de acuerdo para dictar una orden de detención contra
Robespierre, que fue guillotinado el 28 de julio de 1794.
2.2.5. El Directorio (1795-1799)
La muerte de Robespierre significó el fin de la experiencia jacobina. Los sectores
moderados de la burguesía volvieron a hacerse con el poder, eliminaron la posibilidad de una
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revolución democrática e iniciaron un lento proceso contrarrevolucionario que consolidó a la
burguesía conservadora como única clase beneficiaria de los logros de la Revolución
Francesa. El nuevo régimen, el Directorio, fue contestado tanto por los realistas, partidarios
de volver al Antiguo Régimen, como por las clases populares, decepcionadas por el nuevo
rumbo político. Así, el sistema fue evolucionando hacia un autoritarismo que acabó por
recurrir al ejército y entregarle el poder.
3. EL PERÍODO NAPOLEÓNICO
En noviembre del año 1799 ( 18 Brumario del nuevo calendario), un general
victorioso, Napoleón Bonaparte, con el apoyo de una parte de la burguesía, que de esta forma
pretendía consolidar sus conquistas frente al Antiguo Régimen y a los jacobinos, dio un golpe
de Estado, concentró todo el poder en sus manos y se erigió en cónsul. La Revolución, en su
sentido más estricto, había terminado. Napoleón fundamentaría su poder en los triunfos en
política exterior, conquistando la mayor parte de Europa, y en la reorganización y pacificación
interiores.
3.1. La Francia de Napoleón Bonaparte.
En el año 1804 se hizo coronar emperador y consolidó el poder de una burguesía
enriquecida por los beneficios de la guerra y de una casta militar surgida con la Revolución
Francesa. Se conformaba también un grupo de pequeños y medianos propietarios agrícolas,
nacidos con la Revolución y beneficiarios del reparto de las propiedades feudales.
Pero Napoleón y la burguesía que le respaldó no pretendían volver al Antiguo Régimen,
sino que, al contrario, tenían por objetivo consolidar los logros de la Revolución, aunque
sólo en su aspecto más conservador.
Se procedió a la creación de instituciones básicas de la sociedad francesa y, por
imitación, de la mayoría de los estados nación del siglo XIX: un banco nación (Banco de
Francia) y una única moneda para todo el territorio (el franco); un Código Civil, que unifica la
legislación del país y asienta la igualdad jurídica y la propiedad privada, una administración
profesionalizada y centralizada (con la figura del prefecto, representante del gobierno, en cada
departamento); y, finalmente, una reforma racional unificadora de la enseñanza pública.
También se llevó a cabo el Concordato ( o acuerdo} con la iglesia católica de 180 que
reconcilia al clero con el nuevo régimen, establece el mantenimiento de los miembros de la
Iglesia por parte del Estado, y permite al clero ejercer la enseñanza, lo que obliga al Papa a
reconocer al nuevo emperador. Sin embargo, los bienes de la Iglesia, confiscados y vendidos,
no son devueltos.
3.2. El dominio de Europa
La acción exterior fue el otro gran componente de la etapa napoleónica. Tras su
coronación como emperador, Napoleón emprendió una política de conquistas gracias a la
eficacia de sus ejércitos (victorias de Austerlitz, Jena y Friedland) y consiguió dominar Europa
desde el río Elba hasta la Península Ibérica, creando un imperio (doc. 7) que pretendía desde
Francia implantar las instituciones revolucionarias. Las minorías ilustradas europeas se
sentirán atraídas por las nuevas ideas, a pesar de haber sido propagadas por un ejército
extranjero, asentándose por doquier los principios del liberalismo. Pero, precisamente en
nombre de la libertad que proclamaban las tropas napoleónicas, grupos de patriotas se
alzaron, en muchos lugares, contra el dominio francés.
El dominio sobre Europa alcanzó su cenit en 1812. A partir de ese momento, el fracaso
en Rusia, las dificultades en España y la formación de una gran coalición europea
(1813) provocaron el declive que forzaron a abdicar a Napoleón (1814) y el
restablecimiento de los borbones con Luis XVIII. Napoleón fue confinado a la isla de Elba, pero
el descontento popular favoreció su efímero retorno (“Cien Días”) hasta que los ejércitos
coaligados acabaron definitivamente con su poder en Waterloo (1815) y confinado en la isla
de Santa Elena
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4. LAS FUERZAS CONSERVADORAS: EL SISTEMA DE LA RESTAURACIÓN
Tras la derrota de Napoleón se inició el período de la Restauración que, con algunas
modificaciones, se prolongó hasta 1848. Fue un sistema diseñado por las potencias vencedoras
(Austria, Prusia, Rusia y Gran Bretaña) con el objetivo de restablecer el absolutismo e impedir
el surgimiento de nuevos movimientos revolucionarios.
Las grandes potencias se reúnen en el Congreso de Viena (1814-15) bajo el patrocinio
del canciller austríaco Metternich (doc. 8). El objetivo fundamental era volver a la situación
anterior a la Revolución francesa y acabar con los principios de soberanía nacional y
constitucionalismo. El retorno al absolutismo se fundamento en el legitimismo, que
reconocía el derecho de los monarcas hereditarios a recuperar su trono. En algunos países,
ante la imposibilidad de retornar totalmente al absolutismo, tuvieron que hacer ciertas
concesiones,. Así, en Francia, Luis XVIII promulgó una “Carta Otorgada”3. Por su parteen Gran
Bretaña se mantuvo el sistema parlamentario.
En el Congreso de Viena se remodelaron las fronteras de Europa en función de los
interesas de las potencias vencedoras, sin tener en cuenta las aspiraciones nacionales de los
pueblos. El objetivo era el equilibrio en las fuerzas de las grandes potencias mediante el
reparto de los restos del Imperio napoleónico y de las zonas de influencia en el mundo. Los
grandes beneficiarios fueron los imperios ruso y austríaco y el reino de Prusia. Gran Bretaña
mantuvo su hegemonía marítima y Francia volvió a las fronteras anteriores a 1789 (ver mapa
doc. 9). Además, se asentaron los dos principios que iban a regir la política internacional: por
un lado, la celebración de congresos para arbitrar soluciones ante posibles alteraciones del
equilibrio; por otro, el derecho de intervención en los países amenazados por una revolución
liberal, ejercido por el ejército de la Santa Alianza, formada por Prusia, Rusia y Austria.
5.- LAS FUERZAS PROGRESISTAS: LIBERALISMO Y NACIONALISMO.
Estos principios de la Restauración se enfrentarán durante la primera mitad del siglo
XIX con dos movimientos que inspirarán varias oleadas revolucionarias: Liberalismo y
Nacionalismo. Ambos movimientos son dos de los fenómenos que en el orden político e
ideológico más han contribuido a configurar el mundo contemporáneo.
5.1. El liberalismo.
El término “liberal”, basado en las teorías de John Locke, Montesquieu y Rousseau,
expresaba los intereses económicos y políticos de un grupo, la burguesía, que, en ascenso
económicamente, se veía sin embargo oprimida por las leyes y el estado absolutos.
Puesto que lo que necesitaban eran reformas jurídicas, la burguesía tenía que participar
en política y para ello era preciso limitar los poderes del rey. Así, la monarquía limitada por
una Constitución4 escrita y el gobierno representativo eran el modelo político necesario,
basado en el concepto clave de soberanía nacional5 y en el de separación de poderes como
defensa contra el riesgo del despotismo y las arbitrariedades del poder. Por estas mismas
razones, proclaman como derechos naturales la libertad y la igualdad, entendidas ambas
como conceptos jurídicos, no económicos, ya que también proclaman como inviolable el
derecho sagrado de la propiedad (doc. 10).
Carta Otorgada: Especie de constitución que es concedida por la Corona, sin la participación de los
ciudadanos, y en la que el monarca se reserva los poderes ejecutivo y legislativo, aunque se mantenían algunos
logros revolucionarios. Era un compromiso entre el Antiguo Régimen y el nuevo.
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Constitución: Ley fundamental que regula la estructura y funcionamiento de los Estados de derecho. Es el
elemento institucional central de los regímenes parlamentarios y es elaborada por los representantes elegidos
por los ciudadanos, garantizándose la división de poderes y los derechos del ciudadano.
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Soberanía nacional: principio constitucional según el cual el sujeto del poder supremo del Estado (es decir, la
soberanía) es la nación, de quien emanan todos los poderes del Estado, aunque sean ejercidos por
representación.
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Para asegurarse la plena publicidad y el control de las acciones del gobierno reclaman
también la libertad de imprenta y el libre derecho de reunión y expresión. En economía
defienden los principios de la economía política de Adam Smith y sus seguidores.
5.2. El nacionalismo.
Las guerras de la revolución y el imperio napoleónico despertaron en Europa el
sentimiento nacional, bien por la simplificación territorial que impusieron, bien porque los
pueblos adquirieron conciencia de su solidaridad en la lucha contra la invasión extranjera.
Existían, no obstante, dos ideas sobre que era una nación. La concepción francesa
surgida del racionalismo ilustrado y de la revolución, según la cual la nación se basa en un
consentimiento consciente y voluntario de las poblaciones, de manera que la nación se
definiría como un conjunto de individuos que voluntariamente se dotan a sí mismos de una
organización política común (doc. 11).
La otra concepción, desarrollada por el primer romanticismo alemán (Herder,
Fichte), de corte conservador sostenía que, la humanidad está formada por pueblos y no por
individuos. Durante la ocupación francesa, Fichte añadió la dimensión política necesaria para
pasar de la nación-cultura a la nación-estado y estableció dos ideas básicas: la primera es que
ningún poder externo tiene derecho a imponer sus normas a un pueblo; la segunda, que todo
pueblo que dispone de un carácter cultural propio tiene derecho a convertirse en un estado
nacional (doc.12).
En general, el nacionalismo comenzaba en todas partes como un movimiento
cultural, señalando que cada pueblo tenía una lengua, una literatura, una cultura, una historia
propias que debían ser preservados y perfeccionados. Después pasaba a ser un movimiento
político, dado que para preservar esa cultura nacional y para asegurar la libertad de su
desarrollo, cada nación debía crear un estado soberano propio: esto es, las fronteras de los
estados debían coincidir con las de las nacionalidades.
Por tanto, en esos tiempos el nacionalismo era intrínsecamente revolucionario,
opuesto a las divisiones fronterizas nacidas del congreso de Viena. Y como el movimiento
estaba en sus comienzos, con ideas todavía poco decantadas, y el liberalismo era también
subversivo, liberalismo y nacionalismo van a emprender juntos la lucha contra la
Restauración, siendo el primero quien aporta los sus métodos y muchas de sus ideas.
5.3. Las revoluciones de 1820 y 1830.
El primer episodio es la revolución de 1820 en España, donde el rey Fernando VII se
vio obligado a aceptar el restablecimiento en todo su vigor del régimen constitucional,
expresado en la llamada constitución de Cádiz de 1812.
El ejemplo español provocó una reacción en cadena, comenzando por Nápoles y
Sicilia, para extenderse luego al Piamonte y Portugal. Como ninguno de estos países había
tenido antes un régimen constitucional, adoptaron de forma interina la Constitución de Cádiz.
En Grecia comienza la lucha por liberarse del dominio turco, con el objetivo de establecer un
estado griego independiente y liberal. Un último eco de este movimiento fue la iniciativa,
rápidamente reprimida, de los “decembristas” rusos, en 1825.
El sistema de la restauración reaccionó con bastante rapidez y en una serie de
congresos se aprobó la intervención armada. Los movimientos liberales fueron aplastados por
las fuerzas absolutistas. En el caso de España se acordó la intervención francesa contra el
gobierno liberal español.
El balance general de esta oleada revolucionaria es bastante escaso: sólo el
movimiento griego seguirá adelante. Pero no hay que olvidar que es en esta década de los
veinte cuando tiene lugar el triunfo final de los movimientos liberales e independentistas que
habían estallado unos años antes en las colonias españolas y portuguesas en América.
La siguiente oleada revolucionaria, la de 1830, se inició en Francia, donde el
experimento del régimen de “Carta Otorgada” había sufrido un retroceso bajo el reinado del
ultraconservador rey Carlos X; la burguesía liberal, apoyada por una intensa agitación
popular, organizó la insurrección y ganó la partida en tres días. El nuevo régimen se organizó
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como una monarquía constitucional con Luis Felipe de Orleáns en el trono, el régimen se
apoyaba en un sufragio muy restringido.
La caída de los Borbones en Francia estimuló diferentes alzamientos: en Bélgica, el
Polonia, en varios estados alemanes y de la península italiana.
Las fuerzas conservadoras terminaron con la mayoría de estos focos de insurrección;
pero el movimiento belga consiguió el triunfo y Bélgica se independizó.
Con ello Europa va a quedar políticamente dividida en dos partes: el liberalismo
moderado está ahora firmemente establecido en la Europa occidental (Gran Bretaña,
Francia, Bélgica y desde mediados de la década, aunque con dificultades, en la Península
Ibérica). El sistema político en estos países es similar: monarquías constitucionales,
instituciones liberales y sufragio muy restringido. Al este del Rhin, en cambio, las cosas
siguen como antes, con la excepción de Grecia, que ve terminar su larga lucha con el
reconocimiento internacional de su gobierno, independiente y liberal, en 1832.
5.4. La Revolución de 1848
Una nueva revolución, en 1848, puso fin definitivamente al sistema de la Restauración.
Hay que buscar las causas en la insuficiencia de las reformas de 1830 y en el malestar generado
por el desarrollo del capitalismo que provocó un deterioro de las condiciones de vida de
artesanos y obreros.
Esta nueva oleada revolucionaria adquirió una gran diversidad de formas y contenidos.
En Europa oriental, excepto en Rusia, comportó la abolición del feudalismo, mientras que, en
Europa occidental, abrió las puertas a los nuevos ideales democráticos, que defendían la
soberanía popular y el sufragio universal masculino.
5.4.1. La revolución en Francia:
La monarquía de Luis Felipe se había vuelto conservadora y en esos momentos no
era apoyada más que por la alta burguesía. La oposición, en particular la republicana,
compuesta por las clases medias, exige una reforma de la ley electoral para ampliar el sufragio.
Al ser denegada por el gobierno, se produce en febrero de 1848 el levantamiento y las
barricadas de París que provocan la caída de la monarquía y la proclamación de la II
República con un Gobierno provisional que era el resultado del compromiso entre los
republicanos moderados y los republicanos demócratas radicales y socialistas.
Este gobierno inició una serie de reformas: libertad de prensa y asociación, sufragio
universal, abolición de la esclavitud, supresión de la pena de muerte y creación de Talleres
Nacionales para garantizar trabajo a los parados. Las elecciones convocadas por el nuevo
gobierno dieron, sin embargo, el triunfo a los sectores más conservadores de la burguesía,
apoyados por un campesinado que temía una revolución que les privase de sus propiedades.
El nuevo gobierno, de carácter moderado, optó por abolir buena parte de las
medidas sociales del gobierno provisional y se clausuraron los Talleres Nacionales, que se
consideraban un foco de agitación y propaganda de las nuevas ideas democráticas. El cierre de
los Talleres fue la chispa que provocó las jornadas de junio de 1848. La insurrección de junio
fue protagonizada por los obreros y republicanos radicales y se convirtió en el primer
enfrentamiento directo entre las dos clases sociales surgidas de la revolución industrial:
burguesía y proletariado. La represión fue rápida y dura (1500 fusilados y 25.000
detenidos), y puso de manifiesto el miedo de los grupos burgueses a la revolución social, así
como su deseo de un gobierno fuerte y de orden que, garantizando las conquistas del
liberalismo, frenase las aspiraciones populares.
En diciembre, el acceso de Luis Napoleón Bonaparte, Napoleón III, al poder respondió
a estas necesidades y culminó con la creación del Segundo Imperio (1852), tras un golpe de
estado en 1852, instaurando un régimen de liberalismo conservador.
Los sucesos de París en febrero encendieron la chispa del descontento en casi toda
Europa: el Imperio austríaco se transformó en monarquía constitucional y la servidumbre fue
abolida. Sólo en Rusia permanecieron las estructuras señoriales.
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En definitiva, en 1848 se completó la revolución burguesa y se inició el protagonismo
de las fuerzas obreras.
5.4.2 La revolución en el resto de Europa: “la primavera de los pueblos”
La revolución de 1848 tuvo también un importante contenido nacionalista (“primavera
de los pueblos”) en los territorios del Imperio austríaco, una entidad plurinacional dominada
por la minoría austríaca.
Surgieron movimientos nacionalistas en Praga, Polonia y Croacia, que reclamaban el
reconocimiento a su identidad y la igualdad de derechos entre los distintos pueblos. En la
Lombardía italiana, la insurrección reclamó la retirada de los austríacos mientras que en
Venecia se llegó a proclamar la república. En Hungría se proclamo la independencia,
iniciándose una guerra con Austria, que no la aceptó.
Si bien todos estos movimientos fueron derrotados, el Imperio austríaco tuvo que
introducir reformas. Se estableció una nueva estructura con la monarquía dual, con dos
estados, Austria y Hungría, unidos sólo por la persona de Francisco José, emperador de Austria
y rey de Hungría.
También los estados alemanes conocieron un proceso revolucionario. El reino de
Prusia adoptó un régimen parlamentario y se constituyó una Asamblea en Francfort con el
objetivo de crear un Estado alemán unificado y liberal, que acabaría fracasando.
6. LA CONSTRUCCIÓN DE LOS ESTADOS NACIONALES
Las revoluciones de 1848 acabaron con los movimientos democráticos y nacionalistas
de muchos pueblos de Europa. Pero las aspiraciones que las habían provocado siguieron
dominando la política europea. El nacionalismo renació con fuerza en los años siguientes al 48.
Había dos situaciones diferentes: por un lado, los numerosos estados alemanes e
italianos, que formaban parte de realidades nacionales más amplias y deseaban la unificación
en un estado común (nacionalismos de agregación). Por otro lado, los pueblos que se
encontraban sometidos a la dominación extranjera y ansiaban la creación de un estado propio
(nacionalismos de disgregación). Pero esta situación no se desbloqueó hasta la Primera
Guerra Mundial; entre 1850 y 1870, los frutos más notables del nacionalismo europeo fueron
las unificaciones de Alemania y de Italia.
6.1. La unificación alemana
El sentimiento nacional alemán hunde sus raíces en la época de la Ilustración y en el
romanticismo nostálgico del pasado imperial alemán en la Edad Media. Dicho sentimiento se
vio potenciado por la Revolución Francesa y constituyó el principal motor de los
acontecimientos de 1848 en el mundo germánico. La Confederación de Estados Alemanes
aglutinaba a 39 Estados y estaba sometida a la influencia del reino de Prusia en el norte y a la
presencia de Austria en el sur.
El movimiento nacionalista alemán se planteaba la disyuntiva de edificar una Gran
Alemania, que incluyera a Austria, o dirigir sus esfuerzos hacia la creación de una Pequeña
Alemania liderada por Prusia. El reino prusiano fue quien tomó la dirección del proceso
de unificación, que acabaría excluyendo a Austria. En 1861 comenzó a reinar en Prusia
Guillermo I, y en 1862 accedió a la chancillería Otto von Bismarck, político conservador que
fue el gran forjador de la unidad alemana.
Prusia estaba muy desarrollada económicamente, y había establecido desde 1834 una
unión aduanera con los estados alemanes del norte (Zollverein). También disponía del mejor
ejército de Europa. Tres conflictos bélicos, contra Dinamarca, Austria y Francia,
respectivamente, breves y localizados, marcaron el camino hacia la unidad alemana.
Los ducados de Schleswig y Holstein, culturalmente alemanes, pertenecían a la corona
danesa, y su población era partidaria de la anexión a la Confederación Germánica. Prusia,
conjuntamente con Austria, declaró la guerra a Dinamarca y, en 1864, ambas potencias se
repartieron estos territorios del norte.
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En 1866 aumentó la tensión entre Austria y Prusia a causa de los problemas surgidos
por la administración de los mencionados ducados. Cuando Bismarck ordenó que las tropas
prusianas entraran en Holstein, zona gobernada por Austria, estalló la guerra. El conflicto
militar se liquidó en pocas semanas, al ser vencidos los austriacos en Sadowa. La gran
potencia prusiana controlaba toda la Alemania del norte y demostraba su superioridad política
y militar sobre Austria.
Un tratado suscrito en 1867 por Prusia y 21 estados alemanes formó la Confederación
de la Alemania del Norte. Solo quedaba incorporar los estados alemanes del sur, para lo cual
fue necesaria la excusa de un enfrentamiento con la Francia imperial de Napoleón III.
El ejército francés fue derrotado fulminantemente en las batallas de Sedán y Metz
(1870). Las tropas alemanas llegaron a las inmediaciones de París, y fue en Versalles donde
quedó proclamado, en 1871, el Imperio Alemán. Los estados alemanes del sur, que habían
sido ocupados por el ejército prusiano, entraron en la Confederación, y todos aceptaron la
proclamación de Guillermo I como emperador del II Reich. En Francia, por el contrario, se
hundía el Segundo Imperio y se proclamaba la III República (doc. 13).
6.2 La unificación italiana.
En Italia, la voluntad unitaria había surgido durante la conquista por los ejércitos
napoleónicos, y se manifestó con gran fuerza en la primavera de 1848. La unificación italiana se
llevó a cabo entre 1859 y 1870, en los mismos años en que se edificaba la nueva nación
alemana.
Los italianos eran partidarios de la unificación, pero no estaban de acuerdo en el tipo de
unidad al que querían llegar. Los sectores más conservadores pensaban en una federación de
estados presidida por el papado. Las clases populares eran partidarias de una república
democrática; Giuseppe Mazzini (1805-1872) representa este nacionalismo radical y
democrático, partidario de la vía insurreccional. El fracaso de los movimientos democráticos en
1848 mostró las dificultades del proyecto popular y republicano. Al igual que en Alemania, fue
necesario un reino que se pusiera al frente de la empresa. El motor de la unidad fue el reino
de Piamonte-Cerdeña; Víctor Manuel II, rey desde 1849, y el gran político Camilo Benso,
conde de Cavour, dirigieron el proceso de unificación. El reino de Piamonte-Cerdeña era una
monarquía constitucional y el único estado italiano que mantuvo instituciones liberales
después de la represión de la revolución de 1848. El norte piamontés, organizado en torno a la
capital de Turín, era el territorio italiano más desarrollado económicamente.
En julio de 1858, Napoleón III se entrevistó con Cavour y le prometió el apoyo de
Francia contra Austria.
Los levantamientos contra el dominio austríaco en Milán y Florencia ayudaron a que
tropas piamontesas y francesas derrotaran al ejército austriaco en las batallas de Magenta
(1858) y Solferino (1859). Milán y Lombardía fueron incorporados al reino de Piamonte.
Toscana, Módena y Parma derribaron sus regímenes absolutistas y votaron su anexión a
Piamonte-Cerdeña (1860). La Italia del norte quedaba unida bajo la dirección de la
monarquía de Víctor Manuel II.
El paso siguiente fue la incorporación del sur de la península y de Sicilia. La romántica y
aventurera expedición de los camisas rojas de Garibaldi liberó el reino de Nápoles, que
seguía gobernado por la dinastía de los Borbones. Un parlamento, compuesto por diputados
elegidos de todos los territorios anexionados, se reunió en Turín (1861) y proclamó rey de
Italia a Víctor Manuel II. Venecia se incorporó a Italia aprovechando la derrota austriaca
frente a los prusianos en 1866.
Quedaba el problema de los territorios del papado. En 1870, el ejército italiano
ocupó la Roma papal, aprovechando la retirada de las tropas francesas que había en Roma
por el conflicto franco-prusiano y estableció allí la capital del reino de Italia (doc.14).