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LA SOLIDARIDAD PARA EL BIEN COMÚN
1. Presentación de la propuesta: objetivos y etapas
La Compañía de Jesús y, más en general, la familia ignaciana queremos contribuir al debate público
en un momento importante para la sociedad española. Urgidos por el actual contexto complejo y
desafiante que vivimos y como Provincia recién constituida, queremos realizar un esfuerzo conjunto
para contribuir con nuestra experiencia y reflexión y, desde nuestra fe, a abrir horizontes nuevos
para la solidaridad y la justicia en nuestra sociedad y nuestro mundo.
La Congregación General 35 nos invita a “que nos comprometamos en tender puentes entre ricos y
pobres, estableciendo vínculos en el terreno de la incidencia política”1. También el proyecto
apostólico de la nueva Provincia recoge en su opción 8 el deseo de “promover una ciudadanía
comprometida, responsable, participativa y una sociedad solidaria y justa”. Como fruto de esta
invitación, queremos realizar una iniciativa conjunta de los diferentes sectores para impulsar la
incidencia pública en favor de la solidaridad y la justicia a la luz de la doctrina social de la
Iglesia2. En concreto, queremos desarrollar los siguientes objetivos:
1) REFLEXIÓN. Ayudar a abrir nuevos horizontes para la justicia y la solidaridad y revisar nuestros
estilos de vida y prácticas personales e institucionales, mediante la reflexión conjunta entre el
mundo académico, educativo, social y pastoral.
2) POSICIONAMIENTO. Contribuir al debate público aportando nuestra reflexión sobre el análisis de
la realidad y propuestas para su mejora.
3) SENSIBILIZACIÓN. Sensibilizarnos las personas e instituciones del mundo ignaciano y animar a
un mayor compromiso público a favor de la solidaridad.
La propuesta que estamos iniciando tiene dos etapas:
a) curso 2014-15: reflexión interna y elaboración de un documento de posicionamiento.
b) curso 2015-16: comunicación e incidencia a las instituciones y opinión pública y sensibilización en
el entorno social de la Compañía.
En este momento empezamos con la primera fase y queremos invitar a las plataformas apostólicas (y
a las comunidades, sectores y obras que quieran) a entrar en el tema y participar de esta iniciativa,
trabajando el documento que se adjunta con un doble objetivo:
a) El principal es aportar ideas, sugerencias o propuestas para el documento de
posicionamiento público que se está preparando y que esperamos presentar antes del verano
(en las orientaciones metodológicas se indica cómo se pueden hacer estas aportaciones).
b) Adicionalmente, puede servir para inciar una reflexión personal, institucional y comunitaria
sobre nuestra respuesta desde la solidaridad ante la crisis, aunque este ejercicio se propondrá
especialmente para el curso próximo, una vez se haya difundido el posicionamiento público.
Para facilitar esta reflexión, a continuación presentamos unos primeros elementos de reflexión y
unas orientaciones metodológicas para el trabajo, junto con las orientaciones más concretas para
facilitar la participación en el proceso de elaboración del documento de posicionamiento.
1
CG35, decreto 3, nº28.
2
Para impulsar este proyecto se ha constituido un equipo formado por Daniel Izuzquiza sj, Elena RodríguezAvial, Enrique López-Viguria, Ángel Arenas sj y Luis Arancibia
1
LA SOLIDARIDAD PARA EL BIEN COMÚN
2. Elementos para animar y orientar la reflexión
“Una auténtica fe –que nunca es cómoda e individualista– siempre implica un profundo deseo de cambiar el
mundo (…) Si bien «el orden justo de la sociedad y del Estado es una tarea principal de la política», la Iglesia «no
puede ni debe quedarse al margen en la lucha por la justicia”.
Evangelii Gaudium, nº 183
A. Contemplando la realidad: un contexto complejo y desafiante
La espiritualidad ignaciana nos invita a contemplar la realidad y a Dios presente y actuando en el
mundo. Este tiempo de dificultad en tantos niveles de nuestra sociedad es también una oportunidad
para cultivar una mirada que nos permita identificar los signos de los tiempos:
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Un tiempo de sufrimiento para muchas personas. El impacto social de la crisis está siendo
muy profundo y ha afectado, de forma transversal, a muchos colectivos de nuestra sociedad: más
del 50% de los jóvenes no tiene acceso al empleo; la exclusión social alcanza 3,8 millones de
hogares (25,1% de la población)3 y hay 2,3 millones de niños por debajo del umbral de la
pobreza4.
Un tiempo de desesperanza social. La crisis sufrida por distintos países europeos ha generado
desconfianza y desmotivación en buena parte de la sociedad, especialmente en los jóvenes. El
funcionamiento de las instituciones y la calidad del liderazgo de buena parte de ellas están
profundamente cuestionados, lo que ha contribuido al desencanto social. El futuro se presenta
incierto y difícil para buena parte de la población.
Un tiempo de profundas transformaciones globales. Nuestra realidad más cercana está
profundamente conectada con las transformaciones que están sucediendo en nuestro mundo: la
globalización, la revolución tecnológica y la emergencia de nuevos poderes son algunos de ellos,
en medio de una realidad aun marcada por la pobreza en la que vive una gran parte de la
humanidad.
Por todo ello, vivimos un tiempo de enorme complejidad. No hay salidas fáciles para esta situación,
pues muchos aspectos están profundamente interconectados entre si. Necesitamos un esfuerzo de
imaginación y creatividad que nos ayude a abrir nuevos horizontes.
B. Una clave para interpretar la realidad: la solidaridad en el marco de la doctrina social de la
Iglesia
Frente a esta realidad compleja y desafiante, la doctrina social de la Iglesia recoge un conjunto de
principios que ofrecen un marco valioso para comprender e interpretar la situación actual y
constituye una fuente de inspiración para la búsqueda de fórmulas que nos permitan crecer en
justicia en este tiempo de oscuridad.
“Precariedad y cohesión social. Análisis y perspectivas 2014”. Fundación FOESSA.
“Los niños de la recesión: el impacto de la crisis económica en el bienestar infantil en los países ricos”. Report Card 12 de Innocenti,
Centro de Investigaciones de UNICEF. Octubre de 2014.
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4
2
En particular, el concepto de solidaridad constituye un principio que nos ayuda a interpretar la
realidad y a valorar las distintas propuestas de transformación desde una perspectiva iluminada por
la fe en Jesús de Nazaret. La solidaridad es una actitud propia de toda persona que se siente
efectivamente responsable de los otros, y naturalmente de los que precisan más de esa solidaridad,
los más necesitados y vulnerables. La solidaridad subraya el vínculo y la co-responsabilidad que cada
uno tenemos con los otros y que nos hace no ser indiferentes frente al sufrimiento y dolor ajeno.
La solidaridad es en su raíz una disposición personal que se convierte en un principio de actuación.
Así la solidaridad puesta en práctica no es solo un sentimiento personal, sino que se convierte en un
pilar sobre el que construir el bien común. La solidaridad nos saca de nuestro ámbito particular y nos
conecta, en una clave horizontal, con los otros; nos conecta con el espacio público, con el bien común.
Pero todavía cabe un paso más: frente a una solidaridad que podemos llamar personal y espontánea,
se puede hablar también de solidaridad colectiva o institucionalizada. Y esta institucionalización
puede nacer de iniciativas ciudadanas, que cristalizan en organizaciones, cuyo fin no es la defensa de
los intereses de sus miembros, sino ponerse al servicio de las necesidades de otros. Pero la
institucionalización puede ser también pública en su sentido más pleno: en estos casos la sociedad
toda se organiza de modo que problemas o necesidades de todos se atiendan con recursos de todos,
pero no a partir de la espontaneidad de los donantes, sino como fruto de un acuerdo social, implícito,
que las administraciones se encargan de garantizar.
Al hablar de la solidaridad como un bien y valor público, queremos evitar caer en el sentimentalismo
y en el individualismo, por un lado (como si la solidaridad fuese simplemente algo privado, emotivo o
pasajero), y, por otro lado, evitar el estatalismo o la burocratización, que impide desplegar la fuerza
creativa de la solidaridad vivida. Necesitamos una solidaridad espontánea (personal y/o plasmada en
formas organizadas de iniciativa social), pero también una solidaridad políticamente
institucionalizada (pública y estructurada), de la que la sociedad en su conjunto es responsable a
través de la organización del Estado. Estas dimensiones de la solidaridad han sido profundamente
afectadas y cuestionadas por esta crisis. Creemos que las salidas de la crisis requieren renovarlas,
revitalizarlas y recrearlas para fortalecerla. En los dos apartados siguientes se presentan algunas
primeras reflexiones sobre ello.
C. Revitalizar la cultura de la solidaridad
La solidaridad no puede quedar reducida a un sentimiento personal y hacen falta cauces
institucionales y sistémicos que la articulen, promuevan y expresen como un bien público. Pero la
solidaridad se basa en actitudes, valores y comportamientos de los individuos y los grupos sociales.
Una sociedad justa, inspirada por el principio de solidaridad, es tarea no solo de quienes tienen
mayores responsabilidades públicas, sino también de todos los ciudadanos. Nuestro modo de vivir y
nuestra praxis cotidiana (personal, comunitaria e institucional) pueden ser también la base de la
construcción de la solidaridad como bien público.
Como cristianos, encontramos en la parábola del buen samaritano la referencia en la que inspirarnos
para construir esta cultura de la solidaridad. Cultivar la mirada para ser capaces de reconocer a los
heridos del camino; tener la sensibilidad para alterar nuestras prioridades y detenernos en el
servicio a los demás; comprometernos con quienes sufren entregándonos para su pleno desarrollo y
mejora, son las actitudes a las que Jesús nos invita también hoy a nosotros.
3
El tiempo de crisis que estamos viviendo exige una reflexión y un examen sobre nuestras respuestas
personales, comunitarias e institucionales ante los desafíos por los que nuestra sociedad ha venido
pasando. Cada uno de nosotros como individuos, cada una de las comunidades, cada una de nuestras
obras, puede encontrar en este tiempo de dificultad la oportunidad para examinar nuestra
contribución a la construcción de una sociedad más solidaria. Algunos puntos nos pueden ayudar a
este ejercicio:
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Acompañar, servir y defender a las personas que sufren. En esta crisis muchas personas
están viviendo situaciones de necesidad. ¿Cuál ha sido nuestra respuesta ante el sufrimiento de
tantas personas en estos años?
Dar una palabra de aliento y esperanza. En este tiempo de desmoralización y desesperanza,
motivados por la amplitud de la corrupción económica, el descrédito de la política o la falta de
diálogo y deliberación, ¿hemos sido capaces de transmitir una palabra de aliento y de ser fuente
de esperanza para otros?
Animar la dimensión comunitaria. La crisis ha puesto en cuestión también las mediaciones y
espacios intermedios tradicionales de participación. ¿En qué medida hemos ayudado a generar
comunidades de solidaridad, espacios donde se rompe el desánimo y donde se recrea la
esperanza?
Formar en una solidaridad consciente y comprometida. Frente a una propuesta de
solidaridad a veces superficial y poco comprometida, la espiritualidad cristiana y, en particular la
ignaciana, nos animan a acercarnos con toda seriedad a la realidad para comprender sus
mecanismos, criticar sus deficiencias y ahondar en el discernimiento. Nuestros centros
educativos, pastorales y sociales, ¿son lugares de formación de personas que viven este tipo de
solidaridad consciente, bien informada y comprometida?
D. La solidaridad institucionalizada: renovar el Estado social
La solidaridad, además de una actitud personal, tiene una dimensión estructural e institucionalizada
en la medida en que se hace operativa mediante modelos de organización social y económica. Ese es
el trasfondo ético que permitió fraguar, en la segunda mitad del siglo XX, el llamado Estado del
Bienestar o Estado social, fruto de determinados consensos y equilibrios que permitieron combinar
la economía de mercado con el logro de unos derechos sociales para el conjunto de la ciudadanía.
Este modelo no fue fácil de construir, ni ha dejado de encontrar resistencias de unos y otros, pero ha
dado frutos innegables en las sociedades que lo adoptaron. Entre ellos se cuenta el desarrollo de los
derechos sociales, que asegura a todos los ciudadanos ciertos bienes con independencia de su
capacidad económica y una mejora considerable en la igualdad de oportunidades. Se han alcanzado
así unas altas cotas de cohesión social, que se pudieron combinar con un alto ritmo de crecimiento
económico sostenido. Es cierto, por otra parte, que fue un modelo que nunca pudo extenderse fuera
de algunos países de Europa Occidental.
Ahora bien, con el paso de los años fueron apareciendo carencias, el modelo mostró signos de
sobredimensionamiento y fue siendo minado por una cultura cada vez más individualista, traducida
con frecuencia en una picaresca poco solidaria. Sobre él, se ciernen además, desde finales del siglo
pasado, serias dudas sobre su sostenibilidad. Aquellos equilibrios sobre los que se fundó parecen
estar irremisiblemente amenazados de inestabilidad. Y la expresión más alarmante de esta crisis es
que los derechos sociales están siendo crecientemente recortados y la igualdad de oportunidades
fuertemente cuestionada. La globalización, la revolución tecnológica, los cambios demográficos y esa
4
mentalidad individualista, que hemos mencionado, plantean retos ineludibles que obligan a una
revisión de este modelo del Estado social para poder conservar sus principios y sus logros.
Porque, si es cierto que la crisis venía de lejos, recientemente se ha agravado como efecto de lo
ocurrido desde 2008. En estos últimos años el proceso de globalización ha agudizado la escisión
existente entre la economía real y productiva, por un lado, y la economía financiera (y, en ocasiones,
especulativa), por otro. Todo ello, no solo ha afectado a la viabilidad del Estado social, sino que ha
multiplicado la desigualdad en todas las sociedades y también en España.
Para afrontar esta crisis se debe evitar, por una parte, la añoranza y permanente nostalgia que solo
propone la vuelta a un modelo, al que ya no podemos regresar sin abordar transformaciones
profundas; y por otra, la destrucción del Estado social con todos sus logros y principios que los
sostenían. Por el contrario, hoy es más necesario que nunca un esfuerzo de diálogo y consenso social
para repensar y recrear el modelo social europeo, manteniendo sus principios orientadores, en
especial la solidaridad, pero renovando profundamente las expresiones, mediaciones y prácticas
concretas que ha adoptado.
Algunos cambios se van percibiendo ya. Por ejemplo, es un hecho, y casi un tópico, afirmar que las
familias se han convertido en un eficaz colchón de protección ante la crisis económica. Hay también
un discurso y una práctica creciente que implica de forma más decidida a la sociedad civil, a las ONGs
y a la familia en el desarrollo de la solidaridad institucionalizada, en colaboración y articulación con
el Estado. Esta afirmación refuerza lo que se ha venido en llamar el modelo mediterráneo o
“familiarista” del Estado de Bienestar, que tiene más en cuenta también el principio de subsidiaridad.
Creatividad e innovación resultan fundamentales para lograr un modelo de organización social que
recupere y refuerce la solidaridad y sea, al mismo tiempo, viable y sostenible en un contexto como el
actual. En particular, hay cuatro aspectos en los que creemos que es especialmente importante
encontrar nuevas respuestas y sobre los que esperamos que este proceso de reflexión pueda aportar
algo de luz:
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Profundizar la participación política y la democracia. La crisis actual ha agudizado el
descrédito que muchos ciudadanos sienten ante sus representantes políticos y, más aún, ante las
instituciones públicas que no han sido capaces de cumplir adecuadamente la función social que
les corresponde en el estado social. Al mismo tiempo, vivimos un momento de movilización
social, que expresa un deseo de mayor participación en las decisiones políticas, exige una mayor
calidad de las instituciones públicas y reivindica una mayor autonomía de la política respecto a
los poderes económicos. ¿Cómo podemos revitalizar y mejorar la calidad de nuestra democracia
y dotarnos de cauces institucionales que favorezcan la participación ciudadana?
Combatir la desigualdad extrema y promover la cohesión social. La crisis social que vivimos
es, en su origen, una crisis económica que posteriormente ha ido desvelando el profundo
deterioro de otros aspectos de la realidad social. La desigualdad de recursos está aumentando a
niveles extremos e incluso crece la desigualdad de oportunidades al haberse erosionado los
derechos sociales universales. Este es hoy uno de los ejes nucleares del debate contemporáneo,
pues aunque la creciente desigualdad está íntimamente ligada con el aumento de la pobreza y la
exclusión social, al mismo tiempo parece ser un efecto asociado al libre funcionamiento de los
mercados. En este contexto, ¿cómo favorecer una economía productiva y vigorosa al tiempo que
se logra reducir la desigualdad, aumentar la cohesión social y asegurar derechos sociales para
todas las personas?
Promover la inclusión social. Las sociedades contemporáneas son cada vez más plurales y
complejas, y deben aprender a convivir con la diversidad interna, no como una fuente de tensión
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
o conflicto, sino como una causa de enriquecimiento. Junto a las políticas de la igualdad y la
equidad, relacionadas con la redistribución de bienes, necesitamos impulsar políticas de la
diferencia, que acojan esta realidad plural por motivos étnicos, migratorios y religiosos. Así
mismo, necesitamos fortalecer una identidad compartida que nos permita una convivencia e
intercambio real en este nuevo contexto donde la pluralidad se ha vuelto determinante. ¿Cómo
remodelar nuestra identidad compartida articulándola con políticas de la diferencia que
permitan el reconocimiento de todos los grupos sociales?
Incorporar la dimensión medioambiental. Existe una creciente conciencia social sobre los
límites del modelo económico y del estilo de vida y de consumo occidental. El cambio climático, la
desertización de las tierras, la pérdida de biodiversidad, etc., son desafíos a los que hemos de
encontrar respuestas con urgencia. Estas son complejas y van desde los grandes acuerdos
globales a los cambios de estilo de vida personal. Todas estas transformaciones son costosas,
lentas y complejas y, por ello, requieren una conciencia social decidida sobre su necesidad.
¿Cómo podemos generar un estilo de vida y un modelo económico sostenible
medioambientalmente, que asegure también progreso y bienestar para todas las personas?
Como síntesis: reforzar la ciudadanía y la sociedad civil. Ya se ha señalado que el punto de
partida de una sociedad solidaria es una cultura en la que los ciudadanos se conciben coresponsables de las necesidades de todos, en especial de aquellos que menos oportunidades tienen.
La magnitud de la crisis ha subrayado la urgencia y necesidad de promover una ciudadanía sensible y
comprometida. Para el ejercicio de esta ciudadanía necesitamos un conjunto de instituciones
intermedias capaces de ser cauce y mediación para la participación en la vida pública. Esta crisis ha
puesto de manifiesto el deterioro creciente de las mediaciones sociales que tradicionalmente han
posibilitado la participación ciudadana (partidos políticos, sindicatos, organizaciones vecinales…),
junto a la emergencia de nuevos movimientos y organizaciones sociales que, aunque poseen mayor
reconocimiento social, no tienen aún la capacidad de facilitar plenamente la participación de la
ciudadanía. Por todo ello, es una tarea urgente revitalizar y renovar las estructuras intermedias de
articulación y participación ciudadana para convertirlas en verdaderos cauces de participación y en
actores significativos en el desarrollo del estado social. ¿Cómo podemos contribuir a la generación de
una sociedad civil fuerte e involucrada en el debate público?
E. Otros niveles donde fortalecer la solidaridad
Si hasta ahora nos hemos referido esencialmente al Estado social y a sus dificultades, la crisis de la
solidaridad se manifiesta también en otros niveles de la sociedad, que son complementarios del
anterior. En particular hay tres niveles de la realidad social en el que resulta especialmente
necesario un esfuerzo de renovación:
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El Estado autonómico. Buena parte de lo dicho en el punto D sobre la renovación del estado
social, se refiere al Estado-nación como forma política y nivel de análisis central. Ahora bien, la
soberanía del Estado-nación está sujeta a diversas tensiones, en escala inferior y superior. En
nuestro modelo de descentralización, la mayor parte de las competencias sociales están en
manos de las Comunidades Autónomas y de las corporaciones locales. Este modelo se ve
sometido a tensiones opuestas entre quienes quieren asegurar la igualdad de derechos para
todos los ciudadanos y quienes defiende la necesaria diversidad y cercanía a los ciudadanos.
¿Cómo lograr que la práctica política de la solidaridad sea capaz de mantener la igualdad de
derechos que favorece la cohesión con una proximidad a las realidades diversas que facilita la
participación?
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Europa. Si “hacia abajo” el Estado central debe desplegarse con relación a las autonomías y
ayuntamientos, “hacia arriba” es evidente el creciente papel de la Unión Europea a la hora de
plantear las cuestiones de justicia y solidaridad. El proyecto europeo ha sido, durante décadas, un
horizonte motivador en nuestro país. Pero la gravedad de la crisis del euro ha mostrado sus
limitaciones, fracturas e inconsistencias, así como la fragilidad del sistema de moneda única. De
este modo, el proceso de integración europea (en el que la integración económica siempre ha ido
por delante de la integración política) ha quedado en entredicho. ¿Qué modelo de integración
europea necesitamos para impulsar unas políticas y una sociedad más solidaria entre nosotros y
con el resto del mundo?
La globalización. La arquitectura política basada en los Estados, tal como los hemos conocido en
los últimos dos siglos, ha sido fuertemente erosionada por el proceso de globalización. Este
proceso, no sólo afecta a los intercambios comerciales, los mercados financieros y, en general, el
ámbito económico, sino también a las comunicaciones, el intercambio cultural, el fenómeno
migratorio y, en general, todos los ámbitos de la vida y organización social. Sin embargo, este
crecimiento de las relaciones globales no ha venido acompañado del desarrollo de un sistema
institucional capaz de gobernar adecuadamente los crecientes desafíos de ámbito global. Por
ejemplo, aunque la globalización ha contribuido a la reducción de la pobreza extrema, el número
de personas que viven excluidas de una vida digna sigue siendo un motivo de escándalo y la
brecha entre quienes formamos parte de un sistema global y quienes están excluidos del mismo
no ha parado de crecer. ¿Cómo podemos dotarnos de mecanismos institucionales y de una
conciencia personal que nos permita vivir la solidaridad como un bien público global?
En resumen, vivimos un momento importante en nuestra sociedad que está pasando por un tiempo
de crisis que debe ser oportunidad para la creatividad y la renovación. La doctrina social de la Iglesia
nos ofrece un marco de interpretación y una fuente de iluminación para buscar nuevas respuestas
que amplíen los horizontes de justicia y solidaridad. En particular, dos grandes ámbitos requieren de
un esfuerzo de revitalización e innovación: la cultura de la solidaridad que nos hace a cada uno
sentirnos responsables por los demás y el estado social que ha sido la expresión institucionalizada
que hemos tenido del principio de solidaridad. Junto con ello, el entramado institucional de nuestra
sociedad ha de ser renovado para encontrar mediaciones adecuadas para la praxis de la solidaridad
en el contexto actual. Estos son los puntos que proponemos para una reflexión profunda a la luz de la
fe, conscientes como dice el Papa Francisco de que “la presencia de Dios acompaña las búsquedas
sinceras que personas y grupos realizan para encontrar apoyo y sentido a sus vidas. Él vive entre los
ciudadanos promoviendo la solidaridad, la fraternidad, el deseo de bien, de verdad, de justicia”5
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Evangelii Gaudium 71.
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LA SOLIDARIDAD PARA EL BIEN COMÚN
3. Sugerencias metodológicas para la reflexión y participación
Como señalábamos al principio, con esta propuesta de reflexión arrancamos una iniciativa con la que
queremos incidir en la vida pública, generar reflexión y revisión interna y contribuir a una mayor
sensibilidad y compromiso a favor de la solidaridad. En este momento, queremos invitar a las
plataformas apostólicas (y a los sectores y obras individuales que quieran) a entrar en esta iniciativa
en torno a la solidaridad para el bien común. El objetivo de este ejercicio es doble:
a) El principal es aportar ideas, sugerencias o propuestas para el documento de
posicionamiento público que esperamos sacar para antes del verano.
Este ejercicio queremos sirva también para contribuir con ideas, reflexiones, propuestas o cualquier
sugerencia al documento de posicionamiento público sobre la solidaridad como bien público que se
quiere difundir antes del verano en este año de tanta relevancia electoral. Una comisión está
preparándolo6 e irá elaborando sucesivos borradores.
Para realizar las aportaciones se debe tener en cuenta:
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El plazo para recibirlas es hasta finales de mayo, pero se invita a hacerlas llegar antes del 7 de
mayo.
Dirigirlas
a
Luis
Arancibia
([email protected])
o
Ana
Vázquez
([email protected]) a quienes también se puede consultar sobre cualquier duda en el
teléfono: 915902672.
No es necesario ningún formato específico para hacer estas aportaciones, pero indicad, por favor,
desde dónde (PAL, comunidad, obra,..) las estáis haciendo.
b) Adicionalmente, el documento puede servir para iniciar una reflexión personal y comunitaria
sobre nuestra respuesta en clave de solidaridad ante la crisis
Modo de trabajo. Desde la lectura del texto propuesto, se proponer iniciar una reflexión
sobre nuestras respuestas al contexto de crisis y explorar nuevas implicaciones y
compromisos. Durante el curso 2015-16, se invitará a una reflexión en mayor profundidad,
pero puede ser útil aproximarse al tema, trabajando las preguntas del apartado C del texto.
Destinatarios: Esta primera reflexión puede llevarse a cabo en diversos ámbitos: Lo ideal
serían grupos intersectoriales que se puedan constituir en las PAL para tener así una
reflexión más rica desde los distintos sectores. Pero también puede trabajarse desde una
obra o comunidad.
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La comisión redactora está formada por Daniel Izuzquiza sj, Ildefonso Camacho sj y José Ignacio García Jimenez sj.
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