Download ii. relación con la religión cristiana.

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Transcript
UNIVERSIDAD PONTIFICIA DE SALAMANCA
CAMPUS DE MADRID
FACULTAD DE TEOLOGÍA
Los funerales en Japón.
ALUMNO:
Pascual Saorín Camacho.
ALUMNO:
Pascual Saorín Camacho.
ASIGNATURA: SEMINARIO
Aspectos bíblico-pastorales en la religiosidad popular.
PROFESOR:
Lorenzo de Santos Martín
FECHA: Abril de 2016
ÍNDICE.
I. ACERCAMIENTO ANTROPOLÓGICO Y SOCIOLÓGICO. ............. 1
1. Descripción general del fenómeno. .......................................................... 1
A. El marco geográfico ............................................................................. 1
B. Elementos ancestrales. ........................................................................ 2
C. Elementos socio-familiares actuales. ................................................... 6
2. Los funerales en Japón .......................................................................... 12
A. El proceso de un funeral ....................................................................... 12
B. Convenciones sociales para los funerales ............................................ 13
C. Curiosidades ......................................................................................... 14
D. Cambios experimentados últimamente................................................. 14
II. RELACIÓN CON LA RELIGIÓN CRISTIANA .................................. 16
1. Funerales cristianos en Japón y su impacto personal y social ............... 16
2. Elementos esenciales del funeral cristiano ............................................ 17
3. Discernimiento. ...................................................................................... 20
A. Luces. ................................................................................................... 20
B. Sombras. .............................................................................................. 21
III. VALORACIÓN PASTORAL............................................................... 23
1. Expresiones de fe. .................................................................................... 23
2. Retos. ..................................................................................................... 23
3. Elementos a potenciar............................................................................ 24
4. Elementos a purificar.............................................................................. 24
I.
ACERCAMIENTO ANTROPOLÓGICO Y
SOCIOLÓGICO.
1. DESCRIPCIÓN GENERAL DEL FENÓMENO.
A.
El marco geográfico.
La muerte es un fenómeno universal que en su vertiente religiosa es configurado por
multitud de factores, sobretodo geográficos y ambientales. El paisaje, el clima, la
orografía…etc, son el marco donde se configuran los pueblos, sus culturas y, dentro de
ellas, su religiosidad. En el caso de Japón, nos encontramos fundamentalmente con tres
niveles básicos de orden geográfico que, como veremos posteriormente, son el soporte
para forjar otros tantos estratos a nivel psicológico, histórico y cultural.
El primer estrato o marco de referencia que encontramos en Japón es el
impenetrable mundo de los bosques y las montañas abruptas, escenarios donde surge el
animismo japonés, denominado Sintoísmo; se trata de un mundo religioso habitado por
espíritus (kami) tan invisibles como presentes en todas las realidades naturales,
especialmente en los árboles, las montañas, los ríos y los animales que habitan bosques
siempre abrazados por la niebla, la nieve, la lluvia o el calor del tsuyu (estación del preverano) que humedece hasta el sonido del viento. La necesidad de madera e incluso de
refugio ante el peligro, hizo que muchos japoneses primitivos vivieran cerca de este
mundo y que muy pocos se atrevieran a adentrarse en él más que de lo necesario. En
torno a este “desierto verde y abrupto” surge el estrato más primitivo de la religión
japonesa.
El segundo estrato geográfico del Japón son sus escasas pero ricas llanuras, donde
surgió la cultura agrícola que forja el pueblo y el espíritu cooperativo nipón. La
abundancia de agua hace que la base de la producción agrícola sea el arroz, y que el
cultivo primitivo del mismo (no el actual), exigiera que cada “tambo” (arrozal) fuera
cultivado por toda la aldea, no sólo por su propietario. De esta manera, el espíritu
gremial del Japón nace en torno a la necesidad básica de ayudarse mutuamente para
poder sobrevivir individualmente. Las pequeñas aldeas, levantadas en las pocas llanuras
han sido testigos del maridaje entre el sintoísmo tradicional y el budismo que, nacido en
la India, llega a Japón bajo el influjo cultural de China. De esta forma, la Jinja (templo
sintoísta) aprendió a convivir armónicamente con la Otera (templo budista).
El tercer estrato es más moderno y se corresponde con el mundo urbano e industrial
que comienza con la denominada era Meiji (1868-1912), que trajo la industrialización y
la consiguiente aparición de las grandes urbes en las zonas costeras más llanas (Tokyo,
Osaka, Nagoya…); en el ámbito religioso supuso el fin de la persecución y la carta de
ciudadanía del cristianismo, con su novedoso y occidental monoteísmo, como nueva
incorporación al imaginario cultural y religioso japonés.
Hay que hacer notar, que Japón es un archipiélago formado por cuatro grandes islas
y miles de islas pequeñas. Es una zona volcánica que ha soportado, soporta y soportará
como casi ningún otro lugar en el mundo, no sólo la belleza de la madre naturaleza, sino
1
también su ira, manifestada en forma de terremotos, tsunamis, erupciones volcánicas y
tifones. Esta naturaleza salvaje hace que tanto el marco natural como el cultural sufran
permanentes cambios, acrecentando así un sentimiento básico y fundamental para
entender toda manifestación religiosa: la fugacidad de las cosas y la provisionalidad
de todo.
En Japón se ha forjado una actitud de no enfrentamiento con la naturaleza,
aprendiendo a bajar dócilmente la cabeza ante ella para vivir armónicamente con ella.
Por lo general, la ciencia japonesa se ha apartado de la pretensión de domeñar a la
naturaleza, siendo su finalidad adaptarse a las condiciones de la misma, no de
dominarla. Buena parte de los problemas de la sociedad japonesa actual vienen
precisamente de la renuncia a esta idiosincrasia y su sustitución por el utilitarismo
occidental.
B.
Elementos ancestrales.
La muerte está profundamente ligada con la experiencia religiosa. Parece ser que
los primeros vestigios de religión están relacionados con la experiencia de la muerte
(enterramientos que remiten a un más allá). En las religiones naturales, la muerte era
considerada como el fruto de un hecho o de un agente sobrenatural malévolo, de tal
forma que llegó incluso a personificarse bajo la forma de un dios o un ángel. Para el
Judaísmo y el Cristianismo, la consecuencia de un pecado, mientras que para el
Budismo se trataría de un hecho inherente a la vida, como lo es el nacer. Fue el
Budismo el que introdujo el concepto de “reencarnación”: Mediante esta reencarnación,
el alma (o elemento psíquico) se dota en cada una de las existencias sucesivas de un
cuerpo diferente. Esta creencia es difundida en toda Asia por el Hinduismo y el
Budismo, llegando a relacionarse con el platonismo occidental, si bien no logró afectar
a las tradiciones monoteístas.
B.1 Tres períodos básicos.
En Japón hay que diferenciar varios estratos religioso-culturales para
comprender la actitud actual ante la muerte. Tales estratos no son compartimentos
estancos, sino que forman parte de una misma realidad, estando a la base del
comportamiento ético y religioso de los japoneses. Siguiendo la idea de los tres niveles
geográficos mencionados anteriormente, podemos también hacer una aplicación a otros
tantos niveles históricos con los que estarían relacionados.
a) El periódo Jomon. (Del 14.500 a. C. al 300 a. C)
Es el nivel primero o “subconsciente” del Japón, su ser más hondo que hunde las
raíces en la relación con los bosques y las montañas. En este período no hay una
religión organizada ni desarrollada, pero en él se forjaría el “subconsciente” religioso
que irá tomando forma concreta en los periodos siguientes.
2
b) La cultura o estrato intermedio (Período Yayoi, del 300 a.C al 250 y período
Nara)
Es el período donde comienza a aparecer la cultura agrícola en torno al cultivo
del arroz. A finales de este periodo se configura el Sintoísmo, que comienza a traer la
experiencia religiosa del “subconsciente ancestral” a la consciencia de una sociedad que
se va organizando poco a poco. En relación con este periodo hay que situar el período
Nara, del año 710 al 794. En el Kojiki (libro antiguo de crónicas japonesas), la muerte
se presenta como una partida del alma del muerto a un mundo lejano llamado
Yominokuni. Este mundo es el mundo de los muertos, pero no es el infierno ni el
paraíso como en la religión budista o en el cristianismo, puesto que la creencia sintoísta
carece del concepto del juicio final. Las almas de los muertos se van al mar lejano o a la
cima de las montañas, que son los lugares prohibidos y sagrados para los vivos, porque
estos mundos se rigen por un orden diferente y desconocido para los vivos, quienes
tienen prohibido entrar al mundo de los muertos, debiendo respetarlos para mantener el
equilibrio entre ambas realidades.
Al parecer, la muerte para el pueblo japonés no está tan lejos ni separada del
mundo de los vivos, ya que, según el Kojiki, no existe la palabra “morir”; en su lugar se
usaba la expresión “salir al otro lado” o “esconderse”. De hecho, la división entre los
dos mundos se representaba con un arroyo (elemento natural muy presente en los
templos). Las almas están siempre cerca de nosotros y nos visitan cada año, en los días
de los muertos llamados “O-bon”, para posteriormente regresar a su mundo. Vale la
pena mencionar que en el período anterior a la introducción del Budismo e incluso
después, la muerte no era vista con temor; sino más bien considerada como algo natural.
c) La conciencia y valores modernos.
Conforma la capa más superficial, pero que emana de las otras dos. A comienzos de
este nivel estaría la introducción del budismo en Japón, que realiza un maridaje
sincrético con el Sintoísmo, configurando así la identidad religiosa japonesa. Sólo desde
finales del siglo XIX podemos hablar de la introducción del monoteísmo cristiano,
estando por determinar si en el futuro acabará cediendo al sincretismo japonés,
permanecerá como una “religión extranjera” o logrará inculturarse. En este periodo se
forja el Japón actual, con una cultura que encara con flexibilidad las crisis, en actitud
paciente, de aceptación de las amenazas latentes que encierra la naturaleza y de la
irracionalidad de la muerte que en cualquier momento puede derivarse de ella.
En el origen de esta etapa cultural hay que resaltar el período Heian, del año 794 al
1192, en el que la idea de las almas vengadoras aparece como resultado de la fusión
entre la costumbre sintoísta de adorar las almas de los ancestros como protectores en la
vida terrenal y de las nuevas sectas budistas que contenían el misticismo del poder del
alma. La idea de que el alma maligna llamada Onryō poseyera un poder sobrenatural
tiene su origen en esta época. Esta creencia aún se presenta en el Japón actual. Vale la
pena mencionar que durante este período el gobierno no ejercía la pena de muerte por
temor a que las almas descontentas de los muertos se convirtieran en vengativas fuerzas
sobrenaturales. En vez de la pena de muerte, los reos eran mandados a islas lejanas para
que nunca pudieran volver y murieran allí sin dañar a la clase dominante. Es interesante
señalar también que a pesar de que el budismo dominaba el pensamiento y la vida de los
cortesanos, en la Historia de Genji (obra clásica japonesa más antigua e importante) no
3
hay expresión de miedo hacia el infierno; el miedo existe hacia el alma descontenta, no
hacia la muerte en sí misma.
B.2 Religiones derivadas de los períodos básicos.
Estos tres estratos básicos de la cultura japonesa han desarrollado o asimilado
cuatro corrientes religiosas que forman una especie de ensamblaje o forjado cultural en
el que le cristianismo y su visión de la vida y de la muerte trata de hacerse hueco. Estas
expresiones religioso-filosóficas serían las siguientes:
a) El Sintoísmo.
Según el sintoísmo existirían tres posibles destinos tras la muerte:
o El mundo subterráneo, oscuro y sucio (Kegare).
o Un lugar en los confines del mar: Nirai Kanai en dialecto de Okinawa (más
popular en las islas del sur de Japón).
o En lo alto de una montaña que puede divisarse desde la aldea en donde se
vivió (según la teoría del antropólogo Janaguita Kunio).
Es de resaltar que en esta concepción no hay juicio para ir al paraíso o al
infierno; todos van al mismo lugar. Es interesante también la relación muertos-vivos: a
veces de protección, otras de maleficio (Tatari). Las diferentes comunidades organizan
rituales y fiestas (Matsuri) para mantener a los espíritus satisfechos y una vez al año el
O-bón o fiesta de los muertos (semejante a nuestro día de difuntos). No faltan los
exorcismos o purificaciones (Harai) conducidas por un sacerdote o chamán (Kannushi)
para volver propicias las fuerzas negativas. A veces se contrata a un médium (en
Okinawa se llama “yuta”). Este chamán es poseído por el espíritu del muerto. En cada
casa no falta el Kamidana (templo sintoísta en miniatura que representa la presencia de
los “kami” o espíritus). El fallecido puede aparecerse como fantasma a la comunidad
buscando venganza. Este tema de los fantasmas es muy parecido al de Inglaterra;
recordemos que ambos países son islas y sienten una especial predilección por los
fantasmas y la cultura del terror en general. Hoy día se siguen practicando muchas de
estas costumbres. Por ejemplo, El Harai se hace antes de una obra de albañilería para
purificar la tierra de manera que se eviten desastres; también en la botadura de un barco.
b) El Budismo.
Señalemos tres etapas:
1. El Budismo sincrético que se mezcla con el sintoísmo: se caracteriza por su
sentido de la transitoriedad de todo lo creado y su resignación ante el destino
(Mujoo). Asume una especie de karma que hace que el premio o el castigo por
lo bueno o malo que se haya hecho se reciba durante la vida (Inga oojoo), no tras
la muerte; no hay por tanto juicio final. Como presencia de los difuntos, en cada
casa hay un altar familiar con el nombre de los ancestros (butsudan) y a veces
unas fotos; ante el altar hay que ofrecer alimentos y oraciones como forma de
seguir en comunión con ellos.
4
2. Secta Joodo (siglo XII): Es la más importante y popular en Japón. El alma de los
muertos no va al mundo subterráneo ni al confín de los mares, sino al paraíso
occidental que se gana por la fe en Amida, una forma de Buda. Este paraíso es
similar al del cristianismo, pero se accede sin juicio, por la mera recitación
incesante del mantra “Nama amida butsu” o simplemente “namu amida”. Esta fe
salva a cualquiera. Las creencias de esta secta siguen teniendo vigencia y fuerza.
Su influencia en los funerales es muy grande.
3. Secta zen, (siglo XIII): Es una forma filosófica del budismo dirigida a las capas
más instruidas y a los dirigentes. No se ocupa tanto de la muerte cuanto de las
dicotomías de la existencia. Crea una dialéctica destinada a resolver las
contradicciones que atormentan al individuo y a la sociedad.
c) El Taoísmo
Especie de filosofía religiosa que intenta sintetizar contrarios. Es anterior
al zen (en el que influyó mucho). Se inicia en la China del siglo VI a.C,
siguiendo las enseñanzas del maestro Lao-Tse (604 a.C) en su obra Tao-TeChing, pero se expande con sacerdotes propios en el siglo siglo II a.C. Al
contrario que el Confucianismo, el Taoísmo se adapta a la realidad social y
mantiene una actitud contemplativa (pasiva) ante la naturaleza. “Tao” significa
camino, y es una especie de realidad trans-ética que lleva a la unión con el
misterio divino. Su objetivo es la inmortalidad, llegando a poseer los misterios
de lo temporal y lo celestial. En su desarrollo, el taoísmo recuperó los dioses
personales y la relación con ellos. Una de esas formas fue la alquimia, pero
también el yoga, la meditación, las artes mágicas y hasta la higiene sexual. En el
Taoísmo se subraya la contradicción entre la mortalidad y la infinitud del
universo y la naturaleza. Al disolverse el “ego” en la naturaleza, puede también
identificarse con ella, y viceversa, llegando por tanto a ser inmortal. De ahí la
búsqueda de la longevidad. En su forma intelectual se sutilizan conceptos
abstractos y la muerte es vista como una disolución en la naturaleza. Influye en
muchos poetas y artistas, siendo uno de sus temas más recurrentes el del poetaermitaño, anacoreta o eremita en busca de la santidad en la naturaleza.
d) El Confucianismo.
El Confucianismo original es obra de Confucio, del siglo V antes de Cristo,
quien sobre la muerte dijo: “No sé lo suficiente sobre la vida, por lo tanto me
parece ocioso hablar sobre la muerte”. A Confucio le interesa la sociedad
humana, no lo que hay fuera. Fue un politólogo, no un metafísico. Se le puede
definir como un agnóstico. Pero el confucianismo de Japón es el confucianismo
tardío o neoconfucianismo: (siglos XI y XII); se trata de un sistema metafísico
equivalente a nuestra escolástica medieval; es un sistema totalizador, racional y
abstracto que estudia la estructura del universo y de los valores humanos,
haciendo hincapié en la sociedad. El hombre nace en el seno de la naturaleza que
está impregnada de muerte. El destino del hombre es volver a la naturaleza tras
la muerte, no dispersarse en cuerpo y alma en ella como afirmaba el
confucianismo original. Hay parentesco con el zen y el concepto de muerte es
considerado como un retorno a la naturaleza, siendo compatible con las
modernas teorías científicas. El objetivo del confucianismo es encontrar la
5
sabiduría para posicionarse adecuadamente en la sociedad: buen
comportamiento, respetabilidad, educación y altura moral…etc, lo cual resulta
muy práctico para la vida cotidiana del Japón moderno.
C.
Elementos socio-familiares actuales.
Sobre la base histórica y cultural que acabamos de recoger, trataremos ahora de
hacer un esbozo de la cultura religiosa actual en Japón, marcada por la industrialización
y la concentración urbana, lo que está provocando un verdadero cambio de paradigma
que afecta no sólo a los modelos sociales, sino al mismo concepto de “muerte” que nos
ocupa en nuestro estudio.
C.1 Sincretismo religioso y tradiciones religiosas “básicas” en relación
con el tema de la muerte.
En Japón, el Budismo se encuentra mezclado con el Sintoísmo ancestral. El
budismo es una religión cuasi nacional. Procede de Corea, desde donde llegó a
principios del siglo VI, siendo adoptada por la corriente imperial. El Budismo logró
conquistar todos los ambientes de la sociedad nipona, estando fraccionado en una gran
variedad de sectas (en un sentido sociológico, no peyorativo del término), como el Zen
de Myoan Eisai (1141-1215), el Amidismo o el Nichiren Shoshu. Estas escuelas
proceden del Budismo del siglo I, concretamente del buda Amitabha, de la rama
Mahayana, posiblemente de origen iranio. Denominado “Amida Butsu” en Japón, es
más conocido como el budismo de la tierra pura.
El budismo japonés cuenta con unos 40 millones de adeptos que frecuentan más de
100.000 templos. Se trata de un budismo muy tolerante con todas las doctrinas, que se
adapta tanto a la ciencia como a las diferentes filosofías. Este budismo se propagó por
todos los países del Pacífico y hasta los EEUU. En la actualidad el Budismo japonés es
una amalgama de confucianismo, taoísmo y tradiciones budistas en sus muchas ramas o
sectas. De alguna manera el Budismo aporta una espiritualidad y una metafísica a un
mundo cada vez más artificial. En Japón todo pasa por el tamiz de la mentalidad de sus
habitantes configurada por el sincretismo, sin que ninguna religión, filosofía o ideología
que pretenda entrar en este archipiélago pueda permanecer en él en estado puro. Como
se dice entre los misioneros católicos: “Japón es un pantano. Todo lo que cae, termina
hundiéndose en él”.
Tratemos de realizar una visión general de las religiones en Japón de una forma más
sintética enumerando las tradiciones religiosas actuales más importantes:
Religión de “origen”:
a. El Sintoísmo original (animismo japonés), enriquecido en cuanto a doctrina
por otras tradiciones religiosas venidas del fuera.
b. Este Sintoísmo original, reestructurado desde el siglo IX d.C hasta nuestros
días, es considerado desde 1868 (inicio de la era Meiji) como la religión
oficial: el emperador recibe culto y con él los héroes nacionales,
promoviendo la defensa de los valores patrios, familiares y el ensalzamiento
de la virtud del pueblo como pilares de la nación.
6
Religiones importadas.
Desde el IV a.C. se producen grandes migraciones desde China, Corea y el
sudeste asiático al archipiélago nipón llegando nuevas religiones:
a. Budismo (sobretodo Mahayana)
b. Confucionismo (que realiza un aporte ético-social)
c. Taoísmo (adivinación y técnicas que influyen en el zen posterior)
Cristianismo: Introducido por s. Francisco Javier en el siglo XVI. Actualmente
sólo el 1% de la población (católicos, protestantes y ortodoxos), es cristiano, si
bien se habla de 10 a un 20% de simpatizantes (cristianos de corazón).
Nuevos movimientos religiosos (sobretodo tras la guerra mundial): Tenrikyo,
Sokagakkai, Kongoo kyokai, sectas de origen norteamericano, secta Moon…etc.
En consecuencia, nos encontramos con un rico tapiz de tradiciones diversas que
llegan a componer una especie de “religión japonesa”, aunque ésta corra el riesgo de
convertirse en una especie de “Frankestein religioso”, en la que el centro no sería el
misterio divino sino el ser humano, o a lo sumo una especie de entidad social superior
(patria, empresa, honor…etc) Con todo, el sincretismo religioso ha permitido una
convivencia pacífica entre las religiones y el trasvase mutuo de experiencias
interreligiosas.
C.2 Religiones más importantes en el Japón actual en cuanto a su
relación con los funerales.
No podemos de dejar de estudiar para nuestro tema algunas de las religiones más
influyentes de inspiración o influencia budista en el Japón de la actualidad, pues ellas
marcan tanto la doctrina como los ritos religiosos que la religiosidad popular utiliza en
las ceremonias funerarias que tratamos de estudiar. Hay que hacer ver que la muerte
está vinculada en cuanto a ritos, con el Budismo y no con el Sintoísmo:
 Joodo: forma japonesa de la secta más antigua mahayana china, conocida
como “tierra pura” o “amida”. Es la secta más popular de Japón;
proclama a Buda como el iluminado de la gran compasión. Fundada por
Honen en 1175 d.C. es desarrollada por Shinran (1175-1263) hasta darle
la forma del Joodo shinshu actual. Dividida posteriormente en multitud
de sectas tiene como común denominador la creencia de Buda presente
en la llamada “tierra pura”. Este buda es denominado “Amida” o “luz
infinita”, ámbito donde se juntan sus fieles tras la muerte. Expresa la
misericordia, la compasión, la sabiduría y el amor infinitos. Es el
mediador entre la divinidad y los hombres. Se trata de una espiritualidad
pietista que enseña la salvación por la gracia, pues la mera recitación de
su nombre provoca que sus méritos salven a quien lo profesa.
 Tenri-kyo: “religión de la razón universal”. Relacionada con la
experiencia y acciones de dos mujeres: Kino (1756-1826) y Miki
Nakayama (1798-1826). Tiene cuatro textos sagrados con las enseñanzas
de Nakayama. Predica la importancia de la salud mental y espiritual así
7
como la entrega total a la voluntad de Dios. Cree que el hombre crea su
destino. Pretende purificar y vigorizar al ser humano poniéndole en
armonía consigo mismo y con Dios. Originalmente surge como una secta
del Sintoísmo, aunque hoy se presenta como una religión universal que
predica la salvación para todo el género humano.
 Zen: rama del budismo chino introducido en Japón entre los siglos V-VII
d.C. Significa meditación. Pretende transmitir la esencia del budismo
Mahayana: toma de conciencia de la naturaleza búdica inherente en cada
persona de forma adormecida. Se trata de buscar un despertar superando
la lógica. Las técnicas, posturas corporales (zazen)…etc, se adquieren
mediante las enseñanzas de un maestro. Busca el “satori” (iluminación
interior) para lograr la gran quietud y el gozo. Existen dos formas
principales de práctica zen: Rinzai y Soto.
 Shingon: (palabra verdadera). Se trata de un Budismo tántrico. Fundado
siglo IX d.C, es un complejo ritual mágico-religioso-místico con
influencia del sintoísmo primitivo. Es el budismo japonés más cercano al
modelo tibetano.
 Nichiren: Fundada por Nichiren (1222-1282), ante la corrupción del
budismo de su época buscaba una reforma que lo devolviera a su origen.
Fue duramente perseguido. Insiste en la pronunciación de la escritura del
Loto como algo suficiente para la salvación. Proclama una centralización
unitaria del budismo. Se ha convertido en prototipo de un budismo
agresivo e intolerante, símbolo del patriotismo religioso del Japón.
Si bien cada secta religiosa tiene sus adeptos incondicionales, lo normal en Japón es
profesar una especie de budismo familiar “no practicante”, utilizando la religión
únicamente en momentos señalados. De esta forma se usa el Sintoísmo para la
bendición del recién nacido, el cristianismo para el matrimonio y el budismo para todo
lo relacionado con la muerte. Aunque cada religión o secta tenga sus ritos funerarios
propios (salvo el Sintoísmo), existe una especie de consenso o común denominador para
la mayoría de religiones en cuanto a las costumbres y ritos funerarios. En el enfoque
que el cristianismo hace de esta religiosidad popular aplicada a los funerales, veremos
estos elementos con mayor profundidad.
C.3 La visión del profesor Kato Shuuichi sobre el concepto de muerte en
Japón.
Quisiera culminar este extenso primer capítulo del tema que nos ocupa con una
visión más autóctona sobre el tema de la muerte. Desde la óptica de un extranjero tal
vez sea posible tener una visión más objetiva de la realidad japonesa, si bien creo
oportuno aportar la visión de un especialista nativo para ampliar el campo de visión de
la realidad a la que tratamos de acercarnos. Me remitiré aquí al trabajo del profesor
Kato Shuuichi1, quien a la vez cita en su estudio a Terada Torahiko2 (1878-1935). Para
Especialista en ciencia de las religiones. Licenciado en Filosofía India por la Universidad de
Tōhoku, profesor emérito del Centro Internacional de Estudios Japoneses, institución de la que
fue previamente director, así como del Museo Nacional de Historia de Japón, y de la Escuela
1
8
estos autores, la concepción que la cultura japonesa tiene sobre la religión y la muerte
viene muy determinada por la relación con las a veces terribles fuerzas de la naturaleza
en este país. Según los autores referidos, existe en Japón una actitud de obediencia y
acomodación a la naturaleza que Terada relaciona con el pensamiento budista del mujō
(no permanencia, transitoriedad) ya mencionado anteriormente. Este sentido habría
venido gestándose a lo largo de una historia de superación ante los continuos
terremotos, tifones, inundaciones y otros fenómenos. Este mujō se encuentra entre las
enseñanzas del príncipe Sakiamuni (Buda), de la antigua India, para el que en el mundo
no había nada eterno; todas las formas acaban desmoronándose. Que el ser humano
muere indefectiblemente, era uno de los fundamentos de su doctrina.
Ocurre, sin embargo, que en tierras y ambientes japoneses esta “no
permanencia”, de raigambre india, ha experimentado importantes transformaciones,
pues en el mundo natural que nos envuelve también pervive una fuerza que tiende a
permanecer. Así ha surgido una resistencia tenaz y delicada al mismo tiempo, un
sentido de mansa aceptación de la llegada de la muerte que nos devuelve a la naturaleza.
Pero, ¿Qué ocurre con esta visión japonesa de la muerte cuando la
contraponemos con el monoteísmo? Merece la pena acercarnos como occidentales al
pensamiento japonés tratando de seguir su razonamiento. El profesor Terada se expresa
así:
“En otoño de 1995 visité por primera vez Israel. Mi viaje consistió en tratar de
seguir las huellas de Jesucristo, pero allá donde iba no encontraba más que desierto, lo
cual acabó debilitando mis nervios. Experimenté de forma muy real que en este mundo
no hay nada en lo que confiar. Una impresión radicalmente diferente a la que recibe
uno cuando se limita a leer la Biblia. Ocurrió cuando me dirigía hacia la Ciudad
Santa, Jerusalén, bordeando el río Jordán. Creí de pronto entender el sentimiento de un
pueblo del desierto, obligado a buscar más allá del cielo aquello que era único y
valioso. El anhelo de un pueblo del desierto que no tenía otra opción sino creer en la
existencia de un dios único, en un más allá totalmente separado del desierto que era
para ellos la superficie de la tierra. Es la aguda conciencia de que sin creer en ese dios
no es posible vivir ni un solo día. Me sentí compelido a pensar que así era como había
nacido el monoteísmo, esa forma religiosa consistente en “creer” (que Terada
contrapone a la religión “sentir”).
Cuando, concluido mi viaje por Israel, el avión se aproximó al archipiélago
japonés, me quedé asombrado. Bajo mi mirada se extendía interminablemente un
paisaje de verdes bosques, con ríos que llevaban sus aguas al mar, y frondosos árboles.
Inconscientemente, imaginé la gran cantidad de frutos con que están bendecidos
nuestros mares y montes. Hasta me parecía oír el arrullo de las cristalinas aguas de los
ríos y percibir los aromas de las variadas flores de cada estación. Revivió en mi
Universitaria de Posgrado de Estudios Avanzados. Entre sus numerosas obras destacan Shi no
minzokugaku (Folclore de la muerte; 1990, Iwanami Shoten) y Kindai nihonjin no shūkyō ishiki
(Conciencia religiosa en el Japón moderno; 1996, Iwanami Shoten), Ōjō no gokui (Secretos del
viaje al otro mundo; 2011, Ōta Shuppan) o Haha naru Gandhi (Madre Gandhi; 2013, Ushio
Shuppansha).
2
Uno de los más destacados naturalistas y literatos del Japón moderno, con ensayos como
Tensai to Kokubō (Desastres naturales y defensa nacional) o Nihonjin to Shizenkan (Los
japoneses y su visión de la naturaleza)
9
memoria el sentir de los antiguos poetas cuyas creaciones quedaron recopiladas en la
colección Manyōshū, y en mis oídos resonaba, me pareció, hasta el latido del corazón
de los primitivos habitantes de estas montañas. Esta tierra y no otra es el lugar de solaz
de todas las criaturas vivientes, no hay ninguna necesidad de buscar en el otro mundo
nada supuestamente único y valioso, pensé. En bosques, en montañas y llanos, se siente
por doquier la presencia de los kami [dioses sintoístas], los ecos de las voces de los
hotoke [budas o manifestaciones del Buda]. Así debió de ser como el politeísmo, esa
forma religiosa consistente en sentir, echó raíces en el archipiélago japonés.”
Esta es la forma como el profesor Terada explica la aparición del monoteísmo y
la difícil aceptación del mismo en un mundo natural, exuberante y terrible a la vez, que
para el autor resulta casi un paraíso, en una visión que considero demasiado centrípeta
de la realidad. Terada distingue entre la religión del creer y la del sentir. La religión del
creer lleva a la creación de una conciencia individual, tanto a nivel humano como divino
y a la necesidad de permanencia en la eternidad. Por el contrario, la religión del sentir
lleva a un concepto de persona diferente, no considerada de forma individual sino en
permanente relación con la naturaleza, de la se que viene y a la que se vuelve, sin que la
idea de fugacidad o desaparición tenga el dramatismo que conlleva en culturas
dominadas por las religiones del creer, individualistas y abocadas al drama de la
desaparición.
Ahondando en la “religión del sentir” que ha forjada Japón, se ha creado un
sistema en el que coexisten el budismo, de origen foráneo, y el sintoísmo vernáculo. Los
kami o deidades sintoístas (los dioses de Japón), tenían un carácter diferente al dios de
los países cristianos. La idea originaria era que los dioses japoneses habitaban bosques y
campos, ríos y mares, encontrando su morada en lo más recóndito de la naturaleza.
Estos dioses estaban carentes de individualidad y de soporte físico. Su poder
sobrenatural los llevaba a “poseer” o manifestarse a través de multitud de seres, de
manera que en muchos casos ni siquiera se les concedía un nombre concreto. Por esta
razón, más que hablar de un dios, se ha tendido siempre a hablar de dioses, en plural.3
Con la llegada del Budismo, los budas comenzaron a coexistir con los dioses,
comenzando así la “budificación” de los kami. Lo interesante es que, a fuerza de
persistir en esa cohabitación, surgió una fe que prácticamente iguala a unos y otros. Este
estado de cosas se prolongó hasta la Era Meiji (1868-1912), cuando por primera vez la
enseñanza del cristianismo se hizo oficial. Comenzó entonces lo que Shuuichi llama la
“cristianización de los dioses de Japón”, que dio paso a su vez, con la creación de un
estado moderno, a un movimiento hacia el monoteísmo. De entre los dioses del
archipiélago japonés se eligió a uno, que fue elevado a una posición de deidad suprema.
Nació así el kokka shintō o sintoísmo de estado4. Este es el proceso que ha conducido
en Japón a la formación de un panteón de tres plantas, estando la inferior ocupada por
los primitivos dioses de la naturaleza, la intermedia por los dioses “budificados” y la
tercera por la cristianización de los mismos.
En la gramática japonesas no existe la forma singular o plural, teniendo que recurrir a otros
sistemas de construcción sintáctica para expresar esta realidad.
4
En realidad, lo que parece proponer Shuuichi es la responsabilidad de la cultura monoteísta
occidental en la deriva nacionalista japonesa que terminó deificando a su emperador. Las
consecuencias de esta deriva sería la segunda guerra mundial.
3
10
Junto al budismo, como religión foránea, se produjo otro cambio más de gran
importancia a la hora de pensar en la visión japonesa de la vida y la muerte. “Buda” se
dice en japonés butsu o hotoke. En su origen, esta palabra alude al Buda histórico, que
en la antigua India alcanzó el “satori” o iluminación a través del ascetismo. En el
proceso de transmisión a Japón de las enseñanzas de Buda, y bajo la influencia también
del Sintoísmo, se confirió a las mismas un nuevo sentido. En algún momento se pasó a
considerar que cualquier persona, al fallecer, se convierte en un hotoke, un buda. En el
pensamiento sintoísta, al morir nos convertimos en kami. El hecho es que hoy en día los
japoneses, con toda naturalidad, siguen llamando hotoke a los muertos. Ciertamente la
mente japonesa reserva siempre un hueco para el Buda histórico de la antigua India,
pero al mismo tiempo ha creado la idea de que cualquier persona se convierte en un
buda al morir.
Finalmente habría que reflexionar también sobre la idea que en Japón se tiene
del mito y de la historia. Entre los antiguos griegos y romanos, mito e historia se
desarrollaban en dimensiones distintas. Se consideraba que no era posible encontrar una
continuidad coherente entre los acontecimientos narrados en los mitos griegos y
romanos, y los escritos históricos de un Herodoto. Para la mitología y la historia
occidentales, esto ha sido un hecho evidente. Sin embargo, la relación que se establece
entre el mundo mítico del antiguo Japón y los escritos históricos difiere notablemente de
esto. Esto es así porque el nacimiento de los dioses y el origen del mundo humano se
conciben prácticamente dentro de una misma dimensión. Por eso, también la visión que
se tenía de la fundación del país distaba ampliamente de las concepciones occidentales.
Como vemos en los mitos de los dos grandes libros de la antigüedad japonesa, el
Kojiki (712) y el Nihon Shoki (720), en el mundo representado se distinguen dos tipos
de dioses: los dioses que viven indefinidamente y los que mueren y son enterrados. Así
pues, hay unos dioses eternos y otros finitos. Representan al primer grupo los
amatsukami (dioses del cielo), y al segundo los kunitsukami (dioses de la tierra o del
país) posteriores al “tenson kōrin” (descenso a la tierra). Los dioses del cielo pueden
ocultarse durante un periodo, pero no mueren. En cambio, sus descendientes, que actúan
en la tierra, acaban muriendo y siendo enterrados. Miembro de esta progenie de dioses
mortales fue el emperador Jinmu, primero de la larga lista de emperadores japoneses.
Puede decirse que ese mismo destino que arrastraban los dioses con sus vidas y sus
muertes lo heredan los humanos. Sin interrupción, el relato de los mitos se conecta con
la historia de los humanos. Es precisamente la creencia de que algunos dioses mueren,
la que ha dado lugar en Japón a la aparición de una peculiar visión del mundo, de la
vida, la muerte y el ser humano, según la cual la historia es continuación del mito. Por
otra parte la no permanencia contenida en la muerte de los dioses quedó así
estrechamente ligada a la no permanencia de la vida y la muerte de las personas.
El mundo de los dioses que aparecen en los mitos japoneses, viene siendo
definido como un politeísmo. Lo es sin ningún género de dudas si pensamos en los
proverbiales “ocho millones de dioses” que supuestamente aparecen. Sin embargo, si lo
observamos bien, esta religión de los “ocho millones” difiere del politeísmo de las
mitologías griega y romana. También difiere del Hinduismo de la India y del Taoísmo
chino, también politeístas. ¿En qué consiste la diferencia? Si bien hay algunas
excepciones, los dioses de la religión de los “ocho millones”, en comparación con los de
esos otros politeísmos, destacan por su falta de individualidad y por su levedad física.
Por decirlo de algún modo, es un politeísmo que no se ve. Originariamente se los
11
consideraba, como he dicho antes, dioses que se esconden en lo más recóndito de la
naturaleza. A diferencia de ellos, los dioses de la mitología grecorromana son ricos
tanto en individualidad como en su carácter físico. Lo mismo puede decirse de los
principales dioses del Hinduismo, como Visnú o Shiva. Todos estos dioses tienen su
individualidad y su físico, formando un mundo de dioses visibles.
C.4 Síntesis.
Tratando de hacer una síntesis del amplio, pero creo que necesario escenario
dibujado hasta ahora, podríamos concretar el paradigma actual con las siguientes
características:
 Importancia de las cosas de este mundo, no del más allá.
 Individualización y privatización de la experiencia de la muerte frente a la
experiencia tradicional comunitaria y familiar. La desintegración de la
comunidad tradicional provoca que la muerte deje de tener un sentido
comunitario para convertirse en algo individual.
 La secularización acentúa la vida terrena ante un más allá en el que no se piensa.
 La ética heredada de las antiguas tradiciones y en subconsciente japonés provoca
la aceptación de la muerte con resignación y en soledad, como parte del “mujoo”
(no permanencia de todo lo que existe).
 Ausencia aparente de dramatismo y emotividad ante la muerte.
 Conciencia de retorno a la naturaleza, pero una naturaleza de carácter animista,
no científica, como vida diluida frente a la vida concentrada que sería el ser
humano.
 Concepción optimista del más allá. Según la secta Joodo (la más extendida e
influyente), cualquiera puede alcanzar el paraíso. La muerte es triste pero tal vez
no sea mala. La creencia en el poder totalizador de Amida sigue vigente en el
subconsciente del japonés, siendo posiblemente la fuente de su optimismo frente
a la muerte.
 Preocupación por el alma o espíritu del difunto y su influencia posterior en el
mundo de los vivos.
2. LOS FUNERALES EN JAPÓN.
A. El proceso de un funeral.
Para concluir la primera parte de nuestro estudio nos disponemos ahora a tratar
de sintetizar la forma actual de celebrar los funerales; son formas que expresan el
imaginario colectivo que emana de la reflexión hecha anteriormente. Creo que nada es,
por tanto, casual. Tal vez la irrupción de la cultura industrial y urbana haya acelerado
profundamente unos cambios que ciertamente han perturbado el curso de la tradición,
pero no cabe la menor duda que bajo las apariencias se esconde un espesísimo y
riquísimo mundo interior que hace que cada gesto, signo o rito tenga una gran
profundidad y un sentido digno de ser tenido en cuenta. Si nos acercamos a cualquier
funeral en Japón podemos encontrar los siguientes momentos:
1. Fallecimiento: cada vez más frecuente en soledad o lejos del hogar.
2. Traslado del cuerpo a casa o al templo. Ceremonia de purificación.
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3. Preparativos prácticos y ceremoniales del funeral.
4. Introducción en el féretro (nyuukan) y traslado al lugar de la celebración, en
caso de que ésta no se realice en el mismo lugar.
5. Velatorio al atardecer (Otsuya): acogida de invitados, ceremonia y cena fraterna.
Tradicionalmente se celebra en la casa mortuoria, pero actualmente se realiza en
los templos religiosos o salones sociales habilitados para ello, especialmente en
las ciudades.
6. Ceremonia de funeral (Soogi) y despedida (Kokubetsushiki) del difunto al día
siguiente a la Otsuya o velatorio. El funeral consta de dos celebraciones en una
que consta de:
a. Acogida de los invitados.
b. Ceremonia.
c. Rito de separación.
d. Despedida.
7. Cremación (Kasoo). Raramente hay enterramientos.
8. Comida fraterna durante la cremación, sólo para familiares.
9. Recogida de restos óseos y traslado al hogar de los mismos.
10. Colocación de las cenizas y el nombre del difunto en el altar familiar.
11. Tras 49 días, oración fúnebre en el hogar o en el templo.
12. Sepultura tras cierto tiempo. (tumba familiar o columbario)
B. Convenciones sociales para los funerales:
Culturalmente los funerales son un evento más en la vida de una persona (el
último) que culminan el paso por este mundo. Por lo general son una fusión entre
religión y relaciones sociales, teniendo siempre en mente la adecuada despedida del
difunto. Podemos señalar las siguientes características:
 Tienen un carácter religioso, pero también social. Muestran una postura ante la
muerte y hacia el más allá, pero también hacia esta vida. Son una expresión de
dolor y solidaridad.
 Aspectos apotropáticos (en relación a los ritos funerarios):
 Se trata de evitar el “contagio” de la muerte (tomobiki). Según el
Budismo japonés, algunos días no se puede realizar el funeral
porque el difunto se llevaría consigo a algún familiar o amigo.
Esos días no se celebra nunca un funeral en Japón.
 Tener propicios a los difuntos para evitar su malestar o enfado.
 Disponerlos para el viaje al mundo de los muertos
 Color negro. Las mujeres visten de negro riguroso. Los hombres con traje negro,
camisa blanca y corbata negra… últimamente se usa también el azul marino o el
gris. Los niños y jóvenes llevan el uniforme escolar.
 Recepción en una mesa de acogida (uketsuke) atendida por varías personas que
representan los ámbitos del difunto (familia, trabajo, amigos…) Firma y entrega
de un sobre blanco con lazos negros en el que se incluye una aportación
económica (kouden) establecida según la cercanía al difunto.
 Ceremonia (depende de la religión y de las circunstancias). Generalmente en un
templo religioso o en la propia casa. También en salones sociales o salas de la
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misma funeraria. En Japón no existen los tanatorios; a lo sumo se pueden
alquilar salones cívicos o centros sociales.
Recogida de un regalo al finalizar la ceremonia en agradecimiento por la
asistencia (té, café, toallas, pañuelos, etc…).
La asistencia a las comidas y al crematorio es exclusiva de la familia o amigos
muy cercanos. Al difunto se le despide en el templo junto con la comitiva de
familiares.
Los restos óseos seleccionados por la familia son depositados en una urna de
cerámica y colocados en un altar familiar hasta el momento de su sepultura.
Tras 49 días (tiempo según el cual el alma del difunto todavía no se ha ido de
este mundo) se puede proceder a la sepultura previa oración por el fallecido.
Los cementerios están separados según confesiones religiosas, si bien hay
también cementerios mixtos. Generalmente no se producen sepulturas
interreligiosas en una misma tumba, aunque hay excepciones.
El día de los difuntos (O-bón) es el 15 de agosto. Al igual que en nuestra
tradición es un día para volver al pueblo natal, visitar el panteón familiar,
limpiarlo, poner flores y orar por los difuntos. Todas las Iglesias católicas
celebran el día de los difuntos con una misa o una oración por los fallecidos de
la parroquia en el cementerio o columbario parroquial, pero no el 15 de agosto,
sino el 2 de noviembre.
C. Curiosidades:
 Se suele realizar un reportaje fotográfico de los funerales que la familia guarda
como un acontecimiento familiar.
 En el funeral se presentan los telegramas de las personas que no han podido
acudir físicamente y desean trasmitir sus condolencias.
 A los funerales asisten también los niños por muy pequeños que sean. Si los
niños están escolarizados usan el uniforme escolar, no la ropa de luto.
 Prácticamente no hay enterramientos, sólo incineración y sepultura de los
huesos que quedan (el resto de ceniza o restos óseos se tira directamente a una
fosa común en la funeraria de forma sorprendentemente práctica y sin rito
alguno).
 Los cristianos suelen querer ser enterrados en la tumba parroquial en lugar de
en la tumba familiar. Esto puede crear problemas cuando la familia no cristiana
no acepta este deseo.
 Los enterramientos de no cristianos en tumbas cristianas (familiares de un
cristiano) están siendo permitidos pero creando problemas de espacio y de
inquietud en algunas comunidades.
 La preparación de la muerte: algunos japoneses preparan su funeral con
antelación, pagando el mismo y en muchas ocasiones inscribiendo su nombre,
grabado en color rojo, en la lápida de la tumba. Tal color se pintará en negro
cuando se produzca la sepultura.
D. Cambios experimentados últimamente:
 Crece el número de petición de funerales exclusivamente íntimos o familiares,
realizados en el propio hogar y sin invitados. Detrás de ello puede haber
14
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15
problemas económicos, de tiempo o una manifestación de las empobrecidas
relaciones sociales, sobretodo en el ámbito urbano.
Crece el número de personas que mueren solas y cuyo funeral se reduce mucho
en cuanto a los ritos.
Crece el número de personas que piden el funeral católico por ser más barato,
solemne y sencillo en las formas (menos formalismo e igual o más dignidad en
la celebración). Surge la necesidad de establecer criterios para la vinculación de
la familia solicitante con la comunidad que acoge. En algunos casos los
sacerdotes católicos se prestan a realizar ceremonias privadas en las casas o en
los salones habilitados.
Se van superando las convenciones sociales (color, costumbres…). Se huye de la
implicación de muchas personas en los funerales porque se crea una obligación
de gratitud hacia todos los que han colaborado. Esto refleja el grave problema de
la pobreza de las relaciones sociales y la falta de una verdadera comunidad.
Aumenta el número de cristianos que piden enterrar a miembros no cristianos de
su familia en el panteón parroquial al que pertenecen. Algunas personas piden el
bautismo como forma de facilitar los trámites para su enterramiento.
II. RELACIÓN CON LA RELIGIÓN CRISTIANA.
1. FUNERALES CRISTIANOS EN JAPÓN Y SU IMPACTO
PERSONAL Y SOCIAL.
Si a finales del siglo XX fue el rito del matrimonio cristiano el que acercó a
muchísimas parejas no cristianas a las iglesias para contraer matrimonio por nuestro
rito, desde principios del siglo XXI es curiosamente el ritual de exequias católico el que
está provocando un fenómeno parecido. Sería conveniente aprender de la experiencia
fallida de los matrimonios de no cristianos en la Iglesia (permitidos excepcionalmente
por Roma sólo dentro de Japón por motivos de evangelización), para evitar perder la
oportunidad que se presenta con los funerales. Si con el tiempo los hoteles y salones de
celebraciones construyeron iglesias prefabricadas y contrataron extranjeros caucásicos
para que hicieran las veces de sacerdotes, “robando” así a la Iglesia el caudal de parejas
que acudían para celebrar su enlace matrimonial, creo que será más difícil trivializar de
la misma manera el rito funerario. Es importante aprovechar esta oportunidad de
encuentro en momentos tan delicados para, a través de una adecuada pastoral, no sólo
ayudarles a superar el trance de la muerte de un ser querido, sino también para
ofrecerles la propuesta cristiana liberadora y el anuncio central de la resurrección.
Ciertamente el descubrimiento que muchos japoneses están haciendo de la riqueza
del rito de exequias cristiano, además de una sorpresa está suponiendo también una
oportunidad para la evangelización. Una cultura tan sensible para la belleza, el arte o la
tradición, no puede más que dejarse tocar el alma cuando un funeral es celebrado de
manera digna, solemne y al mismo tiempo familiar y entrañable. El reducido tamaño de
las comunidades parroquiales católicas en Japón tal vez se preste a ello con más
facilidad que las muchas ‘oteras’ (templos budistas), prácticamente convertidas en
tanatorios. Al igual que en España, una sociedad cada vez más envejecida está viendo
aumentar el número de funerales, siendo este ámbito uno de los más importantes a tener
en cuenta en los próximos decenios. La saturación, la rutina y el tradicionalismo en que
ha derivado el rito budista respecto a la muerte, ha creado en dicha tradición un
verdadero problema de lenguaje. Para muchos japoneses, el idioma sagrado ininteligible
del bonzo (monje budista), sus complicados ritos, incluso sus elevadas tarifas… son
incomprensibles. Por el contrario, el catolicismo ofrece pequeñas y acogedoras
comunidades, todavía sin muchos funerales, con cálida acogida y fraternales relaciones
humanas. Al mismo tiempo, el tránsito del mundo rural al urbano está provocando la
pérdida de identidad en no pocas personas, abocadas a vivir sin la referencia tradicional
a la “otera” de su aldea. Librados de los lazos tradicionales, el japonés vive al mismo
tiempo la dentellada de la soledad; crecen los problemas psicológicos y la necesidad de
encontrar lugares de refugio y acogida.
En este contexto, el rito exequial católico, celebrado sin prisas, incluso con los
preparativos espirituales antes de la misma muerte, ofrece una oportunidad espléndida
para el encuentro con la familia del difunto. La Iglesia se convierte así en un ámbito
humano donde resulta fácil compartir sentimientos, testimoniar y hacer visible una fe
que hasta entonces se había reducido al ámbito privado. Para muchas personas esto
supone el descubrimiento del tesoro que se tenía cerca, dentro del familiar o del amigo
16
católico, sin saberlo. Curiosamente, las exequias se convierten así en el inicio de una
nueva vida para muchos asistentes a sus ritos y en mi caso personal, prácticamente la
mitad de los catecúmenos que he tenido la suerte de acompañar hasta el bautismo.
2. ELEMENTOS ESENCIALES DEL FUNERAL CRISTIANO:
Veamos a continuación algunos de los elementos esenciales de los funerales
cristianos sin llegar a detallar el ritual de exequias, que con ligeras variaciones debidas a
la lógica inculturación, no dista mucho del rico ritual que tenemos en España.
A. El encuentro.
Es la experiencia fundamental, pues aunque la mayoría de personas que se acercan a
pedir un funeral son fieles o personas relacionadas de alguna manera con la Iglesia, la
empatía, acogida y disponibilidad del sacerdote o equipo de acogida marcan sin duda una
primera impresión, crucial para el desarrollo de las relaciones posteriores. Generalmente
el encuentro debería de producirse antes de la defunción, dando tiempo no sólo a la
preparación espiritual de la persona en el trance de morir, sino sobretodo a la de su
círculo más cercano. No son extrañas este tipo de experiencias sobrecogedoras que unen
a la familia y a la comunidad parroquial de una manera singular, a la vez que facilitan
enormemente la creación de un ambiente litúrgico realmente entrañable, fácil de vivir y
sobretodo contagioso para los asistentes por la calidez humana y el testimonio de
esperanza.
B. Acogida-desahogo:
A la primera experiencia de encuentro ha de seguir una capacidad amplia de escucha
activa, no sólo del sacerdote en el ejercicio de su ministerio, sino de la comunidad
cristiana entera, cada uno en su propio servicio. La existencia de una persona con
capacidad de escucha y empatía provoca sin duda una comunicación fluida y abierta. Esta
actitud es lo que distingue el encuentro sincero del mero marketing, o la acogida y el
diálogo empático del mero protocolo a seguir mecánicamente, que es uno de los peligros
más comunes.
C. La Palabra de Dios:
Durante todo el proceso la palabra de Dios sirve como luz que guía, orienta e inspira
actitudes, palabras y gestos. La Palabra de Dios fundamenta así no sólo el mensaje a
proclamar a través de la liturgia, sino todos y cada de uno de los servicios y hasta el
mismo ambiente. Siendo realistas hay que reconocer que este es uno de los déficits en la
Iglesia. Pastoralmente se trata de buscar los cauces y las formas más sencillas para que
incluso quien no esté habituado al uso de la Palabra de Dios, la pueda sentir cercana,
encarnándola naturalmente en los acontecimientos que se celebran y tratando de iluminar
con ella los caminos de esperanza que sin duda abre.
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D. Invitación.
Esta es una de las partes más delicadas, dado que los que piden un funeral a una
parroquia católica en Japón se pueden sentir obligados de alguna manera a “pagar” con su
presencia la invitación que se les pueda hacer a participar en reuniones de tipo
catecumenal. El anuncio explícito del kerigma es parte de la misma liturgia; no tiene por
qué desarrollarse en un momento concreto, sino que se da a modo de proceso en el que se
va entrando poco a poco. Cualquier otra invitación directa siempre está sometida a un
proceso y a una pedagogía que no sea invasiva o proselitista, y mucho menos que no trate
de aprovecharse de una situación de fragilidad.
E. Celebración.
La celebración en sí consta de los siguientes elementos, que aún a riesgo de repetir
el esquema mencionado más arriba (en lo básico sigue el esquema de cualquier funeral),
sí que tiene algunas características especiales:
1) Contacto con la familia. Visita a la casa del enfermo terminal o al hospital.
Discernimiento para la administración de los sacramentos (unción,
reconciliación viático) y del oportuno acompañamiento espiritual. En caso de
que se haya producido ya el fallecimiento, entrevista con la familia y
disponibilidad para acoger el cuerpo en la parroquia. Todas las actividades
pastorales quedan supeditadas desde ese momento a la celebración del funeral.
Generalmente este servicio no existe en otras confesiones religiosas con la
misma intensidad que en la Iglesia japonesa.
2) Fallecimiento y primera purificación. Los servicios funerarios en la Iglesia
católica están realizados por empresas funerarias católicas o ecuménicas, con
amplio conocimiento del ritual y en contacto permanente con las parroquias. La
empresa funeraria se hace cargo de la primera atención al cuerpo del difunto y su
adecentamiento en la propia residencia o bien en la parroquia, donde existe un
espacio expresamente preparado para ello: washitsu (habitación de tatami), sala
de invitados por si hiciera falta que la familia pernoctara, aseos, cocina…etc.
Las parroquias japonesas, al igual que el resto de templos de otras confesiones,
cuentan evidentemente con estas instalaciones como parte esencial del servicio
que prestan.
3) Introducción en el ataúd previo arreglo del cuerpo y oración. Esta oración a
veces es realizada por un seglar en caso de que no esté presente el sacerdote. El
ataúd con el cuerpo del difunto es situado en un lugar central para la celebración
de la “otsuya” o velatorio. Dicho lugar está adornado con abundantes flores, la
foto del difunto y una mesa con incienso. La cruz también suele ocupar un lugar
visible.
4) Preparación de la “otsuya”, el funeral y la ceremonia de despedida. Para ello se
convoca una reunión a la que suelen asistir las siguientes personas: el sacerdote
que presidirá las celebraciones, el equipo de liturgia (coro, organista,
monaguillos, lectores, monitor…), un miembro representante de la familia y el
delegado de la funeraria. Esta reunión transcurre en un ambiente respetuoso a la
vez que familiar y sirve para introducir la familia en la comunidad que se une a
18
su duelo. Es también el momento de elegir las lecturas bíblicas, los himnos, así
como los signos o demás elementos litúrgicos.
5) Celebración de la “otsuya” o velatorio. Generalmente se viene celebrando ya en
la Iglesia, aunque algunas personas la celebran en su residencia. A través de los
servicios funerarios se prepara el lugar con la mesa de acogida a los invitados en
el exterior del templo, el lugar donde se coloca el féretro, las flores..etc. Es cada
vez más frecuente que este velatorio sea presidido por un seglar, pues se trata de
una celebración de la Palabra sin reparto de la Eucaristía. Al final del velatorio
se produce la ofrenda de incienso de los asistentes ante el cuerpo del fallecido.
Uno por uno van pasando, tomando en la mano un poco de incienso y
depositándolo sobre unas brasas preparadas en un pequeño brasero. A la vez que
el humo sube, los asistentes (de todas las confesiones religiosas y no creyentes
también), juntan las manos y rezan por el difunto; tras un breve silencio saludan
respetuosamente a los representantes de la familia que están de pié junto al
féretro. Es importante hacer notar que este rito es frecuentemente sustituido por
una ofrenda floral el las celebraciones cristianas para evitar confusiones con
ritos de otras religiones o deformaciones doctrinales. Incluso cuando el fallecido
no es cristiano y la mayoría de asistentes tampoco, muchas Iglesias optan por
sustituir la ofrenda de incienso por la ofrenda floral como signo distintivo de la
oración cristiana, evitando así confundir la oración con el culto a los muertos.
6) Finalizado este rito, un representante de la familia dirige unas palabras en
nombre de la familia.
7) Celebración de la misa funeral. Siempre se realiza en la Iglesia siguiendo el
ritual de exequias. Se trata de una misa con abundantes cantos donde se trata de
cuidar los detalles y el mensaje a la familia y a los muchos no cristianos que
también se reúnen en ese momento. Al ser frecuente la celebración de la misa
exequial por la mañana o a medio día, los que no pueden asistir cumplimentan a
la familia en el velatorio de la noche anterior. Tras la celebración de la misa de
funeral se procede inmediatamente el rito de despedida, típicamente japonés.
Consta de varias oraciones y la ofrenda de incienso de cada asistente como
signo de oración por el difunto y muestra de respeto a la familia. El modo de
realización es el descrito anteriormente y es común en todas las confesiones. El
hecho de hacerlo ante un altar con la imagen del difunto puede dar lugar a
interpretaciones erróneas de la fe cristiana, pero por razones pastorales se sigue
manteniendo así, si bien se van purificando algunos ritos, como la sustitución de
las velas por el uso único de la vela del cirio pascual o la mencionada
anteriormente sustitución de la ofrenda de incienso por la ofrenda de flores por
parte de los asistentes.
8) Traslado al crematorio. Sólo la familia y los amigos más allegados acompañan al
difunto hasta el crematorio. También el sacerdote asiste (al igual que los bonzos
o pastores protestantes en otras confesiones). Antes de introducir el ataúd en el
horno se realiza una última oración. Posteriormente los familiares tienen una
comida fraterna y regresan a recoger los restos (algunos huesos escogidos
libremente). Lo que no es recogido por la familia es retirado por la empresa del
crematorio.
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9) Reserva de las cenizas en una urna de cerámica y colocación en un altar familiar.
Al menos durante 50 días (a veces son varios años), las cenizas presiden un
lugar importante en la casa de la familia del difunto. Aunque en el budismo el
bonzo visita la casa a los 50 días y ora por el difunto, la costumbre católica es
celebrar una misa por el difunto transcurrido algo más de un mes, en la
parroquia, sin que el sacerdote visite la casa. En dicha misa se evita usar de
nuevo la foto del difunto, si bien algunas familias acuden a la Iglesia portando la
misma y en algunos casos incluso los restos de la persona fallecida. Al mismo
tiempo se trata de evitar de nuevo el signo de la oración por el difunto con
incienso. Tras esa misa (de mes o 50 días) se suelen celebrar los aniversarios,
pero ya sin signos externos, únicamente nombrando al difunto en el momento de
las preces y en la plegaria eucarística.
3. DISCERNIMIENTO.
A. Luces.
Como he mencionado más arriba, el hecho de que la realidad demográfica
japonesa obligue a muchas personas a plantearse el tema de la muerte, no sólo de forma
logística sino también espiritualmente, constituye un signo de los tiempos, una
oportunidad que debemos saber aprovechar. El reducido número de cristianos ha
permitido hasta ahora la vivencia de la muerte de una forma familiar, relajada y
profundamente vivencial. Es precisamente esta cualidad el elemento que puede ser más
atrayente en una cultura urbana cada vez más generadora de soledad, que empobrece las
relaciones humanas, provoca estrés y no pocos trastornos de índole psicológica.
El Japón industrial, tecnológico y urbano sigue conservando, tal vez por inercia, el
alma profunda del Japón tradicional, pero se hunde poco a poco en un océano de
insatisfacciones, dudas, identidad indefinida y sin sentido. Este tránsito por el desierto
que supone la postmodernidad no deja de ser una oportunidad para redescubrir que tras
ese desierto aguarda el Jordán, al que podríamos equiparar con los ríos que separaban el
mundo de los vivos de el de los muertos en las tradiciones ancestrales. Cruzándolo se
obtendría la liberación plena. Si somos capaces de inculcar y de vivir esa esperanza, no
cabe la menor duda de que la travesía del desierto merecerá la pena.
Los ritos funerarios japoneses tienen unas características peculiares que están
configuradas por la geografía y la historia de este país y de este pueblo. No pocas de
estas características no sólo son compatibles con los valores cristianos, sino que
permiten una fácil acomodación del mensaje cristiano a los mismos, permitiendo que la
fe cristiana los enriquezca y llene de sentido. El hecho del contacto con la naturaleza y
el respeto hacia la misma constituye una valoración sublime de una creación a la que
lejos de intentar dominar de forma tirana, se trata de domesticar como parte integral de
la misma. El espíritu de abnegación y sacrificio, la capacidad de asunción de las
responsabilidades, el sentido grupal y comunitario, la no claudicación al chantaje de las
emociones y sentimientos superficiales… son tantas las cualidades del pueblo japonés
en este sentido que a veces uno cree que no hiciera falta predicarles el evangelio porque
de alguna manera, ellos lo viven de forma más auténtica que los mismos misioneros.
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Por otro lado, la finísima y elegante sensibilidad con que los japoneses convierten
las relaciones sociales en ritos, permite la vivencia de la liturgia de forma natural, con
una atmósfera de respeto, silencio y contemplación que ciertamente impacta a la
mentalidad occidental. La liturgia constituye en Japón una forma sublime de relación,
no sólo entre las personas, sino con el Misterio. En este sentido, la rica tradición
litúrgica cristiana es fácilmente asimilada en Japón, un país acostumbrado a valorar el
contenido de las cosas por la “envoltura” y las formas con que se presentan. Cuando
esta liturgia se mueve en el ámbito funerario, la experiencia de la muerte no sólo queda
dignificada de forma sublime para un japonés, sino que además es inoculada por el
mensaje de fe y esperanza en la resurrección, ofreciendo una propuesta de vida y de luz
con la que iluminar una cultura perdida entre la tradición y un futuro incierto.
B. Sombras.
Debemos también señalar los peligros, especialmente en este momento en el que
todavía estamos a tiempo de corregirlos para evitar que, en relación a los funerales, la
religiosidad popular haga derivar las exequias cristianas en una de las direcciones
incorrectas que citamos a continuación y que, bajo mi punto de vista, constituyen los
peligros más inminentes:
 El sincretismo: De larga raigambre en este país, la cultura japonesa tiende hacia lo
práctico. Frente a la “religión del creer”, en Japón se acentúa la “religión del sentir”,
entendido este sentimiento no como algo superficial, sino como una emotividad que
hace más fácil la vida cotidiana. De esta manera cualquier cosa es susceptible de ser
asimilada, no totalmente, sino sólo en aquellos aspectos que los japoneses consideran
útiles. Existe el riesgo real de que, al igual que ocurrió con el rito matrimonial, Japón
asuma únicamente el rito, las formas y la liturgia externa que se ajuste a su
mentalidad, dejando a un lado el mensaje central. La mezcla de tradiciones,
religiones y ritos construye así una sociedad hecha a retales, pero sin identidad
propia; una sociedad movida por lo práctico, pero a la larga sin corazón. Evitar que
el cristianismo pueda ser utilizado en este sentido resulta casi imposible, pero al
menos hemos de ser capaces de que este fenómeno no ocurra en nuestra propia casa.
Tanto para la evangelización como para el diálogo interreligioso, lo mejor que
podemos hacer por Japón es ser nosotros mismos, vivir la catolicidad sin caer en la
trampa del sincretismo.
 Ritualismo: En una sociedad donde se tiene tan asimilado que el fondo va en las
formas, es fácil deslizarse hacia un ritualismo formal. De alguna manera es lo que
está ocurriendo con los funerales budistas, perfectamente realizados, pero con
lenguajes arcaicos y con rutinas tan cotidianas que no acaban de llenar el corazón. Al
igual que puede ocurrir en España con el catolicismo, el budismo japonés vive de la
inercia que le otorga la historia, pero se desinfla poco a poco por la poca flexibilidad
para volver sobre su origen y “humanizar” sus ritos. El japonés es muy propenso a
robotizar su trabajo. Las liturgias pueden ser bellas y perfectas, pero a veces los
celebrantes (incluso la asamblea) se mueven de forma mecánica. La rutina de la
liturgia está pensada para profundizar en lo que se celebra, pero conviene explicarla
bien y revisarla frecuentemente para que no pierda su sentido y su frescura.
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 Deformación del culto: En este mismo sentido, la asunción sin más de ciertos ritos
tomados de la cultura budista japonesa puede suponer una seria desviación doctrinal
y un flaco servicio a la evangelización. En las exequias cristianas se ha de tener en
cuenta que siempre se da culto a Dios, no a un difunto convertido en espíritu. No
convertir un funeral en el último acto social del fallecido (una especie de graduación
en la vida) sigue siendo todavía un reto. De la misma manera habría que evitar los
panegíricos que convierten a la persona fallecida en el centro de la celebración,
distorsionando así el objetivo del verdadero culto, que es el Dios salvador ante quien
se pide por el hermano o hermana fallecido. En este sentido se hace necesaria una
revisión de los símbolos y ritos. Es de destacar que estas reformas se van haciendo
poco a poco. Por poner unos ejemplos señalemos la sustitución de las velas en torno
al féretro por centros de flores o la sustitución de la ofrenda de incienso por una
ofrenda floral. También se ha resaltado el signo del cirio pascual, el uso de la cruz, la
aspersión del cuerpo únicamente a los difuntos bautizados o el agradecimientos del
representante de la familia evitando todo panegírico.
 Pérdida de contacto con el presbítero: La avanzada edad de los sacerdotes y el
creciente sentido de corresponsabilidad que se ha ido formando en la Iglesia japonesa
está provocando una mayor implicación y responsabilidad de los laicos en las
celebraciones de las exequias. No son pocos los sacerdotes que, aún pudiendo,
delegan la presidencia de la Otsuya (velatorio) en un ministro laico. En muchos
lugares esta actitud provoca no pocos conflictos, pues la mayoría de fieles siguen
teniendo una formación tradicional y no entienden la ausencia del sacerdote en ese
momento. Habría que incidir sobre una adecuada formación de los fieles, pero
siempre acentuando lo propio de sus ministerios, sin que ello suponga una erosión
del ministerio presbiteral, que no es únicamente la presidencia de los sacramentos,
sino también la cura pastoral del pueblo, la cercanía al mismo y la representación de
Jesucristo, también en los momentos difíciles de la muerte. Sin menospreciar el papel
fundamental de los laicos y toda la comunidad parroquial en estos momentos, creo
conveniente resaltar también la necesaria presencia del presbítero, incluso en actos o
momentos no estrictamente sacramentales, como un miembro más de la comunidad
aunque con un ministerio especial.
 Simonía: El aumento de los funerales y sobretodo el aumento de la petición del rito
católico por parte de muchos no cristianos puede suponer un problema. Al igual que
ocurre en España, no pocas comunidades cristianas viven gracias a las aportaciones
económicas que dejan los funerales. Un funeral católico suele ser cuatro o cinco
veces más barato que uno budista, a la vez que igual o más digno, mucho más
sencillo y familiar. El hecho de que en alguna parroquia aumenten las peticiones
puede suponer una disfunción en la parroquia y obligar así al presbítero a celebrar
dichos ritos fuera del ámbito parroquial, en centros cívicos o salones sociales. Creo
oportuno regular esta posibilidad ante la tentación de que el sacerdote actúe de forma
privada. Para ello sería conveniente la creación de un equipo exequial que en nombre
de la comunidad pueda desplazarse fuera de la misma con un espíritu evangelizador.
Con todo, habría que evitar depender económicamente de este servicio,
especialmente en lo que se refiere a la administración de los cementerios o
columbarios parroquiales, pues el aumento de sepulturas conlleva también un
aumento de ingresos y a veces la exigencia de que todo ello se invierta en convertir
los panteones en verdaderos monumentos no exentos de lujo.
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III. VALORACIÓN PASTORAL.
1. EXPRESIONES DE FE.
La postura de la Iglesia católica japonesa en relación a los funerales de no cristianos
ha quedado bien reflejada en la publicación de la conferencia episcopal japonesa
“Guidelines on interreligious dialogue for catholics in Japan”. Se trata de dos
documentos: el primero es de carácter doctrinal y el segundo de carácter pastoral a
modo de preguntas y respuestas. Esta publicación es una buena herramienta pastoral
para dar respuesta a la infinidad de casos que se presentan cotidianamente en esta
Iglesia minoritaria (0,4% de la población) que ha de vivir su fe en un contexto tan plural
y “líquido” como el japonés. El hecho de que en una misma familia puedan convivir
miembros de dos o más religiones diferentes y en un ambiente tan sincretista, plantea no
pocos problemas prácticos y de identidad religiosa. Esta herramienta está planteada para
evitar el sincretismo sin perder el vigor evangelizador, inculturar la fe y realizar
adecuadamente el diálogo ecuménico e interreligioso. En resumen, se trata de ayudar al
cristiano japonés a discernir la respuesta adecuada en cada una de las circunstancias
particulares, ofreciéndole unos criterios básicos acordes con la doctrina de la Iglesia
católica, especialmente desde la óptica de la declaración Nostara Aetate del Vaticano II
y de la enseñanza de los obispos de la conferencia episcopal japonesa. Por sintetizar,
tres serían los temas nucleares de estas líneas maestras:
1. La forma adecuada de participación en ceremonias y eventos de otras religiones
y de aceptar la participación de miembros de otras religiones en las nuestras.
2. El necesario respeto hacia otras tradiciones religiosas y el respeto que debemos
pedir para la nuestra.
3. La necesaria distinción entre actos religiosos y ritos sociales para evitar
sacralizar ritos sociales (sobretodo para evitar la sacralización de la patria o de
sus dirigentes) o tratar de elevar a categoría social ritos que son básicamente
religiosos.
Existe así no sólo una preocupación pastoral del episcopado japonés en este tema,
sino una implicación directa en la adecuada conducción del mismo. La realidad, con
todo, va siempre por delante de las respuestas. Los cambios sociales son rápidos y a
veces inesperados; por ello mismo exigen una atención pastoral permanente.
2. RETOS.
Como he señalado anteriormente, la demografía japonesa y el propio deterioro de la
sociedad tecnológica constituye un verdadero signo de los tiempos que hay que
discernir. Si a mediados del siglo XX la apuesta fue por la educación y la sanidad en un
país que trataba de curar las inmensas heridas de la guerra (guarderías y hospitales), el
posicionamiento de la Iglesia en el siglo XXI ha de ser diferente porque la realidad
también lo es. Se trata de mirar esa realidad con los mismos ojos de fe, pero tratando de
encontrar nuevos caminos, nuevos métodos y nuevas plataformas. Encarar la recta final
de la vida de las personas creo que es un reto abierto en la Iglesia, no sólo en Japón sino
también en la cada vez más envejecida Europa. La atención a los ancianos y el cuidado
del tránsito de este mundo han de ser tenidos más en cuenta en cualquier plan pastoral
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que quiera adentrarse en la sociedad del siglo actual. Se trata de una nueva opción por
los pobres, una pobreza que transciende lo económico para situarse en los límites de la
vida biológica.
3. ELEMENTOS A POTENCIAR.
Para una adecuada implicación de toda la Iglesia creo indispensable un
reforzamiento de los planes de formación de laicos. La corresponsabilidad no puede
construirse sobre la sustitución del trabajo clerical por un trabajo laical, pues sin una
adecuada formación e identidad de la vocación laical se podría caer en una especie de
“clericalización laical” a la vez que en una “laicidad clerical”. Es decir, la falta de
clarificación de la propia identidad puede llevar a muchos presbíteros a desempeñar su
vocación realizando tareas que son propias de los laicos (administración, gestión,
asistencia social, liderazgo grupal…etc) y a muchos laicos a cubrir la ausencia del
presbítero ocupando su espacio vocacional (presidencia de celebraciones, dirección
espiritual…etc). Me parece fundamental la creación de equipos pastorales formados por
presbíteros y laicos para abordar de forma integral el reto que el tema de la muerte
plantea a la Iglesia, sobretodo en los países más envejecidos, sin olvidar a los que
mueren sin religión ni medios para tener un funeral digno, ofreciéndose incluso a las
autoridades civiles para dar cumplimiento así a una de las obras de caridad: enterrar a
los muertos, sobretodo a aquellos que no tienen quienes los entierren por morir en la
calle (sin techo), solos o descartados (extranjeros).
4. ELEMENTOS A PURIFICAR.
Tratando de no repetir lo dicho anteriormente, aprovecho esta última sección del
trabajo para reivindicar la necesidad de enriquecer la liturgia cristiana con un mayor uso
de la Palabra de Dios. A veces el rito puede ensombrecer el mensaje, pero cuando ese
mensaje es bíblico, todo queda impregnado de una luz diferente. La Palabra de Dios
debe ser el núcleo sobre el que gire la pastoral de las exequias. A veces de forma
explícita, otras de forma implícita, ella iluminará el camino, los tiempos, los procesos,
las palabras oportunas y el mensaje adecuado. Poner en relación a las personas en
situación de luto con la experiencia bíblica es uno de los servicios más hermosos que
podemos hacer como cristianos. A veces nos damos cuenta que esa Palabra habla sola y
que es ella la que nos lleva a nosotros. No hay mayor criterio para purificar nuestras
acciones pastorales que dejarnos iluminar por esa palabra. Ayudar a los cristianos a
vivir desde ella es la mejor forma de convertir nuestro servicio en una verdadera puerta
a la salvación para aquellos que se acercan a la Iglesia. Para ello, habría tal vez que
aumentar y organizar mejor el uso de la Palabra de Dios en los ritos de las exequias, o al
menos crear leccionarios ex profeso para ello, siendo esto una de las necesidades más
urgentes que he venido sintiendo personalmente en el trabajo pastoral.
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BIBLIOGRAFÍA.
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1989.
 Henri De Lubac, Budismo y cristianismo, Sigueme, colección Verdad e imagen
169.
 Pedro R. Santidrián, Diccionario básico de las religiones, Verbo divino 1993
 Archidiócesis de Osaka, Guidelines on interreligious dialogue for catholics in
Japan, Editado por la archidiócesis de Osaka, 2011
 Kato Shuuichi, El concepto de la muerte en Japón, estudios sobre Asia y Africa,
Colegio de Mexico, centro de estudios de Asia y Africa. 1987. En web:
http://codex.colmex.mx:8991/exlibris/aleph/a18_1/apache_media/HS955YFLU9
BBF4TYJEUQR1CEDG6B2Q.pdf
 Yamaori Tetsuo, Tres enfoques sobre la visión japonesa de la vida y la muerte,
en http://www.nippon.com/es/in-depth/a02903/