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Guerra biológica: ¿el origen de la enfermedad?
La guerra contra el ciudadano
Por Rafael Palacios
El autor insta a reproducir este artículo en todos los medios posibles. Únicamente,
señalando su autoría. Más en www.rafapal.com
El uso de la enfermedad como arma de guerra contra el enemigo no es algo nuevo. Los
historiadores de la medicina están relacionando la extensión de las denominadas plagas
o pestes de la Edad Media como armas biológicas. Está comprobado que ya en el siglo
XIV, los tártaros lograron conquistar la fortaleza de Kaffa, en el Mar Negro, enviando
cadáveres contaminados mediante catapulta, lo que extendió la epidemia en la ciudad
asediada. Los supervivientes que huyeron por el Mediterráneo llevarían este virus a
Europa cuando desembarcaron en Italia, extendiendo una de las famosas pestes que la
asolaron en aquellos años.
Hoy día, son muchos los investigadores que sostienen que las pestes de la Edad Media
fueron extendidas artificialmente a través del agua, como ocurrió recientemente con la
epidemia de cólera en Zimbabwe, denunciada como una guerra biológica por el
presidente de este país, Robert Mugabe, cuestionado por las potencias coloniales.
La viruela fue utilizada como un arma desde el siglo XVIII: los ingleses ofrecieron a los
indios americanos, aliados de los franceses, unas sábanas contaminadas con viruela
sufriendo los indios posteriormente una epidemia devastadora.
Lo que no podían esperar es que también terminara afectando a los propios militares,
por lo que el ejército USA tuvo que vacunar a sus soldados contra ese agente. Durante
el sitio de Québec, las tropas de Washington sufrieron de este mal y acordaron
vacunarse para esta enfermedad.
Jeanne Cono, del Centro para el Control y Prevención de la enfermedad en Estados
Unidos, entidad ligada al ejército, afirmó en un vídeo promocional, “la idea de usar la
enfermedad como un arma llegó a un nuevo nivel de sofisticación a comienzos de los
años 30 con el programa nacional de guerra biológica”. Según el ejército
norteamericano, “este programa fue puesto en marcha para contrarrestar al activo
programa japonés de guerra biológica, que desarrolló entre 15 y 20 agentes capaces de
generar enfermedades, con el ántrax como prioridad. Estados Unidos comenzó con estos
programas en previsión de que tanto Alemania como Japón les tomaran la delantera”.
Todas estas afirmaciones aparecen en el vídeo “Historia de la guerra biológica”, una
coproducción de la CIA y el departamento de Seguridad Interna, FEMA, hecho con el
fin de “prepararte a ti y a tu familia para una amenaza bioterrorista”.
En 1931, durante la guerra entre China y Japón, el general japonés Ishi utilizó un virus
como arma, introduciéndolo en la disputada región de Manchuria a través de aves
contaminadas: “así nadie les podría señalar porque parecería una epidemia natural”,
afirma Cono. Se dice que, al concluir la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos
heredó todos los secretos japoneses en este tipo de guerra, incluyendo el agente “kuru”
que habían probado con aborígenes en Papúa Nueva Guinea, una isla del Océano
Pacífico. Mucho más tarde, este agente sería aislado por el premio Nobel, condenado
por pederastia, Carleton Gadjusek, siendo conocido como Prion o “de las vacas locas”.
El gobierno de Estados Unidos reconoció en 1971 que el Kuru fue creado por los
japoneses, aunque todavía hoy se le atribuye un origen natural, concretamente a la
ingesta de carne humana por parte de los caníbales de Nueva Guinea.
Origen en el siglo XX
En 1932, el Instituto Rockefeller para la experimentación del Cáncer mató a 13 personas
inyectándoles virus del cáncer. Oficialmente, esas investigaciones se realizaban para
prevenir ataques de potencias rivales o “por el progreso de la ciencia”.
Pero no sería hasta 1941 cuando el programa de guerra biológica americana comenzara
oficialmente, es decir, de acuerdo a los documentos y memorandos oficiales. Según esos
mismos documentos, la dirección de ese programa fue encargada a George W. Merck,
heredero del presidente de la corporación Merck y desde 1925, su presidente. Hoy dia,
como es sabido, la firma Merck es uno de los grandes gigantes de la industria
farmacéutica. Al otro lado del Atlántico, los experimentos corrían en paralelo.
En 1942, los ingleses condujeron sus primeros experimentos en guerra biológica con
bombas con ántrax, para determinar si las esporas actuaban sobre las ovejas. Los
experimentos en la Costa de Escocia confirmaron que el ántrax podría ser extendido
mediante explosivos y que quedaba en el suelo durante décadas. De hecho, el lugar
donde se realizaron estos experimentos estuvo cerrado al público hasta finales de los
años setenta. Pero eso no fue todo: entre 1940 y 1979 la población inglesa fue rociada
con químicos y microorganismos letales sin previo aviso.
Sin duda, la Alemania nazi se destacó en este campo, como en muchos otros de la
ciencia. En los campos de concentración alemanes se experimentó con los humanos allí
encerrados en cuestiones tales como el efecto de las radiaciones o técnicas psicológicas
y biológicas para el control mental.
Es desconocido para el gran público que esos grandes biólogos, médicos y psiquiatras
obtuvieron la amnistía de sus crímenes tras el Proceso de Nuremberg, con el fin de que
se fueran a trabajar para el gobierno estadounidense, incluido el doctor Mengele,
exiliado en Paraguay y Brasil. Este Proyecto se conocería como “Paperclip” y uno de
sus máximos gestores fue el omnipresente Henry Kisinger, judío de origen alemán,
posteriormente nacionalizado norteamericano, según informaciones de su biógrafo,
Walter Isaacson. El resto de los grandes científicos pasaría a trabajar para los
“archienemigos” comunistas pero seguirían estando en contacto.
Las relaciones entre el nazismo y el gobierno estadounidense comenzaron por el
senador Prescott Bush (padre y abuelo de futuros presidentes) quien, a través de su
empresa Brown Harriman y el Union Bank Corporation, financiaría la campaña de
Hitler para llegar al poder a través de la familia Thyssen. Brown Harriman se
convertiría, con el paso del tiempo, en la conocida contratista militar Halliburton, a cuyo
mando estaría el posterior vicepresidente, Dick Cheney.
Por su parte, el complejo fármaco-biológico IG Farben, propietario de la empresa
farmacéutica Bayer, fue financiado desde el principio por la empresa de la Familia
Rockefeller, Standard Oil, lo que liga a las industrias petroleras y farmacoquímica.
Allen Dulles posterior director de la CIA, trabajaba para Rockefeller y era el contacto
en Alemania con IG Farben. En 1951, Erin Traub, jefe de armas biológicas de Hitler,
estaba ya trabajando para el Departamento de la Marina investigando 40 cepas de virus
muy contagiosos.
Las conexiones entre la industria farmacéutica, el nazismo y los gobiernos quedaron
pues, asentadas desde aquella época.
Según la citada portavoz del gobierno USA, Jeanne Cono, en 1953 Estados Unidos
comenzó un programa ofensivo de guerra biológico, con “unos modestos medios” en las
instalaciones de Fort Detrick, cerca de Maryland. Al terminar ese programa, siempre
según reconoció la portavoz Cono en vídeo promocional, “habían desarrollado siete
agentes incapacitantes, incluido el ántrax”.
Sin embargo, el libro del que fuera Relaciones Públicas de las citadas instalaciones,
Norman Covert, “La historia de Fort Detrick”, demuestra que las instalaciones de
Detrick no eran ni mucho menos humildes. En sus 500 hectáreas de extensión,
trabajaban 300 científicos, 250 microbiólogos, 40 de ellos, catedráticos, y 150
especialistas como matemáticos o patólogos, así como 1000 personal especializado.
Anualmente, usaba 900.000 ratas, 50.000 conejillos de indias, 2500 conejos y 4.000
monos, al margen de numerosos caballos y ganadería.
Secretos de un lado y otro
Hoy sabemos que las investigaciones sobre armas biológicas de ambos bloques fueron
“algo más que en paralelo”. En realidad, los secretos fluyeron a través de agentes dobles
tan importantes como el banquero Lord Rothschild, perteneciente al famoso grupo “Los
cinco de Cambridge”. La razón es que ambos bloques estaban gobernados por los
mismos poderes, que así alimentaban la falsa carrera armamentística, y el telón de acero
solo era un telón… de teatro para incautos.
El informe Iron Mountain (Montaña de acero) de 1963 sobre los peligros potenciales
para el mundo de finales del siglo XX, encargado a la Corporación Rand, aludía
especialmente a la superpoblación: “Para mantener la paz en el interludio hacia el nuevo
milenio, es preciso manejar el incremento de la población mundial”. Hombres como
David Rockefeller y Henry Kisinger consideraron “la guerra como necesaria para el
progreso económico, político y social… La guerra es imprescindible para la
supervivencia del sistema tal y como lo conocemos hoy”. Pero la guerra como arma de
despoblación tenía que ser mejorada con otros agentes. En el citado y polémico informe
se lee: “Una alternativa viable para la guerra podría ser la generación de una amenaza
externa de suficiente magnitud para que la ciudadanía demande una reorganización y la
aceptación de una autoridad política”. En otras palabras, se buscaba una alternativa para
sabotear a las sociedades sin destrozar infraestructuras.
Entre las propuestas realizadas por el grupo de intelectuales y expertos reunidos, las
siguientes: “Alternativas a la guerra pueden ser la generación de enemigos ficticios
[terrorismo]”. Asimismo, recomendaron “la destrucción ecológica” y de la genética
humana y “un comprensible plan eugenésico” (selección de la raza) través de un
“medioambiente destructivo”. Se dice que hombres como Werner Von Braun
participaron en este panel de expertos compuesto, con seguridad, de muchos médicos y
biólogos cuyas tremendas consecuencias pueden interpretar los lectores de esta revista a
la luz de las informaciones publicadas a lo largo de estos años.
De acuerdo a memorandos secretos descubiertos por Leonard Horowitz, el programa
especial de virus del cáncer, data de 1962. Por aquella época, ya se habían creado, entre
una larguísima lista, los virus de la leucemia, linfoma, herpes, gripe, mononucleosis,
Kuru (prion), tumor de mama, meningitis…
Los sujetos de experimentación procedieron de diferentes ambientes pero, en un
principio, cogieron lo que tenían más a mano: los propios militares. Una investigación
del Congreso reveló que las esposas de militares norteamericanos de tierra recibieron
dosis de vitaminas que en realidad contenían uranio 239 y plutonio 241 altamente
radiactivo con el resultado de abortos y muertes de las madres. Según esas mismas
investigaciones, entre 1910 y 2000 se llevaron a cabo 20.000 experimentos entre la
gente de Estados Unidos. Por ejemplo, se realizaron experimentos con radiación de
uranio y plutonio en hospitales con el consentimiento de las “agencias de salud” del
gobierno USA. En 1968, el Pentágono probó un arma biológica mortal en el metro de
Nueva York colocando, al mismo tiempo, personal en los hospitales para monitorizar
sus resultados.
Solo en 1972 se supo que 400 hombres negros fueron infectados de una bacteria de la
sífilis durante varias décadas, en un experimento conducido por el Servicio Público de
Salud conocido como el “Tasquidee experiment”. Tiempo después, algunos de los
supervivientes fueron indemnizados por el propio Estado. La razón de que se fijaran en
este colectivo es que se le veía como un potencial enemigo, debido a la lucha por su
liberación capitaneada por Malcom X y Martin Luther King. Israel también efectuó sus
propios experimentos en este campo (ver cuadro).
Convención de Ginebra
Oficialmente, el presidente Richard Nixon renunció al uso de armas biológicas en el
marco de la Convención de Ginebra de 1969 que prohibió este tipo de armas. William
Patrick III, jefe de guerra biológica en Fort Detrick, afirmó que “con Nixon se
destruyeron todas las cepas”. Su opinión es importante, pues él fue el líder de los
desarrolladores del ántrax.
Sin embargo, según la revista Nature, nada cambió en el programa de guerra biológica
salvo la percepción de la opinión pública… Antes de reducirse, el presupuesto para
guerra biológica pasó en ese mismo año de 21’9 millones de dólares a 23’2.
Sencillamente, las cepas se trasladaron –parece que temporalmente- a otras
instalaciones en Pine Bluff, Arkansas.
En ese año 1969, según Horowitz, las dependencias de guerra biológica ya tenían cepas
de linfomas, leucemia y gripes para distribuirlos a las industrias farmacéuticas. Ese
mismo año, el Ministerio de Defensa pidió al Congreso 10 millones de dólares para
desarrollar agentes biológicos sintéticos a través de la Academia Nacional de las
Ciencias. Es decir, casi la mitad de lo que habían empleado para esa investigación ese
mismo año. Algunos de esos agentes serían idénticos a los que conformarían el VIH.
Las instalaciones de Fort Detrick se convirtieron en el centro de investigación sobre el
cáncer en 1971. Todo ello, quince años antes del descubrimiento del virus del sida, a
cargo del investigador Robert Gallo… que daba la casualidad que trabajaba para este
mismo programa a través de la empresa Bionetics, el mayor contratista del ejército
norteamericano en ese tiempo. Bionetics era una filial de Litton Industries, una empresa
que llevaba todos los asuntos del Instituto del cáncer en Fort Detrick. Su director, Roy
Ash, fue el antecesor de Kisinger como asesor de seguridad. Cuando le sustituyeron de
ese puesto en favor del reputado conspirador, le hicieron el “responsable en la Casa
Blanca de asuntos de negocios y la industria”.
A su llegada a puestos de responsabilidad en la Administración Nixon, el propio
Kisinger requirió al almirante Zumwalt un reordenamiento de la sección de armas
biológicas. Asesorado por el almirante Zumwalt, según Walter Isaacson, manager-editor
de la revista Time y biógrafo de Kisinger, éste eligió la opción del desarrollo de armas
contra el sistema inmunitario como el sida o el ébola para manejar la “depoblación
mundial”. El contrato fue a parar a sus colegas de la Casa Blanca, la empresa Litton
Bionetics, en la que trabajaba Robert Gallo, posterior “descubridor” del sida.
La extensión del ántrax
En 1979, los rusos tuvieron un fallo en la experimentación con el ántrax que produjo
varios muertos. Poco tiempo después, uno de los mayores expertos soviéticos en ese
campo, llamado Kanetjan Alibekov, se pasó al lado capitalista, cambiándose el nombre
por el de Ken Alibeck y pasando a colaborar con el citado William Patrick III. Ese
mismo ántrax llegaría al Irak de Sadam Hussein, a traves del Departamento de
Comercio de USA, que le dio una licencia del “American Type Culture collection” en
los años 80. Este dato está publicado en el “BOE” de Estados Unidos. Para corroborar
esta “extraña alianza”a los ojos de la actualidad, existe una fotografía de aquella época
en la que se ve a Donald Rumsfeld (más tarde, ministro de defensa con George Bush
hijo) estrechando la mano del posteriormente archienemigo Sadam Hussein.
Para el doctor Leonard Horowitz, autor del extraordinario vídeo “In lies we trust” (En
las mentiras creemos), la vacunación contra el ántrax es el origen del Síndrome de la
guerra del Golfo que afectaría a muchos ex combatientes USA a su vuelta a Estados
Unidos: fatiga crónica, gripe recurrente y baja temperatura corporal. Síntomas todos
ellos asociados al “micoplasma”, un agente que contaminó la vacuna de ántrax
proporcionada a miles de soldados estadounidenses.
Curiosamente, el Baylor College of Medicine, a cuya junta pertenecía George Bush
padre, trabajó con diversos agentes de guerra biológica, incluido el micoplasma. Según
el perseguido investigador Garth Nicholson, estos estudios se relacionan con la
compañía Tannox Biosystem, contratista del gobierno norteamericano, que también
había vendido armas biológicas a Irak. Tannox Biosystem era propiedad de James
Baker III, un hombre que, entre otros muchos cargos, ostentó el de Ministro de Asuntos
Exteriores entre 1989 y 1992, con George Bush Padre, y que hoy día es capitoste del
todopoderoso lobby Carlyle Group.
Leonard Horowitz afirma con rotundidad que “los militares que fueron a la Guerra del
Golfo fueron usados como cobayas”. Hoy día ha sido confirmado por las propias
autoridades estadounidenses que las esporas de ántrax que aterrizaron en oficinas
gubernamentales, en forma de sobres, en los días posteriores al 11-S, salieron de
laboratorios ligados al propio ejército norteamericano, concretamente, de las
instalaciones de Fort Detrick.
Corroborando todas estas informaciones, el FBI descubrió que los envíos de ántrax del
2001 habían salido de contratistas militares, como el DGP y el Aerosol Science Labs
(BMI: Battle Memorial Institute), que facilita material de guerra biológica y el
programa de adquisición de vacunas a través de los proyectos Jefferson y Clearvision.
Curiosamente, Cipro, la única cura para el ántrax, había sido desarrollada por la
empresa Bioport, dirigida por un ex almirante USA y ex embajador en Inglaterra:
William Crowe.
A principios del siglo XXI, William Patrick III seguía vivo y trabajando como asesor en
guerra biológica. Sin duda, este hombre, fallecido recientemente, contaba con una clara
intuición de los hechos pues en 1999 escribió un memorando en el que, curiosamente,
alertaba sobre el peligro del envío del ántrax en sobres. En el año 2001 los envíos de
esporas de ántrax en sobres a delegaciones gubernamentales norteamericanas causaron
22 heridos y 5 muertos.
El pasado 29 de julio moría, aparentemente “suicidado”, el investigador en “biodefensa”
Bruce Ivins, que estaba siendo acusado de haber enviado las citadas esporas de ántrax.
A pesar de que el FBI pintó a Ivins como “sociópata vengativo que no soportaba ser el
blanco de la investigación”, sus compañeros de trabajo han negado que fuera el culpable
recordando que era voluntario de la Cruz Roja, tocaba el teclado en una iglesia, le
gustaba cuidar el jardín y era un hombre hogareño. También negaron que se hubiera
suicidado. Previamente, las acusaciones habían señalado al científico árabe Ayaad
Assas, en cuya defensa había salido el propio Ivins. Las intrigas dentro de Fort Detrick
(de donde salió el ántrax) ya habían subido de tono cuando el doctor Zack (de origen
judío) fue expulsado de las instalaciones por haber acosado al también científico Ayaad
Assas, de origen árabe, al que Zack pretendía culpar de los envíos. El asunto toma tintes
de película cuando nos enteramos de que Zack fue grabado por las cámaras de las
vigiladísimas instalaciones entrando en ellas cuando ya había sido expulsado de su
puesto. Assas negó posteriormente que su amigo Ivins se hubiera suicidado en
entrevista a un periódico del área de Fort Detrick.
Armas genéticas
El plan de depoblación de la Tierra ya estaba en marcha a comienzos de los años 70.
Concretamente, el Memorando de Seguridad Nacional 200, de 10 diciembre 1974,
llamaba a “la depoblación del Tercer mundo”, por encargo del “Grupo de armas
nucleares”, presidido por Henry Kisinger, asesor de seguridad nacional durante el
gobierno Nixon. Algunos de sus párrafos decían así: “Hay un gran riesgo para el
sistema económico, ecológico y político según el sistema comience a fallar, y para
nuestros valores humanitarios”…. “Los habitantes de las ciudades pueden, aunque no lo
parezca al principio, constituirse en una fuerza violenta que ponga en riesgo la
estabilidad política. En relaciones internacionales, los factores poblaciones son cruciales
y a veces determinan los conflictos violentos de las áreas en desarrollo. No hay una
estrategia única sino que, al mismo tiempo, existen diferentes opciones que deben ser
sopesadas para países y poblaciones diferentes”. Según Horowitz, no hay duda: estas
agendas eugenésicas llevaron a la creación de los retrovirus, entre ellos, el ébola y el
sida, incapacitadores del sistema inmunológico.
Expertos en epidemias muertos extrañamente
A principios del pasado mes de julio, dos “estudiantes franceses”, expertos en
microbiología, fueron salvajemente asesinados en Inglaterra. Sin embargo, mientras en
los medios de comunicación oficiales, Laurent Bonomo y Gabriel Ferez aparecían como
simples estudiantes de doctorado, otras informaciones aparecidas en medios de
comunicación ingleses (incluida una televisión) afirmaban que estos dos franceses eran
unos expertos en microbiología que habían trabajado en un laboratorio para Indonesia y
que, en realidad, los dos “estudiantes” eran investigadores de la gripe aviar.
Por las mismas fechas en las que sucedía este extraño caso, una investigación del
gobierno indonesio revelaba que un laboratorio clandestino de armas biológicas por
cuenta de la corona británica a través del London’s Imperial College, había funcionado
en Indonesia durante 30 años. “Casualmente”, esa fue la institución que descubrió el
brote de gripe aviar. El gobierno indonesio, que supuestamente contrató a los dos
franceses, había ordenado al estadounidense que desactivara el laboratorio Namru-2 con
el argumento de que no sólo no había conseguido resultados sino que, además, era una
operación de espionaje. Al parecer, Namru-2 estaba desarrollando armas biológicas,
contraviniendo el tratado firmado en su día por los indonesios. Curiosamente, el por
entonces jefe del Pentágono, Donald Rumsfeld, ex director de la empresa Searle y ex
miembro del consejo de administración de Gilead Sciences, fue el beneficiario de las
inmensas compras de medicamentos para la gripe aviar: el famoso Tamiflú.
La embajada norteamericana en aquel país se defendió argumentando que el
laboratorio Namru-2 llevó a cabo investigación sobre enfermedades infecciosas “para
servir al interés de su país y de la comunidad internacional”. Sin embargo, el ministro
de defensa indonesio, Juwono Sudarsono, contestó que el gobierno indonesio solo
garantizaba la inmunidad diplomática a dos miembros del staff del laboratorio.
En 2003, el prestigioso epidemiólogo italiano Carlo Urbani, de 46 años, moría
víctima del SARS, el Síndrome Respiratorio Agudo, la nueva enfermedad que él mismo
había conseguido “detectar”. Gracias a su propia acción, la epidemia pudo ser atajada en
Vietnam, pero a consecuencia de su exposición a ella, se infectó del temido virus.
Urbani es uno de los muchos biólogos especializados en epidemias y guerra biológica
que han muerto en circunstancias extrañas en los últimos años, más de cincuenta en la
última década.
El SARS, también conocido como “neumonía asiática”, se caracteriza por
afectar especialmente a los genotipos raciales “asiáticos”. Para algunos, el laboratorio
señalado de Indonesia sería el lugar donde se desarrolló la gripe asiática, una
enfermedad diseñada para atacar el ADN de la población de este continente. Según el
periodista canadiense Benjamín Fulford, ex editor de la revista Forbes en Canadá, el
SARS forma parte de la guerra biológica para detener el poderío de los chinos. En
términos modernos, un arma “étnica”.
Tanto Horowitz como el investigador Richard Preston coinciden en que el ébola
puede tener un origen parecido a otras armas “étnicas”. La razón es que su área de
influencia se ha circunscrito a la población africana. Apareció por primera vez en 1967
en tres diferentes lugares de experimentación en el mundo matando a 7 y dejando 30
heridos. Curiosamente, estas cepas eran las mismas con las que investigaba el
suministrador de monos para experimentación -al mismo tiempo que contratista del
ejército americano- Litton Bionetics. Según el investigador Richard Preston, la prueba
es que el primer brote de Ebola salió de una cueva de Sudán, cercana a las instalaciones
de Bionetics en Africa. Según descubre Leonard Horowitz en su libro “Virus
emergentes: sida y ébola”, “el rhabdo sarkoma que utilizaron crearía el Ebola. Entre
1965-67 los experimentos de Litton Bionetics llevaron a la eclosión del Ébola. La
característica de estos virus artificiales es que mutan con mucha más facilidad que los
naturales. El segundo brote de Ebola en Uganda se sospechó que había sido implantado
por la CIA porque era idéntico al otro y la única explicación para ello es que había
estado guardado en cámaras refrigerantes”.
El documento “Revolution in military affaires” (años 80) encargado al US
Army War College en los años 80 es el primero conocido en el que se hace alusión a la
transición de las armas letales (nucleares) hacia “armas no letales” para desarrollar
armas como los virus del cáncer que son mortales pero matan lentamente, a través del
organismo médico. Estas armas no letales engloban el uso de tóxicos químicos,
biologicos y electromagnéticos incluyendo microorganismos modificados
genéticamente, llamados globalmente “GMO” que hacen que la gente enferme. Los
medios de comunicación tendrán un papel fundamental en la adopción de estos estilos
de vida, relacionados con la “pastillización de la vida” a través de la televisión y el cine,
sobre todo. Y ello es así porque, según el citado documento de “La Revolución en los
asuntos militares”, estas políticas “podrían tener la oposición de individuos no
condicionados”, es decir, personas que piensen por sí mismas. Así que los medios de
comunicación tendrían que cambiar los valores de la población, condicionándolos para
la adopción de esta nueva cultura de la enfermedad promovida por unas mentes
pensantes englobados en la corriente “eugenista”. Heredera de biólogos como Charles
Darwin, Francis Galton y Julian Huxley, fueron los inspiradores del nazismo y una
cierta corriente del ecologismo –hoy muy en boga- que sostiene que el ser humano es un
problema para el ecosistema. El famoso filósofo y eugenista y Bertrand Russel,
defensor de la “selección de la raza humana”, escribió extensamente en “El impacto de
la ciencia en la sociedad”, acerca de cómo las vacunas con mercurio y otros tóxicos
harían que la gente desarrollara “lobotomía químicas que los volverían zombis”, es
decir manejables y sumisos.
El Príncipe Felipe de Inglaterra, otro “ecologista” defensor del genocidio de gran
parte de la población mundial, afirmó en agosto de 1988, en entrevista con la Deutch
Press Agentur. “En caso de reencarnación, me gustaría hacerlo como un virus mortal,
para contribuir a solucionar el problema de la superpoblación”.
La clave de todo esta sucia estrategia ha sido, según Horowitz, hacer confundir
las palabras vacunación (artificial) e inmunización (proceso natural de protección
cuando se expone a un agente). A través de las vacunas se han inoculado, según sus
contrastados datos, todo tipo de virus.
Cuadro: Robert Gallo y el origen del sida
En 1997, en la conferencia sobre el sida celebrada en Vancouver, Canadá, el doctor
Horowitz asaltó a preguntas a Gallo sobre si sus experimentos habían dado lugar al
virus del sida, a través de unos monos que la empresa Litton Bionetics había llevado a
Nueva York para crear vacunas para la hepatitis B. Gallo se removió de la silla
incómodo por las acosadoras preguntas que se pueden ver en vídeo en youtube
escribiendo “Gallo, AIDS, Horowitz”. Esgrimiendo unas publicaciones científicas de la
época (National Academy of Scientist) de 1970, el propio Horowiz encaró a Gallo
recriminándole haber mezclado los virus de la leucemia, linfoma y sarcoma, de
diferentes cepas de animales, para crear el VIH, quince años antes de que fuera
detectado por el departamento de salud americano. La respuesta de Gallo fue: “el virus
del sida no pudo ser creado artificialmente a menos que se fuera un genio. Existía antes
de que fuera “aislado”. El doctor Leonard Horowitz tiene pruebas de que el virus SV40,
componente del VIH, llegó en 1978 en la vacuna contra la hepatitis B que fue inyectada
a la población que practicaba la homosexualidad. Jonathan Man, director de asuntos del
Sida de la OMS dijo, tras escuchar las preguntas de Horowitz que “más que un asunto
médico, el sida es una imposición sociológico y político”.
En el vídeo “In lies we trust”, se puede escuchar a Maurice Hilleman, jefe de la división
de vacunas de Merck, explicando cómo trajeron a los monos de Africa contaminados
con SV40 que llegarían a Nueva York vía Madrid y que, según Horowitz, introducirían
el virus del Sida. El SV40 también fue introducido en la vacuna de la polio durante los
años 60.
Cuadro. Israel experimentó con cáncer con su población sefardita
Todavía más sorpresa causará conocer que el gobierno de Israel “prestó” al de Estados
Unidos miles de jóvenes sefarditas para experimentar con el cáncer. El documental
“10.000 radiaciones”, producido por Dimona Producciones Ltda. (2003) y dirigido por
Asher Khamias y David Balrosen causó el horror en Israel al demostrar que en 1951 el
director general del ministerio de Salud israelita, Dr. Chaim Sheba voló a EEUU y
volvió con siete aparatos de rayos X proporcionados por el ejército estadounidense.
Esos aparatos serían usados en un experimento masivo que tuvo por cobayas a una
generación completa de niños y jóvenes sefarditas. La mayoría de las víctimas fueron
marroquíes porque ellos eran los inmigrantes más numerosos entre esta rama del
judaísmo, de origen ibérico. Estas radiaciones envenenaron una generación entera que
se convertiría en los perpetuos pobres del país y en la clase delictiva.
Seis mil de los niños murieron poco después de recibir sus dosis, muchos de los
restantes desarrollaron cáncer que los fue matando con el tiempo y otros todavía hoy
continúan enfermos… o muriendo. Los que sobrevivieron padecieron de desórdenes
como epilepsia, amnesia, enfermedad de Alzheimer, dolores de cabeza crónicos y
psicosis.
Para convencerles, los padres de las víctimas fueron engañados diciéndoles que se les
enviaba a “viajes escolares” y que las radiaciones iban encaminadas a un tratamiento
para la peste del cuero cabelludo. Todo ello, supervisado por el ministro de defensa de
Israel en aquella época, y hoy presidente del país, Simón Peres, también de origen
sefardita.
Pero no era la primera vez que el estado de Israel realizaba una práctica similar. Nada
más proclamarse el estado de Israel, niños de origen yemenita fueron secuestrados por
el propio gobierno y enviados a Norteamérica para morir cruelmente en experimentos
nucleares. La razón es que, por aquel entonces, el gobierno estadounidense había
prohibido los test en humanos y necesitaban otros “conejillos de Indias”. El gobierno
israelita estuvo de acuerdo en proporcionar a los humanos a cambio de dinero y secretos
nucleares. Todos estos datos fueron corroborados por el rabino David Sevilla, de
Jerusalén.
Cuadro: Así suprimieron la medicina natural
Por encargo de las Fundación Rockefeller de la que su hermano Simon era “director
para la investigación médica” y de la Fundación Carnegie, el doctor judío Abraham
Flexner publicó un informe en 1910 titulado “Educación médica en Estados Unidos y
Canadá”. En el citado informe, el propio Flexner dio el monopolio de la salud a las
compañías farmacéuticas, eliminando a la medicina natural, homeopatía, masaje, etc.
Ese es el verdadero origen de la situación que se vive actualmente en la que las
compañías farmacéuticas (aliadas de los eugenistas) detentan el monopolio de la
“salud”. (Y me perdonan el chiste negro).